sábado, 10 de octubre de 2015

capitulo 32 y 33 final





Lali le había pedido que esperara apoyado en uno de los árboles que se encontraban tras la casa de los Espositos, en el jardín. Llevaba más de diez minutos en silencio, solo, ansioso por descubrir el primer deseo de Lali. Eran las cuatro de la tarde, y Peter no cesaba de mirar su reloj y advertir lo rápido que pasaba el tiempo.   

Estaba concentrado en los perfectos movimientos de las agujas del reloj cuando de pronto algo voló a lo lejos, terminó chocando contra el tronco del árbol donde estaba apoyado y una lluvia suave pareció caer sobre su cabeza, mojándole el pelo. Acababan de atacarle lanzándole un globo de agua.   

Peter se contuvo para no gritar. Lali apareció portando en la mano un cubo repleto de globos que se balanceaban de un lado a otro al compás de sus pasos. Aquello sí era una venganza, y una prueba en toda regla para Peter.   

—¿Qué haces?  

 —¡Una guerra de agua!   

—No, no puedes hacer eso. —Peter intentó esconderse tras un árbol—. Eso no es un deseo, es un plan maquiavélico y despiadado. Muy propio de ti, por cierto.   

—Vamos, Peter, ¡no pasa nada, solo es agua! Me apetecía hacer algo divertido contigo.   

—¿Intentas decirme que habitualmente soy aburrido? —preguntó él.   

—No es eso. —Lali rió—. Solo quiero que te olvides de que te vas a mojar tu preciosa ropa y te vas a despeinar… y disfrutes el momento.   

Aprovechó el silencio de Peter para lanzarle otro globo, aunque falló el tiro.   

—Está bien. —Él suspiró y salió de su escondite a campo abierto—. Pero si esto es la guerra, que sea en igualdad de condiciones. Dame globos —exigió tendiéndole una mano.   

Peter nunca había participado en una guerra de agua, pero tras superar el susto inicial, cuando los primeros globos chocaron contra él, admitió que realmente era una actividad divertida. Dejó de importarle el frío, el hecho de estar completamente empapado… y se dedicó a correr tras ella entre risas. Cuando gastaron todos los globos que Lali había llevado, ella se tumbó en el suelo y Peter la miró. 

  —Ha sido una buena idea lo de los globos de agua. —Le dirigió una mirada traviesa—. Se te transparenta la camiseta, y eso me gusta.   

—¡Peter! —gritó Lali con fingida indignación; no obstante, dejó caer los brazos cruzados sobre el pecho.   

Él se tumbó a su lado, sobre el césped del jardín de la familia Esposito y lentamente le cogió de la mano, entrelazando sus dedos con los de Lali. Se quedaron en silencio, con la vista fija en un cielo azul completamente despejado.   

—Últimamente he estado pensando y he llegado a una conclusión —dijo Peter.   

—¿A qué te refieres?   

—Tras analizar estos últimos días aquí me he dado cuenta de que no solo me gustas tú, sino que tu familia tampoco está tan mal. —Suspiró, como si pronunciar aquellas palabras fuese sumamente complicado—. Tus padres siempre están en casa, con vosotros, y Nico… Bueno, Nico es simplemente Nico.   

—¿Acaso tus padres no están nunca en casa?   

—No demasiado, tienen cosas que hacer a todas horas —meditó—; y además viajan mucho, puesto que son importantes, no como los tuyos —puntualizó, con lo que arruinaba todo lo anteriormente dicho.   

—¡Mis padres también son importantes! Lo son para mí, que es lo que finalmente cuenta.   

—Lo que tú digas.

   Peter bufó y se giró hacia Lali, sonriente y dando por acabada la conversación. Le tocó la punta de la nariz con el dedo índice y después fue descendiendo, dibujando el perfil de su rostro hasta acariciar sus labios.   

—¿No crees que es hora de cumplir mi siguiente deseo?   

Lali asintió en silencio; ambos se levantaron y fueron a cambiarse de ropa, pues la que llevaban no solo estaba empapada, sino también sucia de tierra y hierba.   

Peter tenía muy claro que debía acostumbrarse a ciertas actividades habituales de las que Lali disfrutaba, pero esperaba a cambio que ella también intentara valorar su modo de vida. Así pues, el siguiente deseo de Peter consistía en acudir al centro comercial y hacerle sombra a la película Pretty Woman con Lali de protagonista principal.   

—Peter, de verdad, no necesito comprarme ropa.   

—Te aseguro que lo que acabas de decir es una mentira como una catedral. —La miró de arriba abajo descaradamente—. ¡Algún día tendrás que venir a Londres y visitar mi hogar!   

—¿Y…?   

—Pues que no podrás ir vestida como una liberal cualquiera. —Suspiró—. No te estoy pidiendo que cambies tu forma de vestir, te pido que amplíes tu armario y no te cierres ante nuevos horizontes —matizó, haciendo un gran esfuerzo por contenerse y no gritarle de golpe que sencillamente cuando fuese a Londres debería seguir un protocolo y tirar todos los trapos que solía llevar.   

A Lali le costó ceder, pero lo hizo. Al fin y al cabo, era el deseo de Peter y, si él había soportado acabar empapado de los pies a la cabeza tras la guerra de globos, ella soportaría probarse tres o cuatro vestidos.   

La tienda que Peter eligió para llevar a cabo su plan no era cualquier tienda, más bien era como un pequeño palacio repleto de prendas sofisticadas y elegantes dependientas. Cuando entraron, él se dirigió hacia el mostrador para hablar con una de las encargadas y Lali aprovechó el momento para ver la etiqueta de un pañuelo naranja que podría haber comprado en un mercadillo cualquiera y descubrir que su precio rondaba los doscientos dólares; alarmada, soltó el pequeño trozo de tela temiendo haberlo ensuciado o haber causado algún desperfecto.   

—¿Lali? —Peter dio una vuelta sobre sí mismo buscándola y cuando la encontró al otro lado de la tienda, tras una columna trenzada, se dirigió hacia ella—. Les he pedido que llamen a la jefa de la tienda y que la cierren al público durante una hora, así podrás comprar tranquila.   

—¿Que has hecho qué?   

—Soy Peter Lanzani—le recordó encogiéndose de hombros y mostrándole una sonrisa de orgullo.   

Lali se sentía incómoda; le molestaba que Peter fuese a pagar todo aquello y todavía más que se tomasen tantas molestias por su presencia. Así que permaneció anclada en mitad del lugar mientras él y las dos dependientas iban seleccionando vestidos y otras prendas y colocándolos sobre los cómodos sofás donde habitualmente esperaban los acompañantes de los clientes.   

—¿A qué esperas? —Peter dejó caer un montón de ropa en sus manos y la empujó hasta el probador más cercano.   

Lali respiró hondo. Lo único bueno de todo aquello era que normalmente solía agobiarle el reducido espacio de los probadores, pero aquel era aproximadamente del tamaño de su comedor, así que no tendría problemas en ese aspecto.   

Cogió un vestido de color rosa pálido e intentó averiguar cómo colocar la cantidad de tirantes que cruzaban la espalda del modelito. Poco a poco, consiguió enfundarse aquella prenda y, cuando lo hizo, se sorprendió ante la imagen que encontró en el enorme espejo. La chica de su reflejo no se parecía demasiado a ella, pero estaba guapa y sonreía.   

—¿Te falta mucho? —preguntó Peter tras golpear la puerta del probador con los nudillos.   

Lali no contestó y abrió como toda respuesta. Peter se quedó de piedra; estaba preciosa a pesar de que llevaba el pelo sin peinar, pero ese detalle le daba un toque natural y personal. Peter la cogió de la mano y le dio una vuelta. Las dependientas sonreían tras ellos, y Lali tuvo que contener la risa.   

—¡Deja ya de mirarme! —explotó ella finalmente—. Voy a seguir probándome cosas —añadió guiñándole un ojo.   

La tarde transcurrió entre suspiros de emoción por parte de Peter, aplausos de las dependientas de la tienda y carcajadas de Lali. Ella no iba a cambiar su forma de vestir, aunque le gustaron algunas prendas y decidió comprarlas; sentirse como una pequeña princesa durante una hora había sido divertido.   

Cuando salieron de la tienda dieron un pequeño paseo por las calles del centro antes de irse a casa, cediendo ante la insistencia de Peter en no subir al autobús.   

—¿Quieres que sea como una de esas señoritas?   

—Claro que sí. —Peter sonrió tontamente.   

—Vale. —Lali le dirigió una mirada malévola—. Entonces, ya sabes, te toca llevar las bolsas, es lo que siempre ocurre en las películas.   

A Peter no le entusiasmó la idea de cargar con las compras de Lali, pero decidió no discutir y aprovechar el poco tiempo que les quedaba. Le tocaba a Lali elegir el siguiente deseo y debía prepararse para enfrentarse a lo desconocido.   


Sí, quiero  

 La noche había caído.    

 Lali montó en el coche de su padre, y Peter se acomodó en el asiento del copiloto y se abrochó a toda prisa el cinturón.  

 —¿Por qué nunca me has dicho que tenías el carné de conducir?

   Ella se encogió de hombros como toda respuesta mientras ajustaba el espejo del retrovisor. Se pusieron en marcha poco después.   

—¿Tú no tienes todavía el carné?   

—No, acabo de cumplir los dieciocho —le recordó—. En Inglaterra somos civilizados, por eso no permitimos que niños de dieciséis años circulen por las calles a su antojo.   

Peter no confiaba demasiado en el modo de conducir de Lali, era similar al de Nico; al parecer la falta de calma frente al volante era un problema familiar.   

—¿Sabes…?, estaría bien que parases cuando hay una señal de stop o un semáforo en rojo.  

 —Ya, pero por aquí no pasa nadie, créeme —replicó ella.   Encendió la radio del coche y comenzó a cantar entusiasmada. Peter se esforzó por no gritar y bajar del vehículo a toda prisa como último recurso para salvar su vida.   

—¡Relájate! —le pidió ella.  

 —¿Falta mucho para llegar?  

 —No. Y deja de aferrarte al asiento, me pone nerviosa.   

—¡Mis nervios están a punto de estallar en mil pedazos, así que no me hables de los tuyos!   

—¡Peter, si sigues gritándome acabaremos teniendo un accidente de tráfico!   

—¡No me extrañaría! ¿Crees que han puesto aquí estos semáforos para decorar las calles con lucecitas de colores porque es Navidad?   
Lali ignoró sus comentarios durante el resto del trayecto. Peter se 
 tranquilizó cuando ella disminuyó la velocidad y se aproximaron hacia un cartel gigante protagonizado por una hamburguesa.  

 —¿Adónde me llevas?   

Lali frenó cuando llegaron al carril adecuado, donde había una enorme fila de coches.   

—¡Bienvenido a McDonald’s!   

—¡Santo Dios! —Peter se llevó una mano a la cabeza—. ¿Te has vuelto loca? Ante esto no pienso ceder, y me da igual que sea el deseo de tu vida.   

Lali dejó de contestar la infinidad de improperios que Peter le dedicó y avanzó por el carril del McAuto, hasta que llegaron a la ventanilla principal. Pidió dos menús y apenas unos minutos después le entregaron la comida con un «gracias por su visita, vuelva pronto».   

—Nunca volveremos —le dijo Peter a la joven empleada, serio y sin apenas pestañear.   

Lali pisó el acelerador a toda prisa, evitando así que Peter originase más problemas. Estacionó el coche en una calle cualquiera y sacó las hamburguesas de la bolsa de cartón.   

—Veamos… esta es para ti —comentó al tiempo que se la tendía a Peter. Él la miró con asco y la apartó a un lado—. Y aquí están las patatas y la bebida.   

—Lali, en serio, todavía no has entendido que soy vegetariano y que odio la comida grasienta.   

—Tú no has entendido esta tarde que visto de otra manera y que no me ha gustado la tienda a la que me has llevado.   

—Pues estabas muy guapa.   

—Tú también estarías muy guapo comiendo hamburguesas.   

—No me hagas esto, por favor.   

A Lali le dio pena que Peter terminase dejando atrás todo su orgullo y suplicando de mala manera.   

—Está bien —suspiró—, pero solo un pequeño bocado para probarla. Y las patatas te las comes sí o sí.   

—No. 

  —Sí, vamos, abre la boca —le pidió ella dirigiendo la hamburguesa hacia sus labios—. Venga, no te resistas.   

Finalmente, Peter tuvo que ceder. Le dio un bocado ridículo a la hamburguesa y masticó mientras miraba a Lali como si estuviese planeando asesinarla de un momento otro. 

  —¿Y bien…?   

—No me gusta.

   Lali puso los ojos en blanco, le dio las patatas y se propuso disfrutar de su propia cena. Peter se comió las patatas en silencio, meditando sobre la cantidad de calorías que estaba ingiriendo. En realidad, dejando a un lado lo poco saludable que era aquella comida, el bocado de hamburguesa no había estado mal, aunque nunca lo reconocería delante de Lali. Pero lo que sin duda le maravilló fueron las patatas fritas —algo nada habitual en su dieta—, estaban deliciosas.  

 Tras terminar de cenar en el coche se dirigieron hacia el cine más cercano. Lali quería ver una película titulada Gran Torino y Peter aguantó el tipo como pudo. Tras acomodarse en la sala, respiró hondo e intentó imaginar que todas las personas que le rodeaban no estaban realmente allí quitándole el oxígeno. Lali le cogió la mano en silencio y apoyó la cabeza en el hombro de Peter. Probablemente era la primera vez que ante los ojos de los demás parecían una pareja de lo más normal.   

Cuando la película acabó montaron de nuevo en el coche y reanudaron el camino a casa. Mientras esperaban que uno de los semáforos se pusiera en verde para avanzar, ambos se miraron, y Lali sonrió.   

—Creo que esta misma noche voy a gastar mi último deseo.  

 —¡No! Pensaba pedir ahora un deseo mío. —Peter frunció el entrecejo—. No seas egoísta, Lali.   

—El hecho de que tú, justamente tú, me llames egoísta me da escalofríos, ¿es que no tienes vergüenza? —Aceleró cuando el semáforo finalmente se puso en verde.   

—¿Cuál es tu deseo? Quizá podamos cumplirlos a la vez o algo así.   

Tras la reflexión de Peter formulada en voz alta, Lali le miró sorprendida. Jamás hubiese creído que tales palabras fueran a salir de su boca.  

 —Me parece perfecto.   

—Bien. —Peter sonrió—. Pues mi deseo es… ¡que me des mi regalo de Navidad de una vez por todas!  

 —Peter… —Lali le miró de reojo—, recuerdas que cuando nos compramos los regalos tú y yo no nos llevábamos demasiado bien, ¿verdad?  

 —Sí, lo recuerdo perfectamente. —Se cruzó de brazos—. ¿Qué estás insinuando?   

—No insinúo nada, solo quiero que no te hagas muchas ilusiones.   

—Demasiado tarde: ¡llevo días ilusionado pensando en mi regalo! 

   Lali suspiró. Se sentía agobiada; lo que le había comprado a Peter era solo un pequeño detalle, y temía decepcionarle.   

—¿Qué más te da? ¡Tu familia vive encima de una gran montaña de dinero, seguro que te compran cientos de regalos constantemente! Lo mío es algo… anecdótico, simplemente.   

—No es lo mismo, puesto que tu regalo no sé lo que es. Los regalos de mis padres siempre son cosas de la lista.   

—¿La lista…? —preguntó Lali.   

—Sí, tengo una lista en casa donde apunto todo lo que quiero que compren, así de simple —explicó—. Es un método muy práctico tanto para ellos como para mí.   

Lali abrió la boca dispuesta a replicar por el frío método que su familia utilizaba para hacer regalos, pero se contuvo a tiempo, cogiendo con fuerza el volante del coche. ¿Cómo no iba a ser Peter tan rarito con unos padres así? Respiró hondo.   

—Será mejor que nos centremos en lo que estábamos hablando —dijo—. Me parece bien que nos demos los regalos y luego cumpliremos mi deseo.   

—¿Puede saberse entonces cuál es tu próximo deseo?   

Lali sonrió.   

—Dormir contigo.   

Cuando llegaron a casa vieron que los padres de Lali ya se habían acostado. Peter fue a su habitación, se puso su elegante pijama y cogió el regalo de Lali, que había escondido bajo la cama. No fue demasiado difícil llegar hasta el dormitorio de Lali; a lo lejos se oían los ronquidos del matrimonio Esposito, y Peter supo que no había peligro de que le pillasen.   

Encontró a Lali sentada en la cama con las piernas cruzadas y el regalo sobre ellas, esperando a ser abierto por fin. Sonrió, se quitó las zapatillas y se acomodó a su lado.   

—Toma, ábrelo tú primero. —Peter le dio a Lali su regalo.   

La chica cogió el paquete y lo examinó un instante; al parecer contenía una caja cuadrada y dura. Lentamente comenzó a rasgar el papel hasta desenvolverlo. Efectivamente era una caja bastante grande de color azul marino, donde, escrito en letras doradas, se leía Dior.   

—¡Vamos, abre la caja de una vez por todas! —exclamó Peter, que empezaba a desesperarse.   

Lali lo hizo y descubrió su interior. Había una colonia, aceite perfumado, crema hidratante… 
  
  —Y mira, el estuche tiene dos pisos —puntualizó él.   

Peter sacó el primer estante de la caja dejando al descubierto el segundo, donde había diversas sombras de ojos, pintalabios, rímel… y muchos potingues más.   

—¡Te has gastado un dineral! —se quejó ella—. Además, quiero pensar que este regalo no es una indirecta por tu parte.   

—En realidad sí lo es. —Sonrió triunfal—. Yo me conformaría con que lo usaras algún día especial, a pesar de que el resto de las mujeres del mundo usen un estuche así día sí día también. Pero tú eres tú, así que no pienso insistir demasiado en el tema —dijo—. Por cierto, ¿te importaría darme mi regalo de una maldita vez? Estoy de los nervios.   

Lali sostuvo el regalo de Peter, no quería dárselo, no al menos después de descubrir que él le había comprado un regalo de lo más normal y bastante caro. Desesperado, Peter intentó arrebatárselo de las manos y ambos forcejearon durante unos instantes, hasta que finalmente Lali se dio por vencida y él logró coger el paquete.   Comenzó a desenvolverlo quitando con sumo cuidado las tiras de celo y desdoblando las esquinas con delicadeza, como si el verdadero regalo fuese el papel de dibujos navideños.   

—¿Ni siquiera puedes abrirlo como una persona normal? —Lali se cruzó de brazos, más enfadada consigo misma por lo que le había comprado que con Peter por su inexplicable comportamiento.  

 —Paciencia, Lali, paciencia…   

Finalmente, Peter consiguió desenvolverlo sin dañar ni un solo centímetro del papel navideño. Se inclinó sobre la caja de cartón que había quedado al descubierto y leyó las letras escritas en ella.

   —Purificador de aire… —pronunció despacio, luego continuó con las especificaciones del producto—: Elimina los elementos contaminantes, tóxicos, humos, partículas… presentes o suspendidos en el aire.  

 —¡Dios mío, Peter, lo siento tanto! —Lali le frotó la espalda con la mano, intentando reconfortarle—. ¡Ojalá hubiese podido acercarme hoy al centro comercial y comprarte otra cosa!  

 —Pero ¿qué estás diciendo? ¡Me encanta, Lali! —Le sonrió, y ella supo que estaba siendo sincero—. ¡Es perfecto!

   Sorprendentemente, Lali había acertado con el regalo. Peter se mostró sumamente emocionado cuando abrió la caja y comenzó a leer el manual de instrucciones. Diez minutos después, dejaron a un lado los regalos, Lali apagó la luz y se tumbaron en la cama. Ella apoyó la cabeza en su hombro y él le rodeó la espalda con el brazo. 

  —No me quiero dormir —dijo Lali—. Si me duermo todo habrá terminado, ¿entiendes? Me despertaré mañana y te irás.   

—Nada habrá terminado, lo nuestro acaba de empezar. —La abrazó—. Duérmete.   

—¿Por qué quieres que me duerma? —Lali le miró en la oscuridad. 

  —Porque son casi las tres de la madrugada y mañana nos espera un día duro, así que lo mejor será descansar un poco.   

En realidad Lali apenas podía mantener los ojos abiertos, pero intentó no dormirse. Quería disfrutar de aquel momento y recordarlo para siempre; procuró memorizar el aroma de Peter, la sensación de que su mano le rodease la cintura y tocase ligeramente su piel bajo el pijama, el sonido de su respiración, lenta y acompasada… Le picaban los ojos a causa del cansancio, los cerró durante unos instantes y se dijo que en unos minutos volvería a abrirlos, pero cuando lo hizo fue por el sonido del despertador. Había amanecido.   

Lo primero en que pensó fue en él. Se giró sobresaltada y lo encontró desperezándose a su lado, con todas las mantas arremolinadas sobre su cuerpo. Peter se sentó en la cama y le sonrió.  

 —Me has dejado sin mantas durante toda la noche. —Lali se miró a sí misma, apenas cubierta por una fina sábana.   

—Te levantas con ganas de discutir, reconócelo.   

Peter rió y le dio un pequeño beso en los labios, de esos que apenas son un roce y te hacen empezar el día de buen humor.   

—Me quedé dormida —susurró Lali.   

—No pasa nada.   

Peter estaba a punto de levantarse, pero Lali le retuvo estrechándole en un fuerte abrazo. Permanecieron unos minutos en silencio, entrelazados.   

—Es hora de que empieces a vestirte —dijo él—. Ah, y si no te importa me gustaría que estrenases algo de lo que te compré ayer —puntualizó—. Nos vemos en mi habitación dentro de diez minutos, quiero enseñarte algo.   

Peter desapareció de la habitación a toda prisa con la esperanza de que los padres de Lali no le descubriesen en plena fuga. Cuando se marchó, Lali ojeó las bolsas repletas de ropa que había dejado en el suelo la tarde anterior. En ellas había todo tipo de prendas, desde sofisticados vestidos y zapatos de tacón, hasta vaqueros y jerséis de diversos colores; escogió las prendas más sencillas. Mientras se cambiaba, Lali se dijo que debía ser fuerte, que seguramente con el tiempo se acostumbraría a la ausencia de Peter y llevarían una relación a distancia como hacían muchas otras parejas.   

Al salir de la habitación se topó con su madre. Abigail llevaba un pañuelo en la mano y tenía los ojos enrojecidos.   

—¿Qué te pasa, mamá?   

—Nuestro Peter… —sollozó—. Acabo de despedirme de él —prorrumpió de nuevo en otro sollozo—. ¡Me da tanta pena que se marche! Este mes se me ha pasado rapidísimo…   

Lali no podía decir lo mismo respecto a su último comentario; tenía la sensación de que Peter llevaba mucho tiempo viviendo bajo el mismo techo que ella, probablemente porque, a diferencia de la señora Esposito, había pasado junto a él cada minuto de aquellos treinta días.  

 —No te preocupes, mamá, seguro que volverá pronto.  

 —Eso espero… —Se sonó los mocos en el maltrecho pañuelo de papel—. ¡Nadie hacía la compra de la semana como él, nadie! —exclamó—. Voy a echarle de menos.   

Su padre apareció poco después y la abrazó consolándola; Lali aprovechó el momento para dirigirse a la habitación de Peter.

   Cuando entró, le encontró sentado en la cama, frente al ordenador, hablando solo.   

—¿Qué haces? —preguntó ella.   

—Todavía me quedaban deseos, así que… ven, siéntate aquí a mi lado —le indicó palmeando la colcha de la cama—. Te presento a mis padres.   

Lali se sentó en la cama junto a Peter y observó la pantalla del ordenador. Una pareja de mediana edad le sonreía a tiempo real.   

—¡Encantada de conocerte, Lali! —saludó la madre de Peter.  

 —Igualmente.   

Lali solo deseaba que en el suelo se abriese una grieta por donde poder escapar, aunque aquello supusiese morir en aquel instante. Se ruborizó rápidamente mientras Peter hablaba con sus padres y la madre le agradecía lo bien que la familia Esposito había tratado a su «calabacita». Intentó combatir sus miedos y escuchar la conversación que mantenían; el padre de Peter había comenzado a hablar, se mostraba serio, como si estuviese dando una de sus tantas entrevistas para la televisión. Tener a dos celebridades hablándole por una web-cam le ponía nerviosa, por mucho que fuesen los padres de Peter.   

—El decano de la universidad de Princeton se reunirá mañana con tu padre para jugar al golf. Podría decirse que las plazas están aseguradas —comentó la señora Lanzani.   

—Perfecto —contestó Peter.   

Lali pestañeó confundida y miró a Peter sin comprender. 


  —Un momento… ¿Plazas en la universidad de Princeton?  

 —¿No se lo has comentado, Peter? —preguntó su padre—. Si no estás seguro, no me hagas perder el tiempo con el decano.   

—¡Sí que estoy seguro! —Respiró hondo—. Papá, mamá, luego os llamo —concluyó Peter antes de cerrar la tapa del portátil y mirar a Lali.   

—¿Qué está pasando? —Ella le miró confundida, casi podía escuchar el sonido de su respiración entrecortada.  

 —Lo único que ocurre es que me queda un último deseo y pensé que debía aprovecharlo bien —explicó—. Lali, mi último deseo es ir a la mejor universidad de Estados Unidos durante el próximo año, contigo.  

 —¿Lo dices en serio?   

El corazón de Lali comenzó a latir a mil por hora, como una bomba de relojería. Sentía que aquello no era real, que seguía durmiendo y el despertador no había sonado todavía.   

Peter, medio riendo ante el asombro de Lali, se arrodilló en el suelo de la habitación y le cogió la mano como si fuese a pedirle matrimonio. Por un momento Lali se temió lo peor y tragó saliva despacio.   

—Lali Esposito, ¿quieres… venir a la universidad conmigo? 

Lali sonrió. Acercó sus labios a los de Peter y antes de besarle susurró:   

—Sí, quiero.      
                                                  Fin 

ok chicas espero que la historia les haya gustado , pero esto aun no termina 

PD; Las quiero y comenten 



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