domingo, 4 de octubre de 2015

capitulo 28 y 29





Cosas inexplicables  

Dicen que en la vida ocurren cosas inexplicables. El hecho de que él se hubiese enamorado de Lali formaba parte de la lista. No había modo alguno de entender cómo había terminado inmerso en una situación tan descabellada. Cuando llegó a Estados Unidos jamás lo habría imaginado.   

Y ahora la necesitaba. Los seres humanos se aferran con fuerza y facilidad a otras personas. Cuesta mucho más olvidarlas que quererlas. Peter tenía una idea clara que palpitaba en su mente: no deseaba olvidar a Lali. Por mucho que todo le indicase que era lo que debía hacer. Él se marcharía en unos días y estarían separados, no podrían verse durante largas temporadas, y hasta la fecha Lali le odiaba. Había descubierto que él no era un príncipe azul, a diferencia de Peter, que acababa de descubrir que ella sí era su princesa.  

 La observó desde lejos. Estaba sentada sobre la fina hierba del claro del bosque, apoyada sobre el tronco de un árbol. Reía. Cuando reía estaba guapa, porque sus facciones se suavizaban. Peter siempre sentía ganas de acariciar sus rosadas mejillas…   Se sobresaltó cuando Gas le dio una brusca palmada en la espalda.

   —No te desanimes, brother. El plan sigue en pie —le dijo, sonriéndole.

   Peter le devolvió la sonrisa, agradecido. Empezaba a entender que existían ciertas personas que a veces hacían favores sin esperar recibir nada a cambio. Le extrañaba esa actitud, pero con el paso del tiempo había ido asimilándola.

   Las horas se le antojaban lentas y misteriosamente densas, como si el tiempo se hubiese materializado en un enorme pastel de chocolate tan empalagoso que era imposible de comer. Lali no parecía reparar en su actitud y danzaba alegremente de un lado a otro, seguida de cerca por su hermano (y guardaespaldas temporal).

   —¿Por qué demonios me persigues, Nico? ¡Largo! —le gritó. Empezaba a molestarse.   

Nico se encogió de hombros.  

 —Eres mi hermana… Me gusta estar… contigo. 

  —¡Vamos!, pero ¿qué te ocurre? Estás muy raro, en serio. —Se cruzó de brazos y le inspeccionó de los pies a la cabeza como si con ello fuese a descubrir el secreto que guardaba—. Desaparece, no pienso repetírtelo. 

  Nico ignoró todas sus súplicas y continuó pegado a ella como un buen mejillón. Estaba cumpliendo una misión. Peter quiso aplaudirle, pero hubiese sido algo poco discreto. Pablo parecía contento tras saber que ellos estaban peleados y pasaba el rato contándole su aburrida vida a una paciente Lali.

   —Tómatelo con calma —le aconsejó Vico, cuando pasó por su lado y advirtió que Peter comenzaba a desesperarse.

   El inglés asintió, no muy convencido. Pablo tenía complejo de pulpo y arrastraba sus tentáculos hasta terminar tocando siempre a Lali. A Peter le importaba poco que Pablo solo le rozase el hombro o la agarrase de la cintura, sencillamente no quería que tocase ni un solo pelo de su cabeza. Respiró hondo. Quizá el submarino de marihuana que habían montado en la tienda horas atrás le había dejado tonto de por vida. Esperaba que las secuelas fuesen reparables.   

Finalmente, decidió acercarse hasta donde Lali se encontraba. Y se quedó allí, muy quieto, escuchando a Pablo y mirando a Nico de reojo.   

—… Lo que intento decir es que está demostrado que un niño que crece con falta de afecto siempre tendrá problemas. Ningún psicólogo puede reparar el pasado de las personas; las vivencias dejan huellas que no pueden ser borradas. Sería fantástico que la ciencia avanzara lo suficiente como para hacer que los humanos olvidasen partes desagradables de sus vidas, todos seríamos mucho más felices. 

  Peter parpadeó confundido y miró fijamente a Pablo. Este permanecía serio y sereno. El inglés estalló en una sonora carcajada y le señaló con el dedo índice.   

—¿Esta conversación es real? —Peter miró a su alrededor, casi esperando encontrar una cámara oculta en el recoveco de algún árbol. Estaba seguro de que se trataba de una broma televisiva o algo por el estilo. Pablo no podía estar martirizando a la pobre Lali con sus traumas infantiles en plena acampada. Aquello era demasiado.   

Nico rió con gesto lelo. 

  —No sé, yo hace media hora que he dejado de escucharle… —opinó, distraído.   

—No me extraña. Yo también voy a fingir que me he quedado sordo, es el único modo de sobrevivir mientras él esté cerca —explicó, señalando a un enfadado Pablo.   

Lali intentó no reír. Odiaba que las palabras de Peter le hiciesen gracia, pero no podía dejar de admitir que las conversaciones de su amigo conseguían adormirla de una forma extraña. Se propuso gritarle a Peter que tuviese un poco más de respeto, pero cuando abrió la boca no pudo evitar que una brusca carcajada reemplazase sus palabras. De modo que Pablo se marchó de allí enfurecido y se internó entre los frondosos árboles que bordeaban el claro. Peter le señaló divertido.   

—¡Eso, corre, a ver si encuentras un oso y haces nuevos amigos!
Lali agradeció que Pablo ya estuviese lo suficientemente lejos como para no escucharle. Le propinó un manotazo a Peter.

   —¡No seas tan cruel!  

 —¡Pero si tú también te has reído! —le recordó. 

  —Yo… necesito otro porrito… —confesó Nico, antes de desaparecer y dejarles a solas.   

Se miraron fijamente durante unos instantes eternos. Lali no sabía si debía reír o llorar, tenía serias dudas al respecto. Esperó pacientemente hasta que Peter se dignó decir algo.   

—¿Ahora ya podemos hablar? —preguntó inseguro.  

 Lali no contestó con palabras, pero asintió despacio con la cabeza. Peter alargó la mano, casi temblando, hasta que encontró sus dedos pequeños y los enroscó lentamente entre los suyos. Lali tenía la piel muy fría, y sonrió tímidamente. Él se armó de valor para dar un paso tras otro, tirando suavemente de Lali, hasta llegar a la tienda de Nico. Descorrió la cremallera y le indicó que entrase.   

Se acomodaron sobre las esterillas y algunas mantas arrugadas. A pesar de que cada uno se había sentado en un extremo, gracias al espacio reducido de la tienda estaban muy juntos. Peter suspiró. ¿Qué tenía qué decir? Lo había olvidado. En realidad se había pasado la noche anterior memorizando un discurso bonito y extremadamente sensiblero, pero ninguna de las palabras que había planeado acudían ahora a su mente. Se había quedado en blanco.  

 —¿Y bien? —Lali, cruzada de brazos y sentada al estilo indio, parecía impaciente por escuchar su discurso.

   Peter respiró hondo.   

—Esto… Yo creo que… —balbució—. Bueno, es que yo… claro, ya sabes… ¿me entiendes, verdad? Era lo que quería decir…  

 —¿Qué? —Ella le observó divertida. Obviamente no había entendido nada.

   —¡Pues eso, Lali! ¿Qué más quieres que te diga? Si no puedes comprenderme… Era eso… y tal… —Se miró las manos, confuso. Estaba sudando a pesar del horrible frío que hacía.

   —Peter… ¿cómo quieres que te entienda si aún no has dicho nada coherente?   

Él alzó la vista y se perdió en el mar azul de sus ojos. Había vida en ellos. Había transparencia. Todo estaba en su sitio, todo tenía su lugar. ¿No había dicho nada coherente? Quizá Lali tenía razón, porque no recordaba las palabras que acaba de pronunciar, se sentía demasiado intranquilo. Se asustó: podía oír incluso los latidos de su corazón. Empezaba a molestarle el tenso silencio. Cogió mucho aire de golpe.  

 —Lali, ¿entiendes que… te quiero?   

Más y más silencio. Ambos en un mundo paralelo, lejos de todos los demás. Lali tragó saliva despacio y advirtió que estaba a punto de llorar.  

 —Sí.  

 —Entonces lo entiendes todo —concluyó Peter.

   Sonrieron. Él se acercó despacio hacia ella. Alzó un dedo en lo alto y, extrañado por sus propios actos, acarició con lentitud las lágrimas que se escurrían por su rostro. Incluso llorando estaba guapa, ¿era eso posible? Probablemente influía lo que sentía por ella.   

—No llores —le susurró—. Llorar… está mal.  

 —¿Quién te ha dicho algo así? —Lali encontró sus ojos verdes e intentó que no le temblase el labio inferior al hablar.   

—Mi padre —contestó, hablando muy bajito—. No hay que llorar, ¿por qué lo haces?

 Lali respiró hondo. Tenía mocos y agradeció que Peter se sacase un pañuelo limpio del bolsillo y le limpiase con delicadeza.  

 —¿No te da asco? —preguntó ella.

   —Un poquito. —Él le sonrió—. Pero después de mis propios mocos, los tuyos son los que menos asco me dan del mundo.

   —Oh, ¡qué bonito, Peter!  

 Lali le abrazó entre risas. Comenzó a llorar con más intensidad. Él procuró no caer hacia atrás, dado que Lali se había tirado sobre él con todas sus fuerzas, y ahora su piernas rodeaban la cintura de Peter y ya no había espacio entre los dos siquiera para respirar. Cerró los ojos, con el rostro escondido entre sus cabellos, y durante unos segundos creyó encontrarse en medio del océano, al vaivén de las olas relajantes. Despertó de aquel trance al escuchar de nuevo los sollozos de Lali.   

—Pero ¿por qué lloras?

   —Porque tengo miedo.

   —¿De qué tienes miedo? —preguntó, y besó con ternura su cuello.

   —De ti. 

Peter sintió un pequeño escalofrío recorrer todo su cuerpo.

   —Yo… no te haré daño.  

 —Eso dicen todos.

   Lali se separó un poco de él, rompiendo aquel abrazo, para poder mirarle fijamente.

   —Si engañaste a esa otra chica, ¿por qué no harías lo mismo conmigo?  

 —Porque no eres ella.

   —¿Eso es todo? 

  —El todo lo eres tú, Lali.

   Cerró los ojos y se calmó cuando los labios de ella rozaron despacio los suyos. Aguantó las ganas de sonreír para poder sentir plenamente el contacto de aquel beso. Lali besó después la punta de su nariz, sus mejillas, la frente y bajó por la barbilla hasta saborear delicadamente uno de sus hombros. Peter se estremeció y la abrazó más fuerte. Temía hacerle daño, temía presionar demasiado su cintura. Se concentró en escuchar la acelerada respiración de Lali. Empezaba a sentir que no podría quedarse quieto como una roca durante mucho más tiempo, así que acogió el rostro de Lali entre las manos y la obligó a mirarle.   

—Esta noche dormiré contigo —le dijo ella, sonriéndole.

   —¿Esta noche? —Peter torció el gesto—. ¿Por qué no ahora?   

—Son las dos del mediodía. —Lali ojeó confusa su reloj.   

—Podemos dormir… la siesta.   

No le dio tiempo a responder. Peter la tumbó sobre las mantas y cogió una de ellas, tapándoles a los dos. La abrazó y apoyó la cabeza en su pecho. Tiritó.   

—Lali, tengo frío.   

—Eres como un bebé.   

Lali rió y le frotó con una mano la espalda, infundiéndole calor. Peter sonrió agradecido ante sus mimos. Advirtió el resultado de la charla y su corazón palpitó alegre. Estaba perdonado.
   




Lali y Peter
  
 Escuchaba la voz de Lali lejana, como si ella se encontrara en un mundo paralelo. Sonrió tontamente.   

—¿No me has oído? ¡Son las seis de la tarde!   

Se hizo un ovillo bajo las mantas y, cuando la encontró junto a él, se abrazó a su cuerpo como si la vida le fuese en ello. Lali le dio un manotazo en el hombro y le sacudió con fuerza.   

—¿Piensas levantarte algún día o tengo que llamar a la grúa?   

Peter parpadeó repetidamente antes de conseguir abrir los ojos. Bostezó. Se incorporó despacio y ojeó el interior de la tienda de campaña. Ya había anochecido, la oscuridad lo invadía todo. Le dirigió a Lali una mirada afilada.   

—Gracias por romper el supuesto despertar romántico.   

—¡Vamos, Peter! Llevo diez minutos rogándote que despiertes de una vez por todas.  

 —¡Pero podría haber sido diferente! —Alzó las manos, consternado—. En vez de pegarme, que me hubieses traído la merienda en una bandeja quizá habría sido una buena idea.   

—¿Me has confundido con una de tus sirvientas o qué?   

Peter chasqueó la lengua, molesto. Se miró a sí mismo, tendido sobre las mantas, con los codos ligeramente apoyados en el suelo y el torso erguido. Movió un poco los pies, de lado a lado.   

—Lali, no quiero alarmarte… pero lo mejor será que dejemos la discusión para otro momento.   

—¿Qué te pasa ahora? —bufó.   

—Se me han dormido las piernas. —La miró apenado, dedicándole un gracioso puchero.   

Lali rió con ganas.   

—Puede que sea porque me he dormido encima de ti. —Sacudió una mano frente a su rostro, quitándole importancia al asunto—. Se te pasará en unos minutos. 

Peter frunció el ceño y se estremeció cuando empezó a notar un leve cosquilleo ascendiendo por las piernas.   

—¿Es que no había sitio en la tienda y tenías que dormir sobre mi cuerpo?   

—Tenía frío. —Lali se encogió de hombros.  

 —Yo también tenía frío, pero no por ello he intentado aplastarte.   

Ella sonrió tímidamente mientras el rostro de Peter se contorsionaba en extrañas muecas a cual más ridícula a causa del electrizante cosquilleo que se adueñaba de sus extremidades inferiores. Le apartó sin excesiva delicadeza algunos mechones que le caían alborotados por la frente y le dio un beso en la nariz.  

 —Eres tonto.

   —Qué halagador, cariño.   

Lali abrió mucho la boca y le señaló con el dedo índice. Peter dobló las rodillas, ya casi no tenía las piernas dormidas.   

—¡Me has llamado cariño! —explotó la joven.   

—¿Qué? —Peter la miró sin comprender—. No, claro que no.  

 —¡Acabas de decirlo!   

—Lo habrás soñado.  

 Lali se hizo a un lado, escaló por el cuerpo de él y se sentó sin reparos sobre sus piernas. Le pellizcó las mejillas mientras una pícara sonrisa curvaba sus labios.  

 —¿Te da vergüenza? No tiene nada de malo.   

Peter se señaló las piernas, sobre las que ella continuaba acomodada.   

—No has tenido suficiente con echarte la siesta encima de mí, ¿verdad?   

—Ahora no cambies de tema. —Acogió el rostro de Peter entre sus pequeñas manos—. ¡Me has llamado cariño! —repitió, emocionada.   

Peter tragó saliva despacio. Sí, era cierto. Lo había dicho sin pensar, pero jamás lo reconocería en voz alta. Al menos no delante de ella. Negó con la cabeza, sin dar su brazo a torcer. Intentó encontrar algún asunto importante que le hiciese olvidar el percance.   

—¿Y qué haremos con… lo nuestro? —preguntó, casi en susurros—. Yo me iré en apenas dos días.   

—Podremos vernos durante las vacaciones —meditó Lali—. Y quizá algún fin de semana si encontramos vuelos baratos de última hora.  

 Peter volvió a tragar saliva despacio. La abrazó. Rodeó con sus grandes manos la cintura de Lali y se pegó a ella todo lo que pudo. Intentó imaginar cómo serían sus días sin oler su cabello, sin verla reír, sin observar cómo fruncía el ceño cuando se enfadaba, sin gritarle ni insultarle…  

 —¿Me llamarás todos los días? —preguntó, y le dirigió una mirada suplicante. A ella comenzó a temblarle el labio inferior, y Peter advirtió que se avecinaba otra cascada de lágrimas—. No llores otra vez, por favor.   

—¡No estoy llorando! —gimoteó Lali, mientras algunas lágrimas ya se derramaban por sus mejillas.   

Él aguantó las ganas de reírse.  

 —Vamos a estar juntos —le susurró al oído. Lali se calmó poco a poco, con el rostro escondido en su pecho—. No importa la distancia; así, cuando nos veamos, tendremos más ganas de intentar matarnos el uno al otro —Sonrió al oír que ella empezaba a reír—, seguro que todo saldrá bien.   

Lali no quería pensar durante mucho tiempo en esa fatídica despedida. Decidieron pasar el resto de la tarde con el grupo de amigos, olvidando así sus próximos problemas. Cuando la humedad aumentó y el frío se tornó más punzante, encendieron una hoguera y se acomodaron alrededor. Y conforme las horas fueron pasando, ambos se quedaron a solas con Euge y Mery. Los demás ya estaban durmiendo; desgraciadamente ellos habían dormido una siesta demasiado larga como para volver a conciliar el sueño.  

 —Chicos, creo que nosotras nos vamos ya a descansar —comentó Mery. Se levantó y Euge también la imitó, mientras bostezaba.   

—Dulces sueños —murmuró Lali.   

Peter se acercó sigiloso a Lali para susurrarle al oído.   

—Dudo que la palabra «dulce» forme parte del vocabulario de Mery. Es probable que no te haya entendido.   

Ella le apartó dándole un pequeño empujón. Mery le dirigió una mirada asesina a Peter antes de echar a andar hacia su tienda de campaña. Entonces él recordó algo y llamó a Euge. Esta se acercó de nuevo a la hoguera.   

—¿Qué pasa?   

—Nico está solo… en su tienda… —le informó Peter. Sus ojos verdes brillaban malévolos bajo la fantasmagórica luz de las llamas.   

—¿Qué importa…? No tengo ninguna oportunidad —replicó Euge con fastidio.   

—¡Claro que sí! Le gustas, me lo ha dicho hoy… un pajarito —dijo Peter, y tanto Lali como Euge sonrieron emocionadas.  

 —¿En serio?   

—Totalmente. —Peter se llevó una mano al pecho, como si al señalarse el corazón sellase una especie de juramento.   

Euge se encaminó a paso rápido hacia la tienda de Nico, nerviosa y tambaleándose de vez en cuando. Lali y Peter se quedaron a solas.

   —¿Cómo es posible que mi hermano te lo dijese a ti antes que a mí?   

—Nico me adora, Lali. Acéptalo.   

Se ganó un segundo empujón. Tras un inofensivo forcejeo acompañado de algunas risas, Lali se levantó y le tendió una mano, instándole a que él también lo hiciese.   

—Quiero enseñarte algo.  

 —¿Ahora? —Peter frunció el ceño.   

—Sí. —Sonrió—. Seguro que te gusta. Sígueme.   

Lali se internó entre los frondosos árboles, y Peter, sin saber muy bien qué hacer, accedió a seguir sus pasos. Le asustaba que pudiesen perderse o, peor aún, que se topasen con algún animal peligroso. Ella apenas se giraba y se movía con agilidad sorteando los arbustos y las rocas que entorpecían el camino. A Peter le costaba algo más coger el ritmo, no estaba familiarizado con los espacios naturales abiertos.   

Tenía ganas de estar con Lali alrededor de la hoguera que habían dejado atrás. Era un fastidio que las chicas siempre terminasen arruinando sutilmente todos los momentos que el género masculino calificaba de «románticos». Para Peter, caminar por el bosque a media noche no era nada «romántico», tropezar con piedras una vez tras otra no era «romántico» y mancharse sus zapatos italianos de barro tampoco era algo «romántico».  

 Se sentía cansado, y se disponía a abrir la boca para empezar a protestar cuando Lali se giró hacia él con una enorme sonrisa en medio de la noche y le indicó que acababan de llegar. Apartó con una de sus pequeñas manos los arbustos que se extendían frente a ellos, mostrándole así el hermoso paisaje que se dibujaba ante sus ojos.   

Las estrellas brillaban intensamente como si un millar de faros iluminasen las rutas del cielo. La montaña donde ellos se encontraban parecía haber sido cortada por la mitad, de un modo limpio, dando pie a un vertiginoso acantilado que se recortaba entre la vegetación del lugar. Peter sonrió tontamente.   

—¿Esto no será una trampa para matarme y quedarte con mi seguro de vida, verdad? Recuerda que aún no estamos casados.  

 —Va, tonto, siéntate conmigo —pidió ella, que se acomodó en el suelo y extendió los brazos. Peter se dejó caer delante de Lali y ella le abrazó por detrás con suavidad—. ¿Ves? Te dije que te gustaría.

   —No me gusta. —Arrugó la nariz. 

  —Mientes.   

—Vale, solo me gusta un poquitín. —Peter se relajó y consiguió sonreír. Si alzaba la cabeza, Lali apoyaba la barbilla entre su pelo, y él podía contar las estrellas perfectamente desde esa posición.

   Recordó la primera vez que la besó de verdad, en medio de aquella horrible discoteca repleta de luces y ruido. También aquel día había contado las estrellas, en el parking, cuando no sabía qué más hacer o decir. Y le había sobrado cualquier palabra; se sentía bien así, en silencio, a su lado. Se marcharía a otro continente dos días después; aun así no tenía nada que decir. Suponía que en su relación con Lali siempre habían sobrado las palabras; solo las usaban para humillarse e insultarse, y en los buenos momentos dejaban paso al silencio, como si les abrigase y les meciese en un vals tranquilo.   

—Me gusta este sitio —admitió Peter.   

—Y a mí también. —Lali respiró hondo y su aliento le hizo cosquillas a Peter en la nuca—. Esta es la segunda vez que vengo a este lugar. La primera vez fue hace dos años, durante una de las acampadas que hacemos cada Navidad. También era de noche y no conseguía dormirme, así que salí de mi tienda y comencé a caminar hasta llegar a este acantilado.   

Peter se giró sorprendido.  

 —Tú no temes morir, ¿verdad?   

—Chist, déjame terminar —pidió ella—. La cuestión es que ese día me sentía triste y sola, y me preguntaba si algún día lograría encontrar a mi alma gemela. Me prometí a mí misma que si lo lograba le traería a este sitio.   

—Oooh. —Peter la miró con ternura, pero no pudo evitar reír. Lali frunció el ceño y él le dio un beso en la frente—. No te enfades, es la historia más bonita que jamás he vivido: la nuestra.   

Lali sonrió y le pidió a Peter que se pusiera de pie.   

—Pero aún hay más —le dijo—. Quiero enseñarte otra cosa.   

Lali se encaminó hacia el árbol más cercano e inspeccionó su corteza. Peter la observó preguntándose qué estaría buscando.  

 —¡Aquí está! —gritó ella, y frotó con la manga de su chaqueta una zona del tronco—. Acércate, Peter.   

Peter distinguió unas letras talladas en el árbol, que decían: «Lali y».   

—Cuando lo escribí no había nadie que me complementase, no encontré ningún nombre que pudiese acompañar al mío. —Sonrió—. Pero ahora sí.   

Lali le dio a Peter una piedra y él comenzó a rasgar la corteza de madera con la punta, en silencio. Ella contempló satisfecha cómo el nombre de Peter se iba dibujando lentamente bajo el suyo. Cuando él terminó, se giró y la besó.   

—Me ha gustado mucho… venir aquí contigo —le susurró al oído.   
—Lo sé.  

 Y cogidos de la mano caminaron por el bosque y regresaron a la zona de acampada. Durmieron juntos, con la certeza de que solo les quedaban dos noches más por delante y a sabiendas de que el tiempo no se detiene nunca.   


Estamos en la recta final!! que lindo cap no creen? les dije que se morirían de amor y risa 

Pd: LAS QUIERO Y COMENTEN

6 comentarios:

  1. Peter y sus piernas casi cargan un momento romántico, me encanta la hermandad marihuanera

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  2. Son un amor...qe mal qe peter tenga qe irse ..subi mas capitulos genia besos !

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  3. Me encantó!!! subí másss por fis

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  4. Jajaja como me hizo reír los últimos capítulos subí más!

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  5. Cuándo subís más??? esta geniaaal

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  6. Chicas mañana maratón de los últimos caps de la nove mas la sinopsis de la nueva ...lamento el retraso ..y bienvenidas chicas

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