lunes, 17 de agosto de 2015

capitulo 5,6,7,8 y 9




—¿Qué? ¿Quién?
—Está soltero. Pablo es libre. —Negué con la cabeza como si aún no pudiera creerlo.
Sus ojos se agrandaron.
 —Euge, ¡ven aquí! ¡Rápido!
Euge apareció secándose el cabello con una toalla.
 —¿Qué pasa?
—Pablo está soltero —explicó Ruchi
—¡Cállate! ¿No hay más Mery?



Asentí.
—Bueno. Ahora es tu oportunidad. —Rochi cayó a mi lado en la cama—. ¿Cuál es el plan?
Parpadeé y estiré una mano sin hacer nada.
 —No lo tengo. —
El plan era que se enamorara de mí. Ese era el sueño. Eso es lo que pasa en las novelas de romance. De alguna forma. De cualquier manera. Se suponía que pasaría eso. Nunca supe cómo sucedería. Solo que lo haría.
—¿Qué debería hacer? —Las miré, indefensa—. ¿Conducir hasta su apartamento, tocar a la puerta y declararme?
Euge inclinó la cabeza hacia un lado.
 —Um, Voy a ir con un no.
—Sí. Demasiado lejos. —Rochi asintió como si hubiera hecho posible la sugerencia—. No hay el suficiente misterio. A los hombres les gusta un poco de persecución.
Euge giró los ojos y espetó
—:Eso viniendo de ti.
Rochi pareció ofendida.
—Oye, sé cómo jugar el juego. Cuando quiero que me persigan, lo hacen.
Eso era todo. No sabía cómo jugar el juego. Ni qué hacer para atraer a un chico. No coqueteaba. No salía. No iba con chicos al azar como otras chicas.
Metí la cabeza entre mis manos. ¿Por qué no lo había pensado antes? Un poco de experiencia bajo mi cinturón para ayudarme con Pablo. Estaba muy segura de que era una mala besadora. Al menos eso era lo que Maximo Recca le dijo a todos en secundaria después de que fuéramos a la parte de detrás de la cafetería. Bueno, si un beso y un rápido toqueteo a tientas debajo de mi suéter antes de que alejara su mano se considera enrollarse.
—No sé cómo jugar el juego —confesé—. ¿Cómo voy a atraer a Pablo? Ni siquiera he besado desde la secundaria. —Levanté un dedo y miré a mis dos amigas desesperadamente—. Y solo a un chico. He besado a uno.
Mis dos compañeras de cuarto me miraron.
—¿Un chico? —Euge hizo eco después de lo que se sintió el silencio más largo del mundo.
—Trágico. —Rochi agitó la cabeza como si yo acabara de citar algún tipo de estadística mundial del hambre. Chasqueó los dedos, sonriendo brillantemente—. Pero nada que no podamos arreglar.
Fruncí el ceño.
 —¿A qué te refieres?
—Todo lo que necesitas es un poco de experiencia.
Mis ojos se abrieron. Rochi había dicho eso de forma tan simple, y supongo que para ella lo era. No carecía de confianza ni de admiradores.
—Vas a salir con nosotras esta noche —anunció Euge, poniendo sus ojos en Rochi. Asintieron a la otra como llegando a un acuerdo sin palabras.
—Sí, lo harás. Y vas a besar a alguien. —Rochi se levantó y me miró, sus manos se apoyaron en sus delgadas caderas—. Algún tipo caliente que sepa lo que hace.
—¿Qué? —Parpadeé rápidamente—. No creo que besar a alguien al azar…
—Oh, no a cualquiera. Necesitas a un profesional.
Mi boca se abrió. Me tomó un momento recuperar mi voz
. —¿Un prostituto?
Rochi golpeó mi hombro
. —Oh, sé seria, Lali. ¡No! Estoy hablando de un chico con una reputación bien ganada. Un buen besador. Alguien que, ya sabes… te enseñe el juego previo.
La miré inquieta.
 —¿Quién?
—Bueno. Lo estuve observando yo misma anoche, pero me aparté por una buena causa. Puedes tenerlo.
—¿Tener a quién?
—El chico del bar de Mulvaney. Daky, la del final del pasillo, salió con él la semana pasada. Dani, también. Dicen que es caliente a nivel moja-tus-pantalones.
Euge asintió, sus ojos llenos de concordancia.
 —También he escuchado a algunas chicas de mi clase de filosofía hablar de él.
—Entonces, ¿qué? Se supone que solo entre en Mulvaney y me acerque a algún prostituto que atiende el bar y diga: “Oye, ¿te besarías conmigo, por favor?”
—No, tonta. Solo ponte disponible. Es un chico. El cogerá el cebo. —Rochi curvó las cejas—. Juego de palabras.
—Alto. —Le lancé una almohada, riendo miserablemente—. No puedo hacer eso.
—¿Por qué no simplemente sales con nosotras? —me engatusó Euge—. No tienes que hacer nada que no quieras. No hay presión.
Me quedé boquiabierta ante Euge. Casi esperaba ese plan descabellado de Rochi, pero Euge era la estable. Práctica y conservadora.
—Pero —Rochi levantó uno solo de sus delgados dedos—, si sacamos a este chico del bar y te gusta lo que ves, puedes decir hola. No hay nada malo en eso, ¿cierto?
Me encogí de hombros, desinteresada.
 —Sí. Supongo. —Mirando a mis dos amigas, me sentí caer en su persuasión—. Bien. Iré. Pero no prometo salir con nadie.
Rochi se levantó y aplaudió. —¡Genial! Y solo promete mantener la mente abierta.
Asentí en acuerdo. No había estragos con eso. Al menos podría observar la forma en que todos interactuaban. Los bares son un gran mercado de carne. Tal vez podría aprender qué hacer y qué no. Observar las cosas a las que responden los chicos. Podrían no ser solo faldas cortas y enormes pechos.
Era una psicóloga experta. Estudiar la naturaleza humana era lo que hacía. Esta noche solo necesitaba pretender que Mulvaney era una gran cápsula de petri. Como los científicos antes de mí observaría y aprendería. Y a lo mejor tener algo de diversión en el proceso. Después de todo, ¿quién dice que aprender tiene que ser aburrido?





Existían varias cosas —bien, un montón de ellas— que permanecían inciertas para mí. La ubicación exacta de mi madre, si prefería tocino o salchicha canadiense en mi pizza, y qué haría exactamente después de terminarla universidad con un título en psicología.
Pero de lo que nunca dudé en mi mente era de que quería ser parte de la familia Martinez. Quería casarme con Pablo Martinez.



Quería pertenecer a la familia que me ofreció consuelo al crecer. Los Martinez eran todo lo que una familia debería ser. Amorosos. Solidarios. Se sentaban a la mesa para la cena cada noche y hablaban de su día. Jugaban al Monopoly juntos y tenían fiestas en la piscina. Compartían más que una casa. Compartían sus vidas. Eran todo lo que nunca tuve.
Antes de vivir con mi abuelita, mi vida transcurrió en una serie de habitaciones de motel. Recordaba vagamente una casa con un columpio en el patio trasero. Cuando mi padre vivía. Lo recordaba de pie junto una parrilla con un montón de gente a su alrededor. Era cuatro de julio. Había fuegos artificiales, y yo me encontraba pegajosa por el jugo helado. Pero eso era todo lo que tenía. El único recuerdo de un tiempo que no se llenaba de los sonidos de mamá llorando mientras algún tipo la golpeaba, escuchando a través de las delgadas paredes del cuarto de baño o del armario en el que me escondí.
Los Martinez asistían juntos a la iglesia. Enviaban tarjetas de Navidad con fotos de los cinco junto al perro delante de un enorme árbol de tres metros. Desde que Cande me llevó a su casa en séptimo grado y puede ver cómo era su vida, y desde que conocí a Pablo , supe que quería ser una de ellos.
—¿Segura de que no quieres regresar y cambiarte? Puedes tomar prestado algo de mi ropa.
La sugerencia de Rochi me sacó de mis pensamientos.
—Mi dedo gordo del pie no podría ni encajar en uno de tus vaqueros.

Me rodó los ojos al tiempo que nos abríamos camino a través de la gran cantidad de grava.
Mulvaney era una institución local que atendía a lugareños y estudiantes universitarios por igual, pero eso no quería decir que hubiera estado allí antes. Bares… el olor a alcohol, las voces ruidosas de los borrachos, me recordaba demasiado a mamá. Rochi y Euge  me arrastraron a Freemont’s en una ocasión, pero sólo fuimos porque era el cumpleaños de Rochi.
Había dos entradas. Al ingresar por la parte trasera, pasamos junto a las personas en la cola de la barra de alimentos. El aroma a comida frita llenó mi nariz.
Rochi señaló la pizarra por encima del mostrador.
—A la una de la mañana no hay nada mejor que las bolas de macarrones fritas. Tendremos que conseguir un poco antes de irnos.
Asentí, tentada de preguntar por qué no nos limitábamos a hacer eso ahora, pero Euge me lanzó una mirada de reproche, advirtiéndome que ni siquiera lo sugiriera. Enlazando su brazo con el mío, me condujo hasta una rampa de madera que daba a la sala principal. Una larga barra se extendía contra la pared izquierda. El lugar se hallaba lleno. No había suficientes mesas alrededor, por lo que al menos un centenar de personas se distribuían por la habitación, con sus bebidas en las manos, sus voces provocando un ruido ensordecedor que rivalizaba con la música que se reproducía a todo volumen por los altavoces.
Nos desplazamos en fila, tomadas de las manos, al tiempo que nos exprimíamos avanzando entre las personas. Terminé en el medio, debido a un deliberado movimiento realizado por Rochi y Euge, puedo decir. Algunos chicos intentaron hablarnos, cuando nos abríamos paso entre la multitud. Rochi sonreía, devolviéndoles el saludo a algunos de ellos.
—Hola, Roja —me gritó uno, ubicándose entre Rochi y yo. Tuve que bajar la mirada para mirarlo. Apenas me llegaba a la barbilla.
Empezaba a balbucear un hola cuando Rochi retrocedió y lo miró desde arriba.
 —¿Roja? ¿En serio? Pierdes puntos por originalidad. Vamos, Lali. —Le dio un tirón a mi muñeca, llevándome con ella—. Sí. Apenas cinco minutos aquí y ya tienes pegue.
Hice rodar los ojos.
—Él no es lo que buscamos, pero no te preocupes. La noche aún es joven. Aún no lo hemos encontrado. —Rochi señaló la barra—. ¿Por qué no nos traes una jarra? Conseguiré una mesa.
Estiré la cabeza para mirar alrededor.
 —¿Cómo lograrás encontrar una mesa en este zoológico?
Rochi me dedicó una mirada insultada.
 —Oh, tendremos una mesa. Déjamelo a mí.
—Toma. —Euge me metió un poco de dinero en la mano—. La primera jarra va por mí.
—Y la única. No necesitamos comprar nuestras bebidas. —Rochi sacudió la cabeza como si las dos tuviéramos mucho que aprender y me hizo un gesto para que me dirigiera a la barra—. Adelante. Y mientras estás allí mantén un ojo en ya sabes quién.
Vi como desaparecían en medio de la multitud, convencida ahora de que todo el punto de enviarme a la barra era que entrara en el radar del importante camarero que veníamos a buscar. Caminé entre la multitud, avanzando dificultosamente entre las personas hasta colocarme en la cola, detrás de un par de chicas risueñas.
—Sí, ese es él —le dijo una rubia decolorada a su amiga—. Lydia dijo que era ardiente, pero Dios mío… eso es quedarse corto.
Su amiga se abanicó. —Si él perdió el tiempo con Lydia, va a pensar que se ganó la lotería con nosotras.
¿Quién habla de sí misma de esa manera? No pude evitarlo. Se me escapó una risa. Me tapé la boca con una mano.
La chica de cabello oscuro me miró por encima de su hombro. Rápidamente dejé caer mi mano y traté de parecer inocente, inclinando el cuello como si estuviera impaciente por pedir mis bebidas y no las escuchara.
La rubia le pegó en el brazo.
 —Eres tan mala, Gina.
Gina volvió la atención a su amiga.
—Bueno, espero llegar a ser mala con él esta noche. Aquí hay dinero. —Agitó un billete de diez dólares, claramente tratando de ganarse la atención del camarero.
Negué con la cabeza, lamentando cada una de las veces que juzgué a Rochi por su falta de inhibición. En comparación con estas dos, ella era una niña exploradora. Era evidente que discutían sobre mi camarero. Espera. ¿Cuándo llegó a ser mío? Hice una mueca. De acuerdo a lo que oí, pertenecía a todas las mujeres que pasaron por las puertas de Mulvaney.
Me recordé a mí misma que no me enrollaría con nadie esta noche… especialmente no con un camarero con la reputación de intercambiar genes con toda la población femenina de Dartford. Gracias,pero no. No podía imaginarme con alguien tan poco selectivo. Tenía estándares. No existía ninguna manera de que pudiera contemplar pero no. No podía imaginarme con alguien tan poco selectivo. Tenía estándares. No existía ninguna manera de que pudiera contemplar





conectar un poco con alguien así. Incluso si me permitiera obtener algo de la experiencia que necesitaba para ganarme a Pablo.
Y entonces lo vi.
El aire se congeló en mis pulmones. Dio un paso delante de las dos chicas, apoyando los brazos sobre la barra. Oí su voz, grave y profunda, sobre el zumbido constante del bar.
 —¿Qué puedo hacer por ustedes?



Me quedé boquiabierta, incapaz de parpadear. Tenía una vista sin obstáculos de él entre las chicas. La sangre se agolpó en mis oídos, y de repente regresé a la noche anterior y me hallé en la solitaria carretera nacional, el humo acre de mi coche sobrecalentado me llenaba la nariz mientras miraba su familiar cara. Ese cabello rubio oscuro cortado al ras de su cabeza. El cuerpo alto y delgado que se inclinó sobre el motor de mi coche hace menos de veinticuatro horas. Podía verlo con más claridad ahora, pero no me equivoqué en mi evaluación inicial. Era caliente. Con mandíbula cuadrada y fuerte. Rasgos esculpidos en mármol. Tenía un atisbo de sombra de barba en el rostro, y sus ojos eran muy penetrantes, de un azul que parecía casi plateado.
Se veía apenas unos años mayor que yo. Podía verlo ahora. Probablemente era la forma en que se mostraba. Experimentado. Capaz. Llevaba una camiseta de algodón muy gastado con la palabra MULVANEY extendida por encima de uno de sus impresionantes pectorales. Vagamente me pregunté si su camisa se sentía tan suave como parecía. Si su pecho era tan sólido.
Las muchachas reían como niñas de secundaria ahora. También sorprendidas. Sentí como si alguien me diera un puñetazo. Mi salvador. Mi camarero. El prostituto de Mulvaney. Todos eran uno solo.
—¿Qué puedo hacer por ustedes? —repitió.
—¿Qué tienes de bueno? —Gina apoyó los codos en la barra, sin dudar en mostrarle algo de su escote.
Él recitó las diversas cervezas de barril, como probablemente tuvo que hacer cientos de veces antes. Su mirada se deslizó a lo largo de la barra al hablar, evaluando a la multitud.
—Hmm. ¿Cuál es tu favorita? —preguntó Gina.
Sacudiendo la cabeza, volvió a mirarla.
 —Mira, volveré cuando te hayas decido. —Sus ojos viajaron de ellas a mí.
—¿Qué quieres tomar?
Mi boca se abrió, sorprendida de que se dirigiera a mí, y de que las rechazara con tanta facilidad. Sólo así. Y nada menos que cuando coqueteaban con él.

Sus ojos se estrecharon con reconocimiento.
 —Hola, tú. —Asintió ligeramente en mi dirección—. ¿Cómo está el auto?
Antes de que pudiera responder, Gina me lanzó una mirada fulminante y luego lo enfrentó. Le agitó su dinero en el rostro.
—Disculpa. Nosotras llegamos primero.
Suspirando, volvió a mirarlas, su expresión era una mezcla de fastidio y aburrimiento.
 —Entonces ordena ya.
Ella se echó su cabello oscuro por encima del hombro.
—Olvídalo. El servicio aquí apesta. Iremos a otro lugar. —Girándose, me empujaron al pasar.
Ni siquiera las observó partir. Con su mirada fija en mí, se encogió de hombros y me dedicó una media sonrisa que me provocó un vuelco en el estómago. Me acerqué a la barra, tratando de parecer confiada. Como si fuera a bares todo el tiempo.
Apoyó las manos en el borde de esta, inclinándose un poco hacia delante.
 —Ahora, ¿qué puedo hacer por ti? —Su tono era decididamente más amistoso que el que usó al hablar con las otras chicas, y el calor invadió mi cara. Seguramente era sólo porque de alguna manera nos conocíamos, pero aun así me hizo sentir especial. Destacada.
Bajé la vista, mirándole los brazos. Sus músculos apretados. Un tatuaje asomaba por debajo de la manga y se arrastraba hasta el bíceps y el bronceado antebrazo, deteniéndose en la muñeca. Se veía como una especie de intrincada ala con plumas. Me hubiera gustado estudiarlo más a fondo, pero ya sabía que me lo comía con la mirada, y todavía no contestaba a su pregunta.
—Umm. Una jarra de Sam Adams. —Sabía que a Rochi le gustaban las cervezas.
—¿Identificación?
—Oh. —Busqué la identificación falsa que Rochi me dio el año pasado, en la única ocasión en que me arrastró a Freemont’s.
La miró y luego volvió a mirar mi cara. Se le dibujó un esbozo de sonrisa en los labios.
 —¿Veinticuatro?
Asentí, pero mi cara pasó de estar caliente a arder.
—Supongo que simplemente tienes una de esas caras de bebé. —No esperó una respuesta. Sin dejar de sonreír débilmente, se apartó.
Mis ojos se sintieron atraídos por su amplia espalda. Su camiseta abrazaba la musculosa extensión. Llevaba unos vaqueros gastados, y labvista desde la parte trasera era casi tan bonita como la delantera. De la nada, el bar se sentía caluroso.
Dejó la jarra llena y una pila de vasos delante de mí.
—Gracias. —Le entregué el dinero. Lo tomó y se movió a la caja registradora.
En el momento en que se fue, traté de pensar en algo que decir. Algo lindo y atractivo. Cualquier cosa que pudiera sacar adelante nuestra conversación. No me detuve a considerar por qué. O por qué de repente ya no era tan reacia a la idea de hablarle. De coquetear con él. Coquetear.
Mi garganta se cerró, presa del pánico ante la perspectiva. ¿Cómo lo hacía Rochi? Hacía que coquetear pareciera tan fácil.
Regresó con mi cambio.
—Gracias —murmuré, dejando caer dinero en el bote de propinas.
—Cuídate.
Levanté la mirada, pero ya se había marchado, avanzando al próximo cliente. Vacilé, observándolo. Negando con la cabeza, me recordé no comérmelo con la mirada. Colocándome los vasos debajo de un brazo, sostuve la jarra con dos manos y me zambullí de nuevo en la multitud. Solo que no di dos pasos antes de que alguien tropezara conmigo. La jarra voló de mis manos, dando vueltas en medio de los cuerpos, derramando cerveza por todos lados. Las personas se quejaron, secando inútilmente sus atuendos empapados.
—¡Lo siento! —me disculpé, ante sus rostros ardientes, agradecida de que al menos me las arreglé de algún modo para permanecer seca.
Inclinándome, recuperé la jarra de plástico del piso de madera, justo cuando mi teléfono empezaba a vibrar múltiples veces en una rápida sucesión.
Lo saqué de mi bolsillo y leí el mensaje.
Rochi: Encontré una mesa. ¿Todavía en la barra? ¿Lo viste?
Rodando los ojos, fijé la jarra vacía debajo de mi brazo y le contesté.
Yo: Sí. Sí.
Suspirando, me apretujé de nuevo hasta la parte delantera de la barra y dejé la jarra encima. Mi mirada lo buscó. Ahora les servía a los clientes un poco más al fondo de la barra, inclinando su esbelto cuerpo sobre el mostrador para escuchar mejor los pedidos. Esperé hasta que atrapó mi mirada. Me envío un asentimiento de reconocimiento. Asentí de regreso.




Mi teléfono vibró en mi mano otra vez. Bajé la mirada.
Rochi: Estás tardando mucho. Será mejor que estés ligando con él para que te tome tanto tiempo.
Resoplé y me encontraba en el proceso de contestarle cuando él llegó frente a mí. Asintió hacia la jarra. —Eso fue rápido.
—Sí. —Rápidamente me deslicé el teléfono en el bolsillo, casi como si temiera que viera los mensajes sobre de él. Sonreí lánguidamente—. No llegué a los tres metros.
—Ah. —Asintió comprendiendo, y apoyó las manos sobre la barra de nuevo. El movimiento ajustó la camisa sobre su pecho y tiró de ella contra sus hombros
—. Te dejaré saber un secreto. Las chicas buenas son comidas vivas en sitios como estos.



Lo miré por un momento, asimilado sus palabras. Me humedecí los labios, alcanzando el fondo de mi interior, en donde residía alguna reserva de instintos femeninos.
 —Tal vez no soy tan buena.
Entonces se rio, un pequeño y profundo sonido que envió las ondas de un torbellino a través de mí. Mi rostro se sonrojó. Sonriendo vacilantemente, insegura de si su risa era algo bueno o malo.
—Dulzura, tienes “chica buena” escrito completamente sobre ti.
El “dulzura” hizo que mi estómago revoloteara. Hasta que asimilé el resto de sus palabras. Tienes “chica buena” escrito completamente sobre ti. Fruncí el ceño. Las chicas buenas no se ganaban al chico. La ex novia de Pablo apareció en mi mente. Nadie la acusaría de ser una chica buena. Era sexy, con un brillante cabello rubio de surfista y ropa de diseñador que mostraba su cuerpo. Sofisticada. No el tipo de chica de al lado en absoluto. No como yo.
—Podrías sorprenderte —fingí.
—Sí. —Asintió, su mirada vagando sobre mí, y repentinamente deseé haber vestido algo además de un suéter sin forma—. Podría.
Obligué a mis labios a cerrarse para contenerme de discutir con él. Pensaba que era una chica buena porque así era como lucía. No lo haría cambiar de parecer con palabras. Esas eran el tipo de cosas que uno demostraba.
Flexionó su brazo y le dio un golpecito a su codo
. —Usa tus codos para poder pasar por ahí.
Se alejó y llenó otra jarra. La colocó frente a mí. Busqué torpemente el dinero en el pequeño bolso sujeto con una correa a través de mi pecho.
Se pasó una mano por el cabello.
 —No te preocupes por ello.
—¿En serio? Gracias.
Señaló la sala principal.
 —Sólo recuerda usar tus codos, Chica Buena.
Con esa línea de despedida, se movió por la barra hacia el próximo cliente. Permanecí ahí y lo miré por un instante, contemplando nuestro intercambio. Chica Buena. Hizo eco a través de mi cabeza. Fantástico. Eso era lo que pensaba de mí. Sin nombre. Simplemente eso.
Alguien me codeó para que saliera del camino. Volviéndome, maniobré de nuevo a través de la multitud, siguiendo su consejo y utilizando mis codos. Me consiguió miradas, pero funcionó.
—¡Lali! ¡Por aquí! —Rochi hizo un gesto salvaje desde una mesa.
Dos chicos ya ocupaban la mesa. Algo me dijo que la obtuvieron primero. Media jarra de cerveza descansaba en el medio. Rochi y Euge bebían sin duda de vasos que eran cortesía de sus compañeros de mesa.
—Chicos, esta es Lali. —Palmeó el brazo del muchacho a su lado—. Troy, sé un caballero. Déjala sentarse.
—Es Travis. —Se puso de pie e hizo un ademán hacia su asiento.
Dejándome caer en la silla, dejé la jarra al lado de la otra.
—Bueno. —Rochi se acercó más—. ¿Cómo de ardiente es?
Llené un vaso y tomé un profundo trago, repentinamente sintiendo como si necesitara la fortificación, incluso si no era fan de esas cosas. Tomando un respiro, respondí
—: Ardiente.
—¿Hablaste con él?
Encogí un hombro, guardando para mí por alguna razón que él fue el chico que me ayudó con el coche anoche. Eso podría llevarme a explicar que acababa de apodarme “Chica Buena”. Me volví a retorcer dolorosamente por eso. También podría haberme apodado “indeseable” o “leprosa”.
—Ordené cerveza —ofrecí.
—Ugh, ¿eso es todo? Bueno, hay un montón de peces en el agua. —Señaló a nuestro alrededor—. Te encontraremos a alguien que perfeccione tus habilidades.
Mi mirada escudriñó el mar de personas, incluyendo a los dos chicos en nuestra mesa. El que me entregó su silla ahora estaba acuclillado, sentado en un casco de motocicleta. Observaba a Rochi prestando atención como si de hecho fuera un participante en nuestra conversación.

Mientras tanto, su amigo trabajaba para impresionar a Euge. No podía imaginar un esfuerzo más inútil que ese. Tuvo que decirle que tenía novio. Euge era así. No les daba falsas esperanzas a los chicos.
—¿Buscando mejorar tus habilidades? —repitió Travis—. Puedo ayudarte con eso.
—Calma, chico. —Rochi golpeó su brazo y pude leer su mensaje oculto incluso si era demasiado amable para decirle las palabras: No eres lo que buscamos.
—De hecho no hablaba de mí. Sino sobre el club manía.
—¿Club manía? —Pardeé.
—Sí. Todos hablan sobre él.
—Guau, espera un minuto. ¿Dijiste “club manía”? —Rochi extendió una mano—. No creo que todos hablen sobre él. Yo ni lo he escuchado.
—Es sólo con invitación. Los miembros son pocos y selectos.
Ella ladeó la cabeza y le dedicó una mirada intencionada.
 —Y de nuevo, no he escuchado sobre él.
Sonreí. Los ojos azules de Rochi me detuvieron. Rápidamente me cubrí los labios, tratando de ocultar mi diversión. Obviamente se sintió despreciada por escuchar sobre esto ahora.
—¿Qué es un club manía? —preguntó Euge, y las palabras en sí mismas parecían extrañas emergiendo con su acento de Alabama.
—Ya sabes —ofreció el amigo de Travis—. Es tal como suena. Un club para personas a las que les gustan sus cosas fuera de la caja, ¿sabes? —Dibujó una pequeña caja en el aire como si eso, de algún modo, lo explicara todo.
—Personas a las que les gustan sus cosas fuera de la caja —murmuré, mirando los rostros alrededor de la mesa—. Eso no ayuda. —Especialmente considerando que no sabía ni siquiera con certeza que todo estuviera dentro de la caja.
—La chica del apartamento de enfrente del mío es miembro —añadió Travis—. Ella me habló sobre él.
—¿Sí? —Los ojos de Rochi destellaron con interés—. ¿Qué le interesa?
Travis nos miró a las tres.
—Oh, le interesarían ustedes tres.
—¿Es lesbiana? —Rochi parecía poco impresionada—. ¿Qué tan fuera de la caja es eso?
—Dije que estaría con las tres.
Nos miramos por un largo rato. Y después Rochi hizo un sonido de ahh y Euge asintió, comprendiendo. Yo todavía miraba sin entender.
Travis rio ante mi expresión.
 —Ustedes tres… juntas. Todas a la vez.
—Oh. —Mis mejillas ardieron.
Travis rio.
—Tu expresión no tiene precio.
—Club manía, ¿eh? —Rochi me miró toda pensativa—. Definitivamente aprenderías una cosa o dos si visitaras…
—Olvídalo —la corté—. Una cosa es coquetear por ahí con un camarero y… —Mi mirada se movió hasta los dos chicos escuchando atentamente. De repente me sentí avergonzada. De todos modos, seguí adelante—… y otra pensar en hacer otras cosas. No necesito zambullirme en el libertinaje.
Travis golpeó la mesa, riendo de nuevo. Ondeó la mano en mi dirección.
 —¿Dónde la encontraste? Grita “nunca he estado debajo”.
Rochi pateó el casco de Travis por debajo de él. Se desplomó sobre el suelo de madera. Ella asintió hacia la habitación.
 —Piérdete.
Travis se puso de pie, sacudiéndose. —Lo siento. Sólo bromeaba. —Miró a su amigo—. Vamos, hombre.
Los dos se desvanecieron en la multitud. Por un momento, las tres nos sentamos ahí, en silencio.
—No escuches a ese idiota —murmuró Rochi por fin.
Me encogí de hombros porque no me molestaba. En serio, ¿qué importaba lo que algún imbécil pensara de mí? Incluso si su valoración parecía coincidir con la opinión que el camarero tenía de mí. “Chica buena” y “nunca ha estado debajo” parecían ir de la mano, después de todo.
Honestamente, no me molestaba ser virgen. Lo que me molestaba era ser invisible para el sexo opuesto. Y hasta que me volviera visible, ¿cómo iba Pablo a notarme alguna vez?
Tomé un sorbo de mi vaso y paseé la mirada por la habitación, evaluando a la multitud. Había chicas hermosas por todos lados, riendo, hablando, ondeando su cabello en el aire con movimientos suaves y sueltos. Nunca me había sentido tan apartada de mi lugar como lo hacía en ese minuto. Cualquiera de esas chicas tenía una mejor oportunidad con Pablo que yo. Todo porque no temían perseguir lo que querían. Todo porque sabían cómo hablar, cómo actuar, cómo ser en torno a los chicos.




Y no necesitaban un club manía que las educara. Si ellas lo descubrieron, yo también podría.
Mi mirada regresó rápidamente a mis amigas, la determinación corriendo a través de mí.
 —Muy bien.
Rochi ladeó la cabeza.
 —Muy bien… ¿qué?
—Hagamos esto —anuncié—. Tomaré cualquier consejo que me den. Ligaré y usaré cualquier atuendo que escojan.



Rochi reaccionó, sentándose atenta y derecha en su silla. 
—¿Es en serio?
Euge parecía desconcertada. 
—¿Segura, Lali?
Asentí y tomé otro trago, encogiéndome ante el amargo sabor.
 —Sí. Juego previo. Quiero aprender. —Necesitaba hacerlo.
Rochi aplaudió y miró por la habitación. 
—¡Sííí! De acuerdo. Veamos. A quién deberíamos…
—No. —Extendí un dedo—. Si voy a hacer esto no será con algún chico inútil que probablemente no es mejor besando de lo que lo soy yo. —Centré mi mirada en cada una de mis amigas—. Como hablamos más temprano, quiero a alguien que sepa lo que hace. —Tomé una respiración profunda, una imagen llenando mi mente—. Quiero al camarero.
Rochi sonrió lentamente, asintiendo con aprobación. —Muy bien, entonces. Será el camarero.

Nada sucedió esa noche.
Una cosa es decidir acercarse a un chico, y otra muy diferente es levantarse y hacerlo sin mirar atrás. Ya lo había visto rechazar a dos chicas que se le lanzaron encima.
Evidentemente, era más discriminatorio de lo que implicaban los rumores. No quería ser rechazada. Una vez que eso sucediera, nunca tendría otra oportunidad, y por alguna razón había fijado mi vista en él. Quizá era el hecho de que me había ayudado esa noche en que mi auto murió. ¿A quién no le encantaba un caballero de brillante armadura? O quizá, simplemente era que me había llamado “niña buena,” y yo me había empecinado en ser mala. Tal vez sólo quería que se comiera sus palabras.
Todas decidimos irnos a casa y regresar armadas con algún plan. O al menos un atuendo mejor.
En realidad pude levantarme a tiempo para mi clase en la mañana. Los suaves ronquidos de Rochi se escuchaban al otro lado de la puerta, lo cual me decía que no lograría llegar a su primera clase. Y la siempre segura Euge ya se había levantado y marchado.
Caminé rápidamente por el campus, admirando las hojas cambiando de color y disfrutando de la frescura del aire en Nueva Inglaterra mientras caminaba. Apenas había comenzado la primavera, y cada tono de naranja, rojo y amarillo ya se encontraba adornando el ambiente. La baja temperatura de anoche aún me hacía morderme las mejillas. Y puede que incluso hiciese más frío pronto. Cuando fuera a Pennsylvania para Acción de Gracias, tendría que regresar con más suéteres.
Me senté en botánica a tomar notas dentro del paquete de hojas que el profesor nos había entregado al comenzar el semestre. Después de clases, guardé todo y me levanté rápidamente para evitar el desastre que se hacía en la puerta para salir.

Me dirigí hacia Java Hot. Normalmente, tomaba un latte antes de clase, pero no tuve tiempo hoy. Al momento de entrar en la cafetería, me moría por un choque de cafeína. Me detuve en la cola para comprar, y un par de chicas con trajes de hermandad —suéteres a juego y pantalones de terciopelo— conversaban ruidosamente frente a mí sobre sus planes para el fin de semana.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y leí el mensaje de texto.

Rochi: ¡Un latte d kramelo xtra calient, porfa!
Aparentemente, ya se había levantado. Riéndome, le contesté:
Yo: ¿Qué harás x mí a cambio?
Rochi: T haré lucir tan ardient q tndrás q golpear con un palo al camarero sexy para podr quitártelo d encima.
Me reí disimuladamente y contesté:
Yo: ¿¿¿Porq me asusta eso???
Rochi: Porq tiens miedo d lucir bn y obtenr lo q quiers
Yo: No es cierto
Rochi: Es muy cierto
—¡Hola, Lali! —Las palabras besaron mi mejilla en una pequeña ráfaga de aliento.
Me giré, y mi mirada chocó contra el blanco de todos mis deseos frustrados. Mi corazón se infló dentro de mi pecho.
—Hola, Pablo. —¿Acaso mi voz sonaba así de chillona? Mi mirada lo recorrió, captándolo por completo de una vez. Su cabello color avellana, arreglado con cuidado para parecer ingeniosamente desordenado. Esos suaves ojos marrones. El hoyuelo en su mejilla.
Me dio un cálido abrazo. Un cálido y fraternal abrazo. De los que siempre me daba.
Alejándose, asintió hacia mi teléfono
. —¿Estás leyendo algo gracioso?
Guardé el teléfono en mi bolsillo.
 —No. Es sólo un mensaje de Rochi.
—Ah. —Apretó cariñosamente mi brazo debajo del suéter—. ¿Cómo has estado?
—Bien. —Asentí como respuesta, demasiado entusiasta, luego sentí como mi rostro se enrojecía de vergüenza. Con él siempre era así. Raro. Incómodo. Al menos, yo era así. Él siempre se encontraba tranquilo relajado y cómodo, mientras que yo era esa niñita de doce años a la que él intimidaba, a pesar de que siempre era agradable conmigo.
Se me quedó mirando durante un momento, antes de que yo añadiera
—: ¿Y tú? Es el último año.
Resistí la urgencia de cerrar los ojos en un parpadeo largo y lleno de angustia. Aparentemente sólo podía hablarle en fragmentos cortados.
—Sí. Ya voy llenando mis aplicaciones. Reduciendo mis primeras opciones.
—Guau. Eso es genial, Pablo.
—Sólo espero poder entrar en algún lugar, ¿sabes?
—Oh, estoy segura de que entrarás —solté.
Me indicó que avanzara en la fila. Las chicas de la hermandad ahora se encontraban ordenando.
Se encogió de hombros. 
—La competencia es dura, y cada programa tiene pocas vacantes. Sólo espera. Probablemente terminaré estudiando medicina en Uruguay.
Se rio y lo imité, segura de que bromeaba. Pablo había sido el primero en su clase de graduados. No había duda en mi mente de que terminaría en cualquier facultad de medicina a la que quisiera asistir.
—Ayer hablé con Cande.
—Sí. Ya están ensayando muchísimo para su producción de navidad.
Las palabras se hincharon dentro de mi garganta, y sorprendentemente, de algún modo encontraron la forma de salir de mis labios.
 —Escuché que tú y Mary terminaron.
—Sí —dijo con lentitud, frotando la parte posterior de su cuello. Probablemente era la primera vez que lo había visto lucir tan incómodo, e instantáneamente me arrepentí de haber hablado.
—¿Puedo ayudarte? —interrumpió la cajera. Mi atención se desvió a la chica del otro lado de la barra. Me acerqué y pedí mi orden. Su mirada voló hasta Pablo
—. ¿Qué hay de ti?
Moví mi mano. 
—Oh, no, no estamos juntos.
—No, yo me encargo, Lali —dijo, alcanzando su billetera—. Yo tomaré el tostado de la casa, mediano.
—Gracias —murmuré mientras nos movíamos para esperar nuestras bebidas. Pablo señaló un par de sillones libres.
—¿Quieres sentarte?






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