lunes, 17 de agosto de 2015

capitulo 10 , 11 y 12





—Seguro. —Asentí y me senté en uno de los reposabrazos, pasándome el bolso por encima de la cabeza para dejarlo en el suelo.
—Al parecer mi hermana no perdió mucho tiempo en extender la noticia.
Sacudí la cabeza. —
Lo lamento. No quise…
—Lali, no te preocupes. Estoy bromeando. Eres como de la familia. Por supuesto que Cande te lo contaría. —Sus labios se fruncieron—. A ti y a todos los demás en el hemisferio norte.



Familia. Fabuloso. Me veía como a otra hermana más. Dijeron nuestros nombres y él se levantó antes que yo, llegando a la barra en dos zancadas y regresando con las tres bebidas.
—Supongo que no puedes quedarte mucho —comentó al sentarse de nuevo—. El café de tu amiga se enfriará.
—Lo ordené extra caliente y tiene una tapa. Estará bien. —Y Rochi sacrificaría con gusto una bebida si significaba que yo tendría algo de tiempo a solas con Pablo .
—Bueno, sí. Decidimos salir con otras personas. Yo comenzaré pronto la escuela de medicina y a ella aún le queda otro año aquí. Simplemente tenía sentido. Es decir, la idea de vivir sin ella… no me mataba, ¿sabes? Y eso fue lo que me pregunté a mí mismo. ¿Puedo vivir mi vida sin ella? —Se encogió de hombros—. Me di cuenta de que sí.
—Nunca lo había escuchado desde esa perspectiva.
Hizo una mueca.
—Supongo que sueno como un monstruo.
—No —lo tranquilicé rápidamente—, creo que fue justo. Para ambos.
Asintió y tomó un sorbo de su bebida.
—Entonces —comencé, esperando no sonar demasiado obvia con mi siguiente pregunta—. ¿No te gustan las relaciones a larga distancia? —Después de todo, aún me quedaban dos años más aquí después de este, asumiendo poder terminar a tiempo. Esperaba que la chica correcta —yo— pudiese convencerlo de que el desafío de una relación a larga distancia valdría la pena.
—Oh, sí podría. Es decir, lo haría. Eso no fue algo determinante en la ruptura.
Sonreí, aliviada de que no se hubiese dado cuenta de las dobles intenciones tras mi pregunta. Aliviada de que no se hubiese dado cuenta de que intentaba pescar por mí misma.
Me devolvió esa encantadora sonrisa suya. Creo que su sonrisa era lo que más me atraía de él. Con todos sus avances, bien podría ser arrogante y creído, pero simplemente era bueno.
 —Pero para que eso suceda, tiene que ser correcto. Tiene que ser… especial, ¿sabes?
Asentí sin decir nada, con un puño apretando mi corazón. La esperanza me llenó por completo. Esa fe de que algún día levantaría la vista y me vería como ese alguien especial.
—Seguro. —Sorbí con cuidado mi latte caliente—. Lo entiendo.
Se recostó en su asiento.
 —Suficiente de mí. ¿Qué hay de ti? ¿Estás saliendo con alguien? —Me guiñó un ojo—. ¿Alguien al que deba supervisar, para cerciorarme de que te trate bien?
Mi rostro se enrojeció, y miré hacia mi vaso, jugueteando con el borde de la tapa.
 —No tienes que hacer eso.
No sabía si era algo bueno o malo que tomara una postura protectora. Si sus motivos eran más egoístas que altruistas, sería bueno. Desafortunadamente, siempre me había cuidado de la misma forma en que cuidaba a su hermana. Era dulce, pero sólo servía para resaltar su muy platónico interés por mí. Quería, necesitaba, que me viera como una chica de carne y hueso… alguien a quien protegería porque me quería para sí mismo.
—Y de todos modos, no hay nadie —añadí.
—Sí. Bueno, cuando conozcas a alguien, cerciórate de que te trate bien,Lali. Te lo mereces. —Su mirada se suavizó, pero no por las razones correctas. No porque me viera a mí. Sus aterciopelados ojos marrones no se suavizaron porque se encontrara abrumado de ternura porque estuviese sentada frente a él en este momento.
No. Al mirarme veía a la chica de doce años. Y lo mucho que apestaba mi mundo en ese momento —mi pasado. Un padre muerto. Una madre en Dios sabe dónde.
Crecer con una abuela en su comunidad de retiro se encontraba muy lejos de lo idílica que era su vida. Me tenía lástima.
—Bueno, supongo qu le llevaré a Rochi su café. —Con la garganta de pronto comprimida, me levanté, asegurando mi bolso a mí alrededor antes de tomar las bebidas de la mesita redonda frente a mí. Me siguió hasta la puerta, manteniéndola abierta para mí.
Saliendo detrás de mí, me dio un abrazo rápido, con cuidado de no derramar mis vasos.
—Fue bueno charlar contigo. Nos vemos, Lali.
—Sí, igualmente. —Mi brillante sonrisa se desvaneció cuando se giró. Lo observé moverse por la acera, combinándose con el tráfico de estudiantes.

Me mantuve allí, bloqueando la entrada de la cafetería hasta que ya no pude distinguir su espalda. Hasta perderlo de vista.
Todas las emociones, toda la desesperación que sentí anoche, surgieron otra vez en mi interior. Regresaron con mucha más fuerza. Sabía lo que tenía que hacer. Si quería que me mirara de forma diferente, sin nada de lástima, entonces, eso tenía que ser: diferente.




—Ahí está. —Rochi sacudió la cabeza—. No puedo creer que te lo dejé. Es tan malditamente caliente. —Ella me dio un codazo alentador y agitó una de sus cejas finamente arqueadas—. Será mejor que te lances sobre él, o voy a golpearte. No hay marcha atrás.
Estaba de pie a varios metros detrás de la barra, medio escondida detrás de Rochi mientras espiaba al camarero sin ser detectada. Sus palabras no me perturbaban.



 —Tú sabes que, independientemente, de su pequeño interés en mí, o su falta de interés, podría entrar en el juego.
Ella me miró nuevamente.
 —Estás bromeando, ¿no? Te ves bien esta noche. Mejor que la mayoría de estas pavas exageradas, que contonean las plumas de su cola alrededor de él. Tú tienes algo que ellas no.
—¿Si?
Ella asintió.
 —Sí. Tú tienes… —Hizo una pausa, buscando la palabra—… una frescura en ti.
Hice una mueca, sintiendo como si me hubiese dicho "chica buena". Parecía no poder escapar de ese apodo.
El camarero (realmente tenía que saber su nombre) llevaba otra camiseta de Mulvaney's, esta de un suave aspecto color gris con letras azules en el pecho. Tuve un flash de mí misma llevando esa camiseta y nada más, envuelta en su olor. Envuelta en él. Respirando con fuerza, me quité la perversa imagen de encima. Probablemente todas las chicas que se le acercaban tenían esa fantasía —junto con algunas otras de su elección que probablemente no necesitaba visualizar. Ese pensamiento me hizo sentir decididamente anti-especial. Tenía que sobresalir de alguna manera sobre el resto de ellas, y no estaba convencida de que mi frescura fuese a hacer el truco.
Él lucía tan bien como siempre, si mi memoria no fallaba. Mejor. Un cuerpo hecho para el pecado y una cara que era demasiado masculina para ser bella, pero el vistazo hizo algo por mí. Me hizo sentir sin huesos y temblorosa por todas partes.

—No dar marcha atrás —repetí, mi resolución seguía ahí, ardiendo caliente dentro de mí, impidiéndome girar y salir corriendo del edificio.
Éramos solo dos esta noche.
—Está bien —anunció Rochi—. Creo que hemos observado el tiempo suficiente. Vamos a entrar.
Sus palabras provocaron que una oleada de pánico me atravesara. —Está lleno de gente…
—Está lleno todas las noches. A menos que quieras venir a acecharlo en lunes. Suponiendo que trabaje siquiera entonces.
Negué con la cabeza. No. No más retrasos.
—Entonces vamos. Debes sentirte bien. Te ves genial.
Miré hacia abajo. Los pantalones vaqueros que llevaba pertenecían a Euge. Eran demasiado apretados, pero Rochi dijo que era el punto. Tienes las curvas perfectas. Lúcelas. La blusa también era de Euge. Varios tonos de naranja y amarillo. De estilo muy bohemio y volátil. Rochi juró que iba muy bien con mi cabello. Era de cuello ancho, y cada vez que tiraba de ella sobre un hombro, se deslizaba por el otro. Una vez más, el objetivo, de acuerdo con Rochi.
Mientras avanzábamos lentamente hacia la barra, Rochi me empujó frente a ella. Sólo había tres personas trabajando en la barra, y se aseguró de acercarse a la parte en la que él estaba trabajando.
Miré cómo vertía cerveza en una jarra, admirando la flexión de sus bíceps. Su mirada se levantó y recorrió el bar, de la forma en que noté que lo había hecho anoche. Mirando, evaluando a la multitud. ¿Tal vez en busca de problemas? Los pálidos ojos azules pasaron sobre mí por una fracción de un segundo, antes de llevarlos de regreso.
Él sonrió torcidamente.
—Oye, es la Chica Buena. ¿Cómo va todo?
—¿Chica Buena? —susurró Rochi en mi oído—. Bueno, claramente no me dijiste todo acerca de anoche si él ya te ha dado un apodo.
Le di un codazo, sin saber cómo responder a su saludo. Sonreí.
—Hola.
Entregó la jarra, recogió el dinero y se giró hacia mí.
—¿Qué puedo hacer por ti?
Pedí dos cervezas Long Neck y él le echó un vistazo a Rochi.
 —¿Identificación?
La miré mientras metía su mano en su bolso y sacaba su identificación falsa. Cuando volví a mirar hacia atrás, lo atrapé mirándome. El miró hacia otro lado, dándole un vistazo superficial a su identificación antes de traer nuestras bebidas.
—Tan ardiente —murmuró Rochi cerca de mi oído mientras él se inclinaba para cogerlas de la nevera de atrás—. Y te está mirando. ¿Has visto eso?
Negué con la cabeza, sin estar convencida, pero mi corazón latía a un ritmo fuerte en mi pecho.
—Deslízale tú número.
Mi mirada se volvió hacia ella.
 —¿Qué? ¿Así de fácil?
—Bueno, sabrás si está interesado por su reacción. Tal vez te llame. O tal vez no. De cualquier manera, puedes tener a esta cosa fuera de serie o pasar a alguien más receptivo.
Me mordí el labio, pensando. El único problema era que yo había decidido que sería él. Él sería mi sujeto de prueba. Si no era receptivo, no tenía ganas de seguir adelante —me negaba. ¿Y dónde me deja eso?
Suspirando, Rochi hurgó en su bolso.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, mirando en su dirección, y confirmando que él se dirigía de vuelta a nosotras.
Sacudiendo la cabeza, sacó un lápiz delineador de ojos y cogió una fina servilleta cuadrada de la pila que había sobre la barra. A la velocidad del rayo, garabateó mi nombre y número.
Sentí mis ojos agrandarse.
—¡Alto! ¡No! —Mi mano se lanzó hacia su brazo, pero ella se inclinó lejos de mí, parándose de puntillas y estirando su brazo.
—Aquí tienes —le dijo antes de que mis dedos tomaran medidas drásticas sobre su muñeca.
—Ro, no!
Demasiado tarde. Vi como los dedos largos y masculinos cogieron la servilleta. Mi mirada siguió esa mano hasta el camarero mientras él dejaba nuestras bebidas amablemente. La bilis subió por mi garganta.
Oí la voz de rochi
 a mi lado como si estuviese muy lejos. —Este es su número.
Su. Yo. La chica con la cara roja como un tomate.
Su mirada pasó de la servilleta a mí. Esos ojos azules plateados clavados en mí. Movió la servilleta en mi dirección.
 —¿Quieres que tenga esto?



Esperó, con la expresión en blanco. La pelota estaba en mi cancha. Sin darme la más mínima indicación de si él siquiera quería mi número, me preguntaba lo que yo quería.
Balbuceé las palabras.
 —Uh, n-sí. Bueno, seguro. Como sea.
Tonta. Me sentía como una niña de trece años. Mi cara ardía.
—Ella quiere que lo tengas —insistió Rochi a mi lado.



Mi cara se puso más caliente, si es que era posible. Se inclinó hacia adelante, poniendo los codos sobre la barra, su mirada fija en mí con ardiente intensidad.
—¿Me das esto tú?
Al parecer “como fuera” no iba a funcionar para él.
El aire dejó de fluir dentro y fuera de mis pulmones. Me sentí asentir en silencio.
Rochi me dio un codazo discretamente.
—Sí —dejé salir por fin de mis labios.
Se enderezó. Sin decir nada más, se deslizó la servilleta en el bolsillo, tomó el dinero que Rochi le entregó por nuestras bebidas, y se giró hacia otro cliente.
Con una mano en mi brazo, Rochi me arrastró lejos. Me arriesgué a volver la mirada hacia la barra, buscándolo entre la multitud de cabezas flotantes frente al mostrador en donde se pedían las ordenes. Lo encontré.
Él estaba sirviendo más cerveza, sosteniendo la palanca hacia abajo. Pero no miraba lo que hacía. Me estaba mirando a mí.
—Te desea.
Miré a Rochi cuando tomé un sorbo de mi Long Neck, olvidando que no era fan de su sabor. Estaba demasiado molesta.
—No puedo creer que me hayas avergonzado así. —Mientras las palabras salían de mí, deliberadamente forcé a mis ojos en dirección a ella para asegurarme de no echar un vistazo nuevamente hacia él a través de la sala.
—Teníamos que conseguir poner las cosas en movimiento. Nada iba a suceder si solo pedías, pagabas y te ibas.
Fruncí el ceño, apoyando la cadera contra la mesa de billar. Me negué a admitir que ella tenía razón. Tal vez él me llamaría ahora. Había metido mi número en su bolsillo, después de todo. ¿O había sido solo simple cortesía? Para no herir mis sentimientos. Tal vez ya lo había tirado a la basura.

—Dios. —Levanté los dedos y los froté contra el centro de mi frente, donde se estaba formando un dolor sordo.
Me palmeó la espalda.
—Lo sé. Es difícil ser una chica que realmente sale de la habitación de su residencia y habla con chicos sexys.
El tipo que había al lado de Rochi le dio un empujón, chocando su cadera.
—Oye, cosa sexy, tu tiro.
Girándose, ella alineó el palo de billar y preparó su tiro, ganando un montón de miradas cuando se inclinó, alzando su trasero en el aire ante las miradas apreciativas de los chicos cercanos, especialmente de los dos que nos habían invitado a jugar al billar con ellos.
La bola entró en la tronera con un silbido.
—¡Lindo! —Ryan (¿o Bryan?) chocó la mano con ella, aferrando sus largos dedos más de lo necesario.
A Rochi no parecía importarle. Él era lindo. Me di cuenta de que ella también pensaba lo mismo; arqueó la garganta cuando se echó a reír.
Por desgracia, a su amigo parecía gustarle yo, y no pensaba que fuera lindo. O tal vez lo era. Simplemente no me atraída. Sólo había un tipo aquí que atraía mi interés, y me había humillado delante de él. Realmente había murmurado "como sea" cuando me preguntó si yo quería que él tuviese mi número. No era exactamente la femme fatale que aspiraba a ser. En realidad, debería solo llamarlo una noche y volver a casa ahora.
—¿Segura que no quieres jugar? —Me ofreció un palo. Traté de mirar con una mente abierta. Después de todo, mi número de teléfono podría estar arrugado en un bote de basura justo ahora. Tanto como si me gustaba como si no, tendría que contemplar otras alternativas con el fin de adquirir la experiencia que necesitaba.
Un mal sabor cubrió mi boca. Era más fácil decirlo que hacerlo. Por alguna razón, el camarero era el único hombre que podía considerar besar y tocar sin sentirme ligeramente revuelta.
El chico delante de mí no era mal parecido. Un poco regordete, suave en el medio. Probablemente demasiadas cervezas y burritos nocturnos. Pero la juventud estaba todavía de su lado. Tenía buenas características simétricas. Le predecía treinta kilos de sobrepeso en diez años, pero por ahora estaba bien.
—No, gracias. Ustedes ya han comenzado, de todos modos.
Él sonrió, pero parecía decepcionado.
Durante la siguiente hora, me senté en un taburete, mirando como Rchi y Ryan/Bryan se ponían cada vez más amistosos, riendo, hablando, tocándose en cada oportunidad mientras se movían alrededor de la mesa de billar. Tuve una pequeña charla con su amigo. Él se quedó cerca, incluso mientras jugaba al billar, charlando conmigo y bebiendo constantemente. Sólo esperaba que no fuera el conductor designado.
La multitud comenzó a diluirse alrededor de las once.
—Hay un puñado de grandes fiestas en la fraternidad —explicó Scott (por fin había aprendido su nombre), cuando me pregunté en voz alta a dónde se había ido todo el mundo tan pronto.
Asentí con la cabeza, pero no pude dejar de echar un vistazo al otro lado de la sala, hacia la barra. No pude resistirme. Con la disipación de la multitud había muy poco que obstruyera mi visión.
Solo se encontraba trabajando un camarero en el mostrador, pero no era él. Mi camarero no estaba por ningún lado. ¿Estaba en un descanso? ¿O se había ido antes de tiempo? Si se fue temprano, podría haber hablado conmigo. Si quería. Ahora estaba convencida de que la servilleta con mi número se encontraba hecha una bola en el suelo. Estúpidas lágrimas quemaron mis ojos. Parpadeé furiosamente para alejarlas.
Tomando un respiro, me obligué a dejar de obsesionarme. Él no era el objetivo final, después de todo. Pablo lo era. Podía encontrar a alguien más que me ayudara a conseguir la experiencia que buscaba.
—¿Puedo traerte otra copa? —preguntó Scott, siguiendo mi mirada hacia la barra.
Volví mi atención a la mesa de billar. Ryan/Bryan tenía a Rochi en un íntimo bloqueo corporal, enseñándole algún movimiento. Puse los ojos en blanco.
—No, estoy bien. Gracias.
—¿Qué tal si salimos de aquí? —sugirió Ryan/Bryan, apartándose un paso de la mesa y mirando primero a Rochi, luego a mí y a Scott. Y una vez más a Rochi.
¿Irnos los cuatro juntos? Ya podía ver hacia dónde se dirigía. Rochi besándose en una habitación con Ryan/Bryan y yo atascada, a solas, con Scott. No, gracias.
Rochi y yo nos miramos, comunicándonos en silencio. Ella me dio la más leve inclinación de cabeza, entendiendo. Yo estaba lista para irme, pero no con estos chicos. Eso era lo bueno de Rochi. Ella podía estar en sobremarcha sexual la mayor parte del tiempo, pero nunca poner nuestra amistad en un segundo plano.
Me deslicé de la butaca.
—Tengo que ir al baño.
Esperaba que eso le diera tiempo para acordar las cosas con su chico e intercambiar números. O no. Nunca podía saberse realmente con Rochi. A veces pensaba que de verdad estaba enganchada de un chico y luego lo dejaba sin razón aparente. Una vez botó a un chico después de una tercera cita porque pidió una bolsa para llevar en la cena. Rochi aseguraba que él estaba demasiado cómodo si hacía eso. No creí que le importara que aquello sólo tuviera sentido para ella. Personalmente, pensaba que tenía miedo de ponerse demasiado seria con un chico, pero, ¿qué sabía yo? Sólo había besado a un hombre en mi vida.
Crucé la habitación hasta el estrecho pasillo que conducía a los baños. Eran de uso individual, y por lo general no había cola, pero no esta noche. Una vez dentro, puse el pequeño gancho en su lugar, cerrando la puerta. Girándome, vi mi reflejo e hice una mueca de dolor. Como de costumbre, mi pelo estaba fuera de control. Traté de arreglar las ondas de color rojizo… tal vez era hora de un corte de pelo. De hacerme capas o algo así.
Momentos más tarde, terminé de lavarme las manos y abrí la gruesa puerta de roble, notando de inmediato que Scott me esperaba fuera. Al principio pensé que estaba en la fila para el baño de hombres, pero la forma en que su mirada se clavó en mí me hizo darme cuenta de que me esperaba.
—Hola. —Se apartó de la pared.
—Hola —murmuré, dando un paso hacia el estrecho pasillo y deseando que la luz fuera mejor. El espacio en sombras hacía que se sintiera demasiado íntimo.
Se puso en mi camino.
 —¿Por qué tú y Ro no van con nosotros?
Negué con la cabeza.
—Tengo que levantarme temprano.
No era cierto, por supuesto. Mi turno en la guardería no empezaba hasta las once, pero él no lo sabía.
—Au. Vamos. —Se acercó más.
Mi espalda chocó contra la pared, haciendo sonar los marcos y las placas redondas que la decoraban. Levanté las manos frente a mí mientras él continuaba acercándose.
—Uh, ¿qué estás…?
Cerró la distancia, plantando sus labios sobre los míos. Me quedé inmóvil, en estado de shock. Su áspera lengua empujó entre mis labios y me atraganté. No sabía si estaba demasiado metido en el beso y no se daba cuenta de que yo no, o si no le importaba. O estaba demasiado borracho. O tal vez pensó que iba a cambiar de opinión después de un minuto de aquello y que iba a empezar a devolverle en beso. En cualquier caso, sus labios se quedaron firmemente pegados a los míos, más sucio y descuidado que mi último beso. Maldita sea. Se podría pensar que las cosas mejorarían desde décimo grado.


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