lunes, 31 de agosto de 2015

capitulo 41,42,43,44 y 45



—Veamos. Sabes que mi mamá murió cuando tenía ocho años.
—Sí.
—Bueno, murió porque tuvo una sobredosis de Tylenol. No a propósito. Tenía estas migrañas… Recuerdo verla tomando unas ese día. Bueno, resultó que tomó un poco más de lo necesario.



Demasiadas, de hecho. Su hígado dejó de funcionar mientras dormía. No despertó a la mañana siguiente. —Dijo todo eso como algo natural, pero vi en sus ojos la angustia que mantenía guardada. ¿Cómo había sido eso para él? Despertar y encontrar a su mamá aún en la cama, inmóvil. Muerta.
—Oh, Dios mío.
—Mi viejo nunca fue del tipo cálido antes de eso, pero después…
Asentí, entendiendo.
—Supongo que no somos tan diferentes después de todo —agregó.
Apoyé mi mejilla en su pecho, sabiendo que tendríamos que levantarnos en unos minutos y vestirnos, pero por ahora, nos sostuvimos el uno al otro mientras sus palabras penetraban y hacían un nudo en mi estómago. No somos tan diferentes. Dos personas que no tenían la más mínima pista sobre pertenecer a una familia amorosa y normal.
—No. Supongo que no.

Me apresuré por el campus, deteniéndome en el cruce de peatones a esperar que cambiara la luz. Reboté ansiosa en el lugar, hundiendo las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta. Ya iba tarde para estadísticas.
—¡Oye, Lali! ¡Espera!
Mi cabeza se volvió para ver a Pablo trotando hacia mí. Me dio un pequeño abrazo. Cerré los ojos, envolviéndome en él.
—¡Hola! ¿Cómo va todo?
—Bien. —Asintió hacia la calle—. ¿Vas en esa dirección?
—Sí. Kensington.
—Vamos. Te acompañaré. Acabo de salir de clases.
Cruzamos la calle juntos. Mi mano escapó del bolsillo para flexionarse nerviosamente alrededor de una correa.
—Estoy deseando que llegue el día de Acción de Gracias. Necesito un descanso.
—Sí, yo también —respondí—. No puedo esperar para ver a Cande.
Rodó los ojos.
 —Tendremos que escuchar sobre su nuevo novio.
Hice un sonido con la lengua
. —Compórtate. Este es agradable.
—¿Tengo que hacerlo? Cambia de novios como cambia de calcetines.
—No todos podemos ser devotos a alguien durante años —bromeé.
Me miró con los ojos muy abiertos.
 —En primer lugar, fue tal vez, tal vez dos años. —Me sacudió dos dedos—. Y ya no estamos juntos, ¿recuerdas?
Sonreí, mirando fijamente hacia el frente. Sintiendo su mirada en mí, le deslicé otra mirada y mi pulso se alteró ante la manera en que me estudiaba. Casi como si nunca me hubiera visto antes.
—¿Qué hay de ti? ¿Sales con alguien? —Dos cosas pasaron en ese momento. Primero, una imagen de Peter pasó por mi mente. No que debiera. No le había visto ni escuchado de él en una semana. No desde que pasó la noche conmigo en mi dormitorio. Y segundo, me di cuenta de que me preguntaba si estaba soltera. Nunca me había preguntado si salía con alguien antes. Obviamente nunca se había preocupado lo suficiente como para preguntar. Pero le importaba ahora.
—No. No realmente.
—Hmm —murmuró—. Suenas un poco indecisa. Hay alguien. Y ahora tus mejillas están sonrojadas, así que sé que tengo razón.
Presioné una mano en mi cara como si pudiera sentir el sonrojo allí.
 —No, no lo están. Solo es el frío.
—Oh, tienes novio. —Se rio.
—¡Cállate! No. —Nos detuvimos antes de llegar a los escalones que llevaban a Kensington. Di un paso a un lado, lejos de la avalancha de estudiantes que entraban y salían por las puertas dobles. Me quedé en el último escalón, que me dejaba casi al nivel de Pablo.
Me sonrió, y ese hoyuelo que amaba tanto apareció en su mejilla.
—Tal vez aún no. Pero hay alguien. Lo puedo ver en tus ojos.
Tú. Quería gritar. Siempre has sido tú.
Su mirada fue de arriba abajo, mirándome rápidamente.
 —Te ves bien, Lali. ¿Hiciste algo en tu cabello?
—Oh. Gracias. —Me pasé una mano por el cabello, agradecida porque lo llevaba suelto y no en una cola de caballo—. Sí, unos reflejos. —
Por suerte mi voz sonó natural. Como si los cumplidos fueran algo que escuchaba todo el tiempo. La voz de Peter flotó a través de mi mente. Eres hermosa.
Miré por encima de mi hombro.
 —Creo que llego tarde.
Pablo asintió.
 —Oh, sí. Lo siento. Te escribiré. ¿Te parece que nos vayamos el miércoles?
—Suena bien.
—Genial. —Caminó retrocedió de espaldas varios pasos antes de darse la vuelta y combinarse con el flujo de estudiantes.
Lo observé irse, aunque ya llegaba tarde. Mirando su espalda, traté de recordar cuándo Pablo me había dicho un cumplido antes. Claro, él siempre había sido amable conmigo, pero nunca me había mirado de la manera en que acababa de hacerlo. Como si me viera como algo más que la mejor amiga de su hermana menor.
Como si me viera.



Rochi entró en mi habitación quitándole la piel a un plátano mientras yo trabajaba en mi ordenador portátil.
 —¿Así que nada de Peter esta noche?
La pregunta tocó un nervio. No debería haber una suposición de que estaría con él solo porque habíamos pasado un par de noches juntos. ¿Debería haberla?



Quería decir que no había tenido noticias de él en más de una semana, así que, ¿por qué pensaría ella que volvería a verlo? Pero eso podría revelar lo mucho que quería volver a verlo. En su lugar, contesté—: No, solo estoy tratando de trabajar un poco. Esto es para el jueves, pero tengo que trabajar mañana, así que estoy haciéndolo ahora. —La miré.
—Hmm —murmuró, tomando un bocado de su plátano.
Me recosté en la silla y le devolví la mirada.
—¿Qué?
—Bueno, no lo has visto desde que te encargaste de él, ¿cierto?
Le había dicho a Euge y Rochi todo acerca la enfermedad de Peter. Nunca mencioné la noche que me trajo una magdalena y se quedó otra vez. Euge había estado en casa de Nico esa noche, y Ro entró tan tarde que Peter y yo ya estábamos dormidos. Ella no había escuchado ni un sonido de la puerta de al lado. Ni siquiera cuando se fue por la mañana.
Fruncí el ceño
. —No me encargué de él.
Rochi había parecido confundida cuando le expliqué lo de ser su enfermera por su dolor de estómago. Claramente, si no había algo sexual involucrado, ella no estaba segura de qué estaba haciendo con él. Válida confusión. Para ser justos, sufrí por la misma confusión. Solo Egue había parecido vagamente cómplice. Claro que ella entendía perfectamente lo que estaba haciendo con él. Me resistí a la tentación de preguntarle qué había detrás de su pequeño guiño significativo. Yo no tenía necesidad de dejar a la deriva cómo me sentía.
Ro arqueó una ceja.
—Sólo le conseguí un poco de medicina —negué sin convicción. Y me acurruqué con él y le abracé a causa de su fiebre.
—¿En serio? —Parecía divertida—. La última vez que Euge estaba enferma, me quedé muy lejos solo para no cogerlo. Y somos las mejores amigas. —Ella ladeó la cabeza—. ¿Qué haces tú por un tipo al que acabas de conocer? —Me señaló con un dedo de algún modo de forma acusadora—. Te saltas el trabajo y lo cuidas al estilo de Florence Nightingale3.
Me encogí de hombros.
—Tengo las defensas altas. —No es mucho como excusa, pero era lo único que podía pensar en decir.
De repente mi teléfono vibró. Lo levanté y sentí que mi estómago daba un vuelco. Hablando del diablo.

Peter: Hola. ¿Cómo estás?

¿Qué? ¿Lo había convocado con mis pensamientos?
—¿Quién es?
—Solo mi compañero de laboratorio —mentí. No estoy segura de por qué me sentí obligada a mentir, pero fue el primer impulso. Puse mi teléfono boca abajo.
Aceptando mi mentira, ella continuó
—: ¿Así que no tienes planes de volver a verlo? ¿No quieres ir al Mulvaney’s este fin de semana?
—No.
—Hm. Solo pensé que podrías extrañarlo.
—No. —Evitando su mirada, volví mi atención a mi monitor y escribí una palabra más—. No es como si fuéramos algo, Ro. Yo lo sé y él también. —Mi mirada se desvió a mi teléfono de nuevo. Entonces ¿por qué estaba enviándole mensajes de texto?
—Sí. —Sonaba muy convencida—. Pero ser amigos con beneficios puede ser difícil.
—No estamos ni siquiera en eso.
—Bueno, en lo que sea que estén. —Agitó una mano con desdén—. ¿Has terminado con él, entonces?
Había escrito una palabra más.
 —Sí. Supongo. En realidad no he pensado mucho en eso, en él. —Sólo todo el tiempo—. He estado muy ocupada. Y tiene mi número, de todas formas. —Miré de nuevo mi teléfono.
—Ah. Así que estás esperando a que llame.
Demasiado tarde, me arrepentí de haber dicho eso
. —No estoy esperando que haga nada.
—Está bien, está bien. —Echó la piel del plátano en mi bote de basura—. Sólo quería asegurarme, eso es todo.
—Gracias, pero todo está bien, mamá. Me voy a casa con Pablo para Acción de Gracias. Eso es sobre lo que trataba toda la cosa con Peter. ¿Recuerdas?
—Oh, lo recuerdo. —Asintió—. Tenía curiosidad por si todavía lo hacía. —Con ese comentario de despedida, Ro se deslizó a través de nuestra puerta contigua.
Volví a tocar las teclas, luchando para concentrarme en mi párrafo final. Finalmente me di por vencida y me aparté del escritorio. De pie, froté las manos sobre mi cara y paseé por el pequeño espacio que había entre mi escritorio y la cama.
La conversación con Ro no había ayudado. Había estado pensando mucho en él. Sobre todo después de que se abrió a mí y me habló de su madre. Mi mamá pudo haberme dejado voluntariamente, elegido su adicción sobre mí, pero ambos habíamos crecido sin madre. Estaba en lo cierto. No éramos tan diferentes. Decidiendo que no sería un error, al menos, responder a su mensaje, cogí mi teléfono del escritorio. Su mensaje me devolvió la mirada. Mis dedos se detuvieron un momento antes de escribir.

Yo: Hola. ¿Cómo va todo?

Dudé, leyendo la simple línea, asegurándome de que era lo que quería decir. No demasiado. No demasiado poco. Satisfecha, pulsé ENVIAR.
Dejé el teléfono, me hundí en mi silla y releí mi último párrafo. Mensaje enviado, estaba decidida a terminar esta tarea.
Y entonces mi teléfono sonó. Lo cogí.

Peter: Estoy bien. Desde que esta excelente enfermera me cuidó muy bien hace unos días, estoy mejor que nunca.

Sonriendo, escribí de nuevo, mis pulgares volando.

Yo: Qué suerte.
Peter: Ella también tiene buen sabor. Como una magdalena.

Mi cara ardió mientras escribía.

Yo: Eso es lo que pasa cuando alguien alimenta a su magdalena.
Peter: Ella sólo necesitaba uno de esos trajes de enfermera sexy para que mi fantasía se completara.
Me reí.

Yo: ¿Tu fantasía implica vomitar y un virus estomacal desagradable?
Peter: Te implica a ti.

La sonrisa se desvaneció de mi cara y mi aliento se quedó atascado. Mierda. Ni siquiera estaba aquí, e igualmente hizo que mis rodillas se debilitaran y el calor surgiera en mi cara. Me temblaban los dedos sobre las teclas, sin saber qué responder. Entonces me di cuenta de que él había empezado a escribir de nuevo. Esperé a que las palabras aparecieran.

Peter: ¿Cuándo puedo verte otra vez?

Mi corazón se aceleró ante la idea de volver a verlo. ¿En mi casa? ¿O la suya? Me mordí el labio inferior, pensando.

Peter: ¿Podems almorzar el Mier?

Parpadeé. ¿Almorzar? No en su desván o mi dormitorio. ¿Qué fue eso? Los amigos salen a almorzar. Y las parejas. No éramos una pareja, pero supongo que podríamos ser amigos. Amigos. ¿Eso sería demasiado raro?

Peter: ¿Hola?
Yo: Sí. Miércoles.
Peter: ¿Qué tal Gino’s?

Gino’s sirve las mejores pizzas y calzonis en la ciudad. La pizzería no estaba lejos del final de la avenida de Mulvaney’s.

Yo: Suena bien. ¿A qué hora debo verte?
Peter: Te recojo al mediodía, ¿bien?

Fruncí el ceño. Que me recogiera me hacía sentir como en una cita.

Yo: Es sólo el almuerzo. Puedo encontrarte ahí.
Peter: Voy a recogerte.

Me quedé mirando la pantalla, debatiendo si discutir. En cambio, solo escribí bien.

Peter: Te veo entoncs.

Dejé mi teléfono en mi escritorio y observé la puerta contigua. El sonido de la televisión flotaba hasta mi habitación. Rochi siempre estudiaba con la televisión encendida. Di un paso en esa dirección y me detuve, decidí en contra de hablarle de la cita. Después de la inquisición
de hace unos momentos, sólo iba a ver esto como una afirmación de que extrañé a Peter y quería verlo de nuevo o alguna tontería así.
No era eso. Simplemente estaba profundizando mi educación. Nuestra pseudo-cita sería un ensayo para cuando Pablo lo hiciera. Si es eso ocurría siquiera, como yo esperaba.
Esto era solo una cita de mentira. El centro de mi pecho dio un tirón incómodamente. Me froté, dispuesta a aflojar la tirantez. Sí. Fingir. Como todo lo demás que habíamos hecho. Nada más. Nada real.

Llegó unos pocos minutos antes del mediodía. Me di una última mirada en el espejo. Fue difícil decidir qué usar. Íbamos a comprar pizza en medio del día. No es como si tuviera que arreglarme para una tarde fuera.



Me decidí por un par de vaqueros ajustados y una camisa de manga larga a la medida. Opté por mis botas de media caña en lugar de tenis como los que siempre utilizaba para clase. Llevaba el cabello suelto. Incluso dominé el lío de ondulaciones con producto y una máquina para hacer trenzas. Lo que tomó un montón de esfuerzo de mi parte. No estaba en total negación. Él pensaba que mi cabello era hermoso y quería dar la talla. Era, de alguna manera, modesto saber que mi ego ansiaba tal afirmación. No era tan diferente a las chicas que buscaban aprobación. Lo que me hacía normal, supuse. Una carcajada escapó de mí. Finalmente. Lo único que quise alguna vez fue ser normal. Sentarme en la mesa de los chicos populares sólo por ser yo y no porque fuera la mejor amiga de Cande Martinez.
Abriendo la puerta, la vista de él me golpeó como un puñetazo. Dios. ¿Cuándo iba a dejar de suceder? ¿Cuántos besos harían falta para que dejara de tener tal efecto en mí?
—Hola. —¿En serio mi voz tenía que sonar como si hubiera tragado helio?
—Hola. —Su mirada me recorrió de pies a cabeza—. Luces realmente linda.
—Gracias. —Lo evalué en respuesta. Llevaba vaqueros y una camiseta térmica gris que abrazaba sus anchos hombros. La camiseta no era demasiado apretada, pero la fuerza en su delgado torso era evidente—. También tú.
Sonrió con suficiencia.
—Bueno, no lindo —me corregí—. Bien. Luces bien. —Dios. Primera cita fallida.
—Gracias. ¿Lista?
Asentí y agarré mi bolso. Colocando la correa a través de mi pecho, cerré la puerta detrás de mí. Varias chicas se encontraban caminando por el pasillo y holgazaneando en la pequeña sala de estar frente al elevador a estas horas del día. No fueron sutiles con sus miradas. Una chica se reclinó tanto que casi se cayó de la silla para conseguir un mejor vistazo de Peter mientras esperábamos frente al elevador.
Estoy segura de que lo notó, pero no dijo nada. O tal vez no lo notó. Tal vez simplemente estaba acostumbrado a ser observado, así que no se hallaba consciente de lo que sucedía. Me guio al interior del ascensor. No hablamos mientras bajábamos o durante nuestra pequeña caminata hasta su camioneta. Abrió la puerta del pasajero para mí, lo que solo me desconcertó. La acción parecía mucho más que algo que un amigo haría por otro. ¿Eso era lo que hacía? ¿De eso iba todo? No podía ser una cita real.
—Me muero de hambre —dijo mientras salía del estacionamiento.
—Yo también. —Cinco minutos después, entramos en el estacionamiento de Gino’s. Al estar cerca del campus, se encontraba repleto de estudiantes.
—Supongo que podría haber escogido un lugar menos ocupado —murmuró Peter cuando la anfitriona nos dijo que tardaría unos minutos.
—Tendrán mesas en un rato. Todos tienen que ir a clases o a trabajar.
Asintió y observó el restaurante, escaneando los manteles rojos a cuadros. En realidad, lucía algo nervioso.
—¿Vas a trabajar esta noche? —pregunté.
Me miró de nuevo.
 —Sí.
—Es lindo que tengas tus días libres.
—Mi horario lo hago yo mismo, pero me gusta estar allí en las tardes, cuando no está tan lleno. Especialmente los fines de semana. Nunca está demasiado lleno los fines de semana. Creo que ya conociste a Gary. ¿El tipo con el bigote?
—Sí.
—Ha estado trabajando allí desde que usaba pañales. Podría ocuparse del lugar sin mí.
Asentí.
 —Manejar un negocio parece ser una gran responsabilidad.
—Me gusta que todo esté bien. He tenido unas cuantas ideas. También he pensado en expandirnos y añadir un segundo local. Lo que es loco, teniendo en cuenta que nunca quise tener nada que ver con el lugar al principio. Odiaba tener que venir a casa y trabajar durante los descansos. Era lo que le gustaba a mi viejo. No a mí. Supongo que no me gustaba que me mandara. Estudiaba ventas en la universidad cuando tuve que dejarlo y venir a casa para ayudar. Y ahora aquí estoy.
Estudiándolo, pregunté
—: ¿No quieres regresar a la universidad? ¿Terminar tu carrera?
Se encogió de hombros.
 —Estoy manejando un negocio ahora. Aprendiendo a través de ensayo y error. Y si regreso a la universidad, mi viejo vendería Mulvaney’s. Ha estado en mi familia demasiado tiempo. No podría permitírselo. Supongo que está en mi sangre.
La anfitriona nos llamó. Nos dirigió a una mesa para dos cerca de la ventana que daba hacia la calle. Una vez sentados, abrimos nuestros menús.
—¿Qué tipo de pizza te gusta? —preguntó.
—Mi favorita por lo general es la griega. Amo las aceitunas, el queso feta y los trozos de carne laminada en ella. Casi siempre como uno o dos pedazos…
—Esa también es una de mis favoritas. Pidamos una grande. —Cerrando el menú, añadió con una sonrisa—: Como un montón.
—Lo recuerdo. Panqueques así de grandes. —Elevé una mano por encima de la mesa.
Asintió.
 —Sí.
—Y catorce albóndigas.
—Me engañaste con esas. Creo que solo me diste cinco.
Sacudí la cabeza.
—Es tan injusto. Los chicos tienen algún tipo de metabolismo de superhéroes.
—Deberías ver comer a Agus. Puede comerse una pizza grande solo, una ración de alitas y calzone de albóndigas.
—Jóvenes —gruñí.
—Sí, y practica distintos deportes, por lo que no engorda.
Mi mirada se deslizó hacia el pecho y los brazos de Peter apreciativamente. Era todo músculos apretados y duros. Tampoco lucía como si tuviera una onza de gordura en su cuerpo. Recordar el hecho de que me desnudé hasta que solo llevaba unas bragas delante de él me pasmó repentinamente.
Alejando el recuerdo, añadí—: Y tu hermano también tiene un montón de actividad física por las noches.




Al instante en que dije las palabras, mi rostro se encendió. Le dije que su hermano era un prostituto en la cara. Lo que solo hacía que pensara en lo que nos juntó en primer lugar —el hecho de que pensaba que él era el infame camarero que dormía con cada chica que entraba por las puertas de Mulvaney’s.
Por suerte, no lo tomó como una ofensa. Se rio. Entonces, la camarera llegó para tomar nuestras órdenes. Se congeló, una asombrada sonrisa plantada en la cara mientras miraba a Peter.



—Eh, ¿qué puedo servirte? —le preguntó a Peter sin siquiera mirarme. En realidad no podía culparla. Siempre que se encontraba alrededor, era todo lo que podía mirar también.
Le mostró esa cegadora sonrisa y los ojos de la camarera podrían haber visto su propio cerebro. Ordenó nuestra pizza. Le tomó un momento bajar la mirada hasta su bloc de notas. Titubeó con el lápiz antes de arreglárselas finalmente para escribir.
 —Excelente elección. Esa es mi favorita.
La mirada de Peterbse deslizó hasta mí y su mirada hizo que me calentara totalmente.
 —La nuestra también.
La camarera me miró como si estuviera recordando mi presencia. Una estúpida sonrisa curvó mis labios y fijé la mirada en mis manos entrelazadas frente a mí. Nuestra. Esa simple palabra rebotó a través de mi cabeza. Me hacía sentir demasiado bien escucharlo decir esa palabra. Estúpido, lo sabía. Pero así era.
Nos preguntó qué beberíamos, y salté con mi petición.
—Se las traeré en un minuto. —Le sonrió a Peter e incluso me lanzó una rápida e incómoda sonrisa —como si supiera que sabía que se lo imaginaba desnudo.
Y entonces nos hallamos solos nuevamente.
Peter se inclinó hacia delante de nuevo, luciendo tan tranquilo que comencé a relajarme.
—Así que, eres sincera cuando se trata de mi hermano.
—Lo siento. —Tiré del borde de la servilleta, mi tranquilidad evaporándose.
—Está bien. Su reputación es bien conocida. Traté de detenerlo al principio, pero tiene dieciocho ahora. Comenzará la universidad en otoño. Ya no puedo decirle qué hacer. Tiene que aprender por sí mismo. —Sus labios se alzaron en esa engreída media sonrisa que siempre hacía que mi estómago se revolviera—. Sólo espero que no sea papá antes de su cumpleaños número veinte. —Se rio e hizo una mueca al mismo tiempo. El profundo sonido se desplegó sobre mi piel y se enterró en mi interior. Se pasó una mano por su corto cabello—. Mierda. Sueno como mi padre.
Lo hacía, lo que me confundió totalmente. No fue lo primero que pensé de él. Realmente era un tipo agradable.
 —Lo entiendo. Has tenido que ser más que un hermano para él.
Algo de la frivolidad desapareció de su rostro. Estuvo callado por un momento antes de decir
—: Era tan pequeño cuando mamá murió… y ya te he dicho que nuestro padre no es exactamente el tipo que se sienta y habla con nosotros para hacernos sentir mejor. Para bien o para mal, he sido un padre para él. —Se encogió de hombros de nuevo—. Pero este año decidí que tenía que dejarlo ser él mismo.
La camarera dejó nuestras bebidas y se fue. Miré fijamente a Peter, preguntándome cuántos niños de ocho años habrían dejado de lado su infancia y adoptado el rol de madre y padre por sus hermanos menores.
 —Estoy segura de que le diste algo mejor de lo que él nunca le habría dado.
Encogió un hombro.
 —Fue algo. Al menos sabe que me preocupo por él, y que no está solo.
¿Y eso no lo era todo? Pensé en mi propia madre. No podría decir que alguna vez se preocupó por mí. Tal vez una vez. Antes de que comenzara a preocuparse más por su adicción.
Casi como si supiera que lo que pensaba era menos que placentero, sugirió
—: Hablemos de algo más.
Asentí, estando de acuerdo con dejar pasar el tema. Hablar sobre su crianza sólo me hacía pensar en la mía. Tal vez esa era la desventaja al no ser tan distintos.
—Seguro.
—¿Lali?
Levanté la mirada ante el sonido de mi nombre y miré el rostro de Pablo, sin reconocerlo al principio. Se sentía raro y desconcertante mirar a Pablo con Peter enfrente de mí. Como dos mundos acercándose cuando nunca deberían haberse conocido.
—Pablo. —Me recliné en el asiento, sin darme cuenta hasta ese momento que me encontraba demasiado inclinada sobre la mesa, sobre Peter tan cerca de él—. Hola —añadí estúpidamente.
—Hola, ¿cómo estás? —Su mirada se deslizó de mí hacia Peter y de regreso de nuevo. Se plantó allí, esperando. No parecía poder pensar en algo que decir incluso aunque era aparente que esperaba ser presentado.
—Hola, soy Peter. —Aparentemente, él sabía qué decir y hacer. Peter extendió la mano y sacudió la de Pablo con lo que lucía un sólido agarre.
—Pablo Martinez. Fui a la secundaria con Lali.
—Oh, sí. —Peter le sonrió amablemente—. Es genial tener a alguien que conoces alrededor. —Su expresión era inocente. No revelaba nada, como que podría haberle mencionado el nombre de Pablo una docena de veces. Gracias a Dios.
—Sí. Lo es. —Los ojos de Pablo se asentaron sobre mí mientras le respondía a Peter.
—Solo nos conocemos hace un par de semanas —añadió Peter, mirándome con ojos que repentinamente lucían de un humeante azul. Inquisitivos e íntimos. Como si supiera cómo lucía desnuda y no pudiera esperar para desnudarme de nuevo—. Pero se siente como si nos conociéramos desde hace más tiempo. ¿Sabes lo que quiero decir?
Mis ojos se dilataron. Lo pateé por debajo de la mesa, preguntándome qué hacía diciendo cosas que nos hacían lucir como alguna pareja caliente e intensa. Incluso si lo fuéramos. Algo así. O no. No sabía qué éramos exactamente, pero no éramos una pareja. Esa era la única cosa que sabía a ciencia cierta, y no necesitaba que plantara la idea de que no me encontraba disponible en la cabeza de Pablo.
—Eh. Sí —murmuró Pablo, sus cejas juntándose.
Aún no podía encontrar mi voz. Mi rostro se sentía excesivamente caliente y sabía que debía estar tan roja como los pequeños cuadrados del mantel.
—Sí, bueno, es un placer conocerte, hombre. —La sonrisa todavía se hallaba en el rostro de Peter y en su voz, pero había un filo en su mirada. El significado era claro. Adiós, y vete al infierno.
—Te veré más tarde, Pablo—murmuré suavemente y le di una pequeña inclinación, animándolo a irse, pero no porque estuviera así de enamorada de mi cita y quisiera algún tiempo a solas. Quería que la tortura terminase. Quería evitar que Pablo pensara que me hallaba profundamente envuelta con el tipo sentado frente a mí.
—Sí. —Asintió y atravesó el restaurante. Reclamó el asiento en la barra con un par de tipos más. Lo vi en el campus con uno de ellos. Creí que era su compañero.
—Así que ese es el infame Pablo.
Elevé mi mirada para ver a Peter.
 —Esto fue una mala idea.
—¿Qué cosa?
—Tú. Nosotros. Esta cita en la que fingimos estar. —Peter permaneció en silencio y le eché un vistazo a Pablo antes de mirarlo de nuevo—. ¿Tenías que hacer eso?
—¿Qué? ¿Hacerte lucir deseable? —Me observó con exasperación—. Deberías darme las gracias.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Sólo te cambié de categoría… desde la chica a la que nunca he imaginado desnuda, hasta preguntarme cómo es en la cama.
Parpadeé y me quedé callada mientras nuestra pizza llegaba. La camarera la puso en la mesa entre nosotros con dos platos.
—Oh —murmuré, procesando ese pequeño trozo de información.
—Ahora, no mires, pero confía en mí cuando digo que no ha sido capaz de dejar de mirar hacia acá.
Me incliné hacia delante en la silla.
 —¿En serio?
—Sí. Y ahora está a punto de ponerse mejor.
Me incliné un poco más, el humo de la pizza flotando hasta mi rostro.
 —¿Mejor cómo?
Se inclinó a través de la mesa y presionó su boca contra la mía. Inmediatamente me olvidé de lo impropio que era besar a plena luz del día en un lugar público. Su boca era cálida, abriéndose contra la mía. El beso me marcó. Era demasiado embriagador como para resistirse. Respondí al instante. Su lengua se deslizó en mi boca y se frotó contra la mía. Nada alrededor de nosotros existía. Era solo su boca sobre mí boca. Estiré las manos, trazando con los dedos la superficie de su rostro, tocando pero no precisamente. Era como si tocándolo, podría desvanecerse totalmente.
Un plato se quebró cerca y salté. Peter retrocedió ligeramente. Con sus labios aun tocando los míos, murmuró
—: Muy bien. Eso debería funcionar.
El aire escapó de entre mis labios y me senté rápidamente en el asiento.
 —¿Qué?
—Pablo no puede alejar los ojos de ti justo ahora. Deberías ver su rostro… pero no. No mires. No estaría sorprendido si te llama mañana.
En realidad, no me sentía tentada a mirar. Eso era lo triste. Me encontraba demasiado ocupada mirando fijamente al tipo al que quería alcanzar a través de la mesa para seguir besándolo.
Lo que era bastante jodido. Necesitaba concentrarme. Peter no era el hombre con el que estaría para siempre. No lo era.
Soltando una profunda respiración, crucé las manos sobre mi regazo.
 —Oh. —No sabía cómo sentirme con el hecho de que sólo hubiera fingido el beso. No pensaba en Pablo mientras mis labios permanecían en los de Peter. Debería haberlo estado. Pero no era así. ¿Peter sintió algo en absoluto?
Su mirada sostuvo la mía.
—Qué suerte, ¿eh?
—¿El qué? —En ese momento, no me sentía particularmente afortunada.
—Encontrarlo aquí.
—Sí. —Asentí, observándolo excavar en la pizza entre nosotros, sirviendo un trozo para cada uno.
—Come. —Le dio un gran mordisco a su pedazo.
Permanecí quieta, dejando que los nudos en mi estómago se deshicieran por sí solos.
Gimió, y el sonido sonsacó todo tipo de retorcidos sentimientos de mi interior.
 —Esto es lo mejor.
Resistí la urgencia de golpearlo.
—Realmente lo es —coincidí.
—Oye. —Se estiró a través de la mesa y cubrió mi mano con la suya
—. Va a funcionar. Ya verás. Conseguirás a tu chico.
Mi corazón se apretó un poco con esas palabras. De repente, ya no me sentía tan segura de quién era ese chico.





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