miércoles, 12 de agosto de 2015

capitulo 1 y 2







Toda la vida supe lo que quería. O mas bien lo que no quería
No quería que las pesadillas que me atormentaban se convirtieran se convirtieran en realidad de nuevo 
No quería volver al pasado. Para vivir con miedo. En constate duda sobre si el suelo debajo de mi se sostrendia solidos y firme. Desde que tenia doce años he sabido esto
Pero es curioso como esa cosa de la que huyes siempre encuentra la manera de ponerse al dia contigo. Cuando no estas mirando de repente aparece allí golpeando tu hombro. Desafiándote a que te des la vuelta.



Algunas Veces no puedes contenerte. Tienes que parar. Tienes que girarte y mirar.
Tienes que dejarte caer y esperar lo mejor. Esperas que cuando todo esté terminado salgas en una sola pieza.
El humo se elevaba desde debajo del capo de m auto de grande columnas una niebla gris en la noche oscura. Golpeando el volante murmure una blasfemia estaciones a un lado de la carretera. Una rápida mirada confirmo que el indicador de temperatura estaba muy rojo
- mierda, mierda, mierda- revolucione el motor con un movimientos rapidos y furiosos, esperando que la fuerza evitara milagrosamente que el vehiculo se sobrecalentara aun mas.
Agarrando mi teléfono del portavasos, Sali a la fría noche de otoño y me pare lejos del auto. No sabia nada sobre motores, pero había visto montones de películas en donde el auto exploto justo después de que comenzara humea. No quería correr ningún riesgo.
Mire la hora en mi teléfono. Once treinta y cinco. No era demasiado tarde. Podría llamar a los Compbell. Vendría a recorgerme y me llavarían de regreso al dormitorio. Pero mi auto todavía se quedaría aquí solo en este camino. Simplemente tendría que lididar con eso mas tarde, y ya tenia un monton de cosas que hacer mañana. Bien podría manejarlo ahora
Eche un vistaza a la tranquila noche a mi alrededor. Los grillos cantaban en voz baja y el viento susurraba entre las ramas. No estaba exactamente animado con el trafico. Los Compbell vivian a unas pocas hectáreas fuera de la ciudad. Me gustaba hacer de conguro para ellos. Era un buen descanso del bullicio da la ciudad. La vieja granja se sentía como un verdadero hogar, vivido y acogedor, muy tradicional con sus pisos de madera antiguos y chimenea de piedra que siempre estaba crepitando en esta época del año. Era como algo de solido de pintura de Norman rockwell. El tipo de vida que anhelaba tener algún dia.
Solo que ahora no acababa de apreciar lo aislada que me ssentia en la carretera secundaria. Me frote los brazos a traves de mis delgadas mangas largas, deseando de haber agarrado mi sudadera antes de salir esta noche. Apenas era octubre y ya hacia frio.
Me quede mirando tristemente mi auto humeante, iba a necesitar un camión de remolque.

Suspirando, comencé a desplazarse a través de teléfono, buscando un camión de remolque en la zona. Las luces de un auto aproximandose  destellaron en la distancia y me congele debatiendo que hacer. La repentina idea loca de ocultarme se apodero de mi. Un instinto viejo familiar

Esto tenía “película de terror” escrito por todas partes. Una chica sola. Una carretera solitaria. Yo había sido la protagonista de mi propia película de terror una vez. No estaba dispuesta a una repetición.
Me moví fuera de la carretera, situándome detrás de mi auto. No exactamente escondida, pero al menos no estaba de pie a la intemperie, un blanco obvio. Traté de concentrarme en la pantalla de mi teléfono y parecer casual allí de pie. Como si ignorando al auto que se aproximaba sus habitantes pudieran no notarme de alguna manera, o a la humeante pila de metal. Sin levantar la cabeza, cada parte de mí se sentía en sintonía con los neumáticos reduciendo la velocidad y el motor ronroneando cuando el auto se detuvo.
Por supuesto se detuvieron. Suspirando, levanté mi rostro, mirando a un aspirante a asesino en serie. O a mi salvador. Sabía que este último era mucho más probable, pero todo el escenario me hizo marearme y sólo podía pensar en las posibilidades del peor caso.

Era un Jeep. Del tipo sin techo. Solo una barra antivuelco. Los faros brillaban fuera de la franja de asfalto negro





—¿Estás bien? —La profunda voz pertenecía a un hombre. Gran parte de su rostro estaba en sombras. La luz del panel de instrumentos arrojó un resplandor sobre su rostro. Suficiente para que pudiera determinar
que era más bien joven. No mucho mayor que yo. Tal vez a mediados de los veinte como máximo.
La mayoría de los asesinos en serie son varones blancos jóvenes. El hecho real aleatorio se deslizó por mis pensamientos, sólo sumándose a mi ansiedad.
—Estoy bien —dije rápidamente, mi voz demasiado ruidosa en la fría noche. Blandí mi teléfono como si eso lo explicara todo
—. Alguien vendrá a por mí. —Contuve la respiración, esperando, con la esperanza de que creyera la mentira y siguiera adelante.
Él se demoró en las sombras, su mano sobre la palanca de cambios. Levantó la vista hacia la carretera y luego miró hacia atrás. ¿Evaluando lo solos que estábamos? ¿Cómo tomaba forma su oportunidad para asesinarme?
Hubiera querido tener un spray de autodefensa. Un cinturón negro de kung fu. Algo. Cualquier cosa. Los dedos de mi mano izquierda se apretaron alrededor de las llaves. Hojeé la punta dentada. Podría arañarle la cara si era necesario. Los ojos. Sí. Apuntaría a los ojos.
Se inclinó sobre el asiento del acompañante, lejos del resplandor del tablero de instrumentos, sumergiéndose aún más profundo en las sombras.
 —Podría mirar debajo del capó —ofreció su profunda voz incorpórea.
Negué con la cabeza
. —En serio. Está bien.
Esos ojos que acababa de proponerme arañar con mis llaves brillaron a través de la distancia hacia mí. Su color era imposible de distinguir en la espesa penumbra, pero tenían que ser pálidos. Un azul o verde.
 —Sé que estás nerviosa.
—No lo estoy. No estoy nerviosa —balbuceé rápidamente. Demasiado rápido.
Se echó hacia atrás en su asiento, el resplandor ámbar iluminando de nuevo sus rasgos.
—No me siento bien dejándote aquí sola. —Su voz tembló a través de mi pie—. Sé que tienes miedo.
Miré a mí alrededor. La noche impenetrable caía densamente.
 —No tengo miedo —negué, pero mi voz sonó débil, carente de toda convicción.
—Lo entiendo. Soy un extraño. Sé que estarías más cómoda si me fuera, pero no quisiera a mi madre aquí sola en la noche.
Sostuve su mirada por un largo momento, tomando sus medidas, tratando de ver algo de su carácter en las líneas oscuras de su rostro. Eché un vistazo a mi auto todavía humeante y lo miré de nuevo.
 —Está bien. Gracias. —El "gracias" salió lentamente, una respiración profunda después,

llena de vacilaciones. Sólo esperaba no terminar en las noticias de la mañana.
Si quería hacerme daño lo haría. O al menos lo intentaría. Ya fuera que lo invitara a mirar mi motor o no. Esa fue mi lógica cuando lo vi detener su jeep delante de mi coche. La puerta se abrió. Desdobló su largo cuerpo y salió a la noche con una linterna en la mano.
Sus pisadas crujieron sobre la grava suelta, el haz de su linterna enfocándose en mi auto todavía humeante. Por el ángulo de su rostro, creo que ni siquiera me miró. Se dirigió directamente a mi auto, levantando el capó y desapareciendo debajo de él.
Con los brazos cruzados con fuerza frente a mí, avancé con cautela y con nerviosismo hacia la parte exterior del camino, así podría mirar mientras él estudiaba el motor. Se agachó y tocó cosas diferentes. Dios sabe qué. Mi conocimiento sobre mecánica automotriz estaba a la altura de mis habilidades de origami.
Volví a estudiar sus rasgos oscuros. Algo destelló. Entrecerré los ojos. Tenía la ceja derecha perforada.
De repente, otro haz de luces iluminó la noche. Mi aspirante a mecánico se enderezó de debajo del capó y salió, colocándose entre el camino y yo, sus largas piernas se tensaron y colocó las manos en sus caderas mientras el coche se acercaba. Tuve mi primera vista sin restricciones de su rostro en el duro resplandor de las luces que venían y tomé una fuerte respiración.
La cruel iluminación podría haber resaltado o recogido sus defectos, pero no. Por lo que pude ver no tenía defectos físicos. Era caliente. Simple y llanamente.
Mandíbula cuadrada. Ojos azules hundidos bajo cejas oscuras recortadas. El piercing en la ceja era sutil, sólo un destello de plata en su ceja derecha. Su cabello parecía de un rubio oscuro, corto, cerca de la cabeza. Emerson lo llamaría lamible.
Este nuevo auto se detuvo al lado de mi coche y alejó mi atención de él mientras la ventanilla bajaba. Lamible se inclinó por la cintura para mirar dentro.
—Oh, hola, Sr. Graham. Sra. Graham. —Sacó una mano del bolsillo de sus vaqueros para hacer un pequeño gesto de saludo.
—¿Problemas con el auto? —preguntó un hombre de mediana edad.
El asiento trasero del coche se iluminó con el bajo brillo de un iPad. Un adolescente sentado allí, su mirada fija en la pantalla, pulsando botones, pareciendo ajeno; ese era el auto que habría detenido.
Lamible asintió y me señaló.
—Sólo me detuve para ayudar. Creo que veo el problema.
La mujer en el asiento del pasajero me sonrió
. —No te preocupes, cariño. Estás en buenas manos.
Aliviada ante las palabras de consuelo, asentí hacia ella.
 —Gracias.
Mientras el auto se alejaba, nos miramos de frente, y me di cuenta de que esto era lo más cerca que le había permitido llegar. Ahora que algunos de mis temores fueron puestos a descansar, me bombardeó todo un nuevo ataque de emociones. Repentinamente, la timidez extrema, para empezar. Bueno, en su mayor parte. Metí un mechón de mi inmanejable cabello detrás de mí oreja y me removí inquieta sobre mis pies.
—Vecinos —explicó, señalando el camino.
—¿Vives por aquí?
—Sí. —Deslizó una mano en el bolsillo delantero de sus vaqueros. La acción hizo que la manga se alzara y reveló más de los tatuajes que se arrastraban desde su muñeca hasta su brazo. Amenazante como podría ser, definitivamente no era el típico chico de al lado.
—Estaba haciendo de canguro. Los Campbell. Tal vez los conoces.
Se acercó a mi auto de nuevo.
 —Están por el camino de mi casa.
Seguí—: ¿Así que crees que puedes arreglarlo? —De pie a su lado, bajé la mirada hacia el motor como si supiera lo que veía. Mis dedos jugaban nerviosamente con los bordes de mis mangas
—. Porque eso sería increíble. Sé que es un cacharro, pero lo he tenido desde hace mucho tiempo.
 —Y no podía permitirme exactamente un coche nuevo ahora.
Él inclinó la cabeza para mirarme
. —¿Cacharro? —Una esquina de su boca se alzó.
Hice una mueca. Allí iba de nuevo, demostrando el hecho de que crecí rodeado de las personas nacidas antes de que se inventara la televisión.
—Significa un auto viejo.
—Sé lo que significa. Simplemente nunca escuché a nadie más que a mi abuela decirlo.
—Sí. Ahí es de donde lo aprendí. —De la abuela y todos los demás en el Complejo Residencial de Chesterfield.

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