lunes, 31 de agosto de 2015

capitulo 26,27,28,29 y 30








Ya está. Lo había dicho. Y sonó casi tan mal como pensé que lo haría.
Encontré su mirada de frente, con la esperanza de que el hecho de que estuviera temblando por dentro no se mostrara en el exterior.
Él no reveló nada. Era como si mis palabras no hubieran tenido ningún impacto en él. Era como una especie de soldado estoico y de frente duro mirando al enemigo. Sólo que ese enemigo era yo.
Finalmente, habló



—: Entonces, ¿estás diciendo que estabas buscando un compañero para follar?
Sentí tanto como vi a un tipo a mi lado girar su atención hacia mí.
—Cariño. —Se inclinó, su hombro frotándose con el mío.
—¿Q… qué? —balbuceé—. ¡No!
Peter pasó su dura mirada al otro tipo.
—Piérdete. Ahora.
El tipo alzó ambas manos a la defensiva y retrocedió.
Inhalé otra vez, luchando para recuperar la compostura. Había dicho suficiente. Me disculpé. Hice lo que había venido a hacer aquí. Ahora podía marcharme.
 —Sólo quería decirte que lo sentía.
Girándome, me moví hacia atrás a través de la barra, yendo en línea hacia la mesa en donde Rochi y Euge esperaban. Esperaba que no quisieran quedarse. Sólo quería irme a casa. La vergüenza todavía estaba allí, pero al igual que una tirita arrancada, el escozor ya se desvanecía. Tenía la esperanza de que mañana no se sintiera en absoluto. Todo esto sería un vago recuerdo. Mi tiempo dando vuelta por Mulvaney’s había llegado a su fin. Por alguna razón, esa idea me causó otro escozor.
Las chicas me vieron y me saludaron con la mano, sus ojos brillando con preguntas. Le hacían muy poco caso a los tipos que estaban esforzándose tanto por su atención mientras yo explicaba cómo había ido la conversación con Peter. De repente, la mirada de Rochi se desplazó un poco más allá de mi hombro. Sus ojos se abrieron mucho en su cara.
Me di la vuelta en el momento exacto en el que Peter me alcanzó. Abrí la boca y empecé a decir algo por encima del estruendo del bar. Ni siquiera estoy segura de qué quería decir porque su mano se envolvió alrededor de la mía, expulsando cada pensamiento de mi cabeza. Hablar era imposible

Sus fuertes dedos rodearon los míos mientras su mirada escaneaba mi cara, observándome, buscándome de una manera que me hizo retorcerme.
La sala latía ruidosamente en mis oídos. Un vaso se rompió cerca de la barra y ni siquiera miró hacia allí. Sin decir ni una palabra, se giró, tirando de mí detrás de él. Me maravillé de cómo los cuerpos parecían apartarse de él. Ni siquiera usó los codos. Se limitó a atravesar la multitud.
—¿A dónde vamos? —grité a su espalda, recuperando mi voz.
Ni siquiera miró hacia atrás. Y, sin embargo, sabía que me había escuchado. Sus dedos se apretaron ligeramente alrededor de mi mano.
Un horrible pensamiento se apoderó de mí. Al pasar por la gran longitud de la barra y caminar por la rampa que conducía a una pequeña habitación trasera donde se servía la comida, le pregunté
—: ¿Me estás echando?
Tan mortificante como eso sería, podía hacerlo. Trabajaba aquí, después de todo. ¿Lo haría? ¿Había llegado a eso?
Nos acercamos al mostrador donde una chica en una clásica camiseta de Mulvaney’s garabateaba órdenes en un bloc de notas y luego metía los pedazos de papel detrás de ella, en una ruleta, para los cocineros.
La cola para la comida era mucho más corta que la cola de las bebidas, pero unas pocas personas esperaban, ansiosos por una hamburguesa para acompañarla con su cerveza. Los pasamos. Peter levantó el mostrador y me llevó tras él. La muchacha que toma los pedidos de comida miró hacia arriba.
—Mike está al cargo —le dijo.
Su mirada se desvió de él a mí, y su boca se abrió en una pequeña “O” de sorpresa.
Cruzamos la cocina, más allá de los dos cocineros de fritura con redes sobre sus cabezas.Peter se detuvo frente a la puerta de la despensa. Sacó un juego de llaves, la abrió y tiró para abrir la puerta de par en par.
Mirando dentro, no vi los estantes de suministros que esperaba. Un conjunto de escaleras se extendía por delante de nosotros. Me tiro detrás de él y cerró la puerta.
El latido de mi corazón se aceleró. La sangre corrió a mis oídos por su proximidad. Por nuestra repentina soledad. Al instante los sonidos del bar se amortiguaron, como si alguien hubiera bajado el volumen con un mando a distancia.
Una luz brilló desde lo alto de las escaleras, salvándonos de la oscuridad total. No es que nos quedáramos mucho tiempo en la parte inferior de las escaleras. Me llevó tras él, sus cálidos dedos aún doblados sobre los míos.
Nuestros pasos resonaban en la escalera de madera, reverberando en el espacio estrecho. Los pasos nos llevaron abruptamente a una habitación abierta. Pisos de madera, paredes de ladrillo. Algunas fotografías instantáneas enmarcadas se encontraban esparcidas aquí y allá. En las paredes. Apoyadas en una estantería. El lugar era grande, equipado con una cama, espacio de oficina y sala de estar. Una cocina ocupaba la esquina de la derecha. Un sofá oscuro se ubicaba delante de una gran pantalla. Por lo demás no tenía demasiada decoración. Típica casa de chicos, supuse. No es que yo hubiera estado dentro de muchas. Me soltó la mano y se dejó caer en una silla. Observé en silencio mientras se desataba las botas.
—¿Vives aquí? —Me las arreglé para decir.
—Sí. —Solo eso. Solo un monosílabo. La primera bota cayó al suelo. No me miró mientras trabajaba en la segunda.
—¿Solo tú? —Duh. ¿Creía que todos los camareros dormían aquí arriba?
Me lanzó una mirada rápida. —Soy dueño del lugar.
—¿Mulvaney’s? ¿Eres el dueño?
—Ha estado en mi familia desde hace cincuenta años. Soy Peter Lanzani. Mi padre lo dirigió hasta hace dos años. Ahora lo hago yo.
—Oh. —No sé por qué eso no cambiaba nada, pero de repente lo hizo.
De repente me sentí más incómoda. Había crecido en este lugar. Lo había visto todo. Todo. Toda clase de tontos y cachondos estudiantes universitarios caminando a través de las puertas. Pensé en mi confesión anterior. Había venido aquí en busca de experiencia. Dios. Debía pensar que era la más tonta de todos.
Enterré las manos en mis ajustados bolsillos, observando, esperando que dijera algo más. Para explicar qué era lo que pensaba. Lo que hacíamos aquí.
Lo que yo hacía aquí.
Se puso de pie con un movimiento fluido. Moviéndose como una especie de gato salvaje. Sin esfuerzo y con gracia. Sus ojos se posaron en mí con atención, brillando de esa extraña manera, como iluminándose desde el interior.
Se acercó, no rápido, pero con pasos sencillos.
Se detuvo frente a mí, dejando solo unos centímetros de distancia entre nosotros. No podía respirar. El aire me abandonó, pero no podía recuperarlo. Fijé mi mirada en su pecho, de repente demasiado agobiada por los nervios como para levantar la mirada a su cara, y planteó un problema completamente nuevo para mí. Por qué solo podía pensar en lo fuerte y amplio que se veía su pecho. Solo podía mirar boquiabierta la piel dorada que se asomaba de su cuello.
Luego, sus manos estaban en mi cara, sus palmas ahuecando mis mejillas, sus dedos enterrándose en mi pelo. Mi cuero cabelludo apretado y hormigueando. Me obligó a levantar la cara. Vi el destello de sus pálidos ojos azules antes de que su cabeza descendiera, y todo lo demás se perdió excepto esto. Él. Sus labios sobre los míos. Abrasadoramente calientes.
Era solo su boca, sus manos agarrando mi cara, mi cabeza. Su lengua acarició mi labio inferior. Di un grito ahogado y se aprovechó, arrastrándola hacia adentro, y me llenó con su sabor. Me incliné hacia delante, derritiéndome contra él. Su dura longitud contra mí me hizo sentir mareada, sin huesos. La sensación me abrumó. No había duda de su poder, de su fuerza. Irradiaba de él en oleadas, y tan embriagador como era todo esto —todo de él—, también me asustó un poco. Como una de esas atracciones del parque de diversiones en donde caes del cielo y luego te echan hacia atrás un segundo antes de golpear contra el suelo. Me sentía lejos de estar segura en estos momentos.
Rompí el beso para buscar aire, en pánico y jadeando.
 —Espera, por favor. —Mi voz tembló al mirar hacia las escaleras, evaluando mis opciones de escape. Mis ojos hicieron un escaneo rápido, confirmando lo que ya sabía. Me hallaba totalmente bajo su control.




¿Cómo de loca era esta situación? Dejé que me trajera hasta esta sala. Yo no haría eso. Eso no es quién yo era.
—¿Qué? —Su voz era firme, con sus manos todavía ahuecando mi cara, cada uno de sus largos dedos era una ardiente marca.



Luché contra las oscuras ansias que me instaban a tirarme devuelta hacia él y seguir besándolo. Tragué un respiro, ordenándome pensar en esto e ignorar a la pequeña voz en mi cabeza (que se parecía mucho a Rochi) instándome a saltar sobre sus huesos.
Evitando su mirada, inspeccioné su loft como si pudiera encontrar una solución en el gran espacio. Mi atención se desvió hacia la cama. Y se quedó allí. La actividad en el bar era un zumbido bajo y estable por debajo de nosotros. Al igual que el retumbar del vientre de una bestia. Todo me recordaba que había gente debajo de nosotros, también podríamos haber estado en una isla desierta. Estábamos realmente solos. Éramos solo él y yo. Nosotros.
Debió de haber leído algunas de mis ansiedades. Sus manos se establecieron en mi cara. Subí mi mirada mientras él bajaba la cabeza. Me besó, capturando mi labio inferior con sus dientes. Mi vientre dio otro salto. Sus dientes liberaron mi labio y lamió la sensible carne.
Gemí.
Sus labios se movieron contra mi boca, hablando.
 —No te preocupes. No lo hago con vírgenes.
Y luego me besó de nuevo, su lengua adentrándose en mi boca, sus manos se zambulleron a través de mi cabello y sostuvieron mi cabeza, inclinándome hacia la caliente presión de sus labios, sin ninguna oportunidad de hablar. Como si pudiera formar palabras coherentes.
Solo dos pensamientos me golpearon. Oh, mierda, ¿es tan obvio que soy virgen? Y: ¿Por qué se molesta conmigo si no hay posibilidad de sexo para él?
Sin embargo, todo se hizo rápidamente irrelevante. Su boca me consumía, borrando todo lo demás. El beso siguió y siguió. Su lengua me exploró, hasta que tuve más confianza. Toqué su lengua con la punta de la mía. Hizo un bajo gruñido de aprobación y pasó un brazo alrededor de mi cintura. En un solo movimiento, me levantó de mis pies lo suficiente para poder caminar a través del loft. Las puntas de mis botas rozaban el suelo. Di un pequeño chillido. Mis manos se aferraron a él, mis brazos se envolvieron con fuerza, como cuerdas, alrededor de sus hombros, que se tensaron.
Cuando se detuvo, sus brazos se aflojaron a mi alrededor. Me deslicé a lo largo de él y mis pies volvieron al suelo. Mi cabeza, sin embargo,
quedó perdida por algún lugar en las nubes. O, precisamente, perdida en algún lugar entre el sabor de su boca y la sensación de su cuerpo contra el mío.
De repente, el cálido roce de su callosa mano contra mi mejilla desapareció.
Retrocedió.
Me tragué un gemido de desilusión y me detuve justo antes de alcanzarlo y tirarlo de él de vuelta por la parte delantera de su camisa.
Con sus ojos fijos en mí, se sentó en la cama y me dejó de pie delante de él. Me moví sobre mis pies, sin saber qué ocurría y tratando de que todo se viera de manera sofisticada y cómoda. No tenía sentido. Después de todo, me había llamado virgen. Y había admitido que vine aquí en busca de experiencia. Eso como que me hizo animarme.
Sus ojos pálidos brillaban en la débil luz rojiza de la lámpara del suelo.
Decidiendo actuar, me adelanté para seguirlo, pero negó con la cabeza, sus ojos brillaban como fragmentos de vidrio. Recostado sobre el colchón, apoyó los codos en la cama, luciendo casual.
—Quítate la ropa. —La solicitud era todo menos casual, y sin embargo, lo pronunció como si me estuviera preguntando si le podía pasar la sal.
Un extraño sonido estrangulador salió de mi garganta. Luché contra él, empujándolo hacia atrás, y traté de sonar casi normal.
—¿Qué?
Inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándome.
 —Tú querías aprender sobre el juego previo. ¿No es por eso que viniste en busca de mi hermano?
Mi cara se calentó por el recordatorio.
—Bueno, me tienes. —Anunció esto como si fuera, de alguna manera, el segundo lugar. Lo cual era ridículo. Agus era caliente, pero parecía el líder de una banda de chicos. Peter. Peter era algo completamente distinto—. Ahora. Quítate la ropa.
Me temblaban las manos. Si no fuera por su seguridad de que no lo hacía con vírgenes, estaría corriendo hacia la puerta. Probablemente.
Me mojé los labios y mi estómago se apretó por la forma en que sus ojos siguieron el pequeño movimiento. No se perdió nada. Tragando, le pregunté
—: ¿No eres de esos tipos que se saltan el juego previo y van directo a ello?
—Yo soy el que tiene experiencia. ¿Vas a confiar en mí?
Era mi turno de mirarlo, acostado tan deliciosamente sobre la cama, luciendo tan fácilmente caliente. Como si recoger vírgenes en el bar y traerlas aquí fuera algo que hacía todo el tiempo. No pensé que ese fuera el caso, pero el monstruo verde de los celos todavía se encontraba dentro de mí. No quería tener en cuenta si había hecho esto antes. Que se hubiera acostado allí en su cama e invitado a otras chicas a quitarse la ropa para él. Aunque la presunción de su experiencia fue lo que me trajo a este momento, me gustaría pensar que fui la primera en ver el interior de esta habitación.
—¿Debería confiar en ti? —Levanté la barbilla en un intento de lucir más valiente de lo que me sentía—. No es como si te conociera. —Pero lo hacía. Al menos un poco. Sabía que era el tipo de hombre que ayudaba a una mujer varada junto a la carretera. Sabía que era bueno con los niños. También era el tipo de persona que se ofendía cuando era confundido con el prostituto de su hermano. Tenía escrúpulos.
—No vamos a hacer nada que no quieras hacer —explicó—. Quítate la ropa… luciendo sexy mientras lo haces. —Una esquina de su boca se levantó—. Bueno, eso es muy excitante. ¿Y no es eso lo que quieres aprender? ¿Cómo encender a un tipo? Un tipo en especial, ¿cierto?
Pablo. Sí. Mi mente saltó al recuerdo de él. Mi propósito. La razón por la que me hallaba aquí. Eso era exactamente. Asentí con la cabeza.
—Bueno. Entonces, ¿a qué estás esperando?
¿A qué esperaba? Me mordí el labio, tratando de decidir. La lógica y el pulso caliente del deseo en mis venas me animaron sucesivamente. Sí. Solo hazlo. Imagina que el miedo se ha ido, y vive por una vez.
—Mira. —Se sentó en la cama—. Igualaré movimiento por movimiento —ofreció. Porque tipos como él eran tímidos para desnudarse. Claro. Como si eso de alguna manera me hiciera sentir mejor sobre desnudarme delante de él.
Alcanzó la parte de atrás de su cabeza y agarró un puñado de su camisa. De un tirón, sacó la tela gris oscuro por encima de su cabeza.
Una cinta invisible se apretó alrededor de mi pecho. Santa sensualidad. Mi mirada lo devoró. Piel bronceada. Abdominales marcados. Mi boca babeó y se secó al mismo tiempo. Ahora podía ver que el tatuaje que cubría su brazo se extendía hacia su pecho, el diseño de fauna cubriendo su pectoral izquierdo. También había una especie de escritura que se estiraba a lo largo de su tórax. Palabras que no podía descifrar desde donde me encontraba.
—Eso es ridículo. —Respiré, asombro y lujuria giraban a mi alrededor como un elixir embriagador. No me había dado cuenta de que dije las palabras en voz alta hasta que cerró el espacio entre nosotros, haciendo que la cinta alrededor de mi pecho se apretara aún más.
Una de las esquinas de su boca se levantó, curvándose ligeramente.
 —Primer consejo: no llames ridículo a un tipo cuando está desnudo frente a ti. Eso podría acomplejarlo.
Nunca hubiese podido imaginar que Peter tuviera un complejo. No por la manera en que lucía.
Examiné su pecho plano y su torso delgado con músculos claramente marcados. No podía dejar de comérmelo con los ojos. La pretina de sus pantalones era baja, revelando una tira fina de la elástica negra que pertenecía a sus calzoncillos.
—Tu turno… quiero decir, si ya terminaste de mirar.
Dudé que alguna vez pudiera terminar de mirarlo.
Arrastré mi mirada desde ese delicioso pecho de regreso a su cara. Su voz sonaba diferente, mas áspera y profunda, un retumbo bajo que causó una reacción física en mi piel. Sus ojos también lucían diferentes. El azul claro era humeante, como la niebla llegando del mar. Observaba con una profunda intensidad que hacía temblar mis manos mientras alcanzaba el dobladillo del suéter de Euge.
Puedo hacer esto.
Lo pasé por encima de mi cabeza rápidamente, antes de perder el valor. Una rápida mirada hacia abajo confirmó que no usaba mi acostumbrado sostén de algodón blanco. Gracias a Dios. El pálido satín rosado rodeaba mis senos altos. Su mirada se movió lentamente sobre mí, evaluando, y me sentí desnuda a pesar de que aún usaba el sostén. En mayo habría chicas bronceándose en el patio usando bikinis con menos tela que esta.
—Lindo —dijo suavemente.
—Gracias.
—No necesitas pararte como si estuvieras enfrentando un pelotón de fusilamiento. —El retumbar de su voz no hizo nada para calmar mis nervios. De hecho, tal vez pude saltar un poco ante el sonido.
Se movió hasta el borde de la cama y estiró un brazo para llegar a mí. Sus dedos se curvaron alrededor de mi cintura y tiró de mí, esa media sonrisa seguía allí, acariciando sus labios. Fui hacia él con pasos vacilantes, tanto aliviada como extrañamente decepcionada de que cortara mi striptease (pero más que todo, aliviada).
Toda esa desnudez, esa piel que lucía firme atrajo mis ojos de nuevo. No podía dejar de absorberlo. Lucía comestible. Debería andar sin camisa todo el tiempo. Tacha eso. El chico causaría un disturbio.
Soltó mi cintura, dejándome parada entre sus muslos separados. Su cuerpo irradiaba calidez mientras me quedaba entre sus piernas, cerniéndome cerca, mirando hacia él, mis dedos picando por tocar la curva desnuda de sus hombros y sentir toda esa solidez, esa calidez, y trazar lentamente el tatuaje en su pecho y su hombro.
—Sigue. —Su voz se deslizó como terciopelo sobre mi piel.
Tragué.
 —¿Qué?
—Tan lindo como luce el rosado contra tu piel, quiero que te lo quites. —Rozó un tirante, apenas tocándome.
De acuerdo, entonces no me dejaba escapar, pero la idea de quitar el sujetador envió una onda de pánico a través de mí. ¡Se encontraba al nivel de mi pecho! No estaba segura de que pudiera manejarlo tan de cerca y tan íntimamente.
Quería experiencia, pero ¿no era esto nadar a lo profundo? ¿Podíamos entrar en el agua dentro de un rato primero? ¿Empezar en la piscina de niños?
Sus labios se torcieron
 —Estás pensando mucho. Puedo notarlo. Detente.
—¿Esto es lo que haces con las otras chicas con las que no tienes intenciones de dormir? —Apenas reconocía mi voz. Sonaba tan pequeña y jadeante.
—Esto es lo que hago contigo. —Sus manos se posaron en mi cintura, huellas ardientes en mi piel justo por encima de la pretina de mis pantalones—. Vamos. Hagámoslo.
Tal vez fue el desafío en su baja voz rasposa, o simplemente la verdad en sus palabras. Pensaba demasiado. Coloqué mi mano detrás y deshice el broche, preguntándome cómo, en una semana, había ido de chica con un solo beso malo en mi historia a esto. Sola con un chico caliente semidesnudo que se encontraba fuera de mi alcance.
Deja de pensar, Lali.
Sostuve las copas de mi sostén contra mi pecho, evitando que cayera.
Esto no tiene nada que ver con pensar. Es solo instinto.
Me estudió, mirando desde mi rostro hasta mis brazos presionados fuertemente enfrente de mí, salvándome de la exhibición total.
Levantó una mano. Mirándome con decisión, soltó un tirante; sus dedos rozaron mi piel, suave como un susurro. El fino tirante de satín cayó de mi hombro derecho sin hacer sonido alguno. Un escalofrío me recorrió. Se me puso piel de gallina por todo el cuerpo y todo dentro de mí se tensó.
Era solo una pequeña cosa. Un tirante que no proporcionaba ninguna protección real, pero era como una barrera caída. Se movió al otro tirante. Otra caricia silenciosa de sus dedos contra la curva de mi hombro. Más escalofríos.
Eran solo mis brazos ahora, aferrándose sobre mí, sosteniendo las copas rosadas en su lugar. Continuó mirando mi rostro mientras ponía ambas manos en mis muñecas, encerrándolas en sus seguros y largos dedos. Lentamente, con firmeza, las apartó de mi pecho. El sostén cayó
A pesar de la calidez que sentía —de lo cálida que él me hacía sentir— una ráfaga fría se deslizó sobre mí y temblé. Mis pezones reaccionaron, las puntas endureciéndose. O tal vez era solo él. Su mirada me recorrió, esos ojos con una brillante sombra de azul, iluminaban imposiblemente el cuarto sombrío.
Era lo más expuesta que había estado alguna vez. Ni siquiera me quitaba la ropa delante de otras chicas. Había sido la chica que se iba a las casillas de los baños en los vestidores o se vestía apurada de espaldas a las demás. Esto era grande, inmenso, un evento nunca antes visto.
No había donde ocultarse.
Sus manos se posaron alrededor de mis costillas. No eran mis senos, pero bien pudo haber tocado allí. Aun así salté. Sus pulgares se quedaron por debajo de la parte inferior de mis pechos. Muy cerca pero sin tocar.
Me atrajo, haciéndome descender sobre la cama. El colchón encontró mi espalda. Se colocó contra mí, un musculoso brazo sobre mi cabeza, una de sus piernas por encima de mi cadera, sujetándome. Aspiré un aliento torturado y lo contuve. Era demasiado. Muy pronto.
—Eres hermosa. Toda duraznos y crema. —Su mano tocó mi estómago. La piel sensible de allí se estremeció bajo su cálida palma. Me dolían los pulmones, conteniendo la respiración, pero no podía hacerlos funcionar.
Llevé mis manos inconscientemente a mi pecho. Fue rápido en reaccionar, sosteniendo mis manos. Con una respiración acelerada, las mantuve tiesas a mis lados, queriendo ser valiente. Queriendo ser alguien que disfrutaba esto y no sentirme como una virgen asustada incluso si eso es lo que era.
El calor se arrastró por mi cuello, encendiéndose en mi rostro. Esperé, esperando sentir sus manos allí, en mis senos, manoseando como haría cualquier otro chico, pero su toque nunca llegó.
Acercó más su rostro al mío, sus labios acariciando mi oreja con un cálido aliento. Inclinándose, buscando ese contacto.
 —Necesitas relajarte. Se supone que debes disfrutar esto.
—Est… Está bien. —Mi voz tembló.
—Rígida y asustada no es exactamente excitante.
—¿Entonces no te estoy excitando? —Solté, mortificada, sintiendo como que de alguna forma fallé. Estaba aquí para explorar, para aprender, y estaba haciendo un pésimo trabajo.
—Oh, estoy excitado. No te preocupes por eso. —Su mano tomó mi cabello, alejándolo de mi cuello—. Solo hablo en términos generales. Si vas a provocar a otra persona… tal vez él quisiera que fueras más receptiva.
Mientras hablaba, su boca se colocó en mi mejilla, justo por debajo de mi oreja. Otra persona. Las palabras sonaban dentro de mi cabeza como canicas sueltas. No podía pensar en nadie más ahora mismo. No podía imaginar a nadie, solo a él y la manera en que su boca se sentía en mi piel. La manera en que su palma reposaba en mi estómago, sus dedos separados, las puntas curvadas tan ligeramente, acariciando suavemente mi temblorosa piel.
En este momento, podía olvidar todos mis temores. Incluso podía olvidar el hecho de que me encontraba expuesta y vulnerable en una forma en que no había estado nunca antes. De una forma en que debía permitirme estar con alguien.
Me retorcí en la cama, muriendo por dentro, esperando su próximo movimiento, esperando que me tocara. Esperaba tanto que lo hiciera como que no.
Su boca por encima de mi oreja, su respiración ventilando con vehemencia contra los pliegues súper sensibles de mi oído. Me hizo ansiar más.
 —Quiere que estés tan caliente por esto como lo está él.
De nuevo se refería a mi supuesto amante futuro, el chico por el que hacía esto. La insinuación de Pablo en este momento, de hecho me molestó. Él no estaba aquí. Peter sí. No quería pensar en Pablo ahora mismo. Solo quería sentir.
Giré mi rostro para mirarlo directamente, nuestros labios sin tocarse exactamente.
 —¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Calentándome? —No sabía de dónde salió la pregunta. Sonaba más ronca y seductora en mi voz.
—Dime. ¿Lo estoy haciendo? Tragué saliva y comencé a decirle que sí, que ya había tenido éxito hace mucho en ese aspecto, pero en ese momento mordió el lóbulo de mi oreja y me arqueé en la cama con un grito de placer inesperado que me atravesó.
Hizo un profundo sonido de aprobación, y luego me tocó.
Era una sensación sorprendente tras otra. Su boca en mi oreja. Su mano tocando mi seno. Jadeé ante eso, ante toda la intensidad de su palma acariciando mi carne.
 —Te sientes tan increíble. Me encantan tus tetas.
Mi cabeza giró en la cama y agarré sus hombros, olvidando mi timidez. Curvé mis dedos alrededor del sólido músculo, mis uñas aferradas a la piel sensible, seda en acero. El tocarlo era una cosa excitante, sentir su fuerza, los músculos que se contraían ante el toque de mis dedos.
Y entonces encontró mi pezón. Gemí mientras trazaba la punta, provocándome. Me estremecí en la cama, el dolor apretándose entre mis piernas. Me retorcí, buscando una manera de calmar la sensación extrema de calor.
Su boca encontró la mía en una desesperada fusión de labios y lenguas. Le devolví el beso, mi inseguridad anterior desaparecida.
Sus labios se separaron de los míos y su boca fue a por mi seno, reclamándolo con nada menos que el suave toque provocador de sus dedos. Me tomó en su boca, envolviéndome en un cálido y húmedo calor.
Me ahogué, los sonidos no eran exactamente oraciones, sino algo cercano a palabras.
De repente, mi teléfono sonó. Me puse rígida. Él continúo como si no lo escuchara. Su boca continuó devorándome como si fuera algún placer extraño. Como si fuéramos las únicas dos personas en el universo. Sin personas en el bar debajo de nosotros. Ningún teléfono sonando en mi bolsillo.
El tono de llamada pronto se apagó, y rápidamente olvidé incluso preguntarme quién llamaba. Aunque era una suposición fácil.
Y luego un mensaje de texto vibró en mi bolsillo contra el peso de su cadera. Lo ignoramos. Incluso la segunda vez. Y la tercera.
A la cuarta vez, se levantó con un gruñido.
—No se van a detener.
Sentándose, deslizó su mano en mi bolsillo para buscar mi teléfono. Mordí el interior de mi mejilla mientras su mano yacía allí, tan cerca de la cima de mis muslos. Incluso después de toda la intimidad de los últimos minutos, eso se sentía más allá de lo íntimo.
Sacó mi teléfono. En vez de dármelo como esperaba, comenzó a escribir.
—¿Qué estás haciendo?
Terminó de escribir, lo lanzó en la cama por encima de mi cabeza. Volvió a descender sobre mí. Jadeé ante la sensación de su torso desnudo contra mi piel, presionando mis pezones, húmedos por su boca.
Las palabras temblaron en mis labios.
—¿Qué les dijiste?
Su aliento acarició mis labios.
—Que pasarás la noche conmigo.



Oh. Dios. Mío. Sus palabras dispararon una emoción caliente que bajó por mi columna. Una sensación que sólo aumentó cuando sus labios sofocaron los míos. Situó su cuerpo entre mis muslos y me maravilló la forma en que encajaba allí, tan natural, tan correcto. Sus manos alcanzaron la pretina de mis pantalones. Deslizó sus dedos dentro, los dorsos deslizándose en mi ropa interior y contra mi ombligo.



Por mucho que el toque envió una sacudida de chisporroteante conciencia a través de mí, también creció un escalofrío de pánico en mi interior. Gimiendo contra su boca, mis dedos se cerraron alrededor de su muñeca y tiraron.
Él obedeció, deslizando su mano fuera de mi ropa interior, e instantáneamente me invadió una sensación de calma. Quiso decir lo que había dicho antes. No haría nada que yo no quisiera. Este conocimiento me dio una mayor sensación de poder. Podía hacer cualquier cosa. Besarlo. Tocarlo. Explorarlo como deseaba, sin miedo a que pudiera exigirme más de lo que quería dar.
La última de mis reservas se desvaneció. Pasé mis manos por su cabello. Era como seda contra mis palmas. Sentí la forma de su cráneo, la delicada piel de su nuca. Profundicé nuestro beso, empujando mis labios más duro contra él, saboreándolo con mi lengua. Gimió en aprobación, murmurando
—: Me gustan tus manos sobre mí.
Y a mí me gustaba sentirlo, también, deleitándome con la libertad de hacerlo, sintiendo toda esa piel lisa sobre los duros músculos y los tendones. Mis palmas patinaron sobre sus anchos hombros, bajando y subiendo por la pendiente de su espalda, amando la textura aterciopelada de su corto cabello, el roce de la barba en su rostro.
—Mierda, eres dulce. —Se apretó contra mis labios toscamente, su mandíbula flexionada bajo mis dedos.
Deslizó sus manos debajo de mí, agarrando mi trasero y restregándose contra mí. Sentí su erección. Su dureza, su forma excitada. La necesidad se apretó profundamente dentro de mí. Comenzó un lento
balanceo y yo liberé mis labios, respirando entrecortadamente. Su aliento llenó mi oreja, tan áspero como el mío.
Sacó una mano y la colocó entre nosotros, frotando entre mis piernas. Grité, deslizando mis caderas hacia arriba contra la presión de sus hábiles golpes. Deslizó sus dedos sobre la tela del pantalón vaquero que me ocultaba, aumentando la presión con cada deslizamiento. Afincó la base de su palma, empujándola en algún lugar mágico. Comencé a temblar. Agarrando sus brazos, sacudí las caderas contra él.
—Oh, Dios. —OhDiosOhDiosOhDios. Cerré los ojos y me mordí el labio para evitar ser muy ruidosa. Estaba haciéndome venir. Solo así. Tan fácilmente. Con mis vaqueros aún puestos.
—Déjate ir. Está bien —dijo con voz rasposa—. Quiero escucharte.
Solté mi labio y dejé escapar el sonido. Grité fuertemente, arqueándome debajo de él, empujando mis caderas hacia arriba y hacia abajo. Ni siquiera soné como yo. Era alguna criatura gobernada por el deseo y las sensaciones salvajes. Cerré los ojos ante el insoportable dolor que se construía en mi interior. Mi letanía interna brotó de mis labios.
—¡OhDiosOhDiosOhDios!
Una baja y áspera risita salió de él, rozando mi cuello desnudo. Su cabeza se inclinó y su boca se cerró sobre un pezón. Puntos brillantes explotaron detrás de mis párpados. Grité, mis uñas clavadas en sus hombros. Me sacudí en sus brazos, recorrida por temblores. Me quedé floja, mi cuerpo sin huesos.
Me bajó y se acurrucó a mí alrededor, abrazándome por detrás con su cuerpo más grande. Su erección aún seguía ahí, pinchando mi trasero, recordándome que él no había alcanzado su propia liberación.
Cuando las deliciosas sensaciones desaparecieron de mi cuerpo, aumentó la incomodidad. Me mantuve inmóvil por un momento, pensando, preguntándome qué decir.
¿Qué dice alguien después de su primer orgasmo? ¿Puedo tener otro, por favor? Volví mi cara hacia la cama, amortiguando el resoplido de mi propia broma.
Él se levantó, y yo me quedé quieta en la cama, jugueteando nerviosamente con un mechón de mi cabello, debatiendo cómo debería manejar este momento. Hubo un suave chasquido y la habitación se sumió en una oscuridad palpitante. Oí un crujido y luego sentí una manta suave sobre mí. Él regresó, deslizándose debajo de la manta, su fuerte brazo envolviéndose alrededor de mi cintura, tirándome contra su pecho. Los minutos pasaban mientras esperaba que ocurriera algo. ¿Esa era la parte en la que trataba de empujarme a tener sexo? Su erección aún seguía allí, recta detrás de mí, distrayendo y emocionando, devolviendo de nuevo a la vida al apretado dolor entre mis piernas. Apreté los muslos, presionándolos firmemente en un esfuerzo por calmar los latidos casi dolorosos que sentía allí.
Nada. Ni una palabra. Ni un movimiento.
Su erección se volvió menos insistente y finalmente su pecho se pasó a moverse con un ritmo constante contra mi espalda. Increíble. Realmente se había dormido.
Me mantuve tensa como una tabla en sus brazos. Dudaba que alguna vez pudiera dormir.
Ese fue mi último pensamiento antes de que la oscuridad me envolviera.
Me desperté con mis piernas enredadas con otras más largas y pesadas de un hombre. Una definitiva primera vez.
Mi cara ardió, y varias otras partes de mi cuerpo, mientras los recuerdos de la noche anterior me inundaban. Me tensé al instante, todos mis sentidos alerta, elevándose, escuchando, sintiendo mí entorno. Una ligera capa de pelo cubría las extremidades masculinas, creando una deliciosa fricción contra mis piernas suaves. Fue una experiencia totalmente ajena. Aspiré y atrapé el aroma almizclado de la cama de cedro, y algo más. Algo ya familiar. Era él. Conocía su olor. El jabón, el almizcle y la sal de su piel. Nunca había conocido el olor de otra persona antes. Bueno, salvo por mamá y la abuela. Abuela era una combinación de detergente y Bengay. No un olor desagradable. Mamá era humo de cigarrillo y alcohol barato.
Giré la cabeza en la almohada y eché un vistazo hacia mi derecha. Un azul turbio inundaba la sala, filtrándose por las persianas. Lo estudié a la pálida luz del amanecer. Dormía con un brazo por encima de su cabeza, el otro tirado descuidadamente hacia un lado. Por lo menos no me abrazaba como si fuera su almohada favorita. Era libre.
Con la guardia baja parecía más joven. Mi palma picaba por tocar su rostro, por sentir el roce de su barba contra la palma de mi mano. Tenía una vista sin restricciones de la tinta que se deslizaba a lo largo de su torso, moviéndose sobre sus músculos y tendones finamente cortados, deteniéndose solo un par de centímetros por debajo de su axila. Miré las palabras a la tenue luz. Llévame a la roca que es más alta que yo. ¿Era bíblico? Mi frente se arrugó, más confundida que nunca porque esas palabras tuvieran de alguna manera un significado especial para él. Lo suficiente como para grabarlo permanentemente en su piel. Eso reveló una nueva faceta de él, más suave, más profunda, que nunca sospeché que existiera.
Suprimiendo la necesidad de tocarlo, desenredé mis piernas de las suyas y me bajé de la cama, escaneando rápidamente el suelo y encontrando mi camiseta y sujetador en una bola a varios metros de distancia.
Mientras me vestía, lo miré, segura de que se despertaría y fijaría esos ojos ahumados en mí en cualquier momento. Mi corazón latía a un ritmo salvaje en mi pecho mientras me ponía mi última bota, rebotando ligeramente sobre mi otro pie.
De pie, saqué cuidadosamente mi teléfono de la cama y retrocedí, haciendo una pausa en la parte superior de las escaleras. Mi mirada recorrió cada centímetro de él, enrollado en las sábanas como si fuera el sexy sujeto de algún tipo de campaña de colonia. Tomé una respiración con mi pecho demasiado apretado.
Con una mano apoyada en la pared para no caerme, me atravesó un intenso alivio porque él no hubiera despertado. Pero eso no fue todo lo que sentí. La inquietud se deslizó a través de mí, anidándose en la boca de mi estómago, como ácido burbujeante. De algún modo, se sentía mal escapar de esa manera. Sin decir ni una palabra. Como un ladrón en la noche. Una traición. Lo que era una tontería. Los ligues de una noche pasaban todo el tiempo. Sin condiciones. Sin compromisos. Y no era como si hubiéramos tenido sexo. No necesitábamos mirarnos fijamente el uno al otro y sufrir una conversación incómoda llena de mentiras y promesas de llamar. No se trataba de eso. Él sabía por qué le seguí hasta aquí anoche. Por qué bajé la guardia y me dejé hacer todas esas cosas increíbles por él. Ambos lo sabíamos. No era una chica por la que tuviera que preocuparse porque se quedara y se convirtiera en una molestia, encaprichada y desesperadamente convencida de que él sería el amor de su vida.
Aun así, permanecí inmóvil, discutiendo conmigo misma, convenciéndome de que estaba bien irme. No me podía imaginar despertar a la luz brillante de la mañana con la noche anterior entre nosotros. ¿Qué podría decir? Tenía todo por lo que había venido. Y él… fruncí el ceño, repentinamente insegura de lo que había obtenido de esta experiencia. No había dormido con él. Ni siquiera había…
Mis mejillas ardieron, lo que sólo demostraba lo inexperta y torpe que era todavía. Ni siquiera podía completar el pensamiento. No debería sonrojarme ante mis propios pensamientos, y sin embargo, ahí estaba yo, mi cara ardiendo simplemente por pensar en lo que él me había hecho y que luego tuviera que devolverle el favor.
Aparté la mirada de él y bajé tranquilamente las escaleras, enviándole a Ro un mensaje para que viniera a recogerme. Necesitaba ir a casa, de todos modos. Tenía trabajo hoy. Y tenía que estudiar.
Hice una mueca. ¿En verdad me encontraba alimentando mis excusas? ¿Como si no supiera la verdad?
Como si no estuviera corriendo asustada.
Al instante en que me metí en el coche de Ro, comenzó la inquisición y continuó todo el camino de regreso al dormitorio. Aparentemente, no iba a tener ninguna tregua. No es que esperara que pudiera mantener algo de la noche pasada para mí.
Rochi cayó sobre mi cama cuando entramos en la habitación No se había molestado en cambiar sus pantalones de pijama y su camiseta rosa. Pateó sus zapatillas y metió los pies debajo de ella. Su corto cabello caía suave y liso alrededor de su cara de duendecillo, libre de productos. Debía de haberse duchado después de volver de Mulvaney’s anoche. Su rostro se encontraba reluciente y limpio. Ninguna mancha de maquillaje. Se veía adorable y más cerca de los quince que de los veinte.
Negó con la cabeza hacia mí, y había un toque de temor en el movimiento.
—Nunca pensé que te vería venir a través de esa puerta a las siete de la mañana después de enrollarte con alguien. Quiero decir, he hecho un montón de paseos de la vergüenza, ¿pero tú? Nuh-uh.
Agité una mano. —Por favor.
Levantó la cara y gritó hacia la habitación de al lado
—: ¡Euge! ¡Ha vuelto! —Sus ojos brillaban intensamente con aprobación—. Siento que tenemos que ir a comer panqueques o algo para celebrar.
—No es mi cumpleaños, ROchi.
—Uh. —Una de sus oscuras cejas se elevó—. De algún modo lo es.
Euge se arrastró en la habitación, con aspecto de que había estado despierto por un rato. Siempre fue una madrugadora. Me miró de arriba abajo como si estuviera buscando signos de lesión.
—¿Estás bien?
—Sí. Bien. —Asentí.
—Te dije que se encontraba bien —dijo Rochi. Su mirada volvió a mí—. Ella se sentía preocupada. Ese mensaje… lo mandó él, ¿cierto?
Asentí de nuevo.
Ella sonrió.
—Dios. Eso fue tan caliente.





Sonreí débilmente, dejándome caer en la silla. Euge se sentó en la cama, empujando a Rochi.
—Bueno. Diablos —exigió Rochi—. ¿Cómo fue? ¿Cómo estuvo él?
—Fue… —Mi voz se desvaneció, incómoda de repente de compartir, y eso me dejó un poco confundida. Fue sólo una conexión. No se suponía que fuera algo especial. De acuerdo, cubrí las bases uno, dos y tres en mi experiencia libre de bases. Eso fue especial. Cierto. Pero Peter… nosotros… bueno, no hubo nosotros.



Mis amigas me miraban, expectantes.
—Fue agradable —terminé—. Él estuvo… estuvo agradable.
Rochi se estremeció
. —¿Agradable?
—Hmm. —Asentí de nuevo.
—¿Así de malo? —chasqueó la lengua—. Lo siento.
Parpadeé.
 —¿Qué? No. No. Estuvo fantástico. Él… —Fracasé de nuevo.
Euge me estudió cuidadosamente.
Rochi me lanzó una pequeña almohada.
 —Agradable es un código para una mierda. ¡Ahora ya, dinos!
—Ro, no quiere.
Rochi miró a Euge con una expresión desconcertada
. —Oh, vamos. Esta fue su primera conexión. Y él es sexy. —Su mirada se volvió de nuevo hacia mí—. No puedes guardártelo. —Sus ojos se abrieron como platos. Se inclinó hacia delante, su voz decayendo a un susurro—. Ohhh. ¿Lo hicieron? —sus dedos hicieron un pequeño y divertido baile que terminó con ellos entrelazándose.
—¡No! —Le tiré la almohada de regreso.
La atrapó con una sonrisa.
 —Bueno, danos algo, entonces.
—Basta decir que delante de ti se sienta una mujer mucho más experimentada.
Ella dejó escapar un suspiro pesado.
 —Está bien. No vas a darnos nada jugoso. ¿Puedes al menos decirnos si vas a verlo de nuevo, o te sientes adecuadamente educada ahora?
Fue como si su pregunta desencadenara mi necesidad de correr. Me levanté de la silla y me moví para recoger algo de ropa limpia. Tenía que estar en el trabajo en una hora.
—Um. No estoy segura. —Repasé mi selección de pantalones de trabajo color caqui, apartando los ojos.
—¿No lo sabes? —Un toque de preocupación tiñó la voz de Euge—. no  me digas que te rechazó esta mañana. Qué idiota.
Alcé los hombros en un gesto incómodo.
—Ah, él podría haber estado durmiendo todavía cuando me escapé.
—¿Qué? —La voz de Ro salió como un chillido—. De ninguna manera. ¿Va a despertarse en una cama vacía?
Enfrenté a mis amigas de nuevo, con mi ropa y lo necesario para una ducha en la mano.
—Sí. —Incluso yo detecté la incertidumbre en mi voz.
Euge y Rochi se miraron.
—¿Estuvo tan mal? —susurré.
—Un poco duro, Lali. —Esto vino de una chica que nunca pasaba la noche con un hombre ni lo dejaba a él pasar la noche.
—¿Por qué? —Las miré inquisitivamente, mi estómago revolviéndose incómodamente.
—¿Ni siquiera un adiós? —preguntó Euge.
—Guau —murmuró  Rochi—. No te tomé por el tipo de chica de “úsalos y déjalos”.
Mi cara enrojeció.
 —No fue así.
Euge me miró con simpatía.
 —Eso es lo que él va a pensar cuando se despierte.
Me mordí el labio, la agitación hirviendo en mi estómago.
 —No quería enfrentarme a él. Y no —mi mirada saltó hacia Rochi—, no porque hubiera estado mal. Sólo me sentía avergonzada, supongo.
—Estará bien. Es un hombre. Probablemente no lo pensará dos veces —me aseguró Rochi, y realmente me molestó un poco. Yo era una contradicción andante. No quería que él se sintiera menospreciado, pero tampoco me gustaba la idea de que no le importara que hubiera desaparecido de su cama. Agh. Esto era confuso como el infierno.
Sacudiendo la cabeza, me dirigí a la puerta.
 —Tengo que ducharme para ir al trabajo.
—Oye, incluso si se siente ofendido, es un buen cambio. Deja que el chico se sienta abusado por una vez —gritó Rochi.
—Gracias —agregué por encima de mi hombro, preguntándome en qué me había convertido. ¿Cuándo me había vuelto una chica que se enrollaba con un camarero caliente y luego lo abandonaba antes de que despertara? Se sentía de mal gusto. Demasiado como el pasado del que huía




Era casi la una de la madrugada cuando los Campbells llegaron y me pagaron la noche. Al conducir por esa solitaria carretera rural no pude evitar pensar en Peter. Sobre todo mientras pasaba por el punto en el que mi coche se había ahogado y muerto. Donde nos conocimos.
Mi teléfono sonó, el cual estaba en mi portavasos. Una rápida mirada reveló que era Rochi. Contesté, manteniendo una mano cuidadosamente en el volante.
Inmediatamente, el fuerte ruido de las voces y la música a todo volumen me saludó.



—¿Hola? —dije en voz alta.
—¿Has terminado ya? —Su voz llegó de nuevo fuerte en mi oído, con un tono exasperado—. Trabajas demasiado, chica.
Esto viniendo de la chica que nunca tuvo que trabajar. Rodé los ojos.
 —Sí. Estoy de camino a casa.
—¡Encontrémonos! Estoy con Suzanne.
—No, está bien. Me dirijo a casa.
—¡Hay una mierda de fiesta! Quien-tú-sabes está aquí.
Mi pecho se apretó con burla cantarina.
 —Está bien. Estoy cansada.
—¡Poco convincente! Vamos. ¿No quieres ir a por otra ronda con él? Se ve realmente caliente… y deberías ver a esta perra poniéndose en evidencia para conseguir su atención en este momento. ¡Tienes que estar aquí y reclamar a tu hombre!
No me molesté en explicar que él no era mi hombre. Claramente, Ro se había lanzado un poco demasiado esta noche. Dudaba que registrara las palabras, siquiera.
 —¿Conducirá Suzanne?
—Sí, mamá. Y ella está seca como un silbato. Su identificación fue confiscada la semana pasada por un guardia de seguridad en Freemont’s. —Se echó a reír. Oí a Suzanne en el fondo insultarla.
—Sé buena —dije—. Voy a colgar ahora.
Rochi comenzó a hacer sonidos de abucheos. Sonriendo, colgué. Todavía sonreía cuando entré en los límites de la ciudad. La sonrisa se me escapaba mientras las palabras de Ri se reprodujeron otra vez en mi cabeza. Todo lo que podía ver en mi mente era a Peter sirviendo bebidas mientras las chicas lo adulaban. De repente, ya no conducía hacia casa.
Sin un objetivo claro en mente, me dirigí hacia Mulvaney’s.
Mulvaney’s estaba lleno como de costumbre, pero había una gran cantidad de personas que ya se marchaban, dirigiéndose por las puertas hacia la noche oscura y fría. Eché un vistazo a mi teléfono, confirmando que faltaban tan sólo treinta minutos hasta el cierre. Probablemente habían anunciado la última llamada. Sabía que era una especie de sin sentido llegar tan tarde, pero aquí estaba yo. Fuera de lugar en mi enorme sudadera de la universidad, pantalones vaqueros y zapatillas de deporte. Muy lejos de las chicas que se congelaban el trasero con sus diminutos vestidos.
Yo llevaba el cabello recogido en una trenza floja. Mi cara estaba libre de maquillaje, pero no me importaba. No estaba aquí para ser recogida ni impresionar a nadie. Y aun así tampoco pretendía estar aquí por Rochi. Amaba a la chica, pero no estaba de fiesta con ella y Suzanne. Yo sólo quería verlo. No necesitaba que me viera. En realidad, no quería que él se fijara en mí en absoluto. Verlo era una especie de deseo profundo y obligatorio que tenía que alimentar.
Me mantuve alejada de la barra y localicé a Rochi, justo en el medio de un grupo de chicos. Naturalmente. Ella alzó las manos en el aire y gritó cuando me vio. Arrojó sus brazos alrededor de mi cuello y me abrazó como si no me hubiera visto en una semana y no sólo esta tarde.
—Eres una borracha cursi —murmuré en su oído, incómoda con la atención que atraía hacia mí.
Se echó hacia atrás y agitó un dedo hacia mí.
 —No estoy borracha.
Miré a Suzanne, que se encontraba claramente sobria y pareció molesta sobre ese hecho. —Sí, ella ha bebido un poco de más.
—Bien, bien, bien, bien. Este es el trato. Este es el trato. —Oh, sí. Definitivamente borracha. Siempre se repetía a sí misma cuando había bebido mucho. Agitó ambas manos en el aire—. Lo acabo de ver en la barra. —Hice una mueca por su volumen. Incluso por más fuerte que la habitación sonara, su voz se elevó por encima del estruendo.
—Shhh. —Arrastré sus dos manos hacia abajo, pero continuó hablando con esa voz demasiado alta.
—He estado manteniendo un ojo sobre él, sin embargo. ¿Y esa perra en el top rojo? Quería cuidarlo de ella por ti, pero Warden aquí no me dejó.
Disparé a Suzanne una mirada agradecida.
 —Creo que es hora de que vayamos a casa.
Suzanne hizo un solo gesto de acuerdo. Los chicos cercanos gimieron con decepción. Rochi se unió con sus gemidos y señaló ampliamente.
—Oww. Ellos quieren que me quede.
—Estoy segura de que lo hacen. Lo siento, chicos. —Deslicé un brazo por la cintura de Rochi.
A medida que avanzábamos a través de la planta principal, no podía detenerme. Mi mirada saltó al extremo de la derecha, explorando la barra. No vi a Peter. Un vozarrón gritó la última llamada, y más cuerpos comenzaron a moverse hacia la puerta trasera. Nos movimos lentamente, atrapadas en la corriente.
La voz de Rochi me sacudió, demasiado ruido en mis oídos.
 —¡Oh! ¡Oye! Hola, Peter. Mira, Lali. Es Peter.
Mi mirada fue hacia adelante. Peter se paró frente a nosotras, mirándome con una expresión vacía.
—Hola —le dije en voz baja.
Su mirada me recorrió y me recordó la forma en que me veía. Sin maquillaje. Pelo desordenado. Sudadera manchada con puré de manzana. Impresionante.
—¿Qué estás haciendo aquí? —No era el saludo más cordial. ¿Tenía prohibida la entraba al bar ahora?
Un incómodo silencio cayó entre nosotros, que solo fue más evidente porque no había tanto ruido rodeándonos. Pero allí estábamos, sin decir nada. Moví los pies, muy consciente de las miradas ávidas de Rochi y de Suzanne balanceándose entre nosotros como si estuvieran viendo un partido de tenis.ç
 —Yo… ¿No debería estar aquí? —Al instante me arrepentí de la pregunta. Realmente no quería oírle proclamar que no era bienvenida aquí, y la decidida falta de calidez en su mirada me dijo que eso es lo que iba a hacer.
Cruzó los brazos sobre el pecho, haciendo ondular el ala emplumada de su tatuaje como si la atrapara al vuelo. Las mangas de su camisa se tensaron contra sus bíceps. Algo se agitó dentro de mí mientras recordaba cómo se sentían de apretados esos bíceps bajo mis dedos.
Me miró de nuevo y mis mejillas se calentaron aún más, recordando que él sabía exactamente cómo me veía bajo mi menos que halagadora ropa. Bueno, al menos cómo lucía en la mitad superior.
—Por lo último que recuerdo, tenías prisa por salir de aquí. —Inclinó la cabeza hacia un lado y continuó—: ¿O era sólo de mi cama de donde tenías prisa por escapar?
Aspiré una respiración sibilante.
—Ohhh. ¡Maldita sea,Lali! —Miré a Ro. Ella se encogió de hombros y me miró como disculpándose—. Te dije que fue duro.
¿De verdad acababa de hacer eso? Mi mirada volvió de nuevo hacia él. Y ¿en serio acaba de decir eso?
—Oye. Está bien. —Levantó una mano, con la palma hacia fuera—. Quiero decir, sabía que estaba siendo utilizado, pero no me di cuenta de que no era digno de una despedida.
Habiendo aparentemente terminado conmigo, empujó hacia atrás a través de la multitud hacia la barra.
—Tu boca está colgando abierta —dijo Suzanne a mi lado.
La cerré con un chasquido.
—Amigo. —Rochi se le quedó mirando. Ella giró la cabeza para mirarme. Esperé, pensando que iba a ofrecer alguna pieza profunda a modo de consejo.
Todo lo que conseguí fue—: Él es tan sexy.
Solté un bufido.
 —Sí, ya lo has dicho antes.
—¿Y jugaste con él? Vaya. Yo sólo quería arrastrarte fuera de tu concha. He creado un monstruo. ¿Cómo llegaste a ser así de vagabunda? —Se cubrió la boca con los dedos en un intento de reprimir una risita.
Poniendo los ojos en blanco, apreté mi brazo alrededor de su cintura.
 —Estás jodidamente borracha. Vamos. Vamos a llevarte al coche.
Apoyó la cabeza en mi hombro mientras salíamos del bar
. —Las amo, chicas —gorjeó—. Son como las mejores personas en mi vida. Ustedes dos y Euge.
Le envié una larga mirada, preguntándome si la borrachera de esta noche tenía algo que ver con la conversación telefónica que había tenido hoy con su madre. Había entrado en la habitación cuando ella colgaba. La tez de Rochi era generalmente como pálida porcelana. Parecía un pequeño duendecillo irlandés con sus brillantes ojos azules, el pelo oscuro y la piel sin defectos, lechosa. Pero en ese momento, banderas rojas brillantes teñían sus mejillas.



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