jueves, 20 de agosto de 2015

capitulo 21 , 22 ,23 ,24 y 25






Aun así, la palabra se quedó atascada en mi garganta. En realidad, no podría decirlo. Era demasiado, demasiado… mala.
Rochi se echó a reír.



 —Tal vez, después de que este camarero termine contigo, serás capaz de decirlo.
—Tal vez —concedí—. Pero no lo voy a hacer. Al menos no con él.
—Hmm. —Rochi se dio la vuelta y empezó a excavar en busca de zapatos en su estrecho armario
—. ¿Estás segura? No hay nada malo con que tu primera vez sea con alguien que sabe lo que está haciendo.
—No. Quiero que mi primera vez sea con Pablo.
—Por supuesto que sí —asintió Euge—. Debe ser con alguien que ames.
—Dice la chica que sólo he estado con un novio.
—¿Y? ¿Qué hay de malo en eso? —Euge enderezó los hombros—. Él es el único hombre que he amado.
—Bueno. ¿Cómo sabes que no te estás perdiendo algo mejor?
Una mirada extraña apareció en el rostro de Euge. Nunca la había visto enfadada antes, pero pensé que esto estaba cerca de eso. Aparecieron manchas de colores a través de su tez clara.
—Hay más en una relación que sólo sexo.
—Sí, pero una relación de seguro es mejor cuando el sexo es bueno.
Euge ladeó la cabeza.
 —¿Y cómo lo sabes? ¿En cuántas relaciones has estado?
Viendo que esto no iba a ir ninguna parte, excepto a algo feo, intervine
—: Así que, Euge, ¿puedes venir con nosotros esta noche?
Apartó su mirada de Rochi.
—No. El padre de Nico se encuentra en la ciudad por negocios y se supone que debemos cenar con él.
Rochi fingió un bostezo exagerado, y Euge le lanzó una de sus almohadas.
—¿Tal vez podrían reunirse con nosotros después? —sugerí.
—El Mulvaney’s es no es realmente el lugar que Nico…
Ante esto, Ro soltó un resoplido. Euge le lanzó una mirada fulminante. Rochi se encogió de hombros y volvió a prestar atención al contenido del armario de Euge.
Euge siguió.
—Pero vamos a intentarlo.
—Eso sería genial —le dije sin convicción, odiando estos raros momentos de tensión entre ellas. Tan diferentes como éramos las tres,
siempre habíamos hecho que funcionara. Desde que nos conocimos la una a la otra en la orientación de primer año, riéndonos, no muy discretamente, cuando nos asignaron a un chica de un curso superior que insistió en iniciar nuestro recorrido por el campus con una canción que ella escribió.
—Bueno, no llegues demasiado tarde. Vas a perderte toda la emoción cuando el camarero sexy ponga sus ojos en Lali.
Sonreí, pero se sentía más como una mueca en mi cara.
 —Su nombre es Peter —le recordé, pero ellas no escuchaban. Ambas se acercaron a los diversos bolsos de cosméticos acumulados sobre el escritorio de Rochi, intercambiando ideas sobre qué tipo de maquillaje debería usar.
Nuestro grupo encontró un lugar cerca de las mesas de billar, una posición privilegiada con una vista directa de la barra.
—Él está trabajando esta noche —
exclamé por encima de la música en el oído de Rochi. Ahora que lo pienso, él había trabajado todas las noches desde que estuve allí. Sólo podía pensar en lo tedioso que debía de ser. Servir cerveza noche tras noche. Sacudí los pensamientos. Sus ambiciones en la vida no deberían importarme. No buscaba nada profundo y duradero con él. Al igual que él nunca consideraría algo profundo y duradero conmigo. Era un recordatorio vigorizante cuando mi mirada se estrechaba sobre él en el bar. Esto era sólo una conexión. Asumiendo, por supuesto, que nada sucedía en absoluto.
—¿Ese es tu hombre, Lali? —Suzanne silbó con aprobación—. Lindo. Es muy sexy. No sabía que eras capaz.
No me molesté en señalar que no era mi hombre. Llámalo una necesidad básica de reclamarlo para mí.
En este momento, había varias chicas alineadas frente a él para pedir bebidas. Me había dado cuenta de eso antes. Que la mayoría de las chicas iban a pedirle a él. Y, sin embargo, él parecía muy serio. Vertiendo las bebidas y tomando el dinero con una eficacia cómoda, sin hablarle por mucho tiempo a nadie. Me pregunté cuándo exactamente se suponía que debía enrollarse con todas las chicas que se rumoreaba.
—Bueno. ¿Cómo vas a hacer esto? —dijo Rochi en mi oído, mirando la barra como si investigara un punto de entrada.
Negué con la cabeza.
—Él no me ha visto.
—Bueno. No has ido a la barra.
—Pensé que tal vez debía esperar a que se fijara en mí.
—Eso podría tomar un tiempo. Este lugar está atestado.
—¿Qué sugieres, entonces?
—Tú me conoces. Soy directa. —Me miró y luego volvió a mirar hacia la barra—. Me pararía frente a él, luciendo tan sexy como sea posible.
—¡Hazlo, hazlo! —cantó Suzanne, golpeando la mano sobre la mesa toscamente tallada. Se inclinó hacia delante, con la cara enrojecida, ya sea de la presión caliente de los cuerpos que nos rodeaban o el hecho de que prácticamente ya consumió la primera jarra sola. Teniendo en cuenta el brillo en sus ojos, sospechaba que era la cerveza.
Una pelea estalló en algún lugar de la esquina. Volví la cabeza ante el sonido de varios gritos y una silla golpeando el suelo. Un vaso se rompió y una chica gritó.
—Oh, oh, ahí está tu hombre.
No me molesté en corregir a Suzanne. Todos nos volvimos y miramos con apreciación mientras Peter y otro empleado atravesaban la multitud y se zambullían en el tumulto.
—Él es tan caliente que podría comérmelo —suspiró Suzanne soñadoramente.
—Oye, retrocede. Es de Lali —le reprendió Rochi y me envió una mirada cortante cuando abrí la boca para protestar diciendo que no era mío.
Mi mirada volvió a Reece, observando su amplia espalda mientras separaba los cuerpos para llegar a los dos chicos que se golpeaban en la parte inferior del amontonamiento.
—¡Hola, chicas! —Annie se acercó a nuestra mesa. Era un completo desastre de rizos, y sus pechos se sacudían, peligrosamente cerca de liberarse de su camiseta sin mangas. Pasó un brazo alrededor de los hombros de Suzanne. Inmediatamente un sabor amargo me cubrió la boca al recordar que Annie era la que me había hablado sobre Peter en primer lugar. Era una estupidez. ¿Qué me importaba si él conectó con Annie alguna vez?
—¡Hola a ti! Estamos aquí para ver al nuevo hombre de Lali—ofreció Suzanne voluntariamente.
—Lali. —Annie me miró, evaluándome con los ojos fuertemente delineados
—. ¿Tienes un hombre? Pensé que lo único con lo que alguna vez te besuqueabas era con la calculadora. —Se rio de su broma, golpeando la mano sobre la superficie de la mesa.
Mi cara ardía.
Rochi le lanzó una mirada de disgusto.
—No seas perra.



Puso los ojos en blanco.
—¿Podrías relajarte? Por Dios. Dime. ¿Quién es el afortunado?
Rochi hizo un gesto con la mano como si no fuera nada.
—Ya lo conoces. —Me di cuenta de que no quería compartir su identidad. Como si me sintiera protectora de lo que fuera que tuviera con Peter, y no quería involucrar a una de sus últimas aventuras.
—¿Sí? —Miró a su alrededor como si así fuera a saberlo—. ¿Quién es?
—El camarero que me dijiste que trabajaba aquí.



Los ojos de Annie se agrandaron.
—¿En serio? —Me miró con un nuevo respeto—. No pensé que fueras capaz de ser tan… flexible, Lali. —Hizo hincapié en la palabra flexible y la insinuación deliberada. Mi cara ardía aún más. Muy bien podría haberme llamado virgen a la cara.
—¿Qué se supone que significa eso? —espetó Rochi.
—Lali es muy santurrona. No pensé que fuera capaz de compartirlo. Quiero decir, el chico se acuesta con cualquiera, Ro. Esta noche ya besó como a tres chicas. Va a acostarse con al menos una de ellas antes de la medianoche. Cuando me enrollé con él, estaba de vacaciones y sólo utilizamos el asiento trasero de mi coche.
—Ugh. —Suzanne arrugó la nariz—. Recuérdame que nunca me siente en el asiento trasero de tu coche.
Cerré los ojos en un parpadeo lento. Ojalá Annie no hubiera dicho eso. Ahora tenía la imagen de ellos grabada en mi mente. La sangre se agolpó en mi cabeza. Un rugido profundo comenzó en mis oídos mientras pensaba en el beso que me dio junto a mi coche. Había parecido tan espontáneo, casi como si a él también le hubiese sorprendido. ¿Había sido una de las muchas de la noche? Mi sentimiento de traición era ridículo. El tipo era obviamente experimentado. Lo sabía. No llegabas a ser tan buen besador sin tener una parte justa de experiencia.
—De ninguna manera. Eres tan mentirosa, Annie —la interrumpió Rochi.
—Es en serio —insistió—. Lo vi toqueteando a una chica afuera hace una media hora. Y besando a otra chica cerca del tablero de dardos hace apenas cinco minutos. —Señaló con una uña violeta la esquina donde la gente lanzaba dardos.
Suzanne negó con la cabeza.
—Hemos estado observándolo durante la última media hora. De ninguna manera.
—Sí —concordó Rochi, mirándome como si yo necesitara esa tranquilidad—. Ella está exagerando. ¿Durante cuántas noches lo hemos visto? Si el camarero estuviera saliendo con otras chicas, nos hubiésemos dado cuenta.
Asentí, y la banda apretada alrededor de mi pecho se aflojó. Ella y Suzanne tenían razón. Annie no podía estar hablando de Peter. Tal vez estaba celosa. O confundida. No sabía cuál era su motivación. Sólo sabía que él no podría haberse besado con otras tres chicas esta noche sin que hubiera dado cuenta.
La mirada de Annie de repente se movió más allá de mi hombro. Sus brillantes labios rojos estallaron en una sonrisa.
—Bueno, vamos a averiguarlo. Ahí está.
Negué con la cabeza desesperadamente, determinada a que Annie no me avergonzara delante de él.
—¡No! ¡No tienes que hacer eso!
Demasiado tarde, ella lo llamó y agitó la mano. Un calor mortificante se disparó hasta mis mejillas. Sentí una presencia aparecer detrás de mí. Me sentía demasiado horrorizada para mirar. Me quedé mirando al frente mientras Annie se acercaba a la mesa, sus brazos abriéndose para un abrazo. El escote de su blusa se abrió aún más, y atrapé el destello de un pezón. La imperiosa necesidad de arrancarle los ojos me venció.
—¡Hola, nene! —Su voz era pura dulzura—. ¿Cómo estás?
¿Nene? Quería vomitar.
—Bien. Anna, ¿verdad? —preguntó una voz masculina.
—Annie —corrigió, y un destello de algo feo cruzó su expresión ante la aparente falta de memoria.
—Annie. Cierto —dijo la profunda voz y masculina.
Rochi ya se giraba en su taburete. Me dio un codazo en las costillas bruscamente y lanzó una pequeña carcajada, que rápidamente sofocó detrás de sus dedos.
La miré, frotándome el área golpeada. Me dedicó su mirada de "te lo dije".
Mira, articuló, nada de qué preocuparte.
—Así que ya conoces a mi amiga Lali, ¿no? —preguntó Annie, señalándome con un ademán.
Me giré completamente en mi taburete, frente a lo inevitable —y sentí que mi estómago se desplomó a mis pies.
No era él.
No era Peter. Sin duda, este tipo era sexy. Incluso tenía un extraño parecido con Peter, pero no era él.
—No —dijo, extendiendo su mano hacia mí y mirándome como si me estuviera imaginando sin la ropa puesta. Le estreché la mano, completamente pérdida con las palabras.
—Por supuesto que sí, Agus. —Annie frunció el ceño, mirando entre nosotros dos e insistió—: Conoces a Lali.
Su sonrisa vaciló por un momento.
—Uh, lo siento, no. ¿Debo recordarte? —Podía ver las ruedas girando en su cabeza, buscando en su memoria a las chicas con las que se había acostado.
Negué con la cabeza sin decir nada y empujé a Rochi, que se reía como una tonta a mi lado.
—No. No nos hemos visto antes.
Agus. Su nombre era Agus.
Sus dedos seguían sosteniendo mi mano en un cálido apretón.
—Ya me parecía. Me acordaría de alguien tan bonita. —Hábil. Y con una cara como la suya, apuesto a que no tenía que esforzarse mucho.
Rochi, que seguía riendo, levantó una mano.
—Espera, espera, espera. ¿Trabajas en este lugar? ¿Cómo es que nunca te hemos visto el último par de noches que hemos pasado aquí?
—Sólo tomo un turno de vez en cuando. Por lo general, trabajo uno o dos días durante la semana, pero Peter me llama cuando uno de los chicos se enferma. —Se encogió de hombros, considerando a Ro con la misma minuciosidad con la que me miró a mí. Al parecer le gustó lo que vio. Le guiñó un ojo, su sonrisa cada vez más amplia para revelar unos dientes perfectamente rectos—. Estuve libre.
Ro le devolvió la sonrisa, claramente deslumbrada.
—¿Peter? —repetí.
—Sí. Mi hermano.
—Tu hermano —susurré.
Annie ahora se reía, sosteniéndose los costados, mientras sus tetas se sacudían.
Rochi me miró un poco preocupada por esta nueva información.
—¿Tu hermano? —murmuré. Las cosas encajaron en mi cabeza. Me estuve ofreciendo a un tipo que no era el prostituto residente del bar. Agus era el hermano menor que Peter había mencionado. Oh. Dios.
Annie se secó los ojos, dejando vetas de rímel en sus mejillas.
—Oh, esto es demasiado gracioso. No me digas que querías hacer una jugada por Peter. Oh, él no le da la hora del día a nadie.
—Bueno, a Peter sí se la dio —replicó Ro, con un color enojado llenando su cara—. La besó. Tal vez simplemente no está interesado en zorras.
Annie aplastó la mano sobre su impresionante escote.
—Oh, ¿yo soy la zorra?
Las cejas de Agus se arquearon.
—¿Mi hermano te besó? —Me evaluó con un nuevo interés, ignorando las bromas hostiles.
—Sí. —Annie hizo un gesto con la mano—. ¿No lo entiendes? Ella pensó que eras tú.
Cerré los ojos en un parpadeo dolorosamente lento, mi esperanza de que esto de alguna manera no llegara a Peter, se desvaneció.
—¿Qué? —Ahora Agus parecía muy confundido. Hizo un gesto con el dedo entre nosotros dos—. ¿Has venido aquí para besarme?
Mi mortificación aumentó.
 —Por supuesto que no.
Annie asintió sabiamente.
—Tu reputación te precede.
Después de un largo momento en el que quería acurrucarme y morir, la confusión desapareció de su rostro. Su sonrisa volvió, y su pecho se hinchó.
—Genial. Tengo un representante.
Me dejé caer de mi taburete, sintiéndome como la idiota más grande del mundo.
—Tengo que irme
Rochi asintió con simpatía.
—Me voy contigo.
Con una rápida despedida a todo el mundo —incluso a Annie, a la que preferiría haber abofeteado— comenzamos a abrirnos camino a través del bar. Tuvimos que parar de vez en cuando para que Rochi charlara con alguien que conocía. Me moví sobre mis pies con impaciencia, revisando los rostros, esperando desesperadamente que Peter no apareciera. No podía hablar con él en estos momentos. No podía fingir que estaba tranquila y no afectada.
La multitud creció aún más. Un cuerpo chocó conmigo, y perdí el agarre que tenía sobre la muñeca de Ro. Me sentía como una boya de mar, arrojada a la corriente. Me puse de puntillas y la llamé, buscándola entre las caras enrojecidas.
De repente sentí su agarre en mi muñeca. Mi pecho se relajó. Ahora podemos irnos.
Alcé la vista. Peter me miraba.
El sofocante peso estaba de vuelta en mi pecho, apretándolo fuertemente, reteniendo mi aliento. Mi cara ardía, quemaba, el encuentro con su hermano aún seguía fresco. Era así de embarazoso.
—Hola —dije torpemente, estudiándolo de cerca, intentando evaluar qué sabía.
Sus dedos dejaron una huella ardiente en mi piel. Podía sentir la forma de cada uno a mí alrededor.
Sus labios se aplanaron en una línea sombría.
—Escuché que conociste a mi hermano.
Mi estómago tocó fondo. Genial. Lo sabía.
—Oh. Sí. Fue agradable.
Sus pálidos ojos brillaron.
—¿Es verdad? ¿Viniste aquí a buscarle? ¿Pensaste que yo era él?
Sacudí la cabeza, las palabras me evadían.
—Oh, sí. Cuando pudo dejar de reír, me lo contó todo. ¿Por eso has sido tan… —Su mirada me repasó de arriba abajo antes de terminar—… amistosa conmigo?
Lo negué.
—No. Por supuesto que no…
—Querías salir con mi hermano porque escuchaste los rumores sobre él. —Era una declaración plana. Llena de juicio.
Intenté actuar de forma casual. Bufé como si fuera la sugerencia más absurda que había escuchado nunca y la ignoré absolutamente.
—¿Rumores? ¿Qué rumores?
Esos ojos pálidos se convirtieron en hielo.
—Los rumores sobre mi hermano follándose a cada chica que le señala con el culo.
Aspiré una bocanada de aire.
Se echó a reír bruscamente, pero no había ligereza en el sonido.
—Es un poco divertido, sabes.
Negué, incapaz de imaginarme que algo de esto fuese gracioso.
—¿Y eso? —Me las arreglé para soltar.
Ondeó una mano. —Todas estas chicas universitarias… incluso una chica buena como tú —La forma en la que enfatizó buena, me dijo claramente que ya no creía que estuviese en esa categoría—, lanzándose sobre un chico de instituto.
Sentí mi frente arrugarse.
—¿Qué?
—Agus sigue en el instituto. Tiene dieciocho.
Oh. Dios. Mío. Como si este momento pudiera volverse más embarazoso. Si las cosas no se hubieran liado la primera noche que llegué aquí, si Agus hubiera estado trabajando y siendo receptivo —si no hubiera visto a Peter primero y obsesionado mi anhelo con él— podría haber salido con un chico de instituto. Dieciocho o no… ¡seguía en el instituto!
Sacudí la cabeza como si me estuviera deshaciendo de los vestigios de una pesadilla.
—No me lancé. Lo conocí esta noche.
—Pero has venido aquí por él. Pensaste que yo era él. —Su mirada me cortó, sin piedad y profundamente.
Como regla general, no huía de la vida cuando se ponía fea o incómoda. Había enfrentado un montón de cosas. Un padre muerto. Una madre que eligió su adicción por encima de mí. Esto —él— no debería ser algo que no pudiese manejar. Su opinión o juicio sobre mí no se suponía que significase nada. Era sólo un paso que me acercaba a Pablo . Eso era todo lo que se suponía que era.
Incluso diciéndome esto, no pude evitar detenerme. Era la hora de retirarse.
La marea de gente se movía. Los cuerpos nos chocaban. Su agarré se soltó de mi muñeca y mi oportunidad llegó. Corrí, usando mis codos como me había aconsejado una vez. Hundiéndome por la puerta trasera, divisé a Rochi con su móvil en la oreja.
—Ahí estás —dijo cuándo me vio—. Intentaba llamarte.
—Vámonos —gruñí, enganchando su brazo y empujándola por la calle hacia el aparcamiento lleno





—¿Qué ocurre? Quiero decir, además de la obvia torpeza de averiguar que confundimos a tu chico ardiente con otro. —Se rio—. Vamos. Es divertido.
La miré de reojo.
Me empujó con la cadera.
—Vamos. Date unas palmaditas en la espalda. Según Annie, Peter es el esquivo. Y él te besó.
—Peter me acorraló allí, cuando nos separamos.
—Ooh. —Sus ojos se ensancharon—. ¿Qué te dijo?
—Oh, lo sabía todo.



Hizo una mueca.
 —¿Demasiado incómodo?
—Oh, sí, y su hermano, ¿Agus? Tiene dieciocho y sigue en el instituto.
—Oh, eso es impresionante. —Se echó a reír, aplaudiendo—. Espera a que se lo cuente a Annie.
—Sí, Peter piensa que soy una persona bastante terrible.
Dejó de reír.
—Imposible.
—Sí. Lo hace. —Asentí obstinadamente, mis pasos aumentando su ritmo sobre la grava—. Deberías de haber visto cómo me miro.
—Bueno, entonces es un idiota. Que le jodan. ¿Quién lo necesita?
Desbloqueó su coche y abrí la puerta del pasajero. Me hundí en el asiento con un profundo suspiro.
—Puedes perfeccionar tus habilidades con cualquier chico que quieras.
Me reí entrecortadamente y la corregí.
—No. No con cualquier chico que quiera.
No era una de esas chicas que no sabía cómo lucía cuando se miraba al espejo. Sabía que era lo suficientemente atractiva, pero con miles de otras bonitas veinteañeras alrededor que vestían mucho mejor (y con mucha menos ropa) que yo, no era nada extraordinaria.
—¡Sí! Eres el paquete completo, Lali. Pablo ya lo habrá notado. Diablos, no necesitas a Peter o a ningún otro chico para el caso. Tal vez es hora de que vayas a por él, Peter. Deja de darle vueltas al asunto y ve a conquistar a Pablo.
Asintiendo, me quedé mirando a través del parabrisas mientras salía a la calle y dejábamos la franja de bares y restaurantes detrás.
—Tienes razón. Fue una idea estúpida.
—No, no lo fue. E incluso si lo era, creo que fue mi idea, así que cúlpame.
Una sonrisa me rozó la boca. La miré. Frunció el ceño cuando se detuvo en un semáforo, y me di cuenta de que se sentía mal.
Me relajé contra el reposacabezas.
—Nadie me hizo hacer nada. Sé que te das crédito por tus locas habilidades de persuasión, pero yo decidí hacer esto.
Me lanzó una mirada escéptica.
 —¿De verdad?
—De verdad. Es posible ir en contra de la gran Rochi
Resopló mientras giraba hacia Butler, la calle principal que atravesaba el campus y cruzaba por delante de nuestro dormitorio. Los edificios académicos estaban en silencio mientras los pasábamos. Varias ventanas superiores brillaban con luz. Me imaginé que había estudiantes dentro, enterrados en trabajos de prácticas. Poseían demasiada ambición como para tener una noche salvaje en el bar. Hace unas semanas habría sido una de ellos, instalándome en mi habitación o en la biblioteca. Era una locura pensar que una llamada de Candde, conocer a un camarero caliente y toparme con Pablo hubiese cambiado todo eso. Me decía que era la combinación de los tres, ¿pero qué sabía? Quizá era hora de un cambio. De salir de la concha en la que me había obligado a meterme la mañana en que mi madre me dejó en la escalera frontal de la abuela.
Cualquiera que fuese la razón, un interruptor se había encendido en mi interior.
Con la cara de Peter apareciendo por mi mente, sus claros ojos tan agudos y burlones, me sentía vulnerable y desorientada. Era una sensación difícil. Peter no me hacía sentir segura en absoluto, que era todo lo que necesitaba. Todo lo que anhelaba. Mis labios se estremecieron con el recuerdo de su beso, y admití que ya no era lo único que ansiaba. Con suerte las cosas saldrían bien entre Pablo y yo, y luego podría tener ambos —lo que anhelaba y lo que necesitaba.
Con un suspiro, apoyé la cabeza contra el cristal de la ventana. La frescura se filtró por mi mejilla.
—Tengo que regresar. Disculparme.
—¿Con Peter? —Rochi se detuvo en un lugar vacío frente a nuestro edificio. Tan temprano era relativamente fácil encontrar un buen sitio. Aparcó y se giró para mirarme—. ¿Para qué?
—Lo estaba usando.
Se rio.
 —Oh, Lali. Eres demasiado buena. ¿Crees que le importa que le confundieras con su hermano gigoló? Así que coqueteaste con él un par de veces. No hay nada malo en ello.
Vi su cara en mi mente otra vez, la ira en sus ojos. Parecía como si le importara.
—Creo que le debo una explicación por lo menos. Mentí… lo negué todo y luego hui como una cobarde.
Rochi sacudió la cabeza y apagó el motor.
—Tienes agallas, te concedo eso.
Nos bajamos del coche. Emitió un pitido de bloqueo detrás de nosotros mientras Rochi continuaba.
—Los hombres usan a las mujeres todo el tiempo y nunca se disculpan. Mi propio padre está en el top de la lista. Es el rey de los jugadores, incluso a los cincuenta y cuatro. Pasé a través de media docena de niñeras porque usualmente terminaba acostándose con ellas y luego las despedía porque las cosas se ponían demasiado incómodas. —Rochi buscó la llave de su puerta—. Y no me hagas empezar con mi madre y la mierda con la que se casó. Y mi hermanastro. —Sus hombros temblaron con un estremecimiento visible—. Ni siquiera iré ahí.
Entramos en la demasiado fluorescente luz que zumbaba como un incesante mosquito. La estudié casi con cautela mientras apretaba el botón para subir del ascensor.
Raramente hablaba de su padre, y su madre era un tema muerto. Ni siquiera sabía que tenía un hermanastro. Esto me dio una nueva perspectiva de ella y confirmó lo que siempre había sospechado. Que había más debajo de la superficie. Era más que la chica fiestera despreocupada que tonteaba con un chico diferente cada noche.
No iba a presionarla para que hablara. Después de que mi padre muriese, hubo algunos perdedores en la vida de mi madre. Nunca salía con los tipos decentes y establecidos. Algunos de sus novios eran tan malos que aprendí a estar agradecida por aquellos que no me veían. Aquellos que miraban a través de mí como si no estuviera.
Sí. Ro podía guardarse sus secretos. Tenía los míos propios.
A medida que entrábamos en el ascensor, sus ojos se agrandaron, el brillante azul en ellos más duro de lo que había visto nunca.
—No le debes nada, Lali.
—Quizá —cedí. Pero aun así tenía que verle de nuevo.




—Oye, abuela, ¿cómo te va? —Aplasté el teléfono entre el hombro y la oreja mientras me quitaba los pantalones color caqui que eran reglamento para todos los empleados de Little Miss Muffet Daycare.
—Oh, Lali, querida, ¿cuándo vienes a casa?
Era la misma pregunta que siempre hacía. A pesar de que escribía las fechas de mis descansos en el calendario junto a la nevera, nunca se fijaba en eso.
—La semana de Acción de Gracias. Iré el miércoles anterior. Tengo que trabajar ese fin de semana. —



Le hice una mueca a mi reflejo en el espejo mientras me desabrochaba la blusa. La trenza firmemente construida se había deshecho hace horas. No había resistido bien contra las discusiones con los niños. Desabroché la banda del ya desenredado desastre.
—Necesitan un conteo exacto para la cena de Acción de Gracias.
Sacudí la cabeza por su reprimenda, pero no dije nada.
 —Bueno, confirma para dos. —La cena solía ser atendida por Hardy’s, una cafetería local que hacía un pavo asado decente y relleno. Los ancianos llenaban la sala temprano, como a las 10. Sería la única de menos de setenta en la habitación. Pero al menos ya no tenía que preocuparme por mi abuela cocinando una gran comida.
En mi primer Acción de Gracias con ella insistió en cocinar todo por sí misma. Iba a freír el pavo. Afortunadamente, una hija que visitaba a su madre en la casa de al lado notó la freidora de mi abuela afuera y llegó a investigar, deteniéndola a segundos de que dejara caer un pavo congelado en la olla de aceite hirviendo y quemara nuestra casa
 —y a nosotras.
—Lo haré. ¿Solo dos?
Dudé. Nunca había preguntado eso antes.
 —Sí.
—Porque la nieta de Julia Esposito acaba de comprometerse. Aún no tienes novio, ¿verdad?

—¿No tiene la nieta de la Sra. Esposito unos treinta años?
—¿Los tiene? Pensé que eran de la misma edad.
—Tengo diecinueve, abuela.
Rosco comenzó a ladrar en el fondo. Me podía imaginar al Yorkie de pie en la puerta pantalla, pidiendo que lo dejaran salir.
 —Tu padre se casó cuando tenía diecinueve.
Me quedé en silencio, aturdida incluso de que hubiera dicho eso. ¿Sinceramente estaba sosteniendo el matrimonio de mis padres como una especie de ejemplo que debería seguir?
Tomé una respiración profunda y me recordé que la abuela siempre había sido un poco frívola. Una vez, en octavo grado, abrí la bolsa del almuerzo para encontrar una lata de judías verdes, una botella de jugo de ciruela y el control remoto. Eso había conseguido un montón de risas y me hizo ganar un par de apodos desagradables. Pero lección aprendida. Empaqué mis propios almuerzos después de eso. Para mi primer año, cuidé de ella más que ella de mí. Dejar la casa para ir la universidad no fue la decisión más fácil, pero me obligué a hacerlo. No podía dedicarle mi vida. Ella no quería ni esperaba eso de mí.
Ahora, a los setenta y nueve años, no había predicción de lo que diría o haría. Esto último era un punto muy real de preocupación en mí. Me preocupaba que pronto necesitara mudarse a un hogar de ancianos. Odiaba considerarlo. Y así lo hacía mi abuela. La primera y última vez que se lo mencioné, ella comenzó a llorar tan fuerte que no había tenido la valentía de sacar el tema de nuevo.
La observaría en Acción de Gracias y decidiría si necesitábamos revisar la conversación.
—Encontraré a alguien algún día —le aseguré. Por alguna razón, la imagen de Peter cruzó por mi mente. ¿Qué pensaría la abuela si llevara a casa a un camarero tatuado y con piercings? Probablemente que era muy parecida a mi Padre.
—Bueno, no voy a estar por ahí para siempre, Lali. Me gustaría verte establecida antes de que llegue mi hora.
—Oh, abuela. Vas a vivir para siempre. —Es lo que siempre decía cada vez que ella traía a colación la muerte.
Ella se echó a reír.
 —Dios, espero que no.
Me quedé callada. No quería pensar en perderla. Cuando la abuela se hubiera ido, realmente estaría sola. La emoción brotó de mi garganta. La primera vez que fui a vivir con ella, la idea de perderla me aterrorizó. Ya había perdido a todos y a todo. No me quedaba nadie. Asumí que finalmente también la perdería. Me tomó algunos años aceptar que no iba a abandonarme. Solía asustarme cada vez que cogía un resfriado. Cuando se rompió la pierna y tuvo que quedarse unos días en el hospital, no pude comer ni dormir hasta que estuvo de vuelta en casa.
—Debo ir a estudiar, abuela. —Me las arreglé para soltarlo sin sonar demasiado emocionada.
—De acuerdo. Sé una buena chica. —La abuela decía eso al final de cada llamada. Sé una buena chica. Si solo supiera que estaba de camino a la exploración sexual.
Después de colgar, terminé de cambiarme de ropa. Vestida con cómodos pantalones de chándal y una sudadera de la Universidad de Dartford, caí de nuevo en mi cama con mi copia de Madame Bovary. Estaba casi terminándolo, lo cual era bueno, considerando que tenía una prueba de literatura mundial mañana.
Resaltador y lápiz en mano, me perdí, siguiendo las hazañas de Madame Bovary y prometiendo nunca convertirme en una esclava de mis tarjetas de crédito. Ya era bastante malo que tuviera préstamos universitarios. Mientras seguía leyendo, sentí una incómoda similitud entre Madame Bovary y yo. Justo como yo, ella estaba muy comprometida con una idea de lo que pensaba que debería ser su vida.
Sacudiendo la cabeza, me dije que mi enamoramiento con Pablo no era superficial y poco saludable. Él era bueno. Amable, confiable y seguro. Era todas esas cosas. Yo no era Madame Bovary.
—Oye, ahí.
Miré a Euge apoyada en el marco de la puerta. Estaba en su ropa de correr. Audífonos colgaban de su cuello.
—Hola. ¿Cómo estuvo tu carrera?
Cayó sobre la cama junto a mí.
 —Brutal. Pagando por mi semana de atracones de comida chatarra. Realmente me comí el estrés mientras estudiaba para mi examen de finanzas.
Luego entró Ro, campante.
—Deberías interesarte en estudio de las artes, como yo.
—Aun tienes que tomar tus clases principales —le recordé.
—Y estoy casi terminando con eso. —Ella encogió uno de sus esbeltos hombros—. Ahora estoy en cosas que disfruto. Lo que definitivamente no son las finanzas. —Hizo una mueca y sacudió la cabeza hacia Euge
—Tal vez si fuera un genio del arte, no me interesaría en los negocios.
Ro le lanzó una sonrisa.
—Eres dulce. Espero que mis cosas terminen en una galería algún día, para no acabar enseñando arte en la escuela secundaria.
—Como si eso fuera a pasar. —Euge se rio—. Papi te salvará.
La sonrisa de Rochi se desvaneció, y no podía dejar de recordar lo que había compartido sobre su padre. Supongo que Euge no era consciente de eso o lo olvidó.
Decidiendo cambiar de tema, pregunté
—: ¿Cuáles son sus planes para la noche?
Rochi se iluminó.
 —Soy toda tuya.
—Nico tiene un proyecto para trabajar.
—¡Genial! —Rochi aplaudió—. Salgamos. Sólo nosotras tres.
—Hay un nuevo lugar tailandés sobre el Roosevelt. Se supone que es realmente bueno. Podríamos probarlo —sugirió Euge.
Asentí.
—Eso suena bien…
—Y esa nueva película de Bourne…
—Podemos ver una película en cualquier momento. —Rochi hizo un puchero.
—Podemos ir a un bar en cualquier momento —contratacó Euge.
Inhalé.
 —Quiero volver a Mulvaney’s.
Mis amigas se quedaron en silencio por un momento. Sabía por la expresión incierta de Euge que Rochi se lo había contado todo —específicamente mi humillación al descubrir que Peter no era el camarero con el que había esperado conectar. No, ese era su hermano pequeño. La vergüenza aún picaba.
—¿Quieres volver? —preguntó Euge—. ¿Estás segura?
—Sí. Necesito hablar con Peter.
Rochi me miró, y me preparé, esperando que me recordara de nuevo que no le debía una explicación. Por suerte, las palabras nunca llegaron, porque no podía salir de esto sola. No quería que él pensara que era como cada chica que entraba por esas puertas, atraída por los rumores de Agus y lista para probar. Había pensado que yo era diferente. Eso es lo que más me molestaba. Ya no creía que hubiera nada especial en mí.
—Entonces iremos —dijo Rochi finalmente, su expresión inusualmente solemne. Se acercó a mi armario—. Está bien. ¿Qué vas a usar entonces?




—Algo caliente —suministró Euge.
—Por supuesto —respondió Rochi, deslizando perchas una tras otra—. Vamos a hacer que lamente haber dejado ir a nuestra Lali.
—Él no me dejó ir, exactamente. Me escapé.
—Eso es porque estaba siendo un idiota. Así que ¿querías usarlo para aumentar tu destreza sexual? Gran cosa. ¿Qué chico no está ansioso por una ligue sin ataduras?
Al parecer, Peter.



—Creo que la clave aquí es que su ego fue herido —explicó Euge—. Lali pensó que era su hermano.
—Bueno. Entonces necesitas hacerle olvidar por qué estaba tan ofendido. —Rochi hizo una pausa y se dio la vuelta, estudiándome—. Espera. Asumo que eso es lo que quieres hacer. ¿Todavía te sientes caliente por él? ¿Es a él al que quieres para ponerte al corriente?
Debería estar acostumbrada a la franqueza de Rochi a estas alturas, pero ella siempre me podía atrapar con la guardia baja. Miré de ella a Euge que se veía tan tranquila y segura de sí misma como si ella ya supiera la respuesta.
—Sí —asentí, sintiendo mis mejillas calentarse. Si iba a recibir clases en el juego previo, quería que fueran de él. No había sido capaz de olvidar ese único beso. Ciertamente no iba a renovar mi búsqueda e ir detrás de algún tipo nuevo. Un extraño. O bien era Peter o nadie. Sólo tendría que esperar y rezar para atraerlo a mi torpe manera.
—De acuerdo. —Rochi me miró con comprensión. Sólo que no estaba demasiado segura de lo que ella entendía.
—Todavía quiero a Pablo —dije, asegurándome de que no había confusión.
—Por supuesto. Por supuesto. —Ella asintió, y luego se giró hacia el armario. Apoyando la mano en su delgada cadera, estudió el contenido por un momento más antes de que sacara un par de pantalones oscuros—. ¿Euge? ¿Qué camiseta crees que conjunte? —Ella levantó una ceja, esperando su consideración.
—El suéter azul con cuello doblado. Al lado derecho del armario.
—Gracias. —Asintiendo,Rochi fue a buscar en su habitación.
—Ya sabes, Lali —dijo Euge, cruzando sus piernas vestidas de lycra—, el mundo no se acabará si terminas con alguien que no sea Pablo.
Todo dentro de mí se apretó, resistiéndose a la idea.
 —Pero yo quiero a Pablo. Siempre lo he hecho. —Siempre había querido ser una Martinez —. Y por una vez no parece una cosa tan imposible.
—Nunca pensé que fuera imposible. Especialmente no ahora que él está soltero. Sería afortunado de tenerte. Cualquier tipo lo sería. —Ella cruzó las piernas. Juntando las rodillas, se deslizó hacia el borde de mi cama y me miró con seriedad—. Pero, a veces, lo que quieres no es lo que necesitas de verdad.
—Suenas como una galleta de la fortuna —bromeé, pero sus palabras crearon un agujero dentro de mí. No podía explicar por qué quería a PAblo. Simplemente lo hacía. Sólo sabía que era él, esa cosa que había estado buscando desde… desde siempre.
Como si pudiera leer mis pensamientos, preguntó
—: ¿Por qué tiene que ser Pablo?
La pregunta me caló muy hondo. Trajo a mi mente a mi madre y a un oso de peluche, dos cosas que nunca podría recuperar
. —Oh, no lo sé. —Incliné la cabeza y la miré con agudeza—. ¿Por qué tiene que ser Nico?
Ella parpadeó, sorprendida por mi rápida réplica. Suspiré y miré hacia la ventana, arrepintiéndome de mi actitud defensiva.
—He estado con Nicoodesde la escuela secundaria —respondió de manera uniforme.
Asentí. No estaba tratando de insinuar que su relación con Nico fuera de alguna manera deficiente. ¿Qué sabía yo sobre relaciones? Por todo lo que había visto, Nico era un gran tipo.
—Supongo que lo que estoy tratando de decir es que has estado aquí durante más de dos años sin una cita. Y nunca tuviste citas en la escuela secundaria. Tal vez deberías salir con otros chicos en vez de depositar todas tus esperanzas en Pablo.
Las palabras eran difíciles de escuchar… especialmente teniendo en cuenta lo comprensivas que habían sido siempre Rochi y Euge con mi determinación de tener a Pablo. De repente me sentí acorralada. Atraje mis rodillas hacia mi pecho y me deslicé hacia atrás sobre la cama hasta que mi columna quedó alineada con la pared de ladrillo.
—No han estado haciendo cola exactamente para pedirme salir, Euge.
—Porque no has querido que lo hagan. Los chicos necesitan un poco de aliento, y no has mostrado una sensación de “estoy disponible”, exactamente.
Me crucé de brazos, incapaz de negar eso, pero aun así sin que me gustara escucharlo.
—Bueno, ahora lo estoy, ¿cierto?
Ella ladeó la cabeza.
—¿Con este camarero? ¿Se supone que él cuenta? Pensé que era sólo un rollo.
Enterré la cabeza en mis manos y gemí.
 —Sí. No. No lo sé.
—¡Lo encontré! —Rochi volvió a la habitación. Sacudió su pulgar por encima de su hombro—. ¡Ahora date prisa y dúchate!
Euge sonrió. Agarré mis utensilios de baño y mi bata, contenta de dejar atrás la charla “casi seria”.
Rochi hizo un pequeño baile.
 —¡Vamos a romper algunos corazones esta noche!
Con tal de que no fuera el mío.
El bar era el habitual mercado de carne para una noche de fin de semana —es decir, solo un sitio para estar de pie. Grupos de chicos y chicas se movían por ahí, hablando y bebiendo. Pero sus ojos estaban siempre en movimiento. Escaneando. A la caza. Tan pronto como entramos, chicos hicieron contacto visual con nosotras y trataron de entablar una conversación.
Rohi se detuvo justo en el interior de la puerta, en donde el aroma de pepinillos fritos me tentó incluso después de la cena que acabábamos de tomar en el nuevo sitio tailandés
. —¿Cuál es tu plan?
Eché un vistazo desde ella a la masa caliente de humanidad que nos rodeaba. Incluso con el frío que hacía afuera, los rostros estaban sonrojados por el calor de la habitación. Y tal vez el alcohol fluyendo libremente también tenía algo que ver con ello.
Me puse de puntillas, tratando de ver la barra.
 —Creo que simplemente voy a ir directamente hacia él.
Rochi arqueó una ceja.
 —Eso es directo. Y no exactamente tu estilo.
—No tiene sentido retrasarlo.
 —No después de la última vez que estuve aquí. No iba a fingir una pérdida de memoria. Hui de él. Probablemente había terminado conmigo ahora.
—Buen plan. —Egue asintió—. Nada de juegos.
Hicimos nuestro camino hacia la barra. Vislumbré a Peter a través de las grietas que se formaban entre los cuerpos a medida que nos poníamos en fila. Me puse de puntillas, tratando de obtener una vista mejor, captando sólo la curva de su cabeza, la oscura sombra de su pelo casi rapado.
Con la mirada todavía fija en él, les dije a mis amigas
—: Puedo manejarlo desde aquí.
—¿Estás segura? — Ro no sonaba convencida.
—Sí. —Por alguna razón, incluso aunque ellas sabían todo lo que había ocurrido hasta ahora, humillarme ante Peter no era algo que quisiera hacer enfrente de ellas.
Rochi escaneó la habitación abarrotada y señaló.
—Allí. Podemos conseguir esa mesa.
Una rápida mirada reveló que la mesa estaba ocupada por dos tipos que ya estaban comiéndose con los ojos a Rochi en su minifalda. Euge la siguió a través de la multitud, dejándome en la fila. Esperé pacientemente, arrastrándome hacia delante hasta que me quedé ante el mostrador.
Peter estaba de espaldas a mí. Observé la oscura tela de su camiseta estirarse mientras se inclinaba y luego se enderezaba. Cuando se dio la vuelta, su mirada aterrizó en mí. Se quedó inmóvil por un momento, sus ojos azul claro penetrantes.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Me humedecí los labios y miré tímidamente a las personas que se aplastaban a cada uno de mis lados, poco feliz de difundir nuestra conversación, pero sin ver otra opción.
Ignorando a todos los demás, hablé por encima del estruendo.
—Quería verte.
Él alzó una oscura ceja —la del piercing— mientras llenaba la jarra.
 —¿Sí? Que divertido, teniendo en cuenta que la última vez que hablamos saliste corriendo como si alguien hubiera gritado “fuego”.
Entregó la jarra y recogió el dinero de un cliente, una chica que me miró de arriba abajo como si fuera algo sucio pegado a la suela de su zapato.
La miré hasta que se marchó, luego volví a mirar a Peter.
 —Eso no fue exactamente una conversación.
—¿No?
—Fue más como una inquisición.
Sus labios se curvaron en una sonrisa de apariencia torcida.
 —Llámalo como quieras. Te tengo calada ahora, Chica Buena.
Me ericé ante eso, especialmente por la forma en que lo dijo como si lo último que me considerara fuera buena.
 —Tú no me conoces. —Nadie lo hacía.
—Sí. A la mimada niña universitaria no le gustaba lo que estaba oyendo, así que huyó.
Está bien, tal vez eso era en parte cierto. Pero no era mimada.
En última instancia, me estaba llamando cobarde. Débil. Una pequeña voz susurró a través de mi mente como un viento helado: ¿No es eso lo que haces? ¿Lo que has hecho toda tu vida? ¿Siempre, desde que mamá se deshizo de ti? Correr. Esconderte. Enterrarte para alejarte del mundo. Obsesionarte con un chico que no sabe que existes. Al menos no en la forma en que quieres existir para él. Fingir que perteneces a una familia que no es la tuya.
Mis ojos comenzaron a arder por el cruel bombardeo de pensamientos. Absorbí una respiración en mis comprimidos pulmones y me mantuve firme, negándome a huir otra vez sólo porque la conversación no iba a mi manera.
 —Vine aquí a disculparme.
Él me miró fijamente un largo rato, ignorando a la chica que se había puesto frente a él, con dinero apretado en su mano. Ella le miró, expectante, pero él siguió mirándome. Finalmente se cambió a otro camarero.
Retorcí mis dedos hasta que estaban entumecidos y no les circulaba la sangre.
—Había oído rumores acerca de tu hermano. Tenía una descripción de él… y asumí que eras tú esa primera noche. Tal vez quería que fueras tú. Después de que me ayudaras con mi coche esa noche, quería que fueras tú —admití con un solo asentimiento.
Él continuó mirándome, sin hacer nada para aliviar mi vergüenza.
Seguí hablando.
 —Fue tonto. Lo siento. Vine aquí buscando… —No podía decirlo. Era demasiado mortificante.
Cruzó los brazos sobre su pecho, esperando. Era una postura intimidante. Nadie se acercaba a él en la barra con ese aspecto. Le echaban una mirada, me miraban a mí, y se desviaban a otro camarero. Tal vez yo también debería haberme alejado.
Excepto que había venido aquí a hacer esto.
—Yo… —Deteniéndome, reuní mi aliento, mi coraje, y me lancé de cabeza—. Hay un chico que me ha gustado desde siempre, y no soy exactamente experimentada, pero pensé que ayudaría si podía ganar algo de experiencia de alguien que supiera lo que está haciendo. Ya sabes. Si yo pudiera ser mejor en… en esas cosas. El material íntimo. Toda la acción chico-chica. —Solté mis dedos e hice un gesto entre él y yo.


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