lunes, 31 de agosto de 2015

capitulo 51 , 52 y 53 final







Los días se transformaban en semanas. El tiempo se volvió frío y la primera semana de diciembre vio la primera nevada. Me perdí en la escuela, el trabajo y Pablo. Reunirnos en Java Hut por la mañana se convirtió en hábito. Fiel a su palabra, él me estaba cortejando. Por primera vez en mi vida tuve un novio.



Cenas afuera. Unas cuantas películas. Citas de estudio en la biblioteca. Era un perfecto caballero. Cada vez que el pensamiento de que tal vez era un poco aburrido cruzaba por mi mente —o que éramos— mi mente volvía a Peter. No debería comparar, pero siempre me encontraba haciéndolo. Eran diferentes. Peter era pasión. Peter corría riesgos. ¿Reece y yo? Bueno, eso no sucedería.
Además. Él ya no se acercaba a mí. Había continuado con su vida, igual que yo. Me sentía un poco mareada y especialmente amargada cuando pensaba en él retomando su vida, viendo a otras chicas, me dije a mí misma que se me pasaría. Con el tiempo.
Ro vio a Peter en el bar —recordándome innecesariamente que se veía muy guapo. Bueno, para citarla: condenadamente bueno. Él la había reconocido. Tal vez hablaron. No sé. Cambié de tema. Tenía miedo de preguntar. Miedo de saber que le dijo Ro. Tan franca como era, estaba segura de que no me gustaría.
Mis botas resonaban en la acera mientras corría hacia Hut. Llegaba un poco tarde para el encuentro con Pablo. El pavimento claramente estaba libre de nieve, pero había una delgada capa que revestía los arbustos y el césped, como polvo fino.
Acurruqué mi barbilla en lo más profundo de mi bufanda favorita de cachemira. Fue un regalo de Cande la navidad pasada, y más de lo que yo hubiese gastado en mí misma. Girando la esquina, vi a Pablo esperando afuera. Se veía bien en su abrigo oscuro, con una bufanda de lana de color ceniza envuelta sin esfuerzo a su alrededor. Era uno de esos tipos que se veían bien en un pañuelo. Un par de chicas que pasaban por la acera le enviaron una larga mirada. Él no se dio cuenta. Su atención estaba fija en mí mientras me acercaba.
—Hola —lo saludé, y mi aliento apareció ligeramente delante de mí.
—Hola allí. —Se inclinó y besó mi mejilla.
—No tenías que esperar afuera. Hace frío.
Abrió la puerta para mí y me dirigí hacia el interior cálido y acogedor, inhalando inmediatamente el aroma de los granos de café y los pasteles recién horneados. Sonaba música navideña suavemente y varias coronas navideñas y guirnaldas verdes colgaban alrededor del lugar.
Quitándome los guantes, me puse en la fila.
—Déjame adivinar. ¿El habitual café con leche y bollo inglés? —preguntó a mi lado.
—¿Soy así de predecible? —Sonriendo, entrecerré los ojos con falsa molestia—. Eso no es algo tan bueno, creo. Solo hemos estado saliendo por un tiempo.
—Pero nos conocemos desde siempre —me recordó.
—Supongo. Pero a una chica le gusta ser un poco misteriosa.
Su mirada me escaneó.
—Oh, tú eres muy misteriosa, Lali—. La forma en que sus ojos se detuvieron en mi boca mató el momento alegre. Yo sabía lo que estaba pensando. No era difícil leer su mente cuando me miraba así.
Desde el regreso de Acción de Gracias —desde Peter— el alcance de nuestro tiempo juntos había sido solo besarnos. Nada más. La otra noche en su casa, él había deslizado una mano debajo de mi suéter. ¿Mi reacción? Salir disparada de su sillón e inventar alguna excusa para regresar a casa. No fue difícil averiguar la pregunta en su mente. ¿Por qué era tan frígida?
Se sentía demasiado pronto. Demasiado rápido.
Tomaste las cosas de forma rápida con Peter. Sacudiendo el pequeño susurro molesto, miré hacia adelante, deseando que la línea avanzase. Ahí es cuando noté a la chica que se alejaba de la cajera y se movió a un lado para esperar por su bebido en la barra. Era difícil de pasar por alto.
Con liso cabello rubio que caía hasta su cintura, era despampanante. Llevaba una entallada chaqueta de cuero negro, mallas de licra y botas de tacón alto que alcanzaban sus rodillas. Rochi moriría por su chaqueta. También por las botas. Todavía la admiraba cuando Peter se unió a ella.
Mi Peter. No. No mío.
OhporDiosOhporDiosOhporDios.
Todo se desaceleró y se paralizó. Excepto ellos dos. Peter y esta hermosa chica. Obviamente él había pagado por sus bebidas. No se tocaban, pero su lenguaje corporal era tan familiar como para estar parados cómodamente uno al lado del otro. Ella se inclinó hacia él mientras le hablaba, tocando su brazo.
Él estaba parado en su habitual forma casual, una mano se deslizó hasta la mitad del bolsillo trasero de sus vaqueros mientras la escuchaba, mirándola como solía mirarme a mí. Con intención y concentrado. Como si todo lo que estuviera diciendo fuera fascinante.
—Lali, la fila avanzó. —Peter tomó mi codo y me guio hacia adelante.
Me dolía el pecho. El aire se sentía demasiado grueso para llegar a mis pulmones. No serían capaces de irse sin verme. Acercándonos cada vez más, ahora estábamos a pocos metros de distancia de ellos. En pánico, me di vuelta.
Me estaba volviendo loca, pero nunca había contado con verlo de nuevo. Estúpido, supongo, pensar que limitaría su vida al bar. Por supuesto que hacia otras cosas. Corría todas las mañanas. Jugaba al fútbol y entrenaba a la liga de muchachos. Arreglaba el fregadero de los Campbells y todo lo que se rompía en su casa. Estaba ahí, coexistiendo en el mismo mundo que yo. Yo debería haber anticipado este momento. Solo porque renuncié a ir al Mulvaney’s no significaba que nunca iba a volver a verlo cara a cara.
—Lali. —Pablo me miró con preocupación, arrugando la frente—. ¿Estás bien?
Asentí, programándome para volver a funcionar.
 —Sí. —Sintiéndome más tranquila, inhalé y solté el aire, esperando que Peter y la hermosa muchacha hubieran salido por la puerta para ese instante.
Peter estaba parado directamente frente a mí.
 —Hola, Lali. ¿Cómo estás?
Su voz sonaba exactamente como la recordaba. Profunda. Incluso calmada. Su rostro no revelaba ninguna de las intensas emociones que habían estado allí la última vez que lo vi. Parecía relajado. Cortésmente interesado.
—Hola. Estoy bien. ¿Cómo estás? —¿Ese creo fue mi voz?
Asintió.
 —Bien.
Cortesías inútiles: hecho.
Se estiró y rozó ligeramente el brazo de la chica a su lado.
 —Esta es Tatiana.
Dios mío. ¿Su nombre era Tatiana? Solo supermodelos y patinadoras rusas se llamaban Tatiana. ¿Cuál de las dos era ella?
—Hola. —Sonrió cálidamente. No detecte ningún acento.
La mirada de Peter viajó hacia Pablo, recordándome que era mi turno.
—¿Recuerdas a Pablo?
—Sí. Hola, hombre. —Los dos se dieron la mano, y el momento fue incluso más extraño que la última vez en Gino’s. Pablo, mi ahora novio, dándose la mano con el tipo al que había echado de mi dormitorio minutos después de que tomara mi virginidad. No creí que un café con leche fuera suficiente para mí. Necesitaba algo más fuerte. Como cicuta.
La mirada de Peter volvió a mí
. —Bueno, te veo alrededor. Cuídate.
Asentí, pasmada.
 —Adiós. Feliz Navidad.
Dudó, su mirada ilegible ante la mía, persistente.
 —Igualmente, Lali.
Y entonces se fue. Con una mano en la espalda de Tatiana, se dirigió afuera. No me pude resistir a echar un vistazo a escondidas cuando partieron y pasaron frente a las ventanas delanteras. Hacían una hermosa pareja, y eso solo me daba ganas de vomitar.
Cuando me volví, encontré a Pablo observándome, una mirada reflexiva en su cara.
Le mostré una sonrisa dolida y me acerque a la cajera. Pedí mi bollo y mi café con leche
. —Ves —le dije mientras nos movíamos a la barra—, si me conoces bien.
—Quiero hacerlo.
Algo en su voz llamó mi atención. Me miró inquisitivamente, sus ojos marrones analizándome. Como si quisiera que yo dijera algo. O hiciera algo.
Puse una mano en su pecho y me incline para darle un beso en los labios. Me sorprendió al tirar de mí, acercándome, y besándome más exuberantemente de lo que había hecho en público jamás.
Cuando se retiró, dijo
—: Quiero conocerte. Si me dejas.

Un repentino bulto se formó en mi garganta, haciéndome imposible hablar. Mi café con leche y mi bollo aparecieron en la barra y me moví hacia delante para recogerlos, preguntándome siquiera si podía hacer esa promesa con alguna honestidad. Porque algo se estaba volviendo cada vez más claro para mí. No importaba cuánto había intentado fingir. No importaba cuánto tratara de negarlo.
Peter me había arruinado para todo el mundo.



Cerrando la puerta de la habitación de Luz, me fui al dormitorio de Alili en la parte superior de las escaleras. La niña de siete años también dormía, su pulgar en su boca. Habíamos tenido una noche ocupada. Ambas niñas estaban exhaustas. Habíamos coloreado y jugado Candy Land y a las escondidas. Todo antes de cenar pizza y galletas hechas de cereal de arroz inflado en forma de árboles de navidad. Satisfecha de que ambas estuvieran instaladas, fui abajo. El nuevo cachorro de los Campbells tenía sus patas sobre la mesa en un intento de masticar la esquina de mi cuaderno. Sonriendo, recogí a la bolita de pelo y lo abracé por un momento mientras admiraba el centelleante árbol de navidad. Apunté hacia uno de los brillantes paquetes que eran para el cachorro.
—¿Todas estas cajas y tú eliges mis cosas? Ya me puedo oír diciéndole a mi profesor: pero el perro se comió mi tarea.
La pequeña bestia abofeteó mi nariz con una pata demasiado grande y lamió mi cara.
—Ay, no trates de convencerme. La señora Campbell dice que tienes que ir a tu cama después de que las chicas van a la cama. —Caminé por la antigua casa, pasando la cocina y el corto pasillo hacia el lavadero, donde se guardaba la cama del perro. Una vez dentro, el cachorro inmediatamente comenzó a llorar.
Moví un dedo en su cara mirándolo a través de la puerta de la jaula.
 —Basta. Ya sabes cómo son las cosas.
Cerré la puerta del cuarto de lavandería para no tener que escuchar los lloriqueos del pequeño labrador y tome un lugar en el sofá. Una semana antes de las vacaciones y tenía un ensayo que hacer. Por eso tomé el trabajo de niñera cuando me llamó la señora Campbell. Pablo había querido que saliera con él y algunos de sus otros amigos de medicina, pero de esta manera supuse que al menos podría terminar mi primer borrador.
No tuvo nada que ver con el hecho de que había decidido que debía romper con Pablo. Al menos, eso es lo que me dije a mi misma.
Suspiré pesadamente. No podía soportarlo más. Él me importaba demasiado. Era tan bueno. Solo que yo no lo apreciaba como él se merecía. No lo quería. No como quería a Peter.
Podía admitirme eso a mí misma ahora. Quería a Peter. Malo o bueno, ahí estaba. No es que importara. Él ya lo había superado. Incluso si no hubiera sido terrible con él, si la idea de ir con él no me llenara de todas mis viejas angustias, ahora tenía a Tatiana.
No. No iba a romper con Pablo para después ir detrás de Peter. Lamentablemente, ese barco ya había zarpado. Lo hacía porque no era justo quedarse con Peter sintiendo lo que sentía. Pablo me quería. Todo de mí. Y no podía hacerlo. No podía dárselo. No podría tenerme. Tenía que terminarlo. Estaba esperando el momento oportuno. Las palabras correctas.
Empujando a un lado los pensamientos de Pablo y Peter , me obligué a concentrarme en mis notas y a escribir. Pasó una hora. Estaba a la mitad de mi borrador y progresando cuando recosté la cabeza en el sofá para descansar los ojos doloridos. Por un minuto. Tal vez, si tenía suerte, Peter me estaría esperando en mis sueños.

Me desperté con un tenue sonido de estallido.
Enderezándome en el sofá, me tomó un momento recordar dónde estaba. Tosí, cubriendo mi boca mientras mi cerebro despertaba y luchaba por comprender por qué la sala era tan gris. Las luces del árbol de navidad brillaban en el aire opaco.
Humo.
Mi corazón saltó a mi garganta. Me puse de pie de un salto y miré a mi alrededor violentamente, tratando de procesar lo que estaba sucediendo.
Oí el pop de nuevo.
Fuego.
El humo agrandándose desde la cocina. Me apresuré por ese camino, mirando dentro, pensando que tenía que darme prisa y apagar lo que sea que se estaba quemando.
Fue entonces cuando me di cuenta de que la estufa estaba envuelta en llamas las cuales se estaban propagando por los armarios. El calor llegó a donde estaba, chamuscando mi cara. Inmediatamente me olvidé de tratar de apagar el fuego por mí misma. Ni siquiera sabía si tenían un extintor en la casa.
Las niñas. Ellas eran mi único pensamiento mientras me precipitaba hacia las escaleras, corriendo a través del humo en aumento. Tosí violentamente, recordando que en caso de un incendio debes arrastrarte por el suelo, en donde el humo es menos denso.
Excepto que las niñas estaban en el segundo piso. No tenía otra opción. Iba a subir.
Me apresuré a subir las escaleras, jadeando y tosiendo en mi camino a través de la bruma. La alarma de humo se activó entonces, ruidosa y chillona. Oré para que en realidad estuviera conectada a un sistema que alertara a las autoridades, y no sólo una advertencia para los habitantes de la casa.
Corrí a la habitación de Luz y cogí a la niña de dos años de edad. Se resistió al principio, aturdida y confundida por el sueño. Sosteniéndola con fuerza, me mantuve en movimiento, hablando, así ella podía reconocer mi voz.
 —Soy yo, Lali. Tenemos que salir de la casa.
Alili ya estaba despierta por la alarma, sentada en la cama con los ojos muy abiertos en su carita.
 —¡Vamos! —Tomé su mano y la puse detrás de mí. Cuando llegamos a la cima de la escalera, el fuego era una bestia viva y respirable allí abajo, gruñendo para nosotras.
Alili se alejó con miedo. Apreté mi agarre sobre su pequeña mano, decidida a no perderla.
 —Tenemos que hacer esto. ¡No sueltes mi mano!
Tal vez fue el pánico en mi voz, pero ella dejó de alejarse. Luz enterró su cara en mi suéter y apretó sus delgados brazos alrededor de mi cuello. Agarrándolas fuertemente, bajé las escaleras. Sólo unos pasos más para alcanzar la puerta principal. ¡Íbamos a hacerlo!
De alguna manera, estuve atenta para agarrar mi bolso de la mesa que había justo al lado de la puerta principal. Quitando el cerrojo de la cerradura, nos lancé hacia fuera, al aire fresco, dejando el calor y el humo detrás.
Llegué a separarme varios metros de la casa antes de pasar a Luz a su hermana. Mis ojos habían derramado tantas lágrimas que era difícil ver, pero me las arreglé para recuperar mi teléfono de mi bolso. Sobre los sollozos de las niñas, marqué el 911. Estábamos lejos, a las afueras de la ciudad, sabía que iba a llevarles un tiempo el llegar aquí. Solo esperaba que quedara algo de la casa cuando llegaran.
Acababa de dar la dirección al operador cuando Alili gritó lo suficientemente fuerte como para darme un ataque al corazón. Caí de rodillas en el frío suelo y agarré sus brazos.
 —¿Qué? ¿Qué es? ¿Estás herida?
Señaló la casa.
—¡Jazz! ¡Jazz está dentro!
Volví a mirar con horror la casa en llamas. Oh. Dios. El cachorro. Solo actúe. Empujé el teléfono hacia Alili.
—¡Esperen aquí! Lo digo en serio. Quédate con tu hermana. La ayuda está en camino.
Corrí a la casa, convencida de que podía hacer esto. Todavía había tiempo. El lavadero se encontraba al otro lado de la cocina. Podía llegar a él. Podía salvar al perro.
Dejándome caer de rodillas, empecé a arrastrarme a través del humo. Conocía los planos de la casa muy bien. Tosiendo, llegué a la habitación rápidamente y tuve la puerta de la jaula abierta en un instante.
El cachorro gimió pero vino a mí fácilmente. Lo metí dentro de mi sudadera. Cuando me di la vuelta, dispuesta a arrastrarme hacia fuera, el fuego se había extendido aún más, una gran pared delante de mí. En un abrir y cerrar de ojos, había consumido la mitad de la sala de estar, devorando las paredes como una especie de río de un color rojo-anaranjado.
Oh, Dios. ¿Esto era todo? Había vivido toda mi vida con miedo de hacer un movimiento porque podría ser el equivocado, ¿y ahora iba a morir en un incendio antes de cumplir veinte años?
Me despedí de Peter y lo eché de mi vida ¿para qué? ¿Para finalizar de esta manera? No. Demonios, no.
Me moví, arrastrándome por el suelo, atragantándome por respirar. Avancé con una mano después de la otra. El cachorro era todavía un pequeño cuerpo caliente dentro de mi sudadera, y me preguntaba vagamente si era demasiado tarde para él. ¿Había sido todo esto para nada?
Todo mi cuerpo se sentía como plomo mientras luchaba contra el humo negro. Mi cabeza palpitaba mientras respiraba con dificultad, mis pulmones se marchitaban, muriendo por una muestra de oxígeno. Giré el rostro, buscando, de pronto confundida. ¿Por dónde estaba la puerta?
Oh, Dios. Lo siento. Lo siento mucho. No estoy segura de a quién estaba dirigida la disculpa. ¿A mí misma? ¿La abuela? ¿Mis amigos? ¿Peter?
Peter.
Sí. Me hubiera gustado poder decirle que lo sentía. Lo sentía por huir. De nosotros. De todo lo que me había ofrecido. Ese fue mi mayor pecado, me di cuenta. Mi mayor arrepentimiento. Huir del amor. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. De pronto entendí lo que él había querido decir. Se había preocupado por mí. Tal vez incluso me amaba. Era real. Mejor que cualquier plan o fantasía que había creado en mi cabeza. Y yo lo había alejado.
Mis brazos cedieron. Me dejé caer sobre la alfombra, colapsando sobre mi costado, aun tosiendo, mi pecho apretado y dolorido.
—¡Lali!
Me estremecí.
—¡Lali!
Mente Cruel. Tal vez esto era mi infierno, imaginar la voz de Peter tan cerca.
—¡Pepper!
Obligué a mi cabeza a subir y miré a través de la bruma. Distinguí la forma de alguien a través del humo y las llamas. Sólo un vistazo y luego se alejó. Pero reconocí la voz. Peter…
—¡Aquí! —Mi voz salió como un patético graznido.
La vida surgió dentro de mí, desesperada por una oportunidad más. Mi cuerpo luchó por apoyarse en mis manos y rodillas.
Grité de nuevo.
 —¡Aquí! —dije más fuerte, pero aun así no fue suficiente. Jadeante, me empujé a mí misma para seguir adelante, rogando estar dirigiéndome en la dirección correcta. Estaba avanzando hasta que me topé con algo duro. Miré a través de la niebla, registrando que era el reloj del abuelo de los Campbell. Las llamas se habían comido la parte superior del mismo. De repente empezó a desmoronarse. Intenté retroceder, pero se vino abajo, aterrizando sobre mí y sujetándome a través de mis caderas. Era solo cuestión de tiempo antes de que se viera envuelto en el fuego. Y yo con él.
Algo gimió y oí un choque detrás de mí. Una mirada hacia atrás reveló que una sección del techo se había derrumbado. No pasaría mucho tiempo antes de que el resto del mismo se desmoronara. Iba a morir quemada. Y Peter estaba aquí en algún lugar buscándome.
Él también se quemaría.
Echando hacia atrás la cabeza, grité con todo lo que me quedaba. Para salvar a Peter. Para salvarme. Mi voz se rompió desde mi garganta en carne viva. —¡Aquí! ¡Estoy aquí!
Era suficiente.
Peter salió, arremetiendo a través del humo, con la cara sudorosa y roja donde no estaba cubierto de hollín. En cuclillas, me liberó y me arrastró hacia sus brazos. Acunándome en su pecho, no se molestó en gatear. Corrió. El fuego rugía a nuestro alrededor mientras hacía una línea recta hacia la puerta.
Saltamos a la noche. El frío repentino fue una conmoción frente a mi piel escaldada. Peter me llevó al lugar en donde esperaban las niñas. Una vez allí, se dejó caer de rodillas, todavía aferrándome a él.
Las niñas nos rodearon, llorando y gritando. Todavía respiraba con dificultad, hambrienta de aire. Todo en mi dolía. Mis pulmones, los ojos, mi piel.
—Lali. —Peter giró mi cara y me examinó—. ¿Estás bien?
Asentí una vez, e incluso ese movimiento me dolió.
 —¿Lo estás tú? —Traté de evaluarlo a su vez, para ver si estaba herido, pero mis ojos seguían empañados con lágrimas.
—Estoy bien.
Algo se agitó en mi pecho y me acordé del cachorro. Tiré del dobladillo de mi sudadera, y las niñas vieron a Jazz. Chillaron y lo agarraron.
Todavía incapaz de recuperar el aliento, caí en el suelo.
El rostro de Peter se cernió sobre mí.
—¿Lali? ¿Lali?
Sonaba tan aterrorizado. Quería decirle que todo iba a estar bien. Que yo estaba bien. Quería darle las gracias por haber venido, por darme las fuerzas para seguir adelante, para seguir luchando.
Quería decir todas estas cosas. Todas estas cosas y más. Pero no pude. No podía recuperar el aliento. Mi mano se desvió hacia mi pecho, como si pudiera encontrar allí algún interruptor para ayudar a abrir mis pulmones hambrientos de oxígeno.
No había interruptor.
Respiré con dificultad, pequeños sonidos terribles escapando de mis labios mientras luchaba por más aire. Manchas bailaban ante mis ojos, y odiaba eso en su mayoría. Los bordes de mi visión eran de color gris.
Apenas podía ver a Peter. Mi mirada cansada, como si luchara para memorizar su rostro. Sobrecalentado y llenó de hollín, era la cosa más hermosa que había visto jamás.
Sin embargo, podía escucharlo, gritando mi nombre una y otra vez. Podía sentirlo. Sus manos en mis brazos, mi cara.
Mi visión se oscureció, y justo antes de que la oscuridad rodara dentro de mi mente, dejé escapar dos palabras. Sólo dos palabras. Pero eran buenas. Esperaba que las hubiera escuchado.
—Te. Amo.



Ouch. Fue mi primer pensamiento cuando desperté. Ouch, y después: Querido Dios, esto realmente duele.
Gemí, y la simple acción solo hizo que me doliera aún más la garganta. Rápidamente cerré los labios, deteniendo el esfuerzo.
—¡Estás despierta!



Abrí los ojos para ver a Peter levantándose de una silla a mi lado. Mi mirada se desvió alrededor de mi cama de… ¿hospital?
—¿Dónde estoy? —pregunté con una voz tan áspera como papel de lija. Hice una mueca y él agarró un vaso de agua y lo acercó a mis labios. Bebí profundamente, dejando que el agua fluyera a través de mi lengua y mi seca garganta mientras él respondía.
—En la sala de emergencias
—Las chicas…
—Están bien. Están con sus padres. La casa se ha ido. Algún tipo de cableado defectuoso en la cocina. Casa antigua. Tenemos suerte de que no ocurrió cuando los Campbell estaban en la cama. Podrían no haber salido.
Mi cabeza se sentía como si pesara dos toneladas, pero la levanté para mirarme a mí misma. El movimiento me hizo tomar conciencia de los tubos que desembocaban en mi nariz. Extendí la mano para tocarlos.
—Son para darte oxígeno. No te metas con eso. Tenían una completa máscara de oxígeno sobre ti antes. Dijeron que necesitas mantener los tubos por un tiempo para ayudar a tus pulmones a recuperarse.
Mi mano cayó. Lamí mis labios secos y luché con mi garganta para tragar. Cogió el vaso de nuevo y lo extendió alrededor del protector de la cama. Tomé un sorbo y se lo devolví.
 —Viniste. ¿Co-como lo supiste?
—Escuché la alarma por el camino. Y entonces vi el humo negro en el cielo. No sabía que estabas allí hasta que encontré a las chicas en el patio. —Apretó la mandíbula. Un musculo se contrajo en su mejilla. Sus ojos brillaron hacia mí
—. ¿Volviste por un perro? ¿En qué demonios pensabas? ¡Podrías haber muerto, Lali! Vi a los paramédicos trabajando en ti y… pensé… —Se detuvo, su voz ahogada. Nunca lo había visto así. Ni siquiera cuando me habló de su madre. Ni siquiera cuando su padre se presentó e hizo una escena en Mulvaney’s.
Mantuve el silencio, dejando que me gritara. Me lo merecía. Por esta noche y más. Agachó la cabeza, apoyando la frente en el protector de la cama como si necesitara un momento para serenarse y contenerse para no estrangularme. Extendí la mano y pasé mis dedos por su cabello.
Levantó la cabeza. Sus ojos brillaron con humedad y su voz era tranquila mientras continuaba
—: Pensé que te habías ido, Lali. Fue bastante malo perderte la primera vez, ¿pero perderte de esta forma? No podría haber tratado con eso.
Me atraganté con un sollozo. Eso desgarró mi devastada garganta, pero no pude haberlo detenido ni aunque lo intentara. Otro ronco sollozo lo siguió.
—Eres la razón por la que estoy viva. Te escuché y eso me hizo luchar. Estabas allí, en algún lugar, y yo lo sabía. Tenía que llegar a ti.
Alargó la mano hacia mi cara y entonces me di cuenta de sus manos vendadas.
—¡Peter! —Las tomé gentilmente entre mis manos. Mis ojos volaron a su cara—. Esto es por salvarme.
—Son solo quemaduras leves. De cuando levanté el reloj. Voy a estar bien.
Parpadeé largo y duro antes de abrir los ojos para mirarlo.
 —Dios, podríamos haber muerto esta noche. Pudo haber terminado así. —Un sollozo brotó en la parte posterior de mi garganta. Tragué y humedecí mis labios—. Entiendo lo que querías decir ahora. La mierda mala pasa. Pensé que eligiendo a Pablo… estaba siendo inteligente. —Negué con la cabeza—. Sin embargo, mis opciones seguras no importaron esta noche, ¿no?
Un silencio se apoderó de él.
—Entonces, ¿qué estás diciendo? —Su pregunta colgó pesadamente en el aire.
—Sé que estás con Tatiana, pero…
Sacudió la cabeza, su expresión desconcertada.
 —No lo estoy.
—¿Qué?
—Fue solo un café. Somos viejos amigos.
—Oh. —Parpadeé.
—Estás con Pablo. —Era más una pregunta que una afirmación.
Las lágrimas brotaron de mis ojos.
—Pero no fue lo correcto. No has sido tú. No puedo… No he sido capaz de… —Aspiré una respiración profunda—. No puedo ser una novia de verdad para él cuando lo único que puedo hacer es pensar en ti.
—Ah, mierda, Lalo—Sin soltar mi cara, bajó su frente hasta la mía—. No voy a pasar por esto contigo para que puedas correr cuando te sientas asustada de que no soy el ideal que construiste en tu cabeza. Te amo. Estoy jodidamente enamorado de ti, pero es todo o nada. No voy a hacer esto otra vez a menos que sea así.
Ahora yo lloraba, ahogándome en sollozos
. —Lo sé. Quiero eso. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de ello, pero lo sé ahora. Eres lo más seguro que voy a encontrar jamás. —Repetí sus palabras deliberadamente, sosteniendo su mirada y dejándolas fundirse—. Porque me amas. Porque te amo.
Luego nos estábamos besando. Ambos un desastre. Un tubo de oxígeno corriendo por mi nariz. No nos importó.
Se echó hacia atrás y me miró durante un largo rato antes de que una lenta sonrisa se dibujara en su rostro.
 —Te escuché decirlo la primera vez, ya sabes, pero esta vez es aún mejor.
Parpadeé.
 —¿Qué primera vez?
—Justo antes de que te desmayaras. No estaba seguro de si lo decías en serio. Podría haber sido solo tu cerebro sin oxígeno.
—Recuerdo haberlo dicho. Lo dije en serio. Y lo digo ahora.
Me besó de nuevo.
—Te amo. Desde que entraste en Mulvaney’s viéndote como si fuera el último lugar en el que querías estar. —Una esquina de su boca se levantó—. Y desde que tú misma explicaste sin rodeos que estabas buscando lecciones en los juegos previos.
Apoyé la cabeza sobre la almohada con un gemido
. —Por favor. No me recuerdes eso.
—Vamos. —Beso mi mejilla sucia—. Es bueno. Podemos hablarles a nuestros nietos sobre ello algún día.
Levanté la cabeza y miré sus ojos, el calor fluyendo a través de mí por sus palabras.
—Prefiero contarles cómo su abuelo salvó a su abuela de un edificio en llamas.
Sonrió, pero había tanta seriedad en sus ojos, tal profundidad que sentí que iba a mirarlo para siempre. —Esa también será una buena.
—Creo que tendremos un buen número para elegir.
—Por supuesto que lo haremos. Nunca seremos aburridos.
En ese momento, mis compañeras de cuarto llegaron. Tiraron de la cortina, una enfermera pisando sus talones. Sus ojos se agrandaron cuando vieron a Peter cerniéndose sobre mí, sus manos enmarcando mi cara.
—Oigan —las saludé con un gesto torpe.
—¿Estás bien? —Euge corrió a mi lado, mirándome.
—Estoy bien.
—¿Y qué es esto? —Ro asintió hacia Peteer. Soltó mi cara pero ahora me cogió la mano, sus dedos entrelazados con los míos.
Me miró, esperando a que le respondiera.
 —Mi novio.
—Pensé que ya tenías uno de esos —murmuró Euge.
—Sí. Quien debería estar aquí en cualquier momento. —ofreció Rochi con una mirada mordaz en dirección a nuestras manos unidas—. Lo llamamos de camino hacia acá.
—Ya estoy aquí.
Todos los ojos se volvieron hacia donde Pablo estaba junto a la cortina, con aspecto sereno. Se acercó más, su frente se arrugó con preocupación mientras me miraba de arriba a abajo, sin perderse mi mano enlazada con la de Peter.
—¿Estás bien?
Eso era muy Pablo. Preocupado por mi bienestar en primer lugar.
 —Sí. Estoy bien.
Sus hombros se relajaron. No había sido consciente de la tensión hasta ese momento. Asintiendo como si estuviera satisfecho con mi respuesta, su mirada cambió a Peter. La mano de Peter se apretó alrededor de la mía como si temiera que pudiera irme. No es que alguna vez lo haría. Ya no más. No otra vez.
Pablo lo miró durante un largo rato, como si estuviera tratando de llegar a algún tipo de decisión
. —Si le haces daño…
—No lo haré —respondió Peter rápidamente, con certeza, como si supiera exactamente que la pregunta venía.
Parpadeé hacia Pablo, desconcertada. Ni siquiera había roto con él.
—Cómo lo supiste…
—Siempre lo he sabido. Solo pensé que tus sentimientos podrían cambiar. Podrías comenzar a sentir algo más por mí. Dios sabe que parecías decidida a ignorar lo que fuera que tenías con Peter.
Rochi soltó un bufido desde donde ella y Euge se habían movido para estar al acecho con discreción. —No es más que la verdad.
Pablo la miró y luego me miró con cariño, una pequeña sonrisa en sus labios.
—Supongo que cuando es real, no siempre se desvanece.
Negué con la cabeza.
 —No, no lo hace. —Dios sabe que había querido que lo hiciera—. Lo siento. Te mereces algo mejor.
—Lo encontraré. —Miró a Peter de nuevo, y luego de vuelta a mí—. Y gracias a ti, sé lo que estoy buscando ahora. —Se inclinó y me besó en la mejilla—. Nos vemos luego, Lali.
Asentí mientras se alejaba, segura de que lo volvería a ver. Por supuesto. Era el hermano de Cande y seguía siendo mi amigo.
—Guau —respiró Ro—. Qué día. Salvar la vida de dos niñas. Casi ser quemada viva. Romper con tu novio. Conseguir uno nuevo. ¿Cómo será el mañana?
Le sonreí a Peter.
—Dudo que consiga salir de la cama.

Dos semanas después…

Bing Crosby cantaba suavemente en el fondo mientras mi abuela nos deseaba buenas noches. Peter y yo compartimos una sonrisa y nos acomodamos en el sofá juntos. Estábamos solos después de pasar el día con mi abuela y sus amigas. Las señoras mayores amaron a Peter. Lo que no las hacía muy diferentes de las jóvenes. Él coqueteaba con ellas escandalosamente y se deleitaba con eso, ellas le daban nalgadas a cada oportunidad que tenían. Obviamente solo querían sentir su agradable parte trasera por sí mismas.
Peter deslizó una mano bajo la manta y frotó mis pies.
—Ah, eso se siente bien. —Me eché hacia atrás sobre los cojines del sofá.
—Te lo mereces, por todo el horneado y la comida que hiciste. Creo que alimentaste a veinte personas.
—Alimentamos a veinte personas. Tú ayudaste —le recordé.
—Fue muy divertido. ¿Y no iba a pasar la navidad contigo? —Me miró como si la idea fuera una locura.
Sonreí somnolienta mientras me acurrucaba contra el cojín del cómodo sofá. Sus dedos obraban su magia en mis pies. Las yemas de sus dedos se deslizaron bajo los sueltos pantalones de mi pijama, deslizándolos sobre mis rodillas y viajando hasta mis muslos, creando una deliciosa fricción en mi piel y obrando otro tipo de magia en mí.
Suspiré el nombre de Peter cuando tocó el borde de mi ropa interior. Sus dedos me encontraron, deslizándose en mi interior. Di un grito ahogado, arqueando la espalda.
—¿Qué estás haciendo?
—Haciendo el amor con mi novia en navidad.
—Oh. Pero ¿ahora? ¿Aquí? —Miré de nuevo hacia la sala, por donde mi abuela había desaparecido en su habitación.
Deslizó su mano libre fuera de mis bragas y me invadió, besándome con vehemencia mientras sacaba mis pantalones de pijama.
 —Después del día que tuvo hoy, no se despertará hasta mañana por la mañana.
Gemí mientras me guiaba para ponerme a horcajadas sobre él. En un movimiento rápido, se liberó de su propia ropa y entró en mí. Eché la cabeza hacia atrás por la plena sensación de él dentro de mí, muy contenta porque había conseguido la píldora, así no teníamos que parar para buscar un condón. Me sacudí contra él, abrazándolo con fuerza. Mis dedos se cerraron sobre sus hombros mientras nos movíamos juntos.
Arrastró su boca hasta mi garganta, dejando un camino ardiente sobre mi piel.
Lo apreté para tenerlo más cerca, montándolo más rápidamente.
—Te amo, Peter —susurré roncamente mientras me rompía, fragmentándome en pedazos.
Apretó sus manos sobre mis caderas. Me siguió, su cuerpo tensándose contra el mío. Ahogo su grito en el hueco de mi cuello, pero sentí la fuerza de su ondulación a través de mí. Nos sostuvimos, encerrados durante un largo rato, disfrutándonos mutuamente.
Levantó la cabeza y me miró, una lenta sonrisa curvando sus labios.
 —También te amo.
Pasé mi mano por su frente y por la parte posterior de su cráneo, acariciando su pelo corto, nunca cansada de sentir el roce de terciopelo contra la palma de mi mano.
Una sonrisa maliciosa jugaba en su boca.
 —Espera aquí. —Arreglando su ropa, corrió por el pasillo. Me puse mis pantalones de pijama de nuevo y me senté en el sofá esperando a que regresara. Cuando lo hizo, tenía una pequeña caja envuelta en papel de navidad.
La señalé con el ceño fruncido
 —¿Qué es eso? No es justo. Ya intercambiamos regalos.
—Tengo uno más para ti. Quería dártelo a solas.
—No debiste hacerlo. No te di nada más.
Me miró solemnemente.
 —Sí. Lo hiciste. Lo haces. Me das algo todos los días.
Mi garganta se estrechó por la emoción.
—Ahora, vamos. —Lo puso en mis manos—. Ábrelo, ¿sí?
Me quedé mirando la caja y luego a él. Se sentó con ansiedad, con su mano tocando su rodilla. Sonriendo, le di un beso, más allá de sorprendida por tenerlo en mi vida. Y horrorizada por casi haberme alejado.
Arranqué el envoltorio. Era solo una caja de color marrón claro, del tipo que se encuentra en cualquier tienda de suministros de oficina. Dándole la vuelta, abrí la tapa y miré dentro. Mi mano se cerró en torno a los papeles. Sacándolos, los examiné sin comprender por un momento. Y entonces las palabras se registraron.
Dejé caer los papeles y lo miré boquiabierta.
 —¿Vamos a Disney World para año nuevo?
Asintió y yo grité. Como todos los niños de esos anuncios, enloquecí. Lanzando mis brazos alrededor de su cuello, lo abracé en un apretón de muerte. Retrocediendo, dejé una lluvia de besos por toda su cara.
—¿Cómo… por qué…?
—Recuerdo que me hablaste de los Amrtinez yendo todo el tiempo y que nunca habías ido. Tenías ese cartel en tu habitación, y se sentía como algo que realmente querías hacer.
—Y ahora lo haré. Contigo. —Sacudí la cabeza, la emoción obstruyendo mi garganta—. Eres el mejor novio del mundo.
Sí, me amaba. Total y completamente. Aun conociendo mi pasado y todas mis obsesiones. Eso era muy importante, pero él me tenía. Me entendía.
Tomó mi mejilla, esa sonrisa sexy sosteniéndome.
 —Esto viene de una chica que solo quería juegos previos de mí y nada más.
Giré la cara para besar su palma.
 —Pero ahora quiero todo de ti. Todo.
Me llevó a su regazo y envolvió sus brazos a mi alrededor.
 —Bien. Porque eso es lo que tienes.

                                                                   Fin



Ya se viene la nueva nove !!!!!!1

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