lunes, 31 de agosto de 2015

capitulo 36,37,38,39 y 40






Quitó la tapa de aluminio de la copa
 —Abajo pueden hacerte algo. Es noche de alitas.
—Eso está bien.
Se metió en la boca una pequeña cucharada de gelatina de fresa. Los músculos de su mandíbula se movieron ligeramente mientras él la removía, saboreándola lentamente.
—No pensé que te vería de nuevo. ¿Por qué has venido? —preguntó mientras se concentraba en otra cucharada. No podía mirar su cara para juzgar propiamente cuáles eran sus pensamientos, pero pensé que sonaba casi aliviado porque hubiera probado que estaba equivocado. ¿Se alegraba de que estuviera aquí?



—Después de lo que dijiste esa noche, no me sorprende que pensaras eso.
Alzó la vista, su mirada atravesándola.
—¿Entonces por qué estás aquí?
Al menos no pretendía no entender a lo que me refería.
—¿A qué te referías con que pusiste a tu padre en una silla de ruedas?
—Justo lo que dije.
—¿Así que tu… lo lastimaste? ¿Deliberadamente?
Sus labios se torcieron en una dura sonrisa
. —Quieres que lo haga sonar menos malo. Quieres que te diga que soy algo más. Algo que no está roto. ¿Es eso, Lali? —Meneó la cabeza y lanzó la copa de plástico a la basura—. No voy a mentirte y convencerte de que soy alguien bueno y brillante como tu chico, que va a ser un doctor.
Se empujó para alejarse de la encimera y caminó de nuevo hacia la cama.
—No es lo que estoy haciendo.
—Sí, es lo que estás haciendo. Puedo verlo en la forma en que me estás mirando con esos grandes ojos verdes.
Mis manos se apretaron en dos puños a mis costados.
 —Sólo quiero saber la verdad.
—¿Eso qué importa? —dijo por encima de su hombro mientras levantaba las sábanas de la cama—. No necesitamos compartir las historias de nuestras vidas el uno con el otro. No necesitamos saber ninguna verdad acerca del otro. Lo que hacemos juntos no necesita ser complicado.
Parpadeé cuando sus palabras cayeron sobre mí. Estaba en lo correcto, por supuesto. No necesitaba saber quién era él.
—¿Apagarías la luz? —preguntó, suspirando mientras se subía de nuevo a la cama.
—Vas a dormir.
—Aún estoy exhausto. Así que sí. —Levantó la cabeza—. ¿Te vas a quedar?
Miré de él a la mesa con mis cosas.
 —Creo que me iré.
Sostuvo mi mirada por un largo momento antes de asentir una vez y dejar caer su cabeza de vuelta en la almohada. Comencé a recoger mis cosas cuando su voz me detuvo.
—O puedes quedarte. Lo que sea que quieras hacer. —¿Quería que me quedara? Casi sonaba como si así fuera. Me mantuve inmóvil, insegura.
Gradualmente, coloqué los libros en la mesa de nuevo y caminé hacia la cama. Quitándome los zapatos, me subí a su lado.
Me acerqué a él. Su cuerpo irradiaba calor en la cama. Me relajé, cada vez más cerca, enterrando la punta de mi nariz contra su espalda, saboreando el limpio olor de su piel, fresco por la ducha.
Su voz retumbó desde su espalda hacia mí.
 —Oye, tú nariz está fría.
Sonreí contra su piel.
 —¿Qué tal mis pies? —Los encajé entre la parte de atrás de sus rodillas.
Siseó.
—Ponte unos calcetines, mujer.
Me reí suavemente.
 —Tienes fiebre. Quizás esto ayude.
Rodando sobre su costado, me encaró. Sus ojos brillantes me quemaron, probablemente haciendo que mi temperatura también ardiera. Su mano encontró mi brazo, sus dedos acariciando de arriba abajo sin prisa. Seductoramente. Incluso enfermo, me seducía. Probablemente no se diera cuenta. Eso era simplemente lo que hacía. Quién era. Cómo me afectaba.
Sus ojos se cerraron. Sin abrirlos. Murmuro
—: Me gusta el sonido de tu risa. Es genuino y real. Muchas chicas tienes risas falsas. Tú no.
—También me gusta tu risa —susurré, sintiéndome acogida, cómoda envuelta en el capullo de su cama.
—¿Si?
Posé mi palma sobre su pecho, disfrutando de la sensación de su carne firme, incluso caliente como estaba. Suspiró, como si mi mano fría le ofreciera algo de alivio.
—Rio más desde que estás alrededor —dijo calladamente, sus labios apenas formando palabras.
¿Lo hacía? Fruncí el ceño. No debió de haber reído nada antes, entonces, porque no pensaba que fuera particularmente jovial.
Lo abracé durante la noche. Y él me abrazó de vuelta, metiendo mi cabeza debajo de su barbilla. Sus brazos me rodearon y me mantuvo cerca de su cuerpo caliente. Casi como si fuera algún tipo de cuerda de salvación. Sentí el momento en que su fiebre disminuyó alrededor de la una de la mañana. Confiada en que estaba recuperándose, finalmente me relajé y dormí.


Los restos de Halloween estaban en plena evidencia mientras cuidadosamente maniobraba por el pasillo hacia mi habitación, pisando alrededor  de tiras de aerosol de color naranja y negro. Ya podía imaginarme la mirada en el rostro de Valen cuando despertara. Nuestra Asesora de Residencia probablemente haría una reunión especial de piso sobre esto. Suspiré, no deseando que eso pasara.
Hablando de Valen. Estaba a cuatro puertas de mi habitación cuando de pronto salió un chico de su cuarto. Sosteniendo los zapatos en la mano, cerró la puerta con cuidado, como si no quisiera hacer ni un sonido. Cuando se volvió, quedamos frente a frente. Parpadeé ante él. —Era, ¿Agus?



—Hola, Lali —susurró, pasando una mano a través de su ingeniosamente despeinado cabello. La acción solo hizo que el cabello rubio oscuro se pusiera de punta salvajemente. Justo como su hermano, probablemente él se veía caliente hasta en su peor día—. Qué sorpresa verte aquí.
—Sí. Vivo aquí. —Mi mirada pasó de él hacia la puerta de Valen “Asesora de Residencia, estudiante graduada, y veinticuatro años”—. ¿Ella sabe que estás en la secundaria?
Sonrió simpáticamente, inclinándose para ponerse los zapatos.
—No creo que le importe.
Resoplé.
 —Lo apuesto.
—Oye, tienes auto ¿verdad?
—Sí. ¿Por qué?
—Bueno, Valen me trajo anoche. Iba a llamar a alguien para pedir aventón de vuelta a Mulvaney’s…
Sonreí.
—¿Por qué no se lo dices a Valen?
—Oh, no quiero despertarla.
—Claro. —Reajustando el cesto con la ropa en mi cadera, caminé hacia mi habitación—. Déjame dejar esto y tomar mis llaves.
—Gracias. —Me siguió. Cuando miré hacia atrás fue para verlo mirando nerviosamente sobre su hombro, como si estuviera preocupado de que Valen viniera tras él.
Dejé el cesto y tomé las llaves, una sonrisa tirando de mi boca.
—Vamos, Romeo.
Sonrió arrepentido mientras caminábamos hacia el elevador.
 —No soy Romeo. No hay una chica por la que esté suspirando.
Asentí.
 —Eso es verdad.
—Ahora, mi hermano por otro lado… —Su voz se cortó mientras me miraba a sabiendas.
Negué con la cabeza, el calor arrastrándose por mi rostro y llegando hasta mis orejas.
 —No sé de qué estás hablando.
—Ustedes dos se han estado viendo mucho.
Encogí un hombro con inquietud.
—No diría que mucho. —Claro, he visto más de él que de ningún otro chico antes, pero Agus no sabía eso.
Entramos en el elevador vacío. Dos chicas ya estaban allí, hablando. Sus miradas se deslizaron sobre Agus apreciativamente antes de que continuaran con su conversación. Una conversación que no pude evitar escuchar, especialmente cuando escuché las palabras club erótico. Roquerría que le dijese todo lo que escuché. Ella había estado en una misión para aprender más sobre él desde que escuchamos por primera vez de su existencia. Pensaba que era un insulto que de alguna manera no le hubiera llegado una invitación aún.
—Sí… Hannah obtuvo una invitación —dijo una—. Aparentemente conoce a alguien que ya es miembro. Y ya conoces a Hannah, siempre ha estado interesada en las cosas raras…
No pude evitar deslizar una mirada hacia Agus. Claramente, también estaba escuchando, si la expresión interesada en su rostro significaba algo. Probablemente deseaba poder conocer a esta Hannah.
Saliendo del elevador, bromeé
—: ¿Quieres pedirles el número de Hannah?
Se rio mientras salíamos hacia la fresca mañana. El viento me golpeó en la cara y deseé haber tenido tiempo de traer una chaqueta y bufanda sobre mi suéter.
—Suena muy interesante, pero no, gracias. Soy más tradicional.
No me molesté en señalar que dormir con una chica diferente cada semana no calificaba exactamente con tradicional. Entramos al auto y encendí la calefacción tan pronto como lo arranqué.
—Entonces —comencé mientras salía del estacionamiento
—. ¿Tu hermano sabe dónde estás?
Su sonrisa cambió a algo petulante y felino. Su mirada se volvió conocedora, y tuve que pelear con el impulso de inquietarme.
—¿Por qué no me preguntas lo que realmente quieres saber?
—¿Q-qué quieres decir? —balbuceé.
—Quieres saber todo sobre mi hermano. Admítelo.
—No quiero saber todo. —Sólo las partes importantes.
—Bueno, puedo decirte que él realmente está interesado en ti.
—¿Cómo puedes saber eso? —demandé antes de darme cuenta de que tal vez debería tratar de actuar como si no me importara.
—No ha habido muchas chicas. Quiero decir, él claramente no es como yo. —Resoplé y rodé los ojos. Colocó la palma sobre su pecho y me guiñó un ojo—. Pero ha habido algunas. Aunque nada como tú.
—¿Y cómo soy yo?
—Tú, Lali, eres el tipo de chica que un chico lleva a casa. Que es por lo que supongo que Peter nunca se involucró con tu tipo antes. No tenemos un hogar para llevar a chicas. Nuestro viejo es todo un trabajo. Incluso antes de su accidente, era amargado y malhablado. Diablos, no sé qué volaba más rápido, sus puños o las botellas de cerveza vacías que nos lanzaba.
Mis manos apretaron el volante. Una familiar sensación agria rodó a través de mí. Sonaba como si su infancia no fuera mejor que la mía. Un veneno diferente, sí, pero el veneno era veneno.
 —Suena genial.
—Sí. Un auténtico príncipe.
—Mencionaste un accidente. —Peter no había llamado a lo que le pasó a su padre un accidente. Él se culpaba a sí mismo
—. ¿Qué pasó?
—Chocó su camioneta contra un árbol. Se quebró la columna vertebral.
¿Un accedente de auto? ¿Cómo era eso culpa de Peter? Me humedecí los labios.
 —Peter dijo algo. Sonaba como si él pensara que es el responsable.
Agus me miró bruscamente.
—¿Él te dijo eso?
Asentí.
Agus maldijo.
 —No fue su culpa. El viejo lo culpa, pero eso es pura mierda. Peter no vino a casa para las vacaciones de verano para trabajar, y papá chocó su camioneta conduciendo hacia casa después de cerrar. En su mente, si Peter hubiera estado allí él no habría tenido que conducir esa noche.
Mi mente vagó mientras entraba en el estacionamiento de Mulvaney’s. Supongo que todos tenemos nuestras cruces que soportar. Excepto por Pablo. Él solo conoció a una familia amorosa. Padres que estaban para sus hijos, los protegían y apoyaban.
 —Eso no está bien.
—Nop —anunció Agus, una rigidez en su voz que indicaba que tenía mucho más que decir sobre el tema de su hermano saliendo de la escuela y sacrificando su futuro—. Yo no lo habría hecho. Soy más egoísta, supongo. Una vez que me gradúe, me voy de aquí. Voy a vivir mi propia vida. Con suerte, Pater también lo hará. Al menos ya no me tendrá para preocuparse más.
—¿Crees que vuelva a la escuela?
Negó con la cabeza.
 —No, él disfruta de hacerse cargo del bar. No lo hacía al principio, pero está en su sangre. Nuestro abuelo lo abrió e hizo de él lo que es. El negocio había estado en decadencia con papá. Las cosas han mejorado desde que Peter lo tomó. Ha estado hablando con diferentes bancos sobre abrir una segunda locación. Mi papá se volverá loco. No le gusta el cambio. Pero dudo que eso detenga a Peter. Él está determinado.
Me estacioné cerca de la puerta trasera, deseando haber conducido más despacio. Todo lo que Agus decía revelaba un lado nuevo de Peter, confirmando que él era más de lo que asumí al principio.
Abriendo la puerta, Agus vaciló.
 —Gracias por el aventón.
—Con gusto.
Sus ojos, tan parecidos a los de Peter, se fijaron en mí
. —Mi hermano es un buen tipo, sabes.
Asentí, insegura de qué decir a eso.
—Escuché que viniste y cuidaste de él cuando estuvo enfermo. —Asentí una vez, el calor sonrojando mi rostro—. Él merece a alguien como tú.
Avergonzada, coloqué un mechón de cabello detrás de mi oreja y miré por el parabrisas.
 —Es lindo que digas eso, pero no me conoces, Agus. —No era alguien que iba a salvar a su hermano. Incluso si quisiera, no estaba en mí el salvar a alguien. Apenas sí podía salvarme a mí misma.
—Tal vez puedo verte más de lo que crees.
—No lo creo.
—De acuerdo. Bien. Tal vez yo no. —Algo en su voz llamó mi atención de vuelta a su rostro. Sus ojos pálidos en mí—. Pero Peter sí. Él te ve. De lo contrario no estaría perdiendo su tiempo contigo.
Mis dedos se apretaron en el volante.
 —Estás haciendo demasiadas suposiciones. No es así entre nosotros. Peter y yo apenas somos amigos.
Se rio un poco, negando con la cabeza como si hubiera dicho algo increíblemente gracioso.
 —Sigue diciéndote eso. —Saliendo del auto, metió la cabeza de nuevo—. Nos vemos, Lali.
Cerró la puerta, y el sonido reverberó por el aire por un momento mientras lo veía desaparecer dentro del bar. Murmurando para mí misma, puse el auto en marcha, decidiendo que probablemente necesitaba tomar un pequeño descanso de estar tanto en Mulvane

Al día siguiente, Peter apareció en mi puerta. Los indicios de Halloween todavía estaban en el pasillo detrás de él.  Valen insistió en que los culpables se presentarían para limpiarlo por sí mismos, y hasta ahora no había compradores. Por un momento me sentí incómoda, recordando mi conversación con su hermano. Estaba bastante segura de que Peter no apreciaría compartir todo lo que tenía conmigo, pero luego dudé. Agus había confesado nuestra pequeña charla con él, sobre todo —sus esfuerzos por emparejarnos. La comprensión de que Peter probablemente no sabía nada de ese encuentro relajó mi tensión.



Llevaba una de esas pequeñas cajas blancas de la panadería favorita de Ro.
La señalé
. —¿Qué es eso?
—Una magdalena.
Arqueé una ceja
.—¿Qué clase?
—Terciopelo rojo. —Oh, Dios mío. ¿Me trajo un pastelito?
Me tendió la caja.
 —Gracias por venir el otro día y cuidar de mí.
Acepté la caja y le dejé pasar. Él se sentó en mi escritorio.
Me hundí en la cama y levanté la tapa. Al mirar, la boca se me hizo agua ante la visión de glaseado de queso crema
. —Esto se ve tan bien. —La saqué de la caja, quité el envoltorio y la mordí con un gemido.
—¿Está buena?
—¿Quieres un poco?
—Estoy bien.
Incliné la cabeza hacia él
 —¿En serio? Es del tamaño de un melón. Compártela conmigo.
Con una media sonrisa, se unió a mí en la cama. Más tarde, me preguntaba si tal vez había sido mi intención desde el principio. Para estar con él en mi cama.
Le tendí la magdalena, pensando que iba a cogerla de mi mano. En su lugar, le dio un bocado con sus blancos dientes. Mis ojos se ensancharon.
 —Eso es como media magdalena.
Masticó, su pulgar recogió un poco del glaseado que había quedado en el labio y lo lamió.
 —Me pediste que mordiera. Soy un chico. No puedo evitar comer grandes bocados. El resto es tuyo.
—Hmm. —Le dediqué una mirada de reprimenda y tomé otro bocado, delicado en comparación con el suyo.
—Quise decir lo que dije.
Tragué saliva antes de preguntar
—: ¿Qué?
—Gracias por quedarte y cuidar de mí.
—Oh. —Tomé otro bocado, encogiéndome de hombros, sintiéndome incómoda bajo la intensidad de su mirada—. Cualquier persona lo haría.
—No hagas eso.
—¿Qué?
—Quitarle importancia a lo que hiciste. A quien eres. La verdad es que no puedo pensar en otra persona que me cuidara como lo hiciste tú. No desde que mi madre murió. —Asintió lentamente—. Eres una chica dulce, Lali.
Mi cara se calentó por su alabanza y mi estómago dio un vuelco. Me tragué el último pedazo de magdalena y me estremecí cuando su pulgar limpió el borde de mi boca, quitando un poco del glaseado que él tuvo en su propia boca. Lo observé.
 —¿No se supone que es como el beso de la muerte cuando un chico te llama "dulce”?
Él me miró. El tiempo se extendió hasta que respondió
—: No si eres tan dulce que todo en lo que puedo pensar es en ti desnuda y en saborear cada centímetro de ti de nuevo.
Un jadeo escapó de mis labios. Respirando hondo, me arrodillé y me coloqué a horcajadas sobre él. Levanté las manos, que se quedaron en el aire hasta caer en sus hombros, sintiendo la carne firme y sus músculos tensos debajo de la camisa. Sus manos se posaron en mis caderas, apretando suavemente. Nos miramos a los ojos. Envolvió una mano alrededor de mi cuello y tiró de mi cabeza hacia abajo hasta que mi boca encontró la suya.
Probé la magdalena mientras me besaba lento y profundo, sin prisas. El beso siguió, suave y delicioso. Se separó y se quitó la camisa. Sus manos volaron hasta el dobladillo de mi sudadera. Levanté los brazos para ayudarlo a sacarla por encima de mi cabeza. Le siguió mi sujetador. Perder mi ropa se estaba convirtiendo en un hábito.
Me empujó sobre la cama. Sin tocarme, me examinó en la brillante luz de mi habitación como si me estuviera memorizando. El calor avanzó por encima de mi cuerpo, imaginando todas las imperfecciones que estaba viendo. Con un gemido, traté de empujarle, avergonzada por la intimidad, demasiado sobrepasada por las sensaciones que me recorrían.
—Espera. —Su mano se posó en mi vientre, y empezó a bajar. Descendiendo por mi cuerpo. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras yo temblaba y me retorcía, esperando su próximo movimiento. Eché un vistazo hacia él. Él me miró, la barbilla rozando mi vientre, sus grandes manos dejando dos huellas ardientes en mis caderas. Se detuvo y habló en voz baja
—: ¿Confías en mí?
—Sí. —Me calmé debajo de él cuando me di cuenta de que hablaba en serio—. Lo hago.
Él sonrió lentamente y tomó mis manos. Entrelazando sus dedos con los míos, presionando contra el colchón, palma con palma, a mis costados. —Bien.
Luego procedió a besarme. Por todo mi cuerpo. Besó mi vientre. Mi caja torácica. El valle entre mis pechos. Su boca estaba en todas partes. Suspiré, retorciéndome, temblando bajo su atención.
OhDiosOhDiosOhDios. No había más vergüenza. Sólo él. Su boca sobre mí.
Abrió la cremallera de mis pantalones vaqueros, dejando al descubierto la parte delantera de mi ropa interior. Gemí cuando él me beso justo allí. El calor húmedo de su boca me quemaba directamente a través de la delgada capa de algodón. Su nombre pasó entre mis labios en un suspiro.
Ascendió, entonces me besó con fuerza, el único punto de contacto nuestras bocas. Un enredo de labios, lenguas y dientes. Me volvía salvaje. Le devolví el beso, igualándole en calor y presión. Mis brazos se tensaron, aún inmovilizados a mis costados por sus manos. Gemí contra su boca y empujé contra sus palmas, mis dedos unidos a los suyos en agarre que cortaba la circulación, desesperada por estar libre para poder tocarlo.
Entonces lo sentí. La inconfundible dureza de él contra el interior de mi muslo, hirviendo a través de nuestra ropa. Separé los muslos ampliamente y me retorcí para acercarme más, llevándolo directamente hacia mí. Levanté la pelvis y empujé mis caderas, restregándome contra él.
Sus labios se separaron de los míos en un siseo.
 —Mierda. ¿Estás segura de que nunca has hecho esto antes?
—Por favor… mis manos… Quiero tocarte.
Sus dedos se entrelazaron con fuerza con los míos, y sentí su fuerza mientras nuestras palmas se juntaban.
 —No estoy seguro de que sea una buena idea.
Su respiración era áspera, mezclándose con mi propia respiración entrecortada. Cada parte de mí latía, dolía
. —Por favor. Tú me has tocado mucho… deja que te toque.
Él negó con la cabeza una vez, con fuerza.
Mi voz se quebró un poco.
 —¿Por qué no?
De cerca podía distinguir el anillo azul oscuro, casi negro, que había alrededor de sus iris.
 —Porque eres como un caramelo en mi boca. Ya estoy demasiado excitado por ti.
—Pero dijiste que puedo confiar en ti.
—Puedes. —Sus ojos me atravesaron, intensos y crudos —como si estuviera complacido porque creyera en él—. Nunca te haría daño.
—Entonces suelta mis manos.
Después de un momento, su agarre sobre mí se aflojó. Yo era libre. Llené mis manos con su pecho, acariciando sus músculos esculpidos, los abdominales ridículamente tallados. Sumergió la cabeza en el hueco de mi cuello, como si estuviera recobrando fuerza de alguna reserva escondida que solo encontraría allí.
Mis manos se vagaron más al sur, vacilando solo un instante en sus vaqueros. Mis dedos se deslizaron dentro de la cinturilla. Antes de perder los nervios, los desabroché y tiré hacia abajo de la cremallera al igual que él había hecho con la mía.
Él levantó la cabeza y sus ojos brillaban con una advertencia
. —Lali… —Su voz sonó estrangulada.
Mi mirada se desvió a la suya y luego hacia abajo, decidida en mi objetivo. —Nunca he tocado uno antes.
Tiré de sus vaqueros para abrirlos, tirando de ellos hacia abajo con poca gentileza. Resultó especialmente difícil con él encima de mí.
—Mierda. —Se dio la vuelta para bajarse de mí y tumbarse de espaldas. Levantando las caderas, se quitó él mismo los pantalones vaqueros. Luego fue todo mío.
Sonriendo, me incliné sobre él, mi atención moviéndose de su rostro al… sur.
llenaba la parte delantera de sus bóxer de forma impresionante. Apoyé la mano sobre él, sintiendo, midiendo el contorno.
Dijo mi nombre otra vez, mitad súplica, mitad gruñido. Lo ignoré, la curiosidad, el torrente sanguíneo en mis oídos, anulando el sonido.
Flexioné mis dedos y el bulto creció bajo mi mano, animándose. Antes de que pudiera cambiar de opinión, me sumergí en el interior de los calzoncillos y envolví mis dedos a su alrededor. Su cabeza cayó hacia atrás sobre la cama. —Lali.
—Es más suave de lo que pensé que sería. —Me mordí el labio, deleitándome con su longitud en mis manos.
Se rio con voz ronca.
 —Cariño, estoy duro como una roca.
—Me refiero a tu piel. —Era como seda sobre acero. Mi mano se movió torpemente, buscando a tientas por un momento antes de establecerse en golpes rítmicos.
La suya se posó sobre la mía, deteniéndome
—Lali, tienes que parar.
Levanté la vista hacia él.
 —¿No es esto parte de mi educación?
Los tendones de su cuello se tensaron como si estuviera luchando por el control. Supongo que debería haberme preocupado, pero solo me sentí empoderada. Satisfecha. Ni por un momento se me ocurrió que iba a perder el control y cruzar la línea. Él tenía mi confianza.
—Tú no tienes que…
—Quiero hacerlo.
Su agarre liberó mi mano. Fui capaz de moverla de nuevo, deslizar mis dedos sobre él.
—Muy bien. —Él estuvo de acuerdo con voz gruesa—. Entonces probablemente deberías llamarla por lo que es.
Alcé la mirada hacia él con curiosidad.
—Dilo. Polla. Polla —él proporcionó—. No tengas miedo de la palabra, Lali.
Mi mano se quedó inmóvil. Mi cara ardía. Negué con la cabeza.
 —No puedo decir eso.
—¿Pero puedes tocarlo? Dilo. Polla.
La palabra se asentó pesadamente en mi lengua. Mi mano reanudó sus movimientos mientras lo decía lentamente, saboreando la palabra traviesa, sintiéndome audaz y perversa.
 —Polla.
El azul de sus ojos palideció hasta el color del estaño. Su pecho subía y bajaba con respiraciones bruscas. Como si esa sola palabra en mis labios lo excitara.
Mi mirada se movió de él —su polla— a su cara. No sabía qué me fascinaba más. La vista de mi mano moviéndose sobre él o su expresión. Tenía los ojos cerrados. Parecía casi de dolorido.
—Lali… Lali, para. —Él se tensó debajo de mí.
Lo ignoré, apretando y moviendo la mano rápidamente.
—Dios. —Jadeó y se estremeció, los músculos y los tendones de su pecho y su estómago se ondularon mientras su cuerpo alcanzaba el clímax.
Su respiración se niveló poco a poco. Arrojó un brazo sobre su cabeza. Después de varias respiraciones, murmuró
—: No se suponía que iba a suceder.
Yo me levanté de encima de él y sonreí.
 —¿Tenías un plan?
Apartó el brazo de su rostro y miró hacia mí. Se metió un mechón de pelo detrás de la oreja.
 —Contigo nada parece ir de acuerdo al plan.
Sin dejar de sonreír, me puse de pie. Agarrando una toalla de mano, se la arrojé a él y luego conseguí una para mí.
Se limpió a sí mismo. De pie con mis vaqueros desabrochados sentí un poco de mi anterior vergüenza, abrí la puerta del armario y cogí una camiseta y me la puse. Me quedé allí, cambiándome de pie y jugando con el dobladillo de la camiseta, sin saber que hacer a continuación.
Se sentó en el borde de mi cama. No se había preocupado por volver a ponerse sus pantalones vaqueros. Vestido solo con sus bóxers, era la encarnación del sexo. Piel dorada. Enjuta y definida. Su paquete de seis era más como un paquete de ocho. Ridículo. El tatuaje que ascendía por su brazo y descendía por el costado de su torso era la cereza en la cima de todo.
Tragué saliva contra mi garganta repentinamente seca.
 —¿Y ahora qué?
—Bueno. Si esto era solo una aventura, nos despedimos en este momento.
—Oh. —Asentí. Pero esto no era una aventura. Era menos que eso. Éramos nosotros fingiendo. Pretendiendo ser algo más.
Él colocó una mano en su rodilla y me estudió de esa manera tan desconcertante suya.
 —¿Quieres que me quede?
—¿Te quieres quedar?
La sonrisa torcida reapareció.
 —Si me quieres aquí, dilo. Eso es lo que pasaría si esto fuera más que una aventura. Si fuéramos realmente algo para el otro.
Si fuéramos realmente algo para el otro. Las palabras me sacudieron los nervios. Picaba un poco con el sabor de él aún fresco en mis labios. Pero era un recordatorio necesario de que esto era falso.
Aspiré.
 —Sí. Entonces deberías quedarte a pasar la noche. Sí.
Me dije a mí misma que me mostrara segura. Después de lo que acabábamos de hacer —lo que acababa de hacer— no debería ser tan difícil.
—No pareces muy entusiasmada. Recuerda, no es algo que excite.
Tenía que enfocar esto clínicamente. Esto no era algo personal. Era un experimento. Él era un chico sexy y con experiencia que se ofrecía a guiarme a través del arte de los juegos previos. Ya me sentía más experimentada. Podía besar adecuadamente ahora. Podría hacer más que besar ahora. No era una maestra en los juegos previos, pero estaba más capacitada. Gracias a Peter estaba preparada para Pablo. Mi estómago se apretó pensando en eso, preguntándome si me gustaría hacer la mitad de eso con Pablo.
Agarré mi neceser de la estantería de mi armario con manos temblorosas, sorprendida por la comprensión de que estaba disfrutando de mi tiempo con Peter demasiado. Estaba disfrutando de él. Ese no era el plan
. —Enseguida vuelvo.
Atravesé el pasillo, me lavé la cara y me cepille los dientes; restregué hasta que sentí el sabor cobrizo de la sangre en mi boca. Parando, me enjuague la boca. Alzando la cara, observe fijamente mi reflejo, sorprendiéndome ante esta chica en la que me había convertido. Alguien a punto de compartir su cama con un tipo que no era Pablo. Era duro de afrontar.
Cuando entre en mi habitación, él estaba debajo de las sábanas, pareciendo relajado con un brazo debajo de su cabeza. Apagué la lámpara, sumiendo la habitación en un manto gris. La luz que atravesaba las persianas nos libraba de la oscuridad total.
Me saqué los vaqueros. Él quito las sábanas por mí, y la sombra de su cuerpo se veía deliciosa y acogedora contra las rayas de mis sábanas.
Me deslicé junto a él. Se me escapó un suspiro cuando él tiró de mí para calentarme con su cuerpo, colocándonos como cucharitas. Su cálida y suave piel despertó todos mis nervios de nuevo. Su masculinidad, su tamaño, su fuerza hizo que se me escapara un suspiro tembloroso.



La electricidad zumbó junto con mis nervios. Esas partes de mí que se sentían cargadas con un poco de dolor hace un momento, ahora ardían de nuevo.
Su brazo estaba envuelvo alrededor de mi cintura, su mano descansaba en mi estómago. La quitó un segundo para retirar mi pelo y dejarlo caer sobre mi hombro, de modo que ya no estaba en su boca. Sentía su aliento en mi nuca. Dios. El dolor estaba de vuelta. Apreté los muslos como si eso pudiera aliviarlo. ¿Cómo se supone que iba a dormir?



—Este tipo, Pablo… —comenzó.
—¿Si? —pregunté en voz baja.
—Si sale corriendo después de que tú pierdas el tiempo, entonces no significa nada para él. Tú no significas nada. ¿Entiendes?
Hice una mueca, recordando lo que pasó la otra noche.
 —Lo siento, yo…
—No te digo esto para que te sientas mal por escaparte esa primera noche, Lali. Solo te lo digo porque no quiero que algún tipo, Pablo o cualquiera, te use alguna vez.
Su aliento abanicó mi nuca. Sabía que sus labios estaban cerca. Incapaz de evitarlo, rodé de costado y le estudié en la penumbra, nuestras narices prácticamente tocándose.
—Gracias por hacer esto. —Casi añadí "gracias por preocuparte", pero eso podría ser suponer demasiado. Me tragué esas palabras.
Se rio en voz baja.
 —No soy totalmente desinteresado, Lali. Disfruto estar contigo. Claramente. —Su mano rozó mi mejilla, la yema de los dedos acariciándome. Un revoloteó entró en erupción en mi estómago. Mis mejillas se enrojecieron aún más al pensar en mis manos alrededor de él.
—También lo disfruto. —Luego lo bese, y esta vez fue diferente: lento, dulce y tierno. Por supuesto no permaneció de esa manera. Ninguno de nuestros besos lo hacía nunca. Se construyó, se profundizó. La sangre corrió por en mis orejas. Ahuequé su rostro y envolví un brazo alrededor de su cuello, alineando mi cuerpo con el suyo.
Jadeando, apoyó su frente en la mía.
 —Deberíamos dormir un poco.
Me reí un poco ante eso. No íbamos a dormir. Al menos yo no podía ver cómo.
—Ven aquí. —Me pegó a él, bajando mi cabeza sobre su pecho. Escuché el tenue retumbar de su corazón. Su mano se enroscó a través de mi pelo, sus dedos suavizándose cuando encontró un enredo—. Tienes un hermoso cabello.
Sonreí contra su pecho y luego giré la cara un poco, consciente de que podía sentir mi sonrisa tonta contra él. Sabía que me había gustado el cumplido.
—Puedo detectarte a kilómetro y medio de distancia con este cabello. Es como una vela. Mil colores diferentes.
—Un camarero poeta. —murmuré, colocando mi mano sobre su pecho.
—Cariño, cada camarero es un poeta.
—Supongo que consigues ver un poco del mundo desde detrás de la barra.
—Veo lo suficiente. Te vi.
Aun sonriendo, me empecé a relajar contra él. El deslizamiento de sus dedos por mi cabello comenzó a adormecerme.
 —Cuéntame más —le animé, mi voz soñolienta y suave.
Su voz retumbó en su pecho.
—Solo quieres oírme decir que eres hermosa, ¿es eso?
Le di un manotazo en el brazo.
 —Noooo.
—Sabes que lo eres. No necesitas oírme decirlo.
Mi sonrisa se desvaneció.
 —¿Por qué iba a saber eso?
—Uh. Mírate en el espejo. Mira los ojos que te siguen cuando entras en una habitación.
No sabía cómo responder a eso. La idea extrañamente me incomodaba. Mis dedos trazaron círculos perezosos en su pecho.
—Pablo no será capaz de resistirse a ti. No sé cómo lo ha hecho hasta ahora.
Me quedé inmóvil contra él, mis dedos se congelaron.
La ira destelló a través de mí. ¿Por qué tenía que hablar con Pablo ahora mismo, cuando estábamos así? Se sentía… No sé. Equivocado.
—Gracias —murmure. Cerrando los ojos, me obligué a dormir, para escapar de mi enojo, para escapar de él. Por supuesto, estaba demasiado agitada por la irritación —y dolorosamente consciente de su presencia detrás de mí—, como para tener la esperanza de quedarme dormida. Estaba atrapada, probablemente despierta hasta que ambos nos levantáramos por la mañana.
Ese fue mi último pensamiento antes de que mis ojos se cerrasen como pesos de plomo.




Espero en la bañera a que los ruidos al otro lado de la pared se detengan. Las voces eventualmente desaparecen, cuento hasta diez, esperando a que mamá venga a buscarme. No viene. Así que sigo esperando y comienzo a contar de nuevo. Esta vez hasta veinte.
Abrazo mis rodillas contra mi pecho y me recuesto contra la sábana que forra la bañera, esperando no tener que pasar la noche en el baño de nuevo.



Aprieto al Oso Púrpura, mis dedos juguetean con sus suaves y desgastados bracitos. Solían ser gordos, llenos de relleno. De alguna manera el relleno había desaparecido, de modo que ahora los brazos eran sólo flacos apéndices pequeños de tela púrpura.
La puerta se abre y echo un vistazo por detrás de la cortina, ansiosa por ver a mamá, esperando que por fin haya venido a invitarme a la cama con ella.
Sólo que no es mamá.
Un hombre está parado allí, su cabello largo y con aspecto mojado. Su camisa a cuadros cuelga de sus estrechos hombros. Está desabotonada, abierta al frente. Su vientre con apariencia blanda es tan blanco como la barra de jabón que está a mi derecha.
Se acerca al inodoro, su mano buscando a tientas la cremallera, y yo me echo hacia atrás en la bañera, esperado que se apresure con su asunto y se vaya. Los invitados de mamá nunca se quedan mucho tiempo. Aunque debo de haber hecho un sonido. La cortina de la ducha chilla en el carril cuando él tira de ella.
Se cierne sobre mí.
—Bueno. ¿A quién tenemos aquí?
Me estremezco, agarrando al Oso Púrpura frente a mí.
Sus rodillas crujen cuando se arrodilla al lado de la bañera.
 —¿Eres la pequeña de Lali?
Asiento una vez.
Sus ojos oscuros viajan sobre mí, estudiando mis piernas descubiertas, que salen de la camiseta de mamá. Se inclina hacia delante y mira detenidamente dentro de la bañera como si no quisiera perderse ninguna parte de mí.
—No tan pequeña, ¿eh? Te ves como una chica grande para mí.
Sus dedos se enrollan alrededor del borde de la bañera y me recuerdan a un cadáver, largos y delgados, blancos como un hueso. Varios anillos destellan en ellos. Mi mirada se fija en uno con la forma de un esqueleto.
En la medida de lo posible abrazo al Oso Púrpura aún más fuerte, mis brazos se aprietan alrededor de su suave cuerpecito. Mamá dijo que él siempre me protegería. Que el Oso Púrpura me mantendría segura cuando ella no estuviera conmigo.
—¿Cuál es tu nombre?
—¿Dónde está mamá?
—Durmiendo. —Dos dedos huesudos se extienden y rozan mi rodilla. Doy un grito ahogado y apartó mi pierna.
Me sonríe con sus dientes marrones y con sarro.
Abro la boca, lista para gritar por mamá, pero su mano golpea mi boca, cortando mi voz. Mi aire.
Sólo está el desagradable sabor de su mano. Y el miedo…
Me desperté con un sollozo ahogado, saltando de la cama. Unas manos fuertes estuvieron inmediatamente allí, tomando mis brazos, y grité. Volteándome, golpeé al cuerpo a mi lado.
—¡Lali! ¿Qué ocurre?
La voz no penetraba. Aún estaba atrapada en el baño, una palma sucia me sofocaba. ¡Mami! ¡Mamá!
—¡Lali! —Las manos sacudieron mis hombros—. Lali. Solo es un sueño. Estás bien.
Parpadeé contra el aire de la oscura mañana.
 —¿Pater?
—Sí. —Apartó el cabello de mi cara—. Era un sueño.
Asentí.
Su pulgar rozó mi mejilla.
 —Estás llorando.
Solté una risa temblorosa y me sequé las mejillas con el dorso de la mano, sintiendo la humedad allí.
 —Debe de haber sido algo que comí. —
¿Cómo pude ser tan tonta? Los sueños siempre venían sin avisar. Lo sabía. Debí haber sabido que esto podía pasar.
—¿Algo que comiste te dio un mal sueño? —Escuché el escepticismo en su voz—. ¿Sobre qué era el sueño?
—No lo recuerdo.
—Llamaste a tu mamá.
Mi corazón se tensó. Me dolía físicamente dentro del pecho.
 —¿Lo hice?
—Sí.
Sí. La llamé. Esa noche. Y después. La noche en que me dejó donde la abuela lloré. Grité por ella
. —¿Qué más escuchaste?
Me estudió, sus ojos brillaban en la oscuridad.
 —¿Quieres hablar sobre ello?
—No —espeté antes de poder detenerme—. No quiero hablar sobre cuando mi mamá me abandonó. Me dejó en la puerta de la abuela como si fuera un periódico doblado.
No se movió. Se quedó quieto, sus manos dejando huellas en mis hombros.
 —¿Eso pasó?
Sí, pensé. Eso pasó. Y otras cosas de las que nunca hablaría con nadie. Nunca lo había hecho. ¿Mamá abandonándome? Eso no era un secreto. Podía darle ese pequeño detalle sobre mi colorida historia. Pero no el resto.
Asentí, mi voz atrapada en algún lugar de mi garganta, negándose a surgir.
Él tiró de mí de vuelta a la cama, su brazo envolviéndose alrededor de mí. Miré mi habitación bañada en el suave púrpura de la mañana, deseando que su brazo no se sintiera tan bien abrazándome. No se suponía que fuera así. Eso no era parte del plan.
—Ahora sabes sobre mi familia disfuncional.
Estuvo en silencio por unos momentos, su mano dibujando pequeños círculos en mi brazo.
—Entiendo un poco sobre lo disfuncional.
Me di la vuelta para mirarlo.
—De acuerdo. Tu turno.
Gruñó
. —¿Tengo que hacerlo?
—Vamos. Te mostré la mía. Muéstrame la tuya. —Importaba por alguna razón. Adus ya había revelado mucho, pero quería escucharlo de Peter. Quería que confiara en mí.



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