lunes, 31 de agosto de 2015

capitulo 46,47,48,49 y 50



Agarré una patata frita cubierta de queso.
Él agarró un grupo de tres. Echando su cabeza hacia atrás, las dejó caer en su boca abierta. Lo observé con asombro mientras su fuerte mandíbula masticaba.
 —Mmmm.
—¿Cómo puedes verte de la forma en que te ves y comer así?



Sonrió con picardía y se inclinó más cerca, lo cálido de su cuerpo extendiéndose para envolverse a mí alrededor.
—¿Y cómo me veo?
Agarré una servilleta y se la tiré.
—Oh, cállate. Sabes que eres sexy. Tu cuerpo es una locura.
Sonriendo con satisfacción, agarró otro grupo de patatas.
 —Simplemente me gusta escucharte decir eso. No eres fácil de impresionar.
Fruncí el ceño.
—¿Qué significa eso? ¿Soy así de difícil?
—No. Sólo que fijaste la mirada en un chico que conociste años atrás cuando eras una niña. Ni siquiera miras a los chicos que se fijan en ti. Es como si no te importa lo que los demás piensen.
Se equivocaba. Me importaba lo que él pensaba. Una vez que lo conocí, fue el único que consideré siquiera cuando decidí que necesitaba perfeccionar mis habilidades de juego previo. Era todo lo que me pareció ver.
Decidiendo no debatir ese punto, cuidadosamente evalué la hamburguesa.
—¿Cómo, siquiera, me como esto?
—Vas a tener que atacarla. Es la única forma.
Asintiendo con determinación, agarré la enorme hamburguesa y la abordé con mis dientes.
Peter se rio mientras masticaba el bocado y agarraba una servilleta, limpiando el jugo de mis labios y mi mentón.
—Bonito —dijo con aprobación, se inclinó y plantó un beso en mis labios antes de que siquiera lo viera venir. Fue rápido y descuidado, y mi corazón se aceleró.
Tragando mi bocado, sacudí la cabeza
. —Dime que no comes así todos los días. Vas a tener un ataque al corazón antes de los treinta.
—No todos los días, no. Y hago ejercicio. Hasta que dejé la universidad, jugaba al fútbol.
—¿En la universidad?
Asintió, evitando mi mirada mientras recogía la hamburguesa en sus manos. Volví a pensar lo que me dijo sobre su papá. Como llegó a casa después del accidente. Había renunciado a la universidad —al fútbol— para cuidar de él. Por lealtad y culpa.
—Todavía juego. Entreno a un grupo de chicos dos veces a la semana y juego en una liga recreativa los domingos. También corro todas las mañanas. —Me miró con apreciación—. ¿Qué hay de ti? Te ves en forma.
Solté un bufido.
 —Camino por el campus y persigo a niños en la guardería. Nada más riguroso que eso.
—Deberías correr conmigo alguna vez.
Normalmente la sugerencia me habría hecho reír, pero mirando sus ojos azules pensé que en realidad me gustaría intentarlo.
Agarrando otra patata frita, asentí.
—Tal vez lo intentaré.
—Lo amarás. Tu cuerpo lo extrañará cuando te saltes un día.
La puerta de atrás se abrió de golpe en ese momento. Levanté la mirada, sobresaltada. Hubo conmoción que sonaba como algo golpeando la pared. Un hombre en una silla de ruedas entró a la vista. Peter se tensó a mi lado.
El cabello del hombre era largo y sin duda se veía sucio. Llevaba una camiseta negra de Pink Floyd. Incluso en pantalones vaqueros, sus piernas se veían delgadas por la falta de uso. Sus brazos tatuados eran musculosos mientras empujaban las ruedas de su silla, impulsándola hacia delante.
Peter se puso de pie a mi lado y se dirigió al otro lado de la habitación.
 —Papá.
Su mirada se enfocó en él inmediatamente y la fiereza de su expresión se transformó en rabia pura y simple.
—Ahí estás, pedazo de mierda.
Salté como si sintiera el golpe en esas palabras, a pesar de que habían sido dirigidas a Peter.
Los hombros de Peter se tensaron, revelando que tampoco se encontraba totalmente inafectado.
—Encantado de verte, también, papá. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Pensaste que podías mantenerme encerrado en esa casa, ¿ah? No pensaste que podía encontrar una manera de llegar aquí. Agus me trajo. Está estacionando el auto.
Peter me envió una mirada indescifrable. Parte de mí sabía que debería irme, que probablemente se avergonzaba por mí, de presenciar este drama, pero no podía moverme de mi lugar en la mesa.
—Si querías venir aquí, yo podía haberte traído.
—Sí. Cierto. —Su padre levantó un folleto arrugado, blandiéndolo en el aire
—. ¿Qué es esto, pedazo de mierda?
¿Había un momento en el que no llamara a su hijo por una obscenidad? Cada palabra me hacía estremecer y encogerme por dentro. Al igual que cuando era una niña. No podía huir en ese entonces. Todo lo que podía hacer era abrazar fuerte al Oso Púrpura, cerrar los ojos y fingir que me encontraba en algún otro lugar.
—Parece como un folleto para nuestra promoción de los martes. Alitas a diez centavos.
—Estás regalando la comida. Vas a hacer que nos quedemos sin el negocio.
El suspiro de Peter llegó a mis oídos
. —Es buena publicidad, papá. Triplicamos nuestros clientes los martes por la noche. El alcohol se vende más que…
El señor Lanzani arrugó el folleto y se lo lanzó a su hijo. Rebotó en el pecho de Peter.
—¡Me consultas antes de tomar una decisión como esta, pedazo de mierda!
Las manos de Peter se apretaron en puños a sus lados, pero por el contrario no hizo ningún movimiento. Agus entró en la habitación, desacelerando sus pasos mientras observaba la escena.
—Agus mencionó que estás buscando expandir. —Los ojos de Agus se agrandaron y miró hacia Perete como disculpándose—. ¿Cómo vas a hacer eso, ah, universitario? No te voy a dar el dinero.
—No te estoy pidiendo dinero. —El color sonrojó la piel de Peter —. He triplicado las ganancias en este bar en los últimos dos años. Si eso no te convence de que puedo…
—¡Crees que eres mejor que yo, bastardo! Crees que lo puedes hacer mejor con este lugar de lo que yo lo hice…
—No, papá. —La voz de Peter sonó repentinamente cansada. Quería levantarme e ir hacia él, pero me quedé donde me encontraba, sabiendo que solo atraería la atención hacia mí y Peter no querría eso mientras tenía una discusión con su padre. Era todo tan desagradable… tan feo. Me recordaba a todo de lo que huía. Todo lo que me comprometí dejar atrás.
—Así es. Sólo recuerda eso. No sabes una mierda. Aún no estoy muerto. Todavía estoy aquí. —El señor Lanzani golpeó su pecho con una mano empuñada—. Este es mi lugar. —Su pecho de barril cayó y se elevó con respiraciones forzosas. Aparentemente satisfecho por haber dicho la
última palabra, miró a Agus—. Ya terminé. Vamos. —Rodó pasando Agus por la rampa.
Agus se acercó a su hermano, frotando su nuca.
—Mira, lo siento…
—Está bien. Adelante. Estará gritando por ti.
Asintiendo, Agus siguió a su papá.
Lentamente, Peter se volteó. Se movió hacia mí, pero en lugar de reclamar su asiento, se quedó parado, rozando ligeramente la mesa con los dedos, su mirada evitándome.
 —Tengo que regresar a trabajar. —Su voz era cuidadosamente neutral.
—Peter, yo…
Sus ojos se dispararon hacia mi rostro
. —¿Qué? ¿Tú qué? ¿Lo sientes?
Sí. Lo sentía por él. Y entendía. Sabía lo que se sentía cuando alguien que amabas te traicionaba y pisoteaba tu corazón.
Sacudí la cabeza
—¿Por qué te culpas a ti mismo? —Señalé hacia donde su papá había estado hace unos momentos.
—Porque si hubiera estado en casa nunca habría sucedido.
—Fue un accidente. No deberías pasar tu vida pagando por ello.
Soltó un bufido.
 —No hay tal cosa como un accidente, ¿lo hay? ¿De verdad? Todos tomamos decisiones. Todo lo que pasa es un resultado de esas decisiones. —Su mirada se dirigió hacia mí con frialdad—. Al igual que tú tomas tus decisiones. Vas a estar con este chico, Pablo. Yo simplemente soy una distracción hasta que lo verdadero llegue a ti.
Sus palabras me hicieron trizas. Lo hizo sonar feo. Como si lo estuviera usando. Supongo que técnicamente lo usaba, pero siempre fui clara y él también había querido hacer esto. Pensé que estábamos disfrutando mutuamente. Al menos eso es lo que me dije. Además, fue él el que inició las cosas esa noche, me llevó a las escaleras con él.
—No —susurré, pero no me sentía segura de qué negaba exactamente. ¿Pablo era el objetivo final para mí? Todavía lo era. Lo tenía que ser. Había pasado los últimos siete años creyendo eso.
Se sentía mal etiquetar a Peter como una distracción. Era más que eso para mí. Qué, precisamente, no lo sabía. Pero definitivamente más.
El cansancio se apoderó de él. Hizo un gesto con la mano hacia la salida.
—¿Por qué simplemente no te vas? Realmente no sabes nada de esto. No me conoces.
Lo absorbí en una respiración y resistí señalar que pensé que empezaba a conocerlo. Desde el primer momento en que lo conocí, cuando se estacionó y anunció que no se sentía bien dejándome sola a un lado de la carretera, había tenido una buena compresión de él. Pero no le señalé eso. Porque obviamente no quería que lo conociera. Estaba en cada línea tensa de su delgado cuerpo y el conjunto duro de su mandíbula.
—Está bien —murmuré—. Adiós. —Me levanté de la mesa, dejando la comida a medio comer detrás. Bordeándolo, hui del bar, convencida de que esta vez no regresaría. Esta vez me pidió que me fuera. Quería que me fuera. No importaba lo que yo quería.

Saltando nuevamente en el coche, le entregué a Pablo su refresco y una bolsa de papas fritas mientras me acomodaba en el asiento de cuero de lujo de su BMW. Sin duda una manera lujosa de viajar a casa. Más cómoda que mi Corolla. No tuve que manejar todo por mí misma.
—¿Bugles? —cuestioné, sacudiendo la cabeza con una sonrisa mientras rasgaba la bolsa—. Nunca te tomé por una especie de persona de Bugles.



Él sonrió.
 —No las critiques hasta que las hayas probado.
—Oh, lo he hecho. Creo que tenía siete años la última vez que las comí. —
Mientras vivía con mi mamá subsistíamos con una dieta que constaba en comida de máquinas expendedoras.
—Bueno, entonces sabes la maravilla que es el pequeño Bugle. —Él sostuvo en alto una viruta en forma de corneta pequeña como si fuera el Santo Grial—. Adelante. Prueba una sola.
—Estoy bien. En serio.
—Si puedes resistir, entonces seguramente nunca probaste uno.
Riendo, metí la mano dentro de la bolsa, tome unos pocos, y los eché en mi boca. Masticando las papas fritas saladas, cubiertas de queso en polvo, le dije
—: Ya está. ¿Satisfecho? He probado y aún logro resistir.
—Simplemente no eres humana.
Sacudiendo la cabeza, desenrosqué la tapa de mi botella de agua y tomé un sorbo, lavando el sabor de Bugles de mi boca.
—Apuesto a que no sabías que también me gusta la carne seca.
—De ninguna manera. ¿Tú? Guau. Pero no sirven eso en el club de campo —me burlé.
—No he estado en el club de campo desde no sé cuándo. No es mi lugar, ¿sabes?
No, no lo hacía. Podría haber conocido a Pablo toda mi vida, pero no sabía lo que hacía con su tiempo libre. Aparte de estudiar para entrar en la escuela de medicina y dedicar los dos últimos años de su vida a una novia exigente.
Él miró a ambos lados y hacia atrás en la carretera de dos carriles, dejando la gasolinera atrás. Pronto nos deslizábamos a lo largo del camino de curvas más allá del magnífico follaje de otoño. Pronto los árboles podrían estar envueltos en blanco, pero ahora eran una mezcla impresionante de oro, rojo y amarillo.
Habíamos estado conduciendo durante dos horas, pero no lo parecía. Fue divertido y fácil estar con él.
Pasamos de entretenernos el uno al otro con historias de la infancia de Cande, a la discusión de nuestras clases y lo que esperábamos hacer con nosotros mismos después de la universidad. Pablo estaba emocionado cuando le dije que consideraba la facultad de medicina con mi doctorado en psicología. Si iba a ayudar a la gente con sus problemas, tener un título en medicina podía hacer que fuera más fácil.
Mi teléfono sonó desde el interior de mi bolso. Ahondé en él en el suelo, esperando otro mensaje de Ro quejándose de tener que pasar el día comprando con la nueva novia de su padre, que era de solamente cinco años mayor que ella.
Sólo que no era de Ro.

Peter: Lo siento.

Mi pulgar se quedó inmóvil, suspendido sobre mi teléfono. No esperaba tener noticias de él otra vez. O incluso verlo. No, a menos que sólo me encontrará con él en la calle, en una coincidencia rara. Pero ahora estaba aquí. Localizándome, volviendo a tirar de mí hacia atrás.

Yo: Está bien.
Peter: Fui un idiota. No debí haber dicho que te fueras. Quería que te quedaras.

Una sonrisa se dibujó en mi boca.

Yo: Comprensible. Tu padre acababa de caer sobre ti.
Peter: Bueno. Al menos podría haber dejado que terminaras tu comida.
Yo: Me salvaste de la carrera que estaba segura seguiría a esa comida.
Peter: Floja.
Yo: No corro una media maratón cada mañana como tú.
Peter: Pero correrás conmigo.

Me detuve de nuevo, pensando. Me preguntaba si íbamos a vernos de nuevo. Inhalando, escribí.

Yo: Pensé que habíamos visto lo último el uno del otro.
Peter: ¿Quieres ver lo último de mí?

—¿Todo bien?
Me sacudí ante la pregunta de Pablo, sobresaltada. Me había olvidado de que estaba en el coche con él. Había olvidado incluso que él estaba aquí.
—Oh. Lo siento. No fue mi intención ser grosera. —Escribí una respuesta rápida.

Yo: Me tengo que ir. Hablo contigo pronto.

Exhalando, Forcé una sonrisa brillante y volví mi atención a Pablo, centrándome en él y negándome a tocar mi teléfono otra vez.
Acción de gracias con la abuela trajo una avalancha de recuerdos. Fui abrazada tanto y sonreí tanto que me dolían las mejillas. Todos los residentes de Chesterfield Retirement Village eran una familia para mí. El lugar era mi hogar, aunque poco ortodoxo.
A las ocho de la noche de Acción de Gracias, todavía llena de pavo, aderezo, puré de papas, batatas y todas las otras cosas relacionadas con la celebración, tomé prestado el coche de la señora Lansky, de al lado, ya que apenas lo usaba, y me dirigí a la casa de Cande.
Ni siquiera tuve la oportunidad de pulsar el timbre de la puerta antes de que la puerta se abriera de golpe y Cande me encerrara en un abrazo asfixiante con un chillido de felicidad.
Echándose hacia atrás, me revisó, evaluándome de pies a cabeza.
 —Maldita sea, ¡te ves bien! Te hiciste reflejos en el cabello. ¡Me encanta!
Ella me llevó al impresionante vestíbulo con su techo abovedado. Enlazó su brazo conmigo, me llevó a la cocina, susurrando en mi oído, aunque no había nadie cerca para escuchar.
—Lo que sea que estás haciendo con Pablo, está funcionando. No ha dejado de preguntarme cuando llegarías aquí.
—¿De verdad? —murmuré, el calor asaltando mi cuello.
—Uh-huh. Está esperando en la cocina.
Llegaron voces desde esa habitación, y sabía lo que encontraría antes de entrar —los padres y abuelos de Cande atentos de un tablero de Monopoly. Pablo estaba en la isla, se inclinó para coger una rebanada de pastel de calabaza mientras observaba el procedimiento.
Todo el mundo exclamó al verme. Pablo se enderezó, sus labios curvándose en esa sonrisa cegadora suya cuando todos los Martinez me rodearon y se turnaron para prodigarme con abrazos.
Después de acribillarme con preguntas sobre la escuela y mi abuela y obligarme a aceptar una rebanada de pastel, volvieron a su juego, y Cande, Pablo y yo subimos al piso de arriba para ir a la sala de juegos a ver una película.
Me sonrojé cuando Cande hizo un punto para sentarse en el lado más alejado del gran y cómodo sofá, asegurándose de que tuviera que sentarme al lado de su hermano. No exactamente sutil.
Después de desplazarse a través de películas para alquilar, seleccionamos la nueva película de James Bond.
—¿Quieres un poco de Chex Mix5? —preguntó Pablo después del inicio.
Gemí, frotándome el estómago.
 —No puedo comer por un mes.
—Voy a tomar algunos. —Cande presionó PAUSA cuando Pablo bajó las escaleras, luego me dirigió una dura mirada.
—Muy bien, ¿cuál es el plan?
Negué con la cabeza.
—¿Plan?
—Sí… ¿Quieres que finja un dolor de cabeza, así los dos pueden tener tiempo a solas?
Negué con la cabeza.
 —No, no. No hagas eso. También quiero pasar tiempo contigo.
—Vamos a ir de compras mañana y haremos el almuerzo. Tendremos todo el día. Este es el único momento que tienen ustedes dos antes de regresar el domingo.
—Está bien, de verdad —siseé cuando oí sus pasos al regresar resonando por las escaleras.
—Aquí viene —susurró ella, dedicándome un guiño de complicidad y posándose de nuevo en la esquina del sofá. Pulsó REPRODUCIR en el control remoto.
Negué con la cabeza hacia ella, con la esperanza de transmitir que no debería inventar alguna excusa para dejarme a solas con su hermano.
Treinta minutos más tarde, ella lanzó un suspiro exagerado.
 —Estoy muy cansada. Supongo que el pavo realmente te hace sentir somnoliento, ¿eh? —Desplegó sus elegantes piernas de bailarina que había escondido



debajo de ella y se levantó con gracia
—. Me voy a la cama. Necesito mi sueño de belleza. Sobre todo si vamos a alcanzar todas las ventas en la mañana. Voy a recogerte a las siete, Lali. ¿De acuerdo?
La miré mientras agitaba la mano para darnos las buenas noches.



Pablo me sonrió fácilmente. Me obligué a devolverle la sonrisa, deseando deshacerme de mi repentino malestar. Volví mi atención a la película, pero realmente no vi nada. Solo imágenes intermitentes en la pantalla que no podía procesar.
Su brazo se extendía a lo largo de la parte posterior del sofá por detrás de mí. Lo sentí allí. Los dedos rozando suavemente mi hombro. Noté el paso de los minutos en el reloj digital del reproductor de
Blu-ray. Diez minutos. Se movió en el sofá. El roce de sus dedos era un toque en toda regla. Quince minutos. Sus dedos se movieron, acariciando mi hombro en pequeños círculos.
Mi estómago se llenó de nudos por la ansiedad, dividida entre querer que hiciera un movimiento y querer huir. ¿Estaba esperando una invitación? No podía dejar de pensar que Peter habría actuado a estas alturas. Yo estaría debajo de él. O por encima de él. Tendríamos la mitad de nuestra ropa fuera y sus manos estarían en todas partes. Mi pulso derrapó contra mi garganta, recordando lo que pasó con él.
De pronto me encontré mirando a Pablo, estudiando su perfil. A pesar de que su mano acariciaba mi hombro, estaba viendo la película, siguiendo los personajes a través de las escenas de acción. Debió notar mi mirada. Se giró. Sostuve su mirada.
—¿Lali? —Su voz salió suavemente, vacilante e inquisitiva.
Cerré la distancia y lo besé. Apreté mis labios contra los suyos y lo besé con la seriedad de un ataque al corazón, obligándome a olvidar a Peter en su sabor.
Estuvo inmóvil por un segundo antes de reaccionar. Antes de devolverme el beso. Era un buen besador. Me di cuenta de una vez. Sabía qué hacer. Con sus labios. Su lengua. Su mano se acercó para sostener mi rostro, como si fuera algo precioso y frágil. Aun así, no lo sentía. La chispa, el deseo incontenible llenando cada centímetro de mí.
La sensación no me atravesó de golpe como lo hacía con Peter. Lo hizo. Como lo hizo con él. Me recordé a mí misma. Lo hizo. Se acabó.
Desesperada, frustrada por tener algo ahí entre nosotros, por sentir algo —Oh, Dios, cualquier cosa— con Pablo, me arrodillé y me senté a horcajadas sobre él, nunca apartando mi boca de la suya.
Se quedó quieto, evidentemente sorprendido, por medio segundo antes de que su boca reanudara los besos. Él estaba definitivamente dentro de esto ahora, gimiendo cuando mordisqueé su labio, chupándolo entre mis dientes. Sus manos se movieron por mi espalda, acariciando de arriba abajo rítmicamente.
Aparté mis labios de los suyos y lo besé en la mandíbula, el cuello, chupando su cálida piel.
Su mano se enterró en mi cabello.
—Dios. Lali. ¿Qué me estás haciendo?
Sus palabras se hundieron en mi mente, convirtiéndose en una pregunta muy real. ¿Qué estaba haciendo?
La respuesta llegó de nuevo a mí, clara y fea, resonando como una campana en mis oídos. Usándolo. Buscando algo, desesperada por sentir con él lo que sentía cuando estaba con Peter.
Solo que no funcionaba. No estaba allí. No con él.
Separé los labios de su garganta y lo miré fijamente, aturdida, horrorizada. Parpadeó, mirándome, sus profundos ojos marrones vidriosos por el deseo
. —¿Lali? ¿Todo bien?
Negué con la cabeza, las palabras atascadas en mi garganta.
—¡Pablo! ¡Cande, Lali! —llamó la Sra. Martinez desde la base de la escalera—. Vamos a sacar los postres. ¿Quieren alguno primero?
La molestia cruzó el rostro de Pablo por la interrupción
. —¡No, gracias, mamá! —Su mirada se dirigió de nuevo a mí. Él pasó el pulgar por mi mejilla—. ¿Lali?
—Yo… yo tengo que ir a casa.
—¿Ahora?
Asentí y me bajé de él.
 —Sí. Tengo que levantarme temprano para encontrarme con Cande.
Se puso de pie, con una mano extendida hacia mí, como si quisiera tocarme pero no estuviera seguro. —¿Estamos bien?
Metí un mechón de pelo detrás de mi oreja, evitando su mirada. En realidad sonaba preocupado.
—Sí. Estamos bien.
—¿Es ese tipo de Gino’s? ¿Peter?
Mi mirada se posó de nuevo en él.
—¿Por qué lo preguntas?
—Vi cómo estaban juntos.
—No estamos juntos —espeté, probablemente demasiado rápido.
—Son más que amigos. Pude ver eso.
—No —solté—. No lo somos.
Asintió lentamente, como si estuviera tratando de aceptarlo
. —Está bien. Bueno. Entonces… —Se detuvo y se pasó una mano por el pelo—, entonces quiero que nos demos una oportunidad, Lali. He estado pensando mucho en ti el último par de semanas. Sé que es difícil teniendo en cuenta que mi hermana y tu son las mejores amigas, pero creo que vale la pena el riesgo.
Esto era todo. Finalmente. Estaba ofreciéndome lo que siempre había querido. Una oportunidad de estar con él. El resto, los fuegos artificiales que había sentido con Peter, llegarían. Tenían que hacerlo. Me negaba a creer lo contrario.
—También quiero intentarlo —dije lentamente, las palabras marchitando algo dentro de mí. ¿Qué me pasaba? ¿Dónde se estaba el entusiasmo?
Alargando la mano hacia mi brazo, deslizó los dedos hacia abajo, y capturó mi mano en la suya
. —Bueno, está bien, entonces. Vamos a hacer esto. Voy a conquistarte, Lali.
—¿Conquistarme?
—Sí. Como te mereces.
Dios. Era como un sueño. Esas palabras. De Pablo. Dirigidas a mí.
Sabía que tenía que decir algo.
 —Oh. —Me las arreglé para dejar escapar.
Sonrió, aparentemente sin molestarse por mi falta de entusiasmo.
Sosteniendo mi mano, salimos a la calle, en donde el coche de la señora Lansky estaba estacionado en su camino de entrada con forma circular. Abrí la puerta.
—Te recogeré el domingo por la mañana. ¿A las ocho está bien?
Asentí, aceptando su rápido beso en los labios.
Abrió la puerta del conductor para mí y me deslicé dentro. Abrochándome el cinturón de seguridad, encendí el coche y me despedí con la mano.
—¿Lali, ya llegaste a casa? —La abuela asomó la cabeza en mi habitación. No me molesté en decirle que llegué a casa hace más de una hora y ya eran las once y media. Ella dormía y despertaba a lo largo del día como un gato. No sabía si era por su edad, el dolor por su artritis, o el sinnúmero de medicamentos que tomaba lo que la mantenía levantada a todas horas.
—Sí, abuela. Llegué a casa hace un rato.
Se puso de pie en el umbral en su bata. Del tipo que se cierra al frente. Todavía usaba una de esas. No estaba segura de que todavía las vendieran en las tiendas, pero parecía tener un suministro interminable de ellas.
Su boca se llenó de arrugas de manera exagerada antes de hablar, su lengua saliendo para humedecer sus labios. Una vez le pregunté por qué lo hacía y me dijo que la medicación le secaba la boca.
 —¿Pasaste un buen rato con los Martinez?
—Sí, abuela. Todos dijeron que te deseara feliz Acción de Gracias.
—Ah, eso es lindo. Bueno, buenas noches, querida. —Los pies de mi abuela se arrastraron por el pasillo, y me dejó sola nuevamente. Me quedé mirando el techo, viendo las aspas del ventilador girar. Ese sonido me había arrullado para dormir durante muchos años. Años en los que me había acostado en la cama fantaseando con convertirme en la señora de Pablo Martinez. Y ahora estábamos saliendo. Quería conquistarme. Tomen eso, ex porristas del Instituto Taylor.
Girándome sobre mi costado, me acurruqué en mi almohada, abrazándola. No era un muñeco de peluche, pero la abracé como si lo fuera. Pocos muñecos de peluche habían adornado mi habitación. No desde Oso Morado. Era demasiado mayor para aferrarme a los muñecos de peluche, pero la almohada se sentía reconfortante y familiar.
Mi teléfono sonó en la mesita de noche. Lo tomé. Mi estómago se agitó cuando vi el nombre de Peter.

Peter: Feliz Acción de Gracias.
Yo: Lo mismo digo…

Me mordí el interior de la mejilla, considerando qué más decir.

Yo: ¿Tuviste un buen día?
Peter: Sí. Mi tía Beth vino con un pavo. Mi padre incluso fue casi humano.
Yo: Eso es bueno.
Peter: ¿Y el tuyo?

Me quedé mirando las palabras en la pantalla durante un largo rato, pensando en mi día, en besar a Pablo, y cuánto debería decirle a Peter.

Peter: ¿Cómo está Pablo?
Yo: Bien.
Peter: Se besaron.

Jadeé, mis dedos se apretaron alrededor del teléfono. ¿Podía leerme la mente a través de kilómetros?

Yo: ¿Cómo sabes eso?

No se me ocurrió mentir.

Peter: Porque eso es lo que yo habría hecho. Lo hice, ¿recuerdas? A la primera oportunidad que tuve.
Yo: En realidad, lo besé yo.

Hubo una larga pausa, y empecé a preocuparme de que no fuera a responder en absoluto. Quizá no debería haber sido tan honesta.

Peter: Supongo que esas lecciones preliminares ayudaron, después de todo.
Yo: Supongo que sí.
Peter: Felicidades, Lali. Ya conseguiste lo que querías. Buenas noches.
Yo: Buenas noches.

Dejé caer el teléfono en la cama junto a mí. Volviéndome, enterré la cara en la almohada y lloré con grandes y feos sollozos. Estos no eran los primeros que había llorado en esta habitación, en esta cama, en esta misma almohada, pero eran sin duda los más insensatos. No tenía nada por qué llorar. Había llegado muy lejos, y finalmente logré lo que quería.


El domingo por la tarde, Pablo me dejó en mi dormitorio con un apacible beso y la promesa de
mandarme un mensaje más tarde. Después de desempacar, caí sobre la cama con un suspiro, pensando que en hacer un poco de tarea, pero en su lugar terminé quedándome dormida. Aparentemente, el viaje de cuatro horas me desgastó. Tal vez fue todo el esfuerzo que puse en actuar alegremente y como si no tuviera duda alguna acerca de lo que quería que sucediera entre Pablo y yo.



Tampoco me sentí mucho mejor después de mi siesta. Todavía no me sentía más segura sobre lo de Pablo y yo, lo que me llenó de una cantidad no precisamente pequeña de pánico. Durante demasiado tiempo me había convencido de que él era el único, el único que me haría bien. Que me haría sentir segura. Que me haría sentir completa.
Si no tenía eso nunca más, entonces, ¿qué tenía?
Restregándome ambas manos por cara, me levanté de la cama y me hundí en mi escritorio, abriendo de golpe mis notas de psicología anormal y diciéndome a mí misma que en verdad podía estudiar cuando me dolía la cabeza de solo pensar.
Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me moví para recogerlo, contenta por la excusa para posponer las cosas.

Peter: Oye. ¿Todavía en casa?

Sonreí, ridículamente feliz porque él todavía se comunicara conmigo. Después de anoche, no estaba tan segura.

Yo: Sí. Regrese hace un par de horas.
Peter: Quiero verte.

Sin andarse con rodeos. Vacilé, resistiendo el impulso inmediato de escribir "sí." Necesitaba considerar esto. Usar la lógica en lugar del impulso salvaje, que parecía ser mi único ajuste cuando se trataba de él.
La pantalla se oscureció. El teléfono sonó de nuevo en mi mano, un nuevo mensaje de Peter iluminó la pantalla.

Peter: Abre la puerta.

Mi cabeza se giró, mirando fijamente la puerta, como si se tratara de una cosa viva. Mi corazón despegó, salvaje como un pájaro atrapado y luchando dentro de mi pecho demasiado apretado. En dos zancadas estuve allí, tirando de la puerta para abrirla. Peter estaba de pie delante de mí, teléfono en mano, esos ojos azules brillantes, más brillantes incluso de lo que recordaba, fijos en mí.
Nos movimos al unísono. Dio un paso hacia dentro, cerrando la puerta detrás de él mientras yo me deslizaba hacia atrás, dejando espacio para que entrara. Encerrados dentro de mi habitación, nos miramos fijamente el uno al otro, congelados como dos estatuas. Todo se detuvo. Como si alguien hubiera golpeado un botón de PAUSA. La sangre se precipitó, un rugido sordo en mis oídos. Imaginé que incluso podía oír el ruido sordo de mi corazón.
Entonces todo saltó a la acción.
Nos alcanzamos a la vez. Los teléfonos resbalaron de nuestras manos y cayeron al suelo con un ruido sordo mientras chocábamos. Nuestras bocas se fusionaron, labios separándose solo para tirar de nuestras camisas por encima de nuestras cabezas en un movimiento borroso. Todo era frenético. Desesperado. Casi violento en su ferocidad.
—Dios, te extrañé —murmuró, su mano rozando mi cara, fuertes dedos enterrándose en mi pelo y agarrando mi cuero cabelludo mientras su caliente boca se estrellaba contra la mía.
Mis manos fueron a la parte delantera de sus pantalones, tirando para abrir el botón, y empujé los pantalones hacia abajo mientras caía sobre mí en la cama, entre mis muslos. Se echó hacia atrás para bajarlos por sus estrechas caderas, maldiciendo cuando se quedó atascado en sus zapatos.
Observé, devorando la visión de él, mientras me quitaba ansiosamente mis pantalones de yoga, mis bragas, todo.
—Maldita sea —gruñó, tirando de sus zapatos y luego terminando de quitarse los vaqueros de golpe.
Luego nos unimos de nuevo, piel desnuda deslizándose sinuosamente la una contra la otra. Se acomodó entre mis muslos y se sentía tan bien, como dos piezas de un rompecabezas encajando.
Besó mis pechos y lloriqueé, arqueando la columna, queriendo más. Su boca se cerró alrededor de un pezón, y gemí, mis dedos apretando sus musculosos bíceps. Cambió su peso y llevó su erección directamente contra mi núcleo.
Jadeé, mis dedos moviéndose para agarrar la parte de atrás de su cuello, aferrándome, tensándome contra él, acercándolo más, mientras hacía girar mis caderas, necesitándolo dentro de mí como un cuerpo necesita el oxígeno.
—Peter, ¿estás segura?
Dios, sí. Jadeando, moví las caderas y empujé contra él.
—Quiero esto. Te deseo, Peter.
Sus ojos azules brillaron ferozmente. Se despegó de mí y buscó a tientas sus vaqueros desechados. Casi gemí de dolor por la pérdida de él. Todo en mí se sintió frío, vacío.
Y luego la calidez estaba de vuelta. Él estaba entre mis muslos entreabiertos, rasgando el envoltorio de un condón con los dientes. Observé como lo hizo rodar sobre él, fascinada ante la vista, el acto.
Envolvió un brazo alrededor de mi cintura y me arrastró más cerca, sosteniéndome con firmeza mientras comenzaba a hundirse en mi interior, sus ojos trabados con los míos. Fue un momento surrealista, mirando fijamente en las profundidades de sus ojos, sintiendo su cuerpo uniéndose con el mío.
Estaba lista. Mi cuerpo se estiró para acomodarlo. No era exactamente incómodo, pero sí definitivamente extraño. Y aun así excitante. Se me escaparon pequeñas respiraciones jadeantes.
Justo cuando pensé que había acabado, que estaba llena del todo, empujó más profundo.
Mis ojos se abrieron mucho, llameantes, y lloriqueé. Bueno, eso fue un poco incómodo. Se quedó imóvil, sus bíceps tensándose, sus músculos agrupándose estrechamente.
 —¿Estás bien?
—Sí. No te detengas. ¡Hazlo!
El brazo en mi cintura tiró de mí más cerca, estrujando mis senos contra su pecho mientras entraba completamente en mi interior, arrebatándome un jadeo agudo.
—Guau —dije, ahogada.
—¿Debería…?
—Sigue adelante —ordené, mis uñas marcando su espalda. Balanceó sus caderas contra mí y grité, arqueándome contra él.
—Oh, mierda, Lali, te sientes bien.
Una dolorosa presión se construyó en mi interior mientras se movía más rápido, aumentando la deliciosa fricción y apretando el nudo que sentía en la parte baja de mi vientre. Fue como antes, cuando me hizo venir usando solo su mano. Solo que mejor. Todo más intenso.
Me retorcía contra él, desesperada por llegar a ese clímax. Enganchó una mano bajo mi rodilla y envolvió mi pierna alrededor de su cintura. El siguiente empuje me hizo añicos. Nunca había sentido nada tan increíble. Tan bueno. Mi visión se difumino mientras golpeaba ese lugar profundo. Se movió contra mí, trabajando un paso de ritmo firme. Arrastré mis uñas a través de su pelo corto, amando esta libertad absoluta para tocarlo, amarlo con mis manos. Su nombre salió de mis labios.
—Lali—gruñó en mi oído—. Vente para mí, bebé.
Estaba casi allí. Los estremecimientos me sacudieron. Escondí la cabeza en el cálido rincón de su cuello, amortiguando mis gemidos. Su mano me encontró, enmarcando mi cara. Un pulgar debajo de mi barbilla, los dedos extendidos sobre mi mejilla, me sostuvo allí, mirándome, mirando con atención dentro de mis ojos mientras se movía dentro de mí.
 —Quiero verte.
Asentí con una sacudida. La familiar opresión ardiente me embargó, me hizo arquearme contra él.
 —Ohh.
—Eso es, Lali. —Se empujó más duro dentro de mí y grité, cada terminación estalló. Me quedé lánguida. Me abrazó más cerca, sus labios apoderándose de los míos. Gemí en su boca mientras sentía su propia liberación a continuación, estremeciéndome a través de él.
Colapsamos juntos sobre la cama, su peso encima de mí. Tan pesado como era, no quería que se moviera nunca. Podría quedarme así para siempre.
Para siempre duró unos dos minutos. Peter presionó un beso en mi clavícula que me hizo temblar y luego se levantó de la cama para deshacerse del condón. Encontré algunas toallitas en mi cajón y me limpié, vacilando un momento ante la vista de una mancha de color óxido sobre mi muslo. Me sobresalto, obligándome a enfrentar la realidad de lo que acababa de hacer. Con Peter.
Me apresuré a limpiar la sangre. Mi cara ardía mientras él me miraba. Eché la toallita en el pequeño compartimiento de basura, notando un ligero dolor entre mis piernas cuando me moví. Poniéndome mis bragas de nuevo, bajé sobre la cama, tiré de mis rodillas contra mi pecho, y luego tiré de las mantas sobre mí.
—¿Estás bien?
Se sentó frente a mí, sus piernas a cada uno de mis lados, así podía mirarme de frente y abrázame al mismo tiempo.
Asentí.
 —No dolió.
Colocó un mechón de pelo detrás de mí oreja.
 —Mejorará.
Sentí mis ojos ensancharse
. —¿De verdad? Porque eso fue bastante increíble.
Sonriendo, me besó.
 —Fuiste todo tú, bebé.
Lo dudaba. Nunca podría tener tanta diversión como había tenido con él. Dudaba que pudiera tener tanta diversión con nadie. Ese pensamiento me hizo fruncir el ceño. El pánico revoloteó en mi interior. Peter
—esto. No era el plan.
—Oye. Nada de ceños fruncidos. —Dio un ligero toquecito en el borde de mi boca—. ¿Quiero saber lo que estás pensando?
Tragué
. —¿Cómo puede funcionar esto, Peter?
Su sonrisa se evaporó. El brillo de sus ojos menguó
. —Guau. No pierdes el tiempo. ¿Ya te estás librando de mí? Nada de tiempo para post-resplandor. —Permaneció sentado frente a mí, sus piernas extendidas a ambos lados de mí, pero dejó caer los brazos. No más abrazo.
—Lo siento.
—Sí. —Su voz espetó esa única palabra—. Yo, también.
—No quiero… —Me detuve, luchando para encontrar qué decir. Había mucho que no quería que sucediera en este momento. No quería que me odiara. No quería perderlo.
Se rio con aspereza.
 —No sabes lo que quieres, Lali. Eso está claro.
Sacudí la cabeza, sintiendo un bulto del tamaño de una pelota de golf dentro de mi garganta.
 —Lo hago. Siempre lo he sabido. Es por eso que esto… —Hice un gesto entre nosotros—… nunca puede ser.
—Oh. ¿Sí? Entonces hazme un favor y explícamelo. ¿Por qué es Pablo tan importante? ¿Por qué tiene que ser él? Porque eso es lo de lo que se trata, ¿correcto? Follas conmigo, pero aún quieres estar con él.
Me encogí y aparté la vista, mi mirada aterrizando en las fotos que había por la habitación. Una de mí con Cande y Pablo. Se suponía que esto era mi futuro. Con los Martinez. Con Pablo. O alguien como él.
—Sabes que mi madre se deshizo de mí y me dejó para vivir con mi abuela.
Me Lanzó una mirada. Asintió una vez, su mandíbula apretada con fuerza, esperando a que continuara. —Bueno, eso fue después de tres años de vivir con ella. Perdió la casa un año después de que murió papá. Luego dormimos en los sofás de amigos. Pero eso quedó atrás. Terminaron cansándose de nosotras. Y ella solo siguió empeorando… haciendo más mierda. Cualquier cosa buena, la perdió.
—Salvo a ti. Te mantuvo.
Me escocían los ojos. Asentí, parpadeando para hacer retroceder la quemazón
. —Sí. Ella me mantuvo. Éramos nosotras dos. Sobreviviendo en habitaciones de motel. A veces, durmiendo en el coche. Haría cualquier cosa que necesitara para conseguir su próxima dosis.
Tocó mi cara, su pulgar acariciando mi mejilla.
—¿Qué te pasó, bebé?
Inhalé
. —Nada. Ella siempre me mantuvo a salvo. O lo intentó, de todos modos. Me dejaba en un armario o en el baño. Me escondía en la bañera con mi animal de peluche. Osito Morado. Lo tenía siempre. —Sonreí por el recuerdo—. Mi padre lo ganó en un carnaval para mí. Lo había perdido todo, pero todavía tenía al osito. Y a mamá. Cada vez que me metía en la bañera o en el armario, mientras se iba a drogar con algún perdedor, me decía que Osito Morado me mantendría a salvo hasta que ella viniera a por mí.
Me detuve, porque no podía hablar de lo que sucedió a continuación. Nunca había hablado de eso con nadie.
—Pero no te mantuvo a salvo, ¿verdad?
Negué con la cabeza, ahogando un sollozo.
 —No.
—¿Qué pasó?
Mi voz se hizo pequeña.
 —Me encontró en la bañera. —Presioné mis dedos contra mis labios—. No fui lo suficientemente silenciosa.
—¿Quién te encontró?
Negué con la cabeza lentamente, viendo el destello de un anillo con una calavera.
 —Un tipo. Una de las… citas de mamá.
—¿Qué te hizo, Lali? —Su susurro estaba en contraste directo con su cara, que era tan dura como una piedra, sus ojos como trozos de hielo.
Me balanceé un poco hacia atrás en la cama, abrazando mis rodillas más cerca de mi pecho.
—Él me hizo salir de la bañera. —Tomé una respiración profunda, preparándome. Lágrimas silenciosas corrían por mis mejillas. Las limpié con mi mano, recitando los acontecimientos de esa noche con la mayor naturalidad posible, como si le hubiera pasado a otra chica

Ahora que había empezado, estaba decidida a decirlo todo. Finalmente
—. Y luego me hizo quitarme la camiseta.
Los brazos de Peter se envolvieron a mí alrededor de nuevo, sosteniéndome, y en ese momento era como si fuera lo único que me mantenía compuesta. Impidiendo que me rompiera en pedazos. Mis dedos se clavaron en sus antebrazos, aferrándome a él, mientras las palabras salían de mí con prisa.



—E-Él se abrió la cremallera de sus pantalones y comenzó a jugar consigo mismo delante de mí… mirándome. Me dijo que lo tocara, pero no lo hice. —Sacudí la cabeza, apretando los labios en una línea firme al recordar la expresión del hombre. Enojo. Pero también se alegraba de que lo desafiara. Él quería que yo peleara—. Me dijo que me quitara el resto de la ropa. Traté de escapar. Me agarró y trató de bajarme los pantalones cortos. Me defendí y él solo se rio y me dio una bofetada. Entonces las cosas se pusieron realmente locas. Grité. Me puse un poco histérica. —Busqué la mirada de Peter, negando con la cabeza casi en tono de disculpa. Como si de alguna manera debería haber mantenido la calma—. Era sólo una niña.
Él asintió, sus ojos parecían sospechosamente húmedos al parpadear.
 —¿Qué pasó después?
Me encogí de hombros como si no fuera gran cosa.
 —Mamá entró y enloqueció. Pelearon. Él le dio una bofetada, pero ella lo sacó por la puerta, y entonces simplemente entró en el baño y me miró fijamente. Nunca vi esa mirada antes. Incluso en el funeral de papá, nunca se había visto tan… destrozada. Metimos nuestras cosas en el coche y nos fuimos. Me quedé dormida en el asiento trasero, pero cuando me desperté estábamos en donde la abuela.
Me detuve en esta parte porque, así como fue duro contarle lo que me pasó en ese baño, esto en realidad era más difícil. Esta era la parte que estaba grabada en mi mente, grabada a fuego como una marca al rojo vivo.
—Yo estaba realmente emocionada al principio. Mamá y la abuela no se llevaban bien, así que no la veía mucho. Ella me llevó a la puerta. Me abrazó y… se despidió. —No podía respirar cuando me recordé de eso. La sensación de las manos de mi madre en mis brazos mientras ella se inclinaba y me miraba fijamente, con sus ojos verdes extrañamente brillantes en su delgada cara—. Me dijo que no podía mantenerme a salvo nunca más. —Las lágrimas corrían libremente, sin control y en silencio sobre mis mejillas.
Peter suspiró.
 —Era lo mejor que podía hacer…
—No —le espeté—. Lo mejor que podía haber hecho era conseguir la ayuda que necesitaba. Luchar con su adicción.
Él tomó mi mejilla suavemente
. —Ella te llevó a un lugar seguro.
—¿Seguro? —Me reí de eso. Fue un sonido áspero y feo—. Es gracioso que digas eso.
Él arqueó una ceja.
—Cuando se estaba alejando, de repente se dio la vuelta. Regresó corriendo y tomó a Osito Morado. Me lo quitó. Lo desgarró justo enfrente de mí. —Todavía podía ver todos los mechones de algodón flotando en el aire.
—¿Qué demonios?
Continué con amargura, recordando cómo la observaba destruir a ese oso y sentía como si estuviera matando una parte de mí. —Me dijo que Osito Morado no podía mantenerme a salvo. Al igual que no podía ella. Que nunca debería esperarlo de nadie. Que yo tenía que cuidar de mí misma y nunca contar con nadie.
Se quedó en silencio por un momento, procesándolo.
 —Estaba tratando de ayudar…
—Sí. Sé que estaba tratando de enseñarme una lección de autosuficiencia. A pesar de que fuera así de jodida. Pero era una niña.
Peter me abrazó, su mano rozó mi espalda con caricias suaves. Lo dejé. Por un rato, de todos modos, dejé que su mano, sus brazos y su fuerte cuerpo, me consolaran, sabiendo que sería la última vez. Hizo pequeños sonidos de consuelo cerca de mi oreja. —Sé que fuiste herida —comenzó en voz baja—. También yo. Tal vez podamos ayudarnos a sanar el uno al otro.
Me separé, mirándolo con desconcierto.
Él me miraba, esperando mientras lo estudiaba. Observé a una persona igual de dañada que yo. Nadie perdía a su madre a los ocho, vivía con un hombre como su padre, y salía entero.
Me giré, tomé mi camisa y me la pase por encima de la cabeza. Frente a él una vez más, hablé de manera uniforme.
 —Desde que mi mamá me dejó he tenido un plan. Sé que suena ridículo, pero Pablo era parte de eso.
—Eso es mentira. —Se puso de pie. Indiferente a su desnudez, agarró su ropa y empezó a vestirse con movimientos duros—. Has construido una especie de cuento de hadas a tu alrededor. Supongo que la experiencia con tu madre no te enseñó una mierda.
Me estremecí.
 —¿Qué se supone que significa eso?
Se detuvo y me miró
. —No quieres a Pablo. Todavía estás buscando tu Oso Morado. Alguien que te dé una sensación de seguridad. No lo entiendes. Eso no existe. Aunque tu mamá estuviera equivocada sobre un montón de basura, tenía razón en eso. Suceden cosas malas, y no siempre va a haber alguien allí para protegerte de eso.
Negué con la cabeza.
 —¿Y qué? Se supone que sólo tengo que accionar un interruptor, alejarme de algo bueno y recibirte…
Mi mirada se posó en él.
A ti.
No lo dije, pero ambos lo escuchamos. Él entendió. Su mirada me recorrió, a través de todos mis rasgos y características, sin perderse nada. Viendo más de mí de lo que le había revelado a nadie. Todos mis defectos.
Él hizo un sonido de disgusto y se movió hacia la puerta. Al abrirla, se detuvo y se quedó ahí de pie, mirándome desde el otro lado de la habitación.
 —Ni siquiera lo puedes ver. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás.
Y luego se fue. Me quedé completamente sola.
Estaba acostada en el mismo lugar en la cama cuando Rochi y Euge me encontraron. Ellas vieron mi rostro devastado y me rodearon en la cama como gallinas cacareando. Entre lágrimas e hipidos estrangulados, se lo conté todo. Bueno, todo menos mi jodida historia y por qué no podía estar con Peter.
—No entiendo. —Euge apartó el cabello de mis hombros y cruzó las piernas al estilo indio—. ¿Por qué no puedes darle una oportunidad?
—Dormiste con él —me recordó Ro. Como si pudiera olvidarlo—. Debe de importarte.
Miré entre ambas sin poder hacer nada. No podía desnudarme hasta los huesos dos veces en un día. No podía hacerlo todo de nuevo. —Sólo confíen en mí. No funcionaría.
—Está bien. —Euge sostuvo mis manos entre nosotras, asintiendo suavemente—. Entonces te apoyamos. Decidas lo que decidas, estamos aquí para ti.
—Absolutamente —concordó Ro—. Solo dinos a quién golpeamos en las bolas y lo haremos.
Me reí, limpiándome la nariz, que moqueaba. Por la sonrisa aliviada de Rochi, ese era claramente su objetivo.
 —No. No pegues a nadie.
Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me levanté de un salto para agarrarlo, con mi traidor y estúpido corazón elevándose con la loca esperanza de que fuera Peter.
Evidentemente le iba a llevar un poco de tiempo a mi corazón ponerse al día con mi cerebro. ¿Por qué iba a querer un mensaje de él? Especialmente después de que acababa de romper con él. Um. No es que hubiéramos estado oficialmente juntos ni nada, pero te aseguro que lo sentí como una ruptura.
Vi el teléfono. El mensaje no era de Peter.

Pablo: Ya te extraño. ¿Mañana, cena?

La culpa aguijoneó mi corazón. Mientras él me extrañaba, había estado con Peter. Negué con la cabeza. Pablo y yo no lo habíamos declarado exclusivo. Y había pasado solo una vez con Peter. Y ahora todo había terminado. Era hora de seguir adelante.
Obedientemente, le escribí un mensaje.
—¿Quién es? —preguntó Rochi mientras dejaba mi teléfono y me hundía en mi silla giratoria.
—Hunter. Quiere saber si quiero ir a cenar mañana por la noche.
—¿Qué le dijiste?
—Sí.
Rochi y Euge intercambiaron miradas. Claramente, pensaban que estaba loca, y no podía estar en desacuerdo. Las palabras de Peter sonaban una y otra vez en mi mente. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. ¿Qué quiso decir con eso? Tratar de encajar todo eso me dio dolor de cabeza.
Me sentía trastornada. Finalmente tenía lo que quería. Al chico por el que había esperado casi una década, y lo único en que podía hacer era en alguien más. Alguien que estaba tan roto como yo.





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