lunes, 31 de agosto de 2015

capitulo 1



La importancia de la primera impresión  


 La gente caminaba de un lado a otro arrastrando las maletas por el pulido y brillante suelo del aeropuerto. La multitud se mostraba desorientada y acudía a toda prisa a los pequeños puestos de información como si les fuese la vida en ello. Una muchacha malhumorada, acompañada de sus padres, esperaba hastiada frente a la puerta de llegadas procedentes de Londres. Repiqueteó con el pie en el suelo con actitud desafiante, intentando mostrar sin tapujos su pésimo estado de ánimo. Su madre le dirigió una sonrisa encantadora; estaba eufórica.   

—¡Levanta más el cartel, Lali!, no vaya a ser que no nos vea —dijo mientras su marido le rodeaba los hombros con un brazo.

   «Ojalá no nos vea; eso sería un golpe de suerte», pensó Lali. Ladeó la cabeza y, sintiéndose estúpida, alzó las manos todo lo que pudo, se puso casi de puntillas y movió de un lado a otro aquel ridículo cartel, en el que se leía en letras grandes y redondas: «Somos la familia Esposito, ¡bienvenido a América!». 

  Debería haber estado celebrando el inicio de las vacaciones navideñas con sus amigos; sin embargo, se encontraba allí anclada con la ridícula pancarta, esperando la llegada de un completo desconocido, gracias a que sus adorables padres habían decidido acoger en casa a uno de esos aburridos estudiantes de intercambio. Un inglés, para ser más exactos. Lali nunca había simpatizado con aquellos amantes del té; se le antojaban demasiado refinados, y ella tendía a ser despreocupada y poco detallista.

   —Como esperemos más, celebraremos el fin de año en el aeropuerto —farfulló con un deje de aburrimiento.  

 Su madre le dirigió una mirada de desaprobación. 

  —Compórtate con nuestro invitado, Lali —ordenó respaldada por los continuos asentimientos del padre con la cabeza—. Pasará un mes con nosotros, así que, lo quieras o no, tendrás que llevarte bien con él.  

 —Entonces, ¿se supone que el famoso inquilino queda bajo mi protección? Si es así no durará ni dos días con vida. Esto es América —espetó, y soltó un bufido.  

 —Chist…   El señor Esposito le indicó que guardase silencio. Lali alzó la vista hacia la puerta de llegadas, por donde había comenzado a salir gente. Todos le parecieron raros, estrafalarios o indignos de entrar en su casa. La joven era bastante reservada —contrariamente a sus solidarios padres—, así que no simpatizaba con la idea de tener que convivir con un extraño; más bien le aterrorizaba. Estaba segura de que, por callado e invisible que fuese aquel inglés, se sentiría invadida e incómoda.  

 Se giró sorprendida cuando unos dedos firmes y seguros golpearon suavemente su hombro derecho. Miró de arriba abajo al muchacho que se encontraba frente a ella y le dedicaba una mueca desagradable. Tenía el cabello castaño y lo llevaba perfectamente peinado hacia atrás —ni un solo mechón suelto rompía aquella inusual armonía— y en su rostro destacaban unos llamativos ojos verdes y penetrantes. 

  —Yo… soy Peter.

   —¿Tú eres el estudiante que…? —comenzó a preguntar Lali, pero fue interrumpida rápidamente por su efusiva madre.

   —¡Peter! ¡Ya pensábamos que no llegabas, cariño! —La señora Esposito lo estrechó entre sus brazos, con lo que despertó de inmediato el desagrado del joven, que, un tanto arisco, no disfrutó demasiado aquel confiado contacto físico.

   —Encantado —dijo el padre de Lali, al tiempo que le estrechaba calurosamente la mano—. Ya verás lo bien que te lo vas a pasar estas vacaciones; te hemos preparado una habitación, espero que te guste. Apenas tardaremos en llegar a casa, está a veinte minutos en coche. 

 Lali clavó la vista en el suelo, muerta de vergüenza. ¿Por qué sus padres tenían que comportarse siempre como si estuviesen pirados? ¿Tan difícil era ser un poco normal? Ser normal significaba para ella no abrazar al chico de intercambio, ni llamarle «cariño», ni enrollarse hablándole de su nuevo hogar. Esperó impaciente, fingiendo que no estaba allí, hasta que el eufórico encuentro se calmó.  

 Peter había esbozado poco a poco una mueca de terror. No era de extrañar. Ni por asomo había esperado aquel recibimiento y, teniendo en cuenta que ambos padres hablaban a la vez, apenas entendía nada. Durante el trayecto en coche asintió con la cabeza ante todo lo que le decían con la esperanza de acertar en algo. 

  —Bien, ya hemos llegado —anunció Abigail cuando el señor Esposito aparcó frente a una acogedora casa de dos pisos. 

  Peter bajó del coche sintiéndose asqueado. Hubiese dado cualquier cosa por no estar ahí en aquel instante. Observó los alrededores y deseó desaparecer de inmediato. La urbanización se encontraba en el campo, alejada de la ciudad. Él odiaba profundamente todo lo que tuviera con que ver 
con la naturaleza: desde la más fina y tierna hierba que crecía en la tierra húmeda hasta los grandes abetos que invadían el terreno. Torció el gesto mientras comenzaba a planear mentalmente de qué modo podría huir de allí. Quizá si robase el coche del señor Esposito en plena noche… 

  —¿Peter? ¡Vamos, pasa! Aún tenemos que presentarte a nuestro hijo. —Abigail le sonrió de forma exagerada—. El pobre se quedó toda la noche haciendo un trabajo en casa de un amigo y hoy estaba tan cansado que no ha podido ir al aeropuerto.   

¿Más gente? Ya tenía suficiente con aquella chica que le miraba de reojo constantemente como si fuese un bicho raro. Lali vestía realmente mal, bajo su punto de vista, con unos vaqueros desgastados y una sudadera deportiva para nada femenina.  

 —¡Nicolas! —gritó la madre, jovial—. ¡Vamos a entrar!  

 Abrió la puerta de la habitación, despacio, como si esperase encontrar dentro a un oso enfurecido. Peter dio un paso atrás, temeroso ante la oscuridad que invadía aquella especie de búnker. Distinguió en la penumbra la larga silueta de Nico, que tenía la cara adherida a la almohada, que aferraba con las manos. 

  —¡Desaparece, mamá! —exclamó con brusquedad.  

 —Ha llegado el chico de Inglaterra —explicó la mujer. 

  —¿Y a mí qué me importa? —le espetó soñoliento. 

  A continuación, Abigail cerró la puerta suavemente. Peter la miró desconcertado, cuestionándose si acababa de ser testigo de una bienvenida habitual o su sorpresa se debía a que hacía mucho tiempo que no entraba en casas ajenas. 

  —Es un rebelde —aclaró la mujer sin perder aquel perpetuo positivismo.   

—Ya veo… —respondió Peter.   La señora Esposito pareció algo incómoda y, tras morderse pensativa el labio inferior, le indicó a Lali que condujese a Peter a su habitación para dejar las maletas.  

 —Claro, no te preocupes mamá, ya hago yo de guía turística —le reprochó con desgana—. Vamos, sígueme.   

Cuando llegaron al dormitorio Lali explicó:   

—Pues esto es la cama. —Señaló un solitario colchón—. Y ahí tienes un armario, que sirve para guardar ropa.  

 —Gracias por las aclaraciones —dijo Peter—. No habría podido deducir todo eso sin tu ayuda. 


 Lali entornó los ojos y descubrió de inmediato que el nuevo inquilino le traería problemas.   

—Oye, no te pases —le advirtió apuntándole con un dedo acusador—. Mi actitud es de lo más comprensible, estoy siendo tolerante, pero a nadie le gusta pasar las vacaciones de Navidad con un desconocido.   

—En eso estamos de acuerdo.   

—Entonces, ¿por qué estás aquí, pudiendo haberte quedado en Inglaterra bebiendo litros y litros de té? —le acusó.

   —Me han obligado —reconoció Peter frunciendo el ceño—. Cosas de padres. Piensan que me irá bien conocer otras culturas. Obviamente se equivocan. Lo único que podría lograr conociendo a gente como vosotros es que mi ego crezca. Y no me interesa, lo tengo suficientemente alto.  

 —No hace falta que lo jures. —Puso los ojos en blanco.  

 Peter se dirigió con resolución hacia la puerta de la habitación y la cerró bruscamente. Sus relucientes ojos verdes se clavaron en los de Lali como dos dagas afiladas. 

  —Hablemos de las normas —exigió.  

 La joven parpadeó sorprendida. 

  —¿Qué normas?   

—De las que ahora mismo fijaremos. —Le dedicó media sonrisa que a Lali se le antojó casi tenebrosa—. Tú no quieres que esté aquí, y yo no quiero estar aquí; en eso estamos de acuerdo. Bien, lo mejor será que nos ignoremos mutuamente durante el próximo mes —explicó—. No pienso conocer a tus amiguitos americanos, ni salir contigo a ver películas de lloriqueo al cine ni cortarle el césped del jardín a tu padre, ¿queda claro?  

Lali necesitó un momento para procesar toda aquella información. Quedó asombrada ante el tono de voz del que Peter hacía uso; como si fuese un marqués recién llegado al nuevo continente.  

 —Oye, ¿quién te has creído que eres? ¡No puedes poner normas nada más llegar! —se quejó, indignada.   —¿Intentas decirme que quieres pasar tiempo conmigo?  

 —No, pero…   —Sabía que era eso. —Chasqueó los dedos—. De verdad, siento decepcionarte, pero no eres mi tipo. 

  Lali rió con nerviosismo ante el nuevo rumbo que había tomado la conversación. 

  —¿Nos has mentido verdad? Tú no vienes de un colegio, sino de un psiquiátrico.  

 Él sonrió con suficiencia. Entonces abrió su maleta, ignorando las palabras de la chica, y comenzó a colgar la ropa —toda impoluta— en el armario.  Lali estaba tan anonadada ante el desconcertante comportamiento del desconocido que permaneció unos instantes inmóvil, observándole y reflexionando sobre aquella primera impresión. Al cabo de un rato, Peter se giró hacia ella.  

 —¿Podrías respetar mi intimidad? —dijo—. Acabo de llegar, me gustaría descansar un poco.  

 Lali, algo confusa, salió de la habitación con la impresión de que todo era un tanto irreal, como si no estuviese pasando y fuese cosa de su imaginación. Se apoyó en una pared y entonces empezó a sentirse furiosa e indignada cuando advirtió que su huésped acababa de sacarla de una habitación de su propia casa. Pensó en bajar corriendo al piso inferior en busca de sus padres, pues hubiese sido conveniente hablarles del extraño comportamiento del tal Peter, pero supuso que no la creerían, e inconscientemente sonrió al imaginar la cara que pondrían sus progenitores en cuanto descubriesen que habían invitado a un loco a pasar las Navidades en casa. 


Besos de murciélago



sinopsis 


Besos de murciélago 

Peter, un chico de la alta sociedad inglesa, va a pasar las vacaciones de Navidad con los Esposito, una familia de clase media americana. Lali será la encargada de hacerle de anfitriona, pero la verdad es que no lo tendrá nada fácil: la personalidad excéntrica y sofisticada de Peter se desvelará muy pronto. Acostumbrado a un tipo de vida propio de las élites, no aprueba ni a los amigos, ni al hermano rasta, ni la comida, ni la forma de vestir de Lali. Peter extiende periódicos para sentarse en el autobús, compra los alimentos más caros y exclusivos del supermercado, pide taxis cada día y humilla a Lali con sus comentarios impertinentes.

A pesar de las continuas peleas, de las ironías fuera de tono del inglés y de los cortes exasperados de Lali, la convivencia les forzará a establecer pactos y, poco a poco, el abismo que hay entre ellos se irá estrechando? Hasta que una noche, con unas copas de más y ante la sorpresa de Lali, Peter la besará con la excusa del muérdago navideño?



OK TOMEN ATENCIÓN ESTA SERA LA NOVE MAS CALMADA QUE SUBIRÉ PONGAN ESTE DÍA COMO HISTÓRICO POR QUE SERA LA ÚNICA NOVE DONDE LA PALABRA FOLLAR NO ESTE 

CHICAS ESTA NOVE ESTA MUY BUENA SE REIRÁN EN TODO MOMENTO ESPERO QUE DISFRUTAN

pd:1 EL MUY PUTO DE MI CORRECTOR PUSO MUGIELAGO EN VEZ DE MURCIÉLAGO EN EL VÍDEO :/

pd:2 LAS QUIERO Y COMENTEN POR FAVOR LA EXTRAÑO 

capitulo 51 , 52 y 53 final







Los días se transformaban en semanas. El tiempo se volvió frío y la primera semana de diciembre vio la primera nevada. Me perdí en la escuela, el trabajo y Pablo. Reunirnos en Java Hut por la mañana se convirtió en hábito. Fiel a su palabra, él me estaba cortejando. Por primera vez en mi vida tuve un novio.



Cenas afuera. Unas cuantas películas. Citas de estudio en la biblioteca. Era un perfecto caballero. Cada vez que el pensamiento de que tal vez era un poco aburrido cruzaba por mi mente —o que éramos— mi mente volvía a Peter. No debería comparar, pero siempre me encontraba haciéndolo. Eran diferentes. Peter era pasión. Peter corría riesgos. ¿Reece y yo? Bueno, eso no sucedería.
Además. Él ya no se acercaba a mí. Había continuado con su vida, igual que yo. Me sentía un poco mareada y especialmente amargada cuando pensaba en él retomando su vida, viendo a otras chicas, me dije a mí misma que se me pasaría. Con el tiempo.
Ro vio a Peter en el bar —recordándome innecesariamente que se veía muy guapo. Bueno, para citarla: condenadamente bueno. Él la había reconocido. Tal vez hablaron. No sé. Cambié de tema. Tenía miedo de preguntar. Miedo de saber que le dijo Ro. Tan franca como era, estaba segura de que no me gustaría.
Mis botas resonaban en la acera mientras corría hacia Hut. Llegaba un poco tarde para el encuentro con Pablo. El pavimento claramente estaba libre de nieve, pero había una delgada capa que revestía los arbustos y el césped, como polvo fino.
Acurruqué mi barbilla en lo más profundo de mi bufanda favorita de cachemira. Fue un regalo de Cande la navidad pasada, y más de lo que yo hubiese gastado en mí misma. Girando la esquina, vi a Pablo esperando afuera. Se veía bien en su abrigo oscuro, con una bufanda de lana de color ceniza envuelta sin esfuerzo a su alrededor. Era uno de esos tipos que se veían bien en un pañuelo. Un par de chicas que pasaban por la acera le enviaron una larga mirada. Él no se dio cuenta. Su atención estaba fija en mí mientras me acercaba.
—Hola —lo saludé, y mi aliento apareció ligeramente delante de mí.
—Hola allí. —Se inclinó y besó mi mejilla.
—No tenías que esperar afuera. Hace frío.
Abrió la puerta para mí y me dirigí hacia el interior cálido y acogedor, inhalando inmediatamente el aroma de los granos de café y los pasteles recién horneados. Sonaba música navideña suavemente y varias coronas navideñas y guirnaldas verdes colgaban alrededor del lugar.
Quitándome los guantes, me puse en la fila.
—Déjame adivinar. ¿El habitual café con leche y bollo inglés? —preguntó a mi lado.
—¿Soy así de predecible? —Sonriendo, entrecerré los ojos con falsa molestia—. Eso no es algo tan bueno, creo. Solo hemos estado saliendo por un tiempo.
—Pero nos conocemos desde siempre —me recordó.
—Supongo. Pero a una chica le gusta ser un poco misteriosa.
Su mirada me escaneó.
—Oh, tú eres muy misteriosa, Lali—. La forma en que sus ojos se detuvieron en mi boca mató el momento alegre. Yo sabía lo que estaba pensando. No era difícil leer su mente cuando me miraba así.
Desde el regreso de Acción de Gracias —desde Peter— el alcance de nuestro tiempo juntos había sido solo besarnos. Nada más. La otra noche en su casa, él había deslizado una mano debajo de mi suéter. ¿Mi reacción? Salir disparada de su sillón e inventar alguna excusa para regresar a casa. No fue difícil averiguar la pregunta en su mente. ¿Por qué era tan frígida?
Se sentía demasiado pronto. Demasiado rápido.
Tomaste las cosas de forma rápida con Peter. Sacudiendo el pequeño susurro molesto, miré hacia adelante, deseando que la línea avanzase. Ahí es cuando noté a la chica que se alejaba de la cajera y se movió a un lado para esperar por su bebido en la barra. Era difícil de pasar por alto.
Con liso cabello rubio que caía hasta su cintura, era despampanante. Llevaba una entallada chaqueta de cuero negro, mallas de licra y botas de tacón alto que alcanzaban sus rodillas. Rochi moriría por su chaqueta. También por las botas. Todavía la admiraba cuando Peter se unió a ella.
Mi Peter. No. No mío.
OhporDiosOhporDiosOhporDios.
Todo se desaceleró y se paralizó. Excepto ellos dos. Peter y esta hermosa chica. Obviamente él había pagado por sus bebidas. No se tocaban, pero su lenguaje corporal era tan familiar como para estar parados cómodamente uno al lado del otro. Ella se inclinó hacia él mientras le hablaba, tocando su brazo.
Él estaba parado en su habitual forma casual, una mano se deslizó hasta la mitad del bolsillo trasero de sus vaqueros mientras la escuchaba, mirándola como solía mirarme a mí. Con intención y concentrado. Como si todo lo que estuviera diciendo fuera fascinante.
—Lali, la fila avanzó. —Peter tomó mi codo y me guio hacia adelante.
Me dolía el pecho. El aire se sentía demasiado grueso para llegar a mis pulmones. No serían capaces de irse sin verme. Acercándonos cada vez más, ahora estábamos a pocos metros de distancia de ellos. En pánico, me di vuelta.
Me estaba volviendo loca, pero nunca había contado con verlo de nuevo. Estúpido, supongo, pensar que limitaría su vida al bar. Por supuesto que hacia otras cosas. Corría todas las mañanas. Jugaba al fútbol y entrenaba a la liga de muchachos. Arreglaba el fregadero de los Campbells y todo lo que se rompía en su casa. Estaba ahí, coexistiendo en el mismo mundo que yo. Yo debería haber anticipado este momento. Solo porque renuncié a ir al Mulvaney’s no significaba que nunca iba a volver a verlo cara a cara.
—Lali. —Pablo me miró con preocupación, arrugando la frente—. ¿Estás bien?
Asentí, programándome para volver a funcionar.
 —Sí. —Sintiéndome más tranquila, inhalé y solté el aire, esperando que Peter y la hermosa muchacha hubieran salido por la puerta para ese instante.
Peter estaba parado directamente frente a mí.
 —Hola, Lali. ¿Cómo estás?
Su voz sonaba exactamente como la recordaba. Profunda. Incluso calmada. Su rostro no revelaba ninguna de las intensas emociones que habían estado allí la última vez que lo vi. Parecía relajado. Cortésmente interesado.
—Hola. Estoy bien. ¿Cómo estás? —¿Ese creo fue mi voz?
Asintió.
 —Bien.
Cortesías inútiles: hecho.
Se estiró y rozó ligeramente el brazo de la chica a su lado.
 —Esta es Tatiana.
Dios mío. ¿Su nombre era Tatiana? Solo supermodelos y patinadoras rusas se llamaban Tatiana. ¿Cuál de las dos era ella?
—Hola. —Sonrió cálidamente. No detecte ningún acento.
La mirada de Peter viajó hacia Pablo, recordándome que era mi turno.
—¿Recuerdas a Pablo?
—Sí. Hola, hombre. —Los dos se dieron la mano, y el momento fue incluso más extraño que la última vez en Gino’s. Pablo, mi ahora novio, dándose la mano con el tipo al que había echado de mi dormitorio minutos después de que tomara mi virginidad. No creí que un café con leche fuera suficiente para mí. Necesitaba algo más fuerte. Como cicuta.
La mirada de Peter volvió a mí
. —Bueno, te veo alrededor. Cuídate.
Asentí, pasmada.
 —Adiós. Feliz Navidad.
Dudó, su mirada ilegible ante la mía, persistente.
 —Igualmente, Lali.
Y entonces se fue. Con una mano en la espalda de Tatiana, se dirigió afuera. No me pude resistir a echar un vistazo a escondidas cuando partieron y pasaron frente a las ventanas delanteras. Hacían una hermosa pareja, y eso solo me daba ganas de vomitar.
Cuando me volví, encontré a Pablo observándome, una mirada reflexiva en su cara.
Le mostré una sonrisa dolida y me acerque a la cajera. Pedí mi bollo y mi café con leche
. —Ves —le dije mientras nos movíamos a la barra—, si me conoces bien.
—Quiero hacerlo.
Algo en su voz llamó mi atención. Me miró inquisitivamente, sus ojos marrones analizándome. Como si quisiera que yo dijera algo. O hiciera algo.
Puse una mano en su pecho y me incline para darle un beso en los labios. Me sorprendió al tirar de mí, acercándome, y besándome más exuberantemente de lo que había hecho en público jamás.
Cuando se retiró, dijo
—: Quiero conocerte. Si me dejas.

Un repentino bulto se formó en mi garganta, haciéndome imposible hablar. Mi café con leche y mi bollo aparecieron en la barra y me moví hacia delante para recogerlos, preguntándome siquiera si podía hacer esa promesa con alguna honestidad. Porque algo se estaba volviendo cada vez más claro para mí. No importaba cuánto había intentado fingir. No importaba cuánto tratara de negarlo.
Peter me había arruinado para todo el mundo.



Cerrando la puerta de la habitación de Luz, me fui al dormitorio de Alili en la parte superior de las escaleras. La niña de siete años también dormía, su pulgar en su boca. Habíamos tenido una noche ocupada. Ambas niñas estaban exhaustas. Habíamos coloreado y jugado Candy Land y a las escondidas. Todo antes de cenar pizza y galletas hechas de cereal de arroz inflado en forma de árboles de navidad. Satisfecha de que ambas estuvieran instaladas, fui abajo. El nuevo cachorro de los Campbells tenía sus patas sobre la mesa en un intento de masticar la esquina de mi cuaderno. Sonriendo, recogí a la bolita de pelo y lo abracé por un momento mientras admiraba el centelleante árbol de navidad. Apunté hacia uno de los brillantes paquetes que eran para el cachorro.
—¿Todas estas cajas y tú eliges mis cosas? Ya me puedo oír diciéndole a mi profesor: pero el perro se comió mi tarea.
La pequeña bestia abofeteó mi nariz con una pata demasiado grande y lamió mi cara.
—Ay, no trates de convencerme. La señora Campbell dice que tienes que ir a tu cama después de que las chicas van a la cama. —Caminé por la antigua casa, pasando la cocina y el corto pasillo hacia el lavadero, donde se guardaba la cama del perro. Una vez dentro, el cachorro inmediatamente comenzó a llorar.
Moví un dedo en su cara mirándolo a través de la puerta de la jaula.
 —Basta. Ya sabes cómo son las cosas.
Cerré la puerta del cuarto de lavandería para no tener que escuchar los lloriqueos del pequeño labrador y tome un lugar en el sofá. Una semana antes de las vacaciones y tenía un ensayo que hacer. Por eso tomé el trabajo de niñera cuando me llamó la señora Campbell. Pablo había querido que saliera con él y algunos de sus otros amigos de medicina, pero de esta manera supuse que al menos podría terminar mi primer borrador.
No tuvo nada que ver con el hecho de que había decidido que debía romper con Pablo. Al menos, eso es lo que me dije a mi misma.
Suspiré pesadamente. No podía soportarlo más. Él me importaba demasiado. Era tan bueno. Solo que yo no lo apreciaba como él se merecía. No lo quería. No como quería a Peter.
Podía admitirme eso a mí misma ahora. Quería a Peter. Malo o bueno, ahí estaba. No es que importara. Él ya lo había superado. Incluso si no hubiera sido terrible con él, si la idea de ir con él no me llenara de todas mis viejas angustias, ahora tenía a Tatiana.
No. No iba a romper con Pablo para después ir detrás de Peter. Lamentablemente, ese barco ya había zarpado. Lo hacía porque no era justo quedarse con Peter sintiendo lo que sentía. Pablo me quería. Todo de mí. Y no podía hacerlo. No podía dárselo. No podría tenerme. Tenía que terminarlo. Estaba esperando el momento oportuno. Las palabras correctas.
Empujando a un lado los pensamientos de Pablo y Peter , me obligué a concentrarme en mis notas y a escribir. Pasó una hora. Estaba a la mitad de mi borrador y progresando cuando recosté la cabeza en el sofá para descansar los ojos doloridos. Por un minuto. Tal vez, si tenía suerte, Peter me estaría esperando en mis sueños.

Me desperté con un tenue sonido de estallido.
Enderezándome en el sofá, me tomó un momento recordar dónde estaba. Tosí, cubriendo mi boca mientras mi cerebro despertaba y luchaba por comprender por qué la sala era tan gris. Las luces del árbol de navidad brillaban en el aire opaco.
Humo.
Mi corazón saltó a mi garganta. Me puse de pie de un salto y miré a mi alrededor violentamente, tratando de procesar lo que estaba sucediendo.
Oí el pop de nuevo.
Fuego.
El humo agrandándose desde la cocina. Me apresuré por ese camino, mirando dentro, pensando que tenía que darme prisa y apagar lo que sea que se estaba quemando.
Fue entonces cuando me di cuenta de que la estufa estaba envuelta en llamas las cuales se estaban propagando por los armarios. El calor llegó a donde estaba, chamuscando mi cara. Inmediatamente me olvidé de tratar de apagar el fuego por mí misma. Ni siquiera sabía si tenían un extintor en la casa.
Las niñas. Ellas eran mi único pensamiento mientras me precipitaba hacia las escaleras, corriendo a través del humo en aumento. Tosí violentamente, recordando que en caso de un incendio debes arrastrarte por el suelo, en donde el humo es menos denso.
Excepto que las niñas estaban en el segundo piso. No tenía otra opción. Iba a subir.
Me apresuré a subir las escaleras, jadeando y tosiendo en mi camino a través de la bruma. La alarma de humo se activó entonces, ruidosa y chillona. Oré para que en realidad estuviera conectada a un sistema que alertara a las autoridades, y no sólo una advertencia para los habitantes de la casa.
Corrí a la habitación de Luz y cogí a la niña de dos años de edad. Se resistió al principio, aturdida y confundida por el sueño. Sosteniéndola con fuerza, me mantuve en movimiento, hablando, así ella podía reconocer mi voz.
 —Soy yo, Lali. Tenemos que salir de la casa.
Alili ya estaba despierta por la alarma, sentada en la cama con los ojos muy abiertos en su carita.
 —¡Vamos! —Tomé su mano y la puse detrás de mí. Cuando llegamos a la cima de la escalera, el fuego era una bestia viva y respirable allí abajo, gruñendo para nosotras.
Alili se alejó con miedo. Apreté mi agarre sobre su pequeña mano, decidida a no perderla.
 —Tenemos que hacer esto. ¡No sueltes mi mano!
Tal vez fue el pánico en mi voz, pero ella dejó de alejarse. Luz enterró su cara en mi suéter y apretó sus delgados brazos alrededor de mi cuello. Agarrándolas fuertemente, bajé las escaleras. Sólo unos pasos más para alcanzar la puerta principal. ¡Íbamos a hacerlo!
De alguna manera, estuve atenta para agarrar mi bolso de la mesa que había justo al lado de la puerta principal. Quitando el cerrojo de la cerradura, nos lancé hacia fuera, al aire fresco, dejando el calor y el humo detrás.
Llegué a separarme varios metros de la casa antes de pasar a Luz a su hermana. Mis ojos habían derramado tantas lágrimas que era difícil ver, pero me las arreglé para recuperar mi teléfono de mi bolso. Sobre los sollozos de las niñas, marqué el 911. Estábamos lejos, a las afueras de la ciudad, sabía que iba a llevarles un tiempo el llegar aquí. Solo esperaba que quedara algo de la casa cuando llegaran.
Acababa de dar la dirección al operador cuando Alili gritó lo suficientemente fuerte como para darme un ataque al corazón. Caí de rodillas en el frío suelo y agarré sus brazos.
 —¿Qué? ¿Qué es? ¿Estás herida?
Señaló la casa.
—¡Jazz! ¡Jazz está dentro!
Volví a mirar con horror la casa en llamas. Oh. Dios. El cachorro. Solo actúe. Empujé el teléfono hacia Alili.
—¡Esperen aquí! Lo digo en serio. Quédate con tu hermana. La ayuda está en camino.
Corrí a la casa, convencida de que podía hacer esto. Todavía había tiempo. El lavadero se encontraba al otro lado de la cocina. Podía llegar a él. Podía salvar al perro.
Dejándome caer de rodillas, empecé a arrastrarme a través del humo. Conocía los planos de la casa muy bien. Tosiendo, llegué a la habitación rápidamente y tuve la puerta de la jaula abierta en un instante.
El cachorro gimió pero vino a mí fácilmente. Lo metí dentro de mi sudadera. Cuando me di la vuelta, dispuesta a arrastrarme hacia fuera, el fuego se había extendido aún más, una gran pared delante de mí. En un abrir y cerrar de ojos, había consumido la mitad de la sala de estar, devorando las paredes como una especie de río de un color rojo-anaranjado.
Oh, Dios. ¿Esto era todo? Había vivido toda mi vida con miedo de hacer un movimiento porque podría ser el equivocado, ¿y ahora iba a morir en un incendio antes de cumplir veinte años?
Me despedí de Peter y lo eché de mi vida ¿para qué? ¿Para finalizar de esta manera? No. Demonios, no.
Me moví, arrastrándome por el suelo, atragantándome por respirar. Avancé con una mano después de la otra. El cachorro era todavía un pequeño cuerpo caliente dentro de mi sudadera, y me preguntaba vagamente si era demasiado tarde para él. ¿Había sido todo esto para nada?
Todo mi cuerpo se sentía como plomo mientras luchaba contra el humo negro. Mi cabeza palpitaba mientras respiraba con dificultad, mis pulmones se marchitaban, muriendo por una muestra de oxígeno. Giré el rostro, buscando, de pronto confundida. ¿Por dónde estaba la puerta?
Oh, Dios. Lo siento. Lo siento mucho. No estoy segura de a quién estaba dirigida la disculpa. ¿A mí misma? ¿La abuela? ¿Mis amigos? ¿Peter?
Peter.
Sí. Me hubiera gustado poder decirle que lo sentía. Lo sentía por huir. De nosotros. De todo lo que me había ofrecido. Ese fue mi mayor pecado, me di cuenta. Mi mayor arrepentimiento. Huir del amor. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. De pronto entendí lo que él había querido decir. Se había preocupado por mí. Tal vez incluso me amaba. Era real. Mejor que cualquier plan o fantasía que había creado en mi cabeza. Y yo lo había alejado.
Mis brazos cedieron. Me dejé caer sobre la alfombra, colapsando sobre mi costado, aun tosiendo, mi pecho apretado y dolorido.
—¡Lali!
Me estremecí.
—¡Lali!
Mente Cruel. Tal vez esto era mi infierno, imaginar la voz de Peter tan cerca.
—¡Pepper!
Obligué a mi cabeza a subir y miré a través de la bruma. Distinguí la forma de alguien a través del humo y las llamas. Sólo un vistazo y luego se alejó. Pero reconocí la voz. Peter…
—¡Aquí! —Mi voz salió como un patético graznido.
La vida surgió dentro de mí, desesperada por una oportunidad más. Mi cuerpo luchó por apoyarse en mis manos y rodillas.
Grité de nuevo.
 —¡Aquí! —dije más fuerte, pero aun así no fue suficiente. Jadeante, me empujé a mí misma para seguir adelante, rogando estar dirigiéndome en la dirección correcta. Estaba avanzando hasta que me topé con algo duro. Miré a través de la niebla, registrando que era el reloj del abuelo de los Campbell. Las llamas se habían comido la parte superior del mismo. De repente empezó a desmoronarse. Intenté retroceder, pero se vino abajo, aterrizando sobre mí y sujetándome a través de mis caderas. Era solo cuestión de tiempo antes de que se viera envuelto en el fuego. Y yo con él.
Algo gimió y oí un choque detrás de mí. Una mirada hacia atrás reveló que una sección del techo se había derrumbado. No pasaría mucho tiempo antes de que el resto del mismo se desmoronara. Iba a morir quemada. Y Peter estaba aquí en algún lugar buscándome.
Él también se quemaría.
Echando hacia atrás la cabeza, grité con todo lo que me quedaba. Para salvar a Peter. Para salvarme. Mi voz se rompió desde mi garganta en carne viva. —¡Aquí! ¡Estoy aquí!
Era suficiente.
Peter salió, arremetiendo a través del humo, con la cara sudorosa y roja donde no estaba cubierto de hollín. En cuclillas, me liberó y me arrastró hacia sus brazos. Acunándome en su pecho, no se molestó en gatear. Corrió. El fuego rugía a nuestro alrededor mientras hacía una línea recta hacia la puerta.
Saltamos a la noche. El frío repentino fue una conmoción frente a mi piel escaldada. Peter me llevó al lugar en donde esperaban las niñas. Una vez allí, se dejó caer de rodillas, todavía aferrándome a él.
Las niñas nos rodearon, llorando y gritando. Todavía respiraba con dificultad, hambrienta de aire. Todo en mi dolía. Mis pulmones, los ojos, mi piel.
—Lali. —Peter giró mi cara y me examinó—. ¿Estás bien?
Asentí una vez, e incluso ese movimiento me dolió.
 —¿Lo estás tú? —Traté de evaluarlo a su vez, para ver si estaba herido, pero mis ojos seguían empañados con lágrimas.
—Estoy bien.
Algo se agitó en mi pecho y me acordé del cachorro. Tiré del dobladillo de mi sudadera, y las niñas vieron a Jazz. Chillaron y lo agarraron.
Todavía incapaz de recuperar el aliento, caí en el suelo.
El rostro de Peter se cernió sobre mí.
—¿Lali? ¿Lali?
Sonaba tan aterrorizado. Quería decirle que todo iba a estar bien. Que yo estaba bien. Quería darle las gracias por haber venido, por darme las fuerzas para seguir adelante, para seguir luchando.
Quería decir todas estas cosas. Todas estas cosas y más. Pero no pude. No podía recuperar el aliento. Mi mano se desvió hacia mi pecho, como si pudiera encontrar allí algún interruptor para ayudar a abrir mis pulmones hambrientos de oxígeno.
No había interruptor.
Respiré con dificultad, pequeños sonidos terribles escapando de mis labios mientras luchaba por más aire. Manchas bailaban ante mis ojos, y odiaba eso en su mayoría. Los bordes de mi visión eran de color gris.
Apenas podía ver a Peter. Mi mirada cansada, como si luchara para memorizar su rostro. Sobrecalentado y llenó de hollín, era la cosa más hermosa que había visto jamás.
Sin embargo, podía escucharlo, gritando mi nombre una y otra vez. Podía sentirlo. Sus manos en mis brazos, mi cara.
Mi visión se oscureció, y justo antes de que la oscuridad rodara dentro de mi mente, dejé escapar dos palabras. Sólo dos palabras. Pero eran buenas. Esperaba que las hubiera escuchado.
—Te. Amo.



Ouch. Fue mi primer pensamiento cuando desperté. Ouch, y después: Querido Dios, esto realmente duele.
Gemí, y la simple acción solo hizo que me doliera aún más la garganta. Rápidamente cerré los labios, deteniendo el esfuerzo.
—¡Estás despierta!



Abrí los ojos para ver a Peter levantándose de una silla a mi lado. Mi mirada se desvió alrededor de mi cama de… ¿hospital?
—¿Dónde estoy? —pregunté con una voz tan áspera como papel de lija. Hice una mueca y él agarró un vaso de agua y lo acercó a mis labios. Bebí profundamente, dejando que el agua fluyera a través de mi lengua y mi seca garganta mientras él respondía.
—En la sala de emergencias
—Las chicas…
—Están bien. Están con sus padres. La casa se ha ido. Algún tipo de cableado defectuoso en la cocina. Casa antigua. Tenemos suerte de que no ocurrió cuando los Campbell estaban en la cama. Podrían no haber salido.
Mi cabeza se sentía como si pesara dos toneladas, pero la levanté para mirarme a mí misma. El movimiento me hizo tomar conciencia de los tubos que desembocaban en mi nariz. Extendí la mano para tocarlos.
—Son para darte oxígeno. No te metas con eso. Tenían una completa máscara de oxígeno sobre ti antes. Dijeron que necesitas mantener los tubos por un tiempo para ayudar a tus pulmones a recuperarse.
Mi mano cayó. Lamí mis labios secos y luché con mi garganta para tragar. Cogió el vaso de nuevo y lo extendió alrededor del protector de la cama. Tomé un sorbo y se lo devolví.
 —Viniste. ¿Co-como lo supiste?
—Escuché la alarma por el camino. Y entonces vi el humo negro en el cielo. No sabía que estabas allí hasta que encontré a las chicas en el patio. —Apretó la mandíbula. Un musculo se contrajo en su mejilla. Sus ojos brillaron hacia mí
—. ¿Volviste por un perro? ¿En qué demonios pensabas? ¡Podrías haber muerto, Lali! Vi a los paramédicos trabajando en ti y… pensé… —Se detuvo, su voz ahogada. Nunca lo había visto así. Ni siquiera cuando me habló de su madre. Ni siquiera cuando su padre se presentó e hizo una escena en Mulvaney’s.
Mantuve el silencio, dejando que me gritara. Me lo merecía. Por esta noche y más. Agachó la cabeza, apoyando la frente en el protector de la cama como si necesitara un momento para serenarse y contenerse para no estrangularme. Extendí la mano y pasé mis dedos por su cabello.
Levantó la cabeza. Sus ojos brillaron con humedad y su voz era tranquila mientras continuaba
—: Pensé que te habías ido, Lali. Fue bastante malo perderte la primera vez, ¿pero perderte de esta forma? No podría haber tratado con eso.
Me atraganté con un sollozo. Eso desgarró mi devastada garganta, pero no pude haberlo detenido ni aunque lo intentara. Otro ronco sollozo lo siguió.
—Eres la razón por la que estoy viva. Te escuché y eso me hizo luchar. Estabas allí, en algún lugar, y yo lo sabía. Tenía que llegar a ti.
Alargó la mano hacia mi cara y entonces me di cuenta de sus manos vendadas.
—¡Peter! —Las tomé gentilmente entre mis manos. Mis ojos volaron a su cara—. Esto es por salvarme.
—Son solo quemaduras leves. De cuando levanté el reloj. Voy a estar bien.
Parpadeé largo y duro antes de abrir los ojos para mirarlo.
 —Dios, podríamos haber muerto esta noche. Pudo haber terminado así. —Un sollozo brotó en la parte posterior de mi garganta. Tragué y humedecí mis labios—. Entiendo lo que querías decir ahora. La mierda mala pasa. Pensé que eligiendo a Pablo… estaba siendo inteligente. —Negué con la cabeza—. Sin embargo, mis opciones seguras no importaron esta noche, ¿no?
Un silencio se apoderó de él.
—Entonces, ¿qué estás diciendo? —Su pregunta colgó pesadamente en el aire.
—Sé que estás con Tatiana, pero…
Sacudió la cabeza, su expresión desconcertada.
 —No lo estoy.
—¿Qué?
—Fue solo un café. Somos viejos amigos.
—Oh. —Parpadeé.
—Estás con Pablo. —Era más una pregunta que una afirmación.
Las lágrimas brotaron de mis ojos.
—Pero no fue lo correcto. No has sido tú. No puedo… No he sido capaz de… —Aspiré una respiración profunda—. No puedo ser una novia de verdad para él cuando lo único que puedo hacer es pensar en ti.
—Ah, mierda, Lalo—Sin soltar mi cara, bajó su frente hasta la mía—. No voy a pasar por esto contigo para que puedas correr cuando te sientas asustada de que no soy el ideal que construiste en tu cabeza. Te amo. Estoy jodidamente enamorado de ti, pero es todo o nada. No voy a hacer esto otra vez a menos que sea así.
Ahora yo lloraba, ahogándome en sollozos
. —Lo sé. Quiero eso. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de ello, pero lo sé ahora. Eres lo más seguro que voy a encontrar jamás. —Repetí sus palabras deliberadamente, sosteniendo su mirada y dejándolas fundirse—. Porque me amas. Porque te amo.
Luego nos estábamos besando. Ambos un desastre. Un tubo de oxígeno corriendo por mi nariz. No nos importó.
Se echó hacia atrás y me miró durante un largo rato antes de que una lenta sonrisa se dibujara en su rostro.
 —Te escuché decirlo la primera vez, ya sabes, pero esta vez es aún mejor.
Parpadeé.
 —¿Qué primera vez?
—Justo antes de que te desmayaras. No estaba seguro de si lo decías en serio. Podría haber sido solo tu cerebro sin oxígeno.
—Recuerdo haberlo dicho. Lo dije en serio. Y lo digo ahora.
Me besó de nuevo.
—Te amo. Desde que entraste en Mulvaney’s viéndote como si fuera el último lugar en el que querías estar. —Una esquina de su boca se levantó—. Y desde que tú misma explicaste sin rodeos que estabas buscando lecciones en los juegos previos.
Apoyé la cabeza sobre la almohada con un gemido
. —Por favor. No me recuerdes eso.
—Vamos. —Beso mi mejilla sucia—. Es bueno. Podemos hablarles a nuestros nietos sobre ello algún día.
Levanté la cabeza y miré sus ojos, el calor fluyendo a través de mí por sus palabras.
—Prefiero contarles cómo su abuelo salvó a su abuela de un edificio en llamas.
Sonrió, pero había tanta seriedad en sus ojos, tal profundidad que sentí que iba a mirarlo para siempre. —Esa también será una buena.
—Creo que tendremos un buen número para elegir.
—Por supuesto que lo haremos. Nunca seremos aburridos.
En ese momento, mis compañeras de cuarto llegaron. Tiraron de la cortina, una enfermera pisando sus talones. Sus ojos se agrandaron cuando vieron a Peter cerniéndose sobre mí, sus manos enmarcando mi cara.
—Oigan —las saludé con un gesto torpe.
—¿Estás bien? —Euge corrió a mi lado, mirándome.
—Estoy bien.
—¿Y qué es esto? —Ro asintió hacia Peteer. Soltó mi cara pero ahora me cogió la mano, sus dedos entrelazados con los míos.
Me miró, esperando a que le respondiera.
 —Mi novio.
—Pensé que ya tenías uno de esos —murmuró Euge.
—Sí. Quien debería estar aquí en cualquier momento. —ofreció Rochi con una mirada mordaz en dirección a nuestras manos unidas—. Lo llamamos de camino hacia acá.
—Ya estoy aquí.
Todos los ojos se volvieron hacia donde Pablo estaba junto a la cortina, con aspecto sereno. Se acercó más, su frente se arrugó con preocupación mientras me miraba de arriba a abajo, sin perderse mi mano enlazada con la de Peter.
—¿Estás bien?
Eso era muy Pablo. Preocupado por mi bienestar en primer lugar.
 —Sí. Estoy bien.
Sus hombros se relajaron. No había sido consciente de la tensión hasta ese momento. Asintiendo como si estuviera satisfecho con mi respuesta, su mirada cambió a Peter. La mano de Peter se apretó alrededor de la mía como si temiera que pudiera irme. No es que alguna vez lo haría. Ya no más. No otra vez.
Pablo lo miró durante un largo rato, como si estuviera tratando de llegar a algún tipo de decisión
. —Si le haces daño…
—No lo haré —respondió Peter rápidamente, con certeza, como si supiera exactamente que la pregunta venía.
Parpadeé hacia Pablo, desconcertada. Ni siquiera había roto con él.
—Cómo lo supiste…
—Siempre lo he sabido. Solo pensé que tus sentimientos podrían cambiar. Podrías comenzar a sentir algo más por mí. Dios sabe que parecías decidida a ignorar lo que fuera que tenías con Peter.
Rochi soltó un bufido desde donde ella y Euge se habían movido para estar al acecho con discreción. —No es más que la verdad.
Pablo la miró y luego me miró con cariño, una pequeña sonrisa en sus labios.
—Supongo que cuando es real, no siempre se desvanece.
Negué con la cabeza.
 —No, no lo hace. —Dios sabe que había querido que lo hiciera—. Lo siento. Te mereces algo mejor.
—Lo encontraré. —Miró a Peter de nuevo, y luego de vuelta a mí—. Y gracias a ti, sé lo que estoy buscando ahora. —Se inclinó y me besó en la mejilla—. Nos vemos luego, Lali.
Asentí mientras se alejaba, segura de que lo volvería a ver. Por supuesto. Era el hermano de Cande y seguía siendo mi amigo.
—Guau —respiró Ro—. Qué día. Salvar la vida de dos niñas. Casi ser quemada viva. Romper con tu novio. Conseguir uno nuevo. ¿Cómo será el mañana?
Le sonreí a Peter.
—Dudo que consiga salir de la cama.

Dos semanas después…

Bing Crosby cantaba suavemente en el fondo mientras mi abuela nos deseaba buenas noches. Peter y yo compartimos una sonrisa y nos acomodamos en el sofá juntos. Estábamos solos después de pasar el día con mi abuela y sus amigas. Las señoras mayores amaron a Peter. Lo que no las hacía muy diferentes de las jóvenes. Él coqueteaba con ellas escandalosamente y se deleitaba con eso, ellas le daban nalgadas a cada oportunidad que tenían. Obviamente solo querían sentir su agradable parte trasera por sí mismas.
Peter deslizó una mano bajo la manta y frotó mis pies.
—Ah, eso se siente bien. —Me eché hacia atrás sobre los cojines del sofá.
—Te lo mereces, por todo el horneado y la comida que hiciste. Creo que alimentaste a veinte personas.
—Alimentamos a veinte personas. Tú ayudaste —le recordé.
—Fue muy divertido. ¿Y no iba a pasar la navidad contigo? —Me miró como si la idea fuera una locura.
Sonreí somnolienta mientras me acurrucaba contra el cojín del cómodo sofá. Sus dedos obraban su magia en mis pies. Las yemas de sus dedos se deslizaron bajo los sueltos pantalones de mi pijama, deslizándolos sobre mis rodillas y viajando hasta mis muslos, creando una deliciosa fricción en mi piel y obrando otro tipo de magia en mí.
Suspiré el nombre de Peter cuando tocó el borde de mi ropa interior. Sus dedos me encontraron, deslizándose en mi interior. Di un grito ahogado, arqueando la espalda.
—¿Qué estás haciendo?
—Haciendo el amor con mi novia en navidad.
—Oh. Pero ¿ahora? ¿Aquí? —Miré de nuevo hacia la sala, por donde mi abuela había desaparecido en su habitación.
Deslizó su mano libre fuera de mis bragas y me invadió, besándome con vehemencia mientras sacaba mis pantalones de pijama.
 —Después del día que tuvo hoy, no se despertará hasta mañana por la mañana.
Gemí mientras me guiaba para ponerme a horcajadas sobre él. En un movimiento rápido, se liberó de su propia ropa y entró en mí. Eché la cabeza hacia atrás por la plena sensación de él dentro de mí, muy contenta porque había conseguido la píldora, así no teníamos que parar para buscar un condón. Me sacudí contra él, abrazándolo con fuerza. Mis dedos se cerraron sobre sus hombros mientras nos movíamos juntos.
Arrastró su boca hasta mi garganta, dejando un camino ardiente sobre mi piel.
Lo apreté para tenerlo más cerca, montándolo más rápidamente.
—Te amo, Peter —susurré roncamente mientras me rompía, fragmentándome en pedazos.
Apretó sus manos sobre mis caderas. Me siguió, su cuerpo tensándose contra el mío. Ahogo su grito en el hueco de mi cuello, pero sentí la fuerza de su ondulación a través de mí. Nos sostuvimos, encerrados durante un largo rato, disfrutándonos mutuamente.
Levantó la cabeza y me miró, una lenta sonrisa curvando sus labios.
 —También te amo.
Pasé mi mano por su frente y por la parte posterior de su cráneo, acariciando su pelo corto, nunca cansada de sentir el roce de terciopelo contra la palma de mi mano.
Una sonrisa maliciosa jugaba en su boca.
 —Espera aquí. —Arreglando su ropa, corrió por el pasillo. Me puse mis pantalones de pijama de nuevo y me senté en el sofá esperando a que regresara. Cuando lo hizo, tenía una pequeña caja envuelta en papel de navidad.
La señalé con el ceño fruncido
 —¿Qué es eso? No es justo. Ya intercambiamos regalos.
—Tengo uno más para ti. Quería dártelo a solas.
—No debiste hacerlo. No te di nada más.
Me miró solemnemente.
 —Sí. Lo hiciste. Lo haces. Me das algo todos los días.
Mi garganta se estrechó por la emoción.
—Ahora, vamos. —Lo puso en mis manos—. Ábrelo, ¿sí?
Me quedé mirando la caja y luego a él. Se sentó con ansiedad, con su mano tocando su rodilla. Sonriendo, le di un beso, más allá de sorprendida por tenerlo en mi vida. Y horrorizada por casi haberme alejado.
Arranqué el envoltorio. Era solo una caja de color marrón claro, del tipo que se encuentra en cualquier tienda de suministros de oficina. Dándole la vuelta, abrí la tapa y miré dentro. Mi mano se cerró en torno a los papeles. Sacándolos, los examiné sin comprender por un momento. Y entonces las palabras se registraron.
Dejé caer los papeles y lo miré boquiabierta.
 —¿Vamos a Disney World para año nuevo?
Asintió y yo grité. Como todos los niños de esos anuncios, enloquecí. Lanzando mis brazos alrededor de su cuello, lo abracé en un apretón de muerte. Retrocediendo, dejé una lluvia de besos por toda su cara.
—¿Cómo… por qué…?
—Recuerdo que me hablaste de los Amrtinez yendo todo el tiempo y que nunca habías ido. Tenías ese cartel en tu habitación, y se sentía como algo que realmente querías hacer.
—Y ahora lo haré. Contigo. —Sacudí la cabeza, la emoción obstruyendo mi garganta—. Eres el mejor novio del mundo.
Sí, me amaba. Total y completamente. Aun conociendo mi pasado y todas mis obsesiones. Eso era muy importante, pero él me tenía. Me entendía.
Tomó mi mejilla, esa sonrisa sexy sosteniéndome.
 —Esto viene de una chica que solo quería juegos previos de mí y nada más.
Giré la cara para besar su palma.
 —Pero ahora quiero todo de ti. Todo.
Me llevó a su regazo y envolvió sus brazos a mi alrededor.
 —Bien. Porque eso es lo que tienes.

                                                                   Fin



Ya se viene la nueva nove !!!!!!1

capitulo 46,47,48,49 y 50



Agarré una patata frita cubierta de queso.
Él agarró un grupo de tres. Echando su cabeza hacia atrás, las dejó caer en su boca abierta. Lo observé con asombro mientras su fuerte mandíbula masticaba.
 —Mmmm.
—¿Cómo puedes verte de la forma en que te ves y comer así?



Sonrió con picardía y se inclinó más cerca, lo cálido de su cuerpo extendiéndose para envolverse a mí alrededor.
—¿Y cómo me veo?
Agarré una servilleta y se la tiré.
—Oh, cállate. Sabes que eres sexy. Tu cuerpo es una locura.
Sonriendo con satisfacción, agarró otro grupo de patatas.
 —Simplemente me gusta escucharte decir eso. No eres fácil de impresionar.
Fruncí el ceño.
—¿Qué significa eso? ¿Soy así de difícil?
—No. Sólo que fijaste la mirada en un chico que conociste años atrás cuando eras una niña. Ni siquiera miras a los chicos que se fijan en ti. Es como si no te importa lo que los demás piensen.
Se equivocaba. Me importaba lo que él pensaba. Una vez que lo conocí, fue el único que consideré siquiera cuando decidí que necesitaba perfeccionar mis habilidades de juego previo. Era todo lo que me pareció ver.
Decidiendo no debatir ese punto, cuidadosamente evalué la hamburguesa.
—¿Cómo, siquiera, me como esto?
—Vas a tener que atacarla. Es la única forma.
Asintiendo con determinación, agarré la enorme hamburguesa y la abordé con mis dientes.
Peter se rio mientras masticaba el bocado y agarraba una servilleta, limpiando el jugo de mis labios y mi mentón.
—Bonito —dijo con aprobación, se inclinó y plantó un beso en mis labios antes de que siquiera lo viera venir. Fue rápido y descuidado, y mi corazón se aceleró.
Tragando mi bocado, sacudí la cabeza
. —Dime que no comes así todos los días. Vas a tener un ataque al corazón antes de los treinta.
—No todos los días, no. Y hago ejercicio. Hasta que dejé la universidad, jugaba al fútbol.
—¿En la universidad?
Asintió, evitando mi mirada mientras recogía la hamburguesa en sus manos. Volví a pensar lo que me dijo sobre su papá. Como llegó a casa después del accidente. Había renunciado a la universidad —al fútbol— para cuidar de él. Por lealtad y culpa.
—Todavía juego. Entreno a un grupo de chicos dos veces a la semana y juego en una liga recreativa los domingos. También corro todas las mañanas. —Me miró con apreciación—. ¿Qué hay de ti? Te ves en forma.
Solté un bufido.
 —Camino por el campus y persigo a niños en la guardería. Nada más riguroso que eso.
—Deberías correr conmigo alguna vez.
Normalmente la sugerencia me habría hecho reír, pero mirando sus ojos azules pensé que en realidad me gustaría intentarlo.
Agarrando otra patata frita, asentí.
—Tal vez lo intentaré.
—Lo amarás. Tu cuerpo lo extrañará cuando te saltes un día.
La puerta de atrás se abrió de golpe en ese momento. Levanté la mirada, sobresaltada. Hubo conmoción que sonaba como algo golpeando la pared. Un hombre en una silla de ruedas entró a la vista. Peter se tensó a mi lado.
El cabello del hombre era largo y sin duda se veía sucio. Llevaba una camiseta negra de Pink Floyd. Incluso en pantalones vaqueros, sus piernas se veían delgadas por la falta de uso. Sus brazos tatuados eran musculosos mientras empujaban las ruedas de su silla, impulsándola hacia delante.
Peter se puso de pie a mi lado y se dirigió al otro lado de la habitación.
 —Papá.
Su mirada se enfocó en él inmediatamente y la fiereza de su expresión se transformó en rabia pura y simple.
—Ahí estás, pedazo de mierda.
Salté como si sintiera el golpe en esas palabras, a pesar de que habían sido dirigidas a Peter.
Los hombros de Peter se tensaron, revelando que tampoco se encontraba totalmente inafectado.
—Encantado de verte, también, papá. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Pensaste que podías mantenerme encerrado en esa casa, ¿ah? No pensaste que podía encontrar una manera de llegar aquí. Agus me trajo. Está estacionando el auto.
Peter me envió una mirada indescifrable. Parte de mí sabía que debería irme, que probablemente se avergonzaba por mí, de presenciar este drama, pero no podía moverme de mi lugar en la mesa.
—Si querías venir aquí, yo podía haberte traído.
—Sí. Cierto. —Su padre levantó un folleto arrugado, blandiéndolo en el aire
—. ¿Qué es esto, pedazo de mierda?
¿Había un momento en el que no llamara a su hijo por una obscenidad? Cada palabra me hacía estremecer y encogerme por dentro. Al igual que cuando era una niña. No podía huir en ese entonces. Todo lo que podía hacer era abrazar fuerte al Oso Púrpura, cerrar los ojos y fingir que me encontraba en algún otro lugar.
—Parece como un folleto para nuestra promoción de los martes. Alitas a diez centavos.
—Estás regalando la comida. Vas a hacer que nos quedemos sin el negocio.
El suspiro de Peter llegó a mis oídos
. —Es buena publicidad, papá. Triplicamos nuestros clientes los martes por la noche. El alcohol se vende más que…
El señor Lanzani arrugó el folleto y se lo lanzó a su hijo. Rebotó en el pecho de Peter.
—¡Me consultas antes de tomar una decisión como esta, pedazo de mierda!
Las manos de Peter se apretaron en puños a sus lados, pero por el contrario no hizo ningún movimiento. Agus entró en la habitación, desacelerando sus pasos mientras observaba la escena.
—Agus mencionó que estás buscando expandir. —Los ojos de Agus se agrandaron y miró hacia Perete como disculpándose—. ¿Cómo vas a hacer eso, ah, universitario? No te voy a dar el dinero.
—No te estoy pidiendo dinero. —El color sonrojó la piel de Peter —. He triplicado las ganancias en este bar en los últimos dos años. Si eso no te convence de que puedo…
—¡Crees que eres mejor que yo, bastardo! Crees que lo puedes hacer mejor con este lugar de lo que yo lo hice…
—No, papá. —La voz de Peter sonó repentinamente cansada. Quería levantarme e ir hacia él, pero me quedé donde me encontraba, sabiendo que solo atraería la atención hacia mí y Peter no querría eso mientras tenía una discusión con su padre. Era todo tan desagradable… tan feo. Me recordaba a todo de lo que huía. Todo lo que me comprometí dejar atrás.
—Así es. Sólo recuerda eso. No sabes una mierda. Aún no estoy muerto. Todavía estoy aquí. —El señor Lanzani golpeó su pecho con una mano empuñada—. Este es mi lugar. —Su pecho de barril cayó y se elevó con respiraciones forzosas. Aparentemente satisfecho por haber dicho la
última palabra, miró a Agus—. Ya terminé. Vamos. —Rodó pasando Agus por la rampa.
Agus se acercó a su hermano, frotando su nuca.
—Mira, lo siento…
—Está bien. Adelante. Estará gritando por ti.
Asintiendo, Agus siguió a su papá.
Lentamente, Peter se volteó. Se movió hacia mí, pero en lugar de reclamar su asiento, se quedó parado, rozando ligeramente la mesa con los dedos, su mirada evitándome.
 —Tengo que regresar a trabajar. —Su voz era cuidadosamente neutral.
—Peter, yo…
Sus ojos se dispararon hacia mi rostro
. —¿Qué? ¿Tú qué? ¿Lo sientes?
Sí. Lo sentía por él. Y entendía. Sabía lo que se sentía cuando alguien que amabas te traicionaba y pisoteaba tu corazón.
Sacudí la cabeza
—¿Por qué te culpas a ti mismo? —Señalé hacia donde su papá había estado hace unos momentos.
—Porque si hubiera estado en casa nunca habría sucedido.
—Fue un accidente. No deberías pasar tu vida pagando por ello.
Soltó un bufido.
 —No hay tal cosa como un accidente, ¿lo hay? ¿De verdad? Todos tomamos decisiones. Todo lo que pasa es un resultado de esas decisiones. —Su mirada se dirigió hacia mí con frialdad—. Al igual que tú tomas tus decisiones. Vas a estar con este chico, Pablo. Yo simplemente soy una distracción hasta que lo verdadero llegue a ti.
Sus palabras me hicieron trizas. Lo hizo sonar feo. Como si lo estuviera usando. Supongo que técnicamente lo usaba, pero siempre fui clara y él también había querido hacer esto. Pensé que estábamos disfrutando mutuamente. Al menos eso es lo que me dije. Además, fue él el que inició las cosas esa noche, me llevó a las escaleras con él.
—No —susurré, pero no me sentía segura de qué negaba exactamente. ¿Pablo era el objetivo final para mí? Todavía lo era. Lo tenía que ser. Había pasado los últimos siete años creyendo eso.
Se sentía mal etiquetar a Peter como una distracción. Era más que eso para mí. Qué, precisamente, no lo sabía. Pero definitivamente más.
El cansancio se apoderó de él. Hizo un gesto con la mano hacia la salida.
—¿Por qué simplemente no te vas? Realmente no sabes nada de esto. No me conoces.
Lo absorbí en una respiración y resistí señalar que pensé que empezaba a conocerlo. Desde el primer momento en que lo conocí, cuando se estacionó y anunció que no se sentía bien dejándome sola a un lado de la carretera, había tenido una buena compresión de él. Pero no le señalé eso. Porque obviamente no quería que lo conociera. Estaba en cada línea tensa de su delgado cuerpo y el conjunto duro de su mandíbula.
—Está bien —murmuré—. Adiós. —Me levanté de la mesa, dejando la comida a medio comer detrás. Bordeándolo, hui del bar, convencida de que esta vez no regresaría. Esta vez me pidió que me fuera. Quería que me fuera. No importaba lo que yo quería.

Saltando nuevamente en el coche, le entregué a Pablo su refresco y una bolsa de papas fritas mientras me acomodaba en el asiento de cuero de lujo de su BMW. Sin duda una manera lujosa de viajar a casa. Más cómoda que mi Corolla. No tuve que manejar todo por mí misma.
—¿Bugles? —cuestioné, sacudiendo la cabeza con una sonrisa mientras rasgaba la bolsa—. Nunca te tomé por una especie de persona de Bugles.



Él sonrió.
 —No las critiques hasta que las hayas probado.
—Oh, lo he hecho. Creo que tenía siete años la última vez que las comí. —
Mientras vivía con mi mamá subsistíamos con una dieta que constaba en comida de máquinas expendedoras.
—Bueno, entonces sabes la maravilla que es el pequeño Bugle. —Él sostuvo en alto una viruta en forma de corneta pequeña como si fuera el Santo Grial—. Adelante. Prueba una sola.
—Estoy bien. En serio.
—Si puedes resistir, entonces seguramente nunca probaste uno.
Riendo, metí la mano dentro de la bolsa, tome unos pocos, y los eché en mi boca. Masticando las papas fritas saladas, cubiertas de queso en polvo, le dije
—: Ya está. ¿Satisfecho? He probado y aún logro resistir.
—Simplemente no eres humana.
Sacudiendo la cabeza, desenrosqué la tapa de mi botella de agua y tomé un sorbo, lavando el sabor de Bugles de mi boca.
—Apuesto a que no sabías que también me gusta la carne seca.
—De ninguna manera. ¿Tú? Guau. Pero no sirven eso en el club de campo —me burlé.
—No he estado en el club de campo desde no sé cuándo. No es mi lugar, ¿sabes?
No, no lo hacía. Podría haber conocido a Pablo toda mi vida, pero no sabía lo que hacía con su tiempo libre. Aparte de estudiar para entrar en la escuela de medicina y dedicar los dos últimos años de su vida a una novia exigente.
Él miró a ambos lados y hacia atrás en la carretera de dos carriles, dejando la gasolinera atrás. Pronto nos deslizábamos a lo largo del camino de curvas más allá del magnífico follaje de otoño. Pronto los árboles podrían estar envueltos en blanco, pero ahora eran una mezcla impresionante de oro, rojo y amarillo.
Habíamos estado conduciendo durante dos horas, pero no lo parecía. Fue divertido y fácil estar con él.
Pasamos de entretenernos el uno al otro con historias de la infancia de Cande, a la discusión de nuestras clases y lo que esperábamos hacer con nosotros mismos después de la universidad. Pablo estaba emocionado cuando le dije que consideraba la facultad de medicina con mi doctorado en psicología. Si iba a ayudar a la gente con sus problemas, tener un título en medicina podía hacer que fuera más fácil.
Mi teléfono sonó desde el interior de mi bolso. Ahondé en él en el suelo, esperando otro mensaje de Ro quejándose de tener que pasar el día comprando con la nueva novia de su padre, que era de solamente cinco años mayor que ella.
Sólo que no era de Ro.

Peter: Lo siento.

Mi pulgar se quedó inmóvil, suspendido sobre mi teléfono. No esperaba tener noticias de él otra vez. O incluso verlo. No, a menos que sólo me encontrará con él en la calle, en una coincidencia rara. Pero ahora estaba aquí. Localizándome, volviendo a tirar de mí hacia atrás.

Yo: Está bien.
Peter: Fui un idiota. No debí haber dicho que te fueras. Quería que te quedaras.

Una sonrisa se dibujó en mi boca.

Yo: Comprensible. Tu padre acababa de caer sobre ti.
Peter: Bueno. Al menos podría haber dejado que terminaras tu comida.
Yo: Me salvaste de la carrera que estaba segura seguiría a esa comida.
Peter: Floja.
Yo: No corro una media maratón cada mañana como tú.
Peter: Pero correrás conmigo.

Me detuve de nuevo, pensando. Me preguntaba si íbamos a vernos de nuevo. Inhalando, escribí.

Yo: Pensé que habíamos visto lo último el uno del otro.
Peter: ¿Quieres ver lo último de mí?

—¿Todo bien?
Me sacudí ante la pregunta de Pablo, sobresaltada. Me había olvidado de que estaba en el coche con él. Había olvidado incluso que él estaba aquí.
—Oh. Lo siento. No fue mi intención ser grosera. —Escribí una respuesta rápida.

Yo: Me tengo que ir. Hablo contigo pronto.

Exhalando, Forcé una sonrisa brillante y volví mi atención a Pablo, centrándome en él y negándome a tocar mi teléfono otra vez.
Acción de gracias con la abuela trajo una avalancha de recuerdos. Fui abrazada tanto y sonreí tanto que me dolían las mejillas. Todos los residentes de Chesterfield Retirement Village eran una familia para mí. El lugar era mi hogar, aunque poco ortodoxo.
A las ocho de la noche de Acción de Gracias, todavía llena de pavo, aderezo, puré de papas, batatas y todas las otras cosas relacionadas con la celebración, tomé prestado el coche de la señora Lansky, de al lado, ya que apenas lo usaba, y me dirigí a la casa de Cande.
Ni siquiera tuve la oportunidad de pulsar el timbre de la puerta antes de que la puerta se abriera de golpe y Cande me encerrara en un abrazo asfixiante con un chillido de felicidad.
Echándose hacia atrás, me revisó, evaluándome de pies a cabeza.
 —Maldita sea, ¡te ves bien! Te hiciste reflejos en el cabello. ¡Me encanta!
Ella me llevó al impresionante vestíbulo con su techo abovedado. Enlazó su brazo conmigo, me llevó a la cocina, susurrando en mi oído, aunque no había nadie cerca para escuchar.
—Lo que sea que estás haciendo con Pablo, está funcionando. No ha dejado de preguntarme cuando llegarías aquí.
—¿De verdad? —murmuré, el calor asaltando mi cuello.
—Uh-huh. Está esperando en la cocina.
Llegaron voces desde esa habitación, y sabía lo que encontraría antes de entrar —los padres y abuelos de Cande atentos de un tablero de Monopoly. Pablo estaba en la isla, se inclinó para coger una rebanada de pastel de calabaza mientras observaba el procedimiento.
Todo el mundo exclamó al verme. Pablo se enderezó, sus labios curvándose en esa sonrisa cegadora suya cuando todos los Martinez me rodearon y se turnaron para prodigarme con abrazos.
Después de acribillarme con preguntas sobre la escuela y mi abuela y obligarme a aceptar una rebanada de pastel, volvieron a su juego, y Cande, Pablo y yo subimos al piso de arriba para ir a la sala de juegos a ver una película.
Me sonrojé cuando Cande hizo un punto para sentarse en el lado más alejado del gran y cómodo sofá, asegurándose de que tuviera que sentarme al lado de su hermano. No exactamente sutil.
Después de desplazarse a través de películas para alquilar, seleccionamos la nueva película de James Bond.
—¿Quieres un poco de Chex Mix5? —preguntó Pablo después del inicio.
Gemí, frotándome el estómago.
 —No puedo comer por un mes.
—Voy a tomar algunos. —Cande presionó PAUSA cuando Pablo bajó las escaleras, luego me dirigió una dura mirada.
—Muy bien, ¿cuál es el plan?
Negué con la cabeza.
—¿Plan?
—Sí… ¿Quieres que finja un dolor de cabeza, así los dos pueden tener tiempo a solas?
Negué con la cabeza.
 —No, no. No hagas eso. También quiero pasar tiempo contigo.
—Vamos a ir de compras mañana y haremos el almuerzo. Tendremos todo el día. Este es el único momento que tienen ustedes dos antes de regresar el domingo.
—Está bien, de verdad —siseé cuando oí sus pasos al regresar resonando por las escaleras.
—Aquí viene —susurró ella, dedicándome un guiño de complicidad y posándose de nuevo en la esquina del sofá. Pulsó REPRODUCIR en el control remoto.
Negué con la cabeza hacia ella, con la esperanza de transmitir que no debería inventar alguna excusa para dejarme a solas con su hermano.
Treinta minutos más tarde, ella lanzó un suspiro exagerado.
 —Estoy muy cansada. Supongo que el pavo realmente te hace sentir somnoliento, ¿eh? —Desplegó sus elegantes piernas de bailarina que había escondido



debajo de ella y se levantó con gracia
—. Me voy a la cama. Necesito mi sueño de belleza. Sobre todo si vamos a alcanzar todas las ventas en la mañana. Voy a recogerte a las siete, Lali. ¿De acuerdo?
La miré mientras agitaba la mano para darnos las buenas noches.



Pablo me sonrió fácilmente. Me obligué a devolverle la sonrisa, deseando deshacerme de mi repentino malestar. Volví mi atención a la película, pero realmente no vi nada. Solo imágenes intermitentes en la pantalla que no podía procesar.
Su brazo se extendía a lo largo de la parte posterior del sofá por detrás de mí. Lo sentí allí. Los dedos rozando suavemente mi hombro. Noté el paso de los minutos en el reloj digital del reproductor de
Blu-ray. Diez minutos. Se movió en el sofá. El roce de sus dedos era un toque en toda regla. Quince minutos. Sus dedos se movieron, acariciando mi hombro en pequeños círculos.
Mi estómago se llenó de nudos por la ansiedad, dividida entre querer que hiciera un movimiento y querer huir. ¿Estaba esperando una invitación? No podía dejar de pensar que Peter habría actuado a estas alturas. Yo estaría debajo de él. O por encima de él. Tendríamos la mitad de nuestra ropa fuera y sus manos estarían en todas partes. Mi pulso derrapó contra mi garganta, recordando lo que pasó con él.
De pronto me encontré mirando a Pablo, estudiando su perfil. A pesar de que su mano acariciaba mi hombro, estaba viendo la película, siguiendo los personajes a través de las escenas de acción. Debió notar mi mirada. Se giró. Sostuve su mirada.
—¿Lali? —Su voz salió suavemente, vacilante e inquisitiva.
Cerré la distancia y lo besé. Apreté mis labios contra los suyos y lo besé con la seriedad de un ataque al corazón, obligándome a olvidar a Peter en su sabor.
Estuvo inmóvil por un segundo antes de reaccionar. Antes de devolverme el beso. Era un buen besador. Me di cuenta de una vez. Sabía qué hacer. Con sus labios. Su lengua. Su mano se acercó para sostener mi rostro, como si fuera algo precioso y frágil. Aun así, no lo sentía. La chispa, el deseo incontenible llenando cada centímetro de mí.
La sensación no me atravesó de golpe como lo hacía con Peter. Lo hizo. Como lo hizo con él. Me recordé a mí misma. Lo hizo. Se acabó.
Desesperada, frustrada por tener algo ahí entre nosotros, por sentir algo —Oh, Dios, cualquier cosa— con Pablo, me arrodillé y me senté a horcajadas sobre él, nunca apartando mi boca de la suya.
Se quedó quieto, evidentemente sorprendido, por medio segundo antes de que su boca reanudara los besos. Él estaba definitivamente dentro de esto ahora, gimiendo cuando mordisqueé su labio, chupándolo entre mis dientes. Sus manos se movieron por mi espalda, acariciando de arriba abajo rítmicamente.
Aparté mis labios de los suyos y lo besé en la mandíbula, el cuello, chupando su cálida piel.
Su mano se enterró en mi cabello.
—Dios. Lali. ¿Qué me estás haciendo?
Sus palabras se hundieron en mi mente, convirtiéndose en una pregunta muy real. ¿Qué estaba haciendo?
La respuesta llegó de nuevo a mí, clara y fea, resonando como una campana en mis oídos. Usándolo. Buscando algo, desesperada por sentir con él lo que sentía cuando estaba con Peter.
Solo que no funcionaba. No estaba allí. No con él.
Separé los labios de su garganta y lo miré fijamente, aturdida, horrorizada. Parpadeó, mirándome, sus profundos ojos marrones vidriosos por el deseo
. —¿Lali? ¿Todo bien?
Negué con la cabeza, las palabras atascadas en mi garganta.
—¡Pablo! ¡Cande, Lali! —llamó la Sra. Martinez desde la base de la escalera—. Vamos a sacar los postres. ¿Quieren alguno primero?
La molestia cruzó el rostro de Pablo por la interrupción
. —¡No, gracias, mamá! —Su mirada se dirigió de nuevo a mí. Él pasó el pulgar por mi mejilla—. ¿Lali?
—Yo… yo tengo que ir a casa.
—¿Ahora?
Asentí y me bajé de él.
 —Sí. Tengo que levantarme temprano para encontrarme con Cande.
Se puso de pie, con una mano extendida hacia mí, como si quisiera tocarme pero no estuviera seguro. —¿Estamos bien?
Metí un mechón de pelo detrás de mi oreja, evitando su mirada. En realidad sonaba preocupado.
—Sí. Estamos bien.
—¿Es ese tipo de Gino’s? ¿Peter?
Mi mirada se posó de nuevo en él.
—¿Por qué lo preguntas?
—Vi cómo estaban juntos.
—No estamos juntos —espeté, probablemente demasiado rápido.
—Son más que amigos. Pude ver eso.
—No —solté—. No lo somos.
Asintió lentamente, como si estuviera tratando de aceptarlo
. —Está bien. Bueno. Entonces… —Se detuvo y se pasó una mano por el pelo—, entonces quiero que nos demos una oportunidad, Lali. He estado pensando mucho en ti el último par de semanas. Sé que es difícil teniendo en cuenta que mi hermana y tu son las mejores amigas, pero creo que vale la pena el riesgo.
Esto era todo. Finalmente. Estaba ofreciéndome lo que siempre había querido. Una oportunidad de estar con él. El resto, los fuegos artificiales que había sentido con Peter, llegarían. Tenían que hacerlo. Me negaba a creer lo contrario.
—También quiero intentarlo —dije lentamente, las palabras marchitando algo dentro de mí. ¿Qué me pasaba? ¿Dónde se estaba el entusiasmo?
Alargando la mano hacia mi brazo, deslizó los dedos hacia abajo, y capturó mi mano en la suya
. —Bueno, está bien, entonces. Vamos a hacer esto. Voy a conquistarte, Lali.
—¿Conquistarme?
—Sí. Como te mereces.
Dios. Era como un sueño. Esas palabras. De Pablo. Dirigidas a mí.
Sabía que tenía que decir algo.
 —Oh. —Me las arreglé para dejar escapar.
Sonrió, aparentemente sin molestarse por mi falta de entusiasmo.
Sosteniendo mi mano, salimos a la calle, en donde el coche de la señora Lansky estaba estacionado en su camino de entrada con forma circular. Abrí la puerta.
—Te recogeré el domingo por la mañana. ¿A las ocho está bien?
Asentí, aceptando su rápido beso en los labios.
Abrió la puerta del conductor para mí y me deslicé dentro. Abrochándome el cinturón de seguridad, encendí el coche y me despedí con la mano.
—¿Lali, ya llegaste a casa? —La abuela asomó la cabeza en mi habitación. No me molesté en decirle que llegué a casa hace más de una hora y ya eran las once y media. Ella dormía y despertaba a lo largo del día como un gato. No sabía si era por su edad, el dolor por su artritis, o el sinnúmero de medicamentos que tomaba lo que la mantenía levantada a todas horas.
—Sí, abuela. Llegué a casa hace un rato.
Se puso de pie en el umbral en su bata. Del tipo que se cierra al frente. Todavía usaba una de esas. No estaba segura de que todavía las vendieran en las tiendas, pero parecía tener un suministro interminable de ellas.
Su boca se llenó de arrugas de manera exagerada antes de hablar, su lengua saliendo para humedecer sus labios. Una vez le pregunté por qué lo hacía y me dijo que la medicación le secaba la boca.
 —¿Pasaste un buen rato con los Martinez?
—Sí, abuela. Todos dijeron que te deseara feliz Acción de Gracias.
—Ah, eso es lindo. Bueno, buenas noches, querida. —Los pies de mi abuela se arrastraron por el pasillo, y me dejó sola nuevamente. Me quedé mirando el techo, viendo las aspas del ventilador girar. Ese sonido me había arrullado para dormir durante muchos años. Años en los que me había acostado en la cama fantaseando con convertirme en la señora de Pablo Martinez. Y ahora estábamos saliendo. Quería conquistarme. Tomen eso, ex porristas del Instituto Taylor.
Girándome sobre mi costado, me acurruqué en mi almohada, abrazándola. No era un muñeco de peluche, pero la abracé como si lo fuera. Pocos muñecos de peluche habían adornado mi habitación. No desde Oso Morado. Era demasiado mayor para aferrarme a los muñecos de peluche, pero la almohada se sentía reconfortante y familiar.
Mi teléfono sonó en la mesita de noche. Lo tomé. Mi estómago se agitó cuando vi el nombre de Peter.

Peter: Feliz Acción de Gracias.
Yo: Lo mismo digo…

Me mordí el interior de la mejilla, considerando qué más decir.

Yo: ¿Tuviste un buen día?
Peter: Sí. Mi tía Beth vino con un pavo. Mi padre incluso fue casi humano.
Yo: Eso es bueno.
Peter: ¿Y el tuyo?

Me quedé mirando las palabras en la pantalla durante un largo rato, pensando en mi día, en besar a Pablo, y cuánto debería decirle a Peter.

Peter: ¿Cómo está Pablo?
Yo: Bien.
Peter: Se besaron.

Jadeé, mis dedos se apretaron alrededor del teléfono. ¿Podía leerme la mente a través de kilómetros?

Yo: ¿Cómo sabes eso?

No se me ocurrió mentir.

Peter: Porque eso es lo que yo habría hecho. Lo hice, ¿recuerdas? A la primera oportunidad que tuve.
Yo: En realidad, lo besé yo.

Hubo una larga pausa, y empecé a preocuparme de que no fuera a responder en absoluto. Quizá no debería haber sido tan honesta.

Peter: Supongo que esas lecciones preliminares ayudaron, después de todo.
Yo: Supongo que sí.
Peter: Felicidades, Lali. Ya conseguiste lo que querías. Buenas noches.
Yo: Buenas noches.

Dejé caer el teléfono en la cama junto a mí. Volviéndome, enterré la cara en la almohada y lloré con grandes y feos sollozos. Estos no eran los primeros que había llorado en esta habitación, en esta cama, en esta misma almohada, pero eran sin duda los más insensatos. No tenía nada por qué llorar. Había llegado muy lejos, y finalmente logré lo que quería.


El domingo por la tarde, Pablo me dejó en mi dormitorio con un apacible beso y la promesa de
mandarme un mensaje más tarde. Después de desempacar, caí sobre la cama con un suspiro, pensando que en hacer un poco de tarea, pero en su lugar terminé quedándome dormida. Aparentemente, el viaje de cuatro horas me desgastó. Tal vez fue todo el esfuerzo que puse en actuar alegremente y como si no tuviera duda alguna acerca de lo que quería que sucediera entre Pablo y yo.



Tampoco me sentí mucho mejor después de mi siesta. Todavía no me sentía más segura sobre lo de Pablo y yo, lo que me llenó de una cantidad no precisamente pequeña de pánico. Durante demasiado tiempo me había convencido de que él era el único, el único que me haría bien. Que me haría sentir segura. Que me haría sentir completa.
Si no tenía eso nunca más, entonces, ¿qué tenía?
Restregándome ambas manos por cara, me levanté de la cama y me hundí en mi escritorio, abriendo de golpe mis notas de psicología anormal y diciéndome a mí misma que en verdad podía estudiar cuando me dolía la cabeza de solo pensar.
Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me moví para recogerlo, contenta por la excusa para posponer las cosas.

Peter: Oye. ¿Todavía en casa?

Sonreí, ridículamente feliz porque él todavía se comunicara conmigo. Después de anoche, no estaba tan segura.

Yo: Sí. Regrese hace un par de horas.
Peter: Quiero verte.

Sin andarse con rodeos. Vacilé, resistiendo el impulso inmediato de escribir "sí." Necesitaba considerar esto. Usar la lógica en lugar del impulso salvaje, que parecía ser mi único ajuste cuando se trataba de él.
La pantalla se oscureció. El teléfono sonó de nuevo en mi mano, un nuevo mensaje de Peter iluminó la pantalla.

Peter: Abre la puerta.

Mi cabeza se giró, mirando fijamente la puerta, como si se tratara de una cosa viva. Mi corazón despegó, salvaje como un pájaro atrapado y luchando dentro de mi pecho demasiado apretado. En dos zancadas estuve allí, tirando de la puerta para abrirla. Peter estaba de pie delante de mí, teléfono en mano, esos ojos azules brillantes, más brillantes incluso de lo que recordaba, fijos en mí.
Nos movimos al unísono. Dio un paso hacia dentro, cerrando la puerta detrás de él mientras yo me deslizaba hacia atrás, dejando espacio para que entrara. Encerrados dentro de mi habitación, nos miramos fijamente el uno al otro, congelados como dos estatuas. Todo se detuvo. Como si alguien hubiera golpeado un botón de PAUSA. La sangre se precipitó, un rugido sordo en mis oídos. Imaginé que incluso podía oír el ruido sordo de mi corazón.
Entonces todo saltó a la acción.
Nos alcanzamos a la vez. Los teléfonos resbalaron de nuestras manos y cayeron al suelo con un ruido sordo mientras chocábamos. Nuestras bocas se fusionaron, labios separándose solo para tirar de nuestras camisas por encima de nuestras cabezas en un movimiento borroso. Todo era frenético. Desesperado. Casi violento en su ferocidad.
—Dios, te extrañé —murmuró, su mano rozando mi cara, fuertes dedos enterrándose en mi pelo y agarrando mi cuero cabelludo mientras su caliente boca se estrellaba contra la mía.
Mis manos fueron a la parte delantera de sus pantalones, tirando para abrir el botón, y empujé los pantalones hacia abajo mientras caía sobre mí en la cama, entre mis muslos. Se echó hacia atrás para bajarlos por sus estrechas caderas, maldiciendo cuando se quedó atascado en sus zapatos.
Observé, devorando la visión de él, mientras me quitaba ansiosamente mis pantalones de yoga, mis bragas, todo.
—Maldita sea —gruñó, tirando de sus zapatos y luego terminando de quitarse los vaqueros de golpe.
Luego nos unimos de nuevo, piel desnuda deslizándose sinuosamente la una contra la otra. Se acomodó entre mis muslos y se sentía tan bien, como dos piezas de un rompecabezas encajando.
Besó mis pechos y lloriqueé, arqueando la columna, queriendo más. Su boca se cerró alrededor de un pezón, y gemí, mis dedos apretando sus musculosos bíceps. Cambió su peso y llevó su erección directamente contra mi núcleo.
Jadeé, mis dedos moviéndose para agarrar la parte de atrás de su cuello, aferrándome, tensándome contra él, acercándolo más, mientras hacía girar mis caderas, necesitándolo dentro de mí como un cuerpo necesita el oxígeno.
—Peter, ¿estás segura?
Dios, sí. Jadeando, moví las caderas y empujé contra él.
—Quiero esto. Te deseo, Peter.
Sus ojos azules brillaron ferozmente. Se despegó de mí y buscó a tientas sus vaqueros desechados. Casi gemí de dolor por la pérdida de él. Todo en mí se sintió frío, vacío.
Y luego la calidez estaba de vuelta. Él estaba entre mis muslos entreabiertos, rasgando el envoltorio de un condón con los dientes. Observé como lo hizo rodar sobre él, fascinada ante la vista, el acto.
Envolvió un brazo alrededor de mi cintura y me arrastró más cerca, sosteniéndome con firmeza mientras comenzaba a hundirse en mi interior, sus ojos trabados con los míos. Fue un momento surrealista, mirando fijamente en las profundidades de sus ojos, sintiendo su cuerpo uniéndose con el mío.
Estaba lista. Mi cuerpo se estiró para acomodarlo. No era exactamente incómodo, pero sí definitivamente extraño. Y aun así excitante. Se me escaparon pequeñas respiraciones jadeantes.
Justo cuando pensé que había acabado, que estaba llena del todo, empujó más profundo.
Mis ojos se abrieron mucho, llameantes, y lloriqueé. Bueno, eso fue un poco incómodo. Se quedó imóvil, sus bíceps tensándose, sus músculos agrupándose estrechamente.
 —¿Estás bien?
—Sí. No te detengas. ¡Hazlo!
El brazo en mi cintura tiró de mí más cerca, estrujando mis senos contra su pecho mientras entraba completamente en mi interior, arrebatándome un jadeo agudo.
—Guau —dije, ahogada.
—¿Debería…?
—Sigue adelante —ordené, mis uñas marcando su espalda. Balanceó sus caderas contra mí y grité, arqueándome contra él.
—Oh, mierda, Lali, te sientes bien.
Una dolorosa presión se construyó en mi interior mientras se movía más rápido, aumentando la deliciosa fricción y apretando el nudo que sentía en la parte baja de mi vientre. Fue como antes, cuando me hizo venir usando solo su mano. Solo que mejor. Todo más intenso.
Me retorcía contra él, desesperada por llegar a ese clímax. Enganchó una mano bajo mi rodilla y envolvió mi pierna alrededor de su cintura. El siguiente empuje me hizo añicos. Nunca había sentido nada tan increíble. Tan bueno. Mi visión se difumino mientras golpeaba ese lugar profundo. Se movió contra mí, trabajando un paso de ritmo firme. Arrastré mis uñas a través de su pelo corto, amando esta libertad absoluta para tocarlo, amarlo con mis manos. Su nombre salió de mis labios.
—Lali—gruñó en mi oído—. Vente para mí, bebé.
Estaba casi allí. Los estremecimientos me sacudieron. Escondí la cabeza en el cálido rincón de su cuello, amortiguando mis gemidos. Su mano me encontró, enmarcando mi cara. Un pulgar debajo de mi barbilla, los dedos extendidos sobre mi mejilla, me sostuvo allí, mirándome, mirando con atención dentro de mis ojos mientras se movía dentro de mí.
 —Quiero verte.
Asentí con una sacudida. La familiar opresión ardiente me embargó, me hizo arquearme contra él.
 —Ohh.
—Eso es, Lali. —Se empujó más duro dentro de mí y grité, cada terminación estalló. Me quedé lánguida. Me abrazó más cerca, sus labios apoderándose de los míos. Gemí en su boca mientras sentía su propia liberación a continuación, estremeciéndome a través de él.
Colapsamos juntos sobre la cama, su peso encima de mí. Tan pesado como era, no quería que se moviera nunca. Podría quedarme así para siempre.
Para siempre duró unos dos minutos. Peter presionó un beso en mi clavícula que me hizo temblar y luego se levantó de la cama para deshacerse del condón. Encontré algunas toallitas en mi cajón y me limpié, vacilando un momento ante la vista de una mancha de color óxido sobre mi muslo. Me sobresalto, obligándome a enfrentar la realidad de lo que acababa de hacer. Con Peter.
Me apresuré a limpiar la sangre. Mi cara ardía mientras él me miraba. Eché la toallita en el pequeño compartimiento de basura, notando un ligero dolor entre mis piernas cuando me moví. Poniéndome mis bragas de nuevo, bajé sobre la cama, tiré de mis rodillas contra mi pecho, y luego tiré de las mantas sobre mí.
—¿Estás bien?
Se sentó frente a mí, sus piernas a cada uno de mis lados, así podía mirarme de frente y abrázame al mismo tiempo.
Asentí.
 —No dolió.
Colocó un mechón de pelo detrás de mí oreja.
 —Mejorará.
Sentí mis ojos ensancharse
. —¿De verdad? Porque eso fue bastante increíble.
Sonriendo, me besó.
 —Fuiste todo tú, bebé.
Lo dudaba. Nunca podría tener tanta diversión como había tenido con él. Dudaba que pudiera tener tanta diversión con nadie. Ese pensamiento me hizo fruncir el ceño. El pánico revoloteó en mi interior. Peter
—esto. No era el plan.
—Oye. Nada de ceños fruncidos. —Dio un ligero toquecito en el borde de mi boca—. ¿Quiero saber lo que estás pensando?
Tragué
. —¿Cómo puede funcionar esto, Peter?
Su sonrisa se evaporó. El brillo de sus ojos menguó
. —Guau. No pierdes el tiempo. ¿Ya te estás librando de mí? Nada de tiempo para post-resplandor. —Permaneció sentado frente a mí, sus piernas extendidas a ambos lados de mí, pero dejó caer los brazos. No más abrazo.
—Lo siento.
—Sí. —Su voz espetó esa única palabra—. Yo, también.
—No quiero… —Me detuve, luchando para encontrar qué decir. Había mucho que no quería que sucediera en este momento. No quería que me odiara. No quería perderlo.
Se rio con aspereza.
 —No sabes lo que quieres, Lali. Eso está claro.
Sacudí la cabeza, sintiendo un bulto del tamaño de una pelota de golf dentro de mi garganta.
 —Lo hago. Siempre lo he sabido. Es por eso que esto… —Hice un gesto entre nosotros—… nunca puede ser.
—Oh. ¿Sí? Entonces hazme un favor y explícamelo. ¿Por qué es Pablo tan importante? ¿Por qué tiene que ser él? Porque eso es lo de lo que se trata, ¿correcto? Follas conmigo, pero aún quieres estar con él.
Me encogí y aparté la vista, mi mirada aterrizando en las fotos que había por la habitación. Una de mí con Cande y Pablo. Se suponía que esto era mi futuro. Con los Martinez. Con Pablo. O alguien como él.
—Sabes que mi madre se deshizo de mí y me dejó para vivir con mi abuela.
Me Lanzó una mirada. Asintió una vez, su mandíbula apretada con fuerza, esperando a que continuara. —Bueno, eso fue después de tres años de vivir con ella. Perdió la casa un año después de que murió papá. Luego dormimos en los sofás de amigos. Pero eso quedó atrás. Terminaron cansándose de nosotras. Y ella solo siguió empeorando… haciendo más mierda. Cualquier cosa buena, la perdió.
—Salvo a ti. Te mantuvo.
Me escocían los ojos. Asentí, parpadeando para hacer retroceder la quemazón
. —Sí. Ella me mantuvo. Éramos nosotras dos. Sobreviviendo en habitaciones de motel. A veces, durmiendo en el coche. Haría cualquier cosa que necesitara para conseguir su próxima dosis.
Tocó mi cara, su pulgar acariciando mi mejilla.
—¿Qué te pasó, bebé?
Inhalé
. —Nada. Ella siempre me mantuvo a salvo. O lo intentó, de todos modos. Me dejaba en un armario o en el baño. Me escondía en la bañera con mi animal de peluche. Osito Morado. Lo tenía siempre. —Sonreí por el recuerdo—. Mi padre lo ganó en un carnaval para mí. Lo había perdido todo, pero todavía tenía al osito. Y a mamá. Cada vez que me metía en la bañera o en el armario, mientras se iba a drogar con algún perdedor, me decía que Osito Morado me mantendría a salvo hasta que ella viniera a por mí.
Me detuve, porque no podía hablar de lo que sucedió a continuación. Nunca había hablado de eso con nadie.
—Pero no te mantuvo a salvo, ¿verdad?
Negué con la cabeza, ahogando un sollozo.
 —No.
—¿Qué pasó?
Mi voz se hizo pequeña.
 —Me encontró en la bañera. —Presioné mis dedos contra mis labios—. No fui lo suficientemente silenciosa.
—¿Quién te encontró?
Negué con la cabeza lentamente, viendo el destello de un anillo con una calavera.
 —Un tipo. Una de las… citas de mamá.
—¿Qué te hizo, Lali? —Su susurro estaba en contraste directo con su cara, que era tan dura como una piedra, sus ojos como trozos de hielo.
Me balanceé un poco hacia atrás en la cama, abrazando mis rodillas más cerca de mi pecho.
—Él me hizo salir de la bañera. —Tomé una respiración profunda, preparándome. Lágrimas silenciosas corrían por mis mejillas. Las limpié con mi mano, recitando los acontecimientos de esa noche con la mayor naturalidad posible, como si le hubiera pasado a otra chica

Ahora que había empezado, estaba decidida a decirlo todo. Finalmente
—. Y luego me hizo quitarme la camiseta.
Los brazos de Peter se envolvieron a mí alrededor de nuevo, sosteniéndome, y en ese momento era como si fuera lo único que me mantenía compuesta. Impidiendo que me rompiera en pedazos. Mis dedos se clavaron en sus antebrazos, aferrándome a él, mientras las palabras salían de mí con prisa.



—E-Él se abrió la cremallera de sus pantalones y comenzó a jugar consigo mismo delante de mí… mirándome. Me dijo que lo tocara, pero no lo hice. —Sacudí la cabeza, apretando los labios en una línea firme al recordar la expresión del hombre. Enojo. Pero también se alegraba de que lo desafiara. Él quería que yo peleara—. Me dijo que me quitara el resto de la ropa. Traté de escapar. Me agarró y trató de bajarme los pantalones cortos. Me defendí y él solo se rio y me dio una bofetada. Entonces las cosas se pusieron realmente locas. Grité. Me puse un poco histérica. —Busqué la mirada de Peter, negando con la cabeza casi en tono de disculpa. Como si de alguna manera debería haber mantenido la calma—. Era sólo una niña.
Él asintió, sus ojos parecían sospechosamente húmedos al parpadear.
 —¿Qué pasó después?
Me encogí de hombros como si no fuera gran cosa.
 —Mamá entró y enloqueció. Pelearon. Él le dio una bofetada, pero ella lo sacó por la puerta, y entonces simplemente entró en el baño y me miró fijamente. Nunca vi esa mirada antes. Incluso en el funeral de papá, nunca se había visto tan… destrozada. Metimos nuestras cosas en el coche y nos fuimos. Me quedé dormida en el asiento trasero, pero cuando me desperté estábamos en donde la abuela.
Me detuve en esta parte porque, así como fue duro contarle lo que me pasó en ese baño, esto en realidad era más difícil. Esta era la parte que estaba grabada en mi mente, grabada a fuego como una marca al rojo vivo.
—Yo estaba realmente emocionada al principio. Mamá y la abuela no se llevaban bien, así que no la veía mucho. Ella me llevó a la puerta. Me abrazó y… se despidió. —No podía respirar cuando me recordé de eso. La sensación de las manos de mi madre en mis brazos mientras ella se inclinaba y me miraba fijamente, con sus ojos verdes extrañamente brillantes en su delgada cara—. Me dijo que no podía mantenerme a salvo nunca más. —Las lágrimas corrían libremente, sin control y en silencio sobre mis mejillas.
Peter suspiró.
 —Era lo mejor que podía hacer…
—No —le espeté—. Lo mejor que podía haber hecho era conseguir la ayuda que necesitaba. Luchar con su adicción.
Él tomó mi mejilla suavemente
. —Ella te llevó a un lugar seguro.
—¿Seguro? —Me reí de eso. Fue un sonido áspero y feo—. Es gracioso que digas eso.
Él arqueó una ceja.
—Cuando se estaba alejando, de repente se dio la vuelta. Regresó corriendo y tomó a Osito Morado. Me lo quitó. Lo desgarró justo enfrente de mí. —Todavía podía ver todos los mechones de algodón flotando en el aire.
—¿Qué demonios?
Continué con amargura, recordando cómo la observaba destruir a ese oso y sentía como si estuviera matando una parte de mí. —Me dijo que Osito Morado no podía mantenerme a salvo. Al igual que no podía ella. Que nunca debería esperarlo de nadie. Que yo tenía que cuidar de mí misma y nunca contar con nadie.
Se quedó en silencio por un momento, procesándolo.
 —Estaba tratando de ayudar…
—Sí. Sé que estaba tratando de enseñarme una lección de autosuficiencia. A pesar de que fuera así de jodida. Pero era una niña.
Peter me abrazó, su mano rozó mi espalda con caricias suaves. Lo dejé. Por un rato, de todos modos, dejé que su mano, sus brazos y su fuerte cuerpo, me consolaran, sabiendo que sería la última vez. Hizo pequeños sonidos de consuelo cerca de mi oreja. —Sé que fuiste herida —comenzó en voz baja—. También yo. Tal vez podamos ayudarnos a sanar el uno al otro.
Me separé, mirándolo con desconcierto.
Él me miraba, esperando mientras lo estudiaba. Observé a una persona igual de dañada que yo. Nadie perdía a su madre a los ocho, vivía con un hombre como su padre, y salía entero.
Me giré, tomé mi camisa y me la pase por encima de la cabeza. Frente a él una vez más, hablé de manera uniforme.
 —Desde que mi mamá me dejó he tenido un plan. Sé que suena ridículo, pero Pablo era parte de eso.
—Eso es mentira. —Se puso de pie. Indiferente a su desnudez, agarró su ropa y empezó a vestirse con movimientos duros—. Has construido una especie de cuento de hadas a tu alrededor. Supongo que la experiencia con tu madre no te enseñó una mierda.
Me estremecí.
 —¿Qué se supone que significa eso?
Se detuvo y me miró
. —No quieres a Pablo. Todavía estás buscando tu Oso Morado. Alguien que te dé una sensación de seguridad. No lo entiendes. Eso no existe. Aunque tu mamá estuviera equivocada sobre un montón de basura, tenía razón en eso. Suceden cosas malas, y no siempre va a haber alguien allí para protegerte de eso.
Negué con la cabeza.
 —¿Y qué? Se supone que sólo tengo que accionar un interruptor, alejarme de algo bueno y recibirte…
Mi mirada se posó en él.
A ti.
No lo dije, pero ambos lo escuchamos. Él entendió. Su mirada me recorrió, a través de todos mis rasgos y características, sin perderse nada. Viendo más de mí de lo que le había revelado a nadie. Todos mis defectos.
Él hizo un sonido de disgusto y se movió hacia la puerta. Al abrirla, se detuvo y se quedó ahí de pie, mirándome desde el otro lado de la habitación.
 —Ni siquiera lo puedes ver. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás.
Y luego se fue. Me quedé completamente sola.
Estaba acostada en el mismo lugar en la cama cuando Rochi y Euge me encontraron. Ellas vieron mi rostro devastado y me rodearon en la cama como gallinas cacareando. Entre lágrimas e hipidos estrangulados, se lo conté todo. Bueno, todo menos mi jodida historia y por qué no podía estar con Peter.
—No entiendo. —Euge apartó el cabello de mis hombros y cruzó las piernas al estilo indio—. ¿Por qué no puedes darle una oportunidad?
—Dormiste con él —me recordó Ro. Como si pudiera olvidarlo—. Debe de importarte.
Miré entre ambas sin poder hacer nada. No podía desnudarme hasta los huesos dos veces en un día. No podía hacerlo todo de nuevo. —Sólo confíen en mí. No funcionaría.
—Está bien. —Euge sostuvo mis manos entre nosotras, asintiendo suavemente—. Entonces te apoyamos. Decidas lo que decidas, estamos aquí para ti.
—Absolutamente —concordó Ro—. Solo dinos a quién golpeamos en las bolas y lo haremos.
Me reí, limpiándome la nariz, que moqueaba. Por la sonrisa aliviada de Rochi, ese era claramente su objetivo.
 —No. No pegues a nadie.
Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me levanté de un salto para agarrarlo, con mi traidor y estúpido corazón elevándose con la loca esperanza de que fuera Peter.
Evidentemente le iba a llevar un poco de tiempo a mi corazón ponerse al día con mi cerebro. ¿Por qué iba a querer un mensaje de él? Especialmente después de que acababa de romper con él. Um. No es que hubiéramos estado oficialmente juntos ni nada, pero te aseguro que lo sentí como una ruptura.
Vi el teléfono. El mensaje no era de Peter.

Pablo: Ya te extraño. ¿Mañana, cena?

La culpa aguijoneó mi corazón. Mientras él me extrañaba, había estado con Peter. Negué con la cabeza. Pablo y yo no lo habíamos declarado exclusivo. Y había pasado solo una vez con Peter. Y ahora todo había terminado. Era hora de seguir adelante.
Obedientemente, le escribí un mensaje.
—¿Quién es? —preguntó Rochi mientras dejaba mi teléfono y me hundía en mi silla giratoria.
—Hunter. Quiere saber si quiero ir a cenar mañana por la noche.
—¿Qué le dijiste?
—Sí.
Rochi y Euge intercambiaron miradas. Claramente, pensaban que estaba loca, y no podía estar en desacuerdo. Las palabras de Peter sonaban una y otra vez en mi mente. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. ¿Qué quiso decir con eso? Tratar de encajar todo eso me dio dolor de cabeza.
Me sentía trastornada. Finalmente tenía lo que quería. Al chico por el que había esperado casi una década, y lo único en que podía hacer era en alguien más. Alguien que estaba tan roto como yo.