domingo, 8 de abril de 2018

capitulo 4

Lali



Sabia exactamente lo que sentía por Peter. 
Y sabía porqué me sentía de esa manera. 

Lo odiaba. Odiaba lo que me hizo. 
Pero, ¿por qué demonios me odiaba él a mí? 

Me lavé la cara, llevando a cabo mis rituales matutinos, mientras pensaba en él. Peter había sido grosero anoche. Tenso. Claramente me despreciaba. Eso no era parte del plan.

Habíamos dejado cosas sin terminar, ¿pero cuál era su problema? Tenía lo que quería, ¿no?

¿Por qué estaba tan enfadado?

Sequé mi cara y me puse mis gafas, en dirección a la planta baja mientras repetía sus palabras de la noche anterior.

—¿Crees que incluso te tocaría ahora? ¿Sabes cómo solía llamarte? Sexo-fácil. Fuiste accesible cuando necesitaba una liberación.

Nunca había sido tan cruel. Ni siquiera antes de que empezáramos...

Un fuerte grito resonó por el pasillo en dirección a las escaleras, y me detuve.

—Peter, ¡bájame! —La voz de Addie hizo eco desde abajo en alguna parte. 

Crucé mis brazos sobre mi pecho, dándome cuenta de que todavía llevaba puesta mi camiseta, sin tirantes y sujetador, y Peter aún estaba en la casa. Pero los dejé caer rápidamente.

Todavía está aquí. Bien. Aquí era donde él tenía que estar, y ahora no debía hacer que Addie lo trajera de vuelta a casa. Incliné mi barbilla, enderecé mis hombros y bajé las escaleras. Al entrar en la cocina, vi a Peter de pie detrás de Addie y extendiendo su brazo por encima de su hombro para sumergir su cuchara dentro de la masa que ella estaba preparando. Su sonrisa fácil que siempre llegaba a sus ojos me detuvo en seco, y entrecerré mis ojos.

Deja de sonreír, mentalmente le ordené. Entrecerré mis ojos aún más de modo que mis cejas probablemente se estaban tocando.
Dio vuelta la cuchara y metió la sustancia viscosa que parecía chocolate en su boca mientras Addie trataba de arrebatárselo. Él se apartó, y ella intentó golpearlo en la cabeza, pero ambos estaban riéndose.

—¡No vuelvas a meter la cuchara en la mezcla, mocoso! Te enseñé mejor que eso. —Sacudió su gran cuchara de madera hacia él, salpicándose mezcla en su camisa blanca, a pesar de que llevaba un delantal.

Peter le guiñó un ojo y caminó hacia la nevera, la cuchara de plata todavía colgando de su boca, imagínate, y agarró un Gatorade.
Mi mirada se detuvo en el enorme tatuaje a través de su espalda, extendiéndose de hombro a hombro.

Y mi corazón dio un vuelco. 

¿Era mi nombre? Pero parpadeé y sacudí de mi mente la ridícula idea. 

No. El tatuaje decía "Lila". Habían distorsionado la "a" del entintado para que parecieran llamas.

Era un tatuaje hermoso, aunque, tuve que detener el pensamiento de cómo lo hacía parecer más sexy. Los tatuajes hacen más sexys a todos.

Mi madre, cuando hablaba con ella, era conocida por comentar cómo me vería a los ochenta con mis tatuajes.

Me veré impresionante.

Sus vaqueros quedaban bajos sin cinturón, y no llevaba camiseta 
como si se acabara de despertar y se hubiera olvidado de terminar de vestirse. Pero, ¿quién era yo para hablar? Estaba de pie allí con mis pantalones cortos de dormir y mi camiseta sin tirantes, luciendo mucho más indecente. Mi cabello iba en todas direcciones, se extendía alrededor de mi cara y por mi espalda con nudos y enredos.

Él estaba fresco y brillante, y yo estaba marchita.

—¡Lali! —exclamó Addie, y parpadeé—. Estás despierta. —No engañaba a nadie con el tono nervioso de su voz.

Peter estaba de espalda hacia mí, pero pude darme cuenta de que su brazo se congeló por unos momentos mientras tomaba un trago de Gatorade. Se recuperó rápidamente, sin embargo.

—Sí —arrastré la palabra—. Es complicado dormir con el alboroto aquí abajo.

Peter giró la cabeza hacia mí y me miró por encima de su hombro con una ceja arqueada. Se veía molesto.

Su mirada descendió lentamente, asimilando mi apariencia o tal vez solo tratando de incomodarme, pero mis mejillas inmediatamente ardieron de todas formas. Viajó por mi pecho, sobre mi estómago hasta que llegó a mis pies descalzos, y luego ascendió de vuelta para encontrarse con mis ojos, evidente asco en sus profundidades azules.

Sus mismas fosas nasales ensanchadas estaban allí, igual que anoche, pero su mirada se mantuvo estable. Apreté mis dientes para obligarme a respirar más lentamente. No podía enfadarme por la manera que él me había mirado. Me había preparado para no enfadarme.

Peter siempre estaba tranquilo, después de todo. Tan tranquilo todo el maldito tiempo mientras crecía. Él no gritaba o mostraba su enfado hasta que se hartaba. Y nunca sabías cuándo iba a pasar exactamente. Esa era la parte de él que daba miedo.

—Lali, Peter me sorprendió esta mañana —intervino Addie para explicar—. Pero él se va después del desayuno, ¿verdad? —le preguntó a Peter, incitándolo con sus cejas levantadas.

La miró y de regreso hacia mí, picardía y placer evidente en su expresión.

Sacudió su cabeza.

—Nah —dijo, desestimando la preocupación de Addie como si acabara de decirle que no quería postre—. Lali y yo hablamos anoche. Estamos bien. —Me miró, entrecerrando sus ojos con una sonrisa—. Tengo un infierno de verano planeado, y esta es una casa grande. ¿Cierto, Lali? Funcionaremos bien o permaneceremos fuera del camino del otro.

Asintió mientras hablaba y miraba a Addie con la misma despreocupación, inocencia, ojos amplios de mierda que le he visto usar un millón de veces.

Esta era la razón por la que Peter iba a ser un buen abogado como su padre. Las personas no pueden ser persuadidas con solo las palabras que dices. Es sobre el lenguaje corporal, el tono y el momento. Mantener tu voz natural, tu cuerpo relajado, y distráelos con un cambio de tema lo antes posible.

Aquí viene en tres, dos, uno...

—Vamos —incitó a Addie—. Está bien.

Se acercó hasta pararse detrás de ella en el mostrador, extendió su brazo y lo puso alrededor de su pecho, abrazándola estrechamente pero con sus ojos fijos en mí.

—Solo acaba con mis panqueques de chocolate. Me muero jodidamente de hambre.

—¡Peter! —susurró-gritó, regañándole pero fallando al ocultar su sonrisa.

Y eso fue todo. Él había ganado. O eso era lo que él pensaba. 

Aclaré mi garganta. 

—Sí, Peter está en lo cierto, Addie. No tengo ningún problema
con ello. Te lo dije ayer. —Vi a Peter levantar sus cejas. Apuesto a que pensó que iba a pelear con él en esto—. Y, de todas formas, me iré en una semana. Solo vine para comer y usar la piscina.

Dejé que el sarcasmo fluyera lentamente en mi tono y mantuve mis ojos fijos en los suyos. Había extrañado jugar con él más de lo que quería admitir.

—¿A dónde vas? —preguntó, apoyándose sobre sus codos en la gran isla de granito.

—Chicago. Empiezo en Northwestern en otoño. ¿Tú?

—Notre Dame —susurró, reduciendo sus labios con un toque de resignación en su voz.

No, no resignación exactamente. Aceptación. Como si hubiera perdido una batalla.

Notre Dame era la escuela de la familia. El padre de Peter, sus tíos y tías, su abuelo, todos habían ido allí. A Peter no le disgustaba la escuela, pero no podía decir si realmente le gustaba tampoco. Era difícil decir si él tenía algún sueño propio además de lo que su padre había planeado para él.

—¡Oh, es cierto! —Addie arrojó la cuchara dentro del recipiente y pasó sus manos por su delantal—. Olvidé completamente darte tu regalo de graduación. —Atravesó la cocina y sacó dos "algo" de un armario.

—Lali, no sabía si estarías aquí, pero te había conseguido uno de todos modos para enviártelo. Toma. —Le entregó tanto a Peter como a mí lo que parecían linternas. Eran de plástico negro en la parte inferior con una cápsula de cristal en la mitad superior. El fondo presentaba cinco filas del alfabeto.

—¡Un criptex! —Le sonreí mientras Peter observaba el suyo como si fuera un bebé extraterrestre.

—Pero... —Frunció el ceño—. Sabes que solo quería verte en bikini —le dijo a Addie.

—Oh, cállate. —Ella agitó su mano.

—¿Qué es esto? —Su ceño seguía fruncido mientras observaba la pieza de rompecabezas.

—Es un criptex —explicó Addie—. Tienes que resolver el acertijo grabado en el fondo, e indicar la respuesta de cinco letras para abrir la ranura. Entonces puedes obtener el regalo dentro.

Peter leyó el suyo en voz alta.

—"Por la noche aparecen sin ser atraídas, y por la mañana desaparecen sin ser robadas". ¿Qué son? —Sus ojos van rápidamente hacia Addie—. ¿En serio?

Echó hacia atrás su brazo, levantando el criptex por encima de su cabeza, cuando Addie extendió la mano y lo agarró.

—¡No, no te atrevas! —gritó, mientras él fruncía el ceño en burla hacia ella—. ¡No lo rompas! Usa tu cerebro.

—Sabes que no sirvo para estas cosas. —Pero luego empezó a indicar letras, tratando de adivinar la respuesta.

Leí la mía para mí. "¿Qué se pone más mojada cuanto más secas?"

Por favor. Me reí disimuladamente e indique toalla. El criptex se abrió, y saqué una tarjeta de regalo para una tienda de patinaje que solía frecuentar en la ciudad.

—Gracias, Addie —dije emocionada, porque no quería contarle que ya no patinaba.

Miré a Peter, quien todavía estaba trabajando con su rompecabezas con una ceja arqueada. Se estaba esforzando, y cuanto más se esforzaba más tonto se iba a sentir. Caminando hacia él, tomé el criptex de sus manos, quedándome sin aliento por un momento cuando mis dedos rozaron los suyos.

Miré el rompecabezas y hablé en voz baja mientras indicaba.

—"Por la noche aparecen sin ser atraídas, y por la mañana desaparecen sin ser robadas". —Se abrió, y encontré sus ojos observándome, no al criptex—. Estrellas —dije, casi en un susurro.

Él no respiraba. La severidad apareció en sus ojos mientras se cernía sobre mí recordándome las muchas veces que lo había mirado, queriendo cosas que estaba asustada de pedir.

Pero ahora éramos diferentes. Solo quería su dolor, y a juzgar por la chica que había traído a casa anoche, Peter seguía siendo el mismo. Un egoísta.

Entorné mis ojos, intentando parecer aburrida, mientras empujaba el ahora abierto criptex de vuelta hacia él.

Tomó una respiración profunda y sonrió, su intensa concentración desaparecida.

—Gracias. —Entonces se volvió hacia Addie—. ¿Ves? Nos estamos llevando bien.

Y se marchó por las puertas corredizas de cristal que conducían al patio y a la zona de la piscina con su tarjeta de regalo para ir a la pista de carritos motorizados.

Tragué saliva, intentando calmar el torbellino en mi estómago.

—Así que, ¿ya está? —pregunté a Addie—. Lo estás dejando quedarse, ¿después de todo?

—Dijiste que estabas bien con eso.

—Lo estoy —me apresuré a añadir—. Simplemente... simplemente no quiero que te metas en problemas con el jefe.

Ella me dio una media sonrisa y empezó a verter la mezcla sobre la plancha.

—¿Sabes que Peter ha empezado a tocar el piano de nuevo? — Sus ojos permanecían fijos en su tarea.

—No —respondí, preguntándome sobre el cambio de tema—. Su padre debe de estar encantado.

Peter había tomado clases de música desde los cinco años, específicamente de piano. Jason Lanzani quería que su hijo fuera hábil, pero cuando Peter cumplió los quince, alrededor de la época en que mi madre y yo nos mudamos, se dio cuenta de que su padre en realidad solo quería que tocara en público. Algo más de lo que el Señor Lanzani pudiera alardear y mostrar.

Así que Peter lo había dejado. Se negó a aprender y amenazó con destrozar el piano si no lo apartaban de su vista. Lo habían bajado al sótano donde estaba mi rampa Half-pipe.

Pero siempre me había preguntado...

Peter amaba tocar. Era una liberación para él, o parecía serlo. Por lo general solo practicaba en las lecciones requeridas, pero tocaba voluntariamente el piano cuando estaba molesto o muy feliz.

Después de que lo dejara, empezó a hacer cosas estúpidas sin esa liberación: salir con el cretino de Nicolas Riera, intimidar a Eugenia Suarez, entrar al colegio para robar partes de coches, algo que nadie sabía además de mí.

—Oh, dudo que su padre lo sepa —continuó Addie—. Peter todavía no interpreta o toma clases. Es más como en la oscuridad de la noche cuando toda la casa está dormida o nadie puede verlo o escucharlo. —Se detuvo y me miró—. Pero yo lo escucho. El ligero sonido de las teclas surgiendo del sótano. Es muy débil. Casi como si fuera un fantasma que no puede decidir si quedarse o irse.

Pensé en Peter tocando solo abajo en la oscuridad de la noche. ¿Qué tipo de canciones tocará? ¿Por qué lo hacía?

Y entonces me acordé del Peter de anoche. Él había insinuado que yo era una puta barata.

Y mis acelerados latidos se redujeron a un ruido sordo.

—¿Cuándo volvió a tocar otra vez? —pregunté, mirando hacia el patio donde él estaba hablando por teléfono.

—Hace dos años —dijo en voz baja—. El día que te fuiste.

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