viernes, 13 de abril de 2018

Capitulo 12


Lali







Ya era suficiente. No podía permitirle que siguiera afectándome tanto. Cierto, Peter había crecido. No había dudas de aquello. Era inteligente, divertido, y más atractivo que nunca. Parecía que se preocupaba por sus amigos, y algún día, podría incluso ser un buen marido y padre.

Simplemente no era la chica adecuada para él, y ciertamente, él no lo era para mí. Me había tenido y me había olvidado. Ahora, quería irme de esta casa por mi propia voluntad con la cabeza bien alta. 

No sería como una rata en una jaula, vestida como mi madre quería o un juguete con el que Peter jugara cuando le daba la gana. Nunca querría ser como ella y acabar con su vida.

Jason Lanzani engañaba a su esposa... constantemente. Aunque mi madre también lo engañaba. Lo había descubierto, no es que lo hubiera dudado de todas formas, por mis propios medios.

Su matrimonio era vacío y superficial, y Peter había crecido consciente de su derecho innato. Sabía que podía hacer lo que quería, cuando quería, y si a la chica no le gustaba, otra vendría para sustituirla.

No sería una más en esa lista.

Salí con dificultad del agua, temblando cuando el aire golpeó mi piel mojada. Euge se recostó en sus manos, con sus piernas flexionadas y vestía un bikini ligeramente más modesto que el mío. Me habría puesto un bañador de una sola pieza si hubiera sabido que iba a venir un niño. Nico yacía de espaldas al lado de ella con una mano en su muslo y los ojos cerrados. Lucas estaba comiendo una manzana y unas galletas de mantequilla de cacahuete.

—Así que, ¿qué pasa ahora? —le preguntó Peter a Nico y Euge mientras agarraba una toalla y me la lanzaba. La cogí justo a tiempo para evitar que me golpeara en la cara.

Nico suspiró con un "Allá vamos".

—Le pedí que se viniera a vivir conmigo —admitió, y levanté mis cejas.

Peter dio un resoplido. —¿Y te lanzó sus zapatos? A mí me suena como a matrimonio. 

—En Chicago —aclaró Euge con una aguda voz de regaño—. Me
pidió que me mudara con él en Chicago. Le dije que quería estar más cerca de mi padre, así que voy a ir a Northwestern en vez de Columbia. Entonces me dice que no quería ir a Nueva York de todas formas y que quería quedarse por aquí para estar cerca de Yeyo.

Peter se entretuvo sacando botellas de agua de la nevera. —Eso está bien. Ambos ganan. ¿Cuál es el problema? 

—El problema es —intervine por Euge, y me giré hacia Peter—,
que él no se lo dijo. Él ya tenía sus propios planes en los que no la involucraba.

—Ella hizo lo mismo —argumentó él de vuelta.

—Pero suena como que él nunca quiso ir a Nueva York —levanté mi voz, y pude sentir los ojos de Euge y Nico sobre mí—. Ahora ella siente como si lo hubiera presionado o que está haciendo que él haga algo que no quiere.

Peter puso los ojos en blanco. 

—Tápate los oídos, Lucas. 

Lucas obedeció, y Peter miró al grupo, encontrándose con los
ojos de todos.

—Mira, lo siento, Euge, pero llevas viviendo en una jodida isla de magdalena de arcoíris rociado de azúcar si realmente pensaste que Nicolas Riera iba a mudarse a la ciudad de Nueva York. La gente no conduce allí. ¿Cómo se supone que va a estirar sus piernas? ¿Siquiera sabes cuánto le costaría aparcar un coche allí?

Los ojos de Nico seguían cerrados, pero su pecho temblaba con una risa silenciosa que fue lo suficientemente listo de mantener para sí mismo.

La mandíbula de Euge estaba abierta, y no en la forma de guau-eso-realmente-tiene-sentido. Era más como qué-idiota-voy-a-darle-una-patada-voladora. No estaba del todo segura, pero Peter probablemente sintió el calor del fuego de su mirada detrás de sus gafas de sol.

Levanté mi mano.

—Así que, ¿estás diciendo que su coche es más importante que ella? —le grité a Peter.

Dejó escapar un suspiro y caminó por detrás de mí, parándose en mi espalda y tapando mi boca con su mano.

Podía escuchar la sonrisa en su voz cuando le habló a Nico y Euge.

—Así que ambos estarán en Chicago. Estaré a solo a una hora y media de distancia en Notre Dame. Todos ganamos.

***

Alrededor de las cuatro en punto, Nico y Euge se fueron a darle la noticia al padre de ella sobre su cambio de planes de la universidad, y Peter y yo llevamos a Lucas a casa a tiempo para la cena.

Peter condujo los giros y vueltas de las tranquilas carreteras en dirección a nuestra, su, casa, y ninguno de los dos rompió el silencio. La tensión era tan espesa como el barro mojado, y no sabía qué estaba en su mente. Normalmente era todo un charlatán. Ahora parecía casi estoico mientras estaba distraído en la carretera y aceleraba por la autopista negra. Los árboles se alzaban a ambos lados, haciéndome sentir como si estuviéramos en una cueva.

—Lali —empezó a decir, y lo miré—. Ya no tenemos dieciséis años.

Me quedé observando, sin saber qué quería decir. 

—Lo sé. 

Tiró hacia abajo la palanca de cambio, poniéndolo en sexta
marcha. Entre el hecho que estaba mirando fuera de la ventana y el parabrisas delantero y no mirándome a los ojos, parecía incómodo como el infierno.

—Creo que nos llevaremos mejor si maduramos. Puedes quedarte durante el verano si quieres.

¿Qué? ¿Hablaba en serio? Cuando no reveló que fuera broma, solo desvié mi mirada hacia la ventana.
No quiere que me quede, pensé para mí misma. O tal vez sí quería.

—Sí, sexo a tu disposición, ¿cierto? —Sentí el revoloteo en mi estómago aliviarse cuando me di cuenta de por qué probablemente quería que me quedara.

Sacudió su cabeza. 

—No quise decir eso. 

Sí, claro. ¿Por qué otra razón me querría a su alrededor? Era posible que hayamos aclarado algunos malentendidos, pero él todavía me veía como mercancía dañada. No lo suficientemente buena, justo como mi madre dijo.

Y a mí no me gustaba mucho, tampoco. Incluso si realmente quería que me quedara, ¿querría sufrir de su compañía todo el verano?

—Si quisiera un coño, lo conseguiría, Lali —dejó caer—. Pero, ¿qué puedo decir? De alguna manera me gusta tenerte por aquí, supongo. Y sé que te gusto también. Por mucho que intentes ocultarlo, todavía te excito. Así que para de actuar como si no te gustara.

Apreté mis dientes mientras él pulsaba el botón en el control remoto de su visera, abriendo la puerta de su comunidad.

¿Estaba siendo serio? ¿No se daba cuenta que solo porque dos personas se lo pasaban bien en la cama no significaba nada? ¡La gente iba a bares, se conocían la una a la otra durante una hora y se iban a casa juntos! Una cosa no tenía nada que ver con la otra.

—¿Sabes qué es lo que realmente no me gusta? —resoplé, saliendo de su GTO cuando lo aparcó en frente de casa—. ¡Odio tu coche! Sus asientos son demasiado bajos, hay demasiados puntos ciegos ¡y parece un Chevy Cavalier que te hubiera costado la mitad de dinero que este residuo metálico!

Corrí hacia el interior de la casa, escuchando su risa detrás de mí. 

—Parecía encantarte anoche cuando gritabas mi nombre. 

¿A quién estaba engañando? Tendría más éxito intentando
meterme una rama de árbol en mi culo que convencerme a mí misma de que no me gustaba. Pero, ¿a quién le importa, cierto? Sí, me gustaba. Pues claro, ¿a quién no le gustaría? Podría disfrutar esto. Solo una vez más. Simplemente tenía que tomar el control, eso es todo.

Saltar dentro de la ducha, lavarme y salir de ella me tomó menos de dos minutos. Mis manos estaban temblando un poco, y estaba parpadeando mucho, algo que hago cuando estoy intentando no pensar. Me puse mi ropa interior de encaje negro y un sujetador de satén vintage de color rosa pálido. En realidad era solo un sujetador en el sentido de que cubría mis pechos, pero no los soportaba. Era flojo como una combinación que ha sido cortada justo por debajo de la zona del seno.

Le iba a encantar a Peter. 

No solo era sexy, sino que era fácil de manejar. No tenía que quitarla para tener sus manos donde él quisiera.

Soltando mi cabello, lo ahuequé, dejándolo un poco enmarañado, a Madoc parecía gustarle de esa forma, y me apliqué un poco de rímel y color a mis labios. Antes de salir por la puerta, cogí mis gafas negras de pasta de la mesita de noche. El pasillo estaba oscuro mientras recorrí los pocos metros por el pasillo hasta la habitación de Peter. Deslizándome dentro, escuché el agua de su ducha caer, y sonreí mientras me dirigía a su cama.

Bien. 

Quería estar aquí antes de que saliera. Por una vez, quería sorprenderlo.

Me senté en el borde, apretando mis dientes para contener mi sonrisa. El calor corrió por mis venas, y los dedos de mis pies se curvaron en la alfombra beige mientras ponía las palmas boca abajo en la cama al lado de mis caderas.

¿Cómo debería hacer esto? Doblé mis piernas varias veces de diferentes maneras, intenté un montón de diferentes posturas, pero todo parecía antinatural. Piernas abiertas, no abiertas. Inclinada sobre mis manos, acostada de lado. Todo aquello era estúpido. Peter se iba a reír.

Bien, quizás no, pero aun así...

Esta noche todo iba a ser a mi manera, me recordé a mí misma. No quería que él me dominara. Decidí dejar mis pies apoyados en el suelo, piernas juntas y mis manos dobladas en mi regazo.

El agua se apagó, e intenté que mis latidos se rebajaran a un ritmo normal.

Peter salió del baño, con una toalla negra alrededor de su cintura, e inmediatamente puso sus ojos sobre mí.

Sus ojos me recorrieron, y su boca se cerró de golpe. Parecía intenso y un poco enfadado.

Por un momento me asusté, preocupada de que hubiera sobrepasado mis límites viniendo aquí después de que él había invadido mi espacio numerosas veces, pero luego miré hacia abajo. 

El bulto debajo de su toalla estaba creciendo. Doblé mis dedos e intenté no sentirme orgullosa, pero era imposible.
Mi confianza me impulsó como un par de tacones de quince centímetros.

—Estás enfadado —me burlé, inclinándome hacia atrás sobre mis manos—. Cambié el juego.

Se acercó más a mí, sus pasos parecían los de un depredador. 

—No estoy enfadado, realmente. Solo sorprendido. 

—Pero, has tenido a otras chicas en esta cama, ¿no? —pregunté—.
¿Por qué no yo?

En realidad no había pensado en ello hasta el momento en que hice la pregunta, pero era verdad. Peter se había acostado con otras chicas en esta cama, en esta habitación. Probablemente.
Pero nunca conmigo.

—¿Es eso lo que quieres? —Su era voz, sensual y sexy, jugaba conmigo.

Pero vacilé. ¿Quería eso? 

—Tú no hacías el amor con las chicas en esta cama —supuse—. Tú
te las follas.

Ellas estaban dentro, y entonces fuera, solo para ser sustituidas por otra.

Podría hablar conmigo misma en la cima de una colina para darme cuenta de que todavía estaba a los pies de la montaña.
No quería ser usada, olvidada, y sin nombre.

Él tenía razón. ¿Qué demonios estoy haciendo? Miré a todos lados menos a sus ojos, insegura de donde estaban las respuestas o incluso cuales eran mis preguntas después de todo

Peter y yo podríamos echar un polvo esta noche. Podría salir de aquí en vez de ser echada... pero, ¿qué habría Peter perdido realmente?

Nada. Practicar sexo con él y después dejarlo no le hacía daño en absoluto. Parpadeé largo y duro, viendo finalmente lo estúpida que había sido. Así que me levanté, con lágrimas picando en mis ojos, y me tragué el nudo en mi garganta.


—No, supongo que no es eso lo que quiero después de todo — susurré y pasé por delante de él saliendo por la puerta.

—¿Lali? —le escuché llamarme, confusión entrelazada en su voz. Pero ya me había ido. 

Corriendo por el oscuro pasillo, me lancé en mi propia habitación, poniendo mi pestillo, bloqueándola. Me desplomé contra la puerta, respirando con dificultad, y cerrando mis ojos para no dejar salir mis lágrimas.

No había llorado durante años. Siempre era capaz de detenerlo, de tragármelo.
Puedes hacerlo, me dije. Solo hazlo. Antes de que hagas cualquier otra cosa estúpida.

Mi teléfono estaba encima de la mesilla de noche, y abrí mi último mensaje.

Lo publicaremos cuando estés lista.

Hacía tres días que había llegado aquel mensaje. Mis dedos débiles marcaron mi respuesta.

—¿Lali? —Peter tocó en la puerta, y paré de escribir. 

—Solo déjame sola —ordené, hablándole a la puerta cerrada. 

—No. 

¿Disculpa? 
Levanté mi voz para responderle. 

—Me dijiste que cerrara la puerta para mantenerte fuera, idiota.
Eso es lo que estoy haciendo.

—¡Te dije eso cuando tenía dieciséis y tenía palillos por brazos! —Su voz amortiguada se hizo más fuerte—. Tengo músculos ahora — continuó—. ¡Y esta puerta será leña en cinco segundos si no la abres!

Corrí y abrí la puerta. 

—¡No te atreverás! 

—¿Cuál es tu problema? —Pasó junto a mí en la habitación, volviéndose para enfrentarme—. Pasamos un buen día. Y tenía una noche incuso mejor planeada, empezándola en el jacuzzi.

Por supuesto que sí.

Cerré la puerta detrás de él, sacudiendo mi cabeza y dejando escapar una risa amarga.

—Te dije que me dejaras en paz. ¿Por qué no puedes solamente hacer eso? —Mi tono permaneció estable, pero los músculos de mis brazos y piernas estaban tensos cuando caminé más allá de él.

Me agarró del codo, poniéndonos cara a cara.

—Entras en mi habitación, vestida de esa manera. —Hizo un gesto hacia arriba y abajo por mi cuerpo—. Y entonces te vas, ¿esperando que no me pregunte qué demonios está pasando por tu cabeza?

—¿Acaso importa? No es que te preocupes. Sobre nadie excepto tú mismo, de todas formas.

Tiré de mi brazo y caminé hasta un lado de la cama, poniendo una distancia prudente entre nosotros.

Sus cejas estaban fruncidas por la confusión, como si no entendiera a donde quería llegar. ¿Por qué lo haría? Había hecho un completo cambio de postura desde antes, dejándole seducirme, y entonces había cambiado el juego y traté de seducirlo para demostrar que podía. Fracasé completamente, y ahora lo estaba alejando. Estaba confundido y debería. Yo lo estaba. Había pensado que sabía exactamente que quería que pasara cuando regresé aquí.

—¿De dónde diablos viene todo esto? ¿Es sobre la pregunta de las otras chicas en mi cama? —preguntó avanzando hacia mí.

Se me escapó un pequeño y silencioso suspiro, y con él, mi plan. 

—No importa. 

—Podría preguntarte sobre otros chicos, pero no lo hago. —Tenía una expresión enfadada—. ¿Quieres saber por qué no? Porque me importaría. ¿De verdad quieres saber cuántas chicas he tenido en mi cama? ¿Con cuántas chicas me he acostado?

¿Le importaría?

—No, no lo quiero saber. No tenemos una relación —reprimí.

Peter se quedó inmóvil, su cara endureciéndose más y su barbilla un poco elevada, pero por lo demás su cuerpo era una piedra. No sabía si estaba enfadado, herido, confuso o molesto.

Pero sabía qué estaba pensando. Miré su gran cuerpo, sus pantalones de pijama negros colgando debajo de sus caderas, lo vi caminar por mi habitación, tomar mi gran silla acolchada gris, y llevarla para sentarse en frente de mi espejo de cuerpo entero.

—Ven aquí —demandó, y doblé los dedos de mis pies, quedándome plantada donde estaba.

Cuando no me moví, suavizó su voz: —¿Por favor? —pidió.

Se sentó en la silla y me miró a través del espejo, esperando. Se inclinó hacia atrás, repantigado, con sus piernas a un pie de distancia. Su pecho resplandecía suavemente en la tenue luz de la habitación, y tuve que lamer mis labios porque estaba sedienta de repente.

¡Esto es ridículo! Puse mis manos sobre mis caderas, intentando mirar hacia otro lado, pero siempre volviendo a su mirada.
Lo que sea, que le den.

Dejé caer mis manos, y fui lentamente, intentando parecer aburrida. Peter cogió mi muñeca y me atrajo hacia la parte delantera de la silla, tirándome hacia su regazo.

—¡Eh! —protesté, tratando de volver a ponerme de pie, pero sus manos seguían en mi cintura.

—Confía en mí.

Resoplé, pero me detuve, aunque solo fuera para ver a donde quería llegar.

—¿Qué quieres? —gruñí, moviendo mi trasero poco a poco hacia su cuerpo, porque estar a horcajadas sobre su muslo era... sí.

—Mira. —Levantó su barbilla—. Mira al espejo. ¿Qué ves? 

—¿A qué te refieres?

¿Qué demonios?

—¡Abre los ojos! —gritó, erizando todo el vello de mi cuerpo.

Mierda. Sí, nunca podrías decir cuando Peter iba a ir de lo amable a lo escalofriante, pero siempre sucedía repentinamente.

Alcanzando mi barbilla, la movió hacia el espejo, y contuve mi aliento.

—¡¿Qué es lo que ves?! —gritó. 

—¡A ti y a mí! —exclamé—. ¡A Peter y Lali! 

Mi corazón estaba desbocado. Lo miré a través del espejo. Me senté a un lado de su regazo, así él podía ver desde el otro lado, y nos miramos el uno al otro, mi pecho subiendo y bajando con más urgencia.

—Eso no es lo que veo —dijo en voz baja—. Esos nombres no significan nada para mí. Son simples y huecos. Cuando estoy contigo, no veo a la hija de la puta caza fortunas y el señor irlandés de la droga o al hijo del deshonesto abogado y la Barbie vegana.

Casi quise reírme. Peter tenía un modo irónico de mirar el mundo.
Pero él no estaba sonriendo. Tenía el ceño fruncido.

 Estaba hablando muy en serio, y sabía por experiencia propia que estos momentos auténticos eran poco y distantes entre sí.

Alzó una mano, enroscándola en mi cabello mientras la otra descansaba sobre la silla.

—Veo todo lo que quiero durante tanto tiempo como pueda tenerlo —continuó—. Veo a una mujer que tiene el ceño pequeño más bonito como si tuviera dos años y le hubieran dicho que no podía comerse un caramelo. Veo a un chico que fue y consiguió un piercing en el pene, porque quería vivir en su mundo aunque fuera por solo un momento.

Cerré mis ojos. No me hagas esto, Peter.

—Veo a una preciosa mujer con un cuerpo de infarto y al chico al que vuelve loco deseándola.

Sus manos se movieron a mi cuello, acariciándolo arriba y abajo.

—Veo mil noches de encimeras, duchas, piscinas y sofás donde él va a follarla hasta que grite. —Bajó su voz hasta un suspiro—. Veo sus ojos y cómo se ven cuando ella se corre.

Mis pezones se endurecieron, y tuve que empezar a inhalar con fuerza. Abriendo mis ojos, pude ver sus ojos Verdes, brillando como cristales, mirándome.

—Veo al chico que se volvió tan loco cuando ella se fue que arrancó toda la mierda de sus paredes, pensando que le odiaba.

Mi rostro se quebró, y mis ojos se humedecieron; el nudo de mi garganta se había hecho demasiado grande para que pudiera tragármelo.

—Peter...
—Veo —me interrumpió, arrastrando su mano sobre mi estómago y dentro de mi sujetador de encaje—, el cuerpo del cual él chupó la lluvia anoche y que quiere en su boca ahora mismo, porque, nena, lo estás torturando.

Se inclinó hacia adelante, besando mi brazo superior con besos sensuales y suaves, arrastrándolos hasta mi espalda. Puso mi cabello sobre mi hombro, hundiendo sus labios en mi columna vertebral y ascendiendo mientras dejaba caer mi cabeza sobre su hombro.

—Peter... —jadeé, hormigueo extendiéndose por mi espalda. Sus labios... oh Dios mío, sus labios. Ambas manos fueron bajo mi sujetador, amasando y apretando mientras empecé a frotar mis caderas contra él.

—Maldita sea, mírate. —Su voz sin aliento provocó que mi sexo se apretara.

Abrí mis ojos, viendo lo que él veía.

Una chica joven en ropa interior, sentada sobre el regazo de un hombre que tenía sus manos dentro de su sujetador. Nuestros ojos se  encontraron, y el calor me hizo querer desgarrarlo con los dientes. Lo deseaba.

Joder, lo deseaba.

Acurrucando mi cabeza con la suya, mantuve mis ojos en él a través del espejo mientras agaché mi mano y la deslicé dentro de mis bragas. Sus ojos se volvieron afilados como agujas mientras me miraba.

Separé mis piernas y gentilmente recorrí mi calor con mis dedos, 
observándolo mirarme.

Se inclinó hacia atrás, sin dejar de acariciar mi espalda con una mano mientras me comía con la mirada.

Tener sus ojos en mí, tan interesado, estaba haciendo cosas en mi cuerpo que no esperaba. Peter solía tener prisa siempre, y anoche pulsó el acelerador a fondo.

Pero ahora parecía como si fuera el dueño de la habitación. Me miraba como si le perteneciera y no tuviera prisa por poseerme antes de que saliera el sol.

Levantándome, deslicé mis manos hacia abajo por los lados de mis bragas y me las quité, dejando que se deslizaran solas por mis piernas. Sus manos se apretaron en puños donde colgaban en el apoyabrazos, y lo vi endurecerse a través de sus pantalones. Su cuerpo me necesitaba, y mi clítoris estaba palpitando. Una vez. Dos veces. Tres. 

Maldita sea. Todo acerca de Peter era intenso y me hacía sentir bien.

—Yo... —Quería decirle que no lo odiaba. Que pensaba en él. Que lo sentía. Pero las palabras no vinieron—. Peter, yo... —Dejé escapar un suspiro—. Te quiero aquí.

Y me senté en su regazo de espaldas, frente al espejo. 

—Te quiero de esta manera. 

Una pequeña sonrisa tiró de las comisuras de sus labios, y después jadeé mientras puso una mano en la parte delantera de mi cuello y me atrajo hacia él.

Nuestros labios se juntaron, moviéndose la una sobre la otra. 

Entonces levanté mi mano y deslicé mis dedos dentro de su suave y corto cabello, besándolo como si fuera la única cosa que alguna vez hubiera necesitado para sobrevivir. Sus manos se deslizaron bajo mi estómago y me separó ambas piernas para descansarlas en el exterior de sus muslos.

—Peter —susurré, suplicando—. Estoy ardiendo.

Tomé su mano y la conduje entre mis muslos, aspirando cuando sus dedos se deslizaron dentro de mí.

Oh, Dios, sí.

Sus manos se movieron, mi humedad facilitándole entrar y salir, pero el fuego en mi estómago me tenía tan hambrienta que empecé a frotarme contra su mano.

—Peter.

—Me encanta cuando dices mi nombre. —Echó su cabeza hacia atrás, y su pecho se elevó más rápido. 

Parecía estar disfrutando de esto aunque no lo estuviera tocando. ¿Le estaba gustando tanto tocarme?

Mis caderas se mecían contra su mano, y por primera vez en dos años, quise cosas. Quería esto. Lo quería a él. Y lo quería todo de nuevo.

Pero sabía que no lo podía tener. Sabía que esto era todo lo que seríamos.

Esta sería la última vez que me haría el amor. La última vez que lo 
besaría.
La última vez que me querría.

Y quería enterrar mi cara en mis manos y gritar que no tenía que hacer esto. No tenía que alejarme, pero solo era demasiado entre nosotros a lo que hacer frente.

En cambio, me levanté y me volví, montándolo a horcajadas frente a él. Recorriendo abajo el lado de su cara con mis dedos, mantuve mí voz baja por miedo a que no fuera capaz de contener las lágrimas.

—Quiero verte. —Me dolía tanto la garganta que apenas podía respirar—. Quiero besarte cuando te corras.

Me incliné sobre mis rodillas, dándole espacio para que se quitara los pantalones. Antes de que se los quitara totalmente, cogí un condón de dentro del bolsillo.

Sonrió. 

—¿Cómo sabías que tenía uno ahí? 

—Porque eres un confiado hijo de puta —susurré con voz ronca, sin sonar sarcástica ni lo más mínimo.

Puse el condón en su mano antes de envolver mis hambrientos brazos alrededor de su cuello y besarlo con fuerza. Sus labios trabajaron sobre los míos, y no nos separamos mientras se ponía el condón detrás de mi espalda. Balanceando mis caderas, me froté contra su gruesa dureza, sintiendo el fuego volverse más y más pesado mientras el pulso en mi clítoris latía más y más fuerte.

—Ahora, Lali —exhaló, dejando caer su cabeza hacia atrás contra la silla. 

Vacilé al escuchar mi nombre. Él solía llamarme "nena".

—Di mi nombre otra vez. —Me senté sobre su polla, y ambos cerramos los ojos con la sensación.

Me sentí llena.

—Lali —jadeó.

—¿Quién te está besando en este momento? —Puse besos suaves a lo largo de su mandíbula, chupando lentamente y mordiendo hasta que se gimió.

—Jesús —jadeó. 

—No soy Jesús. 

Se rió. 

—Lali. —Y levantó su cabeza y me miró directamente mientras
que lentamente subía y bajaba por su longitud.

Subí muy lentamente, mirando a sus ojos mientras él observaba mi cuerpo moverse sobre suyo.

Y hacia abajo, tomándolo, sorprendida en cómo cerraba sus párpados por la sensación. Nunca había hecho esto antes. Nunca estuve encima, y él se sentía tan bien de esta manera.
Quiero decir, él siempre se sentía bien, pero el ángulo que tenía en la silla me permitía tenerlo tan profundo.

Podía sentirlo frotando las paredes de mi interior. Ese piercing me hacía querer deslizarme lento y acelerar, pero también me hacía no querer parar nunca.

—¿Quién te está montando? —Sostuve su cara, mis pulgares en sus mejillas y mis dedos sobre su nuca.

—.Lali —Se filtró fuera de su boca como una bala en cámara lenta. 

Mi respiración se quedó atrapada en mi garganta cuando envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y nos levantó, guiando mis piernas alrededor de su cuerpo. Aire entraba y salía de mis labios mientras él permanecía ahí, su boca tocando la mía.

—No vas a conseguir ganar este juego, Lali. Aunque me gusta cómo juegas.

Me estrelló contra el espejo, hundiendo su boca en la mía antes de dejar caer mis piernas. Dios, su beso me quitó la respiración, pero no me importaba que no pudiera respirar.

Tan pronto como mis pies tocaron el suelo, me dio la vuelta y tomó mis senos, enterrando su boca en mi cuello.

Lo observé en el espejo, y ya me importaba un comino no poseerlo o dominarlo.

Aunque quería controlar esto, estaba claro que no tenía el control ahora mismo. Hasta que él dijo.

—¿Por qué me vuelves tan loco, Lali? —Su respiración era desigual, y sus manos y labios se movieron duro y rápido—. ¿Por qué tienes que ser tú?

Y ahí fue cuando me di cuenta de que no estaba intentando dominarme. Estaba desesperado. Yo tenía el control.

—Peter —susurré, girando mi cabeza y fusionando mis labios con los suyos.

Separándome, abrí mis piernas y me incliné hacia delante en el espejo.

—Por favor, te necesito. —Pude sentir su calor en el interior de mi pierna.

Peter se colocó y se deslizó dentro de mí. Me mordí el labio con el dulce dolor de su profundidad.

—Se siente tan bien. —Fue apenas un susurro mientras sentí que el resto de mis entrañas se desmoronaban alrededor de su gruesa longitud dentro de mí.

Y entonces él cerró sus ojos y echó su cabeza hacia atrás, su voz temblorosa.

—Vas a arruinarme, Lali.

No más de lo que tú me arruinaste.



8 comentarios:

  1. Cero polemico, lo amo...

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  2. Ohoh porfavor subiii una maratón por ser finde!!!

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  3. Ayyyyyyyyyyyy por dioa peteeeeeeerrrrrrrrrrrrr!!!!! Quiero mas!

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  4. Mas mas mas mas mas mas mas mas

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  5. Va a ser al pedo q te pida otro cap no? No me lo vas a subir mala!��������

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  6. Decime q haces maraton!

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  7. Que va a publicar? Ay Dios esto me suena a q lali se la va a mandar ��

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  8. Anais! Donde te metisteeeeee

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