jueves, 12 de noviembre de 2015

capitulo 1





Tres meses después… 

Peter

El último escalón se encontraba roto. Necesitaba poner el arreglo de eso en el tope de mi lista de prioridades. Alguno de los chicos bajaría corriendo y terminaría con un tobillo torcido, o peor, una pierna rota, si lo ignoraba. 

Pasando por encima de este, realicé el resto del camino hacia arriba por la escalera del remolque de mi mamá. Pasó una semana desde que vine y comprobé como iban las cosas. 

El último novio de mi mamá bebía, y terminé golpeándolo cuando le dijo idiota a mi hermana de siete años, Aleli, por derramar su vaso de jugo de naranja. Reventé su labio. 

Mamá me gritó y dijo que me fuera. Me imaginé que una semana sería tiempo suficiente para que ella lo superase. La puerta de tela metálica se abrió y me saludó una gran sonrisa sin dientes.

 —¡Peter está aquí! —gritó Cristobal, mi hermano de ocho años, antes de envolver los brazos a mis piernas.

 —Hola, amigo, ¿cómo estás? —pregunté incapaz de devolverle el abrazo. 

Mis brazos se encontraban llenos de las provisiones para la semana. 

—Trajo comida —anunció León, mi hermano de once años, mientras salía y se extendía por una de las bolsas que llevaba. 

—Las tengo. Hay más en el jeep. Ve a buscarlas, pero cuidado con el último escalón. Está a punto de salirse. Tengo que arreglarlo.

 León asintió y corrió hacia el Jeep.

 —¿Me trajiste desos cereales que me justan? —me preguntó Alelí mientras entraba en la sala de estar.

 Alelí tenía un retraso en su desarrollo del habla. Yo culpaba a mi madre por su falta de cuidado. 
  
—Sip, Alelí, te traje dos cajas —le aseguré, y caminé a través de la gastada y descolorida alfombra azul, para apoyar las bolsas en el mostrador de la cocina. 

El lugar apestaba a humo de cigarrillo y suciedad.

 —¿Mamá? —llamé. 

Sabía que se encontraba aquí. El viejo Chevelle destartalado que conducía se hallaba en el patio. No la iba a dejar evitarme. Adeudaba el alquiler. Necesitaba cualquier otra boleta que podría haber llegado en el correo.

 —Está dumiendo —dijo Alelí en un susurro. 

No pude evitar fruncir el entrecejo. Siempre dormía. Si no dormía, se encontraba fuera bebiendo. 

—El idiota la dejó ayer. Se ha escondido desde entonces —dijo León mientras ponía sus alimentos junto a los míos.

 Hasta nunca. El hombre era un vago. Si no fuera por los chicos, nunca vendría a este lugar. Pero mi mamá tenía la custodia completa porque en Alabama, mientras tengas un techo y no abuses de los chicos, entonces te los puedes quedar. Es una jodida mierda.

 —¿Compraste litos de leche
preguntó Alelí asombrada, mientras sacaba los tres litros de leche de una bolsa de papel.

 —Claro que sí. ¿Cómo te vas a comer dos cajas de Fruity Pebbles si no tienes nada de leche? —pregunté agachándome para mirarla a los ojos. 

—Peter, no creo que pueda beder todo. —Mierda, era linda. Agité sus rulos y me levanté. —Bien, entonces creo que tendrás que compartir con los chicos. 

Alelí asintió seriamente como si coincidiera con que era una buena idea.

 —¡Compraste rollos de pizza! ¡SÍ! —ovacionó León mientras sacaba una gran caja de su comida favorita y corría hacia el congelador con esta. 

Verlos emocionarse por comida hacía que todo estuviera bien de nuevo. Cuando tenía su edad, había pasado semanas sin nada, salvo pan blanco y agua.

 A mamá no le importaba si comía o no. Si no fuera por mi mejor amigo, Gaston Dalmau, que compartía su almuerzo todos los días conmigo en el colegio, probablemente habría muerto por mal nutrición. No dejaría que eso les pasara a los chicos. 

—Pensé que te dije que te vayas. Ya causaste demasiados problemas por aquí. Echaste a Randy. Se fue. No lo puedo culpar después de que le rompiste la nariz por nada. —Mamá despertó. 

Puse las últimas latas de ravioles en el armario antes de girarme a saludarla. Tenía puesta una bata manchada que alguna vez fue blanca. Ahora era más de un color canela. Su cabello era una espesa maraña y la máscara para pestañas que usó unos días atrás se hallaba desparramada debajo de sus ojos. Este era el único padre que conocí. Era un milagro que sobreviviese hasta la edad adulta. 

—Hola, mamá —respondí y agarré un paquete de galletitas de queso para guardarlas.

 —Los estás sobornando con comida. Pequeña mierda. Sólo te aman porque los alimentas con esas cosas caras. Puedo alimentar a mis propios hijos. No necesito que los malcríes —gruñó mientras arrastraba los pies descalzos hasta la silla de la cocina más cercana y se sentaba. 

—Voy a pagar el alquiler antes de irme, pero sé que tienes otras facturas. ¿Dónde están?

 Agarró el paquete de cigarrillos que se encontraban sobre el cenicero en el medio de su pequeña mesa marrón de fórmica.

 —Las boletas están sobre el refrigerador. Las escondí de Randy. Lo hacían enojar. 

Seguro. La factura del agua y de la luz enojaban al hombre. Mi mamá de seguro que sabía cómo elegirlos. 

—Oh, Peter. ¿Puedo comer una de sestas ahora? —preguntó Alelí, sosteniendo una naranja. 

—Por supuesto que puedes. Ven aquí, la pelaré —contesté estirando mi mano para que me la diera. 

—Deja de mimarla. Vienes, la mimas y después te vas. Y tengo que lidiar con su trasero malcriado. Necesita crecer y hacer su propia mierda. —Las palabras acidas de mi mamá no eran nada nuevo. 

Sin embargo, ver que Alelí parpadeaba y se le llenaban los ojos de lágrimas que sabía que no iba a soltar por temor a ser abofeteada hizo que mi sangre hierva. Me agaché y le besé la cima de la cabeza antes de agarrar la naranja y pelarla. 

Enfrentar a mi mamá lo empeoraría. Cuando me fuera, iba a ser responsabilidad de León que Alelí se encontrara a salvo. Dejarlos aquí no era fácil y no tenía la cantidad de dinero necesaria para ir a la corte con el caso. Y el estilo de vida que elegí para asegurarme de que estuvieran bien y cuidados no era uno que me hiciera lucir favorable en los tribunales. 

No tenía más oportunidad de conseguirlos que una bola de nieve en el infierno. Lo mejor que podía hacer era venir aquí una vez por semana, alimentarlos y asegurarme de que las boletas fueran pagadas. No podía estar cerca de mi mamá mucho más que eso. 

—¿Cuándo es la próxima cita de Aleli con el doctor? —pregunté, queriendo cambiar el tema y averiguar cuando tenía que recogerla y llevarla.

 —Creo que fue la semana pasada. Porque no llamas al doctor y lo averiguas, si estás tan malditamente preocupado. No está enferma. Sólo es una vaga. 
  
Terminé de pelar la naranja, agarré una toalla de papel y se lo acerqué a Alelí.

 —Gacias, Peter.

 Me agaché a su altura.

 —De nada. Cómete eso. Es bueno para ti. Apuesto a que Leon irá contigo al porche si quieres.

 Aleli frunció el ceño y se inclinó hacia delante.

 —Jimmy no saldrá porque Alai morales vive en la puerta delado. Él pensa que es nina. 

Sonriendo, miré a Leon, cuyas mejillas eran de un rojo brillante. 

—Demonios, Aleli. ¿Por qué tenías que ir y decírselo? 

—Cuida el lenguaje frente a tu hermana —le advertí y me paré—. No hay razón para que te avergüences porque crees que una chica es bien parecida. 

—No lo escuches. Está dentro de las bragas de una chica distinta cada noche. Igual que hacía su papá. —A mamá le encantaba hacerme lucir mal en frente de los chicos.

 Leon sonrió.

 —Lo sé. Cuando crezca voy a ser igual que Peter.

 Lo golpeé en la parte trasera de su cabeza.

 —Mantenlo en tus pantalones, chico.

 Leon se rió y se encaminó hacia la puerta. 

—Vamos, Aleli. Iré contigo afuera por un rato.

 No miré de nuevo a mi mamá mientras terminaba de acomodar la comida, luego agarré las facturas de arriba de la nevera. 

Cris se sentó silencioso en el taburete del bar, mirándome.
 Tendría que pasar un poco más de tiempo con él antes de irme. Era el del medio, el que no peleaba por mi atención. Envié a los otros dos fuera sabiendo que le gustaba tenerme para él solo. 

—Entonces, ¿qué hay de nuevo? —pregunté apoyándome sobre el bar frente a él. Sonrió y se encogió de hombros. 

—No mucho. Quiero jugar fútbol este año, pero mamá dice que es muy costoso y que sería malo porque soy escuálido.

 Dios, era una perra. 

—¿Sí? Bueno, no estoy de acuerdo. Creo que serías un gran jugador o arquero. ¿Por qué no me consigues la información así la puedo comprobar? 

Los ojos de Cris se iluminaron.

 —¿En serio? Porque Monito y Lleca juegan y viven en las casas rodantes de acá atrás. —Apuntó hacia la parte trasera del estacionamiento de casas rodantes—. Su papá dijo que podría ir con ellos y esas cosas. Sólo necesitaba alguien que complete los papeles y pague.

 —Adelante, ve y págalo. Deja que se lastime y veremos de quien será la culpa —dijo mi mamá a través del cigarrillo que colgaba de su boca. 

—Estoy seguro de que tienen entrenadores y adultos cuidándolos así que es raro que alguien se lastime a esta edad —dije enviándole una mirada de advertencia.

 —Me estás haciendo criar al grupo más lastimoso de malcriados del pueblo. Cuando en unos años todos necesiten que alguien pague la fianza de la cárcel, esa mierda dependerá de ti. —Se paró y regresó a su cuarto. 

Una vez que la puerta se cerró detrás de ella, miré a Cris.

 —Ignora eso. ¿Me escuchaste? Eres inteligente y vas a lograr algo. Creo en ti. 

Cris asintió. 

—Lo sé. Gracias por el fútbol.

 Me estiré y palmeé su cabeza.

 —De nada. Ahora, ¿por qué no me acompañas a mi Jeep?   


no sera continuo esto de subir día por medio, lamento eso pero al menos estoy haciéndome espacio para subir , estas ultimas semanas han sido una perra 

Pd: las quiero y comenten

4 comentarios:

  1. Lindo peter preocupandose por sus hermanos,ojala pueda conseguir algo mejor para poder tener la tenencia de sus hnos :/

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  2. Peter es un amor, pero lo odie cunado le.hizo eso a Lali, lo queme gustaría que pasar que por tener un faje con Lali, todos los chicos estén ineresados en ella y Lali olvide a Peter

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  3. Su objetivo ,quedarse con la custodia d sus hermanos.

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