—No puedo creer que no se lo hayas dicho a tus padres —dijo
Rochi. Aún tenía la voz débil y ligeramente ronca, pero el tono de reprimenda
resultaba inconfundible—. No, aguarda; puedo creer que no se lo hayas dicho tú,
pero no que no se lo hayan dicho ni Ana ni Patricio. ¿Cómo puedes ocultar a tus
padres que alguien ha intentado mataros a Ana y a ti, y casi lo ha logrado?
Lali se rascó la nariz.
— ¿Te acuerdas de cuando eras pequeña, que eras capaz de
cualquier cosa con tal de que tus padres no se enteraran de que te habías
metido en un lío? Pues es algo así, pero... —Se encogió de hombros—. Todo
ha terminado. Tú estás viva, Ana y yo estamos bien, y no quiero hablar de ello.
Con todo el alboroto que se ha armado en los medios de comunicación y el
funeral de Candela, ya no puedo aguantar nada más.
Roch volvió con cuidado la cabeza, todavía cubierta de
vendajes, para mirar por la ventana del hospital.
Llevaba ya una semana fuera de la unidad de cuidados
intensivos, sin embargo, para ella una buena porción de la semana anterior
había desaparecido para siempre. No recordaba nada del día de la agresión, de
modo que se desconocía lo que había sucedido con exactitud. Peter y el
detective Bernsen habían propuesto una teoría lógica, pero nadie lo sabría
nunca con seguridad.
—Ojalá hubiera podido asistir al funeral —dijo con expresión
triste y distante.
Lali no contestó, pero se estremeció en su interior. Mejor
que no haya sido así, pensó. Ojalá no tuviera ella aquel recuerdo.
Habían pasado dos semanas, y todas las noches se despertaba
de repente, bañada en sudor y con el corazón acelerado por el terror de una
pesadilla que no conseguía recordar. Naturalmente, teniendo en cuenta lo
que le había recetado Peter para paliar las alteraciones del sueño, la
experiencia no había sido mala del todo. Puede que se despertara aterrorizada,
pero volvía a dormirse con todos los músculos relajados gracias a una sobredosis
de placer.
Peter también había pasado alguna que otra mala noche, sobre
todo al principio. Como el héroe que era, lo molestaba no haber podido ser el
primero en llegar a donde estaba Lali. Aquello le duró hasta que una noche Lali
entró en la ducha, metió la cabeza debajo del agua y se puso a vociferar: «¡Socorro,
me estoy ahogando!». Bueno, intentó vociferar, pero aún tenía la garganta
inflamada y dolorida, y Peter dijo que parecía más bien el grito de cortejo de
una rana. Retiró la cortina de la ducha y se quedó allí de pie, mirándola
furioso mientras se salpicaba todo el suelo de agua.
— ¿Te estás riendo de mi complejo de héroe?
—Sí —contestó ella, y volvió a meter la cabeza bajo el agua
para hacer una segunda imitación del ahogado.
Peter cerró el grifo del agua con un giro de muñeca y le
propinó un azotito en las nalgas desnudas, lo bastante fuerte para arrancarle
una exclamación de enfado, a continuación la envolvió con sus brazos y la sacó
en volandas de la ducha.
—Vas a tener que pagar por esto —gruñó mientras se dirigía a
la cama y la dejaba caer sobre ella.
Acto seguido empezó a quitarse la ropa mojada.
— ¿Ah, sí? —Empapada y desnuda, ella se estiró sinuosa,
arqueando la espalda—. ¿Y qué tienes pensado?
Alargó una mano para acariciar la pulsante erección de él, y
a continuación se tumbó boca abajo y lo capturó. Peter se quedó muy quieto.
Entonces, delicadamente, igual que un gato, lo lamió. Peter
se estremeció.
Saboreó toda su longitud. Peter dejó escapar un gemido.
Volvió a lamerlo y lo recorrió con la lengua por la cara
inferior.
—Creo que sí, que efectivamente debo pagar —murmuró—. Y creo
que el pago debe incluir el hecho de... tragar. —Se lo metió en la boca y unió
la acción a las palabras.
Desde entonces, al menos una vez al día, Peter ponía cara de
pena y decía:
—Me siento muy culpable.
Ja.
La actitud de Peter, más que ninguna otra cosa, la había
ayudado a superar su trauma. Él no la había tratado como a una niña pequeña; la
había amado, consolado, le había hecho el amor con tanta frecuencia que ella se
sentía dolorida, pero ya está, aquello fue más que suficiente. Había podido
reír otra vez.
Todos los días iba a ver a Rochi, que ya estaba recibiendo
terapia física a diario para superar las discapacidades resultantes de las
heridas sufridas en la cabeza. Aún hablaba con dificultad, pero mejoraba día a
día; su control de la pierna y el brazo derechos era como mucho incierto, pero
eso también mejoraría bastante con el debido esfuerzo. Pablo había estado constantemente
al lado de su mujer, y si la pura devoción que traslucían sus ojos era
indicación de algo, era que las dificultades conyugales habían quedado atrás.
—Volviendo a lo de tus padres —dijo Rochi—, ¿ vas a
decírselo hoy, cuando vayas a recogerlos al aeropuerto?
—No inmediatamente —repuso Lali—. Primero tengo que
presentarles a Peter. Y luego tenemos que hablar de la boda. Además, he pensado
que deberíamos decírselo juntas Ana y yo.
—Más vale que lo hagas antes de que lleguen a casa, porque
seguro que los vecinos se les echarán encima cuando vean que ya han regresado.
—Está bien, está bien. Se lo diré.
Rochi mostró una ancha sonrisa.
—Y diles también que pueden darme las gracias por haber
retrasado tu boda una semana, así tendrán un poco de tiempo para descansar.
Lali soltó un resuello. Ciertamente, el hecho de retrasar la
boda una semana le permitiría a Rochi asistir, aunque fuera en silla de ruedas,
pero dudaba que su padre, por lo menos, diera las gracias a nadie. El hecho de
celebrar la boda al día siguiente le habría venido de perlas, porque de ese
modo tendría menos bulla que soportar.
Consultó su reloj.
—Tengo que irme. He quedado con Peter dentro de una hora.
—Se inclinó sobre la cama y dio un beso a Rochi en la mejilla—. Hasta mañana.
En aquel momento entró Pablo en la habitación llevando un
ramo enorme de lirios que llenaron el recinto entero con su perfume.
—Justo a tiempo —dijo Lali haciéndole un guiño al pasar
junto a él.
***
—Sí —dijo J. Clarence Cosgrove con voz enrarecida por la
edad—. Me acuerdo muy bien de Corin Street. La situación era muy extraña, pero
no había nada que pudiéramos hacer nosotros. Ni siquiera supimos que Corin era
una niña hasta que alcanzó la pubertad. Claro que en su partida de nacimiento
figuraba el sexo, por supuesto, pero ¿quién comprueba esas cosas? Su madre
decía que Corin era su hijo, así que nosotros... lo aceptamos.
— ¿Lo criaron como un niño? —preguntó Peter. Se encontraba
sentado a su mesa, con sus largas piernas apoyadas sobre un cajón abierto y el
teléfono pegado a la oreja.
—Que yo sepa, su madre jamás reconoció ni siquiera actuó
como si supiera que Corin era niña. Corin era una niña gravemente perturbada.
Gravemente perturbada—repitió el señor Cosgrove—. Suponía un problema de
disciplina constante. Mató a una mascota de la clase, pero la señora Street no
quiso aceptar que Corin fuera capaz de hacer algo así. A menudo declaraba, ante
todo el que quisiera oírla, que tenía un hijo perfecto.
Bingo, pensó Peter. El hombre perfecto. Aquél fue el
desencadenante que había disparado a Corin Lee Street como una bomba de
relojería que había ido haciendo tictac con el paso de los años. No era el
contenido de la Lista en sí, sino más bien el título de la misma, lo que le
resultó insoportable.
—La madre sacó a Corin de mi escuela —prosiguió el señor
Cosgrove—. Pero yo me empeñé en averiguar lo que pude acerca de la niña. Los
problemas de conducta empeoraron con los años, naturalmente. Cuando Corin tenía
quince años, mató a su madre, recuerdo que fue un asesinato de particular
brutalidad, aunque no puedo reconstruir los detalles concretos. Corin pasó
varios años en una institución mental y nunca fue acusado de asesinato.
— ¿El crimen tuvo lugar ahí, en Denver?
—Sí, así fue.
—Gracias, señor Cosgrove. Ha ayudado usted mucho a llenar
muchas dudas.
Después de colgar, Peter pasó unos instantes tamborileando
con el bolígrafo sobre la mesa, reflexionando sobre lo que sabía hasta el
momento de Corin Lee Street. Había ingresado en la institución mental como
Corin, pero era Leah —era evidente que había elegido aquel nombre por su
similitud con «Lee»— cuando salió de ella. La imagen que emergió fue la de una
mujer sumamente inestable y peligrosa que había sufrido malos tratos
psicológicos y físicos por parte de su madre, hasta que la violencia que había
ido goteando durante toda su vida por fin explotó sin control alguno. Los
psiquiatras podrían pasarse el día discutiendo qué fue antes, si los malos
tratos o la personalidad violenta, pero eso a Peter no lo preocupaba. Lo único
que deseaba era tener una imagen clara de la mujer que había provocado tanta
destrucción.
Después de la conversación con el señor Cosgrove, el
director del colegio de enseñanza media de Corin, llamó al departamento de
policía de Denver y un poco más tarde logró hablar con el detective que había
investigado el horripilante asesinato de la señora Street. Corin mató a su
madre golpeándola con una lámpara de pie, y después le roció la cara con
alcohol y le prendió fuego. Cuando se descubrió el cadáver, Corin se mostró
incoherente y obviamente en un estado de fuerte desequilibrio mental. Fue
recluida en una institución mental durante siete años.
Tras escarbar un poco más, dio con la psiquiatra que había
tratado a Corin. Al ser informada de la muerte de Corin y de las
circunstancias, lanzó un suspiro.
—Quedó en libertad en contra de mi opinión —dijo—, pero
funcionó mejor de lo que yo esperaba, si es que pasó tantos años antes de
comenzar a deteriorarse. Cuando tomaba la medicación estaba bien, pero aún era
una... no me gusta usar etiquetas, aunque resulten apropiadas... una psicótica.
En mi opinión, era sólo cuestión de tiempo que empezase a matar. Mostraba todos
los síntomas clásicos.
— ¿Cómo cambió de Corin a Leah?
—Corin era el nombre de su abuelo materno. Su madre
sencillamente no quiso aceptar que su bebé fuera niña. Las niñas eran... «indignas»
y «sucias», fueron los términos que utilizó Corin. La señora Street le
puso a Corin un nombre de chico, la educó como un chico, la vistió de chico y
le dijo a todo el mundo que era su hijo. Si alguna vez Corin cometía un error,
incluso cuando era muy pequeña, la castigaba de diversas formas: la golpeaba,
le clavaba agujas, la encerraba en armarios oscuros. Luego alcanzó la pubertad,
y entonces fue cuando se desbarató todo. La señora Street no pudo soportar los
cambios que se produjeron en el cuerpo de Corin. La molestaba especialmente la
menstruación.
—Me lo imagino —dijo Peter, sintiendo casi náuseas al oír
aquella letanía de malos tratos.
—Después de la pubertad, cada vez que Corin se equivocaba en
algo ella la castigaba de modo sexual.
Dejo los detalles a gusto de su imaginación.
—Gracias —repuso Peter secamente.
—Odiaba su cuerpo, odiaba la sexualidad femenina. Con
terapia y medicación, por fin desarrolló una personalidad femenina más bien
rudimentaria, y se puso el nombre de Leah. Se esforzó mucho para ser una mujer.
Sin embargo, yo nunca albergué esperanzas de que tuviera una relación sexual
normal, o una relación normal de cualquier clase. Aprendió unos cuantos
manierismos femeninos, y la medicación controlaba sus tendencias violentas,
pero su percepción de la realidad era como mucho tenue. En realidad, me
sorprende que consiguiera mantener un mismo empleo durante varios años. ¿Desea
saber alguna otra cosa?
—No, doctora, me parece que ya ha respondido a todas mis
preguntas —contestó Peter. Necesitaba saber todo aquello.
Si alguna vez Lali quisiera saberlo también, tendría las
respuestas preparadas para dárselas, pero hasta el momento no había hecho una
sola pregunta acerca de Leah Street.
Quizás estuviera bien así. Había descubierto que Lali era
una luchadora, pero lo sorprendió el empeño con que había iniciado su
recuperación, como si ésta fuera un adversario al que hay que meter en vereda a
latigazos. Lali no iba a permitir que Leah Street la derrotara en nada.
Consultó la hora y vio que se le estaba haciendo tarde.
—Maldita sea —musitó. Lali iba a matarlo si llegaban tarde a
recoger a sus padres en el aeropuerto. Tenía una noticia importante para ella,
una noticia que no podía esperar, y no quería que se enfadara cuando se la
diera.
estuvo buenisimo Anais ...otro
ResponderEliminarMe encanta!! Subi otro por faa
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