El lunes, el cartel del ascensor rezaba: XEROX Y WURLITZER
HAN ANUNCIADO QUE SE VAN A FUSIONAR CON EL FIN DE COMERCIALIZAR ÓRGANOS
REPRODUCTORES. Lali aún estaba riendo cuando se abrieron las puertas del
ascensor. Se sentía como efervescente por dentro, resultado directo de un fin
de semana ocupado por Peter. Ella misma no había sido «ocupada» por Peter, pero
aquella misma mañana empezó a tomar la píldora anticonceptiva. Aunque no se lo
había dicho a él, por supuesto. La frustración la estaba volviendo loca, pero
la ilusión estaba iluminando todo su mundo. No recordaba haberse sentido nunca
tan viva, como si todas las células de su cuerpo estuvieran despiertas y cantando.
Derek Kellman dio un paso al frente para salir del ascensor
en el momento en que lo abordaba ella.
—Hola, Kellman —dijo en tono alegre—. ¿Cómo te va?
Él se ruborizó intensamente, y la manzana de Adán se le
agitó en la garganta.
—Er... bien —farfulló al tiempo que hundía la cabeza y se
apresuraba a bajar del ascensor.
Lali sacudió la cabeza sonriendo y pulsó el botón del tercer
piso. No se imaginaba a Kellman haciendo acopio de valor suficiente para
tocarle el trasero a Eugenia; ella y el resto del personal de aquel edificio
habrían pagado un buen dinero por verlo.
Como de costumbre, era la primera en llegar a la oficina.
Los lunes por la mañana le gustaba comenzar con un poco de ventaja, con todas
las nóminas que tenía que manejar. Sólo con que consiguiera concentrarse en el
trabajo, ya empezaría bien la jornada.
El asunto de la Lista empezaba a decaer, tal vez. Todos los
que querían una entrevista la habían tenido, excepto la revista People. Aquella
mañana no había visto la televisión, de modo que no tenía idea de qué
fragmentos de la entrevista del viernes iban a emitirse por antena al final.
Seguramente se lo diría alguien, y si le entraba la necesidad imperiosa de
verlo, lo cual no era probable, por lo menos alguna de las otras tres habría
grabado el programa.
Era curioso lo poco que le importaba. ¿Cómo iba a preocuparse
de la Lista teniendo
a Peter, que acaparaba gran parte de su tiempo y de sus pensamientos? Era un
hombre exasperante, pero era divertido y sexy, y ella lo deseaba.
Después de cenar juntos el viernes por la noche, él la había
despertado a las seis y media del sábado rociando la ventana de su dormitorio
con la manguera de agua y luego invitándola a salir para ayudarlo a lavar el
todoterreno. Suponiendo que estaba en deuda con él, ya que le había lavado el
Viper, Lali se puso algo de ropa rápidamente, se tomó un café y se reunió con
él frente a la casa. Peter no sólo quería lavar el coche, sino también
encerarlo y sacarle brillo, limpiar y abrillantar todos los cromados, aspirar
el interior y lavar todas las ventanillas. Tras dos horas de intenso trabajo,
el todoterreno quedó reluciente. Seguidamente, Peter lo introdujo en el garaje
y le preguntó a Lali qué iba a prepararle para desayunar.
Pasaron el día juntos, discutiendo y riendo, viendo un
partido por televisión, y estaban preparándose para salir a cenar cuando a él
le sonó el mensáfono. Utilizó el teléfono de Lali para llamar a la oficina, y
antes de que ella pudiera siquiera darse cuenta, ya estaba saliendo por la
puerta con un beso rápido y un «no sé cuándo volveré».
Era policía, se recordó Lali a sí misma. Y mientras
continuara siendo policía —y parecía dispuesto a hacer carrera, teniendo en
cuenta aquella entrevista con la policía estatal—, su vida consistiría en una
serie de interrupciones y llamadas urgentes. Incluidas en el mismo paquete
vendrían las citas anuladas. Había reflexionado sobre ello y decidido qué
demonios, ella era dura y podría soportarlo. Pero si él estuviera en peligro...
no sabía si podría soportar aquello igual de bien.
¿Estaría aún trabajando como parte de aquel equipo especial?
¿Sería algo a lo que estaba asignado de forma permanente, o esas cosas eran más
bien temporales? Sabía muy poco acerca de los encargados de hacer cumplir la
ley, pero estaba decidida a informarse más.
Peter regresó el sábado por la tarde cansado y de mal humor,
sin ganas de hablar de lo que había hecho. En vez de acosarlo a preguntas, Lali
lo dejó que echara una cabezada en su enorme sillón mientras ella leía
acurrucada en uno de los dos almohadones que quedaban del sofá.
Estar con él así, sin haber quedado para salir ni nada, sólo
estar, le resultó como... perfecto. Verlo dormir. Disfrutar del sonido de su
respiración. Y no atreverse, todavía no, a definir con la letra que empezaba
por A lo que sentía. Era demasiado pronto, y ella se había vuelto demasiado
desconfiada tras las experiencias pasadas para confiar a ciegas en que la
emoción que la invadía cuando estaba con él fuera a durar siempre.
Su cautela también constituía la verdadera base de su
renuencia a acostarse con él. Sí, frustrarlo era divertido, y le gustaba ver el
deseo en sus ojos cuando la miraba, pero en lo más profundo de sí aún tenía
miedo de permitirle acercarse demasiado.
Tal vez la próxima semana.
— ¡Eh, Lali!
Levantó la vista y vio a Dominica Flores asomar la cabeza
por la puerta, con las cejas levantadas en gesto interrogante.
—Acabo de pillar parte de la entrevista de televisión; he
tenido que marcharme antes de que terminara, pero la he dejado grabando en
vídeo. ¡Era genial! ¡Tú estabas estupenda! Todas estabais muy bien, claro, pero
tú estabas de cine.
—No lo he visto —dijo Lali.
—¿De verdad? Mira, si yo fuera a salir en una cadena de
televisión nacional, faltaría a trabajar sólo para verme.
No si estuvieras tan harta de todo esto como lo estoy yo,
pensó Lali. De todos modos consiguió esbozar una sonrisa.
A las ocho y media llamó Candela.
— ¿Sabes algo de Euge? —le preguntó—. Todavía no ha venido a
trabajar, pero la he llamado a casa y no ha contestado nadie.
—No, no he hablado con ella desde el viernes.
—No es propio de ella faltar al trabajo. —Cande parecía
preocupada. Ella y Euge estaban muy unidas, cosa sorprendente teniendo en
cuenta la diferencia de edad que había entre ambas—. Y tampoco ha llamado para
decir que se retrasará o que está enferma o algo.
Ciertamente, aquello no era propio de Eugenia. No había
llegado a ser jefa de contabilidad precisamente por ser poco seria. Lali
frunció el entrecejo. Ahora, la preocupada era ella.
— ¿Has probado llamarla al móvil?
—No lo tiene encendido.
El primer pensamiento que le vino a la cabeza fue que había
sufrido un accidente de tráfico. El tráfico de Detroit era horrendo durante la
hora punta.
—Voy a hacer unas cuantas llamadas a ver si doy con ella
—dijo, sin expresar su repentina preocupación a Candela.
—De acuerdo. Ya me contarás.
En el momento de colgar el teléfono, Lali intentó pensar a
quién debería llamar para averiguar si Eugenia había sufrido un accidente de
tráfico en la autopista que unía Sterling Heights con Hammerstead. Además,
¿Euge utilizaba Van Dyke para coger la I-696 o bien evitaba Van Dyke y tomaba una
de las Mile hasta Troy, donde podía coger la I-75 ?
Peter sabría a quién había que llamar.
Buscó rápidamente el número del Departamento de Policía de
Warren, lo marcó y pidió hablar con el detective Lanzani. Entonces pusieron su
llamada en espera. Aguardó impaciente, dando golpecitos con un bolígrafo contra
la mesa, por espacio de varios minutos. Por fin regresó la voz de antes y le
dijo que el detective Lanzani no podía ponerse al teléfono, que si deseaba
dejarle un mensaje.
Lali titubeó. No le gustaba nada molestarlo por algo que
fácilmente podría terminar no siendo nada, pero no creía que ninguna otra
persona del departamento fuera a tomarla en serio. Así que una amiga llevaba ya
una hora de retraso para ir a trabajar; por lo general aquello no era causa
suficiente para convocar a las tropas. Era posible que tampoco Peter la tomara
en serio, pero por lo menos haría un esfuerzo por averiguar algo.
— ¿Tiene su número de mensáfono? —preguntó por fin.
— Es importante —Era importante para ella, aunque quizá no
para ellos.
— ¿De qué se trata?
Irritada, Lali se preguntó si las mujeres solían llamar a
Peter al trabajo de manera habitual.
—Soy uno de sus soplones —dijo, cruzando los dedos por
aquella mentira.
—En ese caso tendrá usted su número de mensáfono.
— ¡Oh, por el amor de Dios! Alguna persona podría resultar
herida o muerta... —Se interrumpió—. De acuerdo, estoy embarazada, y he pensado
que a él le gustaría saberlo.
La voz rompió a reír.
— ¿Es usted Lali?
¡Dios mío, había hablado de ella! Un sopor le inundó el
rostro.
—Er... sí —murmuró—. Lo siento.
—No hay problema. Dejó dicho que si alguna vez lo llamaba
usted, nos cerciorásemos de que consiguiera contactar con él.
Vale, pero ¿cómo la habría descrito? Lali se abstuvo de
preguntar y anotó rápidamente el número de mensáfono.
—Gracias —dijo.
—De nada. Er... En cuanto a lo del embarazo...
—Era mentira —replicó Lali, e intentó infundir una pizca de
vergüenza en el tono de voz. No creyó haberlo
logrado, porque la mujer rió de nuevo.
—Adelante, muchacha —dijo la mujer, y colgó dejando a Lali pensativa
acerca de qué habría querido decir exactamente.
Pulsó el botón de desconexión de su teléfono y a
continuación marcó el número del mensáfono de Peter. Se trataba de un mensáfono
numérico, de forma que dejó su número. Como Peter no iba a reconocerlo, se
preguntó cuánto tiempo tardaría en devolverle la llamada. Mientras tanto llamó
a contabilidad.
— ¿Ha llegado Eugenia ya?
—No —le contestaron con preocupación—. No sabemos nada de
ella.
—Soy Lali, extensión tres, seis, dos, uno. Si llega, dile
que me llame inmediatamente.
—Conforme.
Dieron las nueve y media antes de que volviera a sonar su
teléfono. Rápidamente levantó el auricular con la esperanza de que Eugenia
hubiera aparecido por fin.
—Lali Esposito.
—Me han dicho que vamos a ser padres. —La voz profunda de
Peter tronó a través de la línea.
¡Maldita bocazas!, pensó Lali.
—Tuve que decir algo. Esa mujer no se creyó que yo fuera un
soplón.
—Menos mal que advertí a todo el mundo respecto de ti
—repuso Peter, y luego preguntó—: ¿Qué sucede?
—Nada, espero. Mi amiga Euge...
— ¿Eugenia Suarez, una de las infames Chicas de la Lista ?
Podría haberse imaginado que Peter contaría con los detalles
de las cuatro.
—No ha venido a trabajar, no ha llamado, no contesta al
teléfono de casa ni al móvil. Tengo miedo de que haya sufrido un accidente de
camino al trabajo, pero no sé a quién llamar para averiguarlo. ¿Puedes
orientarme tú?
—No hay problema. Voy a ponerme en contacto con la división
de tráfico y pedirles que examinen los partes que haya. Vamos a ver, ella vive
en Sterling Heights, ¿no?
—Sí. —Lali se apresuró a darle la dirección, y entonces hizo
una pausa, pues se le ocurrió una idea horrorosa—.Peter... Su novio estaba muy
alterado con lo de la Lista.
Se marchó el jueves por la noche, pero puede haber vuelto.
Se produjo un breve silencio; luego el tono de Peter se
volvió rápido y profesional.
—Voy a ponerme en contacto con el departamento del sheriff y
la comisaría de Sterling Heights para que echen un vistazo. Probablemente no
sea nada, pero no se pierde nada con asegurarse.
—Gracias —susurró Lali.
A Peter no le gustó lo que estaba pensando, pero llevaba
demasiado tiempo siendo policía para descartar la preocupación de Lali
tachándola de reacción exagerada. Un novio enfurecido —uno con el orgullo
herido, además, por causa de aquella maldita Lista— y una mujer desaparecida
eran ingredientes de muchos actos de violencia. Tal vez a la señorita Suarez se
le hubiera estropeado el coche, tal vez no.
Lali no era de las que se ponían histéricas por nada, y
estaba claro que estaba asustada.
Quizás en aquel caso tuviera algo que ver la intuición
femenina, pero Peter tampoco descartó ese detalle. Diablos, su madre tenía ojos
en la espalda y siempre, de manera infalible, los esperaba levantada a él y a
sus hermanos cada vez que habían cometido alguna diablura. Hasta la fecha
desconocía cómo se había enterado, pero lo aceptaba de todos modos.
Efectuó dos llamadas, la primera a la comisaría de Sterling
Heights y la segunda a un compañero de tráfico que podría decirle si había
habido víctimas en algún accidente ocurrido aquella mañana. El sargento de
Sterling Heights con el que habló dijo que enviaría inmediatamente un coche al
domicilio de la señorita Suarez, de modo que ya no llamó a la oficina del
sheriff. A ambos contactos les dejó el número de su teléfono móvil.
Su compañero de tráfico fue el primero que llamó.
—No ha habido accidentes importantes esta mañana —le dijo—.
Algún que otro golpe y un tipo al que se le paró la moto en medio de Gratiot
Avenue, pero eso es todo.
—Gracias por comprobarlo —dijo Peter.
—A tu disposición.
A las diez y cuarto volvió a sonar el móvil. Era el sargento
de Sterling Heights.
—Ha dado en el blanco, detective —le dijo en tono grave.
— ¿Está muerta?
—Sí. Y de forma bastante brutal. ¿Tiene el nombre de ese
novio suyo? Ninguno de los vecinos está en casa para que se lo preguntemos, y
creo vamos a necesitar tener una pequeña charla con él.
—Puedo conseguirlo. Mi amiga es... era... la mejor amiga de
la señorita Suarez.
—Le agradeceré su ayuda.
Peter sabía que se estaba metiendo en territorio ajeno, pero
supuso que, como había sido él quien los condujo hasta la escena del crimen,
tal vez el sargento le diera alguna información.
— ¿Puede darme detalles?
El sargento calló durante unos momentos.
— ¿Qué tipo de teléfono móvil usa usted?
—Uno digital.
— ¿Es seguro?
—Hasta que los hackers inventen un modo de interceptar la
señal.
—Está bien. La han matado con un martillo y lo han dejado en
la escena. Puede que saquemos alguna huella digital de él, puede que no.
Peter hizo una mueca de disgusto. Un martillo era capaz de
causar daños horribles.
—No queda gran cosa de su rostro, y además la han apuñalado
varias veces. Y ha sufrido abuso sexual.
Si el novio había dejado su semen dentro, estaba listo.
— ¿Hay semen?
—No lo sé todavía. El forense tendrá que hacer varios
análisis. El atacante... er... lo hizo con el martillo.
Dios santo. Peter aspiró profundamente.
—Está bien. Gracias, sargento.
—Le agradezco su ayuda. Su amiga... ¿Es ella a quien tiene
intención de interrogar acerca del tal novio?
—Sí. Me ha llamado porque estaba preocupada al ver que la
señorita Suarez no ha ido a trabajar esta mañana.
— ¿Puede preguntarle sólo por el novio, y darle evasivas en
lo demás?
Peter lanzó un resoplido.
—Me resultaría más fácil dar evasivas a un toro bravo.
—Así que es una de ésas, ¿eh? ¿Será capaz de guardar el
secreto? Estamos bastante seguros de que ésta es la señorita Suarez, pero aún
no hemos hecho las pruebas de identidad, y tampoco se ha informado a la
familia.
—Conseguiré que salga del trabajo. Va a estar bastante
alterada. —De todos modos, quería estar con ella cuando se lo dijera.
—Muy bien. Ah, detective, si no logramos encontrar a ningún
familiar por aquí, es posible que necesitemos
que su amiga identifique el cadáver.
—Ya tiene mi número —respondió Peter en voz baja.
Después de colgar permaneció un minuto sin moverse. No
necesitaba imaginarse los detalles sangrientos; había visto demasiadas escenas
de asesinatos con todo su sangriento realismo. Sabía lo que era capaz de hacer
al cuerpo humano un martillo o un bate de béisbol. Sabía el aspecto que
ofrecían las múltiples heridas de arma blanca. Y, al igual que el sargento,
sabía que aquel asesinato había sido perpetrado por alguien que conocía a
la víctima porque la agresión había sido personal: habían atacado al rostro.
Las múltiples puñaladas indicaban saña. Y dado que la mayoría de las víctimas
de asesinato que eran mujeres morían a manos de alguien que las conocía, por lo
general el novio o el marido, o el ex lo que fuera, todo apuntaba de forma
abrumadora a que el atacante había sido el novio de la señorita Suarez.
Respiró hondo y marcó de nuevo el número de Lali. Cuando
ella contestó, le dijo:
— ¿Sabes cómo se llama el novio de Eugenia?
Ella inhaló aire de forma audible.
— ¿Se encuentra bien?
—Aún no sé nada —mintió Peter—. ¿Su novio...?
—Oh. Se llama Bruck Riera.
—¿Bruck es su verdadero nombre o es un apodo?
—No lo sé. Nunca he oído a Euge llamarlo de otra manera.
—De acuerdo, con esto es suficiente. Volveré a llamarte
cuando sepa algo. Oh... ¿quieres que comamos juntos?
—Claro. ¿Dónde?
Lali todavía parecía asustada, pero se mantenía firme, tal
como Peter esperaba de ella.
—Yo te recogeré, si puedes hacer que me dejen cruzar la
barrera de la entrada.
—No hay problema. ¿A las doce?
Peter consultó su reloj. Las diez treinta y cinco.
— ¿Podrías salir antes, digamos a las once y cuarto o así?
—Eso le daría el tiempo justo de llegar a Hammerstead.
Tal vez Lali lo supiera, tal vez cayera en la cuenta en
aquel momento.
—Me reuniré contigo abajo.
Cuando el guarda le franqueó la entrada, Lali lo estaba
esperando enfrente del edificio. Llevaba otra de aquellas faldas largas y
estrechas que le sentaban de maravilla, lo cual quería decir que de ninguna
forma iba a poder subir a su todoterreno sin ayuda. Se apeó del coche y lo
rodeó para abrirle la puerta. Ella estudió su semblante con ojos de
preocupación. Peter sabía que llevaba puesta su expresión de policía,
desprovista de toda emoción igual que una máscara, pero Lali palideció.
Peter le rodeó la estrecha cintura y la subió al
todoterreno, y a continuación dio la vuelta hasta el otro lado para sentarse
frente al volante.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Lali.
—Dímelo —dijo con voz ahogada.
Peter suspiró, y luego la tomó en sus brazos.
—Lo siento mucho —dijo contra su pelo. Ella se aferró a su
camisa. Peter la notó temblar y la abrazó con más fuerza.
—Está muerta, ¿verdad? —dijo Lali en un suspiro tembloroso,
y no se trataba de una pregunta.
Lo sabía.
ese enfermo la mato :( ...te extrañaremos euge
Nooooooo como haces eso :( no me lo esperaba seguiii
ResponderEliminar+++++++ porfii :)
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