El lunes por la mañana, Peter estaba sentado en el
departamento de policía de Warren, con la cabeza apoyada en las manos,
repasando una y otra vez los archivos de Hammerstead. Los ordenadores del NCIC
no habían resaltado ninguno de los nombres, de modo que Bernsen y él se
limitaban simplemente a leer y releer, buscando algún detalle que encendiera
una luz en su cabeza, y les proporcionara la pista que necesitaban.
Estaba allí, Peter estaba seguro. Lo que pasaba era que aún
no lo habían encontrado. Sospechaba que ya sabía lo que era, porque
experimentaba aquella insistente sensación en las tripas de que estaba pasando
algo por alto. No lograba señalarlo con el dedo, pero estaba allí y tarde o
temprano lo descubriría. Sólo albergaba la esperanza de que sucediera pronto,
digamos que en el próximo minuto.
Aquel tipo odiaba a las mujeres. Seguramente no se llevaba
bien con ellas, no le gustaría trabajar en su compañía. Tal vez hubiera en su
archivo una nota acerca de una denuncia presentada por alguien, quizás una
acusación de acoso sexual. Algo así debería haber saltado a la vista en el
primer examen, pero era posible que dicha denuncia estuviera redactada de tal forma
que no quedara expresado explícitamente lo del acoso sexual.
Ni Lali ni Rochi fueron a trabajar. Seguían juntas, aunque
se habían trasladado de la casa de Rochi a la de Ana, junto con aquel ruidoso
cocker spaniel que disparaba la alarma ante cualquier clase de intrusión, ya
fuera un pájaro en el patio o alguien que subía andando por el camino de
entrada. Temía que Lali quisiera pasar el día en su casa, dado que acababan de
instalarle el nuevo sistema de alarma —bajo el ojo de águila de la señora Kulavich,
que se estaba tomando muy en serio sus deberes de guardián— el sábado, mientras
asistían al funeral de Eugenia. Estaba bien contar con un sistema de alarma,
pero eso no detendría a un asesino empeñado en llevar a cabo su trabajo.
Pero Lali no quiso estar sola. Ella y Rochi permanecieron
pegadas la una a la otra, impresionadas y desorientadas por lo que le había
ocurrido a su estrecho círculo de amigas. Ya no le cabía ninguna duda a nadie
de que había sido la Lista
lo que había desencadenado aquella violencia, las comisarías de policía de la
zona estaban formando un equipo especial para coordinar y trabajar en aquellos
casos, ya que no había dos amigas del grupo que vivieran dentro de la misma
jurisdicción.
Las cadenas informativas nacionales no cesaban de hablar del
tema. « ¿Quién está matando a las Chicas de la Lista ?», entonó una
emisora. «El área de Detroit está sobrecogida por los violentos asesinatos
de dos de las mujeres que confeccionaron la humorística y polémica Lista del
Hombre Perfecto que trajo en jaque al país hace un par de semanas.»
Volvieron a acampar los periodistas frente al edificio de
Hammerstead, con la intención de entrevistar a cualquier persona que conociera
a las dos víctimas. El equipo especial hizo lo necesario para obtener copias de
toda cinta grabada con una entrevista que pudieran tener los reporteros, por si
acaso su hombre se rendía a su vanidad y deseaba verse en la televisión
nacional llorando a sus dos «amigas».
También acudieron periodistas a la casa de Lali, pero se
fueron al descubrir que no había nadie. Peter se imaginó que también habrían
echado un vistazo a la casa de Rochi, y por ese motivo llamó a Ana y le dijo
que pidiera a Lali y a Rochi que pasaran el día con ella. Ana estuvo más que
contenta de complacerlo. Peter supuso que aquellos fisgones hablarían con unas
personas que conocerían a otras y finalmente darían con Ana, pero al menos de
momento Lali y Rochi no iban a ser molestadas.
Peter se frotó los ojos. Había conseguido dormir acaso un
par de horas. La noche anterior tuvo que acudir a la escena de otro homicidio,
un joven adolescente. Aquello se resolvió rápidamente con la detención del ex
de la nueva novia del chico, que se había tomado como algo personal el hecho de
que el chico le había dicho que se fuera a cagar hostias. No obstante, el
papeleo siempre era un fastidio.
¿Dónde estaba el informe sobre la huella de zapato que
habían encontrado en la casa de Lali? Normalmente no se tardaba tanto en
recibir una respuesta. Registró su escritorio, pero nadie lo había dejado allí
encima en su ausencia. A lo mejor se lo habían enviado a Bernsen, dado que en
todo el papeleo ambos se hacían referencia el uno al otro. Antes de la muerte
de Candela, no todo el mundo estaba convencido de que el allanamiento de la
casa de Lali tuviera algo que ver con el asesinato de Eugenia, pero Bernsen y
él sí lo estaban. Ahora, por supuesto, a nadie le cabía ya la menor duda.
Llamó a Roger.
— ¿Te ha llegado el informe sobre la huella de zapato?
—No lo he visto. ¿Quieres decir que tú tampoco lo tienes
todavía?
—Pues no. El laboratorio debe de haberlo perdido. Voy a
enviarles otra solicitud. —Maldita sea, pensó tras colgar el teléfono. Lo
última que necesitaba ahora era un retraso. Tal vez aquella huella no fuera
importante, pero tal vez el zapato fuera de los raros, tan poco habitual que
alguien de Hammerstead podía decir: «Ah, sí, fulanito de tal usa de ésos. Le
han costado una fortuna».
Volvió a los archivos, frustrado casi hasta el punto de desear
romper algo. Lo tenía delante de sus narices, estaba seguro. Lo único que tenía
que hacer era averiguarlo.
--
Pablo salió pronto del trabajo. Los acontecimientos del día
anterior lo habían dejado tan aturdido que no podía concentrarse. Lo único que
quería era recoger a Rochi en la casa de la hermana de Lali y llevársela a
casa, donde él y no otro pudiera velar por ella.
No sabía por qué habían perdido el contacto el uno con el
otro. No; sí lo sabía, de acuerdo. Aquel inocente coqueteo en el trabajo con
Xandrea Conaway había empezado a parecer importante, y quizá no había sido tan
inocente. ¿Cuándo había comenzado a comparar a Rochi y todo lo que ésta decía y
hacía con Xandrea, que siempre iba bien vestida y nunca lo criticaba?
Naturalmente, Rochi no iba bien vestida cuando estaba en
casa. Ni él tampoco. Para eso eran las casas, para relajarse y ponerse cómodo.
Entonces, ¿qué más daba que ella se quejara cuando él no
sacaba la basura? Él se quejaba si Rochi dejaba maquillaje esparcido por todo
el lavabo. Las personas que vivían juntas inevitablemente se sacaban de quicio
la una a la otra en ocasiones. Aquello formaba parte del hecho de estar casado.
Estaba enamorado de Rochi desde los catorce años. ¿Cómo
había perdido de vista aquel hecho, y lo que ambos poseían juntos? ¿Por qué
había hecho falta el terror de comprender que de verdad había un asesino
acechando a Rochi y a sus amigas para que él se diera cuenta de que si la
perdía, se moriría?
No sabía cómo iba a poder compensarla por aquello. No sabía
si Rochi siquiera le permitiría hacerlo.
Durante una semana más o menos, desde que ella adivinó que
estaba encaprichado por Xandrea, se había distanciado de él. A lo mejor creía
que le había sido infiel de hecho, aunque jamás dejó que la situación entre
Xandrea y él llegase a desmandarse tanto. Se habían besado, sí, pero nada más.
Intentó imaginarse cómo se sentiría él si otro hombre besara
a Rochi, y experimentó una sensación de malestar en el estómago. A lo mejor los
besos no eran tan perdonables.
Era capaz de arrastrarse de rodillas por el suelo ante ella,
con tal de que volviese a sonreírle como si le importara de nuevo.
La hermana de Lali vivía en una enorme casa colonial de dos
plantas en St. Clair Shores. La puerta del garaje de tres plazas estaba
cerrada, pero vio el potente todoterreno rojo de Peter aparcado en el camino de
entrada. Estacionó a su lado y subió por el camino hasta la doble puerta
principal de la casa, donde pulsó el timbre y esperó.
Lanzani salió a abrir la puerta. Pablo se fijó en que aún
llevaba encima la pistola. Si él tuviera una, se dijo, probablemente la
llevaría también, fuera legal o no.
— ¿Qué tal están? —preguntó en voz queda al entrar.
—Cansadas. Todavía les dura la impresión. Ana ha dicho que
se han pasado el día durmiendo a ratos, así
que supongo que anoche no durmieron gran cosa.
Pablo sacudió la cabeza en un gesto negativo.
—Se pasaron la mayor parte de la noche levantadas y
hablando. Es curioso; no hablaron apenas del hijo de puta que ha hecho esto, ni
de lo cerca que estuvo Lali la otra noche cuando ese tipo entró en su casa.
Sólo hablaron de Candela y de Eugenia.
—Es como perder a dos miembros de la familia seguidos el uno
del otro. Les va a llevar tiempo recuperarse de este golpe. —Peter se
enfrentaba habitualmente al dolor; sabía que Lali se recuperaría, porque aquel
espíritu combativo que poseía no se doblegaba, pero también sabía que era
posible que necesitara semanas, tal vez incluso meses, para que aquella sombra
de dolor desapareciera de sus ojos.
En una parte de la casa reinaba la normalidad. El marido de
Ana, Federico, estaba viendo la televisión. Su hija adolescente, Stefanie,
estaba en el piso de arriba hablando por teléfono, mientras que el niño de once
años, Nicolás, se entretenía con videojuegos en el ordenador. Las mujeres
estaban reunidas en la cocina — ¿por qué era siempre en la cocina?— charlando,
bebiendo agua tónica y comiendo todas las golosinas que Ana tenía a mano.
Los arrebatos de dolor habían dejado pálidas a Lali y a
Rochi, pero tenían los ojos secos. Rochi pareció sorprendida de ver a su
marido.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —No parecía especialmente
contenta de verlo.
—Quería estar contigo —respondió él—. Ya sé que estás
cansada, por eso no quería que tuvieras que esperar hasta medianoche para ir a
casa. Por no mencionar que Ana y su familia probablemente se irán a la cama
mucho antes de esa hora.
Ana desechó aquel comentario con un gesto de la mano.
—No te preocupes por eso. Cuando los niños no tienen
colegio, normalmente nos acostamos tarde.
— ¿Y los periodistas? —preguntó Rochi—. No vamos a poder
disfrutar de paz si siguen invadiéndolo todo.
—Dudo que se queden allí para siempre —dijo Peter—. Les
gustaría conseguir una entrevista, claro, pero ya obtendrán declaraciones de
otras personas. Lo más probable es que, como hoy no habéis estado en casa,
llamen por teléfono en vez de acampar fuera, en el jardín.
—En ese caso me gustaría irme a casa —dijo Rochi
levantándose. Abrazó a Ana—. Un millón de gracias. Hoy nos has salvado la vida.
Ana le devolvió el abrazo.
—Cuando quieras. Vuelve mañana, si es que no vas a trabajar.
Hagas lo que hagas, ¡no te quedes sola en casa!
—Gracias. Es posible que te tome la palabra, pero... creo
que mañana voy a ir a trabajar. Regresar a la rutina me ayudará a quitarme
cosas de la cabeza.
Lali dijo:
—Me parece que Peter y yo también vamos a irnos a casa.
Tiene aspecto de estar tan cansado como yo.
— ¿Vas a ir mañana a trabajar? —quiso saber Rochi.
—No lo sé. Quizá. Ya te llamaré para decírtelo.
—Trilby —llamó Rochi, y el perro se levantó de un salto con
los ojos chispeantes y agitando todo el cuerpo entusiasmado—. Vamos, pequeño,
vámonos a casa.
Trilby ladró y se puso a saltar entre las piernas de Rochi.
Pablo se agachó para acariciarlo, y él le lamió la mano.
— ¿Dónde está tu correa?:—preguntó, y el perro salió
disparado a buscarla. Por lo general, las travesuras del chucho hacían reír a
Rochi, pero esta noche no logró ni siquiera esbozar una sonrisa.
Durante todo el camino a casa, Rochi permaneció con la vista
fija en la ventanilla.
—No tenías por qué haber salido temprano de trabajar —dijo—.
Estoy bien.
—Quería estar contigo —repitió Pablo, y acto seguido aspiró
profundamente. Preferiría tener aquella conversación una vez que hubieran
llegado a casa, donde pudiera rodear a Rochi con sus brazos, pero quizá fuera
éste el mejor momento; por lo menos ella no podía irse a ninguna parte—. Lo
siento —dijo en voz baja.
Ella no lo miró.
— ¿Por
qué?
—Por ser un gilipollas; por ser un estúpido gilipollas. Te
quiero más que a nada ni nadie en el mundo, y no puedo soportar la idea de
perderte.
— ¿Y esa noviecita tuya? —Rochi hizo que aquella palabra
sonara a inmadurez, como si él fuera un adolescente cachondo incapaz de ver más
allá de su nariz.
Pablo acusó el golpe con un gesto.
—Ya sé que no me crees, pero te juro que no he sido tan
idiota.
— ¿Exactamente cómo de idiota has sido?
Nunca le había permitido que se saliera con la suya en nada,
recordó Pablo. Incluso en el instituto, Rochi lo acorralaba contra la pared si
él trataba de evitar contarle lo que ella quería saber.
Manteniendo la vista fija en la carretera, porque tenía
miedo de mirarla a ella, dijo:
—Idiota hasta el punto de coquetear. De darnos algún que
otro beso. Pero nada más. Nunca.
— ¿Ni siquiera meterle mano? —El tono de Rochi indicaba que
no se lo creía.
—Nunca —repitió él con firmeza—. Yo... Maldita sea, Rochi,
no me parecía correcto, y no me refiero a algo físico. No era como tú. No sé,
quizá dejé que me venciera el ego, porque me resultaba emocionante, pero no
estaba bien y era consciente de ello.
— ¿Quién es exactamente esa mujer? —quiso saber Rochi.
Pronunciar su nombre le costó hasta la última gota de valor
que tenía, porque el hecho de ponerle un nombre a aquella mujer la
personalizaba, la convertía en algo real.
—Xandrea Conaway.
— ¿La conozco yo?
Pablo negó con la cabeza, y entonces se dio cuenta de que
Rochi seguía sin mirarlo.
—No, creo que no.
—Xandrea —repitió ella—. Suena a nombre de cóctel.
Pablo se guardó mucho de decir nada agradable acerca de
Xandrea. En lugar de eso dijo:
—Yo te quiero de verdad. Ayer, cuando te enteraste de lo de
Candela y comprendí... —Se le quebró la voz y tuvo que tragar saliva antes de
poder continuar—. Cuando comprendí que estás en peligro, fue como si me
hubieran dado una bofetada en la cara.
—Ser perseguida por un asesino psicópata llama mucho la
atención —replicó ella secamente.
—Sí. —Pablo decidió jugarse el todo por el todo y preguntó—:
¿Quieres darme otra oportunidad?
—No sé —respondió Rochi, y a Pablo se le cayó el alma a los
pies—. Ya te dije que no pensaba precipitarme ni hacer nada drástico, y no voy
a hacerlo. En estos momentos mi atención está un tanto hecha añicos, así que
creo que deberíamos aplazar esta conversación durante un tiempo.
De acuerdo, pensó Pablo. Aquello había sido un lanzamiento
fallido, pero aún no estaba fuera de juego.
— ¿Puedo dormir contigo?
— ¿Te refieres a tener relaciones sexuales?
—No. Me refiero a dormir contigo. En nuestra cama. Me
gustaría hacer el amor contigo, además, pero si tú no quieres eso, ¿me
permitirás al menos dormir contigo?
Rochi reflexionó sobre ello tanto tiempo, que Pablo empezó a
pensar que había vuelto a hacer un lanzamiento fallido. Por fin Rochi dijo:
—Está bien.
Dejó escapar un suspiro de alivio. No era que Rochi
estuviera rebosante de entusiasmo, pero tampoco le estaba dando una patada. Era
una oportunidad. Llevaban un montón de años juntos, y eso era lo que los estaba
manteniendo unidos cuando otras parejas que carecían de una larga historia
juntas tal vez ya se hubieran separado. No podía esperar deshacer en una sola
noche todo el daño que había acumulado a lo largo de los dos últimos años.
Pero ella había aguantado a su lado, de modo que no iba a
abandonar ahora, por muy hosca que se mostrase Rochi ni por mucho que le
costase a él convencerla de que la quería. Lo más importante era mantenerla con
vida, aunque después lo abandonara a él. No tenía idea de si podría soportar
perderla, pero de lo que estaba seguro era de que no podría soportar enterrarla.
++++ porfiii quiero saber que va a pasar :)
ResponderEliminarGeniaaaaa sigue
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