sábado, 4 de julio de 2015

capitulo 31 y 32




Lali había llorado tanto que tenía los ojos hinchados y casi cerrados. Peter se había limitado a abrazarla durante el primer arranque de llanto, con el coche estacionado delante de Hammerstead; luego, cuando recuperó ligeramente el control, le preguntó:

— ¿Podrás comer algo?

Ella negó con la cabeza.

—No. —Tenía la voz ronca—. Tengo que decírselo a Cande...y a Rochi...

—Aún no, cariño. En cuanto se lo digas, lo sabrá el edificio entero; luego alguien llamará al periódico o a una emisora de radio o una cadena de televisión, y lo sacarán en las noticias. Todavía no se ha informado a la familia, y no tienen por qué enterarse de esa manera.

—Euge no tiene mucha familia. —Lali extrajo un pañuelo de papel del bolso, se secó los ojos y se sonó la nariz—. Tiene una hermana en Saginaw, y creo que unos tíos ya mayores en Florida. Eso es todo lo que yo la he oído mencionar.

— ¿Sabes cómo se llama su hermana?

—Agustina. El apellido no lo sé.

—Probablemente figure en una agenda de direcciones de su casa. Les diré que busquen una Agustina en Saginaw. —Marcó un número en su teléfono móvil y habló en voz baja con el que contestó al otro extremo de la línea, impartiendo la información sobre la hermana de Eugenia.

—Tengo que ir a casa —dijo Lali con la mirada perdida a través del parabrisas. Echó mano de la manija de la puerta, pero Peter la detuvo para retenerla en el sitio sujetándola firmemente del brazo.

—Ni sueñes que vas a ponerte a conducir ahora —le dijo—. Si quieres irte a casa, te llevaré yo.

—Pero a lo mejor tienes trabajo.

—No te preocupes por eso —replicó—. Tú no vas a conducir.

Si no estuviera tan destrozada, habría discutido con él, pero se le volvieron a inundar los ojos de lágrimas y comprendió que no veía con claridad para conducir. Tampoco podía volver a entrar en la empresa; no podría soportar el hecho de verse con nadie en aquel momento, ni las inevitables preguntas que le harían, sin venirse abajo.

—Tengo que decir en la oficina que me voy a casa.

— ¿Podrás hacerlo sola, o quieres que me encargue yo?

—Puedo hacerlo yo —dijo Lali con un temblor en la voz—. Es que... ahora mismo, no.

—Está bien. Ponte el cinturón de seguridad.

Lali se abrochó obediente el cinturón y se quedó completamente inmóvil mientras Peter introducía la marcha y sorteaba el tráfico de la autopista. Condujo en silencio, sin entrometerse en su dolor mientras ella hacía lo posible por aceptar que Eugenia ya no estaba.

—Tú... Tú crees que ha sido Bruck, ¿verdad?

—Habrá que interrogarlo —respondió Peter, neutral. En aquel momento Riera era el principal sospechoso, pero las pruebas tendrían que demostrarlo. Aunque uno apostara por la alternativa más probable, siempre tenía que ser consciente de que la verdad podía imponerse a todos los porcentajes. ¿Quién sabe? A lo mejor descubrían que la señorita Suarez se veía también con otra persona.

Lali empezó a llorar de nuevo. Se tapó la cara con las manos y se inclinó hacia delante sacudiendo los hombros.

—No puedo creer que esté ocurriendo esto —logró decir, y se preguntó vagamente cuántos millones de personas habían dicho exactamente eso mismo durante una crisis.

—Ya lo sé, cariño.

Peter sí lo sabía, pensó Lali. En su trabajo, probablemente veía demasiadas escenas como aquélla.

— ¿C-cómo es que...? Quiero decir, ¿qué sucedió?

Peter titubeó, con pocas ganas de contarle que a Eugenia la habían golpeado y apuñalado. No conocía la causa exacta de la muerte, y tampoco había visto la escena del crimen, de modo que no sabía si había muerto debido al trauma en la cabeza o a las heridas de arma blanca.

—No conozco todos los detalles —dijo por fin—. Sé que la han apuñalado. No sé la hora de la muerte ni nada. —Todo aquello era verdad, pero no se acercaba lo más mínimo a toda la verdad.

—Apuñalado —repitió Lali, y cerró los ojos como si intentase visualizar el crimen.

—No hagas eso —le dijo Peter.

Abrió los ojos y lo miró con expresión interrogante.

—Estabas intentando imaginar lo ocurrido, el aspecto que tendría, si le habrá dolido —dijo él con más dureza de la que pretendía emplear—. No lo hagas.

Lali aspiró profundamente, y Peter esperó que arremetiera contra él trasladando a él el centro de su dolor y su rabia, pero en lugar de eso asintió con la cabeza confiando en que él sabía mejor cómo actuar.

—Lo intentaré, pero... ¿cómo voy a evitar pensar en ello?

—Piensa en Eugenia—repuso Peter, porque sabía que Lali lo haría de todos modos. Formaba parte del 
proceso de duelo.

Lali intentó decir algo, forzó la garganta, pero volvieron a llenársele los ojos de lágrimas y se conformó con un brusco movimiento de cabeza. No dijo nada más durante todo el camino hasta casa.

Se sintió vieja cuando recorría el camino de entrada hacia su casa. Peter la acompañó rodeándola con un brazo, y ella se sintió agradecida por su apoyo mientras subía con paso cansino los peldaños que conducían a la puerta de la cocina. Apareció Bubú maullando y agitando la cola, como si le preguntara porqué estaba en casa tan temprano. Ella se inclinó para rascarle las orejas y se consoló un poco con el calor de su cuerpo sinuoso y la suavidad de su pelaje.

Dejó el bolso sobre la mesa y se dejó caer en una de las sillas de la cocina con Bubú en el regazo. Lo acarició mientras Peter llamaba a su sargento y llevaba a cabo una discreta conversación. Trató de no pensar en Eugenia, aún no. Sí que pensó en Cande y en Rochi, y en la ansiedad que debían de estar sufriendo por no saber nada de Eugenia. Esperaba que la policía se pusiera pronto en contacto con la hermana, porque cuando ella dijera que no iba a ir a trabajar en lo que quedaba de día, sus amigas sabrían que estaba pasando algo horrible. Si la llamaran a casa para ver qué le ocurría, no sabía qué iba a decirles, ni siquiera si iba a ser capaz de hablar con ellas.

Peter le puso delante un vaso de té.

—Bébetelo —le dijo—. Has sufrido una fuga de líquidos suficiente como para haberte deshidratado.

De forma imposible, aquello le provocó una sonrisa temblorosa. Peter la besó en la coronilla y después tomó asiento a su lado con otro vaso de té para él.

Lali dejó a Bubú en el suelo, sorbió y se secó los ojos.

—Exactamente, ¿qué es lo que le has dicho a todo el departamento acerca de mí? —preguntó, sólo por hablar de algo.

Él compuso una expresión de inocencia que, en aquel rostro de rasgos duros, no surtió mucho efecto.

—No gran cosa. Sólo que si llamabas te dijeran cómo ponerte en contacto conmigo. De todos modos, debería habérseme ocurrido darte mi número de mensáfono.

—Buen intento —comentó ella.

— ¿Ha colado?

—No.

—Vale, les dije que dices más groserías que un camionero...

— ¡No es verdad!

—... que tienes el culo más encantador que existe a este lado de las Montañas Rocosas, y que si llamabas te pusieran en contacto conmigo de inmediato porque estoy intentando llevarte a la cama y a lo mejor me llamabas para decirme que sí.

Estaba tratando de animarla un poco, se dijo Lali. Sintió que le temblaba la barbilla.

—Muy amable por tu parte —logró decir, y rompió a llorar otra vez. Se abrazó a sí misma, balanceándose adelante y atrás. Aquel estallido fue violento pero breve, como si mentalmente no pudiera soportar aquella angustia durante mucho tiempo.

Peter la sentó sobre sus rodillas y le sostuvo la cabeza contra su hombro.

—Les dije que eras especial —murmuró— y que si llamabas quería hablar contigo sin que importara dónde me encontrara o lo que estuviera haciendo.

Aquello seguramente era mentira también, pensó Lali, pero era tan encantador como lo anterior.
Tragó saliva y consiguió decir:

— ¿Aunque estuvieras trabajando dentro de ese equipo especial?

Él hizo una pausa.

—Puede que en ese caso, no.

Le dolía la cabeza de haber llorado tanto, y sentía la cara caliente. Tenía muchas ganas de pedirle a Peter que le hiciera el amor en aquel momento, pero se reprimió. Por mucho que necesitara el consuelo y la proximidad, la afirmación de la vida, no iba a sentirse bien; el primer encuentro de ambos no debía tener lugar en aquellas circunstancias. En lugar de eso escondió el rostro contra el cuello de Peter y aspiró su aroma cálido y masculino para absorber el consuelo que pudiera del hecho de tenerlo cerca.

— ¿Qué hace exactamente un equipo especial?

—Depende. Los equipos especiales se forman por diversas razones.

— ¿Y qué es lo que hace el tuyo?

—Es un equipo dedicado a crímenes violentos en departamentos múltiples. Capturamos a criminales violentos.

A Lali no le gustó cómo sonó aquello. Se sentía más cómoda imaginándolo formulando preguntas, anotando datos en un cuaderno, o sea, haciendo de detective. Capturar a criminales violentos sonaba como si echara abajo puertas y cosas así, y como si se enfrentara a gente agresiva que podía pegarle un tiro.

—Quiero hacerte unas cuantas preguntas sobre eso —le dijo, alzando la cabeza para mirarlo ceñuda—. Pero ahora no. Más tarde.

Peter dejó escapar un suspiro de alivio.

La retuvo largo rato sobre sus rodillas. La abrazó estrechamente mientras ella llamaba a la oficina y decía que no iba a volver al trabajo en lo que restaba de la jornada. Se las arregló para mantener un tono ecuánime, pero el señor deWynter no estaba y tuvo que hablar con Gina, que tenía multitud de preguntas y que también la informó de que tanto Cande como Rochi habían llamado varias veces.

—Ya las llamaré yo —dijo Lali, y colgó. Desconsolada, volvió a hundir el rostro en el hombro de Peter—. ¿Cuánto tiempo tengo que esquivarlas?

—Por lo menos hasta que salgan de trabajar. Hablaré con el sargento de Sterling Heights para ver si se han puesto ya en contacto con la hermana. Y no contestes al teléfono; el que quiera hablar conmigo me llamará al mensáfono o al móvil.

Por fin Lali abandonó el consuelo que le proporcionaba estar sentada en las rodillas de Peter y fue al cuarto de baño a lavarse la cara con agua fría. Observó su imagen en el espejo. Tenía los ojos enrojecidos y la cara toda hinchada de tanto llorar. Lucía un aspecto horroroso, pero no le importaba lo más mínimo. Se quitó la ropa con gesto cansado y se puso unos vaqueros y una camiseta, y a continuación se tomó dos aspirinas para el dolor de cabeza.

Estaba sentada a un lado de la cama cuando llegó Peter buscándola. Lo vio erguido en el umbral, grande, masculino, y sumamente cómodo incluso en el entorno femenino de su habitación. Se sentó al lado de ella.

—Tienes aspecto de cansada. ¿Por qué no duermes un rato?

En efecto estaba cansada, casi de forma abrumadora, pero al mismo tiempo no creía poder dormir.

—Por lo menos échate en la cama —le dijo Peter al ver la duda reflejada en su rostro—. Y no te preocupes; si te quedas dormida y yo me entero de algo, te despertaré inmediatamente.

— ¿Palabra de boy scout?

—Palabra de boy scout.

— ¿Tú fuiste boy scout?

—Diablos, no. Estaba demasiado ocupado metiéndome en problemas.

Estaba siendo tan amable que Lali sintió deseos de abrazarlo con fuerza. Pero en vez de hacer eso lo besó y dijo:

—Gracias, Peter. No sé qué habría hecho hoy sin ti.

—Te las has arreglado muy bien de todos modos —repuso él, y le devolvió el beso con interés, pero se retiró antes de que se convirtiera en algo más serio—. Duerme si puedes —le dijo, y salió en silencio de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

Lali se tendió y cerró los ojos, que le ardían. Poco a poco la aspirina empezó a hacer efecto sobre el dolor de cabeza, y cuando abrió los ojos de nuevo advirtió que ya eran las últimas horas de la tarde. Observó el reloj algo sorprendida: habían pasado tres horas. Después de todo, había dormido.

Tenía algunas compresas para aliviar los ojos cansados e hinchados, de modo que se colocó un par de ellas encima de los párpados y descansó un rato más, intentando recuperar un poco de energía para los días agotadores que se avecinaban. Cuando se sentó en la cama y se quitó las compresas de los ojos, vio que la hinchazón había disminuido considerablemente. Se cepilló el pelo y los dientes, y después vagó por la casa buscando a Peter y lo encontró viendo la televisión con Bubú dormido en su regazo.

— ¿Alguna noticia?

Peter contaba ahora con bastantes más detalles que antes, pero ninguno que quisiera hacer saber a Lali.

—Se ha informado a la hermana de Eugenia, y a estas alturas la prensa conoce ya la identidad de Eugenia. Probablemente saldrá en las noticias de esta noche.

El semblante de Lali se contrajo de dolor.

— ¿Y Cande? ¿Y Rochi?

—Cuando te echaste a dormir desconecté tus teléfonos. Pero hay un par de mensajes de ellas en tu contestador.

Lali volvió a consultar la hora.

—Deben de estar de camino a casa. Dentro de unos minutos probaré a llamarlas. No quisiera que se enteraran por la televisión.

Apenas aquellas palabras habían salido de su boca cuando aparecieron en su camino de entrada dos automóviles: el Cámaro de Candela y el Buick de Rochi. Lali cerró los ojos por un instante en un intento de hacer acopio de valor para los próximos minutos y se acercó descalza hasta el porche principal para salir al encuentro de sus amigas. Peter la siguió.

— ¿Qué sucede? —dijo Rochi casi gritando, con su hermoso rostro ajado por la tensión—. No conseguimos dar con Eugenia, tú te vas del trabajo y no contestas al teléfono. Maldita sea, Lali...

Lali notó que la cara se le empezaba a arrugar. Se tapó la boca con una mano para intentar contener los sollozos que le convulsionaban el pecho.

Cande se detuvo en seco con los ojos llenos de lágrimas.

— ¿Lali? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Qué ha ocurrido?

Lali aspiró profundamente varias veces, luchando por recuperar el control.

—Es... Es Eugenia—logró articular.

Rochi se detuvo con un pie en el primer peldaño y cerró los puños con fuerza, ya rompiendo a llorar incluso mientras decía:

— ¿Qué pasa? ¿Está herida?

Lali negó con la cabeza.

—No. Está... Está muerta. La han matado.

Cande y Rochi corrieron hacia ella y las tres se agarraron con fuerza unas a otras, llorando por la amiga a la que amaban y que habían perdido para siempre.

-.-

Corin estaba sentado frente al televisor, balanceándose adelante y atrás, aguardando. Llevaba tres días sin perderse un solo informativo, pero hasta el momento nadie sabía lo que había hecho, y creía estar a punto de reventar. Quería que el mundo supiera que la primera de las cuatro zorras estaba muerta.

Pero no sabía si había acertado. No sabía si aquella zorra era A, B, C o D. Esperaba que fuera la C, pues era la que había dicho aquello tan horrible de tener que esforzarse para ser perfecto. C era la que de verdad tenía que morir.

¿Pero cómo podía cerciorarse? Las había llamado, pero una de ellas no contestaba nunca al teléfono y las otras tres no le dijeron nada.

Pero ya había una de la que no tenía que preocuparse. Una menos, quedaban tres.

¡Ahí estaba! El locutor, con el semblante muy serio, dijo: «Un impresionante asesinato cometido en Sterling Heights siega la vida de una de las personas más famosas en los últimos días en el área de Detroit. Más detalles después de la publicidad.»

¡Por fin! Sintió que lo invadía un profundo alivio. Ahora todo el mundo sabría que no debía decir aquellas cosas del hombre perfecto de mamá.

Se balanceó adelante y atrás, canturreando en voz baja para sí: 


—Una menos, quedan tres. Una menos, quedan tres.






No llevó mucho tiempo dar con Nicolás Riera, alias «Bruck». Sólo hicieron falta unas cuantas preguntas para llegar hasta su bar favorito, lo cual permitió llegar a los nombres de algunos de sus amigos, lo cual permitió llegar a la afirmación de:

—Sí, Bruck, él y esa noviecita suya, ¿no? Se pelearon por algo, y me han dicho que se va a pegar con Víctor.

— ¿Cómo se apellida ese Víctor? —preguntó el detective Roger Bernsen muy amablemente, pero aun así le salió un tono que sonó más bien a amenaza, porque el detective Bernsen era un tipo de unos ciento diez kilos embutidos en un cuerpo de uno noventa y siete, con un cuello de cincuenta centímetros, una voz de rana y una expresión que decía que no le faltaba ni un tanto así para montar en cólera. No podía hacer nada respecto de su voz, el peso no le importaba lo más mínimo, y la expresión la aprovechaba. El conjunto total resultaba muy intimidatorio.

—Er... Ables. Víctor Ables.

— ¿Tiene idea de dónde vive Víctor?

—En la ciudad, amigo.

De modo que el detective de Sterling Heights se puso en contacto con el departamento de policía de Detroit y se detuvo a Nicolás «Bruck» Riera para interrogarlo.

El señor Riera estaba de muy mal humor cuando el detective Bernsen se sentó a hablar con él. Traía los ojos inyectados en sangre y olía a alcohol rancio, de modo que su mal humor quizá pudiera atribuirse a las uvas de la ira.

—Señor Riera —dijo el detective en un tono educado que de todas formas hizo encogerse al señor Riera—, ¿cuándo fue la última vez que vio a Eugenia Suarez?

El señor Riera levantó la cabeza bruscamente, un movimiento del que pareció arrepentirse. Cuando pudo hablar, dijo en tono hosco:

—El jueves por la noche.

— ¿El jueves? ¿Está seguro de eso?

—Sí, ¿por qué? ¿Ha dicho Eugenia que yo le hubiera robado algo? Estaba allí cuando yo me marché, y si dice que me he llevado algo que es suyo, miente.

El detective Bernsen no reaccionó. En vez de eso dijo:

— ¿Dónde ha estado usted desde el jueves por la noche?

—En la cárcel —respondió el señor Riera, todavía más malhumorado que antes.

El detective Bernsen se reclinó en su asiento, única evidencia externa de su perplejidad.

— ¿En qué cárcel?

—En la de Detroit.

— ¿Cuándo lo detuvieron?

—El jueves por la noche.

— ¿Y cuándo lo soltaron?

—Ayer por la tarde.

— ¿Así que ha pasado tres días como invitado de la ciudad de Detroit?

El señor Riera mostró una sonrisa torcida.

—Como invitado, sí.

— ¿De qué lo acusaron?

—De conducir borracho, y dijeron que me resistí.

Todo aquello podía comprobarse fácilmente. El detective Bernsen le ofreció un café, pero se sorprendió de que el señor Riera lo rechazara. Lo dejó a solas y salió de la sala para telefonear al departamento de policía de Detroit.

Los hechos eran tal y como los había descrito el señor Riera. Desde las 23:34 de la noche del jueves hasta las 3:41 de la tarde del domingo, el señor Riera había estado en la cárcel.

Como coartada, era difícil de rebatir.

La señorita Suarez había sido vista con vida por última vez cuando ella y sus tres amigas salieron de Ernie's el viernes por la noche. Dado el estado del cadáver y el avance del rigor mortis, combinado con la temperatura que había en el interior de aquella casa climatizada, la señorita Suarez había sido asesinada en algún momento de la noche del viernes o la mañana del sábado.

Sin embargo, el señor Riera no había sido el asesino.

Aquel sencillo hecho le planteó al detective un rompecabezas más difícil de lo que había supuesto al principio. Si no lo había hecho el señor Riera, entonces ¿quién? Hasta el momento no habían descubierto ninguna otra relación romántica, ningún amante frustrado y enfurecido por el hecho de que ella se hubiera negado a dejar al señor Riera. Como la víctima y el señor Riera habían roto en efecto su relación el jueves por la noche, aquella teoría no iba a ninguna parte.

Pero la agresión había sido muy personal, caracterizada por la rabia, el ensañamiento y el intento de borrar la identidad de la víctima. Las heridas de arma blanca eran postmortem; la mataron los golpes de martillo, pero el asesino aún estaba furioso y recurrió al cuchillo. Las heridas habían sangrado muy poco, lo cual indicaba que el corazón ya no le latía cuando las recibió. La agresión sexual también había sido postmortem.

Eugenia Suarez conocía a su asesino, probablemente lo dejó entrar en la casa, ya que no había señales de haber forzado la entrada. Con el señor Riera descartado, el detective regresaba a la casilla de salida.

Tendría que repetir los pasos de la víctima del viernes por la noche, pensó. Comenzar por Ernie's. ¿Adónde habría ido a continuación? ¿Habría entrado en uno o dos bares, quizás habría ligado con algún hombre y se lo habría llevado a casa?

Con la frente arrugada en un gesto pensativo, volvió al señor Riera, que estaba retrepado en la silla con los ojos cerrados y se irguió cuando el detective Bernsen entró en la sala.

—Gracias por su colaboración —dijo educadamente el detective Bernsen—. Daré orden de que lo lleven a alguna parte, si lo necesita.

— ¿Ya está? ¿Eso es todo lo que quería preguntarme? ¿De qué va todo esto?

El detective Bernsen vaciló. Si había algo que odiase hacer era ser el portador de la noticia de una muerte. Se acordaba de un capellán del ejército que en 1968 se presentó a su puerta y avisó a su madre de que su marido no iba a regresar vivo de Vietnam. Aquel doloroso recuerdo se le había quedado grabado a fuego en el cerebro.

Pero al señor Riera se le habían causado ciertas molestias en aquel asunto y merecía una explicación.

—La señorita Suarez sufrió una agresión en su casa...

— ¿Eugenia? —El señor Riera se enderezó en la silla, alerta de pronto, y cambió totalmente de actitud—. ¿Está herida? ¿Se encuentra bien?

El detective Bernsen vaciló de nuevo, atrapado por una de aquellas incómodas intuiciones de las emociones humanas.

—Lo siento —dijo en el tono más suave posible, pues sabía que aquella noticia iba a ser más devastadora de lo que había supuesto en un principio—. La señorita Suarez no sobrevivió a la agresión.

— ¿Que no sobrevivió? ¿Quiere decir que... que está muerta?

—Lo siento —repitió el detective.

Bruck Riera permaneció estupefacto durante unos instantes, y entonces se fue derrumbando lentamente. Escondió su rostro sin afeitar entre las manos y empezó a sollozar.



                                                    ***






Su hermana Ana Laura llegó a la puerta de la casa antes de las siete de la mañana del día siguiente.

—Quería pillarte antes de que te fueras a trabajar —dijo enérgicamente cuando Lali le abrió la puerta de la cocina.

—Hoy no voy a ir a trabajar. —Con gesto automático, Lali sacó otra taza del armario, la llenó de café y se la pasó a Ana. ¿Y ahora qué? No se sentía con fuerzas para enfrentarse al enfado de su hermana.

Ana depositó la taza sobre la mesa y rodeó a Lali con los brazos estrechándola con fuerza.

—No sabía lo de Eugenia hasta que oí las noticias, y he venido enseguida. ¿Estás bien?

Las lágrimas volvieron a escocerle en los ojos a Lali, cuando ella creía que no podía llorar más. Debería haberse quedado ya sin lágrimas.

—Estoy bien —contestó.

No había dormido gran cosa, no había comido gran cosa, y se sentía como si le funcionasen sólo la mitad de los cilindros, pero seguía adelante. A pesar de lo mucho que le dolía la muerte de Euge, sabía que superaría aquel mal trago. El viejo dicho de que la vida sigue era un viejo dicho precisamente porque era cierto.
Ana se apartó un poco para observarla y examinó su cara desprovista de color y sus ojos hinchados y demacrados.

—Te he traído un pepino —dijo—. Siéntate.

¿Un pepino?

— ¿Por qué? —preguntó Lali con gesto cansado—. ¿Qué vas a hacer con él?

—Ponerte un par de rodajas en los ojos, tonta —respondió Ana exasperada. A menudo se exasperaba al hablar con Lali—. Reducirá la hinchazón.

—Tengo compresas especiales para eso.

—Es mejor el pepino. Siéntate.

Como estaba tan cansada, Lali se sentó. Observó cómo Ana sacaba un enorme pepino de su bolso y lo lavaba. Seguidamente dijo:

— ¿Dónde tienes los cuchillos?

—No lo sé. En uno de los cajones.

— ¿No sabes dónde tienes los cuchillos?

—Por favor. Todavía no llevo ni un mes viviendo aquí. ¿Cuánto tardaste tú en desembalarlo todo cuando os mudasteis Al y tú?

—Bueno, vamos a ver, nos mudamos hace ocho años, así que... ocho años. —El humor chispeó en los ojos de Ana mientras comenzaba a abrir y cerrar metódicamente los cajones de los armarios.

En eso se oyó un fuerte golpe en la puerta de la cocina; acto seguido ésta se abrió antes de que Lali pudiera levantarse y entró Peter.




chicas si gana Chile hago maratón de 5 caps y si gana Argentina hago de 3

vamos Chile !!!!!!










2 comentarios:

  1. ++++++ :)
    Ha ganado Chile osea que toca maratón de 5 caps Jejejej :) besos

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  2. Vamos Chile mierdaaa!!! espero la maratón jajaja saludos genia

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