Lali había llorado tanto que tenía los ojos hinchados y casi
cerrados. Peter se había limitado a abrazarla durante el primer arranque de
llanto, con el coche estacionado delante de Hammerstead; luego, cuando recuperó
ligeramente el control, le preguntó:
— ¿Podrás comer algo?
Ella negó con la cabeza.
—No. —Tenía la voz ronca—. Tengo que decírselo a Cande...y a
Rochi...
—Aún no, cariño. En cuanto se lo digas, lo sabrá el edificio
entero; luego alguien llamará al periódico o a una emisora de radio o una
cadena de televisión, y lo sacarán en las noticias. Todavía no se ha informado
a la familia, y no tienen por qué enterarse de esa manera.
—Euge no tiene mucha familia. —Lali extrajo un pañuelo de
papel del bolso, se secó los ojos y se sonó la nariz—. Tiene una hermana en
Saginaw, y creo que unos tíos ya mayores en Florida. Eso es todo lo que yo la
he oído mencionar.
— ¿Sabes cómo se llama su hermana?
—Agustina. El apellido no lo sé.
—Probablemente figure en una agenda de direcciones de su
casa. Les diré que busquen una Agustina en Saginaw. —Marcó un número en su
teléfono móvil y habló en voz baja con el que contestó al otro extremo de la
línea, impartiendo la información sobre la hermana de Eugenia.
—Tengo que ir a casa —dijo Lali con la mirada perdida a
través del parabrisas. Echó mano de la manija de la puerta, pero Peter la
detuvo para retenerla en el sitio sujetándola firmemente del brazo.
—Ni sueñes que vas a ponerte a conducir ahora —le dijo—. Si
quieres irte a casa, te llevaré yo.
—Pero a lo mejor tienes trabajo.
—No te preocupes por eso —replicó—. Tú no vas a conducir.
Si no estuviera tan destrozada, habría discutido con él,
pero se le volvieron a inundar los ojos de lágrimas y comprendió que no veía
con claridad para conducir. Tampoco podía volver a entrar en la empresa; no
podría soportar el hecho de verse con nadie en aquel momento, ni las
inevitables preguntas que le harían, sin venirse abajo.
—Tengo que decir en la oficina que me voy a casa.
— ¿Podrás hacerlo sola, o quieres que me encargue yo?
—Puedo hacerlo yo —dijo Lali con un temblor en la voz—. Es
que... ahora mismo, no.
—Está bien. Ponte el cinturón de seguridad.
Lali se abrochó obediente el cinturón y se quedó
completamente inmóvil mientras Peter introducía la marcha y sorteaba el tráfico
de la autopista. Condujo en silencio, sin entrometerse en su dolor mientras
ella hacía lo posible por aceptar que Eugenia ya no estaba.
—Tú... Tú crees que ha sido Bruck, ¿verdad?
—Habrá que interrogarlo —respondió Peter, neutral. En aquel
momento Riera era el principal sospechoso, pero las pruebas tendrían que
demostrarlo. Aunque uno apostara por la alternativa más probable, siempre tenía
que ser consciente de que la verdad podía imponerse a todos los porcentajes.
¿Quién sabe? A lo mejor descubrían que la señorita Suarez se veía también con
otra persona.
Lali empezó a llorar de nuevo. Se tapó la cara con las manos
y se inclinó hacia delante sacudiendo los hombros.
—No puedo creer que esté ocurriendo esto —logró decir, y se
preguntó vagamente cuántos millones de personas habían dicho exactamente eso
mismo durante una crisis.
—Ya lo sé, cariño.
Peter sí lo sabía, pensó Lali. En su trabajo, probablemente
veía demasiadas escenas como aquélla.
— ¿C-cómo es que...? Quiero decir, ¿qué sucedió?
Peter titubeó, con pocas ganas de contarle que a Eugenia la
habían golpeado y apuñalado. No conocía la causa exacta de la muerte, y tampoco
había visto la escena del crimen, de modo que no sabía si había muerto debido
al trauma en la cabeza o a las heridas de arma blanca.
—No conozco todos los detalles —dijo por fin—. Sé que la han
apuñalado. No sé la hora de la muerte ni nada. —Todo aquello era verdad, pero
no se acercaba lo más mínimo a toda la verdad.
—Apuñalado —repitió Lali, y cerró los ojos como si intentase
visualizar el crimen.
—No hagas eso —le dijo Peter.
Abrió los ojos y lo miró con expresión interrogante.
—Estabas intentando imaginar lo ocurrido, el aspecto que
tendría, si le habrá dolido —dijo él con más dureza de la que pretendía
emplear—. No lo hagas.
Lali aspiró profundamente, y Peter esperó que arremetiera
contra él trasladando a él el centro de su dolor y su rabia, pero en lugar de
eso asintió con la cabeza confiando en que él sabía mejor cómo actuar.
—Lo intentaré, pero... ¿cómo voy a evitar pensar en ello?
—Piensa en Eugenia—repuso Peter, porque sabía que Lali lo
haría de todos modos. Formaba parte del
proceso de duelo.
Lali intentó decir algo, forzó la garganta, pero volvieron a
llenársele los ojos de lágrimas y se conformó con un brusco movimiento de
cabeza. No dijo nada más durante todo el camino hasta casa.
Se sintió vieja cuando recorría el camino de entrada hacia su
casa. Peter la acompañó rodeándola con un brazo, y ella se sintió agradecida
por su apoyo mientras subía con paso cansino los peldaños que conducían a la
puerta de la cocina. Apareció Bubú maullando y agitando la cola, como si le
preguntara porqué estaba en casa tan temprano. Ella se inclinó para rascarle
las orejas y se consoló un poco con el calor de su cuerpo sinuoso y la suavidad
de su pelaje.
Dejó el bolso sobre la mesa y se dejó caer en una de las
sillas de la cocina con Bubú en el regazo. Lo acarició mientras Peter llamaba a
su sargento y llevaba a cabo una discreta conversación. Trató de no pensar en
Eugenia, aún no. Sí que pensó en Cande y en Rochi, y en la ansiedad que debían
de estar sufriendo por no saber nada de Eugenia. Esperaba que la policía se
pusiera pronto en contacto con la hermana, porque cuando ella dijera que no iba
a ir a trabajar en lo que quedaba de día, sus amigas sabrían que estaba pasando
algo horrible. Si la llamaran a casa para ver qué le ocurría, no sabía qué iba
a decirles, ni siquiera si iba a ser capaz de hablar con ellas.
Peter le puso delante un vaso de té.
—Bébetelo —le dijo—. Has sufrido una fuga de líquidos
suficiente como para haberte deshidratado.
De forma imposible, aquello le provocó una sonrisa
temblorosa. Peter la besó en la coronilla y después tomó asiento a su lado con
otro vaso de té para él.
Lali dejó a Bubú en el suelo, sorbió y se secó los ojos.
—Exactamente, ¿qué es lo que le has dicho a todo el
departamento acerca de mí? —preguntó, sólo por hablar de algo.
Él compuso una expresión de inocencia que, en aquel rostro
de rasgos duros, no surtió mucho efecto.
—No gran cosa. Sólo que si llamabas te dijeran cómo ponerte
en contacto conmigo. De todos modos, debería habérseme ocurrido darte mi número
de mensáfono.
—Buen intento —comentó ella.
— ¿Ha colado?
—No.
—Vale, les dije que dices más groserías que un camionero...
— ¡No es verdad!
—... que tienes el culo más encantador que existe a este
lado de las Montañas Rocosas, y que si llamabas te pusieran en contacto conmigo
de inmediato porque estoy intentando llevarte a la cama y a lo mejor me
llamabas para decirme que sí.
Estaba tratando de animarla un poco, se dijo Lali. Sintió
que le temblaba la barbilla.
—Muy amable por tu parte —logró decir, y rompió a llorar
otra vez. Se abrazó a sí misma, balanceándose adelante y atrás. Aquel estallido
fue violento pero breve, como si mentalmente no pudiera soportar aquella
angustia durante mucho tiempo.
Peter la sentó sobre sus rodillas y le sostuvo la cabeza
contra su hombro.
—Les dije que eras especial —murmuró— y que si llamabas
quería hablar contigo sin que importara dónde me encontrara o lo que estuviera
haciendo.
Aquello seguramente era mentira también, pensó Lali, pero
era tan encantador como lo anterior.
Tragó saliva y consiguió decir:
— ¿Aunque estuvieras trabajando dentro de ese equipo
especial?
Él hizo una pausa.
—Puede que en ese caso, no.
Le dolía la cabeza de haber llorado tanto, y sentía la cara
caliente. Tenía muchas ganas de pedirle a Peter que le hiciera el amor en aquel
momento, pero se reprimió. Por mucho que necesitara el consuelo y la
proximidad, la afirmación de la vida, no iba a sentirse bien; el primer
encuentro de ambos no debía tener lugar en aquellas circunstancias. En lugar de
eso escondió el rostro contra el cuello de Peter y aspiró su aroma cálido y
masculino para absorber el consuelo que pudiera del hecho de tenerlo cerca.
— ¿Qué hace exactamente un equipo especial?
—Depende. Los equipos especiales se forman por diversas
razones.
— ¿Y qué es lo que hace el tuyo?
—Es un equipo dedicado a crímenes violentos en departamentos
múltiples. Capturamos a criminales violentos.
A Lali no le gustó cómo sonó aquello. Se sentía más cómoda
imaginándolo formulando preguntas, anotando datos en un cuaderno, o sea,
haciendo de detective. Capturar a criminales violentos sonaba como si echara
abajo puertas y cosas así, y como si se enfrentara a gente agresiva que podía
pegarle un tiro.
—Quiero hacerte unas cuantas preguntas sobre eso —le dijo,
alzando la cabeza para mirarlo ceñuda—. Pero ahora no. Más tarde.
Peter dejó escapar un suspiro de alivio.
La retuvo largo rato sobre sus rodillas. La abrazó
estrechamente mientras ella llamaba a la oficina y decía que no iba a volver al
trabajo en lo que restaba de la jornada. Se las arregló para mantener un tono
ecuánime, pero el señor deWynter no estaba y tuvo que hablar con Gina, que
tenía multitud de preguntas y que también la informó de que tanto Cande como
Rochi habían llamado varias veces.
—Ya las llamaré yo —dijo Lali, y colgó. Desconsolada, volvió
a hundir el rostro en el hombro de Peter—. ¿Cuánto tiempo tengo que
esquivarlas?
—Por lo menos hasta que salgan de trabajar. Hablaré con el
sargento de Sterling Heights para ver si se han puesto ya en contacto con la
hermana. Y no contestes al teléfono; el que quiera hablar conmigo me llamará al
mensáfono o al móvil.
Por fin Lali abandonó el consuelo que le proporcionaba estar
sentada en las rodillas de Peter y fue al cuarto de baño a lavarse la cara con
agua fría. Observó su imagen en el espejo. Tenía los ojos enrojecidos y la cara
toda hinchada de tanto llorar. Lucía un aspecto horroroso, pero no le importaba
lo más mínimo. Se quitó la ropa con gesto cansado y se puso unos vaqueros y una
camiseta, y a continuación se tomó dos aspirinas para el dolor de cabeza.
Estaba sentada a un lado de la cama cuando llegó Peter
buscándola. Lo vio erguido en el umbral, grande, masculino, y sumamente cómodo
incluso en el entorno femenino de su habitación. Se sentó al lado de ella.
—Tienes aspecto de cansada. ¿Por qué no duermes un rato?
En efecto estaba cansada, casi de forma abrumadora, pero al
mismo tiempo no creía poder dormir.
—Por lo menos échate en la cama —le dijo Peter al ver la
duda reflejada en su rostro—. Y no te preocupes; si te quedas dormida y yo me
entero de algo, te despertaré inmediatamente.
— ¿Palabra de boy scout?
—Palabra de boy scout.
— ¿Tú fuiste boy scout?
—Diablos, no. Estaba demasiado ocupado metiéndome en
problemas.
Estaba siendo tan amable que Lali sintió deseos de abrazarlo
con fuerza. Pero en vez de hacer eso lo besó y dijo:
—Gracias, Peter. No sé qué habría hecho hoy sin ti.
—Te las has arreglado muy bien de todos modos —repuso él, y
le devolvió el beso con interés, pero se retiró antes de que se convirtiera en
algo más serio—. Duerme si puedes —le dijo, y salió en silencio de la
habitación cerrando la puerta tras de sí.
Lali se tendió y cerró los ojos, que le ardían. Poco a poco
la aspirina empezó a hacer efecto sobre el dolor de cabeza, y cuando abrió los
ojos de nuevo advirtió que ya eran las últimas horas de la tarde. Observó el
reloj algo sorprendida: habían pasado tres horas. Después de todo, había
dormido.
Tenía algunas compresas para aliviar los ojos cansados e
hinchados, de modo que se colocó un par de ellas encima de los párpados y
descansó un rato más, intentando recuperar un poco de energía para los días
agotadores que se avecinaban. Cuando se sentó en la cama y se quitó las
compresas de los ojos, vio que la hinchazón había disminuido considerablemente.
Se cepilló el pelo y los dientes, y después vagó por la casa buscando a Peter y
lo encontró viendo la televisión con Bubú dormido en su regazo.
— ¿Alguna noticia?
Peter contaba ahora con bastantes más detalles que antes,
pero ninguno que quisiera hacer saber a Lali.
—Se ha informado a la hermana de Eugenia, y a estas alturas
la prensa conoce ya la identidad de Eugenia. Probablemente saldrá en las
noticias de esta noche.
El semblante de Lali se contrajo de dolor.
— ¿Y Cande? ¿Y Rochi?
—Cuando te echaste a dormir desconecté tus teléfonos. Pero
hay un par de mensajes de ellas en tu contestador.
Lali volvió a consultar la hora.
—Deben de estar de camino a casa. Dentro de unos minutos
probaré a llamarlas. No quisiera que se enteraran por la televisión.
Apenas aquellas palabras habían salido de su boca cuando
aparecieron en su camino de entrada dos automóviles: el Cámaro de Candela y el
Buick de Rochi. Lali cerró los ojos por un instante en un intento de hacer
acopio de valor para los próximos minutos y se acercó descalza hasta el porche
principal para salir al encuentro de sus amigas. Peter la siguió.
— ¿Qué sucede? —dijo Rochi casi gritando, con su hermoso
rostro ajado por la tensión—. No conseguimos dar con Eugenia, tú te vas del
trabajo y no contestas al teléfono. Maldita sea, Lali...
Lali notó que la cara se le empezaba a arrugar. Se tapó la
boca con una mano para intentar contener los sollozos que le convulsionaban el
pecho.
Cande se detuvo en seco con los ojos llenos de lágrimas.
— ¿Lali? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Qué ha ocurrido?
Lali aspiró profundamente varias veces, luchando por
recuperar el control.
—Es... Es Eugenia—logró articular.
Rochi se detuvo con un pie en el primer peldaño y cerró los
puños con fuerza, ya rompiendo a llorar incluso mientras decía:
— ¿Qué pasa? ¿Está herida?
Lali negó con la cabeza.
—No. Está... Está muerta. La han matado.
Cande y Rochi corrieron hacia ella y las tres se agarraron
con fuerza unas a otras, llorando por la amiga a la que amaban y que habían
perdido para siempre.
-.-
Corin estaba sentado frente al televisor, balanceándose
adelante y atrás, aguardando. Llevaba tres días sin perderse un solo
informativo, pero hasta el momento nadie sabía lo que había hecho, y creía
estar a punto de reventar. Quería que el mundo supiera que la primera de las
cuatro zorras estaba muerta.
Pero no sabía si había acertado. No sabía si aquella zorra
era A, B, C o D. Esperaba que fuera la
C , pues era la que había dicho aquello tan horrible de tener
que esforzarse para ser perfecto. C era la que de verdad tenía que morir.
¿Pero cómo podía cerciorarse? Las había llamado, pero una de
ellas no contestaba nunca al teléfono y las otras tres no le dijeron nada.
Pero ya había una de la que no tenía que preocuparse. Una
menos, quedaban tres.
¡Ahí estaba! El locutor, con el semblante muy serio, dijo: «Un
impresionante asesinato cometido en Sterling Heights siega la vida de una de
las personas más famosas en los últimos días en el área de Detroit. Más
detalles después de la publicidad.»
¡Por fin! Sintió que lo invadía un profundo alivio. Ahora todo
el mundo sabría que no debía decir aquellas cosas del hombre perfecto de mamá.
Se balanceó adelante y atrás, canturreando en voz baja para
sí:
—Una menos, quedan tres. Una menos, quedan tres.
No llevó mucho tiempo dar con Nicolás Riera, alias «Bruck».
Sólo hicieron falta unas cuantas preguntas para llegar hasta su bar favorito,
lo cual permitió llegar a los nombres de algunos de sus amigos, lo cual
permitió llegar a la afirmación de:
—Sí, Bruck, él y esa noviecita suya, ¿no? Se pelearon por
algo, y me han dicho que se va a pegar con Víctor.
— ¿Cómo se apellida ese Víctor? —preguntó el detective Roger
Bernsen muy amablemente, pero aun así le salió un tono que sonó más bien a
amenaza, porque el detective Bernsen era un tipo de unos ciento diez kilos
embutidos en un cuerpo de uno noventa y siete, con un cuello de cincuenta
centímetros, una voz de rana y una expresión que decía que no le faltaba ni un
tanto así para montar en cólera. No podía hacer nada respecto de su voz, el
peso no le importaba lo más mínimo, y la expresión la aprovechaba. El conjunto
total resultaba muy intimidatorio.
—Er... Ables. Víctor Ables.
— ¿Tiene idea de dónde vive Víctor?
—En la ciudad, amigo.
De modo que el detective de Sterling Heights se puso en
contacto con el departamento de policía de Detroit y se detuvo a Nicolás
«Bruck» Riera para interrogarlo.
El señor Riera estaba de muy mal humor cuando el detective
Bernsen se sentó a hablar con él. Traía los ojos inyectados en sangre y olía a
alcohol rancio, de modo que su mal humor quizá pudiera atribuirse a las uvas de
la ira.
—Señor Riera —dijo el detective en un tono educado que de
todas formas hizo encogerse al señor Riera—, ¿cuándo fue la última vez que vio
a Eugenia Suarez?
El señor Riera levantó la cabeza bruscamente, un movimiento
del que pareció arrepentirse. Cuando pudo hablar, dijo en tono hosco:
—El jueves por la noche.
— ¿El jueves? ¿Está seguro de eso?
—Sí, ¿por qué? ¿Ha dicho Eugenia que yo le hubiera robado
algo? Estaba allí cuando yo me marché, y si dice que me he llevado algo que es
suyo, miente.
El detective Bernsen no reaccionó. En vez de eso dijo:
— ¿Dónde ha estado usted desde el jueves por la noche?
—En la cárcel —respondió el señor Riera, todavía más
malhumorado que antes.
El detective Bernsen se reclinó en su asiento, única evidencia externa de su perplejidad.
— ¿En qué cárcel?
—En la de Detroit.
— ¿Cuándo lo detuvieron?
—El jueves por la noche.
— ¿Y cuándo lo soltaron?
—Ayer por la tarde.
— ¿Así que ha pasado tres días como invitado de la ciudad de
Detroit?
El señor Riera mostró una sonrisa torcida.
—Como invitado, sí.
— ¿De qué lo acusaron?
—De conducir borracho, y dijeron que me resistí.
Todo aquello podía comprobarse fácilmente. El detective
Bernsen le ofreció un café, pero se sorprendió de que el señor Riera lo
rechazara. Lo dejó a solas y salió de la sala para telefonear al departamento
de policía de Detroit.
Los hechos eran tal y como los había descrito el señor
Riera. Desde las 23:34 de la noche del jueves hasta las 3:41 de la tarde del
domingo, el señor Riera había estado en la cárcel.
Como coartada, era difícil de rebatir.
La señorita Suarez había sido vista con vida por última vez
cuando ella y sus tres amigas salieron de Ernie's el viernes por la noche. Dado
el estado del cadáver y el avance del rigor mortis, combinado con la
temperatura que había en el interior de aquella casa climatizada, la señorita
Suarez había sido asesinada en algún momento de la noche del viernes o la
mañana del sábado.
Sin embargo, el señor Riera no había sido el asesino.
Aquel sencillo hecho le planteó al detective un rompecabezas
más difícil de lo que había supuesto al principio. Si no lo había hecho el
señor Riera, entonces ¿quién? Hasta el momento no habían descubierto ninguna
otra relación romántica, ningún amante frustrado y enfurecido por el hecho de
que ella se hubiera negado a dejar al señor Riera. Como la víctima y el señor
Riera habían roto en efecto su relación el jueves por la noche, aquella teoría
no iba a ninguna parte.
Pero la agresión había sido muy personal, caracterizada por
la rabia, el ensañamiento y el intento de borrar la identidad de la víctima.
Las heridas de arma blanca eran postmortem; la mataron los golpes de martillo,
pero el asesino aún estaba furioso y recurrió al cuchillo. Las heridas habían
sangrado muy poco, lo cual indicaba que el corazón ya no le latía cuando las
recibió. La agresión sexual también había sido postmortem.
Eugenia Suarez conocía a su asesino, probablemente lo dejó
entrar en la casa, ya que no había señales de haber forzado la entrada. Con el
señor Riera descartado, el detective regresaba a la casilla de salida.
Tendría que repetir los pasos de la víctima del viernes por
la noche, pensó. Comenzar por Ernie's. ¿Adónde habría ido a continuación?
¿Habría entrado en uno o dos bares, quizás habría ligado con algún hombre y se
lo habría llevado a casa?
Con la frente arrugada en un gesto pensativo, volvió al
señor Riera, que estaba retrepado en la silla con los ojos cerrados y se irguió
cuando el detective Bernsen entró en la sala.
—Gracias por su colaboración —dijo educadamente el detective
Bernsen—. Daré orden de que lo lleven a alguna parte, si lo necesita.
— ¿Ya está? ¿Eso es todo lo que quería preguntarme? ¿De qué
va todo esto?
El detective Bernsen vaciló. Si había algo que odiase hacer
era ser el portador de la noticia de una muerte. Se acordaba de un capellán del
ejército que en 1968 se presentó a su puerta y avisó a su madre de que su
marido no iba a regresar vivo de Vietnam. Aquel doloroso recuerdo se le había
quedado grabado a fuego en el cerebro.
Pero al señor Riera se le habían causado ciertas molestias
en aquel asunto y merecía una explicación.
—La señorita Suarez sufrió una agresión en su casa...
— ¿Eugenia? —El señor Riera se enderezó en la silla, alerta
de pronto, y cambió totalmente de actitud—. ¿Está herida? ¿Se encuentra bien?
El detective Bernsen vaciló de nuevo, atrapado por una de
aquellas incómodas intuiciones de las emociones humanas.
—Lo siento —dijo en el tono más suave posible, pues sabía
que aquella noticia iba a ser más devastadora de lo que había supuesto en un
principio—. La señorita Suarez no sobrevivió a la agresión.
— ¿Que no sobrevivió? ¿Quiere decir que... que está muerta?
—Lo siento —repitió el detective.
Bruck Riera permaneció estupefacto durante unos instantes, y
entonces se fue derrumbando lentamente. Escondió su rostro sin afeitar entre
las manos y empezó a sollozar.
***
Su hermana Ana Laura llegó a la puerta de la casa antes de
las siete de la mañana del día siguiente.
—Quería pillarte antes de que te fueras a trabajar —dijo
enérgicamente cuando Lali le abrió la puerta de la cocina.
—Hoy no voy a ir a trabajar. —Con gesto automático, Lali
sacó otra taza del armario, la llenó de café y se la pasó a Ana. ¿Y ahora qué?
No se sentía con fuerzas para enfrentarse al enfado de su hermana.
Ana depositó la taza sobre la mesa y rodeó a Lali con los
brazos estrechándola con fuerza.
—No sabía lo de Eugenia hasta que oí las noticias, y he
venido enseguida. ¿Estás bien?
Las lágrimas volvieron a escocerle en los ojos a Lali,
cuando ella creía que no podía llorar más. Debería haberse quedado ya sin
lágrimas.
—Estoy bien —contestó.
No había dormido gran cosa, no había comido gran cosa, y se
sentía como si le funcionasen sólo la mitad de los cilindros, pero seguía
adelante. A pesar de lo mucho que le dolía la muerte de Euge, sabía que
superaría aquel mal trago. El viejo dicho de que la vida sigue era un viejo
dicho precisamente porque era cierto.
Ana se apartó un poco para observarla y examinó su cara
desprovista de color y sus ojos hinchados y demacrados.
—Te he traído un pepino —dijo—. Siéntate.
¿Un pepino?
— ¿Por qué? —preguntó Lali con gesto cansado—. ¿Qué vas a
hacer con él?
—Ponerte un par de rodajas en los ojos, tonta —respondió Ana
exasperada. A menudo se exasperaba al hablar con Lali—. Reducirá la hinchazón.
—Tengo compresas especiales para eso.
—Es mejor el pepino. Siéntate.
Como estaba tan cansada, Lali se sentó. Observó cómo Ana
sacaba un enorme pepino de su bolso y lo lavaba. Seguidamente dijo:
— ¿Dónde tienes los cuchillos?
—No lo sé. En uno de los cajones.
— ¿No sabes dónde tienes los cuchillos?
—Por favor. Todavía no llevo ni un mes viviendo aquí.
¿Cuánto tardaste tú en desembalarlo todo cuando os mudasteis Al y tú?
—Bueno, vamos a ver, nos mudamos hace ocho años, así que...
ocho años. —El humor chispeó en los ojos de Ana mientras comenzaba a abrir y
cerrar metódicamente los cajones de los armarios.
En eso se oyó un fuerte golpe en la puerta de la cocina;
acto seguido ésta se abrió antes de que Lali pudiera levantarse y entró Peter.
chicas si gana Chile hago maratón de 5 caps y si gana Argentina hago de 3
vamos Chile !!!!!!
++++++ :)
ResponderEliminarHa ganado Chile osea que toca maratón de 5 caps Jejejej :) besos
Vamos Chile mierdaaa!!! espero la maratón jajaja saludos genia
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