domingo, 29 de septiembre de 2019

Capitulo 22




Peter
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Froté mi mano sobre mi boca, Headstrong de Trapt sonando a todo volumen de camino a casa. Había dado vueltas y vueltas hoy, preguntándome si debería volver para la carrera. Preguntándome si Euge había persuadido a Lali de acompañarla. Preguntándome, esperando, y luego rindiéndome.

Por alguna razón, Lali no quería quedarse para ver si íbamos a
ser algo, y yo simplemente tenía mucho orgullo de sobra. Tal vez Nico tenía razón y necesitaba perseguirla más duro.

Pero necesitaba algo, cualquier cosa de ella para demostrarme
que lo merecía. Cuando por primera vez envió un mensaje, no respondí.

Me senté en mi casa, viendo una pelea de televisión por pagar con
algunos de mis compañeros de equipo y esperé.

Si no sabía qué decir, entonces la dejaría jodidamente averiguarlo.

Cuando ella comenzó a abrirse más, estuve dentro. Ella me extrañaba, me quería allí, y Nico tenía razón. No podía dejarla ir de nuevo. Si intentaba rechazarme o huir, iba a presionarla hasta que me dijera cuál era su problema. Relación o no, necesitaba saber qué diablos le pasaba.

Y luego cuando comenzó a coquetear, ya estaba agarrando las
llaves del coche.

Una hora y cinco minutos más tarde, estaba deteniéndome
delante de la casa de Euge, la calle ya abarrotada de coches por la
fiesta en marcha en la casa de al lado de Nico y Gas.

Aparcando al otro lado de la calle, bajé del coche solo para notar
a Lali salir corriendo de la puerta principal de Euge.

Jesús.

Llevaba pequeños pantalones cortos de pijama y una ceñida
camiseta blanca y gris de béisbol, la fina correa de su pequeño bolso cruzando su pecho. Tenía zapatillas de deporte sin calcetines,
enseñándome por completo sus hermosas piernas desde los tobillos
hasta la parte superior de sus muslos.

Maldita pijama.

En pijama de chica mala con su cabello colgando en hermosas
ondas, Lali era la única que podía ver o pensar.

Mis brazos hormigueaban por abrazarla, y cuando la vi corriendo
por los escalones del porche y cruzar la calle, tuve apenas tiempo
suficiente para extenderlos y atraparla cuando saltó a mis brazos.
Envolviendo sus brazos y piernas a mí alrededor, aplastó su boca contra la mía, y gruñí cuando retrocedimos contra mi coche.

—Maldición, nena —dije sin aliento entre besos. Su boca en la mía
se movió duro, rápido y profundo. Su lengua se deslizo contra la mía y salió rápidamente para recorrer mi labio superior y luego hundirse de nuevo. Mis brazos estaban envueltos alrededor de su cintura, y estaba prácticamente arrastrándose sobre mí, tratando de acercarse con cada beso.

No había combustión para este fuego. Un incendio era ya
dolorosamente intenso en mis jeans y mi camiseta azul oscuro quemaba mi cuello donde ella la agarró y tiró.

Pero no me importaba. Mis dedos se clavaron en su espalda,
apreciando esto por completo. Sus gemidos resonando en mi boca, la forma en que se aferraba a mí...

Nos di la vuelta, para que su espalda estuviera contra la puerta de
mi coche, y empecé a devolvérselo. Sus manos ascendieron a mi
cabello, bajaron por los lados de mi cara y luego más.

Alejé mi cara, jadeando con nuestras narices presionadas juntas.
Sus manos se metieron debajo de mi camiseta y me produjo escalofríos cuando sus dedos se arrastraron por mi estómago.
Sus labios me alcanzaron intentado capturar los míos. Luego se
enderezó, envolvió sus brazos de vuelta alrededor de mi cuello, y
comenzó a esparcir suaves, ligeros besos alrededor de mi boca, sobre mi mejilla, y en mi cuello.

Mi polla se presionaba contra mis jeans, y malditamente deseaba
que estuviéramos en un lugar privado, así podía estar dentro de ella
aquí y ahora.

—Peter. —Su susurro sonó como si estuviera dolorida.

—Shhh —ordené, acercándome para tomar sus labios de nuevo.
Pero se apartó.

—No, necesito decir esto. —Tomó mi cara y me miró a los ojos. Fue entonces cuando me di cuenta de que no llevaba sus gafas.

Su hermosa mirada verde buscó en mis ojos con un poco de temor
y su rostro estaba sonrosado. Dios, era hermosa.

—Peter, te amo —susurró—. Estoy enamorada de ti.
Mis puños se apretaron alrededor de su camisa, y casi la dejé caer.

¿Qué?

Mi corazón parecía latir más y más dentro de mi pecho,
desplomándose de mi cuerpo. Sudor cubrió mi frente y mis piernas casi fallaron.

Me miró fijamente, parecía asustada pero definitivamente
consciente y alerta. Sabía lo que estaba diciendo, y repetí las palabras una y otra vez en mi cabeza.

Peter, te amo. Estoy enamorada de ti.

Bajé mi barbilla, entrecerrando mis ojos.

—¿Hablas en serio? ―pregunté.

Asintió.

—Te he amado siempre. Hay tantas cosas que necesito decirte.

Mis brazos se apretaron a su alrededor, y la más grande maldita
sonrisa que jamás sentí apareció en mi cara.

—Nada más importa —dije, atrapando sus labios para otro beso
tan duro que no podíamos respirar.

—Oigan, ¿chicos? —Oí un grito provenir del otro lado de la calle,
de la fiesta asumía. Sin romper el beso, saqué mi dedo medio detrás de mí hacia la casa de Nico.

Escuché una risa.

—¡Por mucho que me gustaría observarlos tener sexo y todo,
realmente no quiero tener que eliminar otra ronda de Adolecentes
Alocándose de Internet!

Gas.

Lali enterró su boca en mi cuello, abrazándome y riendo.

―¿De qué está hablando?

Sí, larga historia. Gas era muy bueno con las computadoras, y
estaba definitivamente en lo cierto. Teníamos que salir de la calle.

—Nico y Euge. —Me incliné, besándola y estaba completamente
jodidamente encendido en este momento—. Te lo explicaré en otro
momento. Entremos.

—No. —Sacudió su cabeza pero continuó acercándose por besos
rápidos, acariciando mi pecho y cuello—. Llévame a casa. A tu cama. Enciérrame en tu habitación y dame placer hasta que lo único que sepa hacer sea gemir tu nombre.

La empujé de nuevo contra el coche y me hundí en sus labios otra
vez, golpeando mi mano contra en la puerta por frustración. Jesucristo, la deseaba tan mal en estos momentos.

Varios gritos y declaraciones estallaron detrás de mí, y sabía que
teníamos una audiencia ahora. Oí a Gas riendo y gritándonos mientras que otros simplemente exclamaban, ¡Whoo!

Idiotas.

—Te amo —susurré contra su boca—. Vamos a casa.

Todo el camino en coche a la casa fue una jodida tortura. Lali
no se detenía de tocarme, mordisqueando mi oreja, pasando sus manos por mis muslos... Estaba más duro que un tubo de acero y a punto de detenerme y follarla a un lado de la carretera.

—Lo siento —susurró en mi oído—. ¿Es demasiado?

—Diablos, no. —Metí la sexta marcha después de que conseguimos atravesar la puerta de Seven Hills—. Me gusta este nuevo tú. Pero me estás matando en estos momentos.

Exhaló su cálido aliento en mi oído, y cerré mis ojos, apretando mi
mandíbula. No iba a durar mucho tiempo.

—Peter, llévame a la cama —suplicó.

Gruñí, acelerando en nuestro camino de entrada y deteniéndome
en seco frente de la casa. Lali salió por la puerta antes, y rodeé el
coche, cogiendo su mano y arrastrándola hacia la casa.
Desbloqueando la puerta, la jalé a través, y corrimos por el
vestíbulo escaleras arriba.

—¿Peter? —Oí la voz de Addie provenir de alguna parte—.
¿Lali?

—¡Hola, Addie! —gritamos ambos, ni siquiera nos detuvimos a
voltear mientras subíamos rápidamente los escalones de dos a la vez.

Escuché un “Oh, querido” como queja al llegar a la segunda
planta y tuve que reír. Pobre Addie.

Lali llegó a mi habitación antes que yo y abrió la puerta con
tanta fuerza que sacudió la pared cuando la golpeó. Reduje la
velocidad hasta una caminata, cruzando el umbral con mis ojos fijos en los de ella mientras giraba para mirarme.

Retrocedió dentro la habitación, un tímido, suave paso a la vez
como en cámara lenta, quitando sus zapatos y lanzando su bolsa al
suelo.

Sin apartar mi mirada de ella, cerré la puerta detrás de mí.

—Quiero hacer un trato —propuse, caminando con intención
lentamente hacia ella.

Su ardiente mirada me calentó.

—¿Y qué es? —preguntó, levantando su camisa sobre su cabeza y
dejándola caer al suelo.

Tomé un vistazo del tatuaje de Valknut en el lado de su torso. No
era grande, pero nunca había obtenido la oportunidad de estudiarlo.
Tendría que recordar preguntarle lo que significaba.

—Sí tú —amenacé—, apenas dejas mi cama sin mi permiso en las
próximas doce horas, tienes que conseguir un tatuaje con mi nombre... —Sonreí.

Arqueó una ceja desafiante.

—En tu trasero —terminé.

Una sonrisa de superioridad jugó en las comisuras de su boca, y
continúe avanzando hacia ella lentamente, admirando su suave piel y sujetador de encaje blanco.

—¿Trato? —Alcancé la parte de atrás de mi cuello y tiré de mi
camiseta por encima de mi cabeza.

Deslizó sus dedos dentro de sus pantalones cortos, los bajó por
debajo de su culo y los dejó caer al suelo.

—No voy a irme sin un adiós. No me iré en absoluto, Peter —
prometió.

—¿Tenemos un trato? —presioné, mi voz más exigente.

—Sí.

Acercándome hasta quedar de pie frente a ella, me tensé cuando
sus dedos rozaron mi estómago. Desabrochó mi cinturón, quitándolo bruscamente de las presillas. Saqué mis zapatos y luego alcancé detrás de ella para desabrochar su sujetador. Apartándolo de su cuerpo, dejé a mi boca abrirse un poco ante la vista de sus pechos llenos y pezones oscuros y duros.

Pero cuando empezó a desabrochar mis pantalones, agarré su
mano.

—Todavía no —susurré, capturando su labio inferior entre mis
dientes. Sabía a vainilla y calidez y hogar. No me podía imaginar nunca estar hambriento por nadie más que ella.

Gimió cuando tiré de sus labios con mis dientes, pero la dejé ir y
deslicé mis manos dentro de sus bragas, empujándolas por sus piernas.

Me sentí como un niño en el Cuatro de Julio. Fuegos artificiales
explotaron por todas partes.

Con ella desnuda y yo todavía en mis jeans, la dejé allí de pie y fui
a sentarme en la silla tapizada en la esquina.

Sus ojos se ensancharon, dirigiéndose de izquierda a derecha.
—Um ¿qué estás haciendo?

—Siéntate en la cama.

Se quedó allí mirándome fijamente durante unos diez segundos
antes de finalmente dejarse caer sobre el edredón azul marino y moverse hacia atrás hasta el centro. Levantando sus rodillas, las abrazó, y se burló de mí con ojos juguetones. Tratando muy duro de parecer inocente.

El cabello en la parte de atrás de mi cuello se erizó. Su cabello
derramándose a su alrededor, las curvas de su cintura, los tonificados músculos de sus muslos... Lali se ocultaba bajo un montón de ropa para chicos, y yo era el hombre más afortunado del mundo por haber sido el único en verla así.

Levantó la comisura de su boca, desafiándome.

—¿Y ahora qué?

Me incliné hacia delante, mis codos sobre mis rodillas.

—¿Cuándo fue la última vez que estuviste sobre una patineta? —
pregunté.

Parpadeó y preguntó con una risa nerviosa.

—¿Me estás preguntado eso ahora?

Ella estaba en lo cierto. Estaba matando el estado de ánimo como
un balde de hielo.

Pero esperé de todos modos.

—Bien —dijo, pareciendo insegura—. Creo que han pasado dos
años. La última vez que viví aquí.

—¿Por qué?
Se encogió de hombros, más como si no quisiera decirme que no
podía.

—No lo sé.

Me puse de pie, dando unos pasos hacia ella.

—¿Has perdido interés en ello?

—No.

—¿Entonces por qué? —Me detuve y crucé mis brazos sobre mi
pecho.

Lali amaba patinar. Se ponía sus auriculares e iba al parque
Iroquois Mendoza por horas, sola o con amigos, y simplemente se
perdía.

Lamiendo sus labios, ella dijo con un hilo de voz.

—Supongo que al principio, no quería disfrutar de nada. No quería
sonreír.

Eso sonaba como culpa. Pero ¿por qué iba a sentirse culpable?

—¿Estabas enojada conmigo? —pregunté—. ¿Por no ir tras de ti?

Asintió, su voz todavía un susurro.

—Lo estaba.

—¿Pero no ahora?

En ese momento, había pensado que había querido irse. Nunca
pensé en ir tras ella, porque pensaba que yo era la razón de que
huyera.

Sus ojos se encontraron con los míos.

—No, no te culpo por nada. Éramos tan jóvenes. —Apartó la
mirada y añadió en el último momento—: Demasiado jóvenes.

Supongo que tenía razón. A veces, sabía que lo que estábamos
haciendo era peligroso, pero estaba consumido por ella. No me
importaba. Y mientras ella disminuyó su ritmo y se tomó su tiempo para crecer, yo seguí adelante. No dormí con tantas chicas como presumía aunque la oportunidad estuvo allí, pero sin duda no podía decir que me había guardado para ella, tampoco.

Me acerqué más, dando un paso hasta el final de la cama.

—¿Por qué nunca intentaste volver a casa?

—Lo hice.

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