domingo, 29 de septiembre de 2019

Capitulo 18



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Peter


—Vamos, vamos a terminar con esto —saludé a Nico y Gas en lugar de tomar el golpe que ellos me querían dar.

Acababa de salir del vestuario después de ducharme y
cambiarme al terminar juego, para encontrarlos esperando con Euge.

Agarré la mochila que tenía colgando sobre mi hombro y esperé. 
Con toda honestidad, los esperaba antes, como hace un mes.

Euge se acercó lentamente y me incliné para recogerla en un
abrazo.

Mala idea.

Su puño se abrió y me golpeó justo en el brazo haciéndome 
tambalear hacia atrás.

—Maldición, Euge. —Hice una mueca de dolor, escuché a Gas
riendo en el fondo. Al menos evitaba mi nariz esta vez.

—Eres un idiota —reprendió—. ¡Pensamos que estabas en mal
estado y estás bien! Jugando futbol y de fiesta. ¿Qué pasa contigo?

Todavía haciendo una mueca, froté mi brazo y dejé caer mi
mochila.

—Nada. Sé que he estado fuera de contacto, pero no deberías
haberte preocupado. Solo estás enojada porque extrañaste mi cuerpo caliente, ¿huh?

Resopló y rió un poco. Ellos se preocupaban. Lo suficiente para
aparecerse en mi escuela y tenderme una emboscada fuera de mi
partido de futbol. Aun así de enojados como se veían, me hacía feliz que habían venido.

En verdad, sabía que lo harían. Por alguna razón, no podía llegar a
mí mismo. Solo no quería oír cómo de divertido lo estaban pasando este verano en casa. Tampoco quería tener la oportunidad de oír algún chisme o noticias sobre el divorcio de mi padre.

Extrañaba a mis amigos y sabía que los iba a extrañar más si estaba
en contacto. Así es como tenía que ser. Hasta ahora.

Nico dio un paso adelante y Euge puso casualmente una mano
alrededor de su cintura, enrollando su camiseta gris.

—Malditamente cierto, no debimos de habernos preocupado,
imbécil —gruño en voz baja—.  Lali tenía razón.

Me tensé, mi cuello calentándose.

—¿De qué estás hablando?

No había dicho su nombre en voz alta en meses. Había pensado
en ella, sin embargo, a pesar de que no quería.

—Ella vino con nosotros hoy. — Euge lucía feliz de entregar ese golpe pero entonces apretó sus labios—. Pero partió cuando vio que estabas bien.

Espera, ¿qué?

—¿Por qué estaba contigo? —Niego, incrédulo.

—Porque Euge y Lali son compañeras de cuarto —intervino Nico, perdiendo la paciencia—. ¿Cuál es el problema?

—¿Qué? —espeté—. ¿Ella vive contigo?

—Sí. —Euge dejó escapar una risa amarga—. Ustedes dos no se
mantienen mucho en contacto, ¿verdad?

Asentí sarcásticamente, doblándome para recoger mi mochila.

—Eso es fantástico. Ella está viviendo con uno de mis mejores
amigos y pasando el rato con los otros dos.

—Bueno, Lali ha sido mejor amiga que tú últimamente —dijo
Nico entre dientes—. No puedo creer que tuvimos que perseguirte de esta manera.

—Sí, mejor conseguimos pasar un buen rato esta noche —intervino
Gas, metiendo sus manos en los bolsillos delanteros de su sudadera.
Apenas los escuché, la ira vertiendo dentro y fuera de mis 
pulmones cada vez más rápido por segundo.

Miré a Euge.

—¿Dónde está Lali? —pregunté.

—Dijo que iba a ir a caminar alrededor hasta que estuviéramos
listos para irnos. —Sacó su teléfono y comenzó a enviar mensajes de texto—. Pensamos que nos quedaríamos a pasar la noche aquí. Tengo una carrera mañana en la noche en Shelburne Falls, así que no estaremos el fin de semana entero. Pero... —Levantó la vista—. Pareces feliz como una almeja sin nosotros aquí, así que supongo que nos iremos de regreso esta noche.

No.

—No se están yendo. He sido un idiota y no puedo explicarlo en
este momento, pero... —Asentí—. Quiero que se queden chicos.

Euge suspiró, mirando su teléfono.

—Ella está en Grotto.
Solté un suspiro enorme, y le arrojé a Nico la llave de la casa de mi
padre.

—¿Recuerdas dónde está la casa de mi papá, verdad? —Se había
quedado allí a lo largo de un fin de semana cuando Euge estuvo en
Francia hace dos años—. Vayan ahí —dije, dirigiéndome hacia mi
carro—. Iré por Lali.


El Grotto era un punto destacado en Notre Dame y una
reproducción de un santuario Francés donde la Virgen María se le
apareció a San Bernardo en el año 1800. Para creyentes y no creyentes era un hermoso lugar en el campus donde la gente iba a rezar, meditar, pensar, o simplemente estar en silencio por un momento.

No podía pretender que era un chico que iba a la iglesia, pero
hasta yo encendía velas allí antes de los juegos y los exámenes.

Por si acaso.

Era también el lugar donde mi padre se le propuso a mi madre
hace más de veinte años. Y mira como terminó.

No sabía lo que le iba a decir a Lali y ni siquiera estaba seguro
qué quería de esto. ¿Quería que se fuera? No. ¿Debía desear que se
fuera? Sí.

Se merecía toda la jodida ley del hielo en el mundo. Que descaro
tenía para aparecerse aquí. Chantajear a mi padre: casi tirando a la
madre de Nico bajo el autobús. A mí me sacudía arriba, abajo y
alrededor a su voluntad.

Claro, había rodado como un trompo por algunas semanas
después de llegar a South Bend, pero entonces me había dividido entre el futbol y mis amigos. Estaba bien.

Y sí, me había ido de mis mejores amigos. Y por supuesto, apenas había reído desde que llegué aquí, pero todavía seguía
estando guapo como nadie.

Eso funcionaba para mí.

Pasé a través de los jardines de corte, limpio, virando por las aceras
bajo los árboles casi desnudos. Vi la Grotto metida dentro de la pared de roca.

Y Lali estaba ahí.

No estaba sentada y de mal humor como pensé que estaría. O
como quería que estuviera. No, ella estaba de pie frente al santuario, con las manos en los bolsillos, mirando el mar de velas encendidas vacilantes en el ligero viento. La Virgen María de pie encaramada en su ensenada a la derecha. Negué, sonriendo ante la ironía.

La gente venía aquí para rezar. Había unos pocos arrodillados ante
la valla que los separaba de la capilla en estos momentos.

No podía gritarle aquí. Maldición.

Sentado en el banco detrás de ella, lancé mis brazos por la parte
de atrás y esperé a que se diera vuelta.

Su cabello castaño claro volaba sobre sus hombros y sus pequeñas
manos ahuecaron su culo en sus bolsillos de los vaqueros. Cerré mi
maldita boca y tragué.

—Sabes —comenzó, volteando su cara a un lado—... es
inapropiado para ti mirar mi culo fijamente aquí.

La pareja que estaba rezando la miro, luego hacia mí y de vuelta a
sus manos.

Aja, rueguen por nosotros.

—Pero es lo único bueno de ti, hermanita.

La mirada de asombro de la pareja me hizo querer reír mientras se
levantaron, la mujer mirándome mientras se iban. Apreté mi mandíbula, sin querer admitir que esta era la primera vez que realmente me reí desde hace un tiempo.

La espalda de Lali se tensó y se dio la vuelta lentamente,
marcándome con sus ojos pacientes, pero me impulsé antes de que ella comenzara.

—Así que, ¿qué pensabas? —pregunté—. ¿Que estaría dando
vueltas en desesperación sin ti?

Ella entrecerró los ojos, la vergüenza calentando sus mejillas.

—No debería haber venido. Euge me aseguró que estabas
aspirando tu dosis diaria de cocaína del trasero de una puta. Ella me
intimidó.

Ella era la experta. Me reí para mí, pero luego me tensé.

Hablaba de Euge como si fueran amigas. Al igual como si tuvieran
una relación completa y yo no era consciente de ello.

Infiernos. No lo estaba. 

Dejé caer la pelota y Lali recogió lo que dejé ir.

Lali me miró y me di cuenta de que no llevaba sus gafas.

Usualmente las usaba en público y solo se las quitaba en el dormitorio.

Únicamente eran para leer, así que no necesitaba llevarlas todo el
tiempo, pero era como una declaración de moda o algo así.

Ahora, se habían ido. Sus ojos estaban sin cobertura y ella era
hermosa. Siempre hermosa. Simplemente diferente ahora.

—¿Por qué iba a estar fuera del carril? —desafié cuando se
aproximó a mí—. Estoy muy feliz. Gran equipo. Clases interesantes, una buena chica para pasar mis noches...

Eso era en parte verdad. Me encantaba jugar para el equipo. Mis
clases apestaban, sin embargo. Estaba aburrido como el infierno, sin estar seguro de qué estaba haciendo la mitad de mi tiempo y no tenía una novia. No quería una. Amigos con beneficios era el arreglo que teníamos Ashtyn y yo. Era una estudiante de primer año, igual que yo y jugaba tenis para la escuela.

—Aja, lo tienes todo bien, Peter. Me alegro. —Ella asintió—.
Realmente, lo hago.

—Sí, claro.

—Lo creas o no... —Vino a sentarse a mi lado, manteniendo su
distancia—. Quiero verte feliz.

Me quedé mirando su boca y el destello de plata que vi en su
lengua. Ella puso un aro en su lengua.

Los músculos en el interior de mi pierna se movieron porque quería
tocarla. Quería sentir su lengua, quería sentir la bola en su lengua
arrastrándose a través de mi piel.

Mierda.

Aparté la mirada antes de responder.

—Bueno, lo estoy. Las cosas son fáciles aquí. Sin mierdas, sin drama.

—Bien —respondió instantáneamente—. Lamento que se
preocuparan.

La señal del final de la conversación. El ánimo estaba muerto y yo
estaba más enojado que un hijo de puta. Estaba molesto y eufórico al mismo tiempo.

Había mierda que no nos estábamos diciendo y peleas que no
estábamos teniendo. Ella pensó que podía cortar esto de raíz con una pequeña reverencia y marcharse, pero yo no.

¿Quién demonios era Lali, de todas maneras?

Quería que viniera a mí. Una y otra vez hasta que se deshiciera. La
quería llorando y gritando. Quería rebajar este pequeño acto hasta que estuviera roja y llorando miserablemente.

La quería rota.

Y entonces la quería temblando y agarrándome porque me
necesitaba.

Me puse de pie y estiré mis brazos hacia afuera detrás de mí.

—Así que le ofrecí a todos la casa de mi padre por esta noche. Hay
algunos bares para arrasar con el equipo y quiero pasar algo de tiempo con Nico, Euge, y Gas...

—Bien, que se diviertan —me cortó.

Mi estómago se hizo un nudo.

—¿No te quedas?

—No, nosotros trajimos dos autos. Tomaré el de Euge para regresar
esta noche. Estaba esperando a ver qué estaban haciendo cada uno
antes de irme.

Me froté la mandíbula, tratando de encontrar la manera de
mantenerla aquí sin que pareciera que quería que se quedara.

—Tan terca —murmuré.

Sus ojos se dispararon a los míos.

—¿Qué quieres decir?

Uhmm, ¿qué quiero decir?

Saqué mis llaves del bolsillo y hablé sin mirarla.

—Adiós, Lali. —Mi tono fue cortante.

Al pasar cerca de ella, tomé mi celular de mi otro bolsillo y marqué
a Gas.

—¿Qué? —respondió.

—Tira del enchufe del acelerador del coche de Euge —ordené.

—¿Por qué?

—Porque si no lo haces, voy a decirle a cada uno donde
desapareciste por dos largas noches. —Mi amenaza no era vacía.

Probablemente debí habérselo dicho a Nico cuando lo descubrí la
primavera pasada.

—Sabía que no tenía que haberte dicho —se quejó.

Me burlé. Aunque él no podía verme, podía oírme.

—No lo hiciste. Me lo mostraste. Y ahora tengo que lidiar con esas
pesadillas. Pienso que necesito hablar con alguien sobre eso —sugerí—. Creo que tengo que hablar con mucha gente.

—¡Muy bien! —dijo entre dientes—. ¡Maldita sea! No es como que
Euge no fuera a encontrar la manera de solucionarlo en dos segundos de todas formas.


—Bueno, solo asegúrate de que no vea bajo el capó entonces.

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