domingo, 29 de septiembre de 2019

Capitulo 21



Lali

                           Resultado de imagen para gif de thiago y mar 3 temporada


Papá? —Levanto la vista de la cama de hospital donde acababa de estar dormida.

Él está parado en su suéter de color crema y chaqueta de cuero marrón, oliendo a café y Ralph Lauren.

Sus ojos, doloridos y cansados, escanean a través de mi cuerpo.

—Mira lo que te has hecho.

Mi cara se arruga, y mis ojos empiezan a llorar.

—Papá, lo siento. —Un sollozo se queda en mi garganta, y lo miro
para que me abrace.

Lo necesito. Él es todo lo que tengo.

El vacío. La soledad. Estoy sola ahora. No tengo a nadie. Mi madre
se ha ido. No me llamará. El bebé se ha ido. Mis manos instintivamente van a mi estómago, y solo siento un latido sordo en la boca en lugar de amor.

Mis ojos arden y aparto la mirada, empezando a llorar en la
habitación tranquila y oscura.

Esta no es mi vida. No es la forma en que se suponía que debía ser.
No se suponía que lo amara. No tenía que romperme.

Pero después del aborto, todo se hundió en el barro y no podía caminar más. No podía comer. El dolor en mi pecho solo creció y estaba constantemente agotada por la preocupación y la angustia.

¿Dónde estaba él? ¿Estaba tratando de llegar a mí? ¿Pensaba en mí?

No me había dado cuenta hasta que fui arrancada de él, lo mucho que lo amaba.

Mi mamá dijo que era un enamoramiento. Un flechazo. Lo
superaría. Pero cada día la frustración y la tristeza se profundizaban.

Estaba fallando en la escuela. No tenía amigos.

Finalmente regresé a Shelburne Falls solo para descubrir que
Peter había seguido adelante, definitivamente como mi mamá dijo.
No me estaba esperando ni un poco. La única cosa en su mente era la chica con la cabeza entre sus piernas. Alejándome, había salido
corriendo de la casa y salté en el coche de mi padre, que había
robado. Ahora, aquí estaba yo, tres días después con heridas en los
brazos y un fuerte dolor en mi pecho.

Inhalo y me pongo rígida cuando mi padre arranca la manta y la
sábana de encima, haciéndolas volar hasta el suelo.

—Papá, ¿qué estás haciendo? —chillo, notando sus feroces ojos
verdes.

Me da un tirón de la cama, apretando mi brazo con tanta fuerza
que mi piel pica.

—¡Ay, papá! —gimo, cojeando por el suelo mientras me arrastra
hacia el baño. Mi brazo se siente estirado, como si en cualquier
momento tirara de un enchufe.

¿Qué está haciendo?
Observo cómo abre el lavabo del baño y comienza a llenarlo con
agua. Los dedos de su otra mano se clavan en la carne de mi brazo, y empiezo a hiperventilar.

Él tira de mi brazo con fuerza, tirando de mí más cerca mientras
grita:
—¿Quién eres?

Las lágrimas se desbordan y sollozo.

—Tu hija.

—Respuesta equivocada. —Y agarra la parte de atrás de mi cuello
y fuerza mi cara al lavabo lleno.

¡No!

Jadeo y absorbo el agua no deseada mientras mi cabeza es
forzada a bajar. Golpeo ambas manos a cada lado del lavabo para
retroceder contra su mano, pero es demasiado fuerte. Sacudo mi
cabeza, mis manos resbaladizas deslizándose debajo de mí mientras
lucho contra él.

El agua está en mi nariz, y aprieto mis ojos contra la quemadura.
De repente, me da un tirón para salir del agua.

—¡Papá, ya basta! —Toso y escupo, agua gotea por mis zarcillos y
mi mentón.

Su voz retumba a mí alrededor.

—¿Quieres morir, Lali? —Sacude mi cabeza en su ira—. Es por eso que hiciste esto, ¿verdad?

—No... —dejo salir antes de que golpee mi cabeza de vuelta en el
agua, cortando mi suministro de aire. Apenas tengo tiempo para pensar o prepararme. Mi mente se vuelve negro mientras gimo en la profundidad.

Mi padre no me va a matar, me digo. Pero me está haciendo
daño. El interior de mis antebrazos duele y creo que mis cortes están sangrando de nuevo.

Me da un tirón hacia atrás, y estiro mi brazo y agarro su mano en la
parte trasera de mi cabeza mientras sollozo.

—¿Quién eres? —grita de nuevo.

—¡Tu hija! —Mi cuerpo tiembla de miedo— ¡Papi, detente! ¡Soy tu hija!

Estoy llorando y temblando, el frente de mi camisón chorreando
agua por mis piernas.

Él gruñe cerca de mi oído.

—No eres mi hija. Mi hija no se rinde. No había marcas de
neumáticos en la calle, Lali. ¡Te estrellaste contra el árbol a propósito!

Niego en su mano. No. No, no lo hice. No me estrellé a propósito.
Mi boca se llena de saliva espesa y mis ojos se aprietan con fuerza,
recordando dejar la casa de Peter y escondiéndome en casa de mi
padre, cerca de Chicago. Tomé uno de sus coches y... no, no traté de golpear el árbol.

Mi cuerpo se estremeció y mi garganta se llenó de dolor.
Solo dejé ir el volante.
Oh, Dios mío.

Robo aire tan rápido como puedo y gimo mientras lloro. ¿Qué
demonios me ha pasado?

Me tropiezo mientras mi padre lanza mi espalda contra la pared al
lado del fregadero. Antes incluso de tener la oportunidad de
enderezarme, su mano viene a través de mi cara con una bofetada
fuerte y hago una mueca de dolor mientras viaja por mi cuello.

—¡Basta! —estallo contra la falta de claridad en mis ojos.
Me agarra por los hombros y me empuja a la pared de nuevo y
grito.

—Oblígame —desafía.

Mis puños chocan contra su pecho, e impulso todo mi cuerpo en el
empuje.

—¡Basta!

Da un paso atrás para mantener el equilibrio, pero viene de nuevo
y agarra mi cabeza entre sus manos.

—¿No crees que me destruyó cuando tu madre te llevó? —
pregunta, sus ojos descorazonados—. Golpeé todas las paredes de la maldita casa, Lali. Pero me lo tragué. Porque eso es lo que hacemos. Nos tragamos cada ladrillo de mierda que este mundo nos da de comer hasta que la pared interior de nosotros es tan fuerte que nada lo rompe.—Baja su voz entrecortada, que suena más fuerte—. Y eso es lo que hice. Dejé que te llevara, porque sabía que esa mujerzuela te haría fuerte.

Aprieto los dientes, tratando de detener mis lágrimas mientras lo
miro. Amo a mi padre, pero no puedo amarlo por dejar que mi madre me alejara. Supongo que en su cabeza pensó que era una manera de esconderme de sus enemigos. ¿El vivir con mi madre me hizo fuerte? Por supuesto que no. Mírame, lloriqueando y arruinada. No soy fuerte.

—No tienes derecho a rendirte. ¡No tienes derecho a renunciar! —
grita—. Habrá otros amores y otros bebés —gruñe, sacudiendo mi
cabeza entre sus manos y me observa con su dura mirada—. ¡Ahora.Traga. El. Dolor! —grita a mi alrededor—. ¡Trágalo!

Su rugido rompe mis entrañas y dejo de llorar, mirándolo con los
ojos abiertos.

Sostiene mi cabeza con fuerza, obligándome a mantener mis ojos
en él, y me concentro, en busca de algo para agarrarme. Cualquier
cosa. Me concentro en el punto más pequeño que pueda encontrar, el centro de sus pupilas negras.

No parpadeo. No me muevo.

El centro de su ojo es tan oscuro y trato de imaginar que se sentiría
cruzar a través del espacio a una velocidad vertiginosa. En mi mundo no hay nadie más que él. El oro que rodea sus pupilas negras, y me pregunto por qué no heredé eso en mis ojos verdes. El blanco de su iris se ve como un relámpago y el anillo de esmeralda, antes de llegar al blanco de los globos oculares, parece ondular como el agua.

Antes de darme cuenta nuestra respiración se sincroniza, y él está
estableciendo el ritmo que sigo.

Inhalo, exhalo.
Inhalo, exhalo.
Inhalo, exhalo.

El rostro de Peter aparece en mi mente y aprieto mi mandíbula.
Los recuerdos de mi abortado embarazo irrumpen en su imagen, y mis dientes se rozan. La voz de mi madre entra en mis oídos y chupo mi lengua seca, tomando todo ello, a todos ellos, y trago el bulto duro en la parte posterior de mi garganta, bajando, y siento todo dejar mi cerebro.

Todavía está dentro de mí. Pesado.
Pero está tranquilo ahora, enterrado en mi estómago.

Mi padre libera mi cabeza y dirige un pulgar por mi mejilla mientras sostiene mi barbilla.

—Ahora, ¿quién eres tú? —implora.

—Lali Esposito.

—¿Y dónde naciste?

Mi voz es tranquila.

—Boston, Massachusetts.
Él da un paso atrás, dándome espacio.

—¿Y qué quieres hacer con tu vida? —pregunta.

Finalmente lo miro, susurrando:
—Quiero construir cosas.

Él llega a mi lado y toma una toalla del estante, entregándomela.
La sostengo contra mi pecho, en realidad no sintiendo más el frío. 

En realidad, no sintiendo nada.

Se inclina, besa mi frente y luego encuentra mis ojos.
—“Nada de lo que ocurra en la superficie del mar puede alterar la
calma de sus profundidades.” —cita a Andrew Harvey—. Nadie puede quitarte lo que eres, Lali. No le des a nadie ese poder.

No había llorado desde aquel día que de repente estaba en mi
mente. He estado cerca, pero dos años enteros y ni una lágrima. Mi
padre me mantuvo en casa exactamente una semana para curar las
lesiones causadas por los fragmentos de vidrio del parabrisas que me había cortado, pero luego me envió a un internado para seguir
adelante con mi vida.

Y lo hice. Eso es algo que todos tienen que aprender por su cuenta.

La vida sigue, sonrisas vendrán otra vez, el tiempo cura algunas heridas y alivia las que no puede.

Levanté mis calificaciones, hice algunos amigos y me reí mucho.
Simplemente no podía perdonar, sin embargo. La traición corta
profundo y eso es lo que me trajo de vuelta a la ciudad el junio pasado.

Simplemente no esperaba que Peter todavía me afectara.

Él me quería. Lo sabía. Lo sentía. Pero ¿por qué? ¿Qué he hecho yo
realmente para merecerlo?

Había sido fiel a mí cuando teníamos dieciséis. De eso, estaba
bastante segura. No lo podía odiar más por buscar un buen momento cuando él había pensado que de buena gana lo había dejado.

Hay tantas cosas que debería decirle. Cosas que él tenía derecho
a saber. Y luego sentí que le había dicho demasiado.

Peter estaba mejor sin mí. Nuestra relación empezó en el lugar
equivocado para empezar. No teníamos dónde crecer. Él no me
conocía o sabía lo que me interesaba. No hablamos de nada.
Una vez que se sintiera lleno de sexo, se iría. Por no hablar del bebé.

Si alguna vez se enterara del bebé, abandonaría el barco. No hay
duda. Peter no estaba preparado para cualquier cosa así de pesada.

Me pregunté si alguna vez lo estaría.

Encendí Far from home de Five Finger Death Punch y tragué la
culpa todo el camino de regreso a Shelburne Falls mientras conducía a casa a petición de mi madre. Había enviado un mensaje esta mañana para hacerme saber que tenía cosas en la casa. Si no iba a recoger lo que había dejado el pasado verano, iba a la basura.

Negué y pasé una mano sobre mis ojos cansados. Golpeando el código de la puerta, acerqué el G8 de Euge mientras las barras de hierro negro se abrían con un chirrido.

Era sábado, entrada la mañana y el cielo de octubre estaba
ligeramente salpicado de nubes. Hacía frío, pero no había traído una chaqueta, optando por mi camiseta de manga larga negra y con rayas grises y unos jeans. Mi cabello aún colgaba suelto de la noche anterior, pero se había esponjado después de mi ducha esta mañana. 

Por alguna razón, sin embargo, hubiera querido que el olor de Peter
permaneciera en mi cabello junto con los pequeños trozos de hierba
que fui encontrando. Mi largo flequillo se desplegaba alrededor de mis pómulos y tomé mis gafas del asiento del pasajero mientras aparcaba delante de la casa de los Lanzani detrás de BMW de mi madre.

Mis gafas se habían destinado para la lectura desde hace años,
pero decidí usarlas casi todo el tiempo. Se sentía seguro de alguna
manera.

Al entrar en la casa, caminé penosamente a través del vestíbulo y
por el pasillo al lado de las escaleras que conducen a la parte trasera
de la casa donde yo estaba segura de encontrar a Addie en la cocina.

La tranquila casa parecía tan diferente ahora. Casi hueca como si
no estuviera llena de recuerdos, historias, y una familia. El intenso frío de los suelos de mármol se disparó a través de mis zapatillas y hasta las pantorrillas, y los techos altos no mantuvieron por arte de magia el calor.

Mirando por las puertas de cristal del patio, vi a Addie barriendo
alrededor de la piscina que ya tenía la cubierta enrollada sobre sí para el próximo invierno. Cuando miré más allá, sin embargo, me di cuenta de que el jacuzzi estaba cubierto también. Cuando vivía aquí, se siguió utilizando durante los meses de frío, así como los muebles de jardín y de la zona de barbacoa. Al papá de Peter le encantaba los alimentos a la parrilla, él y Peter se aventuraban a lanzar filetes en la barbacoa al finalizar enero.

Ahora todo el patio parecía estéril. Hojas muertas volaban de un
lado a otro, y parecía que Addie no estaba haciendo ningún progreso.

Ni siquiera parecía que estaba intentando.

Esta casa tenía problemas, pero también tenía una historia de risas
y recuerdos. Ahora todo parecía muerto.

Abrí la puerta corredera de cristal y caminé a través de las
baldosas de piedra.

—¿Addie?
Ella no me miró, y su voz baja, tranquila, no me dio la bienvenida
como la última vez.

—Lali.

Me quité las gafas y las metí en mi bolsillo trasero.

—Addie, lo siento mucho.

Ella mordió su labio entre los dientes.

—¿Lo sientes?

No tenía que decirle de qué lo sentía. Nada escapaba de ella en
esta casa, y sabía que ella sabía que el desastre del divorcio era mi
culpa. Que Peter fuera enviado lejos era mi culpa.

—Sí, lo siento —le aseguré—. Nunca quise que esto sucediera.

Y esa era la verdad. Quería ser la que dejara a Peter, y había
querido que su padre y mi madre sintieran un pellizco, pero no sabía que mi madre iba a luchar contra el divorcio tan duro o que Peter estaría atrapado en el medio.

La verdad es que no había pensado en Addie en absoluto.
Ella exhaló por la nariz y su ceño se quedó fijado profundamente.

—Esa perra piensa que va a tener esta casa —murmuró—. Va a
tomar la casa, vender todo lo que contiene, y dejarlo yacer.

Di un paso más cerca.

—No lo hará.

—No importa, supongo. —Su tono amargo me cortó—. el Sr. Lanzani está escogiendo pasar todo su tiempo en la ciudad o en la casa de Katherine, y Peter no ha estado en casa en meses.

Aparté la vista, la vergüenza me quemaba la cara.
Yo hice esto.

Mis ojos estaban empezando a picar, así que los cerré y tragué. Lo
arreglaré. Tengo que arreglarlo. Nunca debería haber regresado.
Peter estaba bien. Todos estaban muy bien antes de mí.

Esta casa, una vez llena de risas y fiestas, estaba vacía ahora, y la
familia de Addie que ella había amado y cuidado se separó y estaba
rota. Ella había estado casi completamente sola estos últimos tres
meses. Por mi culpa.

Retrocedí, sabiendo que no querría oír otra disculpa. Dándome la
vuelta, empecé a volver por la puerta del patio.

—Todavía tienes cosas en tu habitación —gritó Addie y me di la
vuelta—. Y tienes unas cajas en el sótano.

¿Qué? No tengo nada en el sótano.

—¿Cajas? —pregunté, confundida.

—Cajas —repitió, todavía sin mirarme.

¿Cajas?

Me dirigí a la casa, pero en lugar de ir de arriba a recoger la ropa
que había dejado hace meses, me fui directamente a la puerta del
sótano a un lado de la cocina.

No tenía sentido que tuviera algo ahí abajo. Mi madre tiró todo lo
de mi habitación, y no había venido a vivir aquí con mucho para
empezar.

Bajé por las escaleras iluminadas, mis pies casi en silencio en la
escalera alfombrada. Para una casa enorme como esta, cuenta con un igualmente enorme sótano con cuatro habitaciones. Uno estaba decorado como un dormitorio adicional y otro era el almacén de licores del Sr. Lanzani. También había una sala dedicada a las cajas de decoraciones navideñas, y luego el gran espacio abierto que resguarda un centro de juegos con videojuegos, una mesa de billar, hockey, futbolito, una pantalla plana gigante, y casi todos los otros tipos de entretenimiento que un adolescente como Peter podía disfrutar con sus amigos.  La habitación también tenía una nevera llena de refrescos y sofás para relajarse.

Pero la única parte que me gustaba de venir aquí fue cuando el Sr.
Lanzani decidió que necesitaba mi propia área para la actividad en
el sótano.

Mi rampa half-pipe.
Pensó que era una forma de que Peter y yo no uniéramos, y
como no estaba haciendo amigos, sirvió para ponerme lado a lado con Peter. Mientras jugaban, entonces yo también lo hacía.
No funcionó.

Simplemente me quedé fuera de allí cuando Peter se entretenía,
y trabajaba en mis habilidades en otras ocasiones. No fue tanto él, sino sus amigos. Encontraba a Nico de mal humor y todo el mundo mudo.

Mirando alrededor del área grande, me di cuenta de que todo
estaba impecablemente limpio. Las alfombras de color beige parecían nuevas, y la madera olía a cera para muebles. La luz aparecía en el conjunto de puertas que daban al patio trasero por el lateral de la casa. Las paredes de color canela todavía estallaban con parafernalia de Notre Dame: banderas, banderines, fotos enmarcadas y recuerdos.

Una pared entera estaba salpicada con fotos de la familia, sobre
todo de Peter creciendo. Peter abriendo regalos de Navidad
cuando tenía ocho o nueve años. Peter colgando del poste del arco
en un campo de fútbol a las diez u once años. Peter y Nico bajo el
capo de su GTO mientras Peter lanza un símbolo de pandillas torpe
con las manos.

Y entonces uno de él y yo. Justo en el medio de la pared, sobre el
piano. Estábamos fuera de la piscina y Addie quería una foto de
nosotros. Debíamos haber tenido unos catorce o quince años. 

Teníamos nuestras espaldas el uno al otro, apoyándonos el uno contra el otro con los brazos cruzados sobre el pecho. Recuerdo a Addie tratando de hacer que Peter pusiera un brazo fraternal alrededor de mi hombro, pero esta fue la única forma en que posamos.

Estudiando la imagen de cerca, me di cuenta de que yo estaba
medio con el ceño fruncido a la cámara. Hubo, sin embargo, un atisbo de sonrisa. Traté de verme aburrida a pesar de las mariposas en mi estómago, me acordé. Mi cuerpo había comenzado a tener una reacción a Peter, y lo odiaba.

La expresión de Peter era...

Tenía la cabeza hacia la cámara pero hacia abajo. Él tenía una
pequeña sonrisa en sus labios que parecía que estaba a punto de
estallar.

Un pequeño diablillo.

Me di la vuelta y pasé la mano por el viejo piano que Addie dijo
que Peter todavía tocaba. Pensé que ya no, ya que él estaba
ausente por escuela.

La tapa se encontraba abajo y había partituras esparcidas en la
parte superior. El atril tenía Dvorák en él, sin embargo. Peter había sido siempre parcial a los compositores europeos, orientales y rusos. Ni siquiera podía recordar la última vez que le oí tocar, sin embargo. Fue divertido. Era como un exhibicionista cuando no importaba y no uno cuando lo hacía.

Y fue entonces cuando mi pie rozó algo. Mirando debajo del
piano, me di cuenta de las cajas de cartón blancas.

De rodillas, arrastré una solo para darme cuenta de que había más
de diez por debajo.

Moviendo de un tirón la tapa, me quedé helada, tan inmóvil que
solo mis latidos se movían en mi cuerpo.

Oh, Dios mío.

¿Mis cosas?

Bajé la mirada a una caja llena de mis Legos. Todos los robots y
coches con mandos a distancia y cables fueron arrojados aquí,
salpicado de piezas sueltas alrededor de la caja.

Me lamí mis labios secos, sacando un Turbo Quad que hice cuando
tenía doce años y un Perseguidor que acababa de empezar antes de
que me fuera.

¡Eran las cosas de mi habitación!

Estaba frenética, sonriendo como una idiota, lista para reír a
carcajadas. Me sumergí en el piano, sacando dos cajas más.
Tirando de los tapas, me quedé sin aliento por la sorpresa de ver
todos mis planos de simulacros en ingeniería y otra caja de Legos. Me arrastré a través de los papeles, recuerdos me inundaron de las veces que me sentaba en mi habitación con mi cuaderno de dibujo y diseñaba rascacielos futuristas y barcos.

Mis dedos comenzaron a zumbar y una risa temblorosa estalló,
haciéndome reír como si no lo hubiera hecho en mucho tiempo.

¡No podía creerlo! ¡Eran mis cosas!

Volví de nuevo bajo el piano, golpeando mi cabeza contra el
borde en el proceso.

—Ouch —gemí, frotando la parte superior de mi frente y tirando
otra caja fuera mucho más lento esta vez.

Pasé por todas las cajas, encontrando todo lo que había
extrañado y cosas que ni siquiera recordaba que había tenido.
Patinetas, carteles, joyas, libros... casi todo de mi habitación, excepto la ropa.

Sentada con las piernas cruzadas en el suelo, me quedé mirando
todas las cosas a mí alrededor, sintiéndome extrañamente
desconectada de la chica que solía ser al mismo tiempo tan contenta
de haberla encontrado de nuevo. Todas estas cosas representaban un momento en que dejé de escuchar a los demás y empecé a
escucharme a mí misma. Cuando había dejado de intentar ser lo que ella quería y empecé a ser yo.

Estas cajas eran Lali Esposito y no se perdieron. Cerré mis ojos,
apretando mi nutria marina de peluche que había conseguido de mi
papá en SeaWorld cuando tenía siete años.

—Peter.

Mis ojos se abrieron y vi a Addie en la parte inferior de las escaleras.

Tenía los brazos cruzados sobre su pecho y dejó escapar un largo
suspiro.

—¿Peter? —cuestioné—. ¿Él hizo esto?

—Se volvió un poco cuando te fuiste. —Ella se apartó de la pared y
se dirigió hacia mí—. Robo de licor de su papá, fiestas, chicas... rebotó en las paredes por unos pocos meses.

—¿Por qué? —susurré.

Ella me estudió y luego dio una media sonrisa derrotada antes de
continuar.

—Jason seguro estaba muy metido en su trabajo. Peter y su
amigo Nico causaron estragos como nadie el verano después de
segundo año. Una noche se fue a tu habitación y vio que tu madre
había limpiado todo para redecorar. Solo que no había empaquetado nada. Lo botó todo.

Sí, lo sabía. Pero de alguna manera el dolor en mi pecho no se
estaba extendiendo. Si ella botó mis cosas, entonces... Bajé la mirada, cerrando los ojos contra la quemadura de nuevo.

No. Por favor, no.

—Peter salió y sacó todo, lo trajo de vuelta de la basura. —La
suave voz de Addie se derramó alrededor de mí y mi pecho empezó a temblar—. Lo empaquetó todo y lo guardó para ti.

Mi barbilla empezó a temblar, y negué. No, no, no...

—Eso es lo que hace de Peter un buen chico, Lali. Recoge los
pedazos.

Me derrumbó.

Las lágrimas se derramaron sobre mis párpados y me quedé sin
aliento cuando mi cuerpo se estremeció. No podía abrir los ojos. El dolor era demasiado grande.

Me doblé, agarrando la nutria de mar, y agaché mi cabeza,
sollozando.

Llegó la tristeza y la desesperación, y quería retractarme de todo lo
que le había dicho. Cada vez que dudé. Todo lo que no le dije.

Peter, quien me vio.
Peter, quien me recordaba.

Seis horas más tarde, estaba sentada en la habitación de Euge, mi
pierna colgaba de un lado de su silla acolchada cerca de sus puertas
francesas, y mirando fijamente el árbol de afuera. Todos los colores del otoño se mecían con la brisa y el suave resplandor de la última luz del día desaparecía lentamente de las ramas, centímetro a centímetro.

No había hablado mucho desde que llegué y ella había sido
buena al no hacer preguntas. Sabía que estaba preocupada, porque
evitó el tema de Peter tan bien como si fuera un planeta sentado en
el medio de la habitación. Me pregunté si él se había enojado al
descubrir que me había ido esta mañana.

Froté una mano sobre mi ojos. No podría quitarlo de mi mente.
¿Y qué más? No quería hacerlo.

—¿Euge? —llamé.

Asomó su cabeza por la puerta de su armario, sacando una
sudadera con capucha negra.

—Si... traicionaras a Nico —balbuceé—. No como engañarlo, sino
perder su confianza de alguna manera. ¿Cómo harías para tenerla de vuelta?

Sus labios se aplanaron en una línea mientras lo pensaba.

—¿Con nico? Me aparecería desnuda. —Asiente.
Solté un bufido y sacudí la cabeza, que era aproximadamente lo
más parecido a una risa que podía convocar en estos momentos.
—O simplemente me aparecería —continúa—. O hablaría con él, o
tocarlo. Infiernos, solo lo miraría. —Se encoge de hombros, sonriendo y poniéndose su sudadera.

Dudaba que tuviera esa clase de poder sobre Peter. Mientras
que Nico parecía más animal, Peter era más de pensar.

Se sentó en el borde de su cama, poniéndose sus zapatillas negras.
—Lo siento —ofreció—. Sé que no soy de mucha ayuda, pero Nico tiene tanto poder sobre mí, como yo lo tengo en él. Hemos pasado por suficientes cosas. No hay mucho que no nos perdonaríamos el uno al otro.

La mitad de lo que decía era cierto para Peter y yo también,
pero no me había ganado su perdón. ¿Qué demonios se suponía que
debía hacer?

—¿Para Peter, sin embargo? —Sonrió, sabiendo exactamente en
lo que me había referido—. Él aprecia las travesuras. Tal vez algunos mensajes de texto sexis estarían bien.

No pude evitar reír.

—¿Mensajes sexis? ¿Hablas en serio?

—Oye, tú preguntaste.

Sí, supongo que sí. Y estaba en lo cierto. Sonaba como algo que
Peter disfrutaría.

¿Pero sexo telefónico? Sí, eso no va a suceder. No del todo lo mío.
Levanté la mirada, dándome cuenta de que Euge seguía
mirándome. Cuando no dije nada, levantó sus cejas y respiró hondo.

—Bien, bien... mi papá se fue al aeropuerto, solo para recordártelo,
así que...

—Sí, Euge. No voy a tener sexo por teléfono esta noche. ¡Gracias!

Alzó sus manos para defenderse.
—Solo digo.

Asentí hacia la puerta, dándole una pista para que tome su
caminata.
—Diviértete y buena suerte en tu carrera.

—¿Segura que no quieres venir?

Le di una media sonrisa.

—No, tengo que pensar en estos momentos. No te preocupes por
mí. Ve.

—Muy bien —cedió y se puso de pie—. Gas está teniendo una fiesta al lado después de la carrera, así que ven si quieres.

Asentí, puse mi Kindle en mi regazo y fingí que empezaba a leer
mientras se iba. Mis dedos daban unos golpecitos en mi muslo como si estuviera tocando un piano y sabía que probablemente no iba a lograr leer nada esta noche.

No quería leer. Quería hacer algo. Había una pequeña bola de
nieve en mi estómago que giraba y giraba, construyendo algo más
grande mientras me sentaba.

Mensajes sexis.
Peter merecía más que eso.
Bueno, se merecía eso y más.

“Lo siento” simplemente parecía vacío. Tenía que decir algo más,
contarle más, pero no sabía cómo empezar. ¿Cómo le dices a alguien que te alejaste, nunca dándole un cierre, tuviste un aborto secreto y luego en un apagón de estrés post-traumático trataste de hacerte daño, y luego fuiste la responsable de que perdiera su casa? 

¿Qué dices?
¿Qué lo detendrá de huir de un accidente de tren como yo?

Excavando mi teléfono fuera de entre el colchón y la silla, apreté
mis dedos mientras escribía.

No sé qué decir.

Golpeé Enviar e inmediatamente cerré los ojos, dejando escapar
un suspiro patético. ¿No sé qué decir? ¿En serio, Lali?

Bueno, al menos dije algo, supongo. Incluso si era estúpido.
Consideré la posibilidad de que era un calentamiento.

Cinco minutos pasaron y luego diez. Nada. Tal vez él estaba en la
ducha. Tal vez dejó su teléfono en otra habitación. Tal vez ya estaba en la cama. Con alguien. Ashtyn, tal vez.

Mi estómago se hundió.
Pasó una hora. Todavía nada.

No había leído una sola línea de mi libro. El cielo estaba negro
ahora. No había ruido de al lado. Todo el mundo aún debía estar la
carrera. ¿O Euge dijo que irían por algo de comer primero?
Bajé mi Kindle y salí de la silla, caminando por la habitación.

Otros veinte minutos pasaron.
Tragué el nudo en mi garganta y tomé mi teléfono.

Genial. Le estaba enviando mensajes de texto de nuevo después
de no obtener una respuesta. Era como esas chicas, prepotentes y
espeluznantes, que asustaban hasta la mierda a los hombres.

Por favor, Madoc. Di algo...

Me recosté contra la pared de Euge, meneando mi pie hacia arriba
y hacia abajo y manteniendo mi teléfono en mi mano. Veinte minutos más tarde y todavía nada. Enterré mi cara en mis manos y tomé algunas respiraciones profundas.

Trágalo.
Inhala, exhala.
Inhala, exhala.
Y entonces mis manos cayeron, lágrimas cansadas bordeaban mis
ojos.

Él no estaba escuchando.
No quería hablar conmigo.
Se rindió.

Escribí un último mensaje antes de acostarme.

Soy una mierda.

Mi barbilla tembló, pero con calma dejé el teléfono en la mesilla de
noche de Euge y apagué su lámpara.

Arrastrándome bajo las sábanas, miré sus puertas francesas y vi la
luz de la luna echando un resplandor en el arce de afuera. Sabía que el árbol fue la inspiración para el tatuaje de Nico, pero Euge nunca
volvería a realmente hablar de su historia. Ella dijo que era larga y dura, pero era suya.

Estuve de acuerdo. Había cosas que no creo que me gustaría
compartir con alguien que no fuera Peter.

Mi teléfono sonó y mi corazón dio un vuelco mientras salía de la
cama y lo agarraba de la mesita de noche.
Dejé escapar una risa aliviada, secándome una lágrima de mi
mejilla.

Estoy escuchando.

Cada parte de mi cuerpo se estremeció, y casi me sentí mareada.
No sabía qué decir, así que escribí lo primero que me vino a la
mente.

Te extraño.

¿Por qué? Disparó de regreso.

Tenía la boca súbitamente seca como un desierto.
No me iba a hacer esto fácil, supuse.

Mis dedos solo seguían. Confuso o poético, no importaba. Solo dile
la verdad.

Extraño odiarte. Escribí. Se sentía mejor que amar a cualquiera.

Esa era la verdad. Mi madre, mi padre, amigos que había tenido,
nadie me hizo sentir viva como él.

Después de un par de minutos no había enviado mensajes de texto
de vuelta. Tal vez no entendió lo que quise decir. O tal vez solo estaba tratando de pensar en qué decir.

Estoy jodida le dije.
Sigue, Fallon.

Me acordé de todas las cosas que me había dicho frente al espejo
esa noche, así que le dije lo que había en mi corazón.

Extraño tus ojos mirándome, dije. Echo de menos tus labios en la
mañana.

Estoy escuchando. Finalmente envió un mensaje de vuelta,
urgiéndome a continuar.

Me mordí el labio inferior para reprimir mi sonrisa. Quizás Euge tenía razón sobre los mensajes sexis después de todo.

Echo de menos tu hambre. Echo de menos la forma en que me
tocas. Es real, y te quiero aquí.

Le tomó solo unos diez segundos para responder.

¿Qué harías si ya estuviera allí en este momento?


El flujo de sangre a través de mi corazón me calentó el cuerpo al
instante. Dios, ¡lo quería aquí!

Nada, respondí. Es lo que te estaría haciendo...

Me acurruqué en mis piernas y puse el teléfono en mi regazo,
tapándome la cara muy feliz y avergonzada con mis manos. Estaba
segura de que tenía diez tonos de rojo en este momento.

Mi teléfono sonó de nuevo y estuve a punto de caer dos veces
tratando de recogerlo.

¡¿Qué carajo?! ¡No te detengas! Peter envió un mensaje y no
pude contener mi risa.

Esto se sentía bien, y a Peter le gustaba. Puedo hacer esto.

Me gustaría que estuvieras desnudo en mi cama ahora mismo, me burlé. Me gustaría que mi cabeza estuviera bajo las sábanas,
saboreándote, mi lengua alrededor tuyo.

¿Qué estarías vistiendo? preguntó.

A Peter le gustaba en pijamas. Dijo eso una vez. Tomé prestada
de Euge una camiseta pegada de béisbol y pantalones cortos para
dormir. En realidad no era lencería, pero Peter no sería capaz de
mantener sus manos fuera de mí de cualquier manera.

Puedes verla si quieres. Solo estoy a una hora con cincuenta y
ocho minutos de distancia.

Su respuesta llegó en cuestión de segundos.

Estaré allí en cincuenta y ocho minutos.

Me eché a reír en la habitación vacía. Por supuesto, él arriesgaría
su vida excediendo la velocidad para cualquier oportunidad de echar un polvo.
Negué, mi cara se estiró con una sonrisa.

Voy a tratar de no tocarme hasta que llegues aquí, decía mi
mensaje.

¡Maldita sea, Lali!

Me caí de nuevo en la cama, la risa y la felicidad disparándose por

todos mis poros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario