martes, 24 de septiembre de 2019

Capitulo 17




Lali




Mi alarma sonó, y What I Got de Sublime, tocó en mi radio.

Tiré mi edredón hacia arriba, habiéndolo pateado durante la noche. El frío de la mañana estaba empeorando cada día, y no podía creer que ya era octubre. Euge y yo nos habíamos mudado a la residencia hacía poco más de un mes, y el tiempo había volado mientras nos instalábamos e iniciábamos nuestras clases de cargas pesadas.
Ninguna tenía un trabajo, pero la escuela nos mantuvo oscilando
alrededor del reloj. Cuando no estaba en mi habitación o en clase,
estaba en la biblioteca. Cuando Euge no estaba en nuestra habitación o en la biblioteca, estaba en el apartamento de Nico en la ciudad.

Al principio, intentó quedarse allí solo los fines de semana, 
respetando los deseos de su padre y todo eso, pero ahora se había
vuelto más frecuente. No podían estar lejos el uno del otro. La mayoría de los fines de semana viajaban de regreso a Shelburne Falls para visitar a su padre y para correr ambos en el Loop, fuera lo que fuese. 

Aunque nunca fui. De ninguna manera.

Mientras que era solitario el dormitorio cuando ella se iba a casa,
aún no había hecho ningún amigo realmente, no podía envidiarles el tiempo que pasaban juntos. Estaban enamorados. Además, en el último par de meses, mi aprecio por Nico había aumentado mucho.  

Él actuaba en plan macho, pero eso era todo. Un acto.

Euge y yo estudiábamos juntas y salíamos de vez en cuando. Desde
que Nico asistía a la Universidad de Chicago, no pasaba mucho rato alrededor de nuestro campus. A menudo me invitaban a sus citas, pero no tenía ningún interés en ser la tercera en discordia.

La pesada puerta de madera del dormitorio se abrió.

— Lali, ¿estás despierta? —escuché llamar a Euge.

Me senté, apoyándome en los codos.

—¿Sí? —contesté más como una pregunta, parpadeando contra
la luz de la mañana—. ¿Qué hora es?

Alcanzando mi despertador, lo giré para ver que solo eran las seis
de la mañana. Euge lanzó su mochila sobre la cama y empezó a tirar cosas de los cajones. Todavía estaba con la misma ropa de la noche anterior. Por lo general, cuando pasaba la noche con Nico, llegaba a casa recién duchada y vestida, lista para clase. En este momento parecía apresurada.

—¿Qué clases tienes hoy? —preguntó sin mirarme, mientras se
precipitaba alrededor de nuestra habitación.

Tragué la sequedad de mi boca.

—Um. . . Calculo III, y Sexo y Escándalo en la Inglaterra Moderna.

—Genial ―bromeó con voz profunda.

—Lo último es educación general —expliqué, avergonzada—. ¿Por
qué? ¿Qué pasa?

—¿Tienes ganas de saltártelas? —Metió la ropa en su mochila y
luego se volvió para mirarme—. Gas apareció en el dormitorio de Nico esta mañana. Nadie sabe nada de Peter. No devuelve las llamadas, textos, mensajes instantáneos... —Se interrumpió, con las manos en las caderas.

—¿No has hablado con él para nada últimamente? —Aparté la
mirada, no quería que viera la preocupación que seguro estaba en mi cara.

—Sí, Nico y yo lo dejamos pasar al principio, porque pensamos
que Peter necesitaba su espacio, y todos hemos estado muy
ocupados. Pero si Gas está preocupado, entonces es definitivamente
hora de comprobarlo. —Se detuvo, finalmente, tomando una
respiración.

Se acercó, tocando mi pierna y sonriendo.

—¡Así que vamos a ir en un viaje por carretera! —dijo antes de
lanzarse a nuestra zona del lavabo para recuperar sus artículos de
tocador.

¿Ir a Notre Dame? Mi corazón empezó a hablar a mil por hora con
su ritmo golpe-golpe-martilleo-estruendo.

Negué y me recosté, mi voz tranquila.

—No, no lo creo, Euge. Diviértanse.

—¿Qué? ¿Qué harás todo el fin de semana? —Asomó la cabeza
por la esquina—. Deberías venir con nosotros, Lali. Eres su familia.

Me habló como una madre, señalando que debería preocuparme
por Peter cuando pensaba que no lo hacía. La verdad es que me
preocupaba, aunque no debería.

Y no necesitaba el recordatorio de que nuestros padres seguían
casados. Mi madre había estado luchando contra el divorcio, y para
empeorar las cosas, estaba tratando de tomar la casa de Peter. La
aventura de Lanzani salió en los medios de comunicación, y durante un momento de debilidad, de hecho me sentí mal por el chico. 

Le envié un correo electrónico con las fotos, recibos de hotel, y la información de contacto que le darían la prueba que necesitaba de que mi madre no había sido una esposa fiel, tampoco. Curiosamente, no usó nada de eso.

Tal vez no quería mi ayuda, o tal vez la prueba de la infidelidad de
mi madre solo traería más atención no deseada. No podía dejar de
tener un poquito más de respeto hacia él por no arrastrar su nombre por el fango.

—No soy realmente su familia, Euge. Nunca fue así entre nosotros. — Corrí el aro de la lengua que había puesto de nuevo entre mis dientes, pensando—. Y él está bien, ¿sabes? Si estuviera muerto, las transacciones de las tarjetas de crédito se hubiesen detenido. En cuyo caso, su padre estaría encima. Él está bien.

Se giró, sus cejas estrechadas en resolución, y arrojó sus artículos de tocador en su cama.

Dirigiéndose a mí, se cernió.

—Él podría estar bebiendo las veinticuatro horas de los siete días a
la semana o en drogas. —Su tono era tranquilo, pero amenazante—. Podría estar deprimido o suicida. Ahora mueve tu gran culo. No quiero hablar de esto otra vez. Salimos en una hora.

Euge y yo fuimos en su G-8, mientras que Gas y Nico abrían el
camino en el Boss con dirección a Indiana por la I-90. El viaje era corto, alrededor de una hora y media, pero con la forma en que estas personas conducían solo tomó un poco más de una hora. Con apenas tiempo en el camino, no tuve suficiente autopista para conseguir que mis manos dejasen de temblar o mi boca dejase de estar seca.

¿Qué demonios estoy haciendo? Casi hundí mi cara entre mis
manos.

Peter no me querría allí. Conociéndolo, probablemente estaba
metido hasta las rodillas en las princesas de la hermandad y en fiestas de barril. Iba a insultarme, crear una escena, o peor, lo vería roto y perdiendo el control. ¿Sin embargo, realmente tenía esa clase de poder sobre él?

Por supuesto que no.

Solté un suspiro y tiré la punta de la gorra sobre mis  ojos,   echándome hacia atrás en el asiento.

Era absurdo pensar siquiera que Peter estaría molesto conmigo
por dejarlo sin un adiós. No es como si tuviéramos una relación. 

No, si él estaba fuera de la reserva, era porque sus planes para el verano se habían arruinado. Y sí, iba a echarme la culpa por eso. 
Como debería.

Tiré mi gorra de béisbol en el asiento trasero y me acomodé el
cabello.

Al infierno con él.

No debería estar en este coche, pero ya era demasiado tarde.
Podía actuar como si estuviera escondiéndome y avergonzada o
parecer que pertenecía allí. Él conseguía aparentar. Bueno, yo también.

Sacando mi cepillo, cardé mi cabello para que fuese más
desordenado y retoqué mi maquillaje en el espejo. Mi sombra de ojos negro todavía se veía bien, pero necesitaba más rímel y un poco de brillo de labios transparente.


Addie una vez me dio muy buenos consejos sobre maquillaje. No se supone que te haga bonita. Se supone que te haga más bonita.
Traducción: menos es más. Arreglaba mis ojos para hacerlos resaltar, porque eran mi mejor característica. Pero por lo general dejaba el resto en paz.

Mi esmalte de uñas azul estaba agrietado, y mis pantalones
vaqueros estaban agujereados. Pero de cintura para arriba en mi
camiseta negra de manga corta me veía bien.

—Conseguimos la dirección por Addie —dijo Euge mientras nos
deteníamos en frente de una casa de dos pisos cerca del campus—.
Supongo que se decidió en contra de los dormitorios y se mudó con
algunos amigos.

Me asomé por la ventana de Euge mientras aparcaba en la calle.
Esta no era la casa del padre de Peter. Había estado allí una vez. 

Esta casa, aunque grande, era aún más pequeña y la pintura blanca era fresca, mientras que la casa de los Lanzani estaba hecha de ladrillo.

Esto debía ser un alquiler para estudiantes universitarios.

Nico y Gas salieron del coche, y yo seguí a Euge, agarrando la
puerta y debatiendo acerca de solo quedarme en el coche.

¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! Empecé a balancearme
en los dedos de mis pies, y cerré la puerta con demasiada fuerza.

—¿Qué decimos? ¿“Sorpresa”? —le preguntó Euge a Nico,
agarrando su mano.

—No me importa lo que digas. Le voy a romper la nariz. —Nico
metió la otra mano en su sudadera, maldito vapor salía cerca de su
nariz—. Es ridículo que haga que nos preocupemos así —murmuró.
Nico subió los escalones y llamó a la puerta de madera de
bosque verde, alternando entre el puño y la aldaba. Gas y Euge lo
flanqueaban, y me quedé atrás. Caminando de regreso.

Con las manos en los bolsillos.
Ojos apartados.
Y mi culpabilidad metida firmemente por el culo.

—¿Puedo ayudarles?

Me di la vuelta para ver a una mujer joven, de mi edad, subiendo
el pasillo por detrás de nosotros.

Iba vestida con una linda corta, falda vaquera y una camiseta
irlandesa de lucha. Su rostro brillaba en el sol con brillo de oro y
purpurina azul marino, en una gran “N” y “D” pintadas en sus mejillas.

—Sí —tomó la palabra Euge—. Estamos aquí para ver a Peter. ¿Lo
conoces?

Ella estalló en una sonrisa blanca y brillante.

—Estoy segura de que ya está en el partido.

—¿El partido? ―preguntó Gas.

No podía desalojar la bola de mi garganta. ¿Quién era esta chica?

—Sí, el partido de fútbol —ofreció, caminando junto a nosotros por
las escaleras—. El equipo ha estado fuera desde esta mañana
temprano. Volví por sillas para la fiesta posterior. Mejor conseguirlas ahora. Todos estarán demasiado borrachos más tarde —se rió.

Arrastró hasta tres sillas plegables desde el pórtico y enganchó los
mangos sobre sus hombros.

—¿Peter está en un equipo de fútbol?

Casi me reí ante la pregunta de Nico. Sonaba como si quisiera
vomitar.

La chica se detuvo y ladeó la cabeza hacia un lado, mirándolo
como si no estuviera segura de qué decir. Después de todo, si fuéramos sus amigos, conoceríamos que jugaba al futbol, ¿no?

—¿Podrías llamar a Peter? —Gas se acercó a ella, usando una
voz suave mientras se encogió de hombros—. Nuestros teléfonos están muertos.

Ella frunció sus cejas, sabiendo que él estaba mintiendo.

—Um, está bien.

Tomando su móvil de la parte posterior del bolsillo de su falda,
marcó e inclinó la cabeza para poner el teléfono entre su cabello rubio y su oído.

—Hola, nene —saludó, y mi corazón se sentía como si alguien
hubiera cavado en la parte inferior y estaba dejando la sangre filtrarse hacia fuera.

Mierda. Mierda. Mierda.

—¿Podrías poner a Peter? —preguntó, y yo parpadeé—. Tiene
amigos en la casa que quieren hablar con él por un minuto.

Dejé escapar un suspiro, pero no estaba segura de qué diablos
estaba mal conmigo. Esa no era su novia. Pero, ¿por qué demonios me importaba si tenía novia? No había pensado en ello. Ni siquiera había considerado la idea de que había seguido adelante. Por supuesto que lo haría. Supongo que pensé que nunca tendría que ver ni oír hablar de ello.

Observé, viendo su sonrisa mientras negaba.

—Bueno, dile a su novia que se desenvuelva de él, entonces —
ordenó, y mis ojos se ensancharon—. Sus amigos aquí parecen...
intensos. —Le sonrió a Nico, obviamente, burlándose de él, pero mi pecho había desaparecido y se había desplomado de nuevo.

¿Qué carajos?

Gas se acercó a la chica y tomó el teléfono que ella le ofreció.

—Peter, es Gas —dijo en un tono serio—. Estoy en tu casa. Euge y
yo queremos confirmación de que no estás borracho, drogado, o
suicida. Nico está aquí, pero a él no podría importarle menos. Nos
vemos después de tu partido, o le daré a Euge una palanca y que se
ponga a trabajar en tu coche.

Colgó y tiró el teléfono de nuevo a la chica con las cejas
levantadas de manera anormal.

Me di la vuelta y me dirigí por el pasillo, tomando directa la acera.

Al diablo con esto.
¡Qué estúpida idea! ¿Por qué había venido aquí?

—¡Lali, espera! —llamó Euge detrás de mí, pero cavé en el
pavimento más duro, acelerando mis pasos.

Me agarró del brazo y trató de darme la vuelta, pero seguí
adelante.

—¿A dónde vas? —gritó.

—¡Vuelvo a Chicago! Él está bien. Jodiendo alrededor como de
costumbre.

La brisa de media mañana agitaba las hojas por lo alto y soplaba
mi cabello en mi cara mientras caminaba.

Maldito. No podía creerlo. De hecho, vine pensando que estaba
herido o en problemas.

—Lali. —Euge corrió justo en frente de mí y me cerró el camino—. Estoy confundida. ¿Qué está pasando?

—¡Él está bien! —señalé, extendiendo mi mano en el aire—.
¡Obviamente! Fuiste estúpida por preocuparte. Te lo dije.
Está en un equipo de fútbol. No. Está en el equipo de fútbol de
Notre Dame. ¡Y tiene una novia! Quién tiene su bonito pequeño ser
envuelto alrededor de él justo en este momento.
Soy tan estúpida.

Viré alrededor de Euge y seguí caminando.

—¡Alto! —gruñó con una voz profunda—. ¿Cómo vas a volver a
casa?

Mis pasos se desaceleraron, y miré alrededor del vecindario,
buscando mi cerebro. Sí, me olvidé de esa parte. No estaba caminando de regreso a Chicago.

—Lali, ¿qué pasa contigo y Peter? —Euge me dio la vuelta
para mirarme de nuevo, con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Hay algo entre ustedes dos?

—Por favor. —Traté de reírme de ello, pero salió como un graznido.

Cálmate, Lali.

—¿Lo hay verdad? —Sonrió con complicidad—. De eso iba todo
ese escándalo cuando saliste con su coche esa noche. Y tú eres la
razón por la que se fue al inicio del verano.

Aparté los ojos, revisando las grietas súper interesantes en la acera.
Euge era una amiga ahora. Una buena amiga. Y no podía mentirle.
Pero no me atrevía a hablarle de ello, tampoco.

—¡Oh, Dios mío! —dejó escapar, obviamente tomando mi silencio
como una confirmación—. ¿En serio?

—Oh, cállate.

Ella cruzó los brazos sobre su pecho y frunció los labios.

—Entonces, ¿es caliente? —solicitó.

Rodé los ojos, evitando la pregunta.

La voz en mis sueños se deslizó de nuevo en mi cabeza. 

“Siéntate en el coche. . . Abre las piernas”.

Euge debe haber visto el deseo en mis ojos, porque estalló.

—¡Lo sabía!

—Sí, bueno —solté—. No es amor verdadero, Euge.

Para él, de todos modos.

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