martes, 30 de junio de 2015

capitulo 25 y 26




Consiguió reprimir el grito, de modo que lo que salió fue poco más que un quejido, pero dio un salto hacia delante y a punto estuvo de chocar contra una pila de latas de comida para gatos. Giró en redondo y rápidamente situó el carrito entre ella y el intruso. Entonces lo miró con expresión de alarma.

—Perdone —le dijo—, pero no lo conozco. Debe de haberme confundido con otra persona.

Peter frunció el ceño. Algunos clientes los observaban con agudo interés; por lo menos una señora parecía tener la intención de llamar a la policía si él realizaba un movimiento equivocado.

—Muy graciosa —gruñó Peter, y a continuación se quitó lentamente la chaqueta para dejar ver la funda que llevaba en el cinturón y la enorme pistola negra que guardaba ésta. Como también llevaba la placa identificativa sujeta al cinturón, la tensión de las miradas en el pasillo siete fue reduciéndose conforme la gente murmuraba: «Es policía».

—Márchate —dijo Lali—. Estoy ocupada.

—Ya lo veo. ¿Qué es esto, las Quinientas Millas del Supermercado? Llevo cinco minutos persiguiéndote por los pasillos.

—Nada de eso —replicó Lali consultando su reloj—. No llevo aquí cinco minutos.

—Vale, pues tres. Vi esa flecha roja que pasaba volando por Van Dyke y di la vuelta para seguirla, pues supuse que eras tú.

— ¿Llevas el coche equipado con radar?

—He venido con mi todoterreno, no con un coche municipal.

—Entonces no puedes demostrar a qué velocidad circulaba yo.

—Maldita sea, no iba a ponerte una multa —dijo él, molesto—. Aunque si no disminuyes la velocidad, voy a llamar a un patrullero para que haga los honores.

— ¿Así que has venido aquí para acosarme?

—No —contestó él con paciencia exagerada—. He venido porque he estado fuera y quería saber cómo iban las cosas.

— ¿Fuera? —repitió Lali abriendo los ojos todo lo que daban de sí—. No tenía idea.

Peter hizo rechinar los dientes. Lali lo sabía porque vio cómo movía la mandíbula.

—Está bien, debería haber llamado. —Aquello sonó como si se lo hubieran arrancado dolorosamente de las entrañas.

— ¿Ah, sí? ¿Y por qué?

—Porque somos...

— ¿Vecinos? —propuso ella al ver que Peter no encontraba la palabra que buscaba. Estaba empezando a divertirse, por lo menos tanto como era posible teniendo en cuenta que tenía los ojos cansados por falta de sueño.

—Porque entre nosotros hay cierta cosa. —La miró con gesto hosco. No parecía en absoluto contento con aquella «cosa».

— ¿Cosa? Yo no hago «cosas».

—Ésta la harás —dijo él para sí, pero Lali lo oyó de todos modos y justo estaba abriendo la boca para contestarle cuando un niño, quizá de unos ocho años, se le acercó y le metió entre las costillas una arma láser de plástico haciendo unos ruiditos de descargas eléctricas cada vez que apretaba el gatillo.

—Estás muerta —dijo el niño victorioso.

En eso llegó su madre a toda prisa con gesto de preocupación e impotencia.

— ¡Damián, deja eso! —Sonrió al niño de forma que fue poco más que una mueca—. No molestes a las personas amables.

—Cállate —respondió el pequeño maleducado—. ¿No ves que son unos Terrón de Vaniot?

—Lo siento —dijo la madre intentando llevarse a su retoño—. Damián, si no obedeces te castigaré cuando volvamos a casa.

Lali no pudo resistirse a poner los ojos en blanco. El niño volvió a pincharla en las costillas.

— ¡Ay!

El niño hizo de nuevo aquellos ruiditos eléctricos, disfrutando enormemente con la incomodidad de ella. Lali compuso una gran sonrisa y se inclinó hacia el querido Damián, y entonces le dijo con voz de lo más alienígena:

—Oh, mira, un pequeño terrícola. —Se irguió y ordenó a Peter con una mirada de autoridad—: Mátalo.

Damián se quedó con la boca abierta. Abrió los ojos como si fueran balones de fútbol al fijarse en la enorme pistola que lucía Peter en el cinturón. De su boca abierta comenzaron a salir una serie de grititos que recordaban a una alarma de incendios.

Peter juró para sus adentros, agarró a Lali del brazo y empezó a tirar de ella medio corriendo hacia la entrada del supermercado. Ella logró rescatar su bolso del carrito al pasar por delante de él.

— ¡Eh, mi compra! —protestó.

—Ya podrás pasarte aquí otros tres minutos mañana para hacerla —replicó Peter con violencia contenida

—. En este momento estoy intentando evitar que te detengan.

— ¿Por qué razón? —preguntó ella indignada mientras Peter la arrastraba al otro lado de las puertas automáticas. La gente volvía la cabeza para mirarlos, pero la mayoría se sentía atraída por los chillidos de Damián en el pasillo siete.

— ¿Qué te parece por amenazar con matar a un niño y provocar un altercado?

— ¡Yo no he amenazado con matarlo! Simplemente te lo he ordenado a ti. —Le costaba seguirle el ritmo; la falda larga que llevaba no estaba hecha para correr. Él la obligó a darse la vuelta al doblar la esquina del edificio, fuera de la vista, y la aplastó contra la pared.

—No puedo creer que me haya perdido esto —dijo en tono provocativo.

Lali lo miró furiosa y no dijo nada.

—He estado en Lansing —rugió Peter, inclinándose de tal modo que su nariz casi tocaba la de Lali—. En una entrevista para un empleo del estado.

—No me debes ninguna explicación.

Él se irguió y volvió la vista hacia el cielo, como si pidiera socorro al Todopoderoso. Lali decidió hacer una concesión.

—De acuerdo, una llamada telefónica no habría sido demasiado pedir…

Peter dijo algo para sí. Lali se imaginó bastante bien de qué se trataba, pero por desgracia él no pagaba dinero por cada taco que pronunciaba. Si así fuera, a ella le habría tocado la lotería.

Lo agarró de las orejas, le bajó la cabeza y lo besó.




Así, sin más, Peter la tuvo aprisionada contra la pared, abrazándola tan estrechamente que ella apenas podía respirar, pero la necesidad de respirar no ocupaba el primer puesto de su lista de prioridades en aquel momento. Sentirlo contra ella, saborearlo... Eso era lo importante. Llevaba la pistola en el cinturón, de manera que comprendió que no era aquello lo que la estaba presionando en el estómago. Se agitó un poco contra ello para asegurarse. No, definitivamente no era una pistola.

Peter tenía la respiración acelerada cuando levantó la cabeza.

—Siempre eliges los lugares más inoportunos —dijo mirando alrededor.

— ¿Que los elijo yo? Yo estaba tan tranquila, ocupada en mis asuntos, haciendo un poco de compra, cuando fui atacada no por uno, sino por dos maníacos...

— ¿No te gustan los niños?

Lali parpadeó.

— ¿Qué?

— ¿No te gustan los niños? Querías que matase a ése.

—Me gustan casi todos los niños —replicó ella en tono impaciente—, pero ése no. Me ha hecho daño en las costillas.

—Yo te estoy haciendo daño en el estómago.

Ella le dedicó una dulce sonrisa que lo hizo estremecerse.

—Sí, pero tú no estás usando una pistola láser de plástico.

—Vámonos de aquí —dijo Peter con aire desesperado, y tiró de Lali en dirección a su coche.





— ¿Quieres café? —preguntó Lali mientras abría la puerta de la cocina y lo dejaba pasar—. ¿O té helado? —añadió, pensando que un vaso de cristal alto y frío sería lo más apropiado para el sofocante calor que hacía fuera.

—Té —contestó Peter, echando a perder la imagen que tenían los policías de subsistir a base de café y rosquillas. Estaba observando la cocina—. ¿Cómo es que sólo llevas dos semanas viviendo aquí y esta casa ya parece más habitada que la mía?

Lali fingió reflexionar sobre el asunto.

—Creo que lo llaman deshacer las maletas.

Él levantó la vista hacia el techo.

— ¿Me estaba perdiendo esto? —musitó al yeso, aún buscando inspiración.

Lali le dirigió varias miradas al tiempo que sacaba dos vasos del armario y los llenaba de hielo. La sangre le corría veloz por las venas, igual que le ocurría siempre que se encontraba cerca de Peter, ya fuera de rabia, emoción o deseo, o una combinación de las tres cosas. Dentro de la acogedora cocina, Peter parecía todavía más grande, sus hombros llenaban el umbral de la puerta y su tamaño empequeñecía la diminuta mesa para cuatro y su tablero de azulejos de cerámica.

— ¿Qué empleo del estado es ése para el que te han entrevistado?

—Policía estatal, división de detectives de campo.

Sacó la jarra de té del frigorífico y llenó los dos vasos.

— ¿Limón?

—No, lo tomo sin nada. —Cogió el vaso que Lali le ofrecía rozándole los dedos con los suyos.
Aquello bastó para que sus pezones se irguieran y prestaran atención. La mirada de Peter se clavó en su boca—. Enhorabuena—dijo.

Lali parpadeó.

— ¿Qué he hecho? —Esperaba que no se refiriera a toda la publicidad acerca de la Lista... Oh, Dios, la Lista. Se le había olvidado. ¿Habría leído Peter el artículo entero? Claro que sí.

—No has dicho ni un solo taco, y ya llevamos media hora juntos. Ni siquiera juraste cuando te arrastré fuera del supermercado.

— ¿En serio?

Lali sonrió, complacida consigo misma. A lo mejor el hecho de tener que pagar todas aquellas multas estaba surtiendo efecto en su subconsciente. Aún pensaba muchas palabrotas, pero las multas no contaban si no las pronunciaba en voz alta. Estaba haciendo progresos.

Peter inclinó el vaso y bebió. Lali lo contempló hipnotizada, viendo cómo se movía su fuerte garganta. Luchó contra un violento impulso de arrancarle la ropa. ¿Qué le estaba pasando? Había visto beber a otros hombres a lo largo de toda su vida, y jamás la había afectado de esta manera, ni siquiera con ninguno de sus ex prometidos.

— ¿Más? —le preguntó cuando él apuró el té y depositó el vaso.

—No, gracias. —Aquella mirada oscura y ardiente la recorrió de arriba abajo antes de detenerse en sus pechos—. Hoy estás muy elegante. ¿Ocurre algo especial?

Lali no iba a esquivar el tema, por muy sensible que fuera.

—Esta mañana hemos tenido una entrevista para Buenos días, América, a la cuatro de la madrugada, ¿te lo puedes creer? He tenido que levantarme a las dos —se quejó— y llevo la mayor parte del día en estado comatoso.

— ¿Tanta publicidad está recibiendo la Lista? —preguntó él, sorprendido.

—Me temo que sí —contestó Lali con parsimonia al tiempo que se sentaba a la mesa.

Peter no se sentó enfrente de ella, sino que ocupó la silla que estaba a su lado.

—La he visto en Internet. Es muy divertida... señorita C.

Lali lo miró boquiabierta

— ¿Cómo lo has sabido? —exigió.

Él soltó un resoplido.

—Como si no fuera capaz de reconocer esa boquita tuya de sabihonda incluso por escrito. «Cualquier cosa que esté por encima de los veinte centímetros es puramente de exhibición» —citó.

—Debería haber sabido que tú sólo ibas a acordarte de la parte concerniente al sexo.

—Últimamente llevo el sexo en la cabeza constantemente. Y para que conste, yo no tengo nada que sea de exhibición.

Si no lo tenía, le faltaba poco para tenerlo, pensó Lali, recordando con gran fruición el aspecto que mostraba de perfil.

Peter continuó:

—Me alegro de no estar dentro de la categoría de los que va señalando la gente.

Lali rompió a reír a carcajadas y se echó hacia atrás en la silla, con tal fuerza que ésta se inclinó y su ocupante cayó al suelo. Se quedó allí sentada, sosteniéndose las costillas, que ya casi habían dejado de dolerle pero que decidieron protestar de nuevo ante aquel maltrato, pero no pudo dejar de reír. Bubú se aproximó con cautela, pero decidió que no quería situarse dentro de su radio de acción y buscó refugio bajo la silla de Peter.

Peter se inclinó y levantó al gato del suelo para acomodarlo sobre sus rodillas y acariciarle el lomo alargado y estrecho. Bubú cerró los ojos y comenzó a ronronear en un tono grave. El gato ronroneaba, y Peter contempló a Lali, aguardando a que las carcajadas amainasen hasta convertirse en risitas y suspiros.

Lali permaneció sentada en el suelo abrazándose las costillas y con los ojos húmedos de lágrimas. Si le quedaba algo de rimel, debía de tenerlo rodando por las mejillas, se dijo.

— ¿Necesitas ayuda para levantarte? —le preguntó Peter—. Debería advertirte de que si te pongo las manos encima, quizá después tengas problemas para separarlas de ahí.

—Puedo arreglármelas, gracias. —Con cuidado, y no sin alguna dificultad a causa de la falda larga, se incorporó y se secó los ojos con una servilleta.

—Muy bien. No quisiera tener que molestar a... ¿cómo se llama? ¿Bubú? ¿Qué mierda de nombre de gato es Bubú?

—No me eches la culpa a mí, sino a mi madre.

—Un gato debería tener un nombre que le vaya. Llamarlo Bubú es como llamar Alicia a un hijo tuyo. Debería llamarse Tigre, o Romeo...

Lali negó con la cabeza.

—Romeo está descartado.

— ¿Quieres decir que está...?

Ella asintió.

 —En ese caso, supongo que le va bien el nombre de Bubú, aunque yo creo que sería más apropiado llamarlo Bobo.

Lali tuvo que sujetarse las costillas con fuerza para no estallar en nuevas risas.

—Eres todo un tipo.

— ¿Y qué diablos querías que fuera? ¿Una bailarina de ballet?

No, no quería que fuera nada excepto lo que era. Ninguna otra persona había conseguido nunca hacer correr por sus venas la emoción como si fuera champán, y eso constituía todo un logro, teniendo en cuenta que una semana antes ambos no habían intercambiado otra cosa que no fueran insultos. Habían pasado sólo dos días desde que se besaron por primera vez, dos días que parecieron una eternidad porque no había habido ningún beso más hasta que ella lo agarró por las orejas en el supermercado y lo acercó hasta su altura.

— ¿Qué tal está tu óvulo? —preguntó Peter bajando los párpados sobre sus ojos oscuros, y Lali supo que sus pensamientos no andaban muy descaminados de los de ella.

—Ya es historia —respondió.

—Entonces, vamos a la cama.

— ¿Tú te crees que lo único que tienes que hacer es decir «vamos a la cama» y yo voy a tenderme de espaldas sin más? —dijo Lali indignada.

—No, esperaba tener una oportunidad de hacer un poco más que eso antes de que te tendieras de espaldas.

 —No pienso tenderme en ninguna parte.

— ¿Por qué no?

—Porque estoy con la regla. —Curiosamente, no recordaba haberle dicho tal cosa a ningún hombre en su vida, sobre todo sin la menor pizca de timidez.

Él juntó las cejas.

— ¿Que estás con qué? —preguntó cada vez más furioso.

—Con la regla. La menstruación. A lo mejor has oído hablar de ello. Es cuando...

—Tengo dos hermanas; me parece que sé un poco lo que son las reglas. Y una de las cosas que sé es que el óvulo es fértil más o menos a mitad del ciclo, ¡no cerca del final!

Pillada. Lali frunció los labios.

—De acuerdo, te mentí. Siempre existe una mínima posibilidad de que se altere el ciclo, y no estaba dispuesta a asumir ese riesgo, ¿vale?

Evidentemente no valía.

—Me detuviste —gruñó Peter, cerrando los ojos como si algo le doliera mucho—. Estaba a punto de morirme, y tú me detuviste.

—Lo dices como si fuera un acto de traición.

Él abrió los ojos y la miró con expresión torva.

— ¿Y ahora qué?

Era tan romántico como una piedra, pensó Lali; entonces, ¿por qué estaba tan excitada?

—Tu idea del juego previo es probablemente algo así como: « ¿Estás despierta?» —masculló.

Peter hizo un gesto de impaciencia.

— ¿Y ahora qué?

—No.

— ¡Dios! —Se recostó en la silla y volvió a cerrar los ojos—. ¿Y ahora qué pasa?

—Ya te lo he dicho, estoy con la regla.

— ¿Y?

—Pues que... no.

— ¿Por qué no?

— ¡Porque yo no quiero! —chilló Lali—. ¡Dame un respiro!

Peter suspiró.

—Ya entiendo. Es el síndrome premenstrual.

—El síndrome premenstrual es antes, idiota.

—Eso lo dirás tú. Pregunta a cualquier hombre, y te contará una historia distinta.

—Como si fueran expertos —se burló ella.

 —Cariño, los únicos expertos en síndromes pre-menstruales son los hombres. Por eso se les da tan bien luchar en las guerras; han aprendido Huida y Evasión en sus casas.

Lali pensó en lanzarle una sartén, pero Bubú se encontraba en la línea de tiro y, de todos modos, antes tendría que buscar la sartén.

Peter sonrió al ver la expresión de su cara.

— ¿Sabes por qué se llama síndrome pre-menstrual?

—No te atreverás —amenazó ella—. Sólo las mujeres pueden hacer chistes de eso.

—Porque la expresión «enfermedad de las vacas locas» ya estaba cogida.

Al diablo la sartén. Miró a su alrededor buscando un cuchillo.

—Sal de esta casa.

Peter depositó a Bubú en el suelo y se levantó, obviamente dispuesto a ejecutar la maniobra de Huida y Evasión.

—Cálmate —le dijo, poniendo la silla entre los dos.

— ¡Y una mierda que me calme! Maldita sea, ¿dónde está mi cuchillo de cocina? —Miró alrededor invadida por la frustración. ¡Si llevara más tiempo viviendo en aquella casa, sabría dónde había puesto cada cosa!

Peter salió de detrás de la silla, rodeó la mesa y sujetó a Lali por las muñecas antes de que ella recordara en qué cajón guardaba los cuchillos.

—Me debes cincuenta centavos —dijo sonriente al tiempo que la atraía hacia él.

— ¡No aguantes la respiración! Ya te dije que no pensaba pagarte cuando fuera culpa tuya. —Apartó de un soplido los mechones de pelo que le caían sobre los ojos a fin de poder fulminarlo mejor con la mirada.


Peter inclinó la cabeza y la besó.




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