—Tendría que lavar los platos la mitad de las veces sin que
nadie le pidiera que lo hiciera —dijo Rochi poniendo una mano encima de
la mesa y atrayendo miradas de curiosidad.
Cuando todas lograron dejar de reír el tiempo suficiente
para hablar con coherencia, Euge se puso a garabatear en el cuaderno.
—Muy bien, número uno: lavar los platos.
—No, oye, lavar los platos no puede ser la primera condición
—protestó Lali—. Antes que eso tenemos otras cosas más importantes.
—Ya —dijo Cande—. Hablando en serio, ¿cómo creemos que
debería ser un hombre perfecto? Yo nunca lo he pensado de esa forma. Tal vez me
resultara más fácil si tuviera claro lo que me gusta de un hombre.
Todas hicieron una pausa.
— ¿El hombre perfecto? ¿En serio? —Lali arrugó la nariz.
—En serio.
—Esto va a requerir pensar un poco —declaró Euge.
—Para mí, no —dijo Rochi al tiempo que la risa desapareció
de su rostro—. Lo más importante es que quiera en la vida lo mismo que quieres
tú.
Todas se sumieron en un pozo de silencio. La atención que
habían suscitado sus risas en las mesas de alrededor se desplazó hacia otros blancos
más prometedores.
—Que quiera en la vida lo mismo que tú —repitió Eugenia al
tiempo que lo escribía—. ¿Ésta es la primera condición? ¿Estamos todas de
acuerdo?
—Esa condición es importante —dijo Lali—. Pero no estoy
segura de que sea la primera.
—Entonces, ¿cuál es la primera para ti?
—La fidelidad. —Pensó en su segundo prometido, el muy
cabrón—. La vida es demasiado corta para malgastarla con una persona de la que
no te puedes fiar. Una debería poder confiar en que el hombre al que ama no va a
mentirle ni engañarla. Si se tiene eso como base, se puede trabajar en lo demás.
—Para mí, eso es lo primero —dijo Cande en voz baja.
Rochi reflexionó un momento.
—De acuerdo —dijo por fin—. Si Pablo no fuera fiel, yo no
querría tener un hijo con él.
—Yo lo suscribo —dijo Eugenia—. No soporto a un tipo que
juega con dos barajas. Número uno: que sea fiel. Que no mienta ni engañe.
Todas asintieron.
— ¿Qué más? —Permaneció con el bolígrafo apoyado en el
cuaderno.
—Ha de ser agradable —sugirió Rochi.
— ¿Agradable? —dijo Euge incrédula.
—Sí, agradable. ¿Quién desea pasar toda la vida con un tipo
antipático?
— ¿O ser vecina suya? —musitó Lali, y asintió para indicar
que estaba de acuerdo—. Me parece bien. No suena muy emocionante, pero pensad
en ello. Yo creo que el hombre perfecto debe ser amable con los niños y con los
animales, ayudar a las viejecitas a cruzar la calle, no insultarte cuando tu
opinión sea diferente de la suya. Ser agradable es tan importante que bien
podría ser la condición número uno.
Cande afirmó con la cabeza.
—Muy bien —dijo Euge—. Demonios, hasta me habéis convencido.
Yo creo que no he conocido nunca a un tipo agradable. Número dos: agradable.
—Lo anotó—. ¿Número tres? Aquí tengo mi propia idea al respecto. Quiero un
hombre que sea de fiar. Si dice que va a hacer algo, que lo haga. Si
tiene que reunirse conmigo a las siete en un determinado lugar, ha de estar
allí a las siete, no llegar tranquilamente a las nueve y media o incluso no
presentarse. ¿Estamos todas de acuerdo en esto?
Las cuatro levantaron la mano en un voto afirmativo, y la
condición «de fiar» pasó a ocupar la casilla número tres.
— ¿Número cuatro?
—Lo evidente —dijo Lali—. Un trabajo estable.
Eugenia hizo una mueca de disgusto.
—Ay. Ésa ha tocado una fibra sensible. —En aquel momento
Bruck estaba sentado sin hacer nada, en lugar de trabajar.
—Un trabajo estable está incluido en lo de ser de fiar
—señaló Rochi—. Y estoy de acuerdo, es importante. Mantener un empleo estable
es señal de madurez y de sentido de la responsabilidad.
—Un trabajo estable —dijo Euge al tiempo que escribía.
—Debe tener sentido del humor —dijo Cande.
— ¿Algo más que reírse con Cantinflas? —preguntó Lali. Todas
estallaron en risitas.
— ¿Qué tienen que ver los hombres con eso? —preguntó Rochi
poniendo los ojos en blanco—. ¡Y bromas respecto de funciones corporales! Pon
eso en primer lugar, Euge, ¡nada de bromas en el cuarto de baño!
—Número cinco: sentido del humor —rió Euge, escribiendo—.
Para ser honrada, no creo que podamos decir qué tipo de humor debe tener.
—Claro que podemos —corrigió Lali—. Va a ser nuestro esclavo
sexual, ¿no te acuerdas?
—Número seis. —Eugenia las llamó al orden dando unos
golpecitos con el bolígrafo contra el borde de su vaso—. Volvamos al trabajo,
señoras. ¿Cuál es la condición número seis?
Todas se miraron entre sí y se alzaron de hombros.
—El dinero no está mal —sugirió por fin Rochi—. No es una
condición imprescindible en la vida real, pero esto es una fantasía, ¿no es
así? El hombre perfecto debe tener dinero.
— ¿Tiene que ser asquerosamente rico o simplemente gozar de
holgura económica?
Aquello requirió pensar un poco más.
—A mí, particularmente, me gusta que sea asquerosamente rico
—dijo Eugenia.
—Pero si fuera tan rico, querría ser él quien mandara en
todo. Estaría acostumbrado a ello.
—Eso no va a suceder de ninguna manera. De acuerdo, que
tenga dinero está bien, pero no demasiado dinero. Holgado. El hombre perfecto
debe tener holgura económica.
Cuatro manos se alzaron en el aire, y la palabra «dinero»
quedó escrita en la casilla número seis.
—Como esto es una fantasía —dijo Lali—, debe ser guapo. No
un adonis de caerse muerta, porque eso podría suponer un problema. Cande es la
única de nosotras que es lo bastante guapa para mantener el tipo al lado de un
hombre atractivo.
—No se me está dando muy bien, creo yo —repuso Cande con una
pizca de amargura—. Pero sí, para que el hombre perfecto sea perfecto de
verdad, tiene que dar gusto mirarlo.
—Muy bien, pues la condición número siete es: que dé gusto
mirarlo. —Cuando hubo terminado de escribir, Eugenia levantó la vista sonriente—.
Voy a ser yo la que diga lo que todas estamos pensando. Ha de ser estupendo en
la cama. No basta con que sea bueno; tiene que ser estupendo. Ha de ser capaz
de ponerme el vello de punta y volverme loca. Debe tener la resistencia de un
purasangre de carreras y el entusiasmo de un muchacho de dieciséis años.
Todas reían a carcajadas cuando el camarero dejó los platos
sobre la mesa.
— ¿Qué es lo que tiene tanta gracia? —quiso saber.
—No lo entenderías —consiguió decir Rochi.
—Ya entiendo —dijo con un gesto significativo—. Estáis
hablando de hombres.
—Pues no, estamos hablando de ciencia ficción —replicó Lali,
con lo cual provocó nuevas carcajadas. La gente de las demás mesas volvió a
mirarlas con curiosidad, intentando averiguar qué podía ser tan gracioso.
El camarero se fue. Eugenia se inclinó sobre la mesa.
—Y antes de que se me olvide, ¡quiero que mi hombre perfecto
tenga unas medidas de veinticinco centímetros!
— ¡Dios santo! —Rochi fingió desmayarse y se abanicó con la
mano—. ¡Qué no podría hacer yo con veinticinco centímetros! O más bien, ¡lo que
podría hacer yo con veinticinco centímetros!
Lali estaba riendo tan fuerte que tenía que apretarse los
costados. Le costó mucho mantener bajo el tono de voz, y dijo entre risas:
— ¡Vamos! Cualquier cosa que esté por encima de los veinte
centímetros es puramente de exhibición. Existe, pero no se puede usar. Es
posible que esté bien para verlo en un vestuario, pero afrontémoslo: esos cinco
centímetros de más son sobras.
— ¡Sobras! —exclamó Cande apretándose el estómago y
partiéndose de risa—. ¡Dice que son sobras!
—Oh, Dios mío. —Eugenia se secó los ojos al tiempo que
escribía rápidamente—. Esto marcha. ¿Qué más debe tener nuestro hombre perfecto?
Rochi agitó la mano débilmente.
—A mí —sugirió entre risitas—. Puede tenerme a mí.
—Si no te ponemos la zancadilla nosotras para que no lo
alcances —dijo Lali, y levantó su vaso.
Las otras tres levantaron el suyo, y entrechocaron los
cristales con un alegre sonido—. ¡Por el hombre perfecto, dondequiera que se
encuentre!
comenzó maratón de cinco capitulos
comenzó maratón de cinco capitulos
Maaaaaasss
ResponderEliminarBuenísimo sube el próximo!
ResponderEliminarMe encanto. Lo que se viene.
ResponderEliminarJjajajjajajjajja.Cande, y las sobras....
ResponderEliminar