El teléfono estaba sonando. Lali dudaba entre contestar o
no. No podía tratarse de más reporteros, dado que Eugenia ya les había dado la
historia que buscaban, pero teniendo en cuenta la hora que era, seguro que
quien llamaba era alguien que la conocía y que acababa de
oír su nombre por televisión y deseaba hablar con ella, como si sus quince minutos de dudosa fama pudieran de algún modo influir en él por asociación. Lali no deseaba hacer un refrito de la maldita lista; lo único que deseaba era que desapareciera para siempre.
oír su nombre por televisión y deseaba hablar con ella, como si sus quince minutos de dudosa fama pudieran de algún modo influir en él por asociación. Lali no deseaba hacer un refrito de la maldita lista; lo único que deseaba era que desapareciera para siempre.
Por otra parte, podría tratarse de Cande, Rochi o Euge.
Por fin lo cogió al séptimo timbre, preparada para adoptar
un acento italiano y fingir que era otra persona.
— ¿Cómo has podido hacerme esto? —le espetó Patricio, su
hermano.
Lali parpadeó, intentando cambiar de chip. Dios, ¿es que
nunca iba a superar el hecho de que no le hubieran ofrecido a él la custodia
temporal del coche de papá?
—Yo no te he hecho nada. No es culpa mía que papá haya
querido dejar aquí el coche. Yo preferiría que lo tuvieras tú, créeme, porque
ahora tengo que aparcar el mío en el camino de entrada en vez del garaje.
— ¡No estoy hablando del coche! —replicó Patricio
chillando—. ¡Es por lo que ha salido en televisión!
¿Qué voy a parecer yo ahora?
Aquello se estaba distorsionando. Lali pensó a toda
velocidad, en un intento de buscar una forma en que aquel asunto afectase a
Patricio, pero lo único que se le ocurrió fue que tal vez él no cumpliera todas
las condiciones de la lista y no quisiera que Ornella supiera que había
condiciones. Hablar de los atributos físicos de su hermano no era algo que
deseara hacer.
—Estoy segura de que Ornella no va a ponerse a hacer
comparaciones —dijo lo más diplomáticamente posible—. Er... Tengo una olla al
fuego, y necesito...
— ¿Ornella? —exclamó él—. ¿Qué tiene ella que ver con esto?
No estarás diciendo que está implicada en... en todo esto de la lista.
Cada vez más distorsionado. Lali se rascó la cabeza.
—Me parece que no sé de qué estás hablando —dijo por fin.
— ¡De lo que ha salido por televisión!
— ¿Qué pasa con eso? ¿Cómo te afecta a ti?
— ¡Les has dado tu nombre! Si te hubieras casado, no
conservarías el apellido Esposito, pero no, tienes que continuar soltera para
que tu apellido siga siendo el mismo que el mío. ¡No es precisamente un
apellido muy común, por si no te habías dado cuenta! ¿No se te ha ocurrido las
bromas que voy a tener que soportar en el trabajo por este motivo?
Aquello era pasarse un poco, incluso para Patricio. Por lo
general, su paranoia era mucho menos pronunciada. Lali lo quería, pero él nunca
había abandonado del todo la idea de que el universo giraba en torno de él. Su
actitud era comprensible al menos cuando estaba en el instituto, porque era
alto y guapo y muy popular entre las chicas, pero ya hacía quince años que
había terminado el instituto.
—No creo que nadie se fije en eso —dijo con todo el cuidado
que pudo.
—Ése es tu problema, que nunca piensas antes de abrir esa
bocaza...
Lali no lo pensó; le salió de manera natural:
—Bésame el culo —replicó, y colgó el teléfono de golpe.
Imaginó que aquélla no era una reacción madura precisamente,
pero sí satisfactoria.
El teléfono sonó otra vez. No tenía la menor intención de
atenderlo, y por primera vez deseó contar con un identificador de llamadas.
Quizá lo necesitara.
El timbre continuó sonando. Cuando hubo contando veinte
timbrazos, Lali cogió el auricular con violencia y chilló:
— ¡Qué!
Si Patricio se creía que podía acosarla de aquel modo, a ver
que le parecía que ella lo llamase a las dos de la madrugada. ¡Hermanos!
Era Ana Laura.
—Bueno, esta vez sí que la has hecho buena —fue su andanada
inicial.
Lali se frotó el entrecejo; no había duda de que sobre ella
se cernía un dolor de cabeza. Después de la pelea con Patricio, aguardó a ver
qué pasaba con esta otra.
—No voy a poder mantener la cabeza alta en la iglesia.
—No me digas. Oh, Ana , cuánto lo siento —contestó Lali con
voz melosa—. No me di cuenta de que tú sufres la temible enfermedad de Cuello
Flojo. ¿Cuándo te la han diagnosticado?
—Eres una exhibicionista. Nunca piensas en nadie más que ti
misma. ¿Alguna vez se te ha pasado por la mente, una sola vez, cómo va a
afectarme esto a mí, o a los niños? Stefanie se siente mortificada. Todas sus
amigas saben que tú eres su tía...
— ¿Y cómo lo saben? Yo no conozco a ninguna.
Ana Laura calló un instante.
—Supongo que se lo habrá dicho Stefanie.
— ¿Tan mortificada está, que ha revelado la relación que la
une conmigo? Qué raro.
—Sea raro o no —repuso Ana, rehaciéndose—, resulta de lo más
repugnante que aparezcas así en público.
Lali repasó mentalmente la aparición de Euge en televisión.
No había sido tan específica.
—A mí me parece que Euge no ha estado tan mal.
— ¿Euge? ¿De qué estás hablando?
—De la entrevista en televisión. Hace un momento.
—Oh. ¿Quieres decir que también ha salido por televisión? —preguntó
Ana cada vez más horrorizada—. ¡Oh, no!
—Si no lo has visto en la televisión, ¿de qué estás hablando
tú?
— ¡De lo que circula por Internet! Ahí es donde lo ha visto
Stefanie.
¿Internet? El dolor de cabeza estalló en toda su plenitud.
Probablemente, uno de los pirados del trabajo había publicado en la red el
artículo del boletín, en su totalidad. Stefanie, que tenía catorce años,
ciertamente habría recibido una buena instrucción.
—Yo no lo he publicado en Internet —dijo en tono cansado—.
Debe de haber sido alguien del trabajo.
—Con independencia de quién lo haya hecho, tú estás detrás
de esa... ¡de que esa lista exista siquiera!
De pronto Lali se sintió completamente harta; la invadía la
sensación de llevar ya varios días caminando por la cuerda floja, estaba tensa
hasta el máximo, y las personas que más preocupadas deberían estar por ella y
que más apoyo deberían prestarle le echaban broncas. Ya no podía soportar más,
y ni siquiera se le ocurría algo mordaz que decir.
—Mira —dijo en voz baja interrumpiendo la arenga de Ana—. Ya
me he cansado de que Patricio y tú supongáis automáticamente que yo tengo la
culpa sin preguntarme siquiera cómo ha comenzado todo esto. Él está enfadado
conmigo por el coche y tú estás enfadada por el gato, así que los dos atacáis
sin preguntarme si me encuentro bien con toda esta atención por el asunto de la
lista, y si os hubierais parado a pensar un instante, sabríais que no me
encuentro bien en absoluto. Acabo de decirle a Patricio que me bese el culo, y
¿sabes una cosa, Ana? Tú puedes hacer lo mismo. —Y con eso, volvió a colgar el
teléfono a otro hermano más. Gracias a Dios ya no tenía ningún otro.
—Ahí tienes un ejemplo de mi talento como pacificadora y
mediadora —le dijo a Bubú, y enseguida tuvo que parpadear para reprimir la
humedad que se le había formado en los ojos, inusual en ella.
El teléfono sonó una vez más. Lo desconectó. Los números del visor del mensajes del contestador automático indicaban que había demasiados. Los borró sin escuchar ninguno de ellos y fue al dormitorio para quitarse la ropa de trabajo. Bubú la siguió en silencio.
La perspectiva de obtener alguna clase de consuelo de Bubú
resultaba dudosa, pero de todas formas lo levantó del suelo y le frotó la
cabeza contra su propia barbilla. El gato toleró la caricia durante un minuto
—al fin y al cabo, ella no estaba haciendo lo que le gustaba, rascarle detrás
de las orejas— y después se zafó de su abrazo y alcanzó el suelo de un ágil
salto.
Lali se sentía demasiado tensa y deprimida para sentarse y
relajarse, ni siquiera para comer. Podría quemar algo de energía lavando el
coche, pensó, y se apresuró a ponerse un pantalón corto y una camiseta. El
Viper no estaba muy sucio —llevaba dos semanas sin llover—, pero le gustaba
verlo reluciente. La tarea de lavarlo y sacarle brillo, además de quemar
estrés, le resultaba gratificante para el alma, y en aquel momento,
decididamente, necesitaba algo que le produjera ese efecto.
Mientras cogías las cosas que iba a necesitar para
embellecer el Viper, iba echando humo. Le estaría bien empleado a Ana que ella
le llevase el gato a su casa y lo dejase allí para que le destrozara los sofás;
dado que Ana tenía muebles nuevos —siempre parecía tener muebles nuevos—,
seguramente no se tomaría de manera tan optimista como ella el hecho de
quedarse sin el relleno de sus almohadones. Lo único que le impedía trasladar
de casa a Bubú era el hecho de que su madre le había confiado la custodia del
gato a ella, no a Ana.
En cuanto a Patricio... Bueno, la situación era muy
parecida. Habría trasladado el automóvil de su padre al garaje de su hermano,
excepto por el hecho de que su padre le había pedido a ella que se lo cuidara,
y si le ocurría algo mientras estaba bajo la custodia de Patricio, ella se
sentiría doblemente responsable. Lo mirara como lo mirara, estaba atrapada.
Después de juntar bayetas, un cubo, jabón especial para
coches que no desluciera el brillo, cera y limpiacristales, dejó salir a Bubú
al porche de la cocina para que pudiera observar la tarea. Como a los gatos no
les gusta el agua, ya supuso que Bubú no mostraría mucho interés, pero deseaba
estar acompañada. El gato se acomodó en un lugar iluminado por el sol de la
tarde y enseguida se entregó a una siesta felina.
En el camino de entrada del vecino no se veía el magullado
Pontiac marrón, de modo que no tendría que preocuparse por salpicarlo sin
querer y provocar la ira de Peter, aunque, en su opinión, no le vendría mal un
buen lavado. Probablemente tampoco le serviría de mucho —estaba demasiado
destrozado para que el hecho de embellecer su superficie fuera a marcar alguna
diferencia— pero es que la ofendían los coches sucios. El coche de Peter la
ofendía enormemente.
Se puso a lavar y aclarar laboriosamente, un lado cada vez,
para que el jabón no tuviera tiempo de secarse y dejar manchas. Se suponía que
aquel jabón en particular no dejaba manchas, pero no se fiaba. Su padre le
había enseñado a lavar un coche de aquella forma, y nunca había encontrado un
método mejor.
—Eh.
— ¡Mierda! —exclamó Lali. Dio un salto en el aire y se le
cayó la bayeta enjabonada. El corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. Se
giró bruscamente con la manguera en la mano.
Peter saltó hacia atrás cuando el agua le roció las piernas.
—Tenga cuidado con lo que hace, joder —exclamó.
Lali se enfureció al instante.
—Muy bien —dijo en tono conforme, y entonces le lanzó el
chorro de agua directamente a la cara.
Peter soltó un chillido y se hizo a un lado. Lali permaneció
donde estaba, manguera en mano, mirando mientras él se pasaba la mano por el
rostro mojado. El primer ataque, accidental, le había mojado los pantalones de
rodillas para abajo. El segundo había alcanzado buena parte de la camiseta.
Tenía toda la parte delantera empapada y pegada a la piel como si fuera
yeso. Lali procuró no fijarse en la dura superficie de su pecho. Ambos se
encararon el uno con el otro como pistoleros, separados por no más de tres
metros.
— ¿Está mal de la cabeza? —dijo Peter medio gritando.
Lali volvió a mojarlo de lleno. Esta vez lo hizo a
conciencia, persiguiéndolo con el chorro de agua al tiempo que él intentaba
escabullirse.
— ¡No me diga que estoy mal de la cabeza! —le gritó. Puso un
dedo en la boquilla para estrechar la abertura y conseguir así más fuerza y más
distancia—. ¡Ya estoy harta de que la gente me eche la culpa de todo! —Volvió a
alcanzarlo en la cara—. ¡Maldita sea, estoy hasta las narices de usted, de Ana
y Patricio, de todo el mundo en el trabajo, de todos esos estúpidos reporteros,
y de que Bubú me destripe el sofá! Estoy harta, ¿me oye?
Peter cambió súbitamente de táctica, de la evasión al
ataque. Se acercó agachado, igual que un defensa, sin intentar esquivar el
chorro de agua que apuntaba hacia él. Aproximadamente medio segundo demasiado
tarde, Lali intentó apartarse a un lado. Peter la embistió con el hombro en la
cintura, y el impacto la empujó contra el Viper. Rápido como una serpiente
atacando, le arrebató la manguera de la mano. Lali forcejeó para recuperarla,
pero Peter la obligó a volver a su sitio y la sujetó contra el coche con todo
su peso.
Los dos respiraban agitadamente. Peter estaba empapado de
pies a cabeza, y el agua que chorreaba de su ropa fue empapando la de ella
hasta que estuvo igual de mojada que él. Lo miró furiosa, y él hizo lo mismo,
las narices de ambos a sólo unos centímetros la una de la otra.
Peter tenía las pestañas llenas de gotitas de agua.
—Me ha mojado adrede —la acusó, como si no pudiera creer que
ella hubiera hecho semejante cosa.
—Usted me ha asustado —lo acusó Lali a su vez—. Ha sido sin
querer.
—Eso ha sido la primera vez. La segunda vez, lo ha hecho a
propósito.
Ella afirmó con la cabeza.
—Y ha dicho «mierda» y «maldita sea». Me debe cincuenta
centavos.
—Ahora tengo reglas nuevas. Usted no puede incitarme a la
violencia y después multarme por recurrir a la violencia.
— ¿Está tratando de librarse de pagarme? —preguntó Peter,
incrédulo.
—Así es. Todo es culpa suya.
— ¿Cómo es eso?
—Me ha asustado adrede, no intente negarlo. Eso hace que la
culpa en primer lugar le corresponda a usted.
—Probó a debatirse un poco para zafarse de la presión que
ejercía Peter con su peso. Maldita sea, cuánto pesaba. Y estaba casi tan rígido
como la chapa de metal que tenía detrás.
Peter aplastó su intento de fuga apretándose aún más contra
ella. El agua que le empapaba la ropa empezó a gotear por las piernas de Lali.
— ¿Y la segunda vez?
—Usted ha dicho j... —Lali se interrumpió a sí misma—. Mis
dos groserias juntas no son, ni mucho menos, tan groseros como el único que ha
pronunciado usted.
— ¿Qué pasa? ¿Ahora tenemos un sistema de puntos?
Lali lo fulminó con la mirada.
—Mire, yo no habría dicho ninguna de esas dos cosas si: (a),
usted no me hubiera asustado, y (b), usted no me hubiera lanzado un taco la
primera vez.
—Puestos a echar las culpas, yo no habría dicho un taco si
usted no me hubiera mojado.
—Y yo no lo habría mojado si usted no me hubiera asustado.
¿Lo ve? Ya le he dicho que todo es culpa suya —dijo Lali en tono triunfante,
ladeando la mandíbula.
Peter respiró hondo. Aquel movimiento de su pecho aplastó
los pechos de Lali aún más de lo que ya estaban y la hizo tomar conciencia de
sus pezones. Sus pezones tenían plena conciencia de la presencia de él. Oh. Sus
ojos se agrandaron, súbitamente alarmados.
Peter la observaba con una expresión indescifrable.
—Suélteme —le espetó, más nerviosa de lo que le importaba
ocultar.
—No.
— ¿Que no? —repitió Lali—. No puede decir que no. Retenerme
contra mi voluntad es ilegal.
—No la estoy reteniendo contra su voluntad; la estoy
reteniendo contra su coche.
— ¡Por la fuerza!
Él lo reconoció encogiéndose de hombros. No parecía estar
muy alarmado por la perspectiva de infringir alguna ley que prohibiera
maltratar a vecinas.
—Suélteme —volvió a decir Lali.
—No puedo.
Ella lo miró suspicaz.
— ¿Por qué no? —En realidad temía saber por qué no. Aquel
«por qué no» llevaba ya unos minutos aumentando de tamaño dentro de los
pantalones mojados de Peter. Lali estaba haciendo todo lo humanamente
posible para ignorarlo, y de cintura para arriba, excepto por los
indisciplinados pezones, lo estaba logrando. De cintura para abajo había caído
en un abyecto fracaso.
—Porque voy a hacer algo de lo que me arrepentiré. —Peter
sacudió la cabeza en un gesto negativo, como si no se comprendiera a sí mismo—.
Sigo sin tener a mano un látigo y una silla, pero qué diablos, me arriesgaré.
—Espere —gimió Lali, pero ya era demasiado tarde.
Vio cómo bajaba hacia ella su cabeza oscura.
La tarde desapareció de repente. De lejos, en la calle, le
llegó el grito de un niño que rompía a reír. Pasó un coche. El ruido
amortiguado de unas tijeras de podar alcanzó sus oídos. Todo aquello pareció
lejano y desconectado de la realidad. Lo real era la boca de Peter sobre la
suya, aquella lengua que se enredaba con la suya, el aroma masculino de su
cuerpo que penetraba por sus fosas nas
ales y le llenaba los pulmones. Y el sabor... oh, aquel sabor. Peter sabía a chocolate, como si acabase de comer una chocolatina. Sintió deseos de devorarlo.
ales y le llenaba los pulmones. Y el sabor... oh, aquel sabor. Peter sabía a chocolate, como si acabase de comer una chocolatina. Sintió deseos de devorarlo.
Lali reparó en que estaba aferrándose con los puños a la
tela mojada. De una en una, sin interrumpir el beso, separó las manos de la
camiseta de Peter y las colocó alrededor de su cuello, permitiéndole acomodarse
más plenamente contra ella, desde el hombro hasta la rodilla.
¿Cómo era posible que un simple beso la excitara de aquella
forma? Pero no era un simple beso; Peter empleaba todo su cuerpo, rozándole los
pezones contra su pecho hasta que la fricción los hizo erguirse, duros y
sensibles, moviendo el bulto que formaba su erección contra el estómago de ella
en un ritmo lento y sutil que de todos modos resultaba más potente que una ola
marina.
Lali oyó el sonido salvaje y ahogado que surgió de su propia
garganta e intentó trepar por el cuerpo de Peter, elevarse hasta una posición
en la que aquel bulto surtiera el máximo efecto. Estaba ardiendo, abrasada de
calor, medio enloquecida por aquel súbito embate de necesidad y frustración
sexual.
Peter todavía sostenía la manguera en una mano. Rodeó a Lali
con los brazos y la levantó los pocos centímetros que hacían falta. El chorro
de agua se arqueó peligrosamente, salpicó a Bubú y lo hizo saltar a un lado con
un bufido de enfado, luego chocó contra el coche y los empapó aún más a ellos
dos. Pero a Lali no le importó. Tenía la lengua de Peter dentro de su boca y
las piernas alrededor de las caderas de él, y aquel bulto estaba justo donde
quería que estuviera.
Peter se movió —otro de aquellos roces sutiles— y Lali a
punto estuvo de alcanzar el climax allí mismo. Hundió las uñas en la espalda de
Peter y emitió un sonido gutural al tiempo que se arqueaba en sus brazos.
Peter apartó su boca de la de ella. Estaba jadeante, con una
expresión ardiente y salvaje en los ojos.
—Vamos adentro —dijo en un tono tan grave y ronco que casi
resultó ininteligible, poco más que un gruñido.
—No —gimió Lali—. ¡No te pares! —Oh, Dios estaba cerca, muy
cerca. Volvió a arquearse contra él.
— ¡Por Dios santo! —Peter cerró los ojos. Apenas podía
reprimir una expresión contraída por el deseo—.
Lali, no puedo follarte aquí fuera. Tenemos que entrar.
¿Follar? ¿Dentro?
¡Dios del cielo, estaba a punto de hacerlo con él y aún no
había empezado a tomar la píldora!
— ¡Espera! —chilló presa del pánico, empujando contra sus
hombros y desenrollando las piernas para ponerse a dar patadas—. ¡Para!
¡Suéltame!
— ¿Que pare? —dijo él, desconcertado—. ¡Pero si no hace ni
un segundo me has dicho que no pare!
—He cambiado de idea. —Aún seguía empujándolo en los
hombros. Aún seguía sin conseguir absolutamente nada.
— ¡No puedes cambiar de idea! —Ya parecía desesperado.
—Sí que puedo.
— ¿Tienes herpes?
—No.
— ¿Sífilis?
—No
— ¿Gonorrea?
—No.
— ¿Sida?
— ¡No!
—Entonces no puedes cambiar de idea.
—Lo que tengo es un óvulo maduro.
Aquello era probablemente una mentira. Una mentira casi con
toda seguridad. Era muy probable que le viniese el período al día siguiente, de
modo que aquel pequeño óvulo ya había dejado de ser viable hacía mucho, pero no
deseaba arriesgarse a una posible descendencia. Si quedaba algo de vida en el
espiral de ADN, el esperma de Peter se lanzaría por ella. Había cosas que eran
hechos comprobados. Lo del óvulo maduro hizo detenerse a Peter. Tras meditar
sobre ello, sugirió:
—Puedo utilizar un condón.
Ella lo fulminó con la mirada; por lo menos, eso esperaba
hacer. Hasta el momento Peter continuaba notablemente intacto.
—Los condones sólo tienen una tasa de éxito de entre un
noventa y un noventa y cuatro por ciento, lo cual significa que, como mínimo,
su índice de fallos es del seis por ciento.
—Bueno, eso es una probabilidad muy remota.
Otra mirada fulminante.
— ¿Ah, sí? ¿Te imaginas lo que sucedería si siquiera uno de
tus pequeños merodeadores asaltase a mi chica?
—Que se liarían el uno con el otro y pelearían igual que dos
gatos salvajes dentro de un saco.
—Eso es. Igual que hemos hecho nosotros.
Peter compuso una expresión de horror. Soltó a Lali y dio un
paso atrás.
—Estarían dentro del saco antes de presentarse el uno al
otro siquiera.
—Nosotros no nos hemos presentado —se sintió impulsada a
señalar Lali.
—Mierda. —Peter se pasó una mano por la cara—. Soy Peter
Lanzani.
—Ya sé quién eres, me lo ha dicho la señora Kulavich. Yo me
llamo Lali Esposito.
—Lo sé. Me lo ha dicho ella. —dijo mirándola— Te sienta bien
el nombre. ¿Y cuál es ese problema que tienes con... ¿Quién era? Ah, sí. Ana ,
Patricio, todo el mundo en el trabajo, los reporteros y Bubú. ¿Por qué tienes
problemas con los reporteros?
Lali quedó impresionada por la memoria que tenía. Ella misma
no habría sido capaz de repetir una lista de nombres que le hubieran gritado
mientras la mojaban con agua fría.
—Ana es mi hermana mayor. Está furiosa conmigo porque mi
madre me pidió a mí que cuidara de Bubú y ella quería hacerse cargo de ese
honor. Patricio es mi hermano. Está furioso conmigo porque mi padre me pidió a
mí, en vez de él, que cuidara de su coche. Y Bubú ya sabes quién es.
Peter miró más allá de ella.
—Es el gato que está pisando tu coche.
— ¡Cómo...!
Lali se volvió horrorizada. Bubú estaba pisoteando todo el
capó del Viper. Lo apartó de un empujón antes de que él tuviera tiempo de
esquivarla, y lo devolvió indignada al interior de la casa. Acto seguido
regresó corriendo al coche y se inclinó para inspeccionar el capó en busca del
menor arañazo.
—Me parece que a ti tampoco te gusta ver un gato encima de
tu coche —dijo Peter con un gesto de
suficiencia.
Lali intentó lanzarle otra mirada fulminante, aunque se
había fijado en que lo del óvulo ya había conseguido fulminarlo bastante.
—No se puede comparar mi coche con el tuyo —gruñó, y después
observó sorprendida el camino de entrada vacío. No había ningún Pontiac marrón.
Pero Peter estaba allí—. ¿Dónde está tu coche?
—El Pontiac no es mío. Es propiedad de la ciudad.
Lali se sintió débil de puro alivio. Gracias a Dios. Habría
supuesto un duro golpe para su autoestima si se hubiera acostado con el
propietario de aquel desecho. Por otra parte, tal vez necesitara servirse del
Pontiac como freno mental para sus impulsos sexuales. Si lo hubiera visto allí
aparcado, probablemente el episodio que acababa de tener lugar no se habría ido
tanto de las manos.
— ¿Y cómo has venido a casa? —le preguntó, mirando
alrededor.
—Tengo mi todoterreno guardado en el garaje. Así no se
ensucia de polvo ni de polen, ni de cagadas de pájaros.
— ¿Un todoterreno? ¿Qué todoterreno?
—Un Chevy.
— ¿Con tracción en las cuatro ruedas? —Le parecía el típico
dueño de un vehículo cuatro por cuatro.
Él rió con cierta suficiencia.
— ¿Es que los hay de otra clase?
—Cielos —suspiró—. ¿Puedo verlo?
—No hasta que terminemos nuestras negociaciones.
— ¿Qué negociaciones?
—Negociaciones sobre cuándo vamos a terminar lo que acabamos
de empezar.
Lali lo miró boquiabierta.
— ¿Estás diciendo que no vas a permitirme ver tu todoterreno
hasta que acceda a acostarme contigo?
—Exacto.
— ¡Estás loco si crees que yo tengo tantas ganas de ver tu
todoterreno!
—Es de color rojo.
—Cielos —gimió Lali. Él se cruzó de brazos.
—O accedes, o nada.
— ¿No quieres pensarlo mejor?
—He dicho que debemos negociar una cita, no que tengamos que
hacerlo ahora. No podrías pagarme con nada el hecho de que yo me acerque a tu
óvulo.
Lali le dirigió una mirada especulativa.
—Te enseñaré mi generador si tú me enseñas tu
todoterreno.
Peter negó con la cabeza.
—No hay trato.
No había hablado a nadie del coche de su padre. Que sus
amigas supieran, su padre simplemente estaba obsesionado con el sedán de la
familia. Pero se trataba de la pieza de negociación más interesante de todas,
el as que uno tiene guardado en la manga, el que proporciona una ganancia
segura. Además, Peter era policía; seguramente no pasaría nada por meterlo a él
en el ajo, así sabría que su garaje necesitaba protección a todas horas. El
seguro del coche ascendía a una fortuna, pero también se trataba de un vehículo
irreemplazable.
—Te dejaré ver el coche de mi padre si tú me dejas ver tu
todoterreno —dijo con aire malicioso.
A pesar de sí mismo, Peter la observó con interés.
Probablemente la expresión que vio en ella le reveló que el coche de su padre
se salía de lo común.
— ¿De qué marca es?
Lali se encogió de hombros.
—No doy esa información en público.
Peter se inclinó y le acercó el oído. —Susúrramela.
Lali apretó la boca contra su oído y se sintió desfallecer
al percibir el cálido aroma masculino que flotó hasta sus fosas nasales.
Susurró dos palabras.
Peter se irguió de manera tan brusca que chocó contra la
nariz de ella.
— ¡Vaya!
Lali se frotó la nariz dolorida.
—Déjame verlo —dijo él con la voz ronca.
Ella se cruzó de brazos en una imitación de la anterior
postura de Peter.
— ¿Cerramos el trato? Tú ves el coche de mi padre, y yo veo
tu todoterreno.
— ¡Diablos, hasta puedes conducir mi todoterreno! —Se volvió
y miró hacia el garaje de Lali como si fuera el Santo Grial—. ¿Está ahí dentro?
—Sano y salvo.
— ¿Es un original? ¿No es una copia?
—Original.
—Dios —jadeó, dirigiéndose ya hacia el garaje.
—Voy por la llave. —Lali corrió al interior de la casa en
busca de la llave del candado, y al regresar encontró a Peter esperando con
impaciencia.
—Ten cuidado de abrir la puerta sólo lo justo para entrar
—le advirtió—. No quiero que se vea desde la calle.
—Sí, sí. —Peter tomó la llave y la introdujo en el candado.
Entraron en el oscuro garaje, y Lali buscó a tientas el
interruptor de la luz. Se encendieron las luces del techo e iluminaron un bulto
bajo y alargado cubierto por una loneta.
— ¿Cómo lo consiguió? —preguntó Peter medio susurrando, como
si estuvieran dentro de una iglesia, al tiempo que buscaba con la mano el borde
de la funda de tela.
—Formaba parte del equipo que lo desarrolló.
Peter la miró fijamente.
— ¿Tu padre es Carlos Esposito?
Lali afirmó con la cabeza.
—Dios mío —suspiró él, y levantó la lona.
Un grave gemido salió de su garganta.
Lali sabía bien qué estaba sintiendo. Ella siempre se
quedaba sin aliento al contemplar aquel automóvil, y eso que lo conocía de toda
la vida. No era particularmente llamativo. En aquella época la pintura de los
coches no era tan brillante como la de hoy en día. Era una especie de gris
plateado, austero, sin los lujos que hoy dan por sentado los consumidores. No
había ningún posavasos a la vista.
—Dios mío —repitió Peter, inclinándose para observar los
instrumentos. Tuvo mucho cuidado de no tocar el coche. La mayoría de la gente,
un noventa y nueve por ciento, no habría podido resistirse; algunos habrían
sido lo bastante descarados como para pasar una pierna por encima de la baja
carrocería y deslizarse en el asiento del conductor. Peter trató el coche
con la reverencia que merecía, y Lali experimentó una extraña sensación que le
oprimió el corazón. Sintió un ligero vahído, y todo empezó a volverse borroso
excepto el rostro de Peter. Se concentró en respirar, parpadeando rápidamente,
y al cabo de un momento el mundo volvió a encajar en su sitio.
Cielos. ¿Qué estaba pasando?
Peter cubrió de nuevo el coche con la misma ternura con que
una madre cubriría a un niño dormido. Sin pronunciar palabra, se sacó las
llaves del bolsillo de los vaqueros y se las tendió a Lali.
Ella las cogió y luego se miró la ropa.
—Estoy mojada.
—Ya lo sé —replicó él—. Me he fijado en tus pezones.
Lali lo miró boquiabierta y se apresuró a colocar las manos
encima de las pertinentes porciones de su camiseta mojada.
— ¿Por qué no has dicho algo? —exclamó acalorada.
Peter emitió un sonido burlón.
— ¿Crees que estoy loco?
— ¡Te mereces que conduzca tu todoterreno sin cambiarme de
ropa!
Él se alzó de hombros.
—Después de haberme dejado ver este coche, más tus pezones,
creo que te lo debo.
Ella quiso alegar que no le había dejado ver sus pezones,
que él los había mirado sin permiso; pero entonces se acordó de que ella había
visto mucho más que los pezones de él aquella mañana, y decidió no sacar el
tema a colación. Como si él fuera a darle a elegir.
—Además —señaló—, tú me has visto la polla. Eso tiene que
valer más puntos que los pezones.
—Ja —respondió Lali—. El valor está en el ojo del que mira.
Y yo te dije que te taparas, si recuerdas.
— ¿Después de todo el tiempo que llevabas mirando?
—Sólo lo suficiente para llamar a la señora Kulavich para
que me diera tu número —replicó ella en tono ofendido, porque era la verdad. ¿Y
qué si había tenido que charlar un minuto con la señora Kulavich?—. Y por lo
visto, a ti no te pareció que fuera tan importante como para taparlo. No, lo
exhibiste por ahí como si fueras a echar una carrera.
—Pretendía excitarte.
— ¡Nada de eso! No sabías que yo estaba mirando.
Él enarcó una ceja. Lali le lanzó las llaves.
— ¡Ya no pienso conducir tu todoterreno ni aunque me lo
pidas de rodillas! ¡Seguro que tiene piojos dentro! Grosero, asqueroso...
repugnante exhibicionista de penes...
Peter atrapó las llaves con una sola mano.
— ¿Estás diciendo que no te excitaste?
Lali iba a contestarle que no había experimentado ni una
pizca de excitación, pero su lengua se negó a pronunciar lo que habría sido la
mentira más grande de toda su vida.
Peter sonrió maliciosamente.
—Ya decía yo.
Sólo había una forma de recuperar la ventaja. Lali apoyó las
manos en las caderas y dejó que sus pezones pujaran contra las telas mojadas
del sujetador y la camiseta. Igual que un misil guiado por láser, la mirada de
Peter se clavó en la pechera de la camiseta. Lali lo vio tragar saliva.
—Estás jugando sucio —dijo Peter con voz ronca.
Lali soltó una risita a modo de venganza por la risita de
él.
—Acuérdate de eso —le dijo, y dio media vuelta para salir
del garaje.
Él pasó a su lado.
—Voy yo primero —dijo—. Quiero ver cómo sales a la luz del
sol.
Lali volvió a ponerse las manos encima de los pechos.
—Aguafiestas —musitó Peter al tiempo que se colaba por la
estrecha abertura. Pero entonces volvió a entrar, tan bruscamente que Lali chocó
contra él.
—Tienes dos problemas —le dijo.
— ¿Ah, sí?
—Sí. Primero, te has dejado el grifo del agua abierto, con
lo cual te van a clavar en la factura.
Lali lanzó un suspiro. A aquellas alturas, el camino de
entrada debía de estar inundado. Era obvio que Peter la había descentrado del
todo, de lo contrario no habría sido tan descuidada.
— ¿Cuál es el segundo problema?
—Tienes el patio lleno de esos reporteros de los que
hablabas.
—Oh, mierda —gimió Lali.
perdon!!!!!!!!!!!!!y comenten
Pd: hago videos laliter si quieres algo solo avísame ;)
Pd: hago videos laliter si quieres algo solo avísame ;)
Alfiiiiiinnn beso laliter jajajaa fueron lo mas los capitulos espero el siguiente!
ResponderEliminarkami me gustaría tenerte en whattsap haci te voy avisando cuando subo ......y por haber comentado te hago un regalo 3 caps seguidos a tu nombre
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