domingo, 28 de junio de 2015

capitulo 21 y 22



Lali se fue a casa mascullando para sí todo el rato, aunque se acordó de detenerse en la clínica a hacer acopio de píldoras anticonceptivas para tres meses. La alta dirección había decidido que explotar la situación para conseguir toda la publicidad que pudieran era sin duda beneficioso, y a partir de ahí todo se había acelerado. En nombre de las demás, aceptó acudir a una entrevista en Buenos días, A
mérica, aunque no alcanzaba a comprender por qué estaba interesado un programa informativo matinal cuando era obvio que no podía entrar en los detalles más jugosos de la lista. Tal vez fuera un ejemplo del deseo de aquella cadena de imponerse a otras cadenas. Entendía que sintieran interés publicaciones como Cosmopolitan o incluso alguna de las revistas para hombres. Pero ¿qué podía publicar People, aparte de una visión personal de las cuatro amigas y del impacto que la lista había provocado en sus vidas?

Era evidente que el sexo vendía hasta cuando no se podía hablar de él.

Las cuatro debían acudir a la filial de la ABC en Detroit a la supuestamente razonable hora de las cuatro de la madrugada, y la entrevista sería grabada. Tenían que venir ya vestidas, peinadas y maquilladas. Un corresponsal de la ABC, que no sería Diana ni Charlie, iba a desplazarse hasta Detroit en avión para realizar la entrevista, en lugar de dejarlas sentarse en un plato vacío con minúsculos auriculares en las orejas, hablándole al aire, mientras les formulaba las preguntas alguien situado en Nueva York. Contar con una persona real y en directo haciendo la entrevista era evidentemente un gran honor. Lali intentó sentirse honrada, pero lo que sintió fue cansancio ante la idea de tener que levantarse a las dos de la mañana para vestirse, peinarse y maquillarse.

No vio ningún Pontiac marrón en el camino de entrada contiguo, ni ninguna señal de vida en el interior de la casa.

Desastre.

Bubú traía pedazos de relleno de los almohadones prendidos a los bigotes cuando la saludó. Lali ni siquiera se tomó la molestia de echar un vistazo a la sala de estar. Lo único que podía hacer a aquellas alturas para proteger lo que quedaba de su sofá era cerrar la puerta para que el gato no pudiera entrar en la habitación, pero en ese caso trasladaría su frustración a algún otro mueble. El sofá ya había que mandarlo a arreglar; pues que se desahogase con él.

Una sensación súbita y sospechosa, y una visita al cuarto de baño le indicaron que le había llegado el período, puntualmente. Dejó escapar un suspiro de alivio. Estaba a salvo de su inexplicable debilidad por Peter en los últimos días. A lo mejor debería también dejar de depilarse las piernas; de ninguna manera iba a embarcarse en una aventura amorosa con las piernas cubiertas de vello. Deseaba mantener a Peter a distancia por lo menos un par de semanas más, sólo para frustrarlo. Le gustaba la idea de que Peter se sintiese frustrado.

Al entrar en la cocina miró por la ventana. Seguía sin verse el Pontiac, aunque supuso que quizá Peter estuviera conduciendo su todoterreno, como había hecho el día anterior. Las cortinas de la cocina estaban echadas.

Resultaba difícil frustrar a un hombre que no estaba allí.

En aquel momento entró un coche y se detuvo detrás del Viper. Se apearon dos personas, un hombre y una mujer. El hombre llevaba una cámara alrededor del cuello y cargaba con una serie de bolsas. La mujer llevaba un bolso grande e iba vestida con una chaqueta blazer a pesar del calor.

No merecía la pena intentar esquivar a más periodistas, pero no pensaba permitirles que entrasen en su cuarto de estar sembrado de relleno de sofá. Fue hasta la puerta de la cocina, la abrió y salió al porche.

—Pasen —dijo con voz cansada—. ¿Les apetece un café? Estaba a punto de preparar una cafetera.


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Corin contempló el rostro reflejado en el espejo. A veces desaparecía durante semanas o meses, pero allí estaba, en el reflejo, como si nunca se hubiera ido. Hoy no había podido ir a trabajar, pues temía lo que podría pasar si las viera en carne y hueso. Aquellas cuatro putas. ¿Cómo se atrevían a reírse de él, de insultarlo con su Lista? ¿Quién se creían que eran? Ellas no pensaban que él fuera perfecto, pero él sabía la verdad.

Al fin y al cabo, lo había entrenado su madre.

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Pablo estaba en casa cuando llegó Rochi. Por un instante se le contrajo el estómago en una náusea, pero no se permitió titubear. Ahora mandaba el respeto por sí misma.

Abrió la puerta del garaje y entró en la casa por el zaguán, como siempre. Dicho cuarto daba a la cocina, su hermosa cocina, con sus armarios y accesorios de color blanco y sus relucientes cacharros de cobre colgando de una barra por encima de la isleta central. Su cocina estaba sacada de un libro de decoración, y era su pieza favorita de la casa, no porque le gustase cocinar, sino porque la encantaba el ambiente que tenía. Había un pequeño invernadero lleno de hierbas, helechos y flores pequeñas que llenaban el aire de perfume y frescor. En aquel espacio había introducido dos sillones, una mesa, además de un escabel súper acolchado para descansar los pies y las piernas. El invernadero era en su mayor parte de cristal glaseado, lo cual dejaba entrar luz abundante pero reflejaba el calor y el frío. La encantaba acurrucarse allí con un buen libro y un té caliente,  sobre todo en invierno, cuando fuera el suelo estaba cubierto por una manta de nieve pero dentro se estaba cómodo y calentito, rodeado por su jardín perpetuo.

Pablo no estaba en la cocina. Rochi dejó el bolso y las llaves en el sitio acostumbrado sobre la isleta, se quitó los zapatos y puso a calentar un hervidor con agua para hacer té.

No lo llamó ni fue a buscarlo. Supuso que se encontraría en su guarida, viendo la televisión y alimentando su rencor. Si deseaba hablar con ella, que saliese de su cueva.

Se puso un pantalón corto y un top ceñido. Aún tenía un buen cuerpo, aunque más musculoso de lo que a ella le gustaba, resultado de años de formar parte de un equipo de fútbol femenino. Hubiera preferido tener la constitución esbelta de Cande, o las curvas delicadas de Lali, pero en conjunto estaba satisfecha consigo misma. No obstante, al igual que la mayoría de las mujeres casadas, había perdido la costumbre de vestir prendas entalladas y por lo general usaba ropa holgada de algodón en invierno y camisetas flojas en verano. Tal vez hubiera llegado el momento de empezar a sacar el máximo partido a su imagen, tal como hacía cuando Pablo y ella eran novios.

No estaba acostumbrada a que Pablo estuviera en casa a la hora de cenar. Para esa última comida del día solía encargar algo a domicilio o bien tomarse algún plato preparado para el microondas. Supuso que Pablo no comería nada aunque ella cocinase algo (mira, eso le indicaría si a él le entraba el hambre, ¿no?). Regresó a la cocina y sacó uno de los congelados. Era bajo en grasa y en calorías, así que podría darse el capricho de tomarse un helado después.

Pablo emergió de su guarida mientras ella estaba apurando los últimos restos del helado. Se quedó allí de pie, mirándola, como si esperara que ella se precipitara a pedirle disculpas para así empezar a soltar la diatriba que tenía ensayada.

Pero Rochi no le hizo el favor. En vez de eso le dijo:

—Debes de estar enfermo, ya que no estás trabajando.

Pablo apretó los labios. Todavía era un hombre guapo, pensó Rochi desapasionadamente. Era esbelto y de piel morena, y el cabello le había clareado sólo un poco en comparación con cuando tenía dieciocho años. Siempre iba bien vestido, con colores oscuros y trajes de seda, además de llevar calzado deportivo caro y de piel.

—Tenemos que hablar —dijo en tono grave.

Rochi alzó las cejas a modo de cortés interrogante, tal como habría hecho Lali. Lali era capaz de conseguir más cosas con sólo levantar una ceja que la mayoría de la gente con un mazo de hierro.

—No era necesario que dejaras de ir a trabajar para eso.

A juzgar por su expresión, Rochi percibió que aquélla no era la reacción que esperaba Pablo. Se suponía que ella concedía mucha más importancia a la relación entre ambos... y al estado de ánimo de él.

Bien, había que ser dura.

—Creo que no te das cuenta del grave daño que me has causado en el trabajo —comenzó Pablo—. No sé si podré perdonarte alguna vez por haberme convertido en el hazmerreír de todos. Pero voy a decirte una cosa: no existe la menor posibilidad de que arreglemos esto mientras tú sigas andando por ahí con esas tres putas a las que llamas amigas. No quiero que vuelvas a verlas, ¿me oyes?

—Ah, de modo que es eso —contestó Rochi comprendiendo de pronto—. Tú crees que puedes valerte de lo que está pasando para decirme a quién puedo tener de amiga y a quién no. Muy bien. Vamos a ver... Si dejo de ver a Euge, tú puedes dejar de ver a Jason. En cuanto a Cande... oh, ¿qué tal Curt? Y Lali... Bueno, si yo dejo a Lali, tú vas a tener que dejar a Steve, como poco; aunque, personalmente, Steve no me ha importado nunca, así que me parece que deberías aportar algún otro extra para equilibrar la cuestión.

Pablo se la quedó mirando como si le hubieran crecido dos cabezas. Él y Steve Rankin llevaban siendo amigos íntimos desde el instituto. En verano iban a ver a los Tigers y en invierno a los Lions. Habían hecho muchas cosas de las que forjaban la amistad masculina.

— ¡Estás loca! —exclamó.

— ¿Por pedirte que te olvides de tus amigos? Pues ya ves. Si tengo que hacerlo yo, tú también.

— ¡Yo no soy el que está haciendo trizas nuestro matrimonio con absurdas listas de a quién consideras tú el hombre perfecto! —chilló Pablo.

—No es «quién», sino «qué» —corrigió Rochi—. Ya sabes, cosas como consideración, por ejemplo. Y fidelidad. —Al decir esto último observó fijamente a Pablo, preguntándose de repente si el poco afecto que había recibido de él en los dos últimos años no obedecería a una razón más básica que un simple distanciamiento.

Él apartó la mirada.

Rochi hizo acopio de fuerzas para reprimir el dolor que empezaba a acecharla. Lo metió en una cajita y lo escondió bien adentro para poder continuar durante los próximos minutos, días y semanas.

— ¿Quién es ella? —preguntó en un tono tan natural como si le estuviera preguntando si había recogido la ropa de la tintorería.

— ¿Quién es quién?

—La otra. La mujer con la que siempre me comparas en tu mente.

Pablo se sonrojó y ocultó las manos en los bolsillos.

—Yo no te he sido infiel —murmuró—. Estás intentando cambiar de tema...

—Aun cuando no me hayas sido infiel físicamente, lo cual no sé si creerlo o no, hay alguien que te atrae, ¿no es así?

Pablo enrojeció aún más.

Rochi se acercó al armario y sacó una taza y una bolsita de té. Puso la bolsita dentro de la taza y vertió agua hirviendo encima. Al cabo de un minuto dijo:

—Creo que tienes que irte a un motel.

—Rochi...

Ella levantó una mano sin mirarlo.

—No pienso tomar ninguna decisión precipitada sobre divorciarnos ni separarnos. Quiero decir que debes irte a un motel a pasar esta noche, para que yo pueda pensar sin tenerte por aquí intentando dar vuelta a las cosas y echarme a mí la culpa de todo.

— ¿Pero qué hay de esa maldita lista...?

Rochi agitó una mano.

—La lista no tiene importancia.

— ¡Y una mierda! Todos los compañeros del trabajo se burlan de mí diciendo que a ti te gustan las pollas gigantes...

—Y lo único que se te ocurre contestar es: sí, me habéis hecho polvo —dijo Rochi en tono impaciente—. Así que la lista se ha vuelto un tanto obscena. ¿Y qué? A mí me parece bastante graciosa, y es evidente que mucha gente opina lo mismo. Mañana vamos a salir en Buenos días, América. La revista People quiere hacernos una entrevista. Hemos decidido hablar con todo el que nos lo pida, así todo este asunto terminará cuanto antes. Dentro de unos días surgirá otra historia, pero hasta ese momento vamos a divertirnos mucho.

Pablo la miró fijamente, sacudiendo la cabeza en un gesto negativo.

—No eres la mujer con quien me casé —dijo en grave tono acusatorio.

—Pues perfecto, porque tú tampoco eres el hombre con quien me casé yo.

Pablo dio media vuelta y salió de la cocina. Rochi bajó la vista a la taza de té que tenía en la mano, luchando por contener las lágrimas. Bueno, ahora las cosas estaban claras. Hacía mucho tiempo que debería haber visto lo que estaba ocurriendo. A fin de cuentas, ¿quién sabía mejor que ella cómo actuaba Pablo cuando estaba enamorado?


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Cuando Eugenia llegó a casa Bruck no estaba dormido en el sofá como de costumbre, aunque había visto su vieja camioneta en el camino de entrada. Fue hasta el dormitorio y lo encontró metiendo ropa en un petate de lona.

— ¿Vas a alguna parte? —le preguntó.

—Pues sí —respondió él en tono hosco.

Euge observó cómo hacía el equipaje. No tenía mal aspecto con su estilo de bebedor de cerveza, cabello demasiado largo, sin afeitar, rasgos ligeramente marcados y su atuendo habitual consistente en vaqueros ceñidos, camiseta ceñida y botas desgastadas. Diez años más joven que ella, siempre con problemas para conservar un empleo estable, ajeno a todo lo que no fueran deportes... Desde luego, no era precisamente el partidazo del siglo. Gracias a Dios, no estaba enamorada de él. Llevaba años sin enamorarse de nadie. Lo único que quería era compañía y sexo. Bruck le proporcionaba sexo, pero no le hacía mucha compañía que digamos.

Bruck cerró la cremallera del petate, lo agarró por las asas y pasó de largo frente a Euge.

— ¿Vas a volver? —le preguntó ella—. ¿O he de enviarte el resto de tus cosas al sitio adónde vas?

Él la miró con cara de pocos amigos.

— ¿Por qué preguntas? A lo mejor deberías buscarte a otro más dotado que me sustituya a mí, ¿no crees? Alguien que tenga una polla de veinticinco centímetros, tal como te gustan.

Eugenia puso los ojos en blanco.

—Oh, por favor —musitó—. Dios me libre del orgullo masculino herido.

—No lo entenderías —repuso él, y para su sorpresa Euge detectó una pizca de dolor en su voz áspera.

Eugenia se quedó estupefacta viendo cómo Bruck salía furioso de la casa y se subía a su camioneta cerrando de un portazo. Levantó la grava al salir del camino de entrada.

Estaba atónita. ¿Bruck, herido? ¿Quién lo hubiera pensado?

Bueno, podía regresar o no. Eugenia se encogió mentalmente de hombros y abrió la caja que contenía el contestador nuevo. Lo conectó hábilmente y, mientras grababa un mensaje de bienvenida, se preguntó cuántas llamadas se habría perdido debido a que Bruck había arrojado el aparato contra la pared. Aunque se hubiera tomado la molestia de contestar al teléfono, no habría anotado ningún recado para ella, estando de semejante humor.

Si hubiera algo importante, ya volverían a llamar.

Apenas había terminado de pensar eso cuando sonó el teléfono. Levantó el auricular.

—Diga.


— ¿Cuál de las cuatro eres tú? —susurró una voz fantasmal.







Lali abrió apenas un ojo y miró furiosa el reloj, que estaba emitiendo un pitido agudo de lo más molesto. Cuando por fin comprendió que era la alarma - al fin y al cabo nunca la había oído sonar a las dos de la madrugada - alargó el brazo y le propinó un manotazo. Se acurrucó de nuevo en el
recuperado silencio, preguntándose por qué demonios habría sonado la alarma a aquella hora tan intempestiva.

Porque ella misma la había puesto para que sonase a aquella hora, he ahí el porqué.

- No - gimió en medio de la oscuridad - Me niego a levantarme. !Solo llevo cuatro horas durmiendo!

Pero se levantó. Antes de irse a la cama había tenido la previsión de dejar preparada la cafetera y fijar el temporizador a 1.50 . La atrajo el olor a café y se dirigió a la cocina dando tumbos. Al encender la luz tuvo que entrecerrar los ojos para protegerse de la fuerte claridad.

- La gente de la televisión es de otro planeta - murmuró al tiempo que cogía una taza - Los seres humanos auténticos no hacen esto como costumbre.

Con una taza de café dentro del cuerpo, consiguió llegar hasta la ducha. Mientras el agua le caía sobre la cabeza recordó que no tenía la intención de lavarse el pelo. Como no había tenido en cuenta el tiempo necesario para lavarse y secarse el pelo cuando calculó la hora de levantarse, ahora iba oficialmente con retraso.

- No puedo con esto.

Un minuto más tarde se convenció a sí misma de intentarlo. Rápidamente se aplicó el shampoo y se enjabonó con la esponja, y tres minutos después salía de la ducha. Con otra taza de humeante café a mano, se secó el pelo con el secador y a continuación se puso un poco de espuma para domar los mechones rebeldes.
Cuando una se levantaba tan temprano, era necesario usar maquillaje para ocultar la imagen automática de horror e incredulidad; se lo aplicó rápido pero en cantidad generosa buscando ofrecer un aspecto glamoroso, como de recién salida de una fiesta. Lo que consiguió se acercaba más al aspecto de estar con resaca, pero no pensaba malgastar más tiempo en una causa perdida.

No te vistas de blanco ni de negro, le había dicho la mujer de la televisión. Lali se puso una falda negra larga y estrecha, suponiendo que la mujer se había referido a la mitad superior del cuerpo, que era lo que iba a verse. A continuación se enfundó un jersey rojo de escote bajo, redondo y manga tres cuartos, se ajustó un cinturón negro y completó el atuendo con unos zapatos bajos de color negro y unos aros de oro en las orejas.

Consultó el reloj. Las tres de la madrugada. !Maldición, qué buena era!

Antes se mordería la lengua que reconocerlo.

Muy bien. ¿Qué más? Comida y agua para Bubú, que no se encontraba a la vista. Gato listo, pensó.

Una vez resuelta aquella pequeña tarea, salió de casa cuando pasaban cinco minutos de las tres. El camino de entrada de al lado seguía vacío. No estaba el Pontiac marrón, ni tampoco había oído entrar ningún otro vehículo durante la noche. Peter no había ido a casa.

Probablemente tendría novia, pensó apretando los dientes. Se sintió como una idiota.

Naturalmente tendría novia. Los hombres como Peter siempre tenían una o dos mujeres pendientes de él, o tres. Con ella no había podido ir a ninguna parte gracias a que no usaba ningún anticonceptivo, de manera que simplemente se fue volando a posarse sobre la flor siguiente.

- Tipejo - masculló al tiempo que se metía en el Viper. Debería haberse acordado de sus experiencias anteriores en guerras sentimentales y no haberse emocionado tanto. Era evidente que sus hormonas se habían impuesto al sentido común y que se había emborrachado de vino de ovarios, la sustancia más potente y más destructora de cordura de todo el universo. Dicho en pocas palabras, había echado un vistazo al cuerpo desnudo de Peter y se había puesto cachonda.

- Olvídalo - se dijo a sí misma mientras conducía por entre las silenciosas y oscuras calles residenciales - No pienses en ello - Claro. Como que iba a olvidarse de la visión de aquel mango, agitándose libre y orgulloso.

Le entraron ganas de llorar al pensar en tener que olvidarse de aquella erección reverencial y que se hacía agua la boca sin haberla probado siquiera, pero el orgullo mandaba. Se negaba a ser una de tantas en la cabeza de un hombre, y mucho menos en su cama.

La única excusa que podía tener Peter, reflexionó, era que estuviera tumbado en algún hospital, demasiado grave como para marcar un número de teléfono. Lali sabía que no le habían disparado ni nada parecido, pues el hecho de que un policía hubiera resultado herido habría salido en las noticias. Si hubiera sufrido un accidente de tráfico, la señora Kulavich se lo hubiera dicho. No, estaba vivito y coleando, en alguna parte. Allí era donde radicaba el problema.

Sólo para no dejar fuera ninguna posibilidad, intentó sentir un poquito de preocupación por él, pero lo único que logró sentir fue un profundo deseo de mutilarlo.

De sobra sabía que no debía perder la cabeza por un hombre. Aquello era precisamente lo humillante, que lo sabía de sobra. Tres compromisos rotos le habían enseñado que una mujer necesita conservar la cabeza fría cuando trata con la especie masculina, o de lo contrario puede resultar seriamente perjudicada. Peter no le había hecho daño - en fin, no mucho - pero había estado a punto de cometer un error verdaderamente tonto, y odiaba pensar que era tan ingenua.

Maldito fuera, ¿por qué no podía haberla llamado por lo menos?

Si tuviera un mechón de pelo suyo, se dijo, podría lanzarle una maldición, pero estaba dispuesta a apostar a que él no la dejaría acercarse lo más mínimo con un par de tijeras en las manos.

Se entretuvo inventando imaginativos encantamientos por si acaso lograba hacerse con un poco de cabello suyo. En particular le gustó uno que lo castigaba con un importante marchitamiento. !Ja! A ver cuántas mujeres quedaban impresionadas cuando aquella palanca de mando se transformara en un fideo fláccido.

Por otra parte, tal vez estuviera reaccionando en exceso. Un beso no bastaba para establecer una relación.

No tenía ningún derecho sobre él, sobre su tiempo ni sobre sus erecciones.

Vaya que no.

Vale, hasta ahí la lógica, En este caso tenía que hacer caso a lo que le decía el instinto, porque no quedaba sitio para nada más. Sus sentimientos hacia Peter se salían bastante de la norma, pues estaban formados a partes iguales por pasión y furia. Peter podía enfurecerla más rápidamente que ninguna otra persona que hubiese conocido jamás. Y también había estado muy cerca de pasarse de la raya al afirmar que cuando la besara los dos terminarían desnudos. Si él hubiera elegido mejor el lugar, si  no estuviera en medio de la entrada de ella, no habría recuperado el control a tiempo para detenerlo.

Aunque estaba siendo sincera con él, también debía admitir que los conflictos que surgían entre ambos la estimulaban mucho. Con sus tres prometidos - en realidad, con la mayoría de las personas - se había contenido, había reprimido sus ataques verbales. Sabía que era una sabihonda; Ana y Patricio se habían tomado las muchas molestias para hacérselo saber. Su madre había intentado atemperar sus reacciones y lo había conseguido en parte. A lo largo del colegio había luchado por mantener la boca cerrada, porque la velocidad rápida como el rayo a la que funcionaba su cerebro dejaba desconcertados a sus compañeros de clase, incapaces de estar a la altura de sus procesos mentales. Tampoco deseaba herir los sentimientos de nadie, lo cual había aprendido enseguida que podía hacerlo sólo con decir lo que pensaba.

Valoraba mucho su amistad con Euge, Rochi y Cande porque, por más distintas que fueran todas, las otras tres la aceptaban y no se sentían intimidadas por sus observaciones cáusticas. Experimentaba esa misma clase de alivio en su trato con Peter, porque él era tan sabihondo como ella y poseía la misma agilidad y velocidad verbal.

No quería renunciar a aquello. Una vez que lo había admitido, comprendió que tenía dos alternativas: marcharse, lo cual había sido su primera intención, o darle una lección acerca de...acerca de jugar con sus sentimientos, !maldita sea! Si había algo con lo que no quería que jugara la gente era con sus sentimientos. Bueno, está bien, en realidad había dos cosas: tampoco quería que jugara con el Viper. Pero Peter...Por Peter merecía la pena luchar. Si tenía otras mujeres en la cabeza y en la cama, ella sencillamente tendría que sacarlas de allí y hacerlo pagar a él por causarle dicho trabajo.

Ya está. Ahora se sentía mucho mejor. Ya estaba decidido lo que iba a hacer.

Llegó a la cadena de televisión antes de lo que había previsto, pero es que a aquella hora de la mañana no había mucho tráfico por las autopistas ni por las calles. Cande ya se encontraba allí, apeándose de su Cámaro blanco, con aspecto de estar tan fresca y descansada como si fueran las nueve de la mañana en vez de ni siquiera las cuatro. Llevaba un vestido de seda de color dorado que le prestaba un brillo especial a su tez crema y café.

- Esto es como fantasmagórico, ¿no? - dijo cuando Lali se unió a ella y ambas se encaminaron a la puerta trasera de los estudios, tal como les habían dicho que hicieran.

- Se me hace raro - convino Lali - No es natural estar despierto y ya funcionando a estas horas - Cande rió

- Estoy segura de que toda la gente que circulaba por la carretera no estaba haciendo nada bueno, porque ¿qué otra razón podrían tener si no para andar por ahí?

- Serán todos traficantes de drogas y pervertidos.

- Prostitutas.

- Ladrones de bancos.

- Asesinos y malhechores.

- Famosos de la televisión.

Todavía estaban riendo cuando llegó Eugenia en su coche. En cuanto se reunió con ellas les dijo:

- ¿Habéis visto los tipos tan raros que hay por la calle? Deben de salir por la noche, o algo así.

- Ya hemos hablado de eso - dijo Lali sonriente - Supongo que se puede decir sin temor a equivocarse que a ninguna de nosotras nos van mucho las fiestas, como para llegar arrastrándonos a casa a estas horas de la madrugada.

- Yo ya me he arrastrado bastante - dijo Euge en tono desenfadado - Hasta que me cansé de mancharme las manos de huellas de zapatos - miró a su alrededor - No me puedo creer que haya llegado antes que Rochi. Ella siempre llega temprano, y yo suelo retrasarme.

- A lo mejor Pablo ha tenido una rabieta y le ha dicho que no puede venir - sugirió Cande.

- No; si no pudiera venir, habría llamado - repuso Lali. Consultó el reloj: las cuatro menos cinco - Vamos a entrar. Es posible que tengan café, y yo necesito una buena dosis para pensar con coherencia.




3 comentarios:

  1. uuuuu esta buenisima seguii!!, ojalas alla pronto otro beso laliter jajaj

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  2. Quiero mas partes laliter ani esta muy buena la nove y mass

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  3. Chicas lo mejor de la vida llega mas tarde de lo esperado a tal vez en un par de caps mas kfnndndjf y les adelanto se viene con todo

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