sábado, 27 de junio de 2015

capitulo 18, 19 y 20





Fue extraordinariamente educado. Lali se preguntó por qué nunca era tan educado cuando hablaba con ella. Naturalmente, el tono que había empleado era más una orden que un ruego, pero aun así...
— ¿Qué puedo hacer por ustedes?

—Deseamos entrevistar a Mariana Esposito acerca de la Lista —dijo una voz extraña.

—Yo no conozco a Mariana Esposito —mintió Peter.

—Vive aquí. Según los datos que nos
constan, adquirió esta casa hace unas semanas.

—Se equivocan. Soy yo quien compró esta casa hace unas semanas. Mierda, deben de haber cometido un error al registrar la escritura. Tendré que subsanar ese problema.

— ¿No vive aquí Mariana Esposito?

—Ya le he dicho que no conozco a Mariana Esposito. Ahora, si no les importa, tengo que continuar lavando el coche.

—Pero...

—Tal vez debiera presentarme —dijo Peter en un tono repentinamente suave—. Soy el detective Lanzani, y esto es una propiedad privada. Están aquí sin permiso. ¿Hace falta que sigamos con esta conversación?

Era evidente que no. Lali permaneció inmóvil mientras oía varios motores arrancar y alejarse. Fue un milagro que los reporteros no la hubieran oído a ella y a Peter hablar en el interior del garaje; debían de estar hablando entre ellos. La verdad era que Peter y ella estaban tan enfrascados en la conversación que no oyeron llegar a los periodistas.

Aguardó a que Peter viniese a abrir la puerta del garaje. Pero no lo hizo. Oyó un chapoteo de agua y alguien que silbaba sin entonar.

Aquel tipejo estaba lavando su coche.

—Más vale que lo hagas como Dios manda —dijo apretando los dientes—. Si dejas que se seque el jabón, te arrancaré la piel a tiras.

Aguardó impotente, sin atreverse a chillar ni golpear la puerta por si todavía quedaba por allí algún reportero. Si alguno de ellos tenía medio cerebro, se habría imaginado que aunque Peter hubiera podido encajar dentro del Viper, de ninguna manera se habría gastado tanto dinero en comprarse un coche que tendría que conducir con las rodillas levantadas a la altura de las orejas. Los Viper no estaban pensados para tipos altos con pinta de jugador de defensa de fútbol. A él le iba mejor un todoterreno. Pensó en el Chevy rojo con tracción en las cuatro ruedas y empezó a hacer pucheros. Ella estuvo a punto de comprarse uno, antes de enamorarse del Viper.

No llevaba puesto el reloj, pero calculaba que había transcurrido más de una hora, más bien una hora y media, hasta que Peter abrió la puerta. El crepúsculo estaba cediendo paso a la noche y ya tenía la camiseta seca; todo ese tiempo había esperado con impaciencia a ser liberada.

—Te lo has tomado con mucha calma —masculló al salir del garaje.

—Bienvenida —replicó Peter—. He terminado de lavar tu coche, y luego le he dado cera y le he sacado brillo.

—Gracias. ¿Lo has hecho correctamente?

Corrió a ver el coche, pero no había luz suficiente para distinguir posibles churretones.

Peter no se ofendió por su falta de fe, sino que dijo:

— ¿Quieres hablarme de los reporteros?

—No. Quiero olvidarme de todo eso.

—No creo que puedas. Regresarán en cuanto comprueben los datos y descubran que yo soy el dueño de la casa de al lado, lo cual ocurrirá a primera hora de la mañana.

—Para entonces ya estaré trabajando.

—Lali —le dijo él, y esa vez empleó su tono de policía.

Ella suspiró y se sentó en los peldaños del porche.

—Es por esa estúpida lista.

Peter se acomodó junto a ella y estiró sus largas piernas.

— ¿Qué estúpida lista?

—La del hombre perfecto.

Aquello atrajo su atención.

— ¿Esa lista? ¿La que ha salido en el periódico?

Lali asintió.

— ¿La escribiste tú?

—No exactamente. Yo soy una de las cuatro amigas que confeccionaron la lista. Todo este revuelo es accidental. Se suponía que nadie iba a ver la lista, pero se filtró en el boletín de la empresa y ahora está incluso en Internet, y a partir de ahí se ha ido formando una bola de nieve. —Cruzó los brazos sobre las rodillas levantadas y apoyó la cabeza en ellos—. Es un verdadero lío. No debe de haber ninguna otra noticia interesante, para que hayan prestado tanta atención a la lista. He rezado para que se produjera un desastre en la Bolsa.

—Muérdete la lengua.

—Sólo una caída temporal.

—No lo entiendo —dijo Peter al cabo de un minuto—. ¿Qué tiene de interesante esa lista? «Fiel, agradable, con un trabajo.» Vaya cosa.

—Hay más de lo que se ha publicado en el periódico —dijo Lali con pesadumbre.

— ¿Más? ¿Cómo qué?

—Ya sabes. Más.

Peter reflexionó un momento, y luego dijo con cautela:

— ¿Más físico?

—Más físico —asintió Lali.

Otra pausa.

— ¿Cuánto más?

—No quiero hablar de ello.

—Pues lo miraré en Internet.

—Muy bien. Hazlo. Yo no quiero hablar de ello.

La enorme mano de Peter se apoyó en su nuca y apretó.

—No puede ser tan malo.

—Sí puede. Rochi podría terminar divorciándose por culpa de esto. Ana y Patricio están furiosos conmigo porque los estoy dejando en mal lugar.

—Tenía entendido que estaban furiosos por lo del gato y el coche.

—Y así es. Se están sirviendo del gato y del coche como pretexto para enfadarse todavía más por la lista.

—Me da la sensación de que son un problema.

—Pero son familia, y yo los quiero. —Hundió los hombros—. Voy por tu dinero.

— ¿Qué dinero?

—Por las palabrotas.

— ¿Vas a pagarme?

—Es lo único honrado que puedo hacer. Pero ahora que conoces la nueva regla sobre provocarme para que diga groserías, ésta es la única vez que te pago cuando es culpa tuya. Setenta y cinco centavos, ¿no? 
Dos antes, y otro cuando viste a los reporteros.

—Me parece bien.

Lali fue al interior de la casa y sacó setenta y cinco centavos. Se le habían acabado las monedas de cuarto de dólar, de modo que tendría que pagarle en monedas más pequeñas. Cuando volvió, Peter aún estaba sentado en los escalones, pero se levantó para guardarse el dinero en el bolsillo.

— ¿Vas a invitarme a entrar, tal vez a cenar?

 Lali soltó un resoplido.

—Venga ya.

—Eso es justo lo que había imaginado. Está bien, entonces, ¿quieres salir a tomar algo?

Lali lo pensó un momento. El hecho de aceptar tenía sus pros y sus contras. La ventaja más clara era que no tendría que cenar sola, si es que tuviera ganas de tomarse la molestia de preparar algo, lo cual no era el caso. El mayor inconveniente radicaba en el hecho de pasar más tiempo con él. Pasar tiempo con Peter podía ser peligroso. Lo único que la había salvado antes era que no se estaban en un lugar privado.
Si se estaba a solas con él dentro de su todoterreno, nadie sabía lo que podía ocurrir. Por otra parte, le gustaría subirse a aquel todoterreno...

—No te estoy pidiendo que resuelvas cuál es el sentido de la vida —dijo él irritado—. ¿Quieres tomar una hamburguesa o no?

—Si voy, no puedes tocarme —lo advirtió Lali.

Él levantó ambas manos.

—Lo juro. Ya te dije que no puedes pagarme con nada el hecho de que yo me acerque a ese óvulo tuyo devorador de esperma. Y bien, ¿cuándo vas a empezar a tomar la píldora?

— ¿Quién ha dicho que vaya a hacerlo?

—Yo soy el que dice que deberías tomarla.

—Tú no te acerques a mí, y no tendrás que preocuparte por ello. —Por nada del mundo iba a decirle que ya tenía pensado empezar a tomar la píldora. Se había olvidado de llamar a la clínica, pero lo haría a primera hora de la mañana.

Peter sonrió abiertamente.

—No se te está dando mal, nena, pero estamos al final del noveno saque y yo voy ganando por diez a cero. 
Lo único que te queda por hacer es aceptar sin rechistar.

Si cualquier otro hombre le hubiera dicho eso, le habría devuelto su ego deshecho en pedazos. Lo mejor que podía hacer en aquel momento era entretenerlo.

— ¿Todavía estoy a tiempo de batear?

—Sí, pero van dos abajo y un recuento de tres-cero.

—Aún puedo hacer una carrera completa.

—No tienes muchas posibilidades.

Lali gruñó ante aquel gesto de desprecio por su resistencia.

—Eso ya lo veremos.

—Diablos. Estás convirtiendo esto en una competición, ¿no es así?

—Eres tú el que ha empezado. Final del noveno y ganando por diez a cero, qué capullo.

—Eso es otro cuarto de dólar.

—Capullo no es una grosería.

—Es un... —Se interrumpió a sí mismo y dejó escapar un fuerte suspiro—. No importa. Me has desviado del tema. ¿Quieres ir a comer algo, sí o no?

—Prefiero comida china antes que una hamburguesa.

Otro suspiro.

—Conforme. Iremos a un chino.

—Me gusta el sitio ese de Twelve Mile Road.

—De acuerdo —chilló Peter.

Lali le obsequió una sonrisa radiante.

—Voy a cambiarme.

—Yo también. Cinco minutos.

Lali se apresuró a entrar en la casa, muy consciente de que él también se estaba dando prisa. No la creía capaz de cambiarse de ropa en cinco minutos, ¿eh? Pues ahora vería.

Se desnudó completamente de camino al dormitorio. Bubú le siguió los pasos maullando en tono lastimero. Hacía largo rato que había pasado su hora de cenar. Se puso unas bragas secas, se ajustó un sujetador seco, se puso por la cabeza un top de punto rojo y de manga corta, se enfundó unos vaqueros blancos y se calzó unas sandalias. Luego corrió de vuelta a la cocina y abrió una lata de comida para Bubú, la volcó en su plato, agarró el bolso y salió por la puerta justo en el momento en que Peter saltaba del porche de su cocina y se encaminaba hacia el garaje.

—Llegas tarde —dijo él.

—No es verdad. Además, tú sólo has tenido que cambiarte de ropa. Yo me he cambiado de ropa y he dado de comer al gato.

Peter tenía un garaje con puerta moderna. Apretó el botón del mando a distancia que llevaba en la mano y la hoja se deslizó hacia arriba como una seda. Lali suspiró, asaltada por un caso grave de envidia de puerta de garaje. A continuación, a la luz que se encendió automáticamente al abrirse la puerta, vio el monstruo rojo y reluciente. Tubos de escape gemelos y cromados. Barra antivuelco cromada. Unos neumáticos tan grandes que habría tenido que introducirse de un brinco en el asiento si Peter no hubiera colocado también unas barras cromadas para ayudar a los que no habían sido agraciados con la misma longitud de pierna que él.

—Oh —jadeó Lali al tiempo que entrelazaba las manos—. Esto es justamente lo que yo quería, hasta que vi el Viper.

—Asientos deslizantes —dijo Peter alzando una ceja—. Si eres buena, cuando estés tomando la píldora y tengas esos óvulos controlados, te permitiré que me seduzcas dentro del coche.

Lali logró no reaccionar. Gracias a Dios él no se dio cuenta de lo tenue que era su autocontrol, si bien fue la 
idea de seducirlo a él más que el lugar lo que la revolucionó de nuevo.

— ¿No tienes nada que decir? —quiso saber Peter.

Lali negó con la cabeza.



—Maldición —dijo él al tiempo que le rodeaba la cintura con ambas manos y la izaba sin esfuerzo al interior de la cabina—. Ahora sí estoy preocupado.








El plan de Eugenia no había funcionado. Rochi se enfrentó a lo inevitable después de que llamara el tercer reportero. Dios, ¿hasta cuándo duraría todo aquello? ¿Qué tenía de fascinante aquella lista absurda? Aunque Pablo no opinaba que tuviera nada de fascinante, pensó deprimida.
Por lo visto, ya nada le parecía fascinante, a no ser que fuera algo ocurrido en el trabajo. Era un hombre muy divertido cuando eran novios, siempre riendo y gastando bromas. ¿Dónde estaba ahora aquel chico tan alegre?

Ni siquiera se veían mucho, últimamente. Ella trabajaba de ocho a cinco, él de tres a once. Cuando él llegaba a casa, ella estaba dormida. Él no se levantaba hasta después de que ella se hubiera ido a trabajar. Lo más revelador, en opinión de Rochi, era que Pablo no tenía necesidad de trabajar en aquel turno de tres a once; lo había escogido él. Si su intención era no acercarse a ella, desde luego había logrado su objetivo.

Tal vez su matrimonio ya estuviera acabado y simplemente no se había enfrentado a la idea. Tal vez Pablo no quisiera tener hijos porque sabía que el matrimonio estaba a punto de naufragar.

Aquella idea le provocó un hondo dolor en el pecho. Amaba a Pablo. Mejor dicho, amaba a la persona que sabía que era, detrás de aquel exterior desabrido que era lo único que había visto en los últimos años. Si se encontraba adormilada o pensando en otra cosa y él le venía a la mente, el rostro que veía era el del Pablo joven y risueño, el hombre del que se enamoró desesperadamente en el instituto. Amaba al Pablo desmañado, torpe, vehemente y cariñoso que le había hecho el amor, la primera vez para ambos, en el asiento trasero del Oldsmobile de su padre. Amaba al hombre que le había llevado una rosa roja el día de su primer aniversario porque no podía permitirse comprarle una docena.

No amaba al hombre que llevaba tanto tiempo sin decirle «te quiero» que ya no se acordaba de cuándo había sido la última vez.

Rochi se sentía profundamente desvalida en comparación con sus amigas. Si alguien intentaba engatusar a Eugenia, ésta lo mandaba a paseo de un bufido y se buscaba otro que lo sustituyera... en su cama. Cande sufría a causa de Victorio, pero no lo esperaba en casa sentada, sino que continuaba adelante con su vida. Y en cuanto a Lali... Lali era una persona completa en un sentido en el que Rochi sabía que no lo sería nunca. Fuera lo que fuese lo que le deparara el destino, Lali lo recibía con valentía y humor. Ninguna de las tres sabía el dolor que  llevaba ella sufriendo por Pablo en silencio durante más de dos años.

Odiaba su propia debilidad. ¿Qué sucedería si Pablo y ella se separaran? Tendrían que vender la casa, y a ella la encantaba su casa, pero daba igual. Podía vivir en un apartamento. Lali había vivido varios años en uno. Rochi podría vivir sola, si bien nunca lo había hecho. Aprendería a hacerlo todo sola. Tendría un gato... no, un perro, para tener protección. Y volvería a salir con hombres. ¿Cómo se sentiría al estar con un hombre que no la insultase a una cada vez que abriera la boca?

Cuando sonó el teléfono, supo que era Pablo. Mantuvo la mano firme al levantar el auricular.

— ¿Te has vuelto loca? —fueron sus primeras palabras. Tenía la respiración agitada, lo cual le indicó a Rochi que estaba enfurecido.

—No, creo que no —respondió ella con calma. 

—Me has convertido en el hazmerreír de la fábrica...

—Si alguien se ha reído, es porque tú se lo has permitido —lo interrumpió Rochi—. No pienso hablar de esto contigo por teléfono. Si quieres hablar conmigo en tono civilizado cuando vengas a casa, te esperaré levantada. Pero si tienes la intención de ponerte a gritar como un basilisco, tengo cosas mejores que hacer antes que escucharte a ti.

Pablo le colgó.

Ahora la mano le tembló ligeramente al depositar el auricular. Se le inundaron los ojos de lágrimas. Si él creía que iba a suplicarle que la perdonara, estaba tristemente equivocado. Llevaba dos años viviendo según las condiciones de Pablo, y había sido muy desgraciada. Quizá fuera el momento de vivir su vida según las condiciones de ella. Si perdía a Pablo, por lo menos podría aferrarse al respeto por sí misma.

Media hora más tarde sonó el teléfono de nuevo.

Rochi  fue a cogerlo con el ceño fruncido. No creía que Pablo fuera a llamarla otra vez, pero a lo mejor, después de haber reflexionado sobre lo que ella le había dicho, sabía que esta vez no iba a irse ignorando sus gritos.

—Diga.

— ¿Cuál de las cuatro eres tú?

Frunció el ceño al oír aquel susurro fantasmal.

— ¿Qué? ¿Quién llama?

— ¿Eres la A? ¿La B? ¿Cuál eres tú?

—Váyase al cuerno —exclamó la nueva Rochi, y colgó el teléfono de golpe.





A la mañana siguiente, Lali saltó de la cama temprano, decidida a marcharse a trabajar antes de que apareciese Peter. Aunque el corazón se le aceleraba por la emoción de pensar en volver a fintar con él, la cabeza le decía que era muy posible que Peter hubiera consultado la lista en Internet la noche anterior, al regresar a casa después de haberse atiborrado de comida china. Peter era peor que un pit bull a la hora de soltar una cosa, y no había dejado de pincharla para que le revelara el resto del contenido de la lista. Lali no quería de ningún modo saber lo que opinaba él de todo lo que había más allá del punto siete de la lista. 

Estaba ya saliendo por la puerta a la intempestiva hora de las siete de la mañana cuando vio que su contestador automático estaba otra vez lleno de mensajes. Fue a pulsar el botón de borrado, pero titubeó. Dado que sus padres estaban de viaje, podía suceder cualquier cosa: Uno de ellos podía ponerse enfermo, o podía ser que se diera algún otro tipo de urgencia. ¿Quién sabe? 
También era posible que hubieran llamado Ana o Patricio para pedir disculpas.

—No caerá esa breva —murmuró al tiempo que oprimía el botón de lectura.

Había tres mensajes de tres periodistas, uno de prensa y otro de televisión, que solicitaban una entrevista. Dos que habían colgado, seguidos el uno del otro. La sexta llamada era de Pamela Morris, que se presentó como hermana de Gina Landretti. Su voz tenía los tonos melosos y modulados de un locutor de televisión, y la informó de que la encantaría reservarle una entrevista en Buenos días, América para hablar de la Lista, que estaba literalmente barriendo el país. El séptimo mensaje era de la revista People, que le solicitaba lo mismo.

Lali luchó para contener la creciente histeria que la invadió al escuchar a otros tres que colgaron. Quienquiera que fuese había esperado mucho tiempo, en silencio, antes de colgar. Idiota.

Borró las llamadas; no tenía intención de devolver ninguna de ellas. Aquella situación había pasado de ser tonta para convertirse en algo completamente ridículo.

Consiguió salir del camino de entrada sin toparse con Peter, lo cual quería decir que la mañana comenzaba de manera apacible. Se sentía tan bien que sintonizó la radio en una emisora de música country y escuchó a los Dixie Chicks cantar que Earl tenía que morir. Incluso tarareó ella misma la canción, y se preguntó si Peter el policía opinaría que la muerte de Earl era un homicidio justificado. Tal vez pudieran hasta discutir del tema.

Supo que estaba obsesionada cuando la idea de discutir con Peter le resultaba más emocionante que, pongamos, ganar un premio a la lotería. Jamás había conocido a nadie que no sólo no parpadease ante algo que dijera ella, sino que además fuera capaz de seguirla —verbalmente— sin romper a sudar. Era algo muy liberador, el hecho de poder decir algo y que él no se sorprendiera. A veces tenía la sensación de que Peter disfrutaba provocándola. Era engreído, irritante, macho, inteligente y tremendamente sexy. Y mostraba la debida reverencia hacia el coche de su padre, además de haber lavado y encerado bastante bien el Viper.

Tenía que empezar a tomarse la pildora, y rápido.

Encontró más reporteros frente a las puertas de Hammerstead. Alguien debía de haberles pasado información acerca de qué automóvil conducía ella, porque comenzaron a destellar los flashes de las cámaras cuando frenó la marcha para que el guarda levantase la barrera. Éste le dijo con una sonrisa:

— ¿Quieres llevarme a dar un paseo y ver si cumplo los requisitos?

—Ya te llamo yo —replicó Lali—. Tengo la agenda llena hasta dentro de dos años y medio.

—Ya, claro —dijo él con un guiño.

Era tan temprano que el pasillo verde vómito estaba vacío. Sin embargo, no era tan temprano como para que no se le hubieran adelantado algunos de los pirados. Se detuvo a leer el nuevo cartel del ascensor: RECUERDA: PRIMERO LO SAQUEAS, LUEGO LE PRENDES FUEGO. LOS QUE NO CUMPLAN ESTA NORMA SERÁN SUSPENDIDOS DEL EQUIPO DE ASALTO. Bueno, ya se sentía mejor. Un día sin cartel en el ascensor era algo terrible que soportar.

Llegó a su oficina antes de darse cuenta de que los reporteros y el guarda no la habían molestado. Ellos no eran importantes. Era mucho más interesante su batalla con Peter, sobre todo desde que ambos sabían adonde conducía. Nunca había tenido una aventura, pero se imaginó que la que tuviera con Peter iba chamuscar las sábanas. No era que tuviera la intención de ponérselo fácil; Peter iba a tener que luchar para hacerla suya, incluso aunque ya estuviera tomando la píldora. Era por principio.
Además, resultaría divertido frustrarlo un poco.

Gina Landretti también había ido temprano a trabajar.

—Oh, estupendo —dijo, y sus ojos se iluminaron al ver a Lali sentada a su mesa—. Necesito hablar contigo, y tenía la esperanza de que llegases temprano para charlar sin público alrededor.

Lali gruñó para sus adentros. Veía perfectamente lo que se le avecinaba.

—Anoche me llamó Pam —comenzó Gina—. Ya sabes, mi hermana. Bueno, pues es que ha estado intentando ponerse en contacto contigo, y ¿sabes una cosa? ¡Quiere llevarte a su programa! ¡Buenos días, América! ¿No es emocionante? Bueno, a vosotras  cuatro, naturalmente, pero yo le he dicho que probablemente serías tú la portavoz del grupo.

—Ah... Creo que no tenemos portavoz —dijo Lali, un poco perpleja por la suposición de Gina.

—Oh. Bueno, si lo haces tú, serás tú la portavoz.

Gina parecía estar tan orgullosa que Lali buscó una manera diplomática de decir «ni hablar».

—No sabía que tu hermana buscaba entrevistas para programas.

—Oh, no lo hace, pero ha hablado con la persona encargada de ese tema, que ha mostrado mucho interés también. Esto supondría un puntazo para Pam —le confió Gina—. Corre el rumor de que las otras cadenas probablemente se pongan en contacto contigo hoy, por eso Pam quería adelantarse a ellas. Esto podría impulsar enormemente su carrera.

Lo cual significaba que si ella, Lali, no cooperaba, le echarían directamente la culpa de los posibles traspiés en la carrera de la hermana de Gina.

—Puede que haya un problema —dijo Lali con una expresión lo más contrita posible—. El marido de Rochi no está nada contento con toda esta publicidad...

Gina se encogió de hombros.

—Entonces acudid sólo tres al programa. En realidad, seguramente lo mejor sería que fueras tú sola...

—Cande es mucho más guapa...

—Buen, sí, pero es muy joven. No posee tu autoridad.

Genial. Ahora poseía «autoridad».







Intentó valerse de aquella autoridad para infundir firmeza a su tono de voz.

—No sé. A mí tampoco me gusta toda esta publicidad. Preferiría que todo se olvidara poco a poco.

Gina la miró horrorizada.

— ¡No lo dirás en serio! ¿Es que no quieres ser rica y famosa?

—Rica, no me importaría. Famosa, no. Y no veo cómo el hecho de ir a Buenos días, América puede hacerme rica.

— ¡Podrías sacar un contrato para un libro! Uno de esos anticipos multimillonarios, ya sabes, como esas mujeres que escribieron el libro sobre las reglas.

— ¡Gina! —gritó casi Lali—. ¡Pon los pies en el suelo! ¿Cómo puede la Lista convertirse en un libro, a no ser que se dediquen trescientas páginas a hablar de la longitud del pene de un hombre?

— ¿Trescientas? —Gina adoptó una expresión dubitativa—. Yo creo que sería suficiente con ciento cincuenta.

Lali buscó a su alrededor algo con que propinarse un coscorrón en la cabeza.

—Por favor, por favor di que sí a Pam —rogó Gina juntando las manos en la clásica actitud de súplica.

En un ramalazo de inspiración, Lali dijo:

—Tengo que hablar con las otras tres. Será el grupo entero, o nada.

—Pero si has dicho que Rochi...

—Hablaré con las otras tres —repitió Lali.

Gina puso cara de descontento, pero era evidente que reconoció parte de aquella misteriosa autoridad que creía que poseía Lali.

—Pensaba que ibas a volverte loca de alegría —murmuró.

—Pues no es así. Me gusta tener mi intimidad.

—Entonces, ¿por qué publicaste la Lista en el boletín?

—No fui yo. Eugenia se emborrachó y se lo contó todo a Dawna como se llame.

—Oh. —Gina puso aún mayor cara de descontento, como si se diera cuenta de que Lali estaba todavía menos emocionada por toda aquella situación de lo que ella había supuesto.

—Toda mi familia está furiosa conmigo por esto —se quejó Lali.

A pesar de su desilusión, Gina era una mujer agradable. Se sentó sobre el borde de la mesa de Lali y cambió su expresión por otra de solidaridad.

— ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver con ellos?

—Exactamente lo que yo pienso. Mi hermana dice que la he avergonzado y que ya no va a poder entrar en la iglesia con la cabeza alta, y mi sobrina de catorce años ha conseguido la transcripción completa en Internet, de modo que Ana también está enfadada por ese motivo. Mi hermano está furioso porque lo he avergonzado delante de los hombres de su trabajo...

—No veo cómo, a no ser que hayan hecho comparaciones unos con otros en los lavabos y él no haya dado la talla —comentó Gina, tras lo cual soltó una risita.

—No quiero pensar en eso —dijo Lali, y a continuación rió también. Se miraron la una a la otra y rompieron a reír a carcajadas hasta que se les saltaron las lágrimas y el rímel se les corrió. Aún riendo, se fueron al lavabo de señoras a reparar los daños.

A las nueve en punto llamaron a Lali al despacho de su inmediato supervisor.

Se llamaba Ashford M. deWynter. Cada vez que oía pronunciar aquel apellido, creía estar soñando con Manderley. Deseaba ansiosamente preguntar si la M significaba «Max», pero le daba miedo averiguarlo. Tal vez él jugara a mantener aquella fantasía, pero siempre iba vestido con un estilo muy europeo, y había quien le había oído hablar con cierto acento británico.

Además de eso era un gilipollas.

Algunas personas lo son por naturaleza; otras se lo ganan a pulso. Ashford deWynter combinaba ambas cosas.

No le ofreció a Lali que tomara asiento, pero ella se sentó de todos modos, con lo cual recibió un ceño fruncido por su atrevimiento. Sospechaba cuál era el motivo de aquella pequeña conferencia y quería estar cómoda mientras él la machacaba.

—Señorita Esposito—comenzó, con una expresión peculiar, como si olfateara algo desagradable.

—Señor deWynter —repuso ella.

Otro ceño fruncido, de lo cual Lali dedujo que no era su turno de hablar.

—La situación que se vive a la entrada de la empresa se ha vuelto insostenible.

—Estoy de acuerdo. Tal vez, si usted probara con una orden judicial... —Dejó que la sugerencia surtiera efecto, pues sabía que él no poseía autoridad para conseguir dicha orden aunque hubiera razón para ello, lo cual dudaba. La «situación» no estaba poniendo en peligro a nadie, y los reporteros no estaban obstaculizando el paso de los empleados.

El ceño fruncido se transformó en una mirada de furia.

—Su inclinación a hacer chistes no es bien recibida. Sabe muy bien que esta situación es obra de usted. Resulta indecorosa y molesta, y la gente está descontenta.

 Por «gente» debía entenderse «sus superiores».

— ¿Por qué es obra mía? —preguntó Lali en tono manso.

—Esa vulgar Lista que ha escrito...

A lo mejor Leah Street y él habían sido separados al nacer, musitó Lali para sí.

La Lista no es mía más que lo es de Eugenia Suarez. Ha sido producto de una colaboración. — ¿Qué le pasaba a todo el mundo para que la hicieran a ella la única responsable de la Lista? Y una vez más, ¿qué era aquella misteriosa «autoridad»? Si gozaba de semejante poder, a lo mejor debía empezar a usarlo más a menudo. Podría hacer que la gente le permitiera pasar primero en las cajas del supermercado, o que su calle fuera la primera en limpiarse tras una nevada.

—Señorita Esposito —dijo Ashford deWynter en tono dominante—. Por favor.

Aquello quería decir: por favor, no me tome por idiota. Pero ya era tarde; Lali ya lo tomaba por idiota.

—Su vena de humor es muy apreciada —añadió—. Es posible que no sea usted la única que ha participado en esto, pero es innegable que ha sido la principal instigadora. Por lo tanto, le corresponde a usted rectificar la situación.

Aunque pudiera quejarse de Dawna ante sus amigas, Lali no estaba dispuesta a mencionar el nombre de otra persona a deWynter. Éste ya conocía los otros tres nombres. Si decidía creer que la mayor parte de la culpa era de ella, no había nada que pudiera decir para hacerlo cambiar de opinión.

—Está bien —dijo—. A la hora de comer saldré a la entrada y les diré que usted no aprueba toda esta publicidad y que quiere que despejen la propiedad de Hammerstead o de lo contrario ordenará que los detengan.

DeWynter parecía haberse tragado un pez.

—Ah... No me parece la mejor manera de resolver las cosas.

— ¿Qué sugiere usted?

Ahí quedaba eso. El semblante del supervisor quedó totalmente inexpresivo.

Lali ocultó su alivio. Su ego habría quedado hecho trizas si deWynter hubiera sido capaz de pensar una solución factible cuando ella no había sido capaz de sugerir una ni siquiera no factible.

—Ha llamado una persona del programa Buenos días, América —prosiguió Lali—. La mandaré a hacer gárgaras. También se espera que llamen de la revista People, pero simplemente no atenderé la llamada. 
Toda esa publicidad gratis no puede ser buena para la empresa...

— ¿La televisión? ¿La televisión nacional? —preguntó débilmente deWynter. Estiró el cuello igual que un pavo—. Ah... Sería una oportunidad maravillosa, ¿no?

Lali se encogió de hombros. No sabía si sería maravillosa o no, pero no se podía negar que era una oportunidad. Por supuesto, acababa de meterse ella misma en una encerrona; publicidad era precisamente lo que no quería. No cabía la menor duda de que tenía un grave defecto de personalidad, ya que no podía soportar permitir que Ashford deWynter se impusiera a ella en nada.

—Tal vez debiera proponer la idea a la autoridad que corresponda —sugirió al tiempo que se levantaba del asiento. Si tenía suerte, alguien de las altas esferas vetaría la idea.

DeWynter se debatía entre la emoción y la renuencia a permitir que ella supiera que tenía que pedir permiso, como si Lali no supiera exactamente cuál era su puesto y cuánta autoridad conllevaba el mismo. Se encontraba en el término medio de los mandos intermedios, y eso era todo lo que iba a dar de sí.

Nada más regresar a su mesa, Lali convocó un consejo de guerra. Cande, Euge y Rochi accedieron a reunirse para el almuerzo en el despacho de Euge.

Explicó la situación actual a Gina y pasó el resto de la mañana, con la ayuda de Gina, encajando y esquivando llamadas.

A la hora del almuerzo, las cuatro amigas, fortalecidas con una selección de galletas sin sal y refrescos sin azúcar, se congregaron en el despacho de Euge.

—Yo creo que podemos declarar la situación oficialmente fuera de control —dijo Lali con pesadumbre, tras lo cual informó a todas acerca de la hermana de Gina y de las llamadas que había recibido aquella mañana de la NBC y de la revista People, tal como había pre-dicho Gina.

Todas volvieron la vista hacia Rochi.

Rochi se encogió de hombros.

 —No me parece que merezca la pena tratar de apagar el fuego en este momento. Pablo está enterado. Anoche no vino a casa.

—Oh, cariño —dijo Euge en tono compasivo alargando una mano para tocar a Rochi en el brazo—. Cuánto lo siento.

Rochi tenía los ojos enrojecidos, como si se hubiera pasado la noche llorando, pero parecía tranquila.

—Yo no lo siento —dijo—. Esto no ha hecho más que sacar las cosas a la luz. O me quiere o no me quiere. Si no me quiere, debe salir de mi vida inmediatamente y dejar ya de hacerme perder el tiempo.

—Vaya —dijo Cande, mirando a Rochi con el asombro dibujado en sus bellos ojos—. Ahí tú, pequeña.

— ¿Y tú? —preguntó Lali a Euge—. ¿Has tenido algún problema con Bruck?

Euge contestó con una sonrisa irónica, de estar de vuelta de todo:

—Con Bruck siempre hay problemas. Digamos simplemente que ha reaccionado al estilo típico de Bruck, vociferando y bebiendo cerveza a lo bestia. Cuando salí de casa esta mañana aún estaba durmiendo.

Seguidamente, todas miraron a Candela.

—No he sabido nada de Victorio —dijo ella, y sonrió a Lali—. Tenías razón en lo de las ofertas para medírsela y los chistes. Yo me estoy limitando a decir a todos que voté por treinta centímetros, pero que vosotras quisisteis reducir la cifra. En general, eso los deja fríos.

Cuando dejaron de reír, Euge dijo:

 —Muy bien, mi idea de conceder una entrevista no ha funcionado. Qué demonios, ¿qué os parece si dejamos de intentar guardar silencio y nos divertimos un poco con todo esto?

—DeWynter va a proponer a los de arriba la idea de obtener publicidad de alcance nacional gratis —dijo Lali.

— ¿Y no van a lanzarse a por ella igual que una mujer hambrienta sobre una chocolatina? —se burló Rochi —. Estoy con Euge. Vamos a sacar la lista a la luz y a divertirnos de verdad; ya sabéis, añadirle unas cuantas cosas, extendernos en discusiones y explicaciones.

Patricio y Ana se iban a enfadar, pensó Lali. Bueno, peor para ellas.

—Qué demonios —dijo.

—Qué demonios —la secundó Cande.

Se miraron unas a otras, sonrieron y Euge sacó lápiz y papel.

—Bien podemos empezar ya mismo a darles una historia que merezca la pena sacar en los medios.

Rochi sacudió la cabeza con gesto melancólico.

—Esto va a atraer a todos los locos del país. ¿Alguna de vosotras recibió anoche llamadas absurdas? Un tipo, creo que era hombre, pero pudo ser una mujer, me dijo susurrando: « ¿Cuál de las cuatro eres tú?». Quería saber si yo era la A.

Candela dijo sorprendida:

—Oh, yo también he recibido una llamada de  ésas. Y hubo dos que colgaron y que pensé que pudiera tratarse del mismo tipo. Pero tienes razón; por la forma en que susurraba, no se distinguía muy bien si era hombre o mujer.

—Yo tenía cinco llamadas en el contestador de personas que colgaron sin decir nada —comentó Lali—. Desconecté el teléfono.

—Yo salí—dijo Euge—. Y Bruck estrelló el contestador contra la pared, de modo que de momento no recibiré mensajes. Esta tarde compraré uno nuevo de camino a casa.

—Así que probablemente las cuatro hemos recibido llamadas del mismo individuo —dijo Lali, un tanto inquieta y agradecida por el hecho de tener a un policía de vecino.

Rochi se encogió de hombros y sonrió.

—Es el precio de la fama —dijo.


chicas desde ahora subiré doble cap ....se que hay varias que leen la nove por favor comenten ...dedicado a kami 


1 comentario:

  1. Que genia ! muchas gracias por la dedicatoria de los capitulos, estuvieron buenisimos como siempre :) ( Te dejo mi whatsapp,me encantaria hablar contigo +56974805345) saludos cuidate!

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