martes, 30 de junio de 2015

capitulo 25 y 26




Consiguió reprimir el grito, de modo que lo que salió fue poco más que un quejido, pero dio un salto hacia delante y a punto estuvo de chocar contra una pila de latas de comida para gatos. Giró en redondo y rápidamente situó el carrito entre ella y el intruso. Entonces lo miró con expresión de alarma.

—Perdone —le dijo—, pero no lo conozco. Debe de haberme confundido con otra persona.

Peter frunció el ceño. Algunos clientes los observaban con agudo interés; por lo menos una señora parecía tener la intención de llamar a la policía si él realizaba un movimiento equivocado.

—Muy graciosa —gruñó Peter, y a continuación se quitó lentamente la chaqueta para dejar ver la funda que llevaba en el cinturón y la enorme pistola negra que guardaba ésta. Como también llevaba la placa identificativa sujeta al cinturón, la tensión de las miradas en el pasillo siete fue reduciéndose conforme la gente murmuraba: «Es policía».

—Márchate —dijo Lali—. Estoy ocupada.

—Ya lo veo. ¿Qué es esto, las Quinientas Millas del Supermercado? Llevo cinco minutos persiguiéndote por los pasillos.

—Nada de eso —replicó Lali consultando su reloj—. No llevo aquí cinco minutos.

—Vale, pues tres. Vi esa flecha roja que pasaba volando por Van Dyke y di la vuelta para seguirla, pues supuse que eras tú.

— ¿Llevas el coche equipado con radar?

—He venido con mi todoterreno, no con un coche municipal.

—Entonces no puedes demostrar a qué velocidad circulaba yo.

—Maldita sea, no iba a ponerte una multa —dijo él, molesto—. Aunque si no disminuyes la velocidad, voy a llamar a un patrullero para que haga los honores.

— ¿Así que has venido aquí para acosarme?

—No —contestó él con paciencia exagerada—. He venido porque he estado fuera y quería saber cómo iban las cosas.

— ¿Fuera? —repitió Lali abriendo los ojos todo lo que daban de sí—. No tenía idea.

Peter hizo rechinar los dientes. Lali lo sabía porque vio cómo movía la mandíbula.

—Está bien, debería haber llamado. —Aquello sonó como si se lo hubieran arrancado dolorosamente de las entrañas.

— ¿Ah, sí? ¿Y por qué?

—Porque somos...

— ¿Vecinos? —propuso ella al ver que Peter no encontraba la palabra que buscaba. Estaba empezando a divertirse, por lo menos tanto como era posible teniendo en cuenta que tenía los ojos cansados por falta de sueño.

—Porque entre nosotros hay cierta cosa. —La miró con gesto hosco. No parecía en absoluto contento con aquella «cosa».

— ¿Cosa? Yo no hago «cosas».

—Ésta la harás —dijo él para sí, pero Lali lo oyó de todos modos y justo estaba abriendo la boca para contestarle cuando un niño, quizá de unos ocho años, se le acercó y le metió entre las costillas una arma láser de plástico haciendo unos ruiditos de descargas eléctricas cada vez que apretaba el gatillo.

—Estás muerta —dijo el niño victorioso.

En eso llegó su madre a toda prisa con gesto de preocupación e impotencia.

— ¡Damián, deja eso! —Sonrió al niño de forma que fue poco más que una mueca—. No molestes a las personas amables.

—Cállate —respondió el pequeño maleducado—. ¿No ves que son unos Terrón de Vaniot?

—Lo siento —dijo la madre intentando llevarse a su retoño—. Damián, si no obedeces te castigaré cuando volvamos a casa.

Lali no pudo resistirse a poner los ojos en blanco. El niño volvió a pincharla en las costillas.

— ¡Ay!

El niño hizo de nuevo aquellos ruiditos eléctricos, disfrutando enormemente con la incomodidad de ella. Lali compuso una gran sonrisa y se inclinó hacia el querido Damián, y entonces le dijo con voz de lo más alienígena:

—Oh, mira, un pequeño terrícola. —Se irguió y ordenó a Peter con una mirada de autoridad—: Mátalo.

Damián se quedó con la boca abierta. Abrió los ojos como si fueran balones de fútbol al fijarse en la enorme pistola que lucía Peter en el cinturón. De su boca abierta comenzaron a salir una serie de grititos que recordaban a una alarma de incendios.

Peter juró para sus adentros, agarró a Lali del brazo y empezó a tirar de ella medio corriendo hacia la entrada del supermercado. Ella logró rescatar su bolso del carrito al pasar por delante de él.

— ¡Eh, mi compra! —protestó.

—Ya podrás pasarte aquí otros tres minutos mañana para hacerla —replicó Peter con violencia contenida

—. En este momento estoy intentando evitar que te detengan.

— ¿Por qué razón? —preguntó ella indignada mientras Peter la arrastraba al otro lado de las puertas automáticas. La gente volvía la cabeza para mirarlos, pero la mayoría se sentía atraída por los chillidos de Damián en el pasillo siete.

— ¿Qué te parece por amenazar con matar a un niño y provocar un altercado?

— ¡Yo no he amenazado con matarlo! Simplemente te lo he ordenado a ti. —Le costaba seguirle el ritmo; la falda larga que llevaba no estaba hecha para correr. Él la obligó a darse la vuelta al doblar la esquina del edificio, fuera de la vista, y la aplastó contra la pared.

—No puedo creer que me haya perdido esto —dijo en tono provocativo.

Lali lo miró furiosa y no dijo nada.

—He estado en Lansing —rugió Peter, inclinándose de tal modo que su nariz casi tocaba la de Lali—. En una entrevista para un empleo del estado.

—No me debes ninguna explicación.

Él se irguió y volvió la vista hacia el cielo, como si pidiera socorro al Todopoderoso. Lali decidió hacer una concesión.

—De acuerdo, una llamada telefónica no habría sido demasiado pedir…

Peter dijo algo para sí. Lali se imaginó bastante bien de qué se trataba, pero por desgracia él no pagaba dinero por cada taco que pronunciaba. Si así fuera, a ella le habría tocado la lotería.

Lo agarró de las orejas, le bajó la cabeza y lo besó.




Así, sin más, Peter la tuvo aprisionada contra la pared, abrazándola tan estrechamente que ella apenas podía respirar, pero la necesidad de respirar no ocupaba el primer puesto de su lista de prioridades en aquel momento. Sentirlo contra ella, saborearlo... Eso era lo importante. Llevaba la pistola en el cinturón, de manera que comprendió que no era aquello lo que la estaba presionando en el estómago. Se agitó un poco contra ello para asegurarse. No, definitivamente no era una pistola.

Peter tenía la respiración acelerada cuando levantó la cabeza.

—Siempre eliges los lugares más inoportunos —dijo mirando alrededor.

— ¿Que los elijo yo? Yo estaba tan tranquila, ocupada en mis asuntos, haciendo un poco de compra, cuando fui atacada no por uno, sino por dos maníacos...

— ¿No te gustan los niños?

Lali parpadeó.

— ¿Qué?

— ¿No te gustan los niños? Querías que matase a ése.

—Me gustan casi todos los niños —replicó ella en tono impaciente—, pero ése no. Me ha hecho daño en las costillas.

—Yo te estoy haciendo daño en el estómago.

Ella le dedicó una dulce sonrisa que lo hizo estremecerse.

—Sí, pero tú no estás usando una pistola láser de plástico.

—Vámonos de aquí —dijo Peter con aire desesperado, y tiró de Lali en dirección a su coche.





— ¿Quieres café? —preguntó Lali mientras abría la puerta de la cocina y lo dejaba pasar—. ¿O té helado? —añadió, pensando que un vaso de cristal alto y frío sería lo más apropiado para el sofocante calor que hacía fuera.

—Té —contestó Peter, echando a perder la imagen que tenían los policías de subsistir a base de café y rosquillas. Estaba observando la cocina—. ¿Cómo es que sólo llevas dos semanas viviendo aquí y esta casa ya parece más habitada que la mía?

Lali fingió reflexionar sobre el asunto.

—Creo que lo llaman deshacer las maletas.

Él levantó la vista hacia el techo.

— ¿Me estaba perdiendo esto? —musitó al yeso, aún buscando inspiración.

Lali le dirigió varias miradas al tiempo que sacaba dos vasos del armario y los llenaba de hielo. La sangre le corría veloz por las venas, igual que le ocurría siempre que se encontraba cerca de Peter, ya fuera de rabia, emoción o deseo, o una combinación de las tres cosas. Dentro de la acogedora cocina, Peter parecía todavía más grande, sus hombros llenaban el umbral de la puerta y su tamaño empequeñecía la diminuta mesa para cuatro y su tablero de azulejos de cerámica.

— ¿Qué empleo del estado es ése para el que te han entrevistado?

—Policía estatal, división de detectives de campo.

Sacó la jarra de té del frigorífico y llenó los dos vasos.

— ¿Limón?

—No, lo tomo sin nada. —Cogió el vaso que Lali le ofrecía rozándole los dedos con los suyos.
Aquello bastó para que sus pezones se irguieran y prestaran atención. La mirada de Peter se clavó en su boca—. Enhorabuena—dijo.

Lali parpadeó.

— ¿Qué he hecho? —Esperaba que no se refiriera a toda la publicidad acerca de la Lista... Oh, Dios, la Lista. Se le había olvidado. ¿Habría leído Peter el artículo entero? Claro que sí.

—No has dicho ni un solo taco, y ya llevamos media hora juntos. Ni siquiera juraste cuando te arrastré fuera del supermercado.

— ¿En serio?

Lali sonrió, complacida consigo misma. A lo mejor el hecho de tener que pagar todas aquellas multas estaba surtiendo efecto en su subconsciente. Aún pensaba muchas palabrotas, pero las multas no contaban si no las pronunciaba en voz alta. Estaba haciendo progresos.

Peter inclinó el vaso y bebió. Lali lo contempló hipnotizada, viendo cómo se movía su fuerte garganta. Luchó contra un violento impulso de arrancarle la ropa. ¿Qué le estaba pasando? Había visto beber a otros hombres a lo largo de toda su vida, y jamás la había afectado de esta manera, ni siquiera con ninguno de sus ex prometidos.

— ¿Más? —le preguntó cuando él apuró el té y depositó el vaso.

—No, gracias. —Aquella mirada oscura y ardiente la recorrió de arriba abajo antes de detenerse en sus pechos—. Hoy estás muy elegante. ¿Ocurre algo especial?

Lali no iba a esquivar el tema, por muy sensible que fuera.

—Esta mañana hemos tenido una entrevista para Buenos días, América, a la cuatro de la madrugada, ¿te lo puedes creer? He tenido que levantarme a las dos —se quejó— y llevo la mayor parte del día en estado comatoso.

— ¿Tanta publicidad está recibiendo la Lista? —preguntó él, sorprendido.

—Me temo que sí —contestó Lali con parsimonia al tiempo que se sentaba a la mesa.

Peter no se sentó enfrente de ella, sino que ocupó la silla que estaba a su lado.

—La he visto en Internet. Es muy divertida... señorita C.

Lali lo miró boquiabierta

— ¿Cómo lo has sabido? —exigió.

Él soltó un resoplido.

—Como si no fuera capaz de reconocer esa boquita tuya de sabihonda incluso por escrito. «Cualquier cosa que esté por encima de los veinte centímetros es puramente de exhibición» —citó.

—Debería haber sabido que tú sólo ibas a acordarte de la parte concerniente al sexo.

—Últimamente llevo el sexo en la cabeza constantemente. Y para que conste, yo no tengo nada que sea de exhibición.

Si no lo tenía, le faltaba poco para tenerlo, pensó Lali, recordando con gran fruición el aspecto que mostraba de perfil.

Peter continuó:

—Me alegro de no estar dentro de la categoría de los que va señalando la gente.

Lali rompió a reír a carcajadas y se echó hacia atrás en la silla, con tal fuerza que ésta se inclinó y su ocupante cayó al suelo. Se quedó allí sentada, sosteniéndose las costillas, que ya casi habían dejado de dolerle pero que decidieron protestar de nuevo ante aquel maltrato, pero no pudo dejar de reír. Bubú se aproximó con cautela, pero decidió que no quería situarse dentro de su radio de acción y buscó refugio bajo la silla de Peter.

Peter se inclinó y levantó al gato del suelo para acomodarlo sobre sus rodillas y acariciarle el lomo alargado y estrecho. Bubú cerró los ojos y comenzó a ronronear en un tono grave. El gato ronroneaba, y Peter contempló a Lali, aguardando a que las carcajadas amainasen hasta convertirse en risitas y suspiros.

Lali permaneció sentada en el suelo abrazándose las costillas y con los ojos húmedos de lágrimas. Si le quedaba algo de rimel, debía de tenerlo rodando por las mejillas, se dijo.

— ¿Necesitas ayuda para levantarte? —le preguntó Peter—. Debería advertirte de que si te pongo las manos encima, quizá después tengas problemas para separarlas de ahí.

—Puedo arreglármelas, gracias. —Con cuidado, y no sin alguna dificultad a causa de la falda larga, se incorporó y se secó los ojos con una servilleta.

—Muy bien. No quisiera tener que molestar a... ¿cómo se llama? ¿Bubú? ¿Qué mierda de nombre de gato es Bubú?

—No me eches la culpa a mí, sino a mi madre.

—Un gato debería tener un nombre que le vaya. Llamarlo Bubú es como llamar Alicia a un hijo tuyo. Debería llamarse Tigre, o Romeo...

Lali negó con la cabeza.

—Romeo está descartado.

— ¿Quieres decir que está...?

Ella asintió.

 —En ese caso, supongo que le va bien el nombre de Bubú, aunque yo creo que sería más apropiado llamarlo Bobo.

Lali tuvo que sujetarse las costillas con fuerza para no estallar en nuevas risas.

—Eres todo un tipo.

— ¿Y qué diablos querías que fuera? ¿Una bailarina de ballet?

No, no quería que fuera nada excepto lo que era. Ninguna otra persona había conseguido nunca hacer correr por sus venas la emoción como si fuera champán, y eso constituía todo un logro, teniendo en cuenta que una semana antes ambos no habían intercambiado otra cosa que no fueran insultos. Habían pasado sólo dos días desde que se besaron por primera vez, dos días que parecieron una eternidad porque no había habido ningún beso más hasta que ella lo agarró por las orejas en el supermercado y lo acercó hasta su altura.

— ¿Qué tal está tu óvulo? —preguntó Peter bajando los párpados sobre sus ojos oscuros, y Lali supo que sus pensamientos no andaban muy descaminados de los de ella.

—Ya es historia —respondió.

—Entonces, vamos a la cama.

— ¿Tú te crees que lo único que tienes que hacer es decir «vamos a la cama» y yo voy a tenderme de espaldas sin más? —dijo Lali indignada.

—No, esperaba tener una oportunidad de hacer un poco más que eso antes de que te tendieras de espaldas.

 —No pienso tenderme en ninguna parte.

— ¿Por qué no?

—Porque estoy con la regla. —Curiosamente, no recordaba haberle dicho tal cosa a ningún hombre en su vida, sobre todo sin la menor pizca de timidez.

Él juntó las cejas.

— ¿Que estás con qué? —preguntó cada vez más furioso.

—Con la regla. La menstruación. A lo mejor has oído hablar de ello. Es cuando...

—Tengo dos hermanas; me parece que sé un poco lo que son las reglas. Y una de las cosas que sé es que el óvulo es fértil más o menos a mitad del ciclo, ¡no cerca del final!

Pillada. Lali frunció los labios.

—De acuerdo, te mentí. Siempre existe una mínima posibilidad de que se altere el ciclo, y no estaba dispuesta a asumir ese riesgo, ¿vale?

Evidentemente no valía.

—Me detuviste —gruñó Peter, cerrando los ojos como si algo le doliera mucho—. Estaba a punto de morirme, y tú me detuviste.

—Lo dices como si fuera un acto de traición.

Él abrió los ojos y la miró con expresión torva.

— ¿Y ahora qué?

Era tan romántico como una piedra, pensó Lali; entonces, ¿por qué estaba tan excitada?

—Tu idea del juego previo es probablemente algo así como: « ¿Estás despierta?» —masculló.

Peter hizo un gesto de impaciencia.

— ¿Y ahora qué?

—No.

— ¡Dios! —Se recostó en la silla y volvió a cerrar los ojos—. ¿Y ahora qué pasa?

—Ya te lo he dicho, estoy con la regla.

— ¿Y?

—Pues que... no.

— ¿Por qué no?

— ¡Porque yo no quiero! —chilló Lali—. ¡Dame un respiro!

Peter suspiró.

—Ya entiendo. Es el síndrome premenstrual.

—El síndrome premenstrual es antes, idiota.

—Eso lo dirás tú. Pregunta a cualquier hombre, y te contará una historia distinta.

—Como si fueran expertos —se burló ella.

 —Cariño, los únicos expertos en síndromes pre-menstruales son los hombres. Por eso se les da tan bien luchar en las guerras; han aprendido Huida y Evasión en sus casas.

Lali pensó en lanzarle una sartén, pero Bubú se encontraba en la línea de tiro y, de todos modos, antes tendría que buscar la sartén.

Peter sonrió al ver la expresión de su cara.

— ¿Sabes por qué se llama síndrome pre-menstrual?

—No te atreverás —amenazó ella—. Sólo las mujeres pueden hacer chistes de eso.

—Porque la expresión «enfermedad de las vacas locas» ya estaba cogida.

Al diablo la sartén. Miró a su alrededor buscando un cuchillo.

—Sal de esta casa.

Peter depositó a Bubú en el suelo y se levantó, obviamente dispuesto a ejecutar la maniobra de Huida y Evasión.

—Cálmate —le dijo, poniendo la silla entre los dos.

— ¡Y una mierda que me calme! Maldita sea, ¿dónde está mi cuchillo de cocina? —Miró alrededor invadida por la frustración. ¡Si llevara más tiempo viviendo en aquella casa, sabría dónde había puesto cada cosa!

Peter salió de detrás de la silla, rodeó la mesa y sujetó a Lali por las muñecas antes de que ella recordara en qué cajón guardaba los cuchillos.

—Me debes cincuenta centavos —dijo sonriente al tiempo que la atraía hacia él.

— ¡No aguantes la respiración! Ya te dije que no pensaba pagarte cuando fuera culpa tuya. —Apartó de un soplido los mechones de pelo que le caían sobre los ojos a fin de poder fulminarlo mejor con la mirada.


Peter inclinó la cabeza y la besó.




lunes, 29 de junio de 2015

capitulo 23 y 24



Lali ya había estado en un estudio de televisión, de modo que no se sorprendió al ver aquel espacio cavernoso, la oscuridad, los cables que cubrían todo el suelo. Un conjunto de cámaras y de focos se erguían como centinelas sobre el plato, mientras los monitores lo vigilaban todo. Había gente alrededor, vestida con vaqueros y zapatillas deportivas, además de una mujer ataviada con un elegante traje de color melocotón, que vino hacia ellas con una radiante sonrisa profesional en el rostro y la mano extendida.


- Hola, soy Julia Belotti, de GMA. Supongo que ustedes son las chicas de La Lista - rió de su propio chiste al tiempo que les iba estrechando sus manos - Yo voy a hacerles la entrevista, pero...¿no eran cuatro?

Lali se abstuvo de hacer la escenita de contar cabezas y decir: <<No, me parece que solo somos tres>>. Aquello era típico de una sabihonda, las cosas que solía reprimir.

- Rochi, llegará tarde - explicó Eugenia.

- Rocío Igarzábal, ¿no es así? - dijo Belotti, y a continuación se volvió a Cande con una sonrisa - Usted debe ser Candela Vetrano. Debo decir que si la señora Igarzábal es tan atractiva como ustedes, esto va a causar sensación. Ya saben cuánto interés a despertado su Lista en Nueva York, ¿verdad?

- En realidad, no - contestó Cande - Estamos sorprendidas por toda la atención que está recibiendo.

- Cuando estemos grabando, muéstrense seguras y digan algo a ese respecto - las instruyó Belotti, consultando su reloj. Un diminuto frunce de fastidio comenzó a arrugarle la frente; en aquel mismo momento se abrió la puerta y entró Rochi con el peinado y el maquillaje impecables y vestida de un color azul intenso que favorecía sus tonos cálidos.

- Siento llegar tarde - dijo, uniéndose al pequeño grupo. No dio ninguna excusa, sólo pidió disculpas, y Lali clavó la mirada en ella y advirtió la fatiga que se traslucía bajo el maquillaje. Todas ellas tenían buenas razones para parecer cansadas, teniendo en cuenta la hora, pero Rochi mostraba además signos de estrés.

- ¿Dónde está el lavabo de señoras? - preguntó Lali - Quisiera retocarme los labios, si tenemos tiempo, y luego tomar un café si es que hay.

Belotti rió.

- En un estudio de televisión siempre hay café. El lavabo de señoras está por aquí - les indicó un pasillo.

Tan pronto como la puerta se cerró tras ellas, todas se volvieron a Rochi.

- ¿Te encuentras bien? - le preguntó Lali

- Si os referís a Pablo, sí, estoy bien. Anoche lo mandé a dormir a un motel. Por supuesto, puede que llamase a su novia para que estuviese con él, pero eso es asunto suyo.

- !Una novia! - repitió Cande como un eco, con los ojos agrandados por la sorpresa.

- Hijo de puta - dijo Eugenia, dejando que Rochi decidiera si aquel apelativo iba dirigido a Pablo o era sólo una exclamación.

Lali dijo:

- Ahora no tiene razones que defender para criticarte por lo de la lista, ¿no?

Rochi rió.

- Ninguna, y él lo sabe - observó las caras de preocupación de sus amigas - Tranquilas, estoy bien. Si quiere romper el matrimonio, prefiero saberlo ahora, antes de perder más tiempo tratando de aguantar así. Una vez decidido, ya he dejado de preocuparme.

- ¿Cuánto hace que mantiene una aventura? - inquirió Euge.

- Él jura que no la tiene, que no me ha sido infiel físicamente. Pero yo no me lo creo.

- Ya, claro - dijo Lali - Yo también me creo que el sol sale por el oeste.

- Tal ve este diciendo la verdad - intervino Cande.

- Es posible, pero no probable - dijo Eugenia con la voz de experiencia - Lo que admitan será siempre la punta del iceberg. Así es la naturaleza humana.

Rochi se observó el carmín de los labios.

- Yo no creo que haya mucha diferencia. Si está enamorado de otra persona, ¿qué importa si ha dormido con ella o no?En fin, olvidaos de él. Yo ya lo he hecho. Si existe alguna forma de arreglar esto, tendrá que encargarse él de hacerlo. Yo pienso explotar este asunto de la lista todo lo que pueda. Y si surge alguna oferta de hacer un libro, yo digo que la aceptemos. Bien podríamos sacar algún dinero a cambio de todas las molestias que estamos sufriendo.

- Amén a eso - dijo Euge, y añadió - Bruck se ha ido. Tenía heridos sus sentimientos.

Todas la miraron boquiabiertas, intentando imaginarse a Bruck con sentimientos.

- Si no vuelve - se quejó - Tendré que empezar a salir con hombres otra vez. Dios, me molesta sólo de pensarlo. Salir a bailar, dejar que me inviten una copa...es horrible.

Salieron riendo del lavabo de señoras. La señorita Belotti las estaba aguardando. Las condujo hasta la zona del café, donde alguien les había preparado unas tazas.

- Tenemos un pequeño plato ya listo para grabar cuando ustedes estén dispuestas - les dijo, una manera sutil de indicarles que se callaran y se sentaran - El técnico de sonido necesita colocarles un micrófono y comprobarlo, y también hay que ajustar la iluminación. Si quieren acompañarme...

Dejaron los bolsos fuera de la vista y, con las tazas de café en la mano, se acomodaron en un plato decorado como si fuera una acogedora sala de estar, con un sofá y dos sillones, un par de helechos falsos y una discreta lámpara que no estaba encendida. Un tipo que parecía tener unos veinte años de edad empezó a colocarles unos diminutos micrófonos. La señorita Belotti se fijó el suyo a la solapa de la chaqueta.

Ninguna de las cuatro había sido lo bastante inteligente como para ponerse una chaqueta. El vestido dorado de Cande era correcto, al igual que el escote redondo que llevaba Rochi. Euge vestía un jersey sin mangas con cuello de tortuga, lo cual significaba que el único lugar donde podía colocar el micrófono era en la garganta. Tendría que tener mucho cuidado al mover la cabeza, pues el ruido que provocaría al hacerlo bloquearía todo lo demás. Entonces, el técnico de sonido observó el jersey de escote bajo y redondo de Lali y dijo:

- Vaya.

Lali sonrió y extendió la mano.

- Ya me lo pongo yo. ¿Lo quiere a un lado o justo al medio?

El joven le devolvió la sonrisa.

- Me gustaría que se lo pusiera justo en el medio, gracias.

- Nada de coqueteos - lo amonestó ella al tiempo que se introducía el micrófono por debajo del jersey y lo sujetaba al escote, entre los senos - Es demasiado temprano.

- Me portaré bien - con un guiño, el técnico le sujeto el cable al costado con un esparadrapo y regresó a su equipo - Muy bien, necesito que hablen todas ustedes, de una en una, para comprobar el sonido.

Belotti inició una conversación fluida, preguntándoles si eran todas del área de Detroit. Cuando el sonido quedó debidamente comprobado y las cámaras estuvieron preparadas, Belotti miró al jefe de producción, que comenzó la cuenta atrás y señaló hacia ella, y pasó suavemente a los comentarios de cabecera sobre la famosa - <<o infame, dependiendo del punto de vista de ustedes>> - Lista que había recorrido el país entero y de la que se hablaba en todos los estados a la hora del desayuno. A continuación las fue presentando por turno, y dijo:

- ¿Algunas de ustedes cuenta con un hombre perfecto en su vida?

Todas rompieron a reír. !Si ella supiera!

Cande rozó la rodilla de Lali con la suya. Lali, que había captado la indirecta, dijo:

- Nadie es perfecto. En aquel momento bromeamos diciendo que la Lista era auténtica ciencia ficción.

- Lo sea o no, la gente se la está tomando en serio.

- Eso es cosa de ellos - terció Euge - Las cualidades que pusimos en la lista son las que creemos que debería tener el hombre perfecto. Es probable que otras cuatro mujeres distintas pusieran cualidades diferentes o que las enumeraran en otro orden.


—Seguramente sabrán que hay grupos feministas que se sienten escandalizados por los requisitos físicos y sexuales de la Lista. Teniendo en cuenta que las mujeres llevan tanto tiempo luchando para que no se lasjuzgue por su apariencia ni por el tamaño de su busto, ellas opinan que ustedes han perjudicado su postura juzgando a los hombres por sus atributos físicos.

Cande elevó una ceja perfecta.

—Tenía entendido que parte del movimiento feminista consistía en dar a las mujeres la libertad de decir abiertamente lo que quieren. Nosotras pusimos en la Lista lo que queremos. Fuimos sinceras. —Aquella línea de interrogatorio era su predilecta. Ella opinaba que ser políticamente correcto era una abominación y nunca dudaba en decirlo.

—Además, en ningún momento creímos que la Lista fuera a hacerse pública —intervino Rochi—. Fue algo accidental.

— ¿Habrían sido menos sinceras si hubieran sabido que la Lista iba a publicarse?

—No —contestó Lali, tajante—. Habríamos aumentado los requisitos. —Qué demonios; ¿por qué no divertirse un poco, tal como había sugerido Rochi?

—Han dicho que no tienen ningún hombre perfecto en sus vidas —dijo la señorita Belotti en tono suave—. ¿Tiene algún hombre?

Bueno, aquella cuña había sido deslizada con la habilidad de un experto, pensó Lali, preguntándose si la finalidad de aquella entrevista sería pintarlas a las cuatro como mujeres que no eran capaces de conservar a un hombre a su lado. Sonriendo levemente, tuvo que reconocer que, dadas las circunstancias de todas ellas, la intención era bastante acertada. Pero si la señorita Belotti buscaba un poco de polémica, ¿por qué no dársela?

—En realidad, no —contestó—. No hay muchos que den la talla.

Euge  y Rochi rompieron a reír. Cande se limitó a esbozar una sonrisa. Desde fuera del escenario llegaron risas que se apagaron rápidamente.

Belotti se volvió hacia Rochi.

—Tengo entendido que usted es la única del grupo que está casada, señora Igarzabal. ¿Qué opina su marido de la Lista?

—No gran cosa —admitió Rochi con regocijo—. Poco más de lo que me gusta a mí que él se vuelva a mirar embobado unas tetas grandes.

— ¿Así que esto es una especie de ojo por ojo?

—Tiene mucho que ver con el ojo, sí —respondió Eugenia gravemente. Menos mal que la entrevista iba a ser grabada y no en directo.

—Lo que pasa —dijo Cande— es que la mayoría de los requisitos son cualidades que debe tener todo el mundo. El número uno era la fidelidad, ¿recuerda? Si uno tiene una relación, ha de ser fiel. Y punto.

—He leído el artículo entero sobre la Lista, y, si son ustedes sinceras, reconocerán que la mayor parte de la conversación que tuvieron no trataba de la fidelidad ni de la fiabilidad. El debate más intenso correspondió a las características físicas de un hombre.

—Nos estábamos divirtiendo —dijo Lali con calma—. Y no estamos locas; claro que queremos hombres que nos resulten atractivos.

La señorita Belotti consultó sus notas.

—En el artículo no se las identifica por el nombre. Figuran como A, B, C y D. ¿Cuál de ustedes es la A?

—No tenemos la intención de divulgar ese dato —dijo Lali. A su lado, Eugenia se irguió ligeramente.

—La gente está muy interesada en saber quién dijo qué —comentó Euge—. Yo he recibido llamadas anónimas que me han preguntado cuál de las cuatro soy yo.

 —A mí me ha ocurrido lo mismo —terció Rochi —. Pero no vamos a decirlo. Nuestras opiniones no eran unánimes; podía haber una que sostuviera una opinión más radical que las demás acerca de un punto concreto. Deseamos proteger nuestra intimidad a ese respecto.

La señorita Belotti volvió una vez más a lo personal.

— ¿Está saliendo con alguien? —le preguntó a Cande.

—De manera exclusiva, no. —Trágate eso, Victorio.

La entrevistadora miró a Eugenia.

— ¿Y usted?

—En este momento, no. —Chúpate esa, Bruck.

—De modo que la señora Igarzabal es la única que tiene una relación. ¿Creen que eso pueda querer decir que tal vez sean ustedes demasiado exigentes en sus condiciones?

— ¿Y por qué hemos de bajar el listón? —preguntó Lali con ojos brillantes, y a partir de ahí la entrevista cayó en picado.

-.-.-.-.-

—Dios, me caigo de sueño —dijo Rochi con un bostezo cuando salieron del estudio, a las seis y media. La señorita Belotti tenía en su poder abundante material que publicar para la breve reseña que de hecho saldría en antena. Hubo un momento en el que abandonó sus notas y discutió apasionadamente el punto de vista feminista. Lali dudaba que ningún programa matinal de televisión pudiera utilizar ni una fracción de lo que se había dicho, pero el personal del estudio estaba fascinado.

Se utilizara lo que se utilizara, iba a emitirse el lunes siguiente. Quizás entonces se apagara todo el interés. Al fin y al cabo, ¿cuánto se podía continuar hablando de la Lista? La gente tenía su propia vida que vivir, y la Lista ya había rebasado sus quince minutos de popularidad.

—Esas llamadas telefónicas me tienen un poco preocupada —dijo Eugenia frunciendo el ceño al mirar el cielo brillante y sin nubes—. La gente es muy rara. Nunca sabe uno a quién está provocando.


Lali conocía a una persona a la cual esperaba provocar. Si se emitía por antena algo de lo que había dicho ella, Peter seguramente se lo tomaría como un reto personal. Y ciertamente, ella albergaba la esperanza de que así lo hiciera, porque aquello era precisamente lo que había pretendido.








—Muy bien —dijo Eugenia una vez que les hubieron servido el café y que hubieron hecho los pedidos al camarero del restaurante en el que se habían detenido a desayunar—, cuéntanos lo de Pablo.

—No hay mucho que contar —repuso Rochi encogiéndose de hombros—. Ayer, cuando llegué a casa estaba él allí. Empezó exigiéndome que dejara de ver a mis amigas, tres
en particular, ya podéis imaginaros de quiénes se trata. Yo contraataqué exigiendo que él dejase a uno de sus amigos por cada una que tenía que abandonar yo. Luego... supongo que fue intuición femenina, porque de repente me pregunté si la razón de que se hubiera mostrado tan frío en los dos últimos años no sería otra mujer.

— ¿Qué es lo que le pasa? —quiso saber Cande, indignada—. ¿Es que no se da cuenta de la suerte que tiene de tenerte a ti?

Rochi sonrió.

—Gracias por el voto. No estoy tirando la toalla, ¿sabes? Cabe la posibilidad de que solucionemos esto, pero no voy a permitir que me destroce si no es así. Anoche estuve pensando mucho, y esto no es sólo culpa de Pablo. De igual modo que él no es el hombre perfecto, yo tampoco soy la mujer perfecta.

—Pero tú no te has estado viendo con otro hombre —señaló Lali.

—No he dicho que seamos culpables por igual. Si a él le interesa conservar nuestro matrimonio, le queda mucho por hacer para compensarme. Pero yo también tengo que compensarlo a él de algunas cosas.

— ¿Como qué? —preguntó Eugenia.

—Oh... No es que yo me haya desmelenado precisamente, pero tampoco he realizado ningún esfuerzo especial para atraerlo. Y también he cedido siempre a todo lo que dice, en un esfuerzo por agradarle, y la verdad es que en la superficie le parece bien, pero si quiere tener una compañera que sea su igual, debe de resultar desesperante. Yo charlo con vosotras y os digo lo que pienso igual que hacía antes con él, pero ahora es como si le ocultara todas las partes interesantes de mi personalidad. Le doy la cocinera y el ama de casa, en vez de la amante y la compañera, y eso no es bueno para un matrimonio. No me extraña que esté aburrido.

—No sabes lo típico que es eso —dijo Lali en tono teñido de indignación—. Pase lo que pase, las mujeres cargan con la culpa. —Removió su café, mirando la taza con mal gesto—. Ya sé, ya sé, a veces tenemos que hacerlo. Odio estar equivocada, maldita sea.

—Eso es un cuarto de dólar —dijeron tres voces.

Hurgó en su bolso en busca de monedas, pero sacó sólo cuarenta y seis centavos. En lugar de eso dejó sobre la mesa un dólar.

—Una de vosotras que dé el cambio a las otras dos. Necesito volver a hacerme con algo de cambio. Peter me ha dejado seca.

Hubo una larga pausa, durante la cual tres pares de ojos permanecieron clavados en ella. Por fin, Cande preguntó delicadamente:

— ¿Peter? ¿Quién es Peter?

—Ya sabéis. Peter. Mi vecino.

Euge frunció los labios.

—¿No será el mismo vecino que resultó ser policía pero al que tú describiste en varias ocasiones como tipejo, borracho, traficante de drogas, miserable hijo de puta, un patán que no ha visto una cuchilla ni una maquinilla de afeitar en lo que va de milenio... ?

—Está bien, está bien —dijo Lali—. Sí, es el mismo tipo.

— ¿Y ahora lo tratas por su nombre de pila? —preguntó Rochi asombrada.

Lali se ruborizó.

—Más o menos.

—Dios mío. —Cande abrió unos ojos como platos—. Se está sonrojando.

—Esto empieza a dar miedo —dijo Euge, y los tres pares de ojos parpadearon estupefactos.

Lali se revolvió en su asiento sintiendo cada vez más calor en el rostro. —No es culpa mía —dijo impulsivamente, a la defensiva—. Tiene un todoterreno rojo. Con tracción en las cuatro ruedas.

—Comprendo que eso cambie completamente las cosas —comentó Rochi estudiando el techo.

—De modo que no es tan tipejo —musitó Lali—. ¿Y qué? En realidad, es un tipejo, pero tiene sus puntos buenos.

—Y el mejor de todos lo tiene dentro de los pantalones, ¿no? —dijo en tono sarcástico Euge, la cual, al igual que un animal carnívoro, iba siempre directa a la ingle.

Cande desplegó una sorprendente falta de decoro lanzando un silbido y diciendo:

— ¡Inmersión! ¡Inmersión! —Igual que en una película de guerras entre submarinos.

— ¡Ya basta! —siseó Lali—. ¡No he hecho nada de eso!

— ¡Aja! —Rochi se inclinó hacia ella—. ¿Y qué es lo que has hecho, exactamente?

—Exactamente besarlo una sola vez, listilla, eso es todo.

—Un beso no es suficiente para sonrojarse así —dijo Euge sonriente—. Sobre todo en tu cara.

Lali aspiró profundamente.

—Es evidente que tú nunca has sido besada por Peter, de lo contrario no harías una afirmación tan equivocada.

—Así que fue impresionante, ¿eh?

No pudo evitar el suspiro que se escapó de sus pulmones ni el modo en que se curvaron sus labios.

—Sí, fue impresionante.

— ¿Y cuánto duró?

— ¡Ya te he dicho que no nos hemos acostado! Fue sólo un beso. —Ya, igual que el Viper era sólo un coche y el Everest sólo una colina.

—Me refiero al beso —dijo Euge impaciente—. ¿Cuánto duró?

Lali se quedó en blanco. No lo había cronometrado precisamente, y además habían pasado otras muchas cosas mientras tanto, como un inminente pero en última instancia denegado orgasmo, que había acaparado casi toda su atención.

—No sé. Cinco minutos o así, creo.

Todas se la quedaron mirando.

— ¿Cinco minutos? —preguntó Rochi débilmente—. ¿Un solo beso duró cinco minutos?

Otra vez aquel maldito sonrojo; notaba cómo le iba invadiendo la cara.

Cande sacudió lentamente la cabeza con incredulidad.

—Espero que estés tomando píldoras anticonceptivas, porque está claro que te encuentras en la zona roja. Podría marcarte un tanto en cualquier momento.

—Eso es lo que él piensa, también —dijo Lali, y frunció el entrecejo—. Resulta que ayer renové la receta médica.

—Evidentemente, él no es el único que lo piensa —saltó Rochi, y acto seguido mostró una ancha sonrisa—. ¡Oye, esto hay que celebrarlo!

—Estáis actuando como si yo fuera una causa perdida.

—Digamos sencillamente que tu vida social daba pena —dijo Euge.

—No es verdad.

— ¿Cuándo fue la última vez que saliste con un hombre?

En eso la había pillado, porque Lali sabía que hacía mucho tiempo de ello, tanto que no supo decir con exactitud cuánto.

—Vale, no salgo mucho con hombres. Pero es por decisión propia, no por necesidad. Mi historial de citas con hombres no es precisamente algo que destacar, acordaos.

— ¿Y qué tiene de distinto ese policía?

—Mucho —dijo Lali en tono ambiguo, al recordarlo desnudo. Tras un momento de ensoñación se obligó a regresar a la realidad—. Durante una mitad del tiempo siento ganas de estrangularlo.

— ¿Y durante la otra mitad?

Ella sonrió.

—Siento ganas de quitarle la ropa.

—A mí eso me parece la base de una buena relación —comentó Euge—. Desde luego, es más de lo que tenía yo con Bruck, y eso que lo he conservado alrededor de un año.

Lali se sintió aliviada de apartar el tema de conversación de Peter. ¿Cómo iba a poder explicar algo que ni siquiera ella misma entendía? Peter era exasperante, saltaban chispas entre ambos, y la noche anterior él no había ido a casa. Lali debería estar corriendo en la dirección contraria en vez de intentar urdir posibles maneras de tenerlo para ella sola.

— ¿Qué dijo?

—No mucho, lo cual fue una sorpresa. Cuando Bruck está enfadado, se muestra tan razonable como un niño de dos años con una rabieta. —Euge apoyó la barbilla en las manos entrelazadas—. Reconozco que me pilló con la guardia baja. Estaba preparada  para oír gritos y juramentos, pero no sentimientos heridos.

—A lo mejor se preocupa más de lo que tú pensabas —dijo Cande, pero incluso ella parecía dubitativa.

Euge soltó un resoplido.

—Lo que teníamos resultaba cómodo para los dos, pero no era precisamente la aventura del siglo. ¿Y tú? ¿Has sabido algo de Victorio? —El cambio de tema por parte de Euge indicaba que estaba tan deseosa de dejar de hablar de Bruck como Lali lo estaba de hablar de otra persona que no fuera Peter.

—De hecho, sí. —Cande adoptó una expresión pensativa—. Está... no sé... como impresionado por toda esta publicidad. Como si yo fuera de repente una persona más valiosa, no sé si me entendéis. Me invitó a cenar, en lugar de decir que ya se dejaría caer, como siempre ha hecho.

Un breve silencio engulló la mesa a la que estaban sentadas. Todas se miraron entre sí, inquietas por el súbito cambio de actitud de Victorio.

La expresión de Cande seguía siendo pensativa.

—Le dije que no. Si antes no era lo bastante interesante para él, tampoco lo soy ahora.

—Así se habla —dijo Lali, inmensamente aliviada. Todas chocaron palmas entre sí—. ¿Y ahora qué? ¿Victorio pertenece ya oficialmente al pasado, o piensas continuar?

—Voy a continuar. Pero no pienso volver a llamarlo; si quiere verme, que sea él quien llame.

—Pero lo has rechazado —señaló Lali.

—No le dije que se fuera al cuerno; sólo le dije que no, que tenía otros planes. —Se encogió de hombros
—. Si vamos a tener alguna relación, las reglas básicas van a tener que cambiar, es decir, yo pondré algunas normas en lugar de jugar siempre a su manera.

—Somos de lo más complicadas —dijo Lali con un suspiro, y buscó refugio en su café.

—Somos normales —la corrigió Rochi.

—Eso es lo que he dicho.

Aún reían en voz baja cuando la camarera les trajo los pedidos y situó los platos delante de ellas. Sus vidas amorosas eran, en general, un desastre. ¿Y qué? Tenían huevos revueltos con patatas para consolarse.

Como era viernes, cumplieron con la tradición de cenar en Ernie's al salir de trabajar. A Lali le resultaba difícil creer que había transcurrido sólo una semana desde que elaboraron la Lista con tanta alegría. Habían cambiado muchas cosas en una semana. Por un lado, el ambiente de Ernie's: cuando entraron en el local estalló una salva de aplausos y un coro de abucheos. Algunas mujeres, sin duda el escandalizado contingente feminista, se unieron a estos últimos.

— ¿Os lo podéis creer? —musitó Rochi mientras las conducían a una mesa—. Si fuéramos profetas, yo diría que estaríamos a punto de ser lapidadas.

—A quienes se lapidaba era a las mujeres perdidas —dijo Cande.

—Eso somos nosotras —dijo Euge riendo—. Por eso la gente reacciona al vernos. ¿Qué importa? Si alguien quiere decirnos algo a la cara, yo creo que podremos mantener el tipo.

Su camarero habitual les trajo las bebidas de siempre.

—Chicas, ahora sois famosas —les dijo en tono desenfadado. Si se sentía molesto por algunos de los detalles de la Lista, no lo demostró. Naturalmente, cabía la posibilidad de que no tuviera ni idea de cuáles eran los detalles.

Lali le dijo:

—Fíjate, se nos ocurrió la idea el viernes pasado, sentadas a esa mesa de ahí.

— ¿De verdad? Vaya. —El camarero miró la mesa en cuestión—. Esperad a que se lo diga al jefe.

—Sí, a lo mejor se le ocurre chapar la mesa en oro, o algo así.

El camarero sacudió despacio la cabeza, con aire dubitativo. —No creo. ¿No es eso lo que se hace con los caballos?

Estaba muy cansada, cortesía de haberse levantado a la intempestiva hora de las dos de la madrugada, por eso tardó un segundo en establecer la relación.

—Eso es «capar», no «chapar».

—Oh. —En el rostro del camarero se dibujó una expresión de alivio—. Ya decía yo cómo se le podía hacer algo así a una mesa.

—Bueno, hacen falta cuatro personas —dijo Lali—. Una para sujetar cada pata.

Rochi bajó la cabeza hasta la mesa. Sacudía los hombros en un intento de sofocar la risa. Euge tenía una expresión un tanto alocada en los ojos, pero logró pedir la comida con sólo un leve temblor en la voz. Cande, la más compuesta de las cuatro, esperó hasta que el camarero hubo tomado todos los pedidos y desaparecido en la cocina para taparse la boca con las manos y reír a carcajadas hasta que se le saltaron las lágrimas.

—Una para cada pata —repitió boqueando, y estalló de nuevo en carcajadas.

La cena no fue tan relajada como de costumbre, porque no dejaban de acercarse personas a su mesa para hacer comentarios, tanto de elogio como de crítica. Cuando llegó la comida, estaba quemada; era evidente que el camarero era uno de los abucheadores.

—Vámonos de aquí —dijo por fin Euge con fastidio—. Aunque fuéramos capaces de tragarnos esta comida carbonizada, no tendríamos oportunidad de hacerlo con tantas interrupciones.

— ¿La pagamos? —preguntó Cande examinando la piedra negruzca que se suponía que era una hamburguesa.

—Normalmente te diría que no —repuso Lali—. Pero si esta noche organizamos una bronca, es probable que mañana aparezca en los periódicos.

La cuatro asintieron suspirando. Dejaron sus platos mayormente intactos, pagaron la cuenta y se fueron. Por lo general se quedaban un rato después de cenar, pero esta vez ya eran más de las seis; el sol de verano aún brillaba sobre el horizonte, y el calor resultaba sofocante.

Todas se replegaron a sus respectivos automóviles. Lali arrancó el motor del Viper y permaneció un momento sentada, escuchando el rumor grave de una  máquina potente y puesta a punto. Conectó el ventilador en la posición máxima y ajustó las rejillas de salida del aire para que éste le diera en la cara.

 No tenía ganas de ir a casa y ver las noticias, por si acaso volvían a hablar de la Lista. Decidió hacer la compra en vez de esperar al sábado y giró en sentido norte para tomar Van Dyke, pasó como un rayo por delante de la fábrica de General Motors y se resistió al impulso de girar a la derecha, lo cual la habría llevado al Departamento de Policía de Warren. No quería ver si había un todoterreno rojo o un Pontiac marrón en el aparcamiento. Lo único que deseaba era comprar comida y llegar a casa a ver qué hacía Bubú; llevaba tanto tiempo fuera que probablemente el gato se habría despachado con otro almohadón.

Lali no era de las que se entretienen al hacer la compra. Odiaba hacerla, por eso entraba en el supermercado igual que si se tratara de una carrera contrarreloj. Pilotando un carrito a gran velocidad, pasó volando por la sección de verduras echando al cesto repollo y lechuga además de fruta variada; luego recorrió rápidamente los demás pasillos. No cocinaba mucho, porque suponía demasiada molestia para una sola persona, pero de vez en cuando preparaba un asado o algo similar y después se lo iba comiendo en bocadillos a lo largo de una semana. Sin embargo, la comida para gatos de Bubú era una necesidad.

En aquel momento sintió que un brazo se cerraba alrededor de su cintura y oyó una voz grave que le decía:

— ¿Me has echado de menos?






domingo, 28 de junio de 2015

capitulo 21 y 22



Lali se fue a casa mascullando para sí todo el rato, aunque se acordó de detenerse en la clínica a hacer acopio de píldoras anticonceptivas para tres meses. La alta dirección había decidido que explotar la situación para conseguir toda la publicidad que pudieran era sin duda beneficioso, y a partir de ahí todo se había acelerado. En nombre de las demás, aceptó acudir a una entrevista en Buenos días, A
mérica, aunque no alcanzaba a comprender por qué estaba interesado un programa informativo matinal cuando era obvio que no podía entrar en los detalles más jugosos de la lista. Tal vez fuera un ejemplo del deseo de aquella cadena de imponerse a otras cadenas. Entendía que sintieran interés publicaciones como Cosmopolitan o incluso alguna de las revistas para hombres. Pero ¿qué podía publicar People, aparte de una visión personal de las cuatro amigas y del impacto que la lista había provocado en sus vidas?

Era evidente que el sexo vendía hasta cuando no se podía hablar de él.

Las cuatro debían acudir a la filial de la ABC en Detroit a la supuestamente razonable hora de las cuatro de la madrugada, y la entrevista sería grabada. Tenían que venir ya vestidas, peinadas y maquilladas. Un corresponsal de la ABC, que no sería Diana ni Charlie, iba a desplazarse hasta Detroit en avión para realizar la entrevista, en lugar de dejarlas sentarse en un plato vacío con minúsculos auriculares en las orejas, hablándole al aire, mientras les formulaba las preguntas alguien situado en Nueva York. Contar con una persona real y en directo haciendo la entrevista era evidentemente un gran honor. Lali intentó sentirse honrada, pero lo que sintió fue cansancio ante la idea de tener que levantarse a las dos de la mañana para vestirse, peinarse y maquillarse.

No vio ningún Pontiac marrón en el camino de entrada contiguo, ni ninguna señal de vida en el interior de la casa.

Desastre.

Bubú traía pedazos de relleno de los almohadones prendidos a los bigotes cuando la saludó. Lali ni siquiera se tomó la molestia de echar un vistazo a la sala de estar. Lo único que podía hacer a aquellas alturas para proteger lo que quedaba de su sofá era cerrar la puerta para que el gato no pudiera entrar en la habitación, pero en ese caso trasladaría su frustración a algún otro mueble. El sofá ya había que mandarlo a arreglar; pues que se desahogase con él.

Una sensación súbita y sospechosa, y una visita al cuarto de baño le indicaron que le había llegado el período, puntualmente. Dejó escapar un suspiro de alivio. Estaba a salvo de su inexplicable debilidad por Peter en los últimos días. A lo mejor debería también dejar de depilarse las piernas; de ninguna manera iba a embarcarse en una aventura amorosa con las piernas cubiertas de vello. Deseaba mantener a Peter a distancia por lo menos un par de semanas más, sólo para frustrarlo. Le gustaba la idea de que Peter se sintiese frustrado.

Al entrar en la cocina miró por la ventana. Seguía sin verse el Pontiac, aunque supuso que quizá Peter estuviera conduciendo su todoterreno, como había hecho el día anterior. Las cortinas de la cocina estaban echadas.

Resultaba difícil frustrar a un hombre que no estaba allí.

En aquel momento entró un coche y se detuvo detrás del Viper. Se apearon dos personas, un hombre y una mujer. El hombre llevaba una cámara alrededor del cuello y cargaba con una serie de bolsas. La mujer llevaba un bolso grande e iba vestida con una chaqueta blazer a pesar del calor.

No merecía la pena intentar esquivar a más periodistas, pero no pensaba permitirles que entrasen en su cuarto de estar sembrado de relleno de sofá. Fue hasta la puerta de la cocina, la abrió y salió al porche.

—Pasen —dijo con voz cansada—. ¿Les apetece un café? Estaba a punto de preparar una cafetera.


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Corin contempló el rostro reflejado en el espejo. A veces desaparecía durante semanas o meses, pero allí estaba, en el reflejo, como si nunca se hubiera ido. Hoy no había podido ir a trabajar, pues temía lo que podría pasar si las viera en carne y hueso. Aquellas cuatro putas. ¿Cómo se atrevían a reírse de él, de insultarlo con su Lista? ¿Quién se creían que eran? Ellas no pensaban que él fuera perfecto, pero él sabía la verdad.

Al fin y al cabo, lo había entrenado su madre.

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Pablo estaba en casa cuando llegó Rochi. Por un instante se le contrajo el estómago en una náusea, pero no se permitió titubear. Ahora mandaba el respeto por sí misma.

Abrió la puerta del garaje y entró en la casa por el zaguán, como siempre. Dicho cuarto daba a la cocina, su hermosa cocina, con sus armarios y accesorios de color blanco y sus relucientes cacharros de cobre colgando de una barra por encima de la isleta central. Su cocina estaba sacada de un libro de decoración, y era su pieza favorita de la casa, no porque le gustase cocinar, sino porque la encantaba el ambiente que tenía. Había un pequeño invernadero lleno de hierbas, helechos y flores pequeñas que llenaban el aire de perfume y frescor. En aquel espacio había introducido dos sillones, una mesa, además de un escabel súper acolchado para descansar los pies y las piernas. El invernadero era en su mayor parte de cristal glaseado, lo cual dejaba entrar luz abundante pero reflejaba el calor y el frío. La encantaba acurrucarse allí con un buen libro y un té caliente,  sobre todo en invierno, cuando fuera el suelo estaba cubierto por una manta de nieve pero dentro se estaba cómodo y calentito, rodeado por su jardín perpetuo.

Pablo no estaba en la cocina. Rochi dejó el bolso y las llaves en el sitio acostumbrado sobre la isleta, se quitó los zapatos y puso a calentar un hervidor con agua para hacer té.

No lo llamó ni fue a buscarlo. Supuso que se encontraría en su guarida, viendo la televisión y alimentando su rencor. Si deseaba hablar con ella, que saliese de su cueva.

Se puso un pantalón corto y un top ceñido. Aún tenía un buen cuerpo, aunque más musculoso de lo que a ella le gustaba, resultado de años de formar parte de un equipo de fútbol femenino. Hubiera preferido tener la constitución esbelta de Cande, o las curvas delicadas de Lali, pero en conjunto estaba satisfecha consigo misma. No obstante, al igual que la mayoría de las mujeres casadas, había perdido la costumbre de vestir prendas entalladas y por lo general usaba ropa holgada de algodón en invierno y camisetas flojas en verano. Tal vez hubiera llegado el momento de empezar a sacar el máximo partido a su imagen, tal como hacía cuando Pablo y ella eran novios.

No estaba acostumbrada a que Pablo estuviera en casa a la hora de cenar. Para esa última comida del día solía encargar algo a domicilio o bien tomarse algún plato preparado para el microondas. Supuso que Pablo no comería nada aunque ella cocinase algo (mira, eso le indicaría si a él le entraba el hambre, ¿no?). Regresó a la cocina y sacó uno de los congelados. Era bajo en grasa y en calorías, así que podría darse el capricho de tomarse un helado después.

Pablo emergió de su guarida mientras ella estaba apurando los últimos restos del helado. Se quedó allí de pie, mirándola, como si esperara que ella se precipitara a pedirle disculpas para así empezar a soltar la diatriba que tenía ensayada.

Pero Rochi no le hizo el favor. En vez de eso le dijo:

—Debes de estar enfermo, ya que no estás trabajando.

Pablo apretó los labios. Todavía era un hombre guapo, pensó Rochi desapasionadamente. Era esbelto y de piel morena, y el cabello le había clareado sólo un poco en comparación con cuando tenía dieciocho años. Siempre iba bien vestido, con colores oscuros y trajes de seda, además de llevar calzado deportivo caro y de piel.

—Tenemos que hablar —dijo en tono grave.

Rochi alzó las cejas a modo de cortés interrogante, tal como habría hecho Lali. Lali era capaz de conseguir más cosas con sólo levantar una ceja que la mayoría de la gente con un mazo de hierro.

—No era necesario que dejaras de ir a trabajar para eso.

A juzgar por su expresión, Rochi percibió que aquélla no era la reacción que esperaba Pablo. Se suponía que ella concedía mucha más importancia a la relación entre ambos... y al estado de ánimo de él.

Bien, había que ser dura.

—Creo que no te das cuenta del grave daño que me has causado en el trabajo —comenzó Pablo—. No sé si podré perdonarte alguna vez por haberme convertido en el hazmerreír de todos. Pero voy a decirte una cosa: no existe la menor posibilidad de que arreglemos esto mientras tú sigas andando por ahí con esas tres putas a las que llamas amigas. No quiero que vuelvas a verlas, ¿me oyes?

—Ah, de modo que es eso —contestó Rochi comprendiendo de pronto—. Tú crees que puedes valerte de lo que está pasando para decirme a quién puedo tener de amiga y a quién no. Muy bien. Vamos a ver... Si dejo de ver a Euge, tú puedes dejar de ver a Jason. En cuanto a Cande... oh, ¿qué tal Curt? Y Lali... Bueno, si yo dejo a Lali, tú vas a tener que dejar a Steve, como poco; aunque, personalmente, Steve no me ha importado nunca, así que me parece que deberías aportar algún otro extra para equilibrar la cuestión.

Pablo se la quedó mirando como si le hubieran crecido dos cabezas. Él y Steve Rankin llevaban siendo amigos íntimos desde el instituto. En verano iban a ver a los Tigers y en invierno a los Lions. Habían hecho muchas cosas de las que forjaban la amistad masculina.

— ¡Estás loca! —exclamó.

— ¿Por pedirte que te olvides de tus amigos? Pues ya ves. Si tengo que hacerlo yo, tú también.

— ¡Yo no soy el que está haciendo trizas nuestro matrimonio con absurdas listas de a quién consideras tú el hombre perfecto! —chilló Pablo.

—No es «quién», sino «qué» —corrigió Rochi—. Ya sabes, cosas como consideración, por ejemplo. Y fidelidad. —Al decir esto último observó fijamente a Pablo, preguntándose de repente si el poco afecto que había recibido de él en los dos últimos años no obedecería a una razón más básica que un simple distanciamiento.

Él apartó la mirada.

Rochi hizo acopio de fuerzas para reprimir el dolor que empezaba a acecharla. Lo metió en una cajita y lo escondió bien adentro para poder continuar durante los próximos minutos, días y semanas.

— ¿Quién es ella? —preguntó en un tono tan natural como si le estuviera preguntando si había recogido la ropa de la tintorería.

— ¿Quién es quién?

—La otra. La mujer con la que siempre me comparas en tu mente.

Pablo se sonrojó y ocultó las manos en los bolsillos.

—Yo no te he sido infiel —murmuró—. Estás intentando cambiar de tema...

—Aun cuando no me hayas sido infiel físicamente, lo cual no sé si creerlo o no, hay alguien que te atrae, ¿no es así?

Pablo enrojeció aún más.

Rochi se acercó al armario y sacó una taza y una bolsita de té. Puso la bolsita dentro de la taza y vertió agua hirviendo encima. Al cabo de un minuto dijo:

—Creo que tienes que irte a un motel.

—Rochi...

Ella levantó una mano sin mirarlo.

—No pienso tomar ninguna decisión precipitada sobre divorciarnos ni separarnos. Quiero decir que debes irte a un motel a pasar esta noche, para que yo pueda pensar sin tenerte por aquí intentando dar vuelta a las cosas y echarme a mí la culpa de todo.

— ¿Pero qué hay de esa maldita lista...?

Rochi agitó una mano.

—La lista no tiene importancia.

— ¡Y una mierda! Todos los compañeros del trabajo se burlan de mí diciendo que a ti te gustan las pollas gigantes...

—Y lo único que se te ocurre contestar es: sí, me habéis hecho polvo —dijo Rochi en tono impaciente—. Así que la lista se ha vuelto un tanto obscena. ¿Y qué? A mí me parece bastante graciosa, y es evidente que mucha gente opina lo mismo. Mañana vamos a salir en Buenos días, América. La revista People quiere hacernos una entrevista. Hemos decidido hablar con todo el que nos lo pida, así todo este asunto terminará cuanto antes. Dentro de unos días surgirá otra historia, pero hasta ese momento vamos a divertirnos mucho.

Pablo la miró fijamente, sacudiendo la cabeza en un gesto negativo.

—No eres la mujer con quien me casé —dijo en grave tono acusatorio.

—Pues perfecto, porque tú tampoco eres el hombre con quien me casé yo.

Pablo dio media vuelta y salió de la cocina. Rochi bajó la vista a la taza de té que tenía en la mano, luchando por contener las lágrimas. Bueno, ahora las cosas estaban claras. Hacía mucho tiempo que debería haber visto lo que estaba ocurriendo. A fin de cuentas, ¿quién sabía mejor que ella cómo actuaba Pablo cuando estaba enamorado?


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Cuando Eugenia llegó a casa Bruck no estaba dormido en el sofá como de costumbre, aunque había visto su vieja camioneta en el camino de entrada. Fue hasta el dormitorio y lo encontró metiendo ropa en un petate de lona.

— ¿Vas a alguna parte? —le preguntó.

—Pues sí —respondió él en tono hosco.

Euge observó cómo hacía el equipaje. No tenía mal aspecto con su estilo de bebedor de cerveza, cabello demasiado largo, sin afeitar, rasgos ligeramente marcados y su atuendo habitual consistente en vaqueros ceñidos, camiseta ceñida y botas desgastadas. Diez años más joven que ella, siempre con problemas para conservar un empleo estable, ajeno a todo lo que no fueran deportes... Desde luego, no era precisamente el partidazo del siglo. Gracias a Dios, no estaba enamorada de él. Llevaba años sin enamorarse de nadie. Lo único que quería era compañía y sexo. Bruck le proporcionaba sexo, pero no le hacía mucha compañía que digamos.

Bruck cerró la cremallera del petate, lo agarró por las asas y pasó de largo frente a Euge.

— ¿Vas a volver? —le preguntó ella—. ¿O he de enviarte el resto de tus cosas al sitio adónde vas?

Él la miró con cara de pocos amigos.

— ¿Por qué preguntas? A lo mejor deberías buscarte a otro más dotado que me sustituya a mí, ¿no crees? Alguien que tenga una polla de veinticinco centímetros, tal como te gustan.

Eugenia puso los ojos en blanco.

—Oh, por favor —musitó—. Dios me libre del orgullo masculino herido.

—No lo entenderías —repuso él, y para su sorpresa Euge detectó una pizca de dolor en su voz áspera.

Eugenia se quedó estupefacta viendo cómo Bruck salía furioso de la casa y se subía a su camioneta cerrando de un portazo. Levantó la grava al salir del camino de entrada.

Estaba atónita. ¿Bruck, herido? ¿Quién lo hubiera pensado?

Bueno, podía regresar o no. Eugenia se encogió mentalmente de hombros y abrió la caja que contenía el contestador nuevo. Lo conectó hábilmente y, mientras grababa un mensaje de bienvenida, se preguntó cuántas llamadas se habría perdido debido a que Bruck había arrojado el aparato contra la pared. Aunque se hubiera tomado la molestia de contestar al teléfono, no habría anotado ningún recado para ella, estando de semejante humor.

Si hubiera algo importante, ya volverían a llamar.

Apenas había terminado de pensar eso cuando sonó el teléfono. Levantó el auricular.

—Diga.


— ¿Cuál de las cuatro eres tú? —susurró una voz fantasmal.







Lali abrió apenas un ojo y miró furiosa el reloj, que estaba emitiendo un pitido agudo de lo más molesto. Cuando por fin comprendió que era la alarma - al fin y al cabo nunca la había oído sonar a las dos de la madrugada - alargó el brazo y le propinó un manotazo. Se acurrucó de nuevo en el
recuperado silencio, preguntándose por qué demonios habría sonado la alarma a aquella hora tan intempestiva.

Porque ella misma la había puesto para que sonase a aquella hora, he ahí el porqué.

- No - gimió en medio de la oscuridad - Me niego a levantarme. !Solo llevo cuatro horas durmiendo!

Pero se levantó. Antes de irse a la cama había tenido la previsión de dejar preparada la cafetera y fijar el temporizador a 1.50 . La atrajo el olor a café y se dirigió a la cocina dando tumbos. Al encender la luz tuvo que entrecerrar los ojos para protegerse de la fuerte claridad.

- La gente de la televisión es de otro planeta - murmuró al tiempo que cogía una taza - Los seres humanos auténticos no hacen esto como costumbre.

Con una taza de café dentro del cuerpo, consiguió llegar hasta la ducha. Mientras el agua le caía sobre la cabeza recordó que no tenía la intención de lavarse el pelo. Como no había tenido en cuenta el tiempo necesario para lavarse y secarse el pelo cuando calculó la hora de levantarse, ahora iba oficialmente con retraso.

- No puedo con esto.

Un minuto más tarde se convenció a sí misma de intentarlo. Rápidamente se aplicó el shampoo y se enjabonó con la esponja, y tres minutos después salía de la ducha. Con otra taza de humeante café a mano, se secó el pelo con el secador y a continuación se puso un poco de espuma para domar los mechones rebeldes.
Cuando una se levantaba tan temprano, era necesario usar maquillaje para ocultar la imagen automática de horror e incredulidad; se lo aplicó rápido pero en cantidad generosa buscando ofrecer un aspecto glamoroso, como de recién salida de una fiesta. Lo que consiguió se acercaba más al aspecto de estar con resaca, pero no pensaba malgastar más tiempo en una causa perdida.

No te vistas de blanco ni de negro, le había dicho la mujer de la televisión. Lali se puso una falda negra larga y estrecha, suponiendo que la mujer se había referido a la mitad superior del cuerpo, que era lo que iba a verse. A continuación se enfundó un jersey rojo de escote bajo, redondo y manga tres cuartos, se ajustó un cinturón negro y completó el atuendo con unos zapatos bajos de color negro y unos aros de oro en las orejas.

Consultó el reloj. Las tres de la madrugada. !Maldición, qué buena era!

Antes se mordería la lengua que reconocerlo.

Muy bien. ¿Qué más? Comida y agua para Bubú, que no se encontraba a la vista. Gato listo, pensó.

Una vez resuelta aquella pequeña tarea, salió de casa cuando pasaban cinco minutos de las tres. El camino de entrada de al lado seguía vacío. No estaba el Pontiac marrón, ni tampoco había oído entrar ningún otro vehículo durante la noche. Peter no había ido a casa.

Probablemente tendría novia, pensó apretando los dientes. Se sintió como una idiota.

Naturalmente tendría novia. Los hombres como Peter siempre tenían una o dos mujeres pendientes de él, o tres. Con ella no había podido ir a ninguna parte gracias a que no usaba ningún anticonceptivo, de manera que simplemente se fue volando a posarse sobre la flor siguiente.

- Tipejo - masculló al tiempo que se metía en el Viper. Debería haberse acordado de sus experiencias anteriores en guerras sentimentales y no haberse emocionado tanto. Era evidente que sus hormonas se habían impuesto al sentido común y que se había emborrachado de vino de ovarios, la sustancia más potente y más destructora de cordura de todo el universo. Dicho en pocas palabras, había echado un vistazo al cuerpo desnudo de Peter y se había puesto cachonda.

- Olvídalo - se dijo a sí misma mientras conducía por entre las silenciosas y oscuras calles residenciales - No pienses en ello - Claro. Como que iba a olvidarse de la visión de aquel mango, agitándose libre y orgulloso.

Le entraron ganas de llorar al pensar en tener que olvidarse de aquella erección reverencial y que se hacía agua la boca sin haberla probado siquiera, pero el orgullo mandaba. Se negaba a ser una de tantas en la cabeza de un hombre, y mucho menos en su cama.

La única excusa que podía tener Peter, reflexionó, era que estuviera tumbado en algún hospital, demasiado grave como para marcar un número de teléfono. Lali sabía que no le habían disparado ni nada parecido, pues el hecho de que un policía hubiera resultado herido habría salido en las noticias. Si hubiera sufrido un accidente de tráfico, la señora Kulavich se lo hubiera dicho. No, estaba vivito y coleando, en alguna parte. Allí era donde radicaba el problema.

Sólo para no dejar fuera ninguna posibilidad, intentó sentir un poquito de preocupación por él, pero lo único que logró sentir fue un profundo deseo de mutilarlo.

De sobra sabía que no debía perder la cabeza por un hombre. Aquello era precisamente lo humillante, que lo sabía de sobra. Tres compromisos rotos le habían enseñado que una mujer necesita conservar la cabeza fría cuando trata con la especie masculina, o de lo contrario puede resultar seriamente perjudicada. Peter no le había hecho daño - en fin, no mucho - pero había estado a punto de cometer un error verdaderamente tonto, y odiaba pensar que era tan ingenua.

Maldito fuera, ¿por qué no podía haberla llamado por lo menos?

Si tuviera un mechón de pelo suyo, se dijo, podría lanzarle una maldición, pero estaba dispuesta a apostar a que él no la dejaría acercarse lo más mínimo con un par de tijeras en las manos.

Se entretuvo inventando imaginativos encantamientos por si acaso lograba hacerse con un poco de cabello suyo. En particular le gustó uno que lo castigaba con un importante marchitamiento. !Ja! A ver cuántas mujeres quedaban impresionadas cuando aquella palanca de mando se transformara en un fideo fláccido.

Por otra parte, tal vez estuviera reaccionando en exceso. Un beso no bastaba para establecer una relación.

No tenía ningún derecho sobre él, sobre su tiempo ni sobre sus erecciones.

Vaya que no.

Vale, hasta ahí la lógica, En este caso tenía que hacer caso a lo que le decía el instinto, porque no quedaba sitio para nada más. Sus sentimientos hacia Peter se salían bastante de la norma, pues estaban formados a partes iguales por pasión y furia. Peter podía enfurecerla más rápidamente que ninguna otra persona que hubiese conocido jamás. Y también había estado muy cerca de pasarse de la raya al afirmar que cuando la besara los dos terminarían desnudos. Si él hubiera elegido mejor el lugar, si  no estuviera en medio de la entrada de ella, no habría recuperado el control a tiempo para detenerlo.

Aunque estaba siendo sincera con él, también debía admitir que los conflictos que surgían entre ambos la estimulaban mucho. Con sus tres prometidos - en realidad, con la mayoría de las personas - se había contenido, había reprimido sus ataques verbales. Sabía que era una sabihonda; Ana y Patricio se habían tomado las muchas molestias para hacérselo saber. Su madre había intentado atemperar sus reacciones y lo había conseguido en parte. A lo largo del colegio había luchado por mantener la boca cerrada, porque la velocidad rápida como el rayo a la que funcionaba su cerebro dejaba desconcertados a sus compañeros de clase, incapaces de estar a la altura de sus procesos mentales. Tampoco deseaba herir los sentimientos de nadie, lo cual había aprendido enseguida que podía hacerlo sólo con decir lo que pensaba.

Valoraba mucho su amistad con Euge, Rochi y Cande porque, por más distintas que fueran todas, las otras tres la aceptaban y no se sentían intimidadas por sus observaciones cáusticas. Experimentaba esa misma clase de alivio en su trato con Peter, porque él era tan sabihondo como ella y poseía la misma agilidad y velocidad verbal.

No quería renunciar a aquello. Una vez que lo había admitido, comprendió que tenía dos alternativas: marcharse, lo cual había sido su primera intención, o darle una lección acerca de...acerca de jugar con sus sentimientos, !maldita sea! Si había algo con lo que no quería que jugara la gente era con sus sentimientos. Bueno, está bien, en realidad había dos cosas: tampoco quería que jugara con el Viper. Pero Peter...Por Peter merecía la pena luchar. Si tenía otras mujeres en la cabeza y en la cama, ella sencillamente tendría que sacarlas de allí y hacerlo pagar a él por causarle dicho trabajo.

Ya está. Ahora se sentía mucho mejor. Ya estaba decidido lo que iba a hacer.

Llegó a la cadena de televisión antes de lo que había previsto, pero es que a aquella hora de la mañana no había mucho tráfico por las autopistas ni por las calles. Cande ya se encontraba allí, apeándose de su Cámaro blanco, con aspecto de estar tan fresca y descansada como si fueran las nueve de la mañana en vez de ni siquiera las cuatro. Llevaba un vestido de seda de color dorado que le prestaba un brillo especial a su tez crema y café.

- Esto es como fantasmagórico, ¿no? - dijo cuando Lali se unió a ella y ambas se encaminaron a la puerta trasera de los estudios, tal como les habían dicho que hicieran.

- Se me hace raro - convino Lali - No es natural estar despierto y ya funcionando a estas horas - Cande rió

- Estoy segura de que toda la gente que circulaba por la carretera no estaba haciendo nada bueno, porque ¿qué otra razón podrían tener si no para andar por ahí?

- Serán todos traficantes de drogas y pervertidos.

- Prostitutas.

- Ladrones de bancos.

- Asesinos y malhechores.

- Famosos de la televisión.

Todavía estaban riendo cuando llegó Eugenia en su coche. En cuanto se reunió con ellas les dijo:

- ¿Habéis visto los tipos tan raros que hay por la calle? Deben de salir por la noche, o algo así.

- Ya hemos hablado de eso - dijo Lali sonriente - Supongo que se puede decir sin temor a equivocarse que a ninguna de nosotras nos van mucho las fiestas, como para llegar arrastrándonos a casa a estas horas de la madrugada.

- Yo ya me he arrastrado bastante - dijo Euge en tono desenfadado - Hasta que me cansé de mancharme las manos de huellas de zapatos - miró a su alrededor - No me puedo creer que haya llegado antes que Rochi. Ella siempre llega temprano, y yo suelo retrasarme.

- A lo mejor Pablo ha tenido una rabieta y le ha dicho que no puede venir - sugirió Cande.

- No; si no pudiera venir, habría llamado - repuso Lali. Consultó el reloj: las cuatro menos cinco - Vamos a entrar. Es posible que tengan café, y yo necesito una buena dosis para pensar con coherencia.