viernes, 17 de febrero de 2023

capitulo 28 y 29


 















Lali

Bueno, por supuesto!

Mis ojos se abrieron de golpe al oír la voz
sarcástica, y me disparé fuera de la cama.


Mi madre estaba de pie en la puerta abierta de la habitación de Peter con una mano en la cadera y el otro brazo doblado a su
costado, mostrando los brillantes diamantes en sus dedos.


Todavía estaba vestida en camisón, y parpadeé alejando el sueño, tratando de asumir su apariencia.

Me tragué una sonrisa exhausta ante su atuendo ridículo. Llevaba unos pantalones negros equipado, una blusa sin mangas con
estampado de animales en blanco y negro, yo odiaba el estampado de animal, y un sombrero de fieltro negro.

¿En serio? ¿Un sombrero?
Cada vez que la veía, ella estaba tratando de parecer más y más joven. O más bien como una heredera italiana. No estaba segura.


—¿Qué estás haciendo aquí? —Me sorprendió la aspereza en mi tono. 


El episodio de anoche con Peter me había sacado toda funcionalidad, pero me sentía fuerte y alerta del cuello para arriba, por
lo menos.
Sonrió, su piel impecable brillando en el sol de la mañana que entraba por las ventanas.

—Vivo aquí, Lali. Tú no. ¿Recuerdas?
Mirando al otro lado de la cama, me di cuenta de que Peter no estaba allí.

¿Dónde estaba?
Entrecerré mis ojos hacia mi madre mientras caminaba hacia el pie
de la cama.

—Vete —le pedí.
Agarró la camiseta de Peter y empezó a doblarla.
—Acostarte para llegar a la cima, ya veo. No me sorprende encontrarte en su cama. Otra vez.

Aparté las mantas y busqué mis gafas en la mesilla de noche, pero luego me detuve.

No. No las necesitaba para hablar con ella.

Dejando caer mi mano, salí de la cama y levanté mi barbilla.
—Si no sales, te sacaré yo misma.

No era una amenaza. Estaba buscando una razón para pegarle.
—Jason me está esperando. —Entrecerró sus ojos, tratando de parecer aburrida—. Está en camino. ¿Sabías eso? La sordidez de ti y a Peter juntos es la única cosa en la que mi marido y yo acordamos.

Hice una mueca al oír la palabra “marido”. Divertido. Nunca pensé en ellos como casados. Tal vez porque nunca parecían estarlo.


Se acercó a mí, frotando sus manos frías por mis brazos desnudos.
—Jason tiene maneras de influir en su hijo. Será mejor que te acostumbres a ese hecho tan pronto como sea posible, Lali. Por tu
propio bien. Peter no está en esto a largo plazo.


—Vete. —Una voz profunda nos sorprendió a ambas.


Mi espalda se enderezó y mis ojos se dispararon a la puerta donde Peter se paraba, mirando a mi madre.


Ella se había girado ante el sonido de su profunda orden, y de repente mis brazos y piernas se precipitaron con poder. Me sentía más fuerte con él aquí. No es que me basara en Peter para pelear mis batallas. Solo se sentía bien no estar sola.


—Lo haré —aseguró, y oí la sonrisa en su voz—. Tu padre estará aquí pronto, así que vístete. Ambos.

Miró entre nosotros y luego se dirigió hacia la puerta mientras
Peter entraba. Tenía los brazos cruzados, y los músculos de su pecho desnudo se flexionan. Peter no golpearía a una mujer, pero ahora parecía querer hacerlo.

Mi madre se detuvo en la puerta y se giró para mirarnos.
—Peter, serás enviado de vuelta a Notre Dame. ¿Y Lalir? Vas a venir conmigo hoy. Volveremos a Chicago. Tengo que planificar el Evento Triumph de Caridad, e irás de nuevo a la escuela.
No pude evitar la risa que brotó. Me pellizqué mis cejas con incredulidad.
¿Eres del planeta del Engaño? ¿Qué te hace pensar que me 
puedes decir qué hacer?

—Te voy a llevar de vuelta a Chicago, y no verás a Peter de nuevo. —Sus palabras eran agudas, cada sílaba una amenaza—. No
hay manera de que yo sea asociada con él o con su padre después del divorcio. Y ellos no te quieren, de todos modos.


—¡Fuera! —gruñó Peter.

Ella cerró la boca y se lo tragó, momentáneamente aturdida.
Arqueando una ceja, continuó, dirigiéndose a Peter—Una vez que tu padre llegue, hará que entres en razón. No vas a ver a mi hija, Peter.
Peter cargó hacia mi madre, tomando pasos largos y profundos hacia ella hasta que se vio obligada a volver al pasillo. Los seguí, y él paró lentamente, frunciéndole el ceño.

—Haz esa amenaza de nuevo —desafió—. Te colgaré a una pared si tratas llegar a ella.
Los ojos me ardían, y sonreí para mis adentros. Él era por lo menos quince centímetros más alto que mi madre, y yo
no sabía si realmente lo haría, pero mi sangre se agolpó caliente por verlo así.

Ella frunció los labios en desafío antes de decidirse cerrar su maldita boca y marcharse.
Dios, lo amaba.
—Peter... —Corrí hacia él, y se volvió justo a tiempo para atraparme en un abrazo. Le susurré al oído—: Eres tan sexy.
Su cuerpo se estremeció de risa y envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y me levantó del suelo. Enrosqué mis brazos alrededor de su cuello y cerré la puerta de la habitación después de que hubiéramos
entrado en ella.

—Tenemos problemas —dije con la mayor naturalidad.
—Tenemos dieciocho. Y mi padre solo está alardeando.
—Pero...
—Confía en mí —interrumpió—. ¿Me amas?
Asentí como un niño que quería un helado.
—Sí.

—¿Me amas tanto que no podrías ser capaz de matarme si me convirtiera en un zombi? —Presionó con picardía en su rostro.
—Sí. —Me reí.

Me dejó, buscó en sus pantalones y sacó una caja de cuero circular, negra. Cuando la abrió, casi me desplomé ante lo que vi.


Un anillo, bellamente tallado alrededor de la banda de platino con un gran diamante redondo en el centro y varios diamantes redondos más pequeños a cada lado, brillaba en el resplandor de la habitación.

Cuando mis grandes ojos levantaron la mirada, Peter estaba
sobre una rodilla.
Sonrió.

—Tengo una idea.

—Hombre, ¿estás seguro de que estás dispuesto a hacer esto? — Nico se inclinó sobre el mostrador al otro lado de Peter mientras firmábamos los papeles para nuestra licencia de matrimonio.


—No estés celoso —bromeó Peter—. Todavía podemos ser amigos. Simplemente no amigos con beneficios.


Nico rodó sus ojos y se dirigió de nuevo a la pared con sillas, sentándose con los codos en las rodillas.


No parecía preocupado. No obstante, definitivamente inquieto. Tal vez un poco frenético, también.

Ciertamente yo también lo estaba. Mareada, nerviosa, petrificada, preocupada y tensa.
Y completamente enamorada.


Me había llevado dos segundos encontrar mi voz y susurrar “sí” cuando Peter me pidió que me casara con él. Y a pesar de que tenía un huracán de inquietudes y preguntas que giraban en mi estómago, estaba completamente segura y tranquila sobre una cosa.


Peter.

No lo dudé ni por un momento, y nunca dudé cuando me pregunté si yo era suya.
Lo era, lo soy y siempre lo seré. Eso era todo.

Habíamos dejado nuestra casa antes de que el padre de Peter llegara y se dirigiera directamente a Chicago. Apenas había llevado algo de ropa conmigo, así que me dirigí a mi dormitorio primero para poder limpiar y recoger a Euge, y luego le había enviado un mensaje de texto a Nico para que se saliera de clases y se reuniera con nosotros en la Oficina del Secretario de la Ciudad.

Necesitábamos testigos, y por supuesto, queríamos a nuestros amigos allí.


Definitivamente no me veía como una novia, sin embargo. Euge y yo usábamos el mismo estilo de ropa, lo que significaba que estaba fuera de suerte para los vestidos. 


Probablemente era lo mejor, sin embargo. Me habría sentido incómoda.
Llevaba una blusa blanca endeble con un collar de fantasía y una camiseta sin mangas metida en unos lindos pantalones ajustados, con unas bailarinas negras y un abrigo militar Burberry negro a juego. Estaba ceñido en la cintura y se ensanchaba al caer hasta la mitad del muslo. 


Peter me complementaba con sus vaqueros caros habituales y un abrigo de otoño estilo militar negro que caía justo por debajo de su cintura. Él había puesto un poco de gel en su cabello para que se fijara y quedara de la forma en que lucía ahora, mostrando su sonrisa brillante, tal y como yo estaba haciendo.

Euge y yo habíamos revuelto mi cabello y puesto mi maquillaje, pero Peter no paraba de mirarme como si quisiera follarme, así que supongo que lo hicimos bien.


Entrelacé mis dedos, cada mano agarrando la otra.
El anillo de diamante grande se sentía como el cielo en mi dedo, y eso era decir algo para una chica que no llevaba joyas regularmente. Él había dicho que era una reliquia de la familia, y que su padre se lo había dado a su madre por su compromiso. Cuando vacilé, había reído y explicado que a pesar de que su matrimonio terminó en divorcio, la abuela y bisabuela que lo habían usado antes habían tenido vidas largas y felices con sus esposos.

Esposo.

Preguntas inundaron mi cabeza. 

¿Dónde viviríamos? ¿Cómo
reaccionarían nuestros padres? ¿Qué pasaría con la escuela? ¿Sería
buena para él? ¿Lo haría feliz?


Bajando la mirada, me quedé mirando el anillo con sus intrincados detalles sobre la banda, teniendo en cuenta la historia que representaba y el hombre que me lo había dado. Él me amaba. Él era fiel. Era fuerte.

Y nuestros padres tendrían que enfrentar el hecho de que nunca nos dejaríamos el uno al otro.

—Te ves feliz. —Euge se puso a mi lado mientras Peter terminaba con el secretario.
Sostuve mi estómago y suspiré.
—En realidad, creo que voy a vomitar.


Peter giró su cabeza, mirándome con las cejas levantadas.
Me apresuré a añadir:

—Pero es como un vaya-estoy-tan-emocionada-que-creo-que-
vomitaré.

Se inclinó y dejó caer un beso rápido en mis labios.


—Venga. Vayamos a la corte.

Me tomó de la mano y agarró la licencia de matrimonio de la encimera, pero clavé los pies, deteniéndolo.

—¿Peter? —Mi voz sonaba tan tímida como podría haberlo hecho—. Creo que... tal vez... deberíamos encontrar un sacerdote.


Arrugué la cara con disculpa.

—¿Un sacerdote? —preguntó, con una expresión confusa.
 y yo habíamos sido criados católicamente y asistido a escuelas primarias parroquiales. 

Sin embargo, ambos habíamos dejado de practicarla, así que podía ver cómo él estaba sorprendido por mi petición.
Tragué saliva.
—Creo que mi padre podría matarnos a menos que un sacerdote nos casara. —Levanté una esquina de mis labios en una sonrisa y agarré la mano de Peter, arrastrándolo hacia adelante—. Vamos.

Nico fue con Euge hacia su auto, y Peter yo fuimos en el suyo. 


El Sovereign’s Pub estaba en el lado norte de Chicago, entre la Oficina del Secretario, de donde habíamos venido, y Northwestern. Nos estacionamos en la parte trasera, y yo abrí el camino hacia el bar, sabiendo exactamente a dónde ir. Sentado en un cuarto trasero que se podía cerrar con cortinas de terciopelo rojo, vi al Padre McCaffrey sentado en una mesa redonda
con tres amigos. Dos de ellos eran sacerdotes como él y el otro era un
veterano en una chaqueta de cuero.


—Padre, hola. —Saludé, mi mano todavía en la de Peter.
Sacó su trago de sus labios y me miró con los ojos ampliados.
—Lali, querida. ¿Qué estás haciendo aquí?

Tenía un fuerte acento irlandés a pesar de que había vivido en este país por más de veinte años. Creo que trabajó duro por mantener el acento. No solo les encantaba a sus feligreses, sino que yo sabía que había ayudado a mi padre con sus negocios, pues el acento ayudaba al tratar con clientes irlandeses. Y puesto que me había bautizado, lo conocía bien. Tenía cabello gris con rubio oscuro, ojos de color azul claro, y un poco de barriga cervecera. Aparte de eso él estaba en buena forma. Sus pecas le hacían parecer más joven de lo que era. Vestido con pantalones negros y camisa de vestir, también llevaba un chaleco verde esmeralda que permitía que su cuello clerical fuera visible.

—Padre, él es Peter Lanzani. Mi... prometido. —Peter y yo intercambiamos miradas de reojo y sonreímos.

De cierto modo, se sentía extraño decir “prometido” cuando ni siquiera había llegado a llamar a Peter mi novio.

—¿Qué? —La mandíbula del Padre McCaffrey estaba abierta.

De inmediato mi corazón comenzó a hundirse. Iba a dar batalla.
—Padre, sé que esto es inusual...

—Padre. — Peter dio un paso adelante, interrumpiendo—. Nos gustaría casarnos. ¿Puede hacer eso por nosotros o no?

Sé amable con él, amigo.
—¿Cuándo? —preguntó el padre.

—Ahora. —Peter inclinó la barbilla hacia abajo como un adulto hablándole a un niño—. Justo aquí, justo ahora.

Los ojos del padre le sobresalieron.
—¿Aquí? —jadeó, y casi me reí.

Había pensado realmente en coaccionar al padre McCaffrey para volver a la iglesia a pocas cuadras de distancia, pero Peter parecía querer ir al grano. Bien por mí. Si tuviera que elegir entre una Oficina del Secretario, una iglesia con corrientes de aire, o un viejo bar irlandés con olor a cera para muebles, prefería estar aquí. La barra de madera, mesas y sillas brillaban con el sol de la tarde que entraba por las ventanas y las cortinas verdes hacían que el lugar se sintiera cómodo y hogareño.

—Padre —comencé—, cuando no está en la iglesia, está en el bar, y estamos listos.

—Lali, ¿no deberías esperar la bendición de tu padre, querida?—La preocupación era evidente en su rostro.

—Mi padre —dije con firmeza—, confía en mi juicio. Usted también debería, padre.

Peter me agarró la mano, deslizó el anillo fuera de mi dedo y lo dejó con la licencia de matrimonio y la banda de plata que había
elegido para sí mismo esta mañana en la mesa.

—Cásenos, por favor, o tendremos que ir a la corte con o sin la bendición de la Iglesia. Eso es algo que a su padre no le gustará.

Nico resopló detrás de nosotros, y me giré de nuevo para verlo a él y a Eugr tratando de reprimir una sonrisa.


Me alegro de que estuvieran disfrutando de esto. El sudor estalló en mi frente.

El padre McCaffrey se sentó allí, y lo mismo hicieron todos en la mesa. Miraron entre el padre y nosotros, yo miré entre el padre y Peter , y el padre miró entre Peter y yo.

No estaba segura de qué fue lo que lo movió, pero no creo que hayamos sido nosotros.


El padre finalmente se puso de pie, y deslizando su mano dentro de su chaleco, sacó una pluma y se inclinó, firmando el documento. 
Bajé la cabeza, una sonrisa enorme extendiéndose por mi cara. Peter se volvió hacia mí, ahuecando mi rostro, y se inclinó para darme un suave beso en los labios.

—¿Estás lista? —susurró.


Aspiré por la nariz, inhalando su rico aroma, y comencé a quitarme el abrigo.

—Los niños esperarán hasta después de la universidad —dije lo suficientemente bajo como para que solo nosotros escucháramos—. ¿De acuerdo?

Asintió, frotando su frente contra la mía.
—Definitivamente. Mientras podamos tener cinco más tarde.


—¡¿Cinco?!

Nico se aclaró la garganta, atrayendo nuestra atención hacia las personas que nos rodeaban mientras Peter se reía por lo bajo. 

Respiré
profundo y tragué.
Sí, íbamos a tener que hablar de eso más tarde.


El padre nos condujo a firmar nuestras partes en virtud del “marido” y “mujer”, y luego Nico y Euge le dieron la vuelta para firmar como testigos, también teniendo que escribir sus nombres en la parte inferior
con el padre McCaffrey como oficiante.


—Todo el mundo silencio ahora —gritó el padre a las quince o más personas en el bar. Se callaron y se volvieron hacia nosotros, finalmente dándose cuenta de lo que estaba pasando detrás de ellos. 

El bar se quedó en silencio mientras la música se cortaba, y Peter se volvió
hacia mí, tomando mis manos entre las suyas, que ya colgaban entre nosotros.


El Padre comenzó un servicio corto, pero apenas lo oí mientras miraba a Peter. Sus ojos azules siempre mantenían un poco de
picardía. Su mandíbula angular y pómulos altos lucían aún más increíbles cuando estaban mojados por la piscina o la ducha. Sus anchos hombros me podían encapsular con su calidez. Pero en lo único en lo que pensaba en su mayoría mientras el padre nos unía era en lo poco que estaba pensando en mí en este momento. Desde que tenía memoria, siempre había pensado en lo mucho que odiaba a mi madre o había perdido a mi padre. 


Pensé en la decepción y la ira, los agravios y la soledad. Vivía en el pasado, sin darme cuenta de que eso me impedía avanzar.
Ahora ya no lo estaba.
No quedaba en el olvido, por supuesto. Simplemente no importaba.

Este era mi futuro, y cuando Peter puso el anillo en mi dedo, sabía que la mejor parte de mi pasado estaba aquí conmigo.
Eché un vistazo a Euge, quien nos miraba con amor en sus ojos, y a Nico, que tenía su brazo alrededor de ella, y lágrimas de felicidad rodaron por mis mejillas.
Peter sonrió, agarrándome por la nuca y llevando suavemente mi cabeza a su pecho.

—Termine, padre —ordenó por encima de mi cabeza—. Ella tiene que ser besada.

La risa en su voz era embriagadora. Y definitivamente tenía que ser besada.

—Yo los declaro marido y mujer.

Peter no perdió el tiempo. Envolviendo un brazo rápido alrededor de mi cintura, me arrastró fuera de mis pies y me besó con fuerza, sus labios disparando un rayo de deseo de mi boca hacia mi estómago. Sostuve su cara entre mis manos, y volviendo la cabeza a un lado, le devolví el beso con todas mis fuerzas.  

Manteniéndome contra él, nos dio la vuelta y nos sacó del pequeño espacio.
—Gracias. —Le sonreí al padre McCaffrey sobre el hombro de Peter.


Peter le habló al camarero por encima de mi hombro.

—¿Tienes algo de música?
—U2 —respondió el hombre de mediana edad.

Peter frunció el ceño.
—¿Eso es todo?


—Eso es todo lo que un hombre necesita. —Escuché la respuesta y empecé a reír en el oído de Peter.

Suspiró.
—Algo lento entonces.


Bajando sus manos, ahuecó la parte inferior de mis muslos y llevó mis piernas hacia arriba y alrededor de su cintura. Lo siguiente que supe es que sillas comenzaron a chirriar contra el suelo, y cuando miré a mí alrededor, todos en el bar estaban empujando hacia atrás las mesas y sillas para hacer una pista de baile.

All I Want Is You de U2 empezó a sonar suavemente de los altavoces, inquietantemente al principio, encontrando nuestros oídos. 


Petee comenzó a balancearse de un pie al otro, moviéndonos de lado a lado. Puse mi frente contra la suya, escuchando ser
susurradas las palabras de la canción y luchando contra lo que quemaba en mis ojos. Mientras lo que decía la canción se volvía más y más fuerte, moviéndonos más, girando lentamente y de vez en cuando,
con él dándome un beso en los labios.


Todo lo que quiero es a ti.


Peter 

Tan pronto como dejamos Sovereign, Lali y yo nos fuimos en auto hasta el Wardolf Astoria para nuestra noche de bodas. 

Euge pensó que todos deberíamos
salir para cenar pero nico captó la indirecta.

En todo el camino hasta ahí, mientras el botones se llevaba el auto y completamos el registro he permanecido frotando mi dedo meñique en mi anillo de mi boda. La molestia por algo nuevo cuando yo nunca
había llevado joyas, con la excepción de mi piercing, contrastaba con el hormigueo que sentía en mi mano.
Era raro pero también poderoso.


El anillo me recordaba que yo era 
de Lali. Me recordaba que yo era su protector, su amante, su pareja.

Finalmente se me ocurrió que el anillo            también significaba que no
podía ir y venir como me gusta, no podía mirar a otras mujeres, y yo era
probablemente la única persona en mi escuela secundaria clase de
graduación que ya estaba casado, pero no me importaba mucho lo que otros pensaban ahora.


Estaba bien con esto. Estaba todo bien para nosotros.


En el momento en que llegamos al ascensor, las manos de Lali estaban haciendo cosas que técnicamente no se permitían hacer en
público, y yo estaba jodidamente contento de que Nico y Euge nos hubieran dado espacio.


Lali tenía su mano debajo de mi abrigo, masajeando mi espalda baja. Estaba enterrando su nariz en mi pecho mientras caminaba con mi brazo alrededor de ella. Sus ojos me miraban diciendo todo lo que
tenía en su cabeza, pero no podía sacar de sus labios.


Tan pronto como las puertas del ascensor se cerraron, la empujé contra la pared y me incliné hacia su rostro, el aliento caliente corriendo contra el mío.


—Lali Lanzani—desafié, empujando con fuerza contra su cuerpo—. Qué crees que estás haciendo, ¿eh?


Sus dedos empezaron a trabajar en el botón de la camisa debajo de la chaqueta abierta.


—Lo siento —jadeó contra mis labios—. En este momento estoy realmente lista para mi marido.

Y de pronto sus manos estaban dentro de mi camisa, por todo mi pecho desnudo y mi labio inferior estaba entre sus dientes. La cogí por la parte posterior de los muslos y la cargué contra la pared, succioné su boca y degusté el crudo calor que hace a mi polla brincar y endurecerse. Necesitaba quitarle su jodida ropa.


—Y no voy a cambiar mi apellido —dijo entre besos.


Sentí la risa en la garganta y pensé que sería muy mala idea dejarla salir en este momento. Era mi noche de bodas. Quería tener un polvo al fin y al cabo.


—Si lo vas hacer —manifesté con toda naturalidad mientras ponía la mano entre sus piernas y frotaba.


El ascensor se detuvo y la puse de pie. Gracias a Dios no había nadie en las puertas porque estábamos enrojecidos y sin aliento.
Arrastrándola del brazo, saqué del bolsillo de mi abrigo la llave de la puerta.

—Entonces voy a separarlos con un guión —murmuró detrás de mí y me costó dos segundos recordar que está hablando de los apellidos.

—No, no lo harás. —Deslicé la llave, abrí la puerta y la empujé dentro—. Poner un guion entre los dos apellidos es como decir NO
QUIERO RECONOCER LA DERROTA cuando la verdad es que la mujer que separa sus apellidos con guión ya ha perdido. Los hombres no separan los apellidos con guión —señalé cerrando la puerta detrás de
mí, hundiendo lento los talones en la alfombra de felpa mientras la acechaba—. Ahora vas a ser Lali Lanzani porque me amas, deseas hacerme feliz y quieres que todo el mundo sepa que eres mía.

Tuvo suficiente tiempo para bajar la mandíbula y encender la furia
en sus ojos antes que yo estuviera sobre ella. Cogiéndola del cabello de
detrás de su cabeza la tiré hacia abajo para exponer su cuello y hundí
mis labios y mis dientes, mordiendo y besando tan duro y tan suave que
ella no podría saber qué pasó y cómo terminó.


La verdad era que yo era un hombre de trato sencillo. En su mayor parte. Pero mi esposa tendría mi apellido, o iba ver.

No se trataba de controlarla, y no se trataba de robar su identidad o lo que sea que a las mujeres les gusta reclamar en estos días. Se
trataba de la unidad. Nosotros y nuestros hijos algún día tendríamos el mismo maldito apellido, y eso era todo.


Con suerte, ella sabía cuándo no valía la pena pelear algunas batallas.

Y fue entonces cuando me di cuenta.
Me retiré y cerrando los ojos pasé las manos por mi cabello.

Niños.
—Mierda —dije—. Olvidé los condones.
Escuché su simpática exhalación que sonaba como una risa. La miré con el ceño fruncido. Esto no era divertido. Estaba tan duro como una roca en este momento.

—Lo siento. —Quitó con la mano la expresión de enfado de mi rostro—. Estamos bien, Peter. He estado en control de natalidad
desde hace mucho tiempo. Desde...

Su mirada cayó.
El nudo en mi corazón se retorció apretado y más apretado, y sin ninguna vacilación, la levanté en mis brazos y la llevé al dormitorio.
Desde el aborto, iba a decir.

Desde que me enteré sobre esto, tuve bastante tiempo para pensar cómo me sentía al respeto. Por un lado hubiera deseado tener el niño, pero por el otro me alegro que no lo tuviéramos. Lo cual no tiene
sentido pero es como se hizo.


Por una parte odiaba que Lali hubiera tenido que pasar por esto. Odiaba que no hubiéramos sido más cautelosos. Odiaba que hubiera estado sola. Odiaba que otra persona, alguien que yo odio, haya
tomado una decisión sobre mi hijo sin consultármelo.


Por la otra parte sabía que éramos demasiado jóvenes. Sabía que esto probablemente hubiera cambiado nuestras vidas de una forma que no hubiera sido beneficiosa. Sabía que quería una casa llena de niños algún día, pero no los quería todavía.


Veredicto final: voy a ser un buen padre. Y me alegraba esperar para saberlo con certeza.

Ajustando a Lali a mi lado en la cama. Planté mis labios en ella, malditamente cerca de masticarla, estaba con tanta necesidad,
quitándome la chaqueta y la camisa. Después de quitarme los zapatos, empecé a trabajar con el botón y la cremallera de sus vaqueros.


—No —gruñí en voz baja, cuando empezó a quitarse su camisa—. Déjala. Yo te las quito esta noche.


Deslizando mis manos al interior de la parte trasera de sus vaqueros no pude aguantar de pasar mi mano por su delicado culo en tanga. En cuanto empujé los vaqueros hacia abajo por sus piernas y me incliné para quitarle sus zapatos y sus vaqueros, respiré largo y contento de que ella no estuviera haciendo nada ahora.


Por mucho que no cambiaría la noche que habíamos pasado juntos hace años, necesitaba compensarme a mí mismo. Un poco más por lo menos. Ir por ella como un adolescente hambriento en pubertad
que no puede aguantar su carga no era como debería ir esta noche.


Lento.

Vestía una pequeña tanga negra y su blusa blanca caía justo hasta debajo de sus caderas. Me miraba con calor y paciencia en los ojos y simplemente esperaba que yo hiciera un movimiento.


Desabrochando su camisa sentí la rápida y aparente subida de su
pecho en mis manos. Deslizándola por sus brazos, la apreté en mi puño mientras sentía una oleada de sangre corriendo por mi polla.
Vestía un sujetador transparente negro que no me lo esperaba. La
blusa blanca no revelaba nada. Sus tetas eran perfectamente visibles a través de este material y froté mi mano sobre su pezón.
 

Tocando su rostro, pasé mi pulgar por su labio inferior.
—Eres un sueño.


Abrió la boca y metió mi pulgar, chupándolo en su longitud y
sacándolo lentamente. Cada nervio de mi cuerpo zumbaba como si
hubiera quedado adormecido. Llevando mi mano atrás, llegué a su espalda y desabroché el sujetador tirándolo por delante y dejándolo caer al suelo. Entonces cogí la blusa que todavía tenía en mi mano y pasándosela por detrás la deslicé de nuevo por su brazo.
Cuando encontré sus ojos, vi la pregunta en ellos pero, ¿qué podría
decir? Solía echarle gilipolleces sobre sus ropas y lo mucho que debía esconder debajo, pero resulta que me gustaban las chicas con misterio.


Empujándola suavemente en la cama con una mano la ayudé a
tumbarse de espalda y luego deslicé la tanga por sus piernas.
Llegando a cubrirla, viendo uno de los pechos asomarse debajo de
la camisa abierta no pude aguantar mi voz forzada.
 

—Quiero verte en esta camisa esta noche, Lali, solo en esta
camisa, toda la noche y cada vez que te haga correr.


Sus cejas se juntaron pero antes de que tuviera oportunidad de
decir algo, deslicé un dedo en su calor abrasador, amando el pequeño gemido que salió de ella y la forma que su cabeza cayó hacia atrás.
 

En todas partes que mi dedo tocaba era como un tiro en mi ingle. Ella cubría mi dedo corazón tan fuerte que sentía como si fuera un guante. Empujaba dentro y fuera completamente excitado por como ella se apretaba en mi mano moliendo por más. Sus gemidos se transformaron en maullidos y añadí otro dedo apenas sintiendo la presión en el otro brazo mientras me apoyaba. Sus ojos y labios cerrados se tensaron, y las respiraciones agudas que salieron de ella eran el único sonido en la habitación. En mis dedos iban y venían, húmedos y necesitados mientras continué mi ritmo y empecé rodeando su clítoris húmedo con mi pulgar. Sus caderas rodaron más rápido y más rápido, deslizándose en mi mano por más.

—¿Vas a correrte, Lali?


—Sí —suspiro, respirando fuerte—. Más rápido. —Sorbió aire
chillando.
 

Deslizándolo más duro y más rápido miré como golpeaba de arriba
abajo ajustándose al ritmo de mi mano. Cada empuje y exhalación era como una súplica.
 

Más.
Más rápido.
Más.
Más duro.
 

—Maldita sea, nena. Mírate. —Tragué saliva sabiendo que ella
estaba casi lista. Sabiendo que no podía ir más de prisa. Me sumergí tan profundo como pude, hundí los dedos en ella y los
aguanté allí masajeando en círculos sus interiores.


—Oh, Dios —gritó arqueándose en oleadas, mientras se corría en
mi mano. Arrojando su cabeza hacia atrás dos veces, al instante dio
respiraciones desiguales mientras mantenía mis dedos dentro de ella y frotaba el pulgar por su clítoris una y otra vez.
 

Todo en ella era precioso. Cerniéndome justo encima de ella le
susurré:
—Lali.
 

Parpadeó, los temblores post orgásmicos todavía manteniéndose
en su rostro junto a un ligero brillo de sudor en su frente.
 

—Tú fuiste mi primera en todo. Y mi único amor.
 

Quería que lo supiera. Aunque habían pasado los años, la
separación, el dolor quería que supiera que fue la única que amé.
Sentándose, cogió mi rostro en sus manos.
 

—Nadie nos puede parar ahora. —Pero sonaba más que un
lamento de batalla que un hecho. Como si dijera: Estamos casados y no nos pueden quitar esto. Pero también: ¡Adelante, inténtalo!
 

Atrapé sus labios y deslicé mi lengua en su boca, besándola salvajemente con cada músculo de mi tenso cuerpo. Arrastrándome a un lado, me puse de pie y me despojé del resto de mis ropas. Sus ojos se dispararon hacia mi erección y yo no podía alejar mi vista de su camisa cayendo por encima de sus senos sin sujetador. 

Colocándome encima de ella, la aplasté en la cama y no dejé de besarla mientras ajustaba mi pene en su entrada. Sumergiéndome dentro, solo apenas, me deslicé fuera trayendo su humedad conmigo, rodándola en la cima y alrededor de su clítoris. La vibración de su gruñido chocó en mis labios y me enterré otra vez en ella, solo hasta la mitad y me retiré frotando la punta de mi pene por su duro nudo otra vez.

—¿Peter? —susurró sonando dolorida—. No soy un piano. Deja de
tocarme.


Sonrió y me enterré de nuevo tomando lentamente cada
centímetro de ella.
 

—¿Y soy demasiado pesado? —pregunté dejando todo mi peso
sobre ella.
 

Cuando tengo sexo generalmente no me gusta el misionero. Otras
posiciones se sienten mejor y permiten una mejor vista del cuerpo de la mujer, pero esta vez era diferente. Quería sentirla por todas partes.


Negó debajo de mi beso.
—No, me encanta. —Sus manos subieron por mi espalda y tiró de
mis caderas más profundo en su interior—. Ahí mismo —rogó—. Justo así.
 

Jesús.
 

Coloque mi frente sobre la suya e inhalé las respiraciones que ella dejaba salir. Sus pechos, las partes que se asomaban fuera de la camisa, estaban húmedos de sudor y el frote con su caliente piel me hacía dar vueltas. Mi pene estaba lubricado con ella, deslizándose dentro y fuera con sus insistentes manos empujándome más fuerte en ella. Joder, estaba tan malditamente necesitada que me excitaba a mí también. No iba a durar mucho. Agarrando sus muslos le di la vuelta, por lo tanto ella estaba encima. Su camisa había caído por uno de sus hombros y una teta quedó descubierta. Por mucho que quería tocarla solo me quedé mirando su movimiento. Apretando solo sus caderas mantuve mis ojos pegados en su molida en mí, mordiendo la esquina de su labio inferior y su expuesta piel brillando de sudor.

—Oh, Dios —chilló montándome más rápido.
 

Gruñí cerrando mis ojos.
—Dale, nena.
 

Los temblores extendidos por mi cuerpo entero no se podían frenar.
Estaba jodidamente excitado y ella era jodidamente sexy.
 

—Peter. —Su doloroso susurró disparo directo en mi corazón y
arqueándome en la cama empujé duro su culo tanto como pude.
—Ahh. —Se corrió gimiendo y temblando y me dejé ir también,
liberando todo dentro de ella, empujando una y otra vez.
 

Cristo. 

Mis cejas continuaban apretadas y mis ojos estaban cerrados. Mi cuerpo estaba cualquier cosa menos relajado en este
momento.
 

Nunca antes me había corrido dentro de una mujer sin condón.        
A excepción de Lali, años atrás.
 

No me extraña que las consecuencias pudieran ser malas. Siempre había un precio por algo que se siente tan bien.                                                                                                                                    
Lali se derrumbó en mi pecho y por un momento solo nos quedamos callados intentando calmarnos.

Pero después, susurró en mi cuello:
—Lali Lanzani , entonces.

Y le di la vuelta en su espalda preparado para una segunda ronda. Nos quedamos enredados en la habitación de hotel por las siguientes veinticuatro horas. Tirándonos nosotros mismos cada uno del culo de otro, sin inmutarnos en tener una conversación.                                                                                        
 

—Bueno, tengo algo de dinero. Mi padre paga la matrícula de mis estudios por adelantado y pone fondos extra para mis gastos. No es mucho pero es suficiente para montar un apartamento.

Mantuve mis parpados cerrados pero le presté atención.
—¿Qué hay de la matrícula del año que viene? ¿No vas a
necesitar el dinero para ella?

No dijo nada unos pocos segundos pero después respondió:
—Nos apañaremos.

Tuve que morderme el interior de la mejilla para aguantarme la sonrisa pero no funcionó. El rugido escapó de mi pecho y salió como una risa baja.
—¿Qué?

Suspiré aliviado todavía sin mirarla.
—Lali, nena, vamos a estar bien. No vamos a tener problemas
con el dinero si nuestros padres cortan con nosotros —le dije finalmente.                                   
 —¿Qué quieres decir? —Su tono se volvió más brusco.
—Quiero decir que estamos bien. —Me encogí de hombros—. No
te preocupes por esto.

Cuando no dijo nada y no presionó, abrí un ojo y la vi con la mirada fija en mí por encima del portátil. Parecía como si estuviera a punto de empezar a hervir. Exhalé una respiración irritada y me incliné a un lado apoyándome en un codo. Agarrando su portátil me conecté a mi cuenta y después le devolví el portátil, enseñándole la pantalla.                                                                                                            

No esperé a ver su expresión antes de acostarme otra vez y cerrar mis ojos.
 —Oh, Dios mío —exclamó despacio—. Esta es... ¿tu cuenta de
ahorros?


Refunfuñé.
 —¿Todo este dinero es tuyo? —Presiona sonando como si no me creyera—. ¿Tu padre no tiene acceso a esto?

 —Gran parte de este dinero no tiene nada que ver con mi padre.
La familia de mi madre es adinerada por sus propios medios. Ella me dejó mi herencia cuando me gradué de la secundaria —le expliqué.

Rara vez tocaba el dinero de mi cuenta bancaria. Mi padre se aseguraba que todos mis gastos fueran pagados y tuve una tarjeta de crédito para casos cuando no tenía dinero en efectivo. Le gustaba ver lo que pasaba por lo que las notificaciones bancarias llegaban a él, para cuando no estaba cerca para ver lo que hacía a diario. No era porque no confiaba en mí. Confiaba. Solo pienso que mirando mis compras lo hacía sentirse parte de mi vida y le hacía sentir que tenía el control.

 Oh, mira. Peter cargó gasolina a las 8 de la mañana del sábado.
Debió venir a casa de alguna fiesta.
Oh, mira. Peter compró piezas para el auto. Debe tener una
carrera pronto. Oh, mira. Peter fue a Subway. Me alegro que esté comiendo.
    
 —¿Tu madre le dio a un joven de dieciocho años de edad tanto
dinero?

Entrecerré mis ojos de nuevo volviendo a la actualidad. Mirando por encima de ella fruncí el ceño con fingido dolor.
—Oye, soy digno de confianza. Tú lo sabes. —Me reí de sus cejas
levantadas y continué—: mi padre también me dejó una tercera parte de mi fideicomiso cuando empecé la universidad así que hay algo de dinero suyo también ahí. Tendré otro tercio cuando me gradúe y otro cuando tenga treinta. Pero incluso si no me dan estos dos tercios, por supuesto vamos a estar bien. —Hago ademan con la mano hacia el portátil refiriéndome al equilibrio de financiar mi cuenta bancaria—.Volverás a la escuela el próximo lunes, me retiraré de Notre Damme, me trasladaré y conseguiremos un apartamento aquí en Chicago.

Junté mis manos detrás de mi cabeza y esperé a que me dijera algo. Me hacía sentir feliz que ella en realidad se hubiera arriesgado dejando su estabilidad por mí, pero eso nunca iba pasar.

Frunció los labios y entrecerró sus ojos.

—Estuviste pensando en esto todo el día, ¿o no?

—Por supuesto que lo hice. —Le disparé una sonrisa infantil—. ¿Crees que me he regalado a mí mismo a una esposa para cuidar sin tener un plan?

Apoyándome deslicé mi mano alrededor de su cuello y la atraje. Pero cuando sus ojos se cerraron por el beso, ella estaba esperando sin lugar a duda, le toqué la nariz con mi lengua en cambio y me dejé caer cerrando los ojos.
 —Solo no intentes divorciarte de mí y quedarte con la mitad —amenacé.

—Uhh, esto fue asqueroso —se queja probablemente limpiando mi saliva de su rostro.

Escuché el portátil cerrándose y la cama moviéndose cuando ella se subió encima de mí, cabalgando mi cintura. Intenté poner mis manos en sus muslos pero ella las agarró y las puso a cada lado de mi cabeza.
  —Nop. —Sacudí mi cabeza—. Estoy agotado. No quiero hacerlo. No puedes obligarme hacerlo.

 Pero era demasiado tarde. Su carga en mí y su calor en mi estómago ya me habían hecho enrollar mis muslos alrededor de los de ella cuando su húmedo aliento envió un derribado destello a mi ingle.

Mierda.

Estaba absolutamente duro en este momento y necesitaba algo
de maldito sueño. No quería dormir pero lo necesitaba. Su boca avanzó hasta mi cuello y clavó sus dientes en él. Me despejé para ella.
  
  —Nena —dejé escapar un gruñido—. No quiero dejar esta habitación jamás. Quita mi camiseta de tu cuerpo. Ahora.

 Oímos golpes en la puerta de la otra habitación y ambos giramos la cabeza hacia el ruido.

 —¿Peter Lanzani? —llamaba una voz severa                                                                                                             
Lali giró sus grandes ojos hacia mí y me levanté colocándole al lado de la cama.

 Caminando hacia la puerta negué empezando comprender.                                                                                                           Nico debería haber reservado la habitación. Había sido bastante inteligente para no usar mi tarjeta de crédito, pero en ningún momento pensé que mi padre se tomaría el tiempo de llamar a todos los hoteles de Chicago buscándome.
—¿Sí? —pregunté abriendo la puerta y en seguida dejando caer mi maldita mandíbula.

¿La policía? ¿Qué demonios?
—Nos gustaría hacerle una serie de preguntas —dijo un esbelto oficial negro con la mano apoyada en su porra. Esto no me tomó como una amenaza. ¿Debería? El otro policía era una mujer. Mediana edad y cabello rojo.
 —¿De qué se trata?

La mujer policía levantó la barbilla hacia mí.
—¿Lali Esposito está contigo?

Mi corazón empezó a golpear. ¿Qué hago?
—Sí — respondí finalmente.

—Tu hermanastra, ¿verdad? —confirmó la mujer policía.

Parpadeé y suspiré.
—Por el momento, sí. Nuestros padres se están divorciando.

—¿Qué está pasando? —preguntó Lali pasando a mi lado. Se
había vestido con vaqueros y su blusa blanca arrugada de ayer. Toda la ropa había estado en un montón en el suelo en las últimas veinticuatro horas. También llevaba sus gafas.

—¿Tú eres Lali Esposito?  

Lali cruzó sus brazos.
—Sí.

—Tu madre denunció tu desaparición ayer en la mañana —explicó
la de cabello rojo—. Dice que ha sido amenazada por el señor Lanzani, alegando que él dijo que iba a... —Miró hacia sus apuntes y continuó—: La iba a colgar en una pared. Y luego fuiste raptada.

Los dos policías me miraron y quería reírme. Lali se giró hacia mí
con una sonrisa de superioridad y tan serio como los policías visitando nuestra puerta nos empezamos a reír.
Los oficiales cambiaron una mirada hacia mi pecho temblando y Lali cubrió su risa con la mano.
 —¿Usted amenazó a la señora Lanzani, señor?

¿Cuál señora Lanzani? Sentí la necesidad de preguntar, pero me resistí. Nadie podría saber todavía sobre nuestro matrimonio, nuestros padres tenían que saberlo de nosotros y de nadie más si queremos que nos tomen en serio.

—Oficiales —les aseguré—, estos son temas familiares. Nunca he tocado a mí madrastra. Lali está aquí por su propia voluntad y no hay ningún problema.

 —Señor Lanzani —empezó la mujer policía—, sabemos quién es su padre.

Pero entonces se desató el infierno. Una mujer y un camarógrafo se apresuraron por detrás de los policías y pegaron un micrófono por dentro de ellos en mi dirección. Me eché hacia atrás y Lali agarró mi mano.
   
—¿Peter Lanzani? —disparó la mujer tropezando entre los policías—. ¿Hijo de Jason Lanzani? ¿Tienes una aventura con tu
hermanastra? Su madre reclama que la secuestraste.

 Mi jodido corazón se clavó como una pelota de baloncesto en mi
garganta y no podía respirar.
 

¡Hija de puta! ¡Mierda!

Tragué saliva bajando la mirada hacia Lali.

—Ya es suficiente —gruñó uno de los oficiales, los dos dándose la vuelta y manteniendo sus manos en alto para protegernos de la intrusión.

¿Qué demonios? Mi padre era un verdadero problema pero no esta clase de trato. Alguien tuvo que haberle avisado a esta gente.

La mujer policía mantuvo la voz calmada.
  —Vamos a tener esto bajo control. Están interfiriendo con asuntos policiales.

 —¿Él la está manteniendo en contra de su voluntad? —La periodista meneó su flequillo castaño de sus ojos, luciendo seria y
decidida.

Me incliné para agarrar la puerta y cerrarla pero Lali vociferó:
—Para —demandó—. Él no es el señor Lanzani. ¡Y no está
secuestrándome en contra de mi voluntad, por el amor de Dios! Y tampoco tenemos alguna sórdida relación. Él es mí...

Oh, no.  —... marido —terminó.

Cerré mis ojos haciendo un gesto de dolor y dejé escapar un leve gemido.
Mierda. Joder. Hijo de puta.

Le doy un empujón a Lali agarrando la puerta y cerrándola de golpe, escuchando a los policías ordenarle a los periodistas que se
fueran. Bloqueando la puerta me deslicé junto a la pared y derrumbé sobre mi culo.

 Flexionando las rodillas descansé mis antebrazos en ellos y golpeé
la cabeza una vez en la pared.
—Impresionante. —Respiré dentro y fuera apenas notando que Lali se había quedado donde yo la había empujado fuera de camino.

Mis puños se apretaron y estaba seguro que mi cara estaba roja
como un tomate. Me sentía estúpido. ¿Por qué siempre he subestimado a Patricia?

 —Oh, Dios mío —dijo finalmente mirando atontada—. Esto fue espeluznante. Mi madre está loca.

—No, ella es lista —dije categóricamente—. Acabamos de transformarnos en la más nueva noticia y avergonzar a mi padre.

Su cabeza cayó y se aproximó a sentarse a mi lado.
 
—Peter, lo siento. Entré en pánico.

Puse mis manos alrededor de ella.
—Está bien. Creo que ya no tenemos que preocuparnos por hacer las rondas a los padres.

En el momento que se fueran a dormir esta noche, todo el mundo, quiero decir cada uno, supieron que me casé. Habrá un sinfín de mensajes de textos y llamadas por un tiempo y los amigos querrán saber qué habrá pasado.
 —¿Cómo supieron que estábamos aquí? —preguntó.

 —Me registré bajo mi nombre. —Sonaba menos embarazoso de lo
que era—. Tu madre no tuvo que cansarse mucho para encontrarnos si se dio cuenta que no estuvimos en el colegio.

Su pecho cayó fuerte.
—Esto va estar en las noticias de las once.

  —Y estará en Internet en menos de cinco minutos. Los medios van a tener que competir con la velocidad de Facebook después de todo. Van a tener esto subido en nada.

Me senté ahí tranquilo y atontado intentando averiguar qué hacer después.
 —Mírame —dijo insistente.

Lo hice y me sumergí en el desahogo de sus ojos verdes.
—No podemos estar aquí —declaró—. ¿A dónde deberíamos ir?
Inclinando mi cabeza hacia atrás lamí mis labios pensando.

 Lali y yo no hicimos nada malo. No estábamos huyendo, solo así podíamos tener una mini luna de miel. Y no íbamos a empezar nuestro matrimonio temiéndoles a nuestros padres. Si queríamos ser respetados como adultos entonces teníamos que enfrentar las consecuencias.

Me puse de pie tirándola detrás de mí.
—A casa —le dije—. Vamos a ir a casa.

Era alrededor de las diez para el momento en que llegamos a la entrada de mi casa. El cielo negro como boca de lobo explotó con estrellas, y los árboles de coníferas que Addie había plantado para que pudiéramos tener verde todo el año se movían con el viento. Los policías habían llegado a nuestra habitación por un par de preguntas restantes.

Sí, Lali y yo estamos casados. Aquí está la licencia firmada.
No, no la secuestré, obviamente. ¿Lo ves? No hay moretones y está sonriendo.
Sí, amenacé a mi madrastra y en este caso estoy usando la tarjeta de “papá”. 
 No puedes tocarme porque soy Peter Lanzani.
Ahora, por favor vete. Estamos de luna de miel.

Se fueron, nos duchamos y nos arreglamos para conducir la hora
que se tarda en llegar a Shelburne Falls.

 —Espera —le ordené cuando Lali empezó a abrir la puerta.
Saliendo y dando la vuelta por delante del auto la dejé salir, tomé su mano y caminé a su lado hacia la escalera de la entrada.

 Tomé su enfriado rostro entre mis manos.
—No vamos a levantar la voz y no vamos a disculparnos.
Asintió y entramos juntos a la casa.

  El recibidor y todas las habitaciones en ella estaban oscuros y la casa resonaba solo con el tictac de los relojes y el calor desbordante de la ventilación. El olor a carne asada y cuero me golpeó e inmediatamente me sentí en mi lugar. Es como siempre olía mi casa.

Recordé que una vez Euge dijo que amaba el olor a neumáticos. Le traía recuerdos del pasado y le era familiar. Cuando olía carne asada siempre pensaba en veranos al lado de la piscina. Mi madre preguntando si quería otra Crush. Mi padre, en las veces que estaba en casa, haciendo la parrilla y hablando con sus amigos. Y yo mirando los fuegos artificiales que iluminaban el cielo lleno de estrellas. A pesar de los problemas que mi familia había tenido, todas las familias tienen problemas, fui un niño feliz. Las cosas podrían haber sido mejores pero fueron bastante buenas y nunca deseé algo más. Nunca había faltado gente para cuidarme.

Esta propiedad era mi casa y con ella vienen todos mis buenos recuerdos. Cada vez que me escapaba es aquí donde quería llegar
primero. Patricia Lanzani podría quedarse con el nombre, el dinero, pero estaría muerto antes que dejarle esta casa. Tenía que encontrar alguna manera de vencerla.

No sabía si mi padre estaba en la cama, pero sabía que estaba aquí. Su Audi estaba en el camino de la entrada. Lali y yo caminamos dentro del pasillo agarrados de la mano y cogimos a la derecha llegando a su despacho.

 —¿Crees que nuestros hijos nos odian? —preguntó una voz de mujer y me detuve.

 Le señalé a Lali para quedarse callada poniendo mi dedo en los labios y los dos nos apoyamos en la puerta escuchando.

 —No sé —respondió mi padre sonando resignado—. Creo que no culparía a Peter si lo haría. ¿Nico te quiere?

 Katherine Riera. Ella era con quien hablaba.

 —Creo que sí —dijo lentamente—. Y si se casara mañana, estaría jodidamente preocupada pero sabría que el habría seguido su corazón. Quiero decir, míranos, Jason. ¿Quién les puede decir que no lo pueden hacer a los dieciocho cuando nosotros fallamos mucho tiempo después de esta edad? ¿Somos expertos?
  
 Joder. Una invisible mano exprimió mi estómago como escurriendo ropa lavada. Mi padre sabía que me había casado.
Escuché pasos pesados.
—No se trata de esto. Es sobre prioridades. Mi hijo tiene que terminar la universidad. Necesita vivir la vida. Había recibido los regalos de privilegio y oportunidad. Ahora tiene una distracción.     

Tomé la mano de Lali  y mantuve su mirada.
Hubo un poco de desplazamiento por toda la oficina y después escuché las ruedas de la silla de mi padre mientras dejaba escapar un largo suspiro. Debe haberse sentado. Entrecerrando los ojos intenté averiguar si estaba enfadado o molesto. No sabría decir. Escuché un gruñido y después algunas intensas respiraciones. Sonaba como hiperventilación. Pero no.

 —¡La cagué! —Su voz se quebró y lo escuché llorar.
—Sshh, Jason. No llores. —Katherine también empezó a llorar.

 Mi padre, pensé. Mi padre está llorando. Mi pecho se volvió pesado y bajando la mirada vi el dedo de Lali acariciando mi mano.

Cuando levanté la vista su barbilla temblaba.
—Mi casa está vacía, Katherine. —Su voz era tan triste—. Lo quiero
en casa.
 —No fuimos buenos padres —dijo con voz entrecortada—. Nuestros hijos han pagado por nuestras vidas y ahora es nuestro turno para pagar por ellos. Él tiene una chica de la cual no puede estar lejos. No hacen esto para hacerte daño, Jason. Están enamorados. —Sonrió ante sus palabras—. Si quieres a tu hijo de vuelta —continuó—, necesitas abrir más tus brazos.

 Apreté la mano de Lali más fuerte y le susurré:
—Necesito unos pocos minutos a solas.
Sus ojos llorosos destellaron y asintió su consentimiento.                                                                                                   Caminando detrás de mí se dirigió a la cocina.

Empujando la puerta para abrirla, vi a mi padre en su silla del escritorio apoyándose en sus rodillas, con la cabeza entre las manos. Katherine estaba arrodillada delante de él, supuse que reconfortándolo.

 —¿Señora Riera? —la llamé metiendo mis manos en los bolsillos de la chaqueta—. ¿Puedo hablar con mi padre a solas, por favor?
 

Las dos cabezas saltaron y Katherine se levantó.
Se veía hermosa con un vestido de casa color crema de los años cuarenta con lunares en él. Su cabello castaño claro , el
mismo tono que el de Nico, colgando sobre sus hombros en rizos sueltos, pero los laterales recogidos con dos pasadores en cada lado superior de su cabeza. Mi padre a lo contrario era un desastre. Cabello despeinado, probablemente había pasado sus dedos por él, una arrugada camisa blanca, corbata de seda azul colgando suelta y definitivamente había estado llorando.

Estaba sentado ahí inmóvil y realmente mirándome con miedo.
Katherine aclaró su garganta
 —Por supuesto.
 Me aparté de la puerta cuando ella salió pero extendí la mano y agarré la suya, deteniéndola. Besé su mejilla y le di una gratificante sonrisa.
  —Gracias —le susurré.
Sus ojos brillaron y asintió antes de salir.

Mi padre no se había movido de su silla y di un paso en la habitación recordando que nunca me había recibido aquí cuando era niño. Mi padre no escondía cosas. No aquí de todos modos. Pero una vez dijo que toda su vida estaba en esta habitación y no era un lugar para niños.

Creo que fue la primera vez que me di cuenta que no era una prioridad para mi papá. Había cosas aquí a los cuales quería más que a mí. Pero mirándolo ahora... Su mirada cansada, su estrés y el silencio me di cuenta que no supo cómo decírmelo para yo llegar a una conclusión diferente.

A lo mejor mi padre se preocupaba.
Tomando un profundo respiro caminé delante de él.

—Nunca me gustaste, papá —hablé lentamente tomando mi tiempo—. Trabajabas demasiado y nunca apareciste cuando dijiste que lo harías. Hiciste llorar a mi madre y pensaste que el dinero podría arreglar todo. La peor parte es que no eres idiota. Sabías el vacío que dejabas en la familia pero lo hacías de todas formas.

Entrecerré los ojos alentándolo a decir algo. Algo para defenderse
a sí mismo. Pero sus ojos habían caído en la mesa con mis primeras palabras y se quedaron ahí.
Así que continué, enderezando mis hombros.

—Amo a Lali y amo esta casa. Te quiero en mi vida pero si vas a
arrojar tu importancia por aquí como si esto fuera un problema, entonces te puedes ir al infierno. —Paré de acercarme al escritorio—. No te necesitamos. Pero te quiero, papá.

Mi mandíbula se apretó y parpadeé para alejar el picor en mis ojos. Alzó los ojos y tenía una mirada que nunca había visto antes.
Brillaban con lágrimas pero eran de verdad. Mi padre quería luchar. En su cabeza se preocupaba por mi educación, por Lali y yo teniendo trabajo, lidiando con un matrimonio cuando todavía estábamos creciendo, pero esto era porque no se había dado cuenta.

Dejé de crecer cuando Lali se fue.
Y volví a hacerlo de nuevo cuando volvió a casa.

Necesitas tener algo para amar. Algo para luchar, para hacer vivir
una ambición en vez de un trabajo. Lali no me quitaría el mañana. Mi padre se dio cuenta de esto.
Sostuve su mirada fija preparado para lo que sea que quiera arrojarme pero él debería de saberlo mejor. Si no nos apoyaría lo íbamos hacer sin él.

Finalmente levantándose pasó sus manos por su cabello y ajustó su corbata. Lo miré mientras caminaba hacia su caja fuerte, marcó la combinación y sacó algunos papeles. Regresando a su escritorio firmó el documento y me lo tendió por encima del mismo.

Dudé. Probablemente era una nueva voluntad para dejarme en la calle o alguna otra porquería.

—Me quedo con los otros dos tercios de tu fideicomiso y te los entregaré como estaba planeado —explicó—. Pero aquí tienes un regalo de boda... si podemos luchar lo suficientemente fuerte para quedárnosla.

Confundido, desplegué los documentos de nuevo y un sonido de sonrisa se escapó de mis labios.
 —¿La casa? —pregunté sorprendido.

Me había dado la escritura de la casa pero no estaba a mi
nombre. Emoción y confusión pasaron por mi cerebro muy confuso.

 ¿Quería la casa?
Sí.
¿Eternamente y para siempre?
¡Infiernos, sí!

 Me gustaba aquí y también a Lali. Si la podíamos mantener en las manos Lanzani, la queríamos. Pero, ¿qué quería decir esto por mi padre?  No quería necesariamente que se fuera.
Algo.
No, no de verdad.

 —Patricia está intentando quedarse la casa. Estoy seguro que lo
sabes. —La mirada de mi padre se nubló en una expresión con la que era más familiar—. Pero la voy a arrastrar en la corte tanto como pueda. Puede que dure un año pero ganaremos. Esta casa está a mi nombre pero como esposa tiene derechos sobre ella hasta que la corte diga que no. La pondré a tu nombre cuando pase el peligro. —Se levantó con la espalda recta estirando su mano hacia mí—. Pero esta casa es tuya para todos los efectos. Sé que Lali, Addie y tú aman esto y quiero que tengas tu propia casa. Tomé su mano y el frenético flujo sanguino atravesó mis venas relajándose. No estaba seguro si mi padre estaba realmente dejándolo, si solo estaba cansado del drama o si estaba fingiendo. Pero cuando lo miré vi su relajada mirada volviéndose turbia y
antes que me diera cuenta fui atrapado en un fuerte abrazo.

 —Uhh —gruñí contra el fuerte apretón de sus brazos y casi me reí.

No estaba seguro si era una broma o se suponía que era divertido pero las cosas raras y extrañas son divertidas. Para mí.
Pero cuando intenté recuperar mi respiración empecé a darme cuenta que mi padre no me dejaba ir. Sus brazos estaban tan duros
como el acero alrededor mío y no pude recordar cuándo fue la última vez que me había abrazado.
Y no creo que alguna vez fuese tan fuerte.

 Me encontré con mis brazos envolviéndolo lentamente,
devolviéndole el abrazo.

—Katherine tiene razón. —Dio un paso hacia atrás y apretó mis hombros—. No puedes estar lejos de ella, ¿verdad?

 —Si pudieras volver atrás con Katherine y rehacer las cosas...

 Asintió.—... Entonces Nico y tú hubieran sido hermanastros hace mucho,
mucho tiempo —terminó, entendiendo.          

 —No quiero vivir con estos arrepentimientos, papá. Estoy haciendo esto. —Sostuve mi posición—. Vamos a estar bien.

Temiendo la ruptura de su matrimonio o luchando en el pasado con el alcoholismo de Katherine eran cosas que mi padre había dejado caer en su camino. De él aprendí estos errores con los que no podías tratar. La mayor parte, no.

Me dio una palmada en la espalda y dejó salir un largo suspiro.
—Entonces, ¿dónde está Lali?

No hay comentarios:

Publicar un comentario