sábado, 26 de septiembre de 2015

capitulo 21



Las ranas no se convierten en príncipes 

 Los párpados de Peter se agitaron nerviosos. Abrió los ojos poco después, preguntándose por qué Lali estaba durmiendo plácidamente entre sus brazos. Entonces recordó lo ocurrido la noche anterior y no pudo evitar sonreír tímidamente.  

 Contempló los rojizos labios entreabiertos de Lali, el cabello desordenado, que se desparramaba por la almohada, las graciosas pecas que recorrían el contorno de su nariz… Era realmente adorable. 

  Alzó una mano, dispuesto a hundir los dedos entre las ondulaciones de su pelo, pero la dejó suspendida en el aire cuando advirtió que alguien acababa de abrir la puerta. Frunció el entrecejo, molesto por la interrupción.

   —¡Buenos días, parejita! —gritó Nico.  

 El Mendigo llevaba una bandeja de plástico, repleta de diferentes alimentos, que dejó sobre la mesita de noche de Lali. Ella, aturdida, se giró hacia su hermano. 

  —¿Qué haces, Nico? —le preguntó. 

  —Os he traído el desayuno. —Se encogió de hombros—. Para desearos una vida próspera, feliz y… Bueno, todo eso. 

  Peter se sentó sobre la cama. Solo entonces se dio cuenta de que había dormido con la misma ropa que llevaba la noche anterior y ahogó un gemido.  

 —¡Dios mío! —Agitó el cuerpo de Lali—. ¡Levanta de una vez, estas sábanas están llenas de gérmenes! 

  Descubrió que ella también llevaba todavía los vaqueros ajustados y la camiseta marrón. Era asqueroso; después de haberse juntado con toda la chusma y haber entrado en una discoteca repleta de humo, sudor y demás porquería. Nico arrugó la nariz. 

  —Oye, seguís vestidos —farfulló—. Así que anoche ni siquiera hubo marcha.   

—Nico, ¡por favor!, desaparece. 

  Nico se marchó cabizbajo, quizá algo dolido por el recibimiento de los otros dos. Peter se levantó de la cama y, tras calzarse los zapatos, tiró a Lali del brazo con tanta fuerza que ella acabó en el suelo. 

  —¡Au! —se quejó ella, frotándose el codo—. Pero ¿qué haces, estúpido? 

  —Salvarte de una muerte segura —respondió él y, acto seguido, comenzó a quitar las sábanas de la cama, hizo una bola con ellas y las lanzó a un rincón de la habitación. 

Una vez el colchón se quedó desnudo, se miró las manos y su rostro se contrajo en una mueca de asco—. Perdona, pero ahora tengo que ir al baño a lavarme —le dijo, al tiempo que salía de la habitación.   

Lali se quedó allí, sentada en el suelo de su cuarto, con la vista clavada en el colchón de la cama. Se preguntó si aquello sería un despertar normal para Peter. Probablemente sí. Respiró hondo, procurando encontrar la calma perdida. A nadie le gusta que rompan sus sueños tirándole de la cama.    

regresó cinco minutos más tarde.

   —¿Todavía sigues ahí, Lali?   

Le dirigió una mirada de reproche antes de sacar del armario un juego limpio de sábanas y hacer de nuevo la cama —previa inspección del colchón, por si quedaba algún resto bacteriano—. Cuando terminó, Lali había logrado levantarse y situarse a su lado. 

  —¿No crees que es un poco exagerado? —le preguntó.   

—¿No crees que tú eres un poco… sucia? —contraatacó él. 

  Lali se quedó con la boca abierta y le dio un manotazo en el hombro.   

—¡Acabas de llamarme guarra! 

  —No pretendía ofenderte —Le sonrió como si ella tuviese tres años—; pero a veces es bueno que otros nos señalen nuestros defectos para que podamos advertirlos y, seguidamente, solucionarlos.

   Lali negó con la cabeza, cabreada, y se dirigió a paso rápido hacia la cocina dispuesta a desayunar algo antes de enfrentarse nuevamente a Peter.

   Pensó que quizá él podría cambiar, creyó que Peter se convertiría mágicamente en un chico normal y corriente después de aquel beso —como las ranas que terminan siendo príncipes—, pero, obviamente, se había equivocado. Peter no dijo nada mientras untaba dos tostadas con mantequilla y ella removía su café con parsimonia.  

 —¿Y bien…? —comentó él, cuando ambos terminaron de desayunar.   

—Y bien, ¿qué? 

  —¿Ni siquiera piensas hablar sobre lo que pasó ayer? —le preguntó—. Por si no lo recuerdas, me pediste que durmiese contigo.  

 Lali rió, nerviosa.  

 —Por si a ti también te falla la memoria, antes de que eso ocurriera, tú me besaste. 

  Peter la acuchilló con la mirada. Iba a decirle cualquier barbaridad que se le pasara por la cabeza cuando Nico apareció en la cocina, cargado de nuevo con la bandeja del desayuno intacta que había dejado sobre la mesita de Lali. 

  —¡Ni siquiera os habéis dignado probarlo! —se quejó—. Y me ha costado mucho averiguar cómo funcionaba el exprimidor de naranjas. 

  —Lo siento, Nico —contestó su hermana—. Pero ahora estamos ocupados, ¿hablamos luego?   

Nico frunció los labios. 

  —Así que, como sois parejita, me margináis. 

  —Oh, no, no es eso… 

  —Ya, claro. —Les miró dolido—. Esperaré en el salón, con Whisky, mientras encuentras una buena excusa.

   Y acto seguido volvió a desaparecer. Peter intentó contener la risa, y Lali le dirigió una mirada punzante y amenazadora. Él tosió y consiguió mantenerse serio. 

  —Entonces… —balbució—, tú y yo ahora… ¿qué somos? 

  —Personas —contestó Lali. No se atrevía a dar una respuesta sobre lo que realmente Peter pretendía averiguar.  

 —Idiota, me refería a nuestra situación tras los acontecimientos de la pasada noche.  

 —Deja de llamarme idiota —se quejó Lali. 

  —Deja de parecerlo, entonces. 

  Lali suspiró, dejó el vaso sobre la pila de la cocina y se apoyó en ella. Peter también se levantó para llevar su plato, y permaneció cerca de Lali, estudiando sus movimientos. Respiraba agitada, así que supuso que estaba nerviosa. Eso le gustó.  

 —¿Te gusto? —le preguntó ella.  

 Y Peter tembló ante aquella complicada cuestión. 

  —¿Te gusto yo a ti?  

 —¿Quieres dejar de contestarme con otra pregunta? ¡Peter, esto no es una competición! 

  Peter iba a responder que sí, que sí le gustaba, pero justo en ese instante sonó el teléfono y Lali le apartó a un lado para poder descolgarlo. 

  —¿Diga? 

  —¡Cariño, soy mamá! —exclamó la señora Esposito al otro lado de la línea. Lali suspiró—. ¡Ya me he enterado de la noticia! ¡Y no sabes cuánto me alegro! 

  Lali frunció el entrecejo, y Peter la observó contrariado, intentando adivinar con quién hablaba. 

  —¿De qué noticia estás hablando? 

  —¡Peter es fantástico, un buen partido! —prosiguió su madre, omitiendo su pregunta pero dándole a entender la respuesta—. Hacéis una pareja perfecta. Tú padre y yo llegaremos a casa esta tarde.   

—¡Por favor, mamá!  sintió ganas de llorar, pero logró contenerse—. ¿Se puede saber quién te ha dicho eso? 

  —Bueno, cielo, papá me está esperando fuera del hotel, vamos a visitar el museo de la ciudad —dijo, hablando atropelladamente—. Nos vemos en apenas unas horas. Cuídate, Lali, ¡y usa protección, cariño, úsala!  

 Acto seguido la señora Esposito abandonó la línea, y Lali se quedó atontada con el teléfono pegado a la oreja. Peter la sacudió por los hombros. 

  —¿Qué te pasa?  

 —Nada —le dedicó una sonrisa forzada y después cogió mucho aire antes de gritar con todas sus fuerzas—. ¡NICO, VEN AQUÍ AHORA MISMO!  

 Como era de esperar, Nico no apareció. 

  Lali cerró con fuerza los ojos y volvió a abrirlos de golpe; después le explicó a Peter, sin entrar en detalles, la conversación que acababa de mantener con su madre. Él sonrió con fanfarronería cuando ella repitió la frase «Es un chico fantástico, un buen partido».  

 —Qué lista es tu madre —musitó.   La joven negó con la cabeza, incrédula. 

  —Pero ¿es que ni siquiera te preocupa lo que mis padres puedan pensar? ¡Por Dios, mi madre me ha pedido que use protección! —Lali agitó los brazos. Cuando sus padres llegaran no se atrevería a mirarles a la cara.  

 Peter se encogió de hombros. 

  —¿Y…? Está claro que tienes que usar protección —dijo—. No tienes idea de la cantidad de enfermedades venéreas que hay hoy en día. Te sorprenderías, en serio. 

  Ella abrió mucho la boca y se quedó así un buen rato, medio atontada, hasta que terminó propinándole a Peter el segundo manotazo del día. Se lo merecía de veras. Él rió como un chiquillo y salió corriendo de la cocina, pero Lali logró alcanzarlo y, cogiéndole por el cuello de la camisa —cosa que molestó mucho a Peter—, le pidió que la acompañase para hablar seriamente con Nico. 

  Su hermano se encontraba tumbado en la cama de su habitación, y una pequeña sonrisita curvaba sus labios, por lo cual Lali supuso que estaba al tanto de la llamada y que, cuando ella había gritado su nombre, había permanecido callado a propósito. Peter se quedó rezagado en la entrada de la habitación, mirando con aire desdeñoso a su alrededor, como si aquello fuese un criadero de cerdos, mientras que Lali se adentró hasta situarse al lado de su hermano.  

 —¿Algún problema, hermanita? —preguntó Nico, haciéndose el gracioso. 

  —¿Por qué has tenido que decirle algo así a mamá?   

—Si no hubieseis ignorado mi desayuno quizá habría sido más solidario. 

  —No te lo perdono, Nico —contestó Lali y le apuntó con un dedo acusador. Peter rió a sus espaldas—. ¿Y a ti qué te hace tanta gracia, tonto?  

 —Sigo disfrutando cada vez que te cabreas.  

 Lali salió de la habitación a paso rápido y entró en la suya. Peter la siguió sin pensárselo demasiado. Ella se sentó en la cama y se llevó las manos a la cabeza; él permaneció muy quieto, a su lado, convirtiéndose en una estatua. 

  —Tampoco es para tanto —comentó Peter, al cabo de un buen rato—. Además, tu madre me ama. Me ama casi más de lo que te ama a ti. 

  Lali suspiró hondo y le dirigió una punzante mirada. 

  —Vale, retiro lo último —rectificó él, alzando las manos en son de paz. 

  —Peter, es que… no te lo tomes a mal, pero… —Se esforzó por no apartar la mirada de sus ojos verdes mientras procuraba dar con las palabras correctas—, pero… tú eres raro. Esto es raro. La situación es rara.   

—Tú también eres rara para mí.  

 —El problema es que yo… no sé cómo podría terminar todo esto —explicó, gesticulando en exceso con las manos; cuando se dio cuenta de ello, las dejó caer sobre su regazo—. Es probable que dentro de unas horas intentemos matarnos el uno al otro. 

  Él sonrió y se encogió de hombros. 

  —Bueno, tampoco sería una novedad.  

 —Ya, pero no es lo normal. 

  —¿Tú quieres algo normal?, ¿es eso? —Encontró atisbos de valor escondidos en algún lugar remoto y logró mirarle a la cara. 

  Lali pareció dudar; entreabrió los labios, pero no logró contestar a las preguntas de Peter. Él se perdió en el mar de sus ojos y se preguntó si realmente sería posible que estuviesen juntos. Juntos, como esas parejas que paseaban por el parque mientras degustaban un helado. Negó con la cabeza, absorto en sus pensamientos. Lo cierto era que a él no le agradaba la idea de compartir su comida con nadie…  

 Volvió a mirarla. Se olvidó del helado, del parque y del resto de las parejas felices. Lali alzó despacio una mano, trémula, y terminó posándola sobre la mejilla de Peter; él, sorprendentemente, agradeció el calor de su piel y se le antojó reconfortante. Sonrió y se acercó hacia su rostro regalándole un tímido beso en la comisura de los labios. 

  —Hagamos algo juntos —le dijo.  

 Lali correspondió su sonrisa, y Peter se relajó un poco. Advirtió que llevaba media hora sentado en la cama con todos los músculos del cuerpo en tensión y la mandíbula ligeramente apretada.  

 —¿Te apetece ir a la feria? —preguntó Lali, alegre.  

 Él tragó saliva despacio antes de asentir, temiéndose lo peor. 

viernes, 25 de septiembre de 2015

capitulo 20



Contando estrellas  

 Cuando Lali logró organizar a los invitados y consiguió que todos abandonaran su casa, Peter miró a su alrededor en busca de los numerosos coches en los cuales, supuestamente, irían hacia Helthon. Pero, curiosamente, allí solo había un coche y, teniendo en cuenta que era el vehículo del dueño de Golpes y Sangre, Peter desechó la opción de ocupar uno de sus asientos. 

  —Bien. —Lali respiró hondo—. Katie e Isabelle me han dicho que irán con Evan en su coche, así que quedan dos asientos libres. ¿Queréis ir con ellos, Gael, Finth? —preguntó, señalando a los dos amigos del brother de Peter

  Ellos asintieron gustosos y se dirigieron hacia el coche siguiendo al grandullón. Peter agradeció perder de vista aquellos puños y sintió una calma profunda que invadía su cuerpo, desde los pies hasta la cabeza. La chica del pelo rosa y las horripilantes gemelas ya no parecían tan malas opciones en comparación con «aquello» que acababa de marcharse.

   —¿Y cómo vamos los demás? —le preguntó a Lali.

   —¡En mi superfurgoneta! —respondió Nico, mientras terminaba de liarse el décimo porro (aproximadamente) de la noche.  

 —¿Tu super… qué? —Peter miró de reojo el garaje abierto de la casa de los Espositos. Entonces lo entendió todo, y el mundo pareció derrumbarse bajo sus pies. 

  Mientras todos caminaban directos hacia una furgoneta maltrecha y con un aire hippie, pintarrajeada de grafitis, Peter permaneció quieto en el césped de la entrada, pálido como la luna que se alzaba sobre ellos.

   Lali le tiró de la manga de la chaqueta. 

  —Venga, vamos, ¿a qué esperas?   

—No pienso montar en ese estercolero con ruedas.

   —Peter, la superfurgoneta de Nico no es un estercolero —le reprochó Lali.   

—¡Pero seremos como inmigrantes, todos amontonados atrás! —clamó él—. Y, además, ¡ni siquiera es legal! 

  —¿Qué importa que sea legal o no? 

  —Verás, he trazado ciertos planes respecto a mi futuro y, como espero puedas comprender, el hecho de que la policía me encuentre en la parte trasera de una furgoneta ilegal junto a un montón de personajes estrafalarios, y siendo conducida por un Mendigo que va fumándose un porro, no es lo más aconsejable para que mis magníficos planes acaben cumpliéndose. 

  Lali cerró los ojos con fuerza y se armó de paciencia. Después, sabiendo que ya todos se habían acomodado en los dos banquitos que había colocado Nico en los extremos de la superfurgoneta, miró a Peter casi a punto de llorar.   

—¿No puedes olvidar quién eres solo una maldita noche?, ¿no puedes comportarte como un chico de dieciocho años normal y corriente? 

  —No —contestó él, sin un ápice de compasión. 

  —¡peter, por favor, esta noche pretendo divertirme! No me apetece seguir siendo tu niñera.

   —Es que no lo eres. 

  —¡Ya lo creo que sí! —Le miró suplicante—. Te lo ruego, Peter…  

 El rostro del inglés se tornó pensativo un instante. Después, sorprendentemente, asintió en silencio y caminó junto a Lali hacia la furgoneta que, probablemente, provocaría el fin de su existencia. 

  Los ojos de Lali le habían mirado de un modo tan desgarrador que casi había llegado a sentir cierta compasión hacia ella. Sacudió la cabeza, alejando esos desagradables pensamientos que provocaban que se sintiera ligeramente culpable.  

 Al llegar a la puerta trasera de la superfurgoneta de Nico, advirtieron que no quedaban sitios libres. A decir verdad, Rochy ya estaba sentada sobre Gas a falta de espacio.  

 —Siéntate tú encima de tu hermana —le pidió Lali a una de las gemelas. 

  Quedó un hueco libre. Peter, sin demasiados miramientos, se acomodó en él. Pablo, situado al fondo de la furgoneta, se giró hacia Lali y agitó una mano en el aire, llamándola. 

  —Puedes sentarte aquí —le indicó, señalando sus piernas. 

  Peter sintió que algo extraño comenzaba a bullir en su interior. Posiblemente, se trataba de una especie de rabia incomprensible. Así que, cuando vio que Lali subía a la furgoneta dispuesta a sentarse sobre el idiota de Pablo, la cogió de la cintura y tiró de ella hacia atrás, sentándola sobre sus rodillas. 

  —También puedes sentarte aquí —dijo, sin saber demasiado bien por qué narices acababa de hacer aquello—. Seguro que no pesas nada —añadió, intentando reparar el estropicio. 

  Lali no se movió.

 Y Peter descubrió que Pablo apretaba la mandíbula en exceso, cabreado tras el resultado final. Gas, con la chica del pelo rosa acomodada sobre él, cerró la puerta trasera de la superfurgoneta, y Nico se puso en marcha, adentrándose en la carretera principal de la urbanización directo hacia Helthon.  

 El Mendigo les deleitó con una música desconocida, una mezcla de rock y reggae, y todos los que se encontraban en la parte trasera de la furgoneta comenzaron a beber, a excepción de Pablo y Peter. Este último se animó un poco cuando Lali le tendió una botella pequeña y sin abrir de cerveza. 

  Aquello no estaba bien. Él no bebía. Pero recordaba que Lali le había rogado que intentase comportarse como un chico normal de dieciocho años y supuso que, si todos allí se alcoholizaban, eso sería lo habitual y socialmente aceptado. 

  Casi podía escuchar el rechinar de los dientes de Pablo a distancia. Le sonrió, mientras dirigía una mano escurridiza por la cintura de Lali, medio abrazándola. 

  —Hay muchas curvas —le dijo. Y acto seguido fijó la vista en Pablo, deseoso de ver cómo reaccionaba al respecto. Sus ojos destilaban una furia incontrolada. 

  A decir verdad, a Peter no le desagradó en exceso el hecho de llevar a Lali sentada en sus piernas. Desde aquella posición (y gracias a los tirantes de la camiseta que cruzaban su espalda), podía admirar la piel que quedaba al descubierto. Tenía aspecto de ser bastante suave, y eso a él le agradaba. Respiró hondo, observando la curvatura de sus hombros y cómo su larga melena se agitaba frente a él al compás de sus movimientos. Olía a champú de frutas exóticas… olía bien.  

 —¿Vas bien ahí? —le preguntó Lali, volviéndose un poco. 

  —Sí, tranquila. 

  Lali se sentía nerviosa y cohibida. Si unas horas antes le hubieran dicho que terminaría sentada sobre el inglés, no lo habría creído de ningún modo. Le temblaban ligeramente las piernas, pero intentaba disimularlo para que él no notase lo mucho que todo aquello llegaba a afectarle. Sentía un extraño cosquilleo en el estómago, exactamente en el lugar donde Peter había decidido posar una de sus grandes manos. Tomó una gran bocanada de aire y siguió hablando con Rochy, intentando no advertir cómo Peter respiraba cerca —muy cerca— de su cuello, haciéndole cosquillas y produciéndole pequeños escalofríos. 

  Cuando llegaron hasta Helthon y Lali se levantó de sus piernas, Peter notó la falta de calor y la siguió rápidamente. Mientras el resto bajaban de la furgoneta, sus miradas se cruzaron. Él sonrió tras descubrir que Lali tenía los mofletes rojizos y se sentía avergonzada. Le gustó aquel toque de inocencia.  

 —¡Arrasemos en Butterfly! —gritó Nico, clamando al cielo—. Eh, mirad, ahí llega Evan con los demás.  

 «Evan… el gigante.» Peter observó temeroso cómo se acercaba el coche hacia ellos y aparcaba al lado. Antes de entrar en la discoteca, decidieron que tomarían unos cubatas fuera; Nico les sirvió a todos un vaso. Peter terminó cediendo ante un poco de Vodka rojo.  

 —¡Menudo cuñadito que tengo! —exclamó Nico, pellizcándole un moflete. 

  —Yo no soy tú cuñ… —comenzó a decir Peter, pero se calló inmediatamente en cuanto advirtió la amenazadora mirada de Evan, que agitó felizmente tanto a Golpes como a Sangre. Ambos eran igualmente aterradores. Peter intentó sonreírle, pero no lo consiguió.  

 Por el contrario, Lali optó por ignorar los comentarios de su hermano y prefirió aclararle personalmente a Pablo que en realidad ellos no estaban saliendo. Este respiró tranquilo. 

  El Chico Arma se acercó y rellenó el vaso semivacío de Peter. Después le miró fijamente.  

 —¿Cómo va la noche? 

  —Bien, bastante bien —mintió Peter. 

  Lali se había alejado de él y ahora charlaba con su grupo de amigos, a unos metros de distancia. Peter intentó encontrar una buena excusa para huir de aquel psicópata, pero antes de que se le ocurriese nada él continuó hablando. 

  —Lali me ha comentado que eres muy inteligente —le informó.   

—Ah, ¿sí? ¿De veras Lali ha dicho eso de mí? —Peter le miró largamente. Abrigaba ciertas dudas al respecto—. Bueno, a mí me ha comentado que tú eras superdotado… o algo así.   

El psicópata asintió con la cabeza y le dio un trago a su cubata. 

  —Yo entiendo que te sientas extraño en este ambiente —le dijo—, pero al final te acostumbras. No son mala gente —añadió, mientras ambos contemplaban cómo Nico le arrancaba la antena a uno de los coches que había aparcado cerca. 

  Por alguna extraña razón, a Peter no le sorprendió que Gas, el atracador innato, le echase una mano entre risas.   —Ya, claro… 

  Intentó apartar la mirada de los ladrones y centrarse en cualquier otra cosa a su alrededor. Finalmente, volvió a mirar al Chico Arma. 

  —Oye, llevas los ojos pintados de negro —advirtió. 

  —En efecto.  

 —¿Y puedo saber por qué? 

  El psicópata se encogió de hombros y después le sonrió. 

  —No sé, me gusta.  

 —A las chicas también.   

—Lo sé. —Le observó con curiosidad—. Tú tienes demasiados prejuicios.  

 —No, tranquilo. —Peter sacudió las manos—. Al principio pensé que Lali me lo decía en broma, pero acabo de deducir que realmente eres el más normal de toda la tribu. 

  Él rió ante su comentario. Cuando Peter vio que el gigante se acercaba hacia ellos —acompañado por la Chica Cabeza Rapada—, desapareció rápidamente de allí y regresó al lado de Lali, que estaba charlando con Euge y Mery.  

 —Es que me gusta muchísimo —decía Euge, mientras fijaba sus ojos en Nico—. Es tan… salvaje. 

  —Desde luego —afirmó Peter, convencido de ello al cien por cien. 

  —Y siempre me hace reír. —Euge suspiró, enamorada—. ¿Crees que si le insinúo algo me rechazará?  

 —Lo dudo. En realidad puede que le gustes. —Lali se encogió de hombros. 

  —Normalmente los chicos suelen caer ante nuestros encantos —la animó Mery—; excepto algunos idiotas, claro —añadió, fulminando a Peter con la mirada. 

  Él reprimió un escalofrío y casi se alegró cuando Nico —todavía con la antena robada del coche en la mano— indicó que era hora de entrar en la discoteca. Todos se dirigieron hacia allí en tropel. 

  Las luces de Buterffly se veían desde lejos. Un cartel enorme se alzaba en lo alto de la discoteca con su nombre. En la entrada había una cola de gente esperando que los de seguridad les permitiesen pasar; ellos se colocaron al final. 

  —Creo que las únicas que aún no han cumplido los dieciocho son mi hermana y Rochy —dijo Nico. Parecía increíble que todavía pudiese hacer esos cálculos, teniendo en cuenta todo el alcohol que había ingerido—. Así que, Peter, coge a Lali de la mano, y tú, Gas, encárgate de Rochy. 


  Peter accedió a enlazar sus dedos entre los de Lali. Ella tenía la mano cálida. La joven rió tontamente ante la situación.

   —¿Aún tienes diecisiete? 

  —Sí, soy de las últimas del curso en cumplir los dieciocho. —Volvió a reírse. 

  —¿Ya estás borracha? —le preguntó Peter, que en realidad empezaba a sentirse contento aun en medio de la tribu (lo cual resultaba preocupante).  

 —No, claro que no… —contestó ella, y se desternilló de risa; por lo cual Peter supuso que acaba de mentirle.  

 Lali continuó riendo hasta que el hombre de seguridad les dejó pasar, junto con el resto (a pesar de protestar previamente por las pintas que llevaban algunos). Dentro de la discoteca el volumen de la música era ensordecedor. La gente bailaba como loca de un lado a otro, y había varias congas dispersas aquí y allá. Las luces intermitentes de colores aturdían a Peter, y le costó distinguir la barra que se alzaba al fondo del local. Se dirigió hacia ella, siguiendo a los demás y arrastrando a Lali tras él. 

  —¡Yo quiero una cerveza! —gritó ella, cuando llegaron.

   —¿Piensas seguir bebiendo? —le preguntó Peter.  

 —¿Y por qué no? —contestó Lali—. ¡Llevaba semanas sin salir! Pediré otra para ti. 

  Peter iba a negarse, pero no tuvo tiempo para hacerlo. Una atractiva camarera les sirvió las dos cervezas, mientras el resto del grupo seguía pidiendo cubatas y cócteles. Peter se alegró de que las gemelas feas acorralasen a Pablo, haciéndole diversas preguntas sobre su famoso libro, y consiguiendo que él no tuviese que enfrentarse a su contrincante.  

 —¿Bailas? 

  Bajó la cabeza y encontró a Lali. ¿Acababa de preguntarle si quería bailar? No estaba demasiado seguro, así que le dio un trago largo a su cerveza y negó después con la cabeza, por si acaso.  

 —¡Qué aburrido eres! —exclamó, antes de apartarse unos metros, junto con la chica del pelo rosa y sus amigas, y comenzar a bailar.   Peter se sentó en uno de los taburetes de la barra, al lado del psicópata, y contempló cómo Lali danzaba agitando las manos al compás de la melodía. Movía las caderas lentamente y las ondulaciones del cabello seguían aquellos movimientos como si se contagiasen por todo su cuerpo. Suspiró y le dio otro trago a su cerveza.  

 Instantes después, comenzó a descubrir que había una gran cantidad de chicos que, poco a poco, se iban acercando a ellas. Finalmente, uno de los jóvenes colocó las manos alrededor de la cintura de Lali, y ella dejó caer los brazos sobre el cuello del chico. Los ojos verdes de Peter se convirtieron en dos diminutas rendijas. No entendía qué estaba ocurriendo, tampoco entendía por qué Lali no apartaba a ese energúmeno de un brusco empujón.  

 «Bueno, si no lo hace ella, tendré que hacerlo yo; está claro que es por su bien. Se nota a la legua que solo pretende llevársela a la cama», pensó Peter, antes de bajar del taburete y acercarse a Lali.   

No supo demasiado bien de dónde sacó el valor cuando se interpuso entre ellos y abrazó a Lali, pegando su cuerpo al suyo. El chico al cual acababa de apartar de un empujón le miró con cara de pocos amigos. 

  —¿Qué cojones haces, tío? —le preguntó.

   —Bailar con mi novia —respondió Peter. 

  Lali le miró con los ojos desorbitados y se echó a reír. 

  —Pero ¿qué dices, Peter? Tú no eres mi… 

  Pero no pudo decir nada más. Los labios de Peter presionaron los suyos. A Lali le costó descubrir lo que realmente ocurría: Peter la estaba besando. 

  Sintió cómo los latidos de su corazón se disparaban y se volvían mucho más rápidos. La música de la discoteca quedó amortiguada, como si alguien hubiera bajado el volumen, y la sensación de los labios de Peter junto a los suyos se tornó más real.  

 Peter sujetaba con una mano su rostro, mientras la otra presionaba su espalda acercándola más hacia sí. Lali no supo por qué no lograba apartarse de su cuerpo y terminar con aquel beso. Quizá porque los labios de Peter eran cálidos y suaves; quizá porque todo él olía tremendamente bien, a menta; quizá porque sencillamente había terminado por ser partícipe de ese beso cuando finalmente entreabrió sus labios y dejó que la lengua de Peter acariciase la suya… 

  Lali tenía los ojos cerrados, pero gracias al ruido advirtió que la gente aplaudía a su alrededor. Fue en ese instante cuando Peter se separó de ella y desapareció de su vista internándose entre la multitud que atestaba la discoteca. Miró a su alrededor y descubrió que eran sus amigos los que aplaudían tras presenciar aquel beso.   Nico se acercó a su hermana, limpiándose una lagrimilla.  

 —Qué bonito —le dijo—. Me encanta Peter, creo que será el mejor cuñado del mundo.   

La joven tragó saliva despacio. Todos la miraban. Incluso Pablo, cuyo rostro estaba ahora rojo y repleto de ira. Se giró, buscando a Peter, y entonces recordó que acababa de desaparecer entre el gentío.  

 —Yo… —balbució, confundida—. Ahora vuelvo. 

  Y salió disparada de allí en la misma dirección por la que había visto partir a Peter. Se sentía extraña. Las luces la aturdían y mareaban. En realidad deseaba meterse en su cama y no pensar en lo que había ocurrido. Peter acababa de besarla. Y, peor aún, ella había correspondido.

   Se abrió paso a base de codazos, haciéndose un hueco. De pronto le agobiaba ver tanta gente a su alrededor. Supuso que Peter habría huido de la discoteca, así que se dirigió hacia la salida y, cuando abandonó el lugar, agradeció el frío de la noche y el brusco viento que le sacudió el cabello. 

  No le vio por ninguna parte. Se abrazó a sí misma y comenzó a caminar hacia el sitio donde habían aparcado la furgoneta de Nico, fingiendo no escuchar los verdes comentarios que le dedicaban un grupo de chavales.   

Distinguió su figura desde lejos. Peter estaba apoyado en la furgoneta, con gesto pensativo, y tenía la mirada clavada en el cielo estrellado. El despeinado cabello castaño contrastaba con la oscuridad de la noche. Lali se acomodó a su lado sin decir nada y también fijó sus ojos en el manto oscuro que se extendía sobre sus cabezas.  

 «Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis…», comenzó a contar mentalmente las estrellas. Aquella noche había muchas, así que perdía la cuenta con facilidad y volvía a empezar.  

 Habían pasado cinco minutos cuando finalmente los dedos de Peter acariciaron los suyos, despacio, casi con miedo. Lali alzó la mirada y encontró sus ojos verdes. Respiró hondo y notó cómo su estómago daba un vuelco inesperado.  

 Peter quiso decirle algo, cualquier cosa. Pero no pudo. Se perdió en la inocencia de su rostro y dejó que el silencio de la noche les envolviese.  

 En realidad habría podido decir muchas cosas. Como, por ejemplo, reconocer que quizá, solo quizá, acababa de darse cuenta de que sentía algo por ella. Notó que le costaba respirar mientras esa idea divagaba por su mente y prefirió pensar en otra cosa. Se puso a contar las estrellas, sin saber que Lali, a su lado, hacía exactamente lo mismo. 

  «… Cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y siete…» El tiempo corría rápido al compás de sus cálculos. Peter casi había dejado de sentirse incómodo allí, junto a Lali, cuando el resto de los amigos aparecieron calle abajo, indicándoles que era hora de volver a casa. 

Durante el regreso, Lali se sentó de nuevo sobre las rodillas de Peter, que ahora temblaban incontroladas. Él echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en la chapa metálica de la furgoneta, evitando así que el aroma del cabello de Lali lograse confundirle todavía más. Ni siquiera se movió conforme cada uno de los amigos se iba despidiendo de ellos cuando Nico los dejaba en sus respectivas casas. Hicieron varias paradas, hasta que llegaron al hogar de los Esposito. 

  Los tres entraron en la casa, y antes de perderse en el interior de su habitación, Nico les dio las buenas noches tras dirigirles una sonrisa pícara.  

 Peter permaneció serio, frente a la puerta del cuarto de Lali, mientras se miraban fijamente.  

 —Que descanses —le dijo Lali. 

  Y cuando caminó hacia su cama se tambaleó ligeramente. Peter intentó no reír, pero se acercó hasta ella para asegurarse de que no caería al suelo. Fue a destaparle la cama cuando advirtió que no estaba hecha. Frunció el entrecejo.  

 —Ni siquiera has hecho la cama —se quejó.  

 Lali se giró hacia él. 

  —Oye, he estado muy ocupada con el cumpleaños de Nico.   

—Ya, pero…  

 —¿No puedes cerrar la boca un rato y dejar de protestar? —preguntó. Después le miró y sonrió con ternura—. Ven. 

  Peter dio un paso al frente, en silencio, situándose junto a ella. Cerró los ojos cuando Lali le besó y dejó que le tumbase en la cama y le tapase, una vez él consiguió quitarse los zapatos. Peter permaneció muy quieto cuando los brazos de Lali le abrazaron, y ella acomodó el rostro sobre el hueco entre su hombro y su propio rostro. 

  —Duerme conmigo —le susurró. 

  Y solo cuando Lali cayó rendida en un profundo sueño, Peter alzó una mano y la pasó por su espalda, abrazándola también. Bostezó. Y se dijo que mañana sería otro día y que, seguramente, todo volvería a la normalidad.   


BIEN ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO EL CAP A PEDIDO DE UNA LECTORAS FIELES SUBÍ , TARDE PERO LO HICE LO MAS RAPIDO QUE PUDE

PD. QUIEN ES LA QUE ELIMINO SU COMENTARIO ME GUSTARÍA SABER 

Pd: las quiero y comenten 

capitulo 18 y 19



Instinto salvaje I  


  —¿Qué más tenemos que hacer? —preguntó Peter.  

   —No te ofendas, pero suena un tanto misterioso que te muestres tan colaborador —objetó Lali con desconfianza. 

  —Tú con tal de protestar…  

 —Bueno, está bien, ayúdame a hinchar globos.

   —¿Globos? ¿Celebraremos la verdadera edad de Nico o su edad mental?, porque solo en el segundo caso entiendo el asunto de los coloridos globos. 

  —Sabía que era demasiado bueno para ser cierto. —Suspiró—. Venga, ¡haz algo! —concluyó, tendiéndole un puñado de globos.   Peter los observó con una mueca de repugnancia y los apartó a un lado. Lali puso los ojos en blanco.  

 —¿Y ahora qué es lo que ocurre, Majestad?  

 —No esperarás que pose mis delicados labios sobre un trozo de plástico, ¡a saber cuántas manos lo habrán tocado antes! —explotó—. Eres muy descuidada, Lali, especialmente teniendo en cuenta que nos encontramos en medio de una catástrofe higiénica desatada por la gripe de la gallina.   

—Tu estúpido discurso me está durmiendo; cállate ya. Está bien, prefiero que no hagas nada —objetó.  

 —¡Ya te he pillado! Lo haces para luego poder quejarte de lo poco que ayudo. 

  —¡Pero… si has dicho que no querías hacerlo!   

—Claro, ¡ahora pon excusas! —farfulló con expresión dolida—. ¡Eres una manipuladora de cuidado! 

  —Esto ya es insoportable… —susurró Lali.   

—Desde luego, desde luego que eres insoportable. Menos mal que al fin reconoces algo —opinó él—, mi madre siempre dice que ese es el primer paso para solucionar un problema: la aceptación. ¡Bravo, Lali!   

Lali le dirigió una mueca de profundo asco. Después, conteniendo las ganas de contestarle, cogió un globo de color azul y comenzó a inflarlo hasta que adquirió un tamaño considerable. Hizo un pequeño nudo en el extremo antes de lanzarlo sobre el rostro de Peter. 

  —¿Te has vuelto loca? ¿Por qué me atacas?  

 Continuó ignorándole e infló otro globo. También ese fue a parar a la cabeza del inglés.   

—¿Qué te propones, Lali? 

  Un tercer globo anaranjado le dio de pleno en la cara. Lali rió. Sin embargo, Peter pareció reaccionar. Alzó su señorial mano y la dejó caer sobre el brazo de ella con un manotazo que resonó en el silencio de la estancia. Ella le miró sorprendida.

   —¿Acabas de pegarme o me lo he imaginado?  

 —Te lo merecías. 

  —¿Qué…?   

Lali no pensaba quedarse de brazos cruzados. Arremetió contra él pellizcándole el hombro. Peter, sentado en el suelo del comedor de la familia Esposito, abrió mucho los ojos. 

  —¡Eso ha dolido!  

 —Era mi intención, idiota. 

  —¡Serás…!  

 Y se abalanzó sobre ella descaradamente, empujándola a un lado y pellizcándole la mano derecha al mismo tiempo. Lali logró sobreponerse rodando sobre sí misma y le atestó un puñetazo en la pierna que provocó que Peter se retorciese de dolor. En ese momento se desató la guerra, y los pellizcos, manotazos, puñetazos fueron incontables. Un globo explotó cuando Peter empujó a Lali y ella cayó sobre este. Con la mirada repleta de rabia contenida a lo largo de todo el día, Lali contraatacó tirándose sobre Peter, mordiéndole el hombro con ganas. Él gritó e intentó quitársela de encima a base de rodillazos; finalmente, al no conseguirlo de ese modo, rodó sobre sí mismo y terminó tumbado sobre ella. Presionó las manos de Lali contra el suelo, por encima de su cabeza, con lo que la inmovilizaba.  

 —¡Quítate de encima, estúpido, me estás aplastando! —se quejó.   Peter la miró fijamente. La escasa distancia que separaba sus rostros le permitía distinguir las graciosas pecas que adornaban el contorno de la nariz de Lali, otorgándole un aire aniñado. Ambos respiraban entrecortadamente, como si acabasen de participar en una maratón de varios kilómetros. Él se había despeinado con la pelea, y algunos mechones castaños se escurrían alborotados, rozando la frente de Lali y haciéndole cosquillas. Ella se removió 
 bruscamente, intentando desasirse de las manos de Peter, pero él la sujetó todavía con más fuerza, presionando su cuerpo contra el de Lali.  

 —Si te suelto, ¿dejarás de pegarme?  

 —¡Nunca! —explotó ella, y le dedicó una mirada de profundo odio.

   —Entonces tendremos que celebrar el cumpleaños de tu hermano así, tumbados en el suelo del comedor uno encima del otro. —Sonrió con ironía y sus ojos verdes parecieron brillar intensamente—. Qué interesante va a ser esto…   

Un tenso silencio reinó durante unos segundos que se hicieron eternos. Lali comenzó a tranquilizarse, y sus ojos se toparon con los rojizos labios entreabiertos de Peter, los cuales, curiosamente, se hallaban cada vez más cerca de su rostro. De forma inconsciente, cerró los ojos, despacio, como si estuviese esperando algo. Un beso, quizá.  

 —¡La hostia!, ¡mira qué bien se lo montan algunos!  

 Peter dio un respingo, sorprendido, y se apartó rápidamente del cuerpo de Lali para hacerse a un lado. Nico, acompañado por otros dos jóvenes, les miraba sonriente apoyado en el marco de la puerta.   

—Joder con tu hermanita… —objetó uno de sus amigos entre risas.   
—¡Oye, esto no es lo que estáis pensando! —logró gritar Lali, avergonzada. Se puso de pie y comenzó a sacudirse las ropas.   

Peter, todavía confuso, imitó sus movimientos.

   —Ah, ¿no? —Nico sonrió ampliamente—. ¿Estudiabais anatomía?  

 —¡Cállate ya! —se quejó Lali. Después se giró resentida hacia Peter, apretando los puños—. ¡Todo esto es por tu culpa! ¡Te odio! —exclamó, antes de desaparecer escaleras arriba hacia su habitación.   

Peter se quedó allí anclado, en medio del comedor, como una marioneta sin dueño, mientras los otros tres le observaban con curiosidad. Nico se encendió un cigarrillo y le señaló con el dedo.   

—No le hagas caso chaval, así son las mujeres, no intentes comprenderlas.   

—Seguro que en menos de diez minutos te envía un sms pidiéndote que la perdones o algo parecido —opinó otro de los chicos, que llevaba ambos lados de la cabeza rapados, dejando que en medio creciese una cresta de pelo parecida a la de las gallinas, al estilo punk—. Y si no lo hace, le compras una rosa fea de esas y todo solucionado.  

 Peter parpadeó confundido. 

  —No… no, nosotros no estamos juntos.  

 Nico le miró de reojo. Después sonrió y el humo de la calada que acababa de darle al cigarro se escurrió entre sus labios. 

  —Pues casi mejor. A mi hermana siempre le han ido las relaciones liberales. 

  —En realidad, lo que quería decir es que no tenemos ningún tipo de relación.

   —Ya, claro, y yo voy a la universidad… ¡no te jode! —respondió Nico, lo que provocó que sus amigos prorrumpiesen en sonoras carcajadas.   

Los tres pasaron por delante de él y se dejaron caer sobre el sofá. El de la cresta comenzó a liarse un porro mientras el otro buscaba algo interesante en la televisión. Peter recordó algo y se sentó en el sillón, cerca de ellos.

   —Nico… ¿no se suponía que tú estudiabas? —preguntó.  

 Él le dirigió una mirada divertida. Los tres volvieron a reír al unísono.  

 —Eso creen mis padres —explicó—. En realidad no hago nada. Pero si piensan que estudio me pagan mis gastos diarios, así no tengo que ponerme a trabajar —detalló—. Y Lali me encubre a cambio de que yo la encubra a ella. Ya sabes, les dice a mis padres que sale conmigo por las noches, pero luego se va con sus amigos.   
Peter le miró alarmado, abriendo mucho los ojos. No podía creer que le hiciesen aquello a la pobre Abigail, con lo bien que se había portado con él. Suspiró, sintiéndose extraño por el simple hecho de estar preocupado por los problemas de otras personas que poco o nada deberían importarle. 

  —¿No te sientes culpable?  

 —¿Culpable de qué…? —Y encendió la PlayStation. 

  —Nada, déjalo. 

  —Bueno, chavalote, ¿cómo te llamas? —preguntó el chico de la cresta. 

  Peter le miró de arriba abajo antes de contestar: vestía unas mallas agujereadas que se ajustaban al contorno de sus delgadas piernas y contrastaban con la chaqueta de cuero repleta de remaches y parches diversos cosidos aquí y allá del modo más desordenado posible. El inglés tragó saliva despacio. 

  —Me llamo Peter… —respondió al fin. 

  —Encantado. —El punk le tendió una mano, y Peter creyó que se desmayaría al estrechársela. Afortunadamente, solo se sintió ligeramente mareado cuando lo hizo—. Yo soy Esko. 

  —¿Esko? —preguntó, pensando que se trataba de una broma.

   —Sí. Es un mote, me lo pusieron porque mi grupo favorito de música es Eskorbuto —aclaró felizmente—. Y este es Leo Es un poco callado —añadió.  

 El tal Leo también le tendió la mano, mostrándole un amago de sonrisa. Parecía más normal que el otro, aunque vestía de un modo raro: pantalones anchos, sudadera ancha, todo ancho en general…   

—Bueno, ¿ya habéis preparado la cena? —le preguntó Nico—. Ten, anda, fuma un poco —le tendió el porro.  

 —No, gracias. —Suspiró—. Yo… creo que será mejor que suba y hable con tu hermana. 

  —¡Así me gusta! Tú dale caña, chaval. A las chicas les gusta que las hagan sufrir, son así de raras.  

 Peter se dirigió hacia el baño a toda prisa mientras Nico seguía hablando. Lo primero que hizo fue lavarse las manos tres veces seguidas, después de los afectuosos saludos de Esko y Leo. Si todos los amigos de Nico eran como aquellos, estaba seguro de que pasaría la peor noche de su vida. Se miró al espejo y se propuso ser fuerte. Aquello era la selva, y debía sacar a flote su instinto salvaje para lograr sobrevivir en medio del caos. 

  Después se dirigió al cuarto de Lali. Entró sin llamar a la puerta.   

—Pero ¿qué haces? —Lali le lanzó un despertador, que chocó contra la pared, a unos centímetros de su cabeza—. Avisa antes de entrar, podría haber estado cambiándome.   

—Tampoco vería nada del otro mundo. —Se encogió de hombros.   
—¡No te soporto más! 

  —Oye, que vengo en son de paz.  

 —Métete esa paz por donde te quepa.   

—La paz es un concepto abstracto, no puede depositarse en ningún lugar concreto, ¿entiendes?

   —¡Por Dios, lo que una tiene que aguantar! —Alzó la vista al cielo, desesperada.  

 —Mira, quizá deberíamos intentar llevarnos bien durante las próximas horas. No quiero morir en pleno cumpleaños de tu hermano y, ciertamente, esos tipos parecen estar a punto de atacarme de un momento a otro. Temo por mi vida.

   —Todo lo haces siempre por interés —se quejó Lali.  

 —¡Pero es un interés positivo! 

  —¿Sabes?, ya me he cansado; esta vez no pienso ayudarte.  

 Fijó sus ojos en Peter y esperó encontrar tristeza y desolación en su rostro; sin embargo, él sonreía de un modo misterioso.   

—Como quieras, tendremos que ir a malas entonces —dijo—; por explicarlo de otro modo: si no me ayudas contaré la verdad sobre la falsa vida estudiantil de Nico y tus habituales salidas nocturnas.   

Lali abrió la boca de par en par, alucinada. ¿De dónde había sacado el inglés aquella información? Seguramente al tonto de su hermano se le habría escapado. Peter supo que ella se encontraba entre la espada y la pared.   

—Y ahora, mi querida Lali, es hora de hacer la cena —anunció, con una enigmática sonrisa en su rostro—. Yo supervisaré que todo salga bien; ¡venga, andando!, ya basta de vaguear.  

 —¡Serás…!  

 —¿Qué soy, Lali? —preguntó, con un deje amenazador en la voz.   
—Eres sencillamente… adorable —masculló ella. 

  —Gracias.

   Peter se dirigió hacia la escalera, y Lali se levantó dispuesta a seguirle. No tenía otra opción.   

—Capullo. Eres un capullo, eso quería decir —añadió en un susurro que el inglés no llegó a oír. 

  Una vez en la cocina, Lali abrió la nevera y observó el interior. Miró a Peter.

   —A ver, ¿cuántas hamburguesas necesitaremos…? —preguntó Lali en voz alta, pensativa.

   Peter la miró asustado.   

—¿Hambur… qué?   

—Hamburguesas.  

 —¡Aparta, niña cutre! —exclamó, le dio un empujón y la hizo a un lado bruscamente—. ¡Hamburguesas, dice! ¡Ni que estuviéramos en un bareto de mala muerte, en mitad de la carretera, en medio de la nada! —farfulló—. ¿Qué será lo próximo?, ¿patatas fritas con katchup, ketchup… o como se diga?  

 —Se llama Ketchup, y sí, realmente pensaba hacer patatas fritas.   

—¡Oh! —Se llevó una mano al pecho—. Me agotas. Eres una cría, Lali, ¡vete a jugar con tus braguitas de Piolín!   

Lali frunció el ceño, confusa.  

 —¿Qué has dicho?  

 Él se giró y la miró fijamente. El verde de sus ojos parecía más claro, como si la frialdad se hubiese disipado.   

—Bragas, calzoncillos… ¡Baja de las nubes, Lali! Todo el mundo usa ropa interior… menos tu hermano, por descontado. 

  —¡Eh, no me cambies de tema! 

  —¡No!, ¡no me cambies de tema tú! ¿Aquí quién es el jefe?, pensaba que eso ya había quedado claro en la habitación —añadió—. Anda, niña, ve sacando la masa para hacer los canapés. 

  Lali se cruzó de brazos y le miró como si estuviese completamente loco. 

  —¿He oído bien?  

 —No lo sé, eso tendrás que preguntárselo a tu otorrino —comentó—. Pero no dudes de mi pronunciación, mi dicción es perfecta.

   Ella se echó a reír. 

  —¿Eres consciente de que ni con diez bandejas de tus ridículos canapés lograrás saciar el apetito de los amigos de Nico?  

 —Ese no es mi problema: eres tú quien tiene que hacerlos… —le recordó—. Yo solo te diré de qué los tienes que rellenar —añadió con un ligero retintín.   






Instinto salvaje II  


  —Dame el teléfono del supermercado —le pidió Peter.    

 —¿Qué…?, ¿qué piensas hacer, pequeño demente? 

  —Pediré que traigan a casa masa de canapé preparada.

   Lali se cruzó de brazos y le miró como si acabase de volverse completamente loco. Suspiró largamente. 

  —Mira, Peter, en el diminuto supermercado de la urbanización no hacen pedidos a domicilio. 

  —Entonces esta vez será la excepción —repuso él, sonriente—. Venga, no me cuentes historias y dame el teléfono.

   Lali puso los ojos en blanco, antes de desaparecer hacia el comedor en busca de la guía telefónica. Allí se encontró con su hermano, Esko y Leo, que reían sin cesar mientras veían anonadados el programa ¿Quién quiere ser millonario? Lali no encontró la gracia del asunto y supuso que ya habrían fumado más de la cuenta. 


  —¿Estás con tu amiguito? —le preguntó Nico, dirigiéndole una sonrisa ligeramente maliciosa.  

 —No es mi amiguito —repuso Lali—. Y, en el remoto caso de que lo fuera, no sería asunto tuyo. 

  —Mientras os lo sigáis montando sobre la alfombra del comedor, será asunto mío —le indicó su hermano—. ¡En esta casa tenéis habitaciones de sobra para hacer gorrinadas, no hace falta que nos restreguéis vuestra feliz vida sexual! —gritó, y después rió atropelladamente, acompañado por las estridentes carcajadas de los otros dos.  

 —Nico, creo que deberías dejar de fumar.

   —¡Pero si la fiesta solo acaba de empezar! Espera a que lleguen los demás…   

Lali cogió la guía telefónica y salió de allí dando un fuerte portazo. Estaba cabreada con el mundo en general. Peter tenía la culpa de todo. Antes de que el inglés llegase allí a pasar las vacaciones todo había ido sobre ruedas, sin problemas. Ahora, contrariamente, las cosas comenzaban a torcerse más de lo debido.

   —¿Ya tienes el maldito teléfono? —preguntó Peter en cuanto ella entró en la cocina.

   —Sí, aquí lo tienes —contestó Lali , lanzándole la gruesa guía telefónica. 

  Peter logró cogerla al vuelo, pero dio un paso atrás, asustado.

   —¿Quieres matarme? —Hojeó las páginas de la enorme guía—. ¿Y cómo narices pretendes que encuentre aquí el número del supermercado? ¡Búscalo tú!  

 Le tiró la guía, que de nuevo voló por los aires como si se tratase de una pelota de goma. Lali no consiguió alcanzarla y retumbó estridentemente sobre el suelo de la cocina.

   —¡Estúpido! —le gritó al recogerla.

   Respiró agitada, mientras buscaba el teléfono del supermercado y prometió que, una vez lograse preparar adecuadamente el cumpleaños de Nico, también se dedicaría a celebrarlo por todo lo alto. Pensaba darse la fiesta de su vida. Es más: necesitaba urgentemente esa fiesta. Debía despejarse de todos aquellos insufribles días. 

  —Aquí lo tienes —le dijo cuando lo encontró y se lo señaló con la punta del dedo. 

  Él sonrió satisfecho. Cogió el teléfono, marcó el número y esperó una respuesta. 

  —¿Oiga?, ¿hablo con el supermercado? —preguntó—. Ah, perfecto. Soy el señor Peter, me gustaría hacerles un pedido a domicilio. 

  Lali le observó mientras él permanecía en silencio, escuchando al parecer las palabras de uno de los encargados. 

  —Ya sé que no tienen ese servicio para clientes, pero pienso que podría hacer una excepción. —Suspiró—. Verá, las excepciones suelen ser bien recompensadas, usted ya me entiende…  

 Hubo unos instantes tensos. Y después, sorprendentemente, Peter comenzó a indicarle la dirección de la casa y qué deseaba comprar. Luego colgó y le lanzó a Lali una mirada rebosante de orgullo.  

 —¿Ves? No era tan difícil —le dijo.

   —Le has sobornado —farfulló la joven. 

  —Lo sé. —Chasqueó los dedos—. Recuerda esto, Lali: el dinero puede con todo.  

 —Me das asco.  

 —Apuesto lo que sea a que mi dinero también puede con tu asco —repuso Peter, con ademán reflexivo.  

 Lali pasó el resto de la tarde siguiendo las instrucciones de Peter. Preparó el relleno de los canapés y aguantó sus continuas quejas.   

—No puedo creer que ni siquiera tengáis un poco de caviar —decía—. Sinceramente, teniendo en cuenta los nefastos ingredientes, no sé si estos canapés serán comestibles. 

  Lali fingió no escucharle y continuó mezclando atún con tomate en un pequeño cuenco. Aproximadamente media hora después, los canapés estaban preparados y listos para hornear. Lali contempló las dos bandejas repletas con cierta duda. Vendría mucha gente, incluidos sus amigos, así que supuso que los ridículos canapés no llenarían siquiera el estómago de dos personas. 

  —Vale, mételos en el horno —continuó Peter, disfrutando como nadie del hecho de poder dar una orden tras otra—. Será mejor que vaya subiendo a mi habitación para arreglarme —añadió.   

Lali se giró tras cerrar la puerta del horno y le miró fijamente. 

  —Peter, hazme un favor: no te arregles demasiado —le pidió—. Solo lo justo, ¿entiendes? Iremos después a una discoteca que está en el pueblo de al lado. No hace falta que te vistas de etiqueta.

   —Eso ya lo sabía… —susurró él con desdén.  

 Lali rió tímidamente cuando él desapareció de la cocina, advirtiendo que no lo sabía. Ciertamente, minutos atrás, al subir a la planta de arriba para ir al baño, había divisado un perfecto esmoquin (o algo parecido) tendido sobre la cama de Peter; bien preparado de antemano. El inglés era tan… previsible. 

  Antes de ir ella también a vestirse, sacó dos pizzas de la nevera y las metió en la parte inferior del horno, omitiendo los consejos de Peter. Estuvo a punto de ponerse a freír patatas, pero supuso que ya era demasiado tarde y los invitados aparecerían en breve.   

Una vez en su cuarto, se puso unos vaqueros ajustados y para la parte de arriba eligió una camiseta de tirantes que se cruzaban en la espalda de color marrón, a conjunto con las botas. Suspiró, dejando atrás su sudadera y doblándola sobre la cama. Después se dirigió directa hacia el baño y, justo cuando estaba a punto de abrir la puerta, se cruzó con Peter.  

 —Aparta —le espetó él, dándole un empujón y entrando en el baño. 

  —¡Eh, pero te has colado!  

 —Pues te fastidias. 

  Iba a cerrarle la puerta en las narices, pero Lali colocó el pie entre esta y el marco justo a tiempo. Él entrecerró los ojos y un brillo verdezco pareció emanar de ellos. 

  —Quita el pie de ahí —exigió. Y entonces la miró de arriba abajo. Lentamente una sonrisilla malévola apareció en sus labios—. Por cierto, bonito escote. 

  —¡Cállate, idiota! —se quejó ella, llevándose una mano al pecho.  

 —Pensaba que eras una tabla de surf. —Volvió a sonreír—. Me has estado engañando, ¿eh? 

  Lali respiró hondo y alzó la vista hasta el techo del pasillo, rogándole al Dios que la había abandonado en aquel aeropuerto, cuando él llegó a Estados Unidos, que regresara y la salvara de una muerte segura. 

  —¿Te importa si compartimos el baño? —preguntó ella, intentando aparentar amabilidad—. Tengo que peinarme. Si no, nos quedaremos aquí en la puerta hasta la madrugada.  

 —Está bien. —Peter abrió un poco la puerta—. Pero que conste que soy como los seguratas de las discotecas: el pase se acepta o se deniega según el tamaño del escote.

   —Eres un cerdo, Peter —atajó ella, apartándole a un lado y entrando.  

 Él se colocó detrás de Lali, mientras ella se situaba frente al espejo y comenzaba a cepillarse el cabello con ahínco. Peter bajó la vista y observó el contorno del trasero de la chica. Era la primera vez que se vestía con una prenda tan ajustada como para que pudiese hacer sus cálculos anatómicos. No estaba tan mal. Pero, claro, era Lali, y eso sí estaba mal.   

—No te preocupes, sabes perfectamente que yo jamás te tocaría —respondió él—. No estoy tan desesperado como para rebajarme hasta tu nivel.  

 Lali le ignoró y continuó peinándose, con Peter a su lado, apenas a unos centímetros de distancia, evaluando cómo intentaba recogerse el pelo en una especie de moño desenfadado.  

 —No te queda bien —le indicó él.  

 —¿Te importaría dejar de humillarme? —se quejó Lali, malhumorada. Su paciencia se agotaba por momentos.  

 —No es eso. —Peter frunció los labios, como si le costase pronunciar las palabras que pensaba decir—. Es que el pelo suelto te favorece más —concluyó.   

Lali se giró hacia él y dejó de colocarse horquillas negras en el contorno del moño.  

 —¿Lo dices en serio? —Se evaluó frente al espejo, observándose de perfil e intentando decidir qué hacer—. Hum… puede que tengas razón.  

 Finalmente se quitó las horquillas y dejó que la melena color castaño oscuro se deslizase libremente por su espalda. Peter observó las ondulaciones del cabello en silencio, pensativo. 

  —¿Me lo plancho? —preguntó Lali, ansiosa por recibir más consejos de belleza por parte de un hombre. Tenía la seguridad de que eran más sinceros que sus propias amigas. 

  —¿Y a mí qué me cuentas? —contestó él, volviendo a su antipático estado natural. Contempló el decepcionado rostro de Lali—. Bueno, no, no te lo planches. Está mejor así.

   Ella sonrió tímidamente, y él deseó que la tierra se lo tragase. No le gustaba estar en aquel baño con Lali, pues era una extraña situación que daba a entender lo bien que se llevaban, la confianza que tenían el uno en el otro y la intimidad que reinaba en la relación. Todo falso, obviamente.   

—¿Te falta mucho? —insistió—. Quiero mear. Y no pienso hacerlo delante de ti, por mucho que lo desees.   

Lali le dedicó una mueca de asco, y la situación pareció volver a la normalidad. 

  —Me das asco —masculló—. Ya me marcho, tranquilo.  

 Se fue poco después, dejándole a solas. Peter corrió el pestillo de la puerta. Se miró al espejo y con un poco de agua despuntó los mechones castaños que danzaban de un lado a otro. Lali le había indicado que no debía arreglarse demasiado, así que intentó dotar su pelo de un toque desenfadado. Se había vestido concienzudamente con unos vaqueros corrientes (doscientos cincuenta dólares) y una camisa verde que conjuntaba con el color de sus ojos. Se desabrochó los primeros dos botones de la camisa y respiró hondo. 

  Estaba nervioso. Aquella noche debía enfrentarse a muchas cosas, no solo a la idiota de Lali. Tendría que ver de nuevo a sus amigos (sin contar con la idea de conocer a los amigos de Nico). Todavía recordaba a Mery, la loca que pretendía llevarlo a su habitación para que hiciesen una película no apta para todos los públicos; Gas, el joven macarra que siempre parecía estar a punto de cometer un atraco y le trataba como si fuesen hermanos y se conociesen de toda la vida; Euge, la loca que afirmaba continuamente lo guapo que era Nico (Peter sintió un leve escalofrío al recordarlo). Pero, por encima de todos ellos, le preocupaba tener que volver a encontrarse con Pablo.

   Pablo era su contrincante. Vestía bien, tenía la piel cuidada y era elegante y rico. Le odió en cuanto le vio por primera vez. Además, Pablo llevaba enamorado de Lali muchos años, y a Peter había dejado de parecerle gracioso ese asunto. Pablo era una mosca que sus pulcros zapatos debían aplastar sin compasión. Peter sonrió frente al espejo, sintiéndose más seguro tras su último pensamiento.   
—¿Te has ahogado en el retrete? —preguntó Lali, gritando tras la puerta a bocajarro—. Eres tan tonto que no me sorprendería, la verdad.  

 —No, querida Lali. —Peter sonrió, apoyando ambas manos en el lavabo y pensando en su próximo comentario—. Estoy ocupado… aliviando ciertas necesidades… sexuales. —Apretó los labios, aguantando una sonora carcajada—. Si quieres entras y me echas una mano; nunca mejor dicho. 

  —¡Guarro! ¡Serás…! ¡Arg, te odio! —exclamó, consternada—. Por tu bien, espero que sea una de tus estúpidas bromas.   Peter abrió la puerta del baño de golpe, disipando las dudas de Lali. Le dedicó una amplia sonrisa y le tocó la punta de la nariz con uno de sus largos dedos. 

  —Seguro que ya estabas fantaseando, ¿eh, pillina? —le dijo.   Lali frunció el entrecejo.  

 —En realidad, prefiero fantasear sobre lo mal que lo vas a pasar esta noche. 

  Y acto seguido comenzó a caminar escaleras abajo. A Peter no le agradó su último comentario. Siguió los pasos de Lali algo enfurruñado e intentando calmarse. Era complicado controlarse en ciertas situaciones que nunca había tenido que vivir. La vida americana le parecía el caos más absoluto jamás conocido.   

Llamaron al timbre de la puerta. Nico, junto con sus dos amigos, se levantó al fin del sofá (al cual podría haberse pegado; Peter trazó una nota mental al respecto: no volver a sentarse ahí bajo ningún concepto). Cuando la puerta se abrió y un montón de extraños energúmenos empezaron a colarse en la casa de la familia Esposito, Peter pensó que se trataba de un atraco a mano armada. 

  —Bienvenidos —dijo Lali.   

—¿Les das la bienvenida a ellos? —le preguntó Peter, en susurros, mientras señalaba al grupo. Necesitaba cerciorase de que aquellos eran invitados.

   —Mantén la boca cerrada. 

  Los ojos de Peter danzaban de un lado a otro, contemplando el desastre que se iba desatando a su alrededor. Una chica con el cabello de color rosa chicle le dio dos besos y se presentó. 

  —Soy Rochy —le dedicó una sonrisa.  

 —Ah, pues qué bien —contestó Peter, confundido. 

  —Él es Peter —añadió Lali rápidamente, sacándole del apuro—. Perdona, es un poco tímido. 

  —¡Oh, no tiene importancia! —Rochy rió.

   Peter no podía apartar la vista de ella, con ese color tan llamativo de pelo. Era como si le hubiese hipnotizado. 

  Había mucha gente. Dos jóvenes que también llevaban rastas, aunque más finas que las de Nico; dos chicas gemelas, ambas igual de feas, según catalogó el inglés rápidamente; y un joven que parecía recién salido de un psiquiátrico de alto riesgo. Iba completamente vestido de negro y calzaba unas enormes botas militares. Su cazadora (negra, al igual que todo lo demás) estaba repleta de remaches y cadenas de plata que colgaban por doquier. El chico en sí era un arma andante. Por si aquello fuese poco, un flequillo ladeado ocultaba la mitad de su pálido rostro, sobre el cual apenas cabía un piercing más. Era alto, aunque excesivamente delgado. Así que, cuando Lali cogió al chico de la mano y lo arrastró hacia Peter con la intención de presentárselo, a este le entraron verdaderas ganas de convertirse en una versión moderna de Forrest Gump y echar a correr a toda velocidad.  

 Sin embargo, el cabello rosa fucsia de Rochy seguía ejerciendo cierto control mental sobre él, por lo cual se contuvo y permaneció muy quieto, adivinando que se avecinaba una de las noches más extrañas de su vida.  

 —Mira, él es Peter, el estudiante inglés que ha venido a pasar las Navidades con nosotros —le decía Lali al chico arma letal—. Peter, te presento a victorio. 

  «Hasta el nombre suena extrañamente… mortífero y peligroso», pensó Peter. Estiró la mano, intentando complacerle, pero Vico le miró serio y no aceptó su saludo.  

 —Le cuesta entablar amistad con los desconocidos —le explicó Lali, tratando a Vico como si fuese su chiquillo protegido. 

  —Créeme, no importa. —Peter sonrió, satisfecho. Mejor si aquel psicótico no le dirigía la palabra en toda la noche. Un alivio para él.   
Nico gritó, y su voz se elevó sobre el nivel de los murmullos en la entrada de la vivienda. 

  —¿Cenamos ya o qué? ¡Me muero de hambre!   

Peter se acercó con sigilo al oído de Lali.  

 —Palabras vulgares, muy propias de tu hermano y su falta de educación.   

Lali le apartó de un codazo, pero, curiosamente, Peter observó que Vico había oído su comentario y ahora le sonreía. Clavó la vista en el suelo. El chico arma le intimidaba más de lo que le gustaba. Por eso, cuando Lali se alejó para explicarle a su hermano que todavía faltaban invitados por llegar, Peter creyó que el mundo se le venía encima.  

 —Un buen comentario —le dijo el psicópata. Apenas movía los labios para articular las palabras.

   Aguantó unos instantes mirándole fijamente. Y mágicamente agradeció la cercana presencia de la «chica pelo 
rosa». Quizá ella se dignase salvarle si Vico decidía atacarle de improviso. Dio un paso hacia atrás, por si las moscas.

   —Gracias —dijo al fin. 

  Todos los invitados pasaron al comedor y se acomodaron en los sofás y las sillas que rodeaban la enorme mesa de madera. Peter advirtió que, al parecer, Lali había puesto la mesa mientras él se encerraba en el baño y, como era de esperar, lo había hecho francamente mal. Cubiertos desordenados y alineaciones desacertadas. Así que, mientras todos se acomodaban, se dedicó a organizar aquel caos.   

—¡Deja de hacer eso, por favor! —le pidió ella—. Acabará enterándose todo el mundo de lo enfermo que estás. Intenta disimular, al menos. 

  —El desorden también es una enfermedad, Lali —le acusó él, señalándola con el dedo índice para que todos los invitados advirtiesen que aquello no era una conversación normal, sino una disputa. 

  Ella le ignoró y se dirigió hacia la puerta cuando el timbre sonó de nuevo. Peter la siguió, alejándose de todos aquellos enigmáticos elementos. Al lado de los amigos de Nico, Lali podría haber sido una delicada princesita la mar de femenina. 

  Frunció los labios con desagrado en cuanto divisó quiénes se encontraban en los escalones de la entrada. Todos le saludaron amablemente, excepto Pablo, que ni siquiera se dignó mirarle; en cambio, se acercó hacia Lali y le dio un pomposo beso en la mejilla. «Rata de cloaca, debes morir», pensó Peter, mientras contemplaba asqueado su rostro. 

  Pablo se había arreglado más que él, y eso le molestaba. ¡Y todo por culpa de Lali, que le había sugerido que no se vistiese demasiado formal! Sintió ganas de enfundarse el traje de sultán que su madre le había regalado tras uno de sus viajes a Arabia, solo por hacerle la competencia.  

 —¿Qué tal lo has pasado estos días? 

  Peter ladeó la cabeza, advirtiendo que se dirigían a él. Sintió un escalofrío cuando descubrió a la emisora de aquella pregunta. Mery. La misma Mery que había intentado violarlo días atrás. Vestía unos vaqueros excesivamente cortos y un top de lentejuelas que dejaba poco espacio a la imaginación.   

—Genial —respondió él, secamente.  

 Gas, el macarra con pinta de atracador innato, le dio una brusca palmada en la espalda y le pellizcó un moflete, lo cual no le agradó demasiado.

   —¡Esta noche lo vamos a pasar en grande, eh! Ja, ja, ya verás qué marcha nos traemos por aquí —le dijo.

   —Oh, sí, me muero de emoción —masculló Peter con un tono extremadamente monótono. 

  —Tan estúpido como siempre —farfulló Pablo, arrugando la nariz. 

  —¡Eh, deja de meterte con mi brother! —exclamó Gas, que abrazó al inglés como si fuera de su propiedad. 

  Lali arrastró a Pablo a un lado, cortando por lo sano cualquier discusión, y el resto los siguieron hasta el salón. Dentro se había desatado una guerra de cojines que sobrevolaban la estancia como estrellas fugaces y terminaban estampándose contra jarrones, rostros desprevenidos o cualquiera que se pusiese por delante. Peter contempló alarmado la escena, y sus ojos verdes se dirigieron velozmente hacia la estantería de madera donde reposaba la colección de dedales de cerámica de la señora Esposito.  

 —¡Eh, cuidado con los dedales! —les gritó, sin poder contenerse.   Se llevó una mano a los labios, asustado. ¿Qué narices hacía él defendiendo a la inculta madre de Lali? Respiró hondo, intentando buscar en algún recóndito lugar de sí mismo a ese Peter malévolo y frío que normalmente se apoderaba de sus sentimientos.  

 —¡TENGO HAMBRE! —gritaba Nico, al compás de Esko, como un poseso depravado—. Lali, saca la cena, y los que falten, que se aguanten. 

  Lali asintió con la cabeza tras confiscar todos los almohadones y esconderlos en el baño de arriba. Se dirigió a la cocina, seguida por Euge y Pablo, así que Peter también lo hizo. Al contrario que el resto, él no se dignó cargar con ningún plato, de modo que cuando llamaron por tercera vez al timbre de la puerta, él era el único que tenía las manos libres. 

  —¡Peter!, ¿puedes abrir tú la puerta? —le rogó Lali.

   —¿Tengo cara de mayordomo o qué?  

 —¡Por favor, no puedo hacerlo todo!   

Peter se mostró solidario y se dirigió hacia la puerta de la entrada. Abrió despacio y temeroso, como si esperase encontrarse frente a él a Jack el Destripador. Pues bien, en realidad lo que sus ojos vislumbraron no se iba mucho de la línea de cosas que había imaginado. 

  Un chico enorme —de casi dos metros, por lo menos—, con una espalda por la cual Peter habría podido escalar de habérselo propuesto, le sonreía ampliamente. Le faltaba un diente: la pala derecha.   

—Bienvenido al cumpleaños de Nico —dijo Peter, sintiéndose estúpido.  

 Observó cómo dos chicas más salían del coche recién aparcado y se retocaban el maquillaje contemplando sus rostros en los espejos retrovisores.

   —Tú debes de ser el novio de Lali, ¿verdad? —comentó el grandullón.  

 Peter rió.

   —¡Qué va! De ningún modo. 

  —Oye, castaño, no me lleves la contraria —bramó el gigante, apuntándole con un dedo acusador—. Me lo ha dicho Nico, así que ¿estás insinuando que mi amigo es un mentiroso?   

El inglés tragó saliva despacio. El desorbitado tamaño de los puños cerrados de La Masa le aterrorizaba.  

 —¡Ah, je, je! ¡Claro que soy el novio de Lali!, ¡lo había olvidado! Ja, ja, ja. —Rió con nerviosismo, de un modo entrecortado.  

 —Pues que no se te vuelva a olvidar si no quieres enfrentarte a Golpes —le dijo señalando su puño derecho— y Sangre —concluyó, alzando el izquierdo. 

  —Oh, no, no te preocupes; Lali y yo estamos muy enamorados (ya pensamos en boda y todo). —Intentó sonreír, pero creía notar que se le había congelado la piel del rostro y apenas podía gesticular—. Además, será mejor que Golpes y Sangre descansen esta noche. 

  —Ya veremos… —Le miró con desconfianza, antes de entrar en la casa.

   Las otras dos chicas también lo hicieron, tras presentarse. Una de ellas tenía la cabeza rapada al uno o al dos, mientras que la otra llevaba el cabello largo y liso hasta pasada la altura del trasero. Peter torció el gesto, antes de cerrar la puerta y adentrarse en una estancia repleta de seres locos y medio extraterrestres.

   Cuando llegó al comedor advirtió que todos se habían acomodado y la cena estaba servida. Habían empezado a comer sin esperarle. Tampoco le sorprendió demasiado. Ojeó la estancia y distinguió al idiota de Pablo sentado al lado de Lali. Se dirigió hacia allí, cabreado.   

—Tu sentido matemático no calcula bien el asiento que te corresponde —le dijo.   

—Se siente, haber llegado antes —farfulló el otro, y prosiguió engullendo un trozo de pizza. Después alzó la cabeza para mirarle y señaló los canapés—. Me han comunicado que ha sido idea tuya lo de hacer los canapés. Le pediré a mi cocinero que te envíe a Londres alguna receta sobre cómo son realmente los canapés.  

 —Son así.

   —No, claro que no. 

  —He dicho que sí. 

  —Peter, deja de comportante como un crío —le reprochó Lali—. Siéntate allí, al lado de Vico. 

Peter sintió cómo un escalofrío ascendía despacio por su espalda. VIco, frente a Lali, le daba un delicado mordisco a uno de sus canapés. Intentó disimular el miedo y se acercó hacia la silla libre que estaba a su lado. El psicópata le miró y le sonrió. Peter deseó morir allí mismo.  

 —Están buenos los canapés —le dijo, arrastrando las palabras. Hablaba con un tono extremadamente bajo, casi en susurros, como una serpiente.  

 —Gracias. Ya lo sabía —contestó Peter, sirviéndose su plato.   Miró alrededor en un vano intento por controlar lo que ocurría. En el otro extremo de la mesa, Euge miraba embobada a Nico, que engullía pizza como un animal y sacudía sus rastas de un lado a otro golpeando con ellas la cresta de Esko. Leo parecía perdido en un mundo de nubes rosas, arcoíris coloridos y estrellitas brillantes (ya había fumado más de la cuenta). A Peter le sorprendió que las gemelas feas comiesen de un mismo plato (unión nutritiva, pensó). Cuando siguió recorriendo a los invitados con la mirada y fijó sus ojos en Mery, esta pestañeó en exceso y le envió un beso imaginario soplando sobre la palma abierta de su mano. El estómago de Peter dio un vuelco en respuesta.  

 Al otro lado, el dueño de Golpes y Sangre masticaba un canapé tras otro, sentado cerca de la Chica Cabeza Rapada (que se hallaba tan ausente que parecía estar dialogando con Buda), al contrario que la pelo largo, que hablaba sin cesar, como Pablo, quien le contaba sus aventuras y desventuras a una silenciosa Lali. Por último, su brother reía tontamente el chiste de uno de sus amigos. 

  Peter tragó saliva despacio cuando posó sus ojos sobre el psicópata, que le miraba fijamente.   

—Hola —le dijo, sin saber qué más decir. 

  El Chico Arma volvió a sonreírle misteriosamente. 

  —Hola —le respondió.

   Peter tembló y, cuando oyó que Lali se disculpaba ante Pablo para ir al baño, se apuntó de inmediato a la excursión, levantándose atropelladamente de la mesa.  

 —¿Qué haces? —le preguntó Lali, malhumorada como de costumbre. 

  —Te acompaño. 

  —Puedo ir sola.  

 —No me importa, necesito estirar las piernas —contestó él, y observó gustoso la mirada envidiosa que Pablo le dedicó.   

Lali suspiró, pero no añadió nada más. Juntos salieron del infierno y fueron escaleras arriba. Una vez llegaron al baño, Peter se coló ágilmente y cerró la puerta. 

  —Pero ¿qué haces? ¡Sal de aquí! —le gritó ella.

   —¡Ni de coña! Sería un suicido —repuso Peter. Abrió el grifo del lavabo y se lavó la cara con agua fría. Pestañeó, antes de secarse con una de las toallas.  

 —¿Qué es lo que te ocurre? 

  Lali repiqueteó con el pie sobre el suelo y se cruzó de brazos. Esperó paciente la respuesta del inglés, el cual se apoyó en la pared de azulejos antes de hablar.   

—¿Estás loca o qué? ¡Acabo de conocer a un montón de zombis mentales!   

—Pero ¿de qué estás hablando?  

 —¡De ellos! —Peter señaló la puerta del baño, indicando el exterior—. ¿Qué me dices del gigante que ha bautizado a sus puños como Golpes y Sangre?  

 Lali rió. 

  —Ah, te refieres a Evan.  

 —No me importa cómo se llame —replicó Peter entre dientes—. Está empeñado en que eres mi novia y amenaza con presentarme oficialmente a Golpes y a Sangre si decido no seguirle el juego.   Las carcajadas de Lali fueron en aumento. 

  —¿Y el psicópata ese que se sienta a mi lado? Lleva una cruz invertida colgando del cuello, ¿crees que puedo comer tranquilamente sin pensar que en cualquier momento invocará al mismísimo Satán?  

 —Vico es totalmente inofensivo —le reprochó Lali—. Es el único cuerdo de ahí abajo.

   Peter, dramatizando en exceso, se llevó una mano al pecho. 

  —¡Ah, vale, pues si me dices que el psicópata es el único cuerdo de ahí abajo ya me quedo más tranquilo! —exclamó irónico. 

  —No deberías juzgarle por su aspecto físico —le indicó ella—. Además, Vico es superdotado.  

 —¿Ese engendro es superdotado? Entonces, ¿yo soy Dios? —agitó las pestañas, esperando una buena contestación.   

—Deja de decir tonterías y baja a cenar con todos —ordenó ella, y le empujó hacia la puerta. 

  —Me prometiste que no te alejarías de mí, Lali —le recordó—. Si lo haces, ya sabes, mantendré una interesante conversación con tus padres y se descubrirán todas las macabras mentiras de los hermanos Esposito.

   Lali suspiró. 

  —Está bien, te prometo que cuando terminemos de cenar me convertiré en tu sombra.  

 —Eso espero… —concluyó él, alzando un dedo amenazador.   Salió del baño tambaleándose. Los demonios que ocupaban el comedor le habían robado toda su energía. Sintió unas ganas tremendas de llamar a su madre y pedirle que fuera a recogerlo, pero se contuvo. Esperó en la puerta del baño hasta que Lali acabó y juntos se dirigieron, de nuevo, hacia el infierno.   

Peter abrió mucho los ojos cuando entró. Habían apartado la mesa principal, dejándola a un lado del comedor, y todos estaban sentados en el suelo formando un círculo demoníaco, como si aquello fuese un ritual satánico, con un montón de bolsas repletas de bebidas alcohólicas en el centro.  

 —¡ATENTOS TODOS!, ha llegado la hora de preparar… ¡la Bomba Explosiva! —gritó el chico de la cresta roja.  

 —¿Piensan preparar un atentado terrorista en tu casa, Lali? —susurró. 

  —No, idiota, la Bomba Explosiva es un cóctel que inventó Esko.   
—Ciertamente, el nombre promete. Veamos cuántos estómagos revientan esta noche…   

—¿Podrías callarte un rato? —le pidió ella. 

  —No sé, no sé… Todos estos acontecimientos merecen ser comentados. —Se encogió de hombros y siguió a Lali hasta el círculo. Se hicieron un hueco entre las gemelas feas y el Chico Arma.   

Situado en el centro del círculo, Esko comenzó a mezclar un montón de bebidas diferentes en una botella vacía. Todos estudiaban con atención sus movimientos, como si se tratase de un nuevo truco de magia. Pasados unos minutos, Peter se acercó sigiloso a Lali.   

—Me aburro, ¿falta mucho para que tu comedor explote de una vez por todas? 

  —Peter, te juro que no soportaré mucho más tener que escuchar tu voz.  

 Y decía la verdad. A Lali le desesperaba que la voz de Peter fuese tan delicada e inocente cuando realmente solo la utilizaba para hilvanar frases humillantes e insultantes.   

—No digas memeces, Lali; tú adoras mi voz. 

  —Adoro tus labios cerrados, Peter.  

 —Mis labios, al fin y al cabo; adoras mis labios —concluyó él, satisfecho.  

 Mientras Esko continuaba elaborando aquel cóctel misterioso, Peter advirtió que Pablo le miraba fijamente desde el otro extremo del círculo; así que, a propósito, se pegó todo lo que puedo a Lali y le sacó la lengua al otro.  

 —¡Me estás agobiando! —le dijo ella. 

  —Lo siento, pero la cara de las gemelas feas me asusta. Hasta tú eres una belleza en comparación con ellas.  

 —No son tan feas —le reprochó Lali.  

 —Pero ¿qué demonios les ocurre a tus ojos? 

  —¡Chissst, calla de una vez! Esko está a punto de terminar…   En efecto. Esko tapó la botella —ahora llena—, en la que había mezclado cien mil derivados distintos de alcohol, y la agitó con ahínco. Peter se encogió sobre sí mismo e hizo algunos cálculos científicos sobre si realmente aquello podría provocar que todos estallasen en mil pedazos.  

 —¡Ya está listo! —Esko se volvió hacia Nico y le dedicó una sonrisa repleta de cariño, tendiéndole la botella—. Es honor del cumpleañero probarlo el primero.  

 Peter susurró un largo «Oooh» fingiendo emocionarse.   

—Qué bonito. —Miró a Lali agitando las pestañas con afectación—. ¡Qué buen amigo! Le cede el turno para degustar la Bomba Explosiva. Creo que voy a llorar —añadió irónico. 


  Y muy a su pesar, Lali se llevó una mano a la boca para no reír ante el comentario de Peter. Contempló cómo su hermano abría la botella y después la inclinaba hasta que la boquilla tocaba sus labios. Le dio un trago largo y acto seguido se limpió con la manga de la chaqueta. Todos aplaudieron, y Peter, sorprendido, dio un respingo en su sitio. 

  —¿Qué pasa, aquí probar la Bomba Explosiva es como tomar la comunión o qué? —Observó su alrededor contrariado, pensando que aquel cóctel debía de ser una tradición o algo parecido.   Fueron pasándose la bendita botella de uno a otro. Cuando llegó hasta Peter, él la miró con asco y se la tendió directamente a Lali.   

—¿No piensas probarlo siquiera? —le preguntó ella.

   —Unas ocho bocas satánicas acaban de salivar esa boquilla, ¿hace falta que añada algo más? —Enarcó las cejas. 

  —En realidad no sé ni por qué pregunto —concluyó ella, que bebió también y se la pasó al Chico Arma. 

  Aquello a Peter le parecía nauseabundo. Casi sintió alivio cuando varios comenzaron a levantarse de allí y Nico puso música. Algunas de las chicas comenzaron a bailar por el comedor, y ellos hicieron el mono a su alrededor. Peter supuso que así era como antiguamente se comportaban los neandertales. En un momento dado, el amo de Golpes y Sangre tropezó con el cable de la lámpara y terminó derribando el árbol de Navidad, que cayó al suelo armando bastante revuelo.  

 Peter apenas se inmutaba ya. Esperaba cualquier cosa que viniera de esos energúmenos. Gas, su brother, se subió a una silla y mientras señalaba el árbol recién caído, gritó: 

  —¡A la mierda la Navidad! 

  Peter respiró hondo y sonrió falsamente.

   —¡Qué ambiente más cristiano se respira en esta… comuna hippie!  

 Nadie respondió con un «¡Cállate!» a su comentario. Asustado, buscó a Lali por la agitada estancia, pero no la encontró. Advirtió que Pablo tampoco estaba allí, así que rápidamente abandonó el comedor con el firme propósito de averiguar qué estaba pasando.   Dio con ellos rápidamente. Estaban en la habitación de Lali. Prefirió que no le viesen y se quedó agazapado a un lado de la puerta entreabierta con la intención de escuchar lo que hablaban esos dos.  

 —Será mejor que bajemos con todos —le dijo Lali.   

—Pero antes tengo que darte una cosa —respondió Pablo con su característica y desagradable voz melosa. 


  —Oh, ¿de qué se trata?  

 —Es mi regalo de Navidad —informó él—. Pensé que el día de Navidad ambos estaríamos ocupados con nuestras respectivas familias, así que lo mejor sería dártelo esta misma noche.  

 —Pe… pero… no es necesario, Pablo, de verdad… yo todavía no he ido a comprar los regalos… —mintió ella.  

 —No importa. —Suspiró—. Aquí tienes.   

La curiosidad de Peter iba en aumento, así que se inclinó y observó por la rendija de la puerta cómo Lali abría una pequeña caja negra y terminaba sacando un colgante brillante. Por alguna extraña razón, Peter sintió ganas de estrangular al estúpido Pablo. Se contuvo y aguantó la respiración mientras ella le agradecía el detalle y él se ofrecía a ponérselo. Cuando Pablo apartó el cabello de la espalda de Lali, tirándolo hacia delante y le rozó con sus desagradables dedos el cuello, logró agotar su paciencia y abrió la puerta de golpe y entró en la habitación. Sonrió malévolo.   

—Vaya, vaya, qué romántico —farfulló sarcástico—; es taaaaaan romántico que creo que voy a vomitar. 

  —Peter, por favor, no empieces —atajó Lali, al tiempo que Pablo le abrochaba el colgante.

   —¿Por qué no vas al baño a mirártelo y me dices si te gusta la medida? —le preguntó él.  

 Lali asintió, con aire cohibido, antes de obedecer su consejo y dirigirse hacia el baño. Cuando estuvo seguro de que la joven no podía oírles, Peter avanzó unos pasos hasta situarse frente a Pablo.   
—En serio, eres patético —le dijo este—. Deberías aprender a respetar la intimidad de las personas. No está bien escuchar conversaciones ajenas. 

  —Lo que a ti te parezca bien o mal, créeme, me trae sin cuidado —respondió Peter.

   —¿Tienes idea de lo que significa el concepto de la palabra «respeto»? —inquirió Pablo, furioso.   

—«Miramiento, consideración hacia una persona u cosa, deferencia. Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía.» —Peter sonrió orgulloso—. Pero no comparto la definición estricta del diccionario. Yo definiría el respeto como algo así: «Considerar lo que SE DEBE considerar». Y seamos sinceros, Pablo, a mí no me apetece considerarte. Y mucho menos escucharte. Eres un muermo.  

 —Al menos soy un muermo que ha conseguido ganarse la amistad de Lali. Por más que intentes disimularlo, veo que tú no lo has logrado. 

  —¿Y por qué iba a querer ser su amigo? —Peter le observó con curiosidad. 

  —No vale la pena hablar contigo —le dijo—. Solo sabes decir tonterías, burradas… cosas que hagan daño a la gente. No mereces ni un segundo de atención. 

  Tras las palabras de Pablo, Lali apareció en la habitación, asintiendo con relación a la medida del colgante.  

 —¿Ya habéis dejado de discutir como dos niños de cinco años? —les preguntó, sonriente. 

  —Sí. Le he dicho que no valía la pena hablar con él, solo sabe hacer el mal. Y no merece ni un solo segundo de atención —musitó Peter, felizmente, farfullando las palabras que Pablo acababa de decirle a él mismo.   

Pablo abrió mucho la boca, con los ojos desorbitados. 

  —¡Acabas de copiarme! ¡Eso lo he dicho yo!   Peter chasqueó la lengua, como dándose la razón.   

—¿Ves? ¡Lo que he dicho!, se comporta como un niño… —Miró a Lali, orgulloso de sí mismo. 

  —¡Estás loco! —exclamó Pablo. 

  —¡Deja de meterte conmigo! ¿Por qué me odias? ¡No te he hecho nada!  

 —Estás fatal, definitivamente…  

 —Bueno, no importa, será mejor que nos marchemos con todos. —Lali sonrió. Seguía con el propósito de disfrutar de una gran fiesta aquella noche y no deseaba que ninguno de los dos se la fastidiara—. Nos vamos a ir a la discoteca de Helthon.  

 Helthon era un pueblo que se encontraba apenas a veinte o treinta minutos de la urbanización donde Lali vivía. Allí había numerosos pubs, y también estaba la discoteca Butterfly, en la que pensaban continuar con la celebración del cumpleaños de su hermano. Estaba deseando llegar allí y deshacerse durante unas horas de todos los problemas.   

El hecho de que Pablo le regalase un colgante con forma de corazón la había puesto nerviosa y se había sentido tremendamente mal por no haber comprado un regalo para él. Eso sin contar con la intromisión de Peter, que, como siempre, había empeorado las cosas todavía más. 


TENGO LA SENSACIÓN DE QUE ALGO PASARA EN ESTA FIESTA 

Pd. las quiero y comenten